XVI 
  
  
Yo, protestante, ¡protesto! 
Yo conozco tus obras, y tu arduo trabajo y paciencia; y que no puedes soportar a los malos, y 
has probado a los que se dicen ser apóstoles, y no lo son, y los has hallado mentirosos; y has 
sufrido, y has tenido paciencia, y has trabajado arduamente por amor de mi nombre, y no has 
desmayado. Apocalipsis 2:2. 
Protestamos por medio de este manifiesto, ante Dios, nuestro único Creador, Conservador, 
Redentor y Salvador, y que un día será nuestro Juez, como también ante todos los hombres y 
todas las criaturas, y hacemos presente que nosotros, en nuestro nombre y por nuestro 
pueblo, no daremos nuestro consentimiento ni nuestra adhesión de manera alguna al 
señalado decreto, en todo aquello que sea contrario a Dios, a su santa Palabra, a los derechos 
de nuestra conciencia y a la salvación de nuestras almas... Declaración de los príncipes 
alemanes en la  Dieta de Espira, 1529. 
Con el tiempo, a mis 55 años de edad y transitando por las aseadas calles 
que se extienden entres las veredas rodeadas de verde, las coloridas casas 
y  la efervescencia espontánea de  los colombianos, en  la bellísima ciudad 
de Armenia, que se levanta sobre los montes circundados de hermosísima 
vegetación,  y  constantes  lluvias  tibias  y  tropicales,  orillando  sus 
característicos cafetales: he venido a comprender claramente por qué un 
hombre que ha recibido su Investidura del Espíritu Santo y un sencillo don 
y  ministerio,  se  rebela  tan  espontánea,  natural,  instantánea  y 
radicalmente  contra  la  organización  que  lo  ha  tenido  "beatíficamente", 
"piadosamente"  y  "espiritualmente"  sometido  en  sus  subliminales  redes 
del engaño. 
Por una obligación ética y moral, y por el derecho adquirido por Gracia de 
ser honrado con la porción de Gloria que le corresponde al individuo como 
Su  hijo,  por  la  pura  y  exclusiva  Voluntad  de  Dios,  uno  comprende 
cabalmente, en el día y hora precisos, que no puede ni debe exponer al 
manoseo organizacional el o los dones que ha recibido de parte del Padre 
Celestial. No coincide, no pega ni  junta, no hay  forma coherente y moral 
de explicar o demostrar que  las unciones del Altísimo Dios tengan alguna relación con la organización religiosa, ni armónica, ni de dependencia, por 
muy buenos y educados que sean los jerarcas denominacionales. 
Comprendo claramente a Pedro de Bruys y a Pedro Waldo, fieles testigos 
del  siglo doce, que denunciaron abiertamente  la  corrupción de  la  iglesia 
dominante y  los vicios del clero. Waldo  fue el que  llegó más  lejos de  los 
dos. No  sólo denunció  a  aquel  sistema  religioso  como  anticristiano,  sino 
que predicó el sencillo evangelio, y, al  traducir  los Evangelios a  la  lengua 
del pueblo, puso la Biblia en manos de los laicos, hecho éste que provocó 
el interdicto del Papa, excomulgándolo de la iglesia. Uno comprende a los 
valdenses y albigenses, como se  les  llamaba, que huyeron de  la  furia del 
papado  y  de  la  iglesia  dominante  a  otros  países,  de manera  que,  por  la 
gracia  de  Dios,  el  verdadero  evangelio  fue  predicado  en  casi  todos  los 
rincones de  la  cristiandad.    Entiendo  a Wyclif, quien ha  sido  con  justicia 
descrito como la Estrella Matutina de la Reforma. De hecho, fue el primer 
reformador  de  la  cristiandad,  el  Lutero  de  Inglaterra.  Sus  mordientes 
críticas contra Roma, en  las que no vaciló en  tildar al Papa de Anticristo, 
atrajeron  sobre  su  cabeza  un  torrente  de  anatemas.  Pero Wycliffe  era 
amado  por  el  pueblo.  Se  interesaba  en  el  bienestar  de  las  gentes,  les 
predicaba el sencillo evangelio, y tradujo  la  Biblia en 1380,  a un  lenguaje 
que  podían  comprender.  Para  el  tiempo  de  su  muerte  en  1384  sus 
seguidores,  que  eran  conocidos  por  el  nombre  de  lolardos,  se  habían 
hecho  muy  numerosos,  y  se  encontraban  entre  todas  las  clases  de  la 
sociedad. Negaban la autoridad de Roma y mantenían la total supremacía 
de  la   Palabra  de  Dios.  Uno  comprende  cabalmente  a  personas  lolardas 
como  John Badby y de Lord Cobham entre  los que sufrieron fielmente el 
martirio durante aquel período. Uno entiende a personalidades cristianas 
como  Juan  Hus  y  Jerónimo  de  Praga.  Ambos  confesaron  abierta  y 
denodadamente  su  simpatía  por  todo  lo  que  Wycliffe  había  escrito,  y 
fueron a su vez acusados como herejes y quemados. El martirio de ellos, 
en lugar de limpiar Europa de las herejías de Wycliffe, inflamó las mentes 
del  pueblo  bohemio,  de  manera  que  se  desató  una  guerra  civil.  Pero 
incluso  esto  resultó  para  bien,  porque  tuvo  como  resultado  en  un  gran 
crecimiento  de  los  llamados  husitas.  Se  entiende  a  Savanarola,  en 
Florencia, Italia, denunciaba como un profeta hebreo el sensualismo y los 
pecados de la ciudad, y los vicios papales. El Papa quiso sobornarle con un 
cardenalato: Fue ahorcado y quemado en la plaza mayor de Florencia, 19 
años antes de que Lutero publicara sus 95 tesis. Uno comprende a cristianos 
como  John  Wessel,  el  tenor  de  cuya  enseñanza  estaba  opuesto  a  los 
caminos y máximas de Roma.   Comprendo a  todos  los que se opusieron, 
aun  a  riesgo  de  sus  vidas,  contra  la  falacia  de  la  iglesia  apodada  la institución  del  cristianismo. Uno  comprende  cabalmente  a  Juan Bunyan, 
escribiendo su célebre  libro de El Progreso del Peregrino encarcelado por 
su  Fe.  Se  comprende a  cabalidad  la  titánica  lucha de Martín  Lutero, que 
coronaría  la  rebelión  final  contra  el  aparato  eclesiástico  romano  que 
creara  Constantino.  Entiendo  a  Zuinglio,  y  aunque  no  me  deja  muy 
satisfecho la personalidad dogmática y extremista de Calvino, entiendo su 
rebelión, como  la rebelión  intransable de  los anabaptistas, que  incluso se 
opusieron  a  Lutero,  porque  no  querían  más  de  lo  mismo  con  envase 
protestante:  el  error  de  poner  el  poder  de  la  iglesia  en  manos  del 
magistrado  civil,  o  de  hacer  de  la  misma  iglesia  el  depositario  de  este 
poder.  Entiendo  a  la  perfección  a  los Hugonotes,  como  fueron  llamados 
los protestantes franceses, la historia de sus sufrimientos, en particular en 
la  noche  de  la  terrible matanza  de  San Bartolomé  en  1572,  que  es  bien 
conocida, y ésta constituye, quizá,  la matanza más malvada y desalmada 
que  jamás  haya  sido  perpetrada  por manos  de  la  iglesia  católica  y  sus 
oscuros asesinos religiosos; un hecho del cual Roma mostró un estridente 
gozo  al  recibir  la  noticia  de  que  100.000  personas  inocentes  habían 
muerto.  Se  comprende  a  Tyndale,  aunque  de  enorme  significación,  fue 
mayormente desconocida. Su vida de fiel testimonio no fue larga, sufrió el 
martirio a  los cuarenta y ocho años de edad. En medio de una constante 
oposición,  que  le  llevó  a  huir  de  Inglaterra,  Tyndale,  ayudado  por  su 
compañero  reformador  Miles  Coverdale,  finalizó  una  traducción  de  la 
Biblia.  Su  aceptación  fue  enorme,  porque  el  pueblo  estaba  sediento  de 
ella.  En  un  tiempo  increíblemente  corto  se  difundieron  copias  desde  las 
costas  del  canal  hasta  los  límites  de  Escocia.  Uno  comprende  a  fieles 
cristianos como Latimer, que había sido un partidario tan  firme de Roma 
en  sus primeros años que  los papistas creyeron que Lutero había por  fin 
encontrado  su  igual,  pero  cuando  llegó  el  tiempo  de  Dios,  la  visión  de 
Latimer  quedó  en  el  acto  transformada.  Convertido  de manera  notable 
durante  la  confesión  de  uno  de  sus  penitentes  que  había  abrazado  la 
verdadera fe cristiana, Latimer actuó tan denodada y valerosamente en su 
denuncia  de  las  doctrinas  de  Roma  como  antes  lo  había  sido  para 
mantenerlas. Las amenazas de los obispos fueron inútiles, y sus sermones 
fueron empleados para iluminar a muchas almas. 
Comprendo  perfectamente  a  personas  como  Carlos  y  Juan  Wesley, 
mientras Carlos escribía himnos y Whitefield predicaba el evangelio, Juan 
devino  el  organizador  del  movimiento.  Uno  comprende  maravillado  a 
personas  como  John Darby, en  los 1830, erudito de  considerable  fama y 
abogado, fue convertido mediante la lectura de las Sagradas Escrituras. En 
sus  años  tempranos  aceptó  un  subrectorado  protestante  en  el  sur  de Irlanda, pero más tarde quedó muy impresionado por la verdad de que la 
Cabeza  de  la  iglesia  era  Cristo  glorificado,  de  lo  que  dedujo  que  debía 
haber  un  organismo  en  la  tierra,  un  cuerpo  espiritual,  en  el  que  Su 
condición  de  cabeza  debía  ser  expresado.  El  llamado  de  esta  verdad  lo 
llevó a salir de sus conexiones eclesiásticas (lo destaco en cursiva). Con el 
paso del tiempo, las verdades y principios que gobernaban a J. N. Darby y 
a  otros  no  fueron  mantenidas  por  todos  los  que  profesaban  tomar  el 
terreno de  separación de  la  Iglesia Establecida  y de  las denominaciones: 
hubo separaciones y  regresos al vómito. No puedo dejar de compartirles 
las palabras de este cristiano  llamado  John Darby, expresadas en el  siglo 
XVIII: «Después de haber estado convertido por seis o siete años, aprendí 
por  enseñanza  divina  lo  que  dice  el  Señor  en  Juan  14:  "En  aquel  día 
vosotros  conoceréis...  [que  estáis]  en mí,  y  yo  en  vosotros" —que  yo  era 
uno con Cristo delante de Dios—, y encontré  la paz, y nunca, aunque con 
muchos  fallos,  la he perdido desde aquel entonces.  La misma verdad me 
llevó fuera de la Iglesia Establecida. Vi que la iglesia estaba compuesta de 
aquellos que estaban así unidos con Cristo.  ... La presencia del Espíritu de 
Dios, el prometido Consolador, había entonces llegado a ser una profunda 
convicción  de  mi  alma  en  base  de  las  Escrituras.  Esto  pronto  fue  de 
aplicación al ministerio. Me dije a mí mismo: Si Pablo viniera, no podría 
predicar;  no  tiene  cartas  de  orden;  si  el  más  acerbo  oponente  de  su 
doctrina  viniera,  y  las  tuviera,  tendría  derecho  a  predicar,  en  base  del 
sistema. No se trata de un hombre malo que pueda infiltrarse (esto puede 
suceder en cualquier  lugar): es el sistema en sí. El sistema está mal. Pone 
al hombre en  lugar de Dios. El verdadero ministerio es el don y poder del 
Espíritu de Dios, no  la designación humana.  ... Creo  yo que el  "Concepto 
del Clérigo" es el pecado contra el Espíritu Santo en esta dispensación. No 
quiero decir  con esto que alguien  lo esté  cometiendo voluntariosamente, 
sino que la cosa en sí misma es así con respecto a esta dispensación, y la 
Historia de la  Iglesia tiene que resultar en su destrucción. La sustitución de 
otra  cosa  en  lugar  del  poder  y  de  la  presencia  de  aquel  Espíritu  Santo, 
bendito y bendiciente, es el pecado que caracteriza a esta dispensación.» 
Historia de la  Iglesia - Sinopsis • G. H. S. Price. 
  
 Comprendo  perfectamente  a  William  Branham  rebelándose  contra  el 
aparato  católico y protestante,  solo,  totalmente  solo en  su  tiempo, para 
terminar  degradado  y  desprestigiado,  prohibido  en  todas  las  iglesias 
protestantes de Estados Unidos, quienes hasta el día de hoy ni siquiera se 
animan  a  mencionar  su  mensaje  ni  su  obra,  es  natural:  hay  que  estar 
padeciendo demencia  crónica y babeante para  ir a entregar un preciado don  de  Dios  a  los  altares  blasfemos  de  la  religión  organizada.  Yo, 
protestante: protesto. 
No hay organización que haya sido comisionada a entregar uno solo de los 
dones  que  Dios  reparte  por  intermedio  del  Espíritu  Santo.  Es 
incongruente:  ¿el  Espíritu  Santo  trayendo  los  dones  de  Dios  a  la  iglesia 
para  que  esta  los  reparta  según  sus  caprichos  e  intereses?  Por 
consiguiente,  toda  organización  religiosa  está  desautorizada  para meter 
sus manos apóstatas, herejes y sangrientas en ninguno de  los dones que 
Dios  ha  repartido  entre  los  hombres.  Esa  falta  de  respeto malvado  que 
demuestran  y  practican  a  su  antojo  las  organizaciones  seudo  cristianas 
manipulando  y administrando para  sus pérfidos  intereses  los ungidos de 
Dios y  sus dones, es una de  las  tantas  faltas gravísimas que  la  llevarán a 
sufrir  la  peor  de  las  destrucciones:  esas  destrucciones  que  Dios  ejecuta 
por mano propia. 
Como  los  protestantes  célebres  que  me  antecedieron,  yo  también 
protesto.  Protesto  en  Si  bemol  mayor,  protesto  cantando,  protesto 
predicando,  protesto  escribiendo  versos,  protesto  delineando  escritos 
como éste, con mi forma de ser, con mi forma de vestirme, con mi forma 
popular de hablar cuando me dirijo a  la gente, con mi estilo marginal de 
cristianismo  no  organizado  y  jamás  sometido  al  dominio  de  las 
agonizantes organizaciones religiosas y con mis coloquios rutinarios entre 
amigos y conocidos: así protesto.  
Naturalmente,  sin  hacer  esfuerzo  físico  o  profesional  alguno,  toda  esta 
porción  espiritual  que  está  en  mí,  es  una  formidable,  irrenunciable  e 
irreductible  manifiesto  de  protesta  contra  todo  consejo  mundial  de 
iglesias,  contra  todo  concilio  de  iglesias  latinoamericanas,  contra  todo 
concilio  de  pastores  en  el mundo,  contra  toda  asociación    sagazmente 
llamada cristiana, contra toda fundación con piel de oveja cristiana, contra 
todo  el  aparato  ecuménico  internacional,  contra  toda  organización 
protestante  de  ciudad  importante,  de  barrio  o  áreas  rurales.  Yo, 
protestante: protesto. 
Protesto  en  Nombre  del  Señor  Jesucristo,  alineado  con  todos  los  que 
protestaron  antes  que  yo  y  con  todos  los  que  protestarán  en  los  días 
venideros, en  su  lucha abnegada y  feroz  contra el aparato blasfemo que 
cayó  como  una maldición  del  averno  sobre  los  hombres  y mujeres  que 
habitan el globo terráqueo. Protesto. 
En  mi  peregrinaje  latinoamericano  he  aprovechado  cualquier  resquicio 
para  protestar,  para  alzar  la  voz:  he  protestado  en  Argentina,  he 
protestado en Chile, he protestado en Perú, he protestado en Paraguay, 
he  protestado  en  Brasil,  he  protestado  en  Bolivia,  he  protestado  en Ecuador, he protestado en Colombia y he protestado en Venezuela, y he 
protestado  al  resto  del  mundo  vía  internet.  Alzo  mi  voz  protestando 
dondequiera que  vaya,  esté donde quiera que  esté, o  cual  sea  el medio 
por el cual me dirija a cualquier  interlocutor que sea. No me ha  ido bien 
con los "jefes" eclesiásticos: he experimentado el mismo rechazo que mis 
antecesores  protestantes  y  salvo  dos  o  tres  gloriosas  excepciones,  han 
vuelto a recibirme y se han hecho amigos  leales y definitivos. Los demás, 
dan vuelta la cara, se enojan otros, y no saben cómo decirme que me vaya 
los  más  complicados:  nadie  quiere  que  le  toquen  el  concepto  iglesia 
institucional que manejan. No tienen ninguna Escritura para defender sus 
posiciones  denominacionales,  lacayas  muchas  veces,  pero  no  aflojan, 
cuidan  su monstruito  sagrado  y  no  les  importa  absolutamente  nada  el 
destino de condenación que acarrean sobre sí mismos, como tampoco les 
importa  la  gente  que  hunden.  Sin  embargo  he  tenido  una  aceptación 
asombrosa  de  las  congregaciones,  aunque  después  son  "llamadas  a 
terreno"  por  sus  señores  dominantes,  quienes  después  se  encargan  de 
desvirtuar  todo colocándolos en "orden" otra vez. He experimentado  los 
mismos  descréditos  y  descalificaciones,  arrastro  las  mismas 
estigmatizaciones  que  los  protestantes  genuinos  ancestrales.  He  sido 
denunciado al mundo religioso, a través del  Internet,   como un  individuo 
peligroso, como poseedor de una apología peligrosa, como un hombre con 
otro  espíritu,  lo  cual  he  confirmado,  pues  tengo  otro  espíritu,  nada 
parecido con el espíritu de las organizaciones, católicas, protestantes y sus 
múltiples  subdivisiones,  y  sectas:  mormones,  testigos  de  Jehová, 
sabatistas,  branhamitas,  etc.  Y  aunque  ha  sido  desolador  mi  recorrido 
latinoamericano, no me cabe ninguna duda que hay miles más que no han 
doblado  su  rodilla  al  Baal  del  aparato  protestante  organizado  y  sus 
pequeñas réplicas sectaristas. Y, aunque así no hubiese más nadie, bueno, 
aquí  hay  uno  que  nunca  entregará  su  don  a  los  altares  de  la  iglesia 
organizada que convive inmoralmente con el aparato del estado, para que 
manoseen el don de Dios, para que usufructúen de él, para que  lo usen 
para atraer incautos a su trampa dogmática, para que me esclavicen junto 
a él, para que  lo manipulen para engrosar  sus arcas  y  cuentas bancarias 
con el ignominioso dinero que saquean a sus fieles, para que lo usen para 
construir  sus  imperios  personales:  jamás.  Porque  el  cristiano  tiene  ese 
espíritu  de  los  tres  jóvenes  que  fueron  lanzados  al  horno  de  fuego 
ardiendo, quienes frente a la advertencia del rey respondieron: "¡Nuestro 
Dios, a quién servimos, puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de 
tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus 
dioses...!" Dan. 3:17, 18. Estoy asumido en mi condición, vocación y destino. Recuerdo ese episodio de la historia de Nicaragua, cuando fue emplazada 
por  el  imperio  protestante  norteamericano  a  que  se  rindiese. 
Prontamente  el  gobierno  nicaragüense  redactó  su  documento  de 
rendición:  toda  Nicaragua  se  rinde.  Pero,  desde  algún  rincón  de  la 
montaña nicaragüense, emergió el manifiesto  inmortal de Augusto César 
Sandino  (desaparecido hasta el día de hoy):  "¡Toda Nicaragua  se  rinde... 
menos  uno!"  He  comprendido  cabalmente  por  qué  nuestros  hermanos 
mártires  perecían  cantando  en  sus  hogueras,  en  sus  martirios,  en  sus 
asesinatos  metódicos  y  por  qué  salían  corriendo,  glorificando  al  Señor 
Jesucristo al encuentro de  las fieras, para ser muertos antes de que estas 
los  persiguiesen  por  la  arena  de  sus  exterminios.  Yo,  protestante: 
protesto. 
Protesto  contra  el  aparato  blasfemo  de  la  religión,  porque  me  ha 
bendecido el mismo Espíritu, un Espíritu mayor que yo y no me ha soltado 
nunca;  y  que  de  ninguna  manera  me  ha  permitido  venderme,  transar, 
hacer  las  paces,  negociar,  practicar  coinonías,  ni  alianzas  o 
reconciliaciones  con  la  poderosa  organización  religiosa  terrenal.  Es más 
fuerte que yo, no puedo contra este Espíritu. He intentado desligarme de 
él durante décadas, pero siempre está en mí.  Y aunque esta rebelión que 
me provoca  contra  lo eclesiástico va  contra mis aspiraciones de humano 
natural, contra mis sueños legítimos y contra mi legítimo proyecto de vida 
humano y material, siento un regocijo  íntimo cuando empieza a obrar en 
mí, siento un gozo inmenso cuando me lleva a expresar lo contrario que se 
espera de un predicador  cuando me ocurre predicar para  la gente de  la 
organización;  siento  regocijo  cuando  soy  expulsado  de  sus  territorios 
sectarios  porque  no  les  ha  hecho  gracia  mi  canción  protestante  y 
contestataria. Siento júbilo, solaz, una alegría inenarrable cuando conozco 
que  un  Espíritu mayor  que  los  espíritus  que    hay  en  el mundo  religioso 
obra  en  mí,  vive  en  mí,  se  agita  en  mí,  conduciéndome,  guiándome, 
dándome cobertura, defendiéndome, fortaleciéndome e inspirándome. Es 
un Espíritu de un reino que no es de este mundo, es el Espíritu de un Rey 
de reyes; y ocurre que un Rey no se somete aunque esté cautivo: no deja 
de  ser  un  rey.    Como  así mismo  un  hijo  de  un  rey,  encadenado  donde 
quiera que le ocurra la desgracia de la esclavitud, sigue siendo un hijo del 
rey. Cosa inmerecida, pero a la vez portentosa, esto de estar investido del 
poder  del  Rey  de  reyes  y  Señor  de  señores.  Así  como  lo  están  mis 
hermanas  y  hermanas  en  Cristo  Jesús,  Señor  y Dios  nuestro,  único Dios 
nuestro. Protesto. 
Yo,  protestante:  protesto  contra  la  clase  jerárquica,  devenidos  ya  en 
nicolaítas profesionales, posicionados intrépidamente ridículos en el lugar de  Dios,  comandando  una  iglesia  blasfema,  hereje  y  apóstata,  que  ha 
pervertido  el  Nombre  de  nuestro  de  Dios,  la   Biblia    y  su  mensaje  de 
salvación por  todos  los  rincones de  la  tierra,  convirtiéndolos en  íconos y 
herramientas  de  castigo,  amenazas,  tormento  y  perdiciones,  a  contra 
mano  frontalmente  con  esta  dispensación  de  Gracia  y  Salvación 
inaugurada a precio de sangre divina en la persona del Salvador, Salvador, 
Salvador, no Condenador, Salvador, Salvador.... 
Yo,  protestante:  protesto  contra  todos  estos  acomplejados  musiquitos 
evangélicos que envenenaron con alabanzas comerciales  la adoración de 
todos  los  esclavos  religiosos  de  la  tierra. Protesto  de  todos  ustedes  que 
convencieron  a  las  masas  religiosas  que  la  embriaguez  del  ritmo  y  del 
vacilón  son  la  expresión  celestial  del  don  del  Espíritu  Santo,  de  Su 
Avivamiento,  usando  para  ello  todos  los  ritmos  seculares  y  comerciales 
que  han  llevado  a  la  perdición  a  todos  los  habitantes  de  la  tierra.  Yo, 
protestante,  protesto  en  contra  de  todos  los  salmistas  rockeros,  contra 
todos  los  salmistas  del Hip-hop,  contra  todos  los  salmistas  del  reggae  y 
todas  esas  salomés  evangélicas  pentecostales,  trinitarias  y  unitarias, 
pintarrajeadas, que bailan y mueven  sus caderas "alabando" como no  se 
animaría  a  practicarlo  delante  de  su  Rey,  Señor  y  Salvador  ni  María 
Magdalena,  ni  las  hijas  de  Felipe,  ni  María,  la  madre  de  Jesús,  ni  las 
esposas  de  ninguno  de  los  apóstoles  que  el  Cristo  mismo  eligiera.  Yo, 
protestante:  protesto,  como  músico  y  creador  de  mi  propio  repertorio 
cristiano  de  la  canción,  contra  todo  el  aparato  artístico  evangélico  y  sus 
estrellas apostatas de la canción, fabricadas y dirigidas según los índices y 
las  investigaciones  del  mercadeo  del  consumismo  religioso.    Yo, 
protestante,  protesto  contra  esta  última  generación  de  musiquitos  y 
cantantes  evangélicas  "profesionales"  de  esta  última  expresión 
dispensacional  que  avergüenzan  directamente  a  toda  esa  comunidad 
artística  y  religiosa, muy,  peligrosamente  parecida,  orillando  lo  idéntico 
que hundió a los habitantes de Sodoma y Gomorra. 
Soy músico  y  creador  de mis  propias  alabanzas,  desde  el  año  1972  he 
mantenido un proceso constante de creación, exclusivamente en base al 
don recibido de Dios, cosa que no nace de hombre alguno. A partir del año 
2000 y a 20 años de haber abandonado Chile y sus iglesias, he cantado mis 
alabanzas  por  diversos  países  de  Sudamérica,  con  y  sin  amplificación,  a 
capela inclusive, como en Venezuela, cuando la esposa de Cirilo, el pastor 
de  Barquisimeto,  me  pedía  que  lo  hiciese  en  las  reuniones  que  se 
practicaban  en  los  hogares más  carenciados  y  hasta míseros  del  barrio 
suburbano donde ministran el evangelio hasta el día de hoy. He cantado 
mi  canción  en  canales    de  televisión  evangélicos  y  en  cárceles,  y  en reuniones  hechas  en  canchas  de    fútbol,  en  las  plazas  de  ciudades 
importantes,  en  el  campo,  en  iglesias  gigantescas  y  millonarias,  y  en 
ignorados y reducidos cultos de montes y suburbios: nunca cobré a nadie 
para  cantar  a  Dios,  pese  a  que  en  algunas  iglesias me  han  preguntado 
directamente  cuánto  les  cobraría  para  hacer  mi  presentación  en  sus 
congregaciones, a  lo cual siempre he respondido que absolutamente solo 
recibiría  una  ofrenda  voluntaria,  si  es  que  se  usa  así  o  si  es  que 
espontáneamente  acuerdan  hacerlo  así,  si  no,  nada;  porque  cobrar  un 
monto,  más  pasajes,  estadía  y  viáticos,  como  hacen  los  cantantes 
evangélicos  de  hoy  en  día,  no  solo  me  parece  una  barbaridad,  es  un 
escarnio,  una  blasfemia,  una  renegación  de  un  don  de  Dios  entregado 
gratuitamente, un insulto al pueblo de Dios y al Espíritu que ha convertido 
a un puñado de hombres y mujeres en cristianos, hijos e hijas de Dios, es 
incalificable.  Soy  de  esos  trovadores  que  prefiere mil  veces  cantar  para 
dos o tres hijos e hijas de Dios, congregados en un patio, un campo, una 
modesta casa de  familia a cantar para un par de miles de pobres diablos 
religiosos  engañados  bajo  el  influjo  de  la  moderna  canción  comercial 
evangélica,  donde  satisfacen  sus  vanidades  y  deseos  de  fama  y  gloria 
eclesiástica todos esos tristes y patéticos seres elevados al estrellato de la 
canción religiosa. Protesto, claro, porque  los trovadores de Dios nacieron 
atados a una canción de un Reino que no es de este mundo. 
Hubo una historia que es digno de  relatar aquí, acerca de un  llamado al 
altar que  se hizo en esas  impresionantes  campañas evangelísticas de  los 
50'/60', en  los Estados Unidos. Cuando el evangelista auspiciado por esa 
famosa  organización  llamada  Hombres  de  Negocio  del  Evangelio 
Completo, que entre sus muchas empresas auspiciantes apoyó también al 
tal Swagartt, hizo el clásico  llamado de arrepentimiento que corona cada 
reunión de campaña protestante, más de 1.500 personas se abalanzaron 
hacia  la  plataforma  para  hacer  su  profesión  de  fe.  Un  ministro  que 
acompañaba  al  evangelista  en  la  plataforma  se  maravilló  y  sin  poder 
contenerse  se  dirigió  eufórico  al  predicador  diciendo:  "¡Hermano 
Branham,  son más  de mil  quinientas  las  almas  salvadas  en  esta  noche 
gloriosa, aleluya...!" El evangelista se volvió a él respondiendo: "Hermano, 
la persona que será salva esta noche, no está en esta reunión." Yo tengo la 
absoluta  certeza  de  que  yo  he  repartido  mi  canción  entre  muchas 
personas como esa que no estaba entre esos 1.500 de  la campaña oficial 
protestante. 
Protesto  de  estos  especímenes  "cristianos",  como  este  pobre  y  mísero 
hombre  de  México,  que  acaparó  todos  los  escenarios  apóstatas  de  la 
canción  "cristiana"  protestante,  trinitarios  y  unitarios,  influyendo  a  una abrumadora  mayoría  de  musiquitos  de  estos  centros  eclesiásticos, 
incluyendo a los sectarizados cantantes branhamitas, y arrastrando tras sí 
a  todas  las  congregaciones  organizadas  con  sus  alabanzas  comerciales, 
para después dejarlos a todos con así una trompa abierta al darse vuelta 
espectacularmente  hacia  el  masivo  y  universal  complejo  eclesiástico 
católico  y  sus millares de profesantes. Yo, protestante: protesto de  toda 
esa  basura  comercial  religiosa,  digna  de  cerdos  y  de  perros,  que  nos 
venden queriendo hacernos creer que son cantantes de Dios. Protesto, sí, 
señor,  re  contra protesto. Protesto de  todas esas  canciones ecuménicas, 
trinitarias, comerciales, y blasfemas que son un verdadero insulto dirigido 
en contra de la Omnisciencia de Dios y a la inteligencia de sus hijos e hijas 
que  no  han  doblado  su  rodilla  ante  el  baal  internacional  de  la  canción 
marketinera de la religión. 
Yo,  protestante:  protesto  contra  la  iglesia  protestante  mundialmente 
organizada,  porque  son  el  bastión  que  ha  apertrechado  satanás  para 
engañar aun a los elegidos, si fuera posible, lo que no será así porque sus 
elegidos no son guiados ni santificados por el poder político, económico y 
religioso  de  la  organización mundial,  porque  sus  elegidos  son  guiados  y 
santificados por el único Espíritu que nadie engañará jamás: el Espíritu de 
Dios: Dios no puede ser burlado...No existe hombre, demonio, dios falso, 
ni papa, ni pastor evangélico, ni  religión alguna que engañe a Dios, a  su 
Espíritu o a  todos quienes han  sido  revestidos y sellados con Su Espíritu. 
Nada más equivocado que eso, nada más petulante que eso de parte de 
satanás y su religión organizada a nivel mundial. Yo, protestante: protesto.   
Cuando  faltaban dos años para entrar a  la década de  los 80', perdí  toda 
identificación  con  el  aparato  evangélico; hoy,  a  seis meses  transcurridos 
del año 2009, en Colombia, regresando de Venezuela, no puedo más que 
decir que el espectáculo eclesiástico del presente latinoamericano es más 
terrible que a finales del siglo pasado, demencial, temible, repugnante. La 
jerarquía se hizo aun más fuerte y existe tan naturalmente como sale o no 
el  sol  y  se  ha  hecho  tan  sagrada  como  si  sacralidad  de  Dios  hubiese 
dictaminado  su  existencia  como  ente  administrador  de  sus  corderos, 
dones,  revelaciones  y  derramamientos  del  Espíritu  Santo.  Todos  los 
puestos  jerárquicos,  salvo  honrosas  (pero  no  gloriosas  excepciones,  por 
cuanto toda jerarquía religiosa es nicolaísmo), están copados por personas 
absolutamente  materialistas,  tanto  por  la  voracidad  económica  que 
manifiestan,  tanto  por  las  herramientas  intelectuales,  teológicas  y 
dogmáticas que  emplean para  "fabricar",  esclavizar  y hasta para  reciclar 
seres humanos en sus rediles herejes, sectarios, organizados y blasfemos. 
Mi recorrido eclesiástico abarca nueve de los diez países más conocidos de Sudamérica: el  tema es  repetitivo hasta el hartazgo,  tanto en  las  iglesias 
de  tradición,  como  en  las  llamadas  "independientes";  tanto  en  las 
pentecostales como en las de la teología de la prosperidad, pasando por la 
cofradía  internacional  de  los  tabernáculos  branhamitas,  quienes,  en mi 
opinión  muy  personal,  al  margen  del  innegable  valor  del  mensaje  de 
Branham, han venido a ser lo peor que le ha pasado al cristianismo. No los 
considero peligrosos, ni a ellos ni a  la denominación en que convirtieron 
sus  tabernáculos,  nadie  representa  peligro  alguno  para  quienes  se 
congregan en el Nombre y bajo el amparo del Pastor de la Iglesia Viviente: 
los  considero  la  peor  desgracia.  Con  tan  elevado  concepto  sectario 
religioso  ellos  eran  los  únicos  que  podían  convertir  al  predicador 
norteamericano en el  ídolo que compite en deidad con  Jesucristo, en un 
co  Jesucristo,  en  un  vice Mesías:  nadie  que  no  nombre  a  Branham  en 
conjunto con el Salvador es reconocido espontáneamente como cristiano; 
todo aquél que no hable, predique y hasta piense en y como Branham, es 
puesto bajo sospecha de autenticidad cristiana. A estas alturas de la edad, 
con Branham  levantado a  la par de Jesucristo como un  ídolo protestante, 
cualquier  hombre  o  mujer  con  las  arras  del  Espíritu  Santo,  sabe 
cabalmente que ante esta desgracia religiosa branhamita debe hacer una 
elección, debe desprenderse de uno de los dos tal como están las cosas: o 
decide  por  Branham  como  la  expresión  laodiceana  de  la  deidad  de 
Jesucristo o elije a Jesucristo como el único poseedor de toda autoridad en 
el cielo y en la tierra, y ante el cual toda rodilla se doblará y confesará. Yo 
hice mi elección. Yo, protestante: protesto del desastroso ente organizado 
espontáneamente apodado tabernáculos Branham, Jesucristo no necesita 
ser  apuntalado  en  Su  Divinidad  por  el  hno.  Branham  ni  necesita  que 
Branham sea Su  Imagen  representativa en el mundo. Ellos han hecho de 
Branham  lo  que  la madre  de  Jacobo  y  Juan  quería  hacer  con  sus  hijos; 
ellos,  por  causa  de  su  ceguera  y  de  su  absoluto  desconocimiento  del 
Espíritu  Santo,  conocen  de  Dios  de  oídas:  leyendo  y  oyendo  las 
grabaciones  de  Branham,  y  nada  más.  Protesto  de  estos  ciudadanos 
laodiceanos branhamitas, que  se pasean  con  el  trasero  tan al  aire  como 
cualquier pobre  infeliz representativo de esta terrible y hereje edad de  la 
iglesia. Protesto a grito pelado y por todo el continente de ellos. 
Yo, protestante: protesto. Y no protesto porque me hayan pervertido una 
creencia  de  mi  autoría,  no  soy  autor  del  cristianismo.  Entonces,  no 
protesto  herido  en  mis  derechos  de  autoría  y  propiedad.  Protesto  de 
todas  las organizaciones  religiosas y de  todos su cachivaches dogmáticos 
al interior de ellas, sus fantocherías, imitaciones y supercherías, y de toda 
esa  caterva  de  seudo  ungidos  de  saco  y  corbata,  no  porque  hayan degenerado  una  religión  que  yo  hubiese  fundado,  protesto  porque me 
opongo naturalmente a que me metan  su dedo apóstata a  la boca y me 
quieran hacer creer que  son "ungidos" de Dios, "santos", "linaje" clerical 
de Dios, "ministros" de Dios, "iglesias" de Dios, "representantes" de Dios, 
"autoridades" de Dios sobre Su hombre y Su mujer, "intermediarios" entre 
Dios y los hombres, porque no les alcanza, se ven muy mal caminando en 
esa desnudez obscena y obsesiva, con una mano adelante y la otra en sus 
traseros dogmáticos, vendiendo la pomada profética de auténticos y hasta 
legítimos  hijos  réprobos  de  esta  apocalíptica  y  agonizante  edad  de 
Laodicea, delirando en bola, o en pelotas, o calatos que están altamente 
capacitados para engañar a algún elegido o elegida de Dios. Pero, Dios no 
es  ese  distraído  tontico  a  quien  cualquier  pobre  diablo  nicolaíta  pueda 
engatusarle uno  solo de  los  suyos. Y  los  suyos, no  son una  compañía de 
bobos, sonsos y pavos que confundirán a Dios con el diablo, o a la religión 
con  el  cristianismo,  o  que  confundirán  la  organización mundial  religiosa 
con el Reino de Su Padre Celestial. 
Yo,  protestante,  protesto  de  lo  que  han  hecho  con  Dios,  eso  es  lo más 
indignante: Primero  lo arrodillan delante de Constantino  y  le ponen una 
sotana y lo dejan bajo las órdenes de un emperador inconverso; después, 
matan en su Nombre todo lo que sea cristiano y se oponga a las canalladas 
y  perversidades  de  la  santa  madre  iglesia,  y  en  Su  Nombre  se  van  de 
Cruzadas, y en Su Nombre bendicen el exterminio de casi 70.000.000 de 
personas  en  Latinoamérica.  Más  tarde,  le  visten  de  pastor  evangélico, 
vistiéndole  de  traje  y  corbata,  así  lo  arrodillan  delante  de  todos  los 
gobiernos de la tierra y aun, lo arrodillan delante de la iglesia católica con 
el cuento del ecumenismo, para  terminar de emboscar al ser humano: si 
no  cae en  la  trampa  católica,  cae en  la  trampa evangélica. Ambos  ismos 
con el mismo discurso engañoso: la iglesia es la casa del gobierno de Dios 
sobre  los  hombres,  que  perversión  tan  grosera  de  la  realidad 
administrativa  de Dios,  porque Dios  gobierna  al  hombre  instalado  en  el 
corazón  del  hombre.  Yo,  protestante,  protesto.  Protesto  del  robo  y  la 
suplantación  eclesiástica,  protesto  del  robo  del  hombre  y  la  mujer 
destinados a  templos de Dios, protesto de  la enajenación del  templo de 
Dios  sobre  la  tierra:  el  hombre,  la  mujer  elegidos;  protesto  de  la 
suplantación  de  Dios  y  su  lugar  en  el  hombre.  Protesto  del  manoseo 
vulgar, metódico y reiterativo de la garra eclesiástica sobre El Santo. 
Yo, protestante, protesto. Porque somos seres humanos, y porque todo lo 
que se "usa", se exprime, engaña, se humilla y enloquece, se maltrata y se 
mata en  función de  los  intereses místico-materialistas de  la organización 
protestante  es  humano,  seres  humanos,  manos  humanas,  corazones humanos,  personas,  hombres,  mujeres  humanas.  Yo,  protestante, 
protesto:  no  somos  sangre  ni  carne  de  altar  evangélico  de  sacrificios 
humanos, porque el ser humano es el más alto privilegiado de Dios, quien 
es el genuino y único Padre de  todos  los seres humanos que martiriza  la 
iglesia.  Por  este  ser  humano  perdido,  se  vistió  de  ser  humano  y  vino  a 
ofrecerse  como  sacrificio  único  y  santo  por  seres  humanos,  humanos, 
humanos. Yo, protestante, protesto, porque occidentalizaron nuestro  ser 
humano, porque civilizaron al ser humano, porque transculturizaron al ser 
humano, porque americanizaron de american way of living al ser humano, 
porque  cristianizaron  de  cultura  eclesiástica  oficial  al  ser  humano.  
Protesto porque da  la casualidad que Dios, su mejor obra,  lo más amado 
creado  por  sus  manos  era  exactamente  un  ser  humano,  limpio,  libre, 
único,  individual,  inundado  del  hálito  de  Dios  para  ser  un  perfecto  ser  
humano viviente. Ese hombre humano no era católico, no era evangélico, 
no era ortodoxo, no era mormón ni testigo de Jehová, no era branhamita: 
era  sencillamente  un  ser  humano,  creado  humano  por Dios.  Protesto  lo 
que  la  iglesia  ha  hecho,  hace  y  continuará  haciendo  contra  este  ser 
humano. Yo, protestante, protesto, pero, no sé, mira: a dos manos contra 
el daño irreparable que inflige la religión organizada a todos los individuos 
que  cruzan  sus  puertas  del  artificio  dogmático,  místico  materialista. 
Protesto  contra  ese método  canalla de destruir  seres humanos desde  la 
misma  infancia  con modelo  de  iglesia  protestante. Mira,  protesto  de  tal 
envergadura  contra  la  iglesia  denominacional  protestante  que  hasta 
protesto en  contra de  sus bancas,  contra  sus  floreros,  contra  sus afiches 
con  lecturas  bíblicas,  protesto  contra  el  mueble  del  púlpito,  protesto 
contra sus altares de madera barnizadas, protesto hasta de la escoba que 
usan para barrer y el trapero que limpian los pisos de las iglesias. No sé si 
te doy una idea del tamaño de mi protesta. 
Yo,  protestante,  protesto  protesta  aparte,  absolutamente  elevada  de 
tono, bulliciosa, eufórica, pero, no sé, protesta en oposición y reprobación 
tridimensional  en  contra  de  todos  estos ministros  lastimeros  y  rastreros 
de  Latinoamérica  que  le  siguen  babeando  los  ritos,  las  blasfemias,  los 
cuentos  y  los  nicolaísmos  anglosajones  de  esta  incesante  plaga  de 
misioneros usamericanos,  como  si  fuesen  los patriarcas del  credo  latino, 
los padres rubios de la iglesia protestante amerindia. Protesto de protesta 
incontenible  el  servilismo  interesado  de  los ministros  que  se  arrodillan 
delante del ministro norteamericano y venden sus primogenituras por un 
plato de lentejas dolarizadas del imperio protestante criminal más grande 
de la historia universal. Yo, protestante, protesto contra todos estos pastorcillos de nariz parada, 
soberbios, mitómanos, acomplejados y avaros y codiciosos que saquean al 
pobre,  incluso  refregándoles  malamente  el  ejemplo  de  la  viuda  que 
ofrendó  las dos blanquitas. Protesto de esa crueldad maléfica de  trajinar 
los  bolsillos  del  pobre  rasguñando  hasta  el  último  peso  con  la  cantinela 
malvada del "dé hasta que  le duela", mientras  se engruesan  sus cuentas 
bancarias  y  levantan  sus  niveles  sociales,  a  la  par  que  el  hambre  sigue 
siendo el principal acoso de  los corderos y ovejas que despojan. Protesto 
de  todos  estos  ministros  miserables  y  tacaños  que  jamás  repartirán  el 
saqueo con sus propios pobres congregantes. Protesto de estos ministros 
millonarios,  ricos  en  dinero  extraído  al  pobre  y  ricos  en  posesiones. 
Protesto de estos ministros aristocráticos, famosos de los medios, que van 
y  vienen  por  el  mundo  de  turistas  recolectores  de  divisas,  exponiendo 
charlas místico materialistas  y  haciendo  revolcar  al mundo  entero  en  su 
concepto  falaz  y  ridículo  del  recibimiento  del  Espíritu  Santo:  protesto 
seriamente contra ellos. 
Protesto muy enfervorizado contra los pastores chamánicos, esos pastores 
brujos  y  hechiceros que  no  disciernen  el  poder  del  Espíritu  Santo  de  un 
espíritu de gallina clueca y que después de usados  los métodos cristianos 
naturales,  vencidos  por  su  total  ausencia  de  fe  de  Cristo,  inducen  a  sus 
congregantes  a  practicar  brujerías  caseras  para  sanar  sus  enfermos  o 
solucionar  sus  problemas;  o  que  practican  ellos  mismos  sobre  sus 
corderos esas artes hechiceras de sanación: quiebra de empachos, males 
del ojo y un sin fin de chucherías y malabares afines. 
Yo,  protestante,  protesto  de  los  sofistas  profesionales  del  clero 
protestante,  protesto  de  estos  exégetas  aristotélicos  que  organizaron  el 
credo,  el  discurso,  la  doctrina  y  el  perfil  dogmático  de  la  iglesia 
protestante.  Protesto  del  irreparable  daño  infligido,  protesto  de  sus 
alcurnias, protesto de ese aire aristocrático con que enfrentan al ministro 
sencillo, al creyente analfabeto, al cristiano carenciado. Protesto del falso 
círculo  inaccesible que crearon en torno a ellos con  la  falacia escolástica, 
protesto de su aberrante mamotreto filosófico denominado teología, con 
el  cuál  imponen  el  criterio  religioso  blasfemo  de  interpretar  la  Sagrada 
Biblia. Protesto de sus angelologías, protesto de sus cristologías, protesto 
de  sus homiléticas, protesto de  sus hermenéuticas, protesto de  toda esa 
caterva  híbrida  e  intelectualoide  a  lo  cual  llaman  "sabiduría  de  Dios", 
"conocimiento"  de  la   Palabra  de  Dios  y  todas  esas  blasfemias  que  me 
erizan  los  pelos  de  solo mencionarlas.  Protesto  con  la  cara  roja,  con  los 
dedos crispados, protesto hasta con  los puños alzados en contra de toda 
esta  leva de  jerarcas  altamente  especializados  en  la  violación gramática, interpretativa  y hasta en  la  forma de  leer  las enseñanzas  y  la  revelación 
que  significa  el  súmmum  total  de  las  Sagradas  Escrituras:  la  Palabra  de 
Dios  expresada,  por  lo  cual  es  conocido  nuestro  Único  Dios  Viviente  y 
Verdadero de toda  la humanidad. Protesto de manera sideral contra esta 
canallesca manera religiosa de manosear la Palabra de Dios. 
Protesto  enérgicamente  contra  esta  desquiciada  pandilla  eclesiástica  de 
mujeres  de  púlpito,  profetisas  denominacionales,  brujas  y  hechiceras 
pentecostales que ostentando el título de pastor, sacian sus recalcitrantes 
ansias  feministas  tomando  dominio  sobre  comunidades  completas  de 
insignes  ignorantes  despistados,  que  se  rinden  ante  sus  actitudes, 
comportamientos  y  homilías  de  rebelión  contra  el  género  masculino, 
como  si  el  hombre  creado  por  Dios  las  hubiese  desbancado  de  su 
condición  original, manifestando  un  absoluto  abismo  de  conocimiento  y 
ubicación, porque fue Dios mismo quien dictaminó sus castigos. Ciegas de 
feminismo  influenciado  por,  cuando  no,  el  sistema,  desahogan  sus 
complejos  de  género  con  el  hombre,  que  también  sufrió  sus  castigos 
divinos  y que  también espera  ser  re posicionado a  su  condición original. 
Protesto contra estas pobres féminas religiosas que suben a los púlpitos a 
cadenciar  sus  sensualismos,  vistiendo  de  manera  audaz,  provocativa, 
resaltando  lo más  llamativo de sus cuerpos, engañadas en  la cantinela de 
que así "ganan almas para Cristo". Protesto con el estómago encogido de 
repulsión contra estos entes femeninos organizados. 
Protesto de  la organización mundial del protestantismo, protesto de  sus 
jerarquías,  protesto  de  sus  negociaciones  con  el  sistema,  protesto  de 
todas sus versiones eclesiásticas del engaño: de sus estilos mormones, de 
sus modos testigos de Jehová, de sus métodos sabatistas, de sus maneras 
branhamitas,  de  sus modos  unitarios,  de  sus  tácticas  trinitarias,  de  sus 
intenciones  colonizantes,  de  su  auténtica  intención  transculturizante, 
civilizante,  europeizante,  americanizante,  judaizante;  protesto  de  su 
hipócrita propósito ecumenizante.  
Yo,  protestante,  protesto  de  todos  esos  solemnes  y  cejijuntos ministros 
iluminados  que  discuten  de  Dios,  enseñan  de  Dios,  debaten  sobre  el 
nombre  de  Dios  y  de  todas  las  doctrinas  y  cosas  afines  al  cristianismo, 
cómodamente  instalados  en  un  templo  "legal  y  jurídico",  según  las 
ordenanzas  del  estado,  como  unos  auténticos  ministros  y  sacerdotes 
babilónicos,  persas  o  católicos,  incrédulos  y  enemigos  del  templo 
verdadero  de  Dios  que  es  el  hombre.  Protesto  de  todos  ellos  que      
ignorantes o conscientes ministran sus iglesias convenciendo al mundo y a 
Dios  que  sus  iglesias  son  Su  Templo  y  sometiendo  a  condenaciones  y castigos, a sus pamplinas y devaneos eclesiásticos al verdadero templo de 
Dios en la tierra: el hombre y la mujer elegidos. 
 Yo,  protestante  sudaca:  protesto  de  todos  ellos.  Frente  a  sus  patéticos 
esfuerzos  payasescos  por  convencernos  de  su  "auténtico"  parentesco 
oficial  y organizado  con  la Única Divinidad, protesto. No me  llamo  Elías, 
aclaro,  y  no  practico mesianismos  de  fin  de mundo,  todos  quienes me 
conocen  saben que de  iluminado no  tengo ni pizca: protesto de ellos de 
manera cabal, sobrio y con la tranquilidad y naturalidad de todo aquél que 
conoce su oficio y posición en la Iglesia del Dios Viviente. Protesto de ellos 
con la espontaneidad de todo aquél que tiene el espíritu que Dios decidió 
para  los suyos. Y aunque mi protesta es una cuestión normal, por cuanto 
somos  opuestos,  no  se  confunda  mi  protesta  como  algo  educado  y 
teológico que evolucionará con el ritmo natural del proceso religioso de la 
humanidad, eso es un error: protesto con el Espíritu de Dios que no muta, 
no  cambia  ni  se  retracta;  con  el  Espíritu  del  Nazareno  que  protestó  de 
toda la jerarquía religiosa hebrea del templo de Salomón y con las mismas 
intenciones:  sin  ánimo  de  reconciliación  alguna,  sin  intenciones  de 
encuentros por un diálogo en pos de  la unidad  futura, sin  inclinaciones a 
ningún  tipo de  revisionismo  en  las  relaciones mutuas,  sin  interés  alguno 
de  tomar  alguno  de  sus  conceptos  para  agregarlos  a  los míos  o  de  que 
ellos  tomen  alguno  de  los  míos  para  una  integración,  aceptación  o 
sincretismo de gesto  fraterno para ampliar o aunar en parte  siquiera mi 
criterio  con  el  de  ellos,  o  viceversa.  No  hay,  de  ninguna  manera, 
intenciones  que  manifiesten  una  intención  de  compañerismo  entre  mi 
militancia y  la administración  falaz del  cristianismo herético e híbrido de 
ellos; no, no la hay. No se confunda mi protesta serena, musical o literaria, 
o  de  charla,  conferencia  o  discurso,  y  sin  intención  alguna  de  violencia 
física  contra  personas  o  establecimientos  religiosos,  o  propiedades  de 
ellos,  con  aspiraciones  o  necesidades  de  cobertura  o  de  convivencia 
pacífica con ellos. Eso no ocurrirá jamás, pese aun a la numerosa cantidad 
de  amigos  y  amigas  hermosas  y  sinceras  que  viven  al  amparo  de  sus 
campos de concentración de almas: mis amigos y amigas, si son genuinos 
cristianos experimentando solo una etapa del Camino entre ellos, deberán 
salir fuera de ellos, si algún día  les es dado que oigan  la voz de Quien  les 
está  llamando  a  salir  fuera  de  toda  organización  y  complejo  religioso 
establecido  por  cuenta  del  hombre  sobre  el  planeta.  Porque  no  es  un 
capricho dogmático el mío, ni soy yo quien ha institucionalizado el llamado 
del  fin  de  los  tiempos  para  Su  Pueblo,  no  se  me  hubiese  ocurrido:  yo 
hubiese  entrado  a  disputar  al  seno  de  la  organización  y  a  luchar  por 
mejorarla,  nunca  se  me  hubiese  ocurrido  sacarlos  al  descampado,  a campo abierto, nunca fui tan vivo, ni avispado, ni "sabido", como dicen en 
Ecuador. Es Dios quien está voceando el último llamado a la última iglesia 
de  la última edad, en  los días  finales de  la Dispensación de  la Gracia. Es 
Dios  quién  los  quiere  fuera.  No  se  interprete mal: mi  protesta,  aunque 
exenta  de  violencia  física  religiosa,  es  intransable,  innegociable, 
irrenunciable y no tiene prevista ningún tipo de reconciliación ecumenista 
con  la  otra  iglesia,  la  que  representa  la  natural  y  legítima  inclinación 
religiosa de los hombres y mujeres naturales que conforman la mayoría de 
la humanidad. No, rotundamente no, no bajo  la  investidura e  Inspiración 
del Espíritu de Dios que no cambia. No, porque no soy hijo de un Dios que 
hace  según quiere, organiza y ordena el Sistema, porque  soy hijo de ese 
Dios que quiere, demanda y espera que el Sistema haga Su Voluntad como 
Él  quiere. No,  porque  no  convertiré  jamás  a  ninguno  de  ustedes,  ni  con 
palabras  ni  con  actitudes,  en  obreros  de  la  viña  de mi  Padre  y  porque 
ninguno de ustedes me convertirá jamás al falso viñedo eclesiástico que se 
acomodó tan bien a este mundo. No, porque yo nací inclinado sin remedio 
al Reino que no es de este mundo y nadie ha construido aun la iglesia que 
enderezará mi inclinación hacia el Reino de mi Rey. 
Yo, protestante: protesto, protesto, protesto... 
Colombia, Julio de 2009 
Ecuador, Agosto de 2010. 
Rafael Mendoza. 
rafelomema@hotmail.com 
salmistas_amerindios@yahoo.com.ar