SALMISTAS AMERINDIOS
Un revisionismo de la 
Iglesia Protestante en 
Latinoamérica 
Ensayo 
Rafael Mendoza 
Colombia 2009/Ecuador 2010 
Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y 
no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.  
UN REVISIONISMO      DE LA IGLESIA       
PROTESTANTE DE LATINOAMÉRICA       
RAFAEL MENDOZA     
A Alexander Lozano, pastor de Colombia, 
mi entrañable hermano de Cali. 
A Cirilo, pastor de Barquisimeto, 
compañero leal en Cristo. 
A Alfredo y su esposa,  pastor en Barquisimeto, 
 por su hospitalidad amplia y sincera. 
A mi buen guaro venezolano: Orlando, y su esposa, 
pastor en Barquisimeto, 
por su protección y hospitalidad ilimitada. 
A Alex Muñoz, pastor en Barinas, 
por su hospitalidad férrea e inquebrantable. 
A Gerson y esposa, mis excelentes compañeros de Barinas. 
A Libni y su gesto de amor inolvidable, junto a su esposa. 
A Donald, por sus atenciones y regalos. 
A Abdón, padre de todos ellos y pastor en el sur oriental de Barinas, 
por su amplitud de criterio y hospitalidad a toda prueba. 
A Rosita,  
la viuda casi octogenaria de Armenia, Colombia,  
que me hospedó pese a su irreductible pobreza. 
A Edín Maldonado, amigo sincero, 
ex militar ecuatoriano, que me hospeda en su casa 
en los días que escribo este libro.    
CAPÍTULOS 
                      I………….……………………………...………......….. Sincretismo 
                      II………….…....………..……..……………….….........…  Religión  
                      III.………..……....…..………….…….……..La Organización 
                      IV…........Los jerarcas de la iglesia protestante 
                      V.………...…....El hombre y la mujer eclesiásticos 
                      VI......………….…………………….....….La Sagrada Biblia 
                      VII…………..…..…………………..….…..……..…   La Teología 
                      VIII...…….….…………………..……….….....Los Misioneros 
                      IX…………….…………….…..…….….…..... La Restauración 
                      X…….……….……………...….....…..   Los Independientes 
                      XI….…………………....... Los Salmistas protestantes 
                            XII…………………………………….……………La Prosperidad                                                          
                      XIII…………………..……………………..….…........... El Reino 
                      XIV……………………….............Los Ministros de Dios 
                      XV……..…………………......... La historia de la iglesia 
                      XVI……………………..………….…………………….…........… Dios 
                      XVII………………........ Yo, protestante: ¡Protesto! 
PALABRAS PRELIMINARES 
Yo, como todos los mortales, siempre creí que la iglesia era la casa de Dios. 
Siempre creí que era natural ir a la iglesia cuando de Dios se trataba. Tuve 
tratos con Dios, es decir, Dios inició sus tratos conmigo a mis seis años de 
edad.  A  esa  edad  vi  a  Jesucristo  parado  a  los  pies  de  mi  cama  y  sus 
harapos  cobertores,  con  los  brazos  abiertos  y  mirándome.  Y  yo,  a  esa 
edad,  no  iba  a  la  iglesia,  tampoco  dormía  en  la  iglesia,  vivíamos  lo más 
digno  que  se  podía  en medio  de  una  pobreza  que  hasta  el  día  de  hoy 
agradezco a Dios, porque en medio de ella inició sus tratos conmigo. A los 
siete  años  de  edad, me  escapaba  como  podía  de  casa  y me  iba  a misa. 
Sobre la colina se levantaba una capilla administrada por un cura  español, 
me gustaba entrar a esa iglesia, porque sentía esa religiosidad envolvente 
que  me  producía  paz.  Sin  embargo,  mi  historia  personal  con  la  iglesia 
católica  es  reñida:  cuando  mis  padres  quisieron  bautizarme  en  el 
catolicismo,  el  cura  nos  rechazó  a  todos  porque  la  madrina  que 
presentaron  para  mi  bautismo,  era  evangélica.  En  la  capilla  del  cura 
español hice mi catecismo, fui el más aplicado de los niños catequistas, el 
primero de  esas  clases,  entonces, mis padres me arreglaron  como mejor 
pudieron  y me  llevaron  el  día  indicado  a mi  Primera  Comunión:  el  cura 
español me  rechazó porque  iba  descalzo;  y  cómo  no,  éramos pobres, no 
alcanzaba  para  zapatos;  yo  iba  descalzo  aún  a  la  misma  escuela  que 
dirigía  el  mismo  cura,  y  el  mismo  cura  me  había  hecho  las  clases  de 
catecismo  que  aprobé,  como  dije,  siendo  el  primero.  Así  que,  de  alguna 
manera, he  vivido  libre de  todos esos  sacramentos  católicos. A mis ocho 
años de edad, apareció mi  tío Daniel Bobadilla,  recién convertido, con su 
mensaje  evangélico;  habló  tan  convincentemente  a  mi  madre,  en  una 
escena  que  nunca  olvidaré:  ambos  se  sentaron  a  la mesa  del  comedor, 
cuando ya empezaba a oscurecer y con una vela encendida sobre la mesa, 
charlaron largo, mientras yo miraba desde el patio. De pronto, terminaron 
la conversación, mamá nos  llamó, nos  lavó  la cara,  las manos, nos peinó, 
nos  cambió  ropas  y  salimos  todos acompañados de Daniel  y el hermano 
Bahamondes, su compañero evangélico de aquél día, rumbo a  la primera 
iglesia evangélica que yo conocería. Desde entonces, mi mamá nunca dejó 
de creer y de militar en el protestantismo. A mis nueve años de edad, me 
bautizaron  por  aspersión  en  una  iglesia  evangélica  pastoreada  por  una mujer. A mis quince años,  influenciado por  la corriente natural de  la vida 
en  la escuela,  los amigos y el cine, me alejé de  las  iglesias. Pero, cada vez 
que  conocía  un  compañero  de  colegio  que  era  evangélico, 
automáticamente me  identificaba con él. Sin embargo, yo era muy reacio 
a militar  en  alguna  iglesia. Mi mamá me  insistía mucho  sobre  el  tema, 
pero yo desoía sus consejos y deseos, a veces hasta con malas palabras le 
rechazaba.  Mis  hermanas  y  hermanos  pequeños,  tuvieron  otra  suerte, 
eran  golpeados  frecuentemente  y  obligados  a  ir  a  reunión  con  ella. Una 
mañana  de  1972,  a  mis  dieciocho  años  de  edad,  solo  en  mi  cuarto 
marginal, me  puse  a  leer  un  folleto  evangelístico  que  recibía mi madre 
desde  Oregón,  U.S.A.  Al  final  del  folleto  había  un  espacio  dedicado  a 
reproducir  cartas  de  los  lectores  y  con  una  sorpresa  de  proporciones, 
descubrí allí una carta de mi madre, en ella pedía  la oración por mí, para 
que  Dios  me  convirtiera  de  mis  caminos  desordenados  en  un  buen 
cristiano. Eso  fue un buen golpe al hígado: no me enderecé  jamás de ese 
golpe.  Fue muy  impactante  para mí  leer  esa  notita, me  dejó marcado. 
Meses después, en ese mismo año, tuve un sueño, ocurría en el patio del 
colegio,  bajaba  del  segundo  piso,  de mi  sala  de  clases,  y  parado  en  el 
pasillo me  daba  cuenta  que  todos mis  compañeros  de  colegio miraban 
hacia el cielo. Salí del pasillo rumbo a ellos y levanté mi vista hacia el cielo 
y vi que descendía de lo alto una multitud de lenguas de fuego. Al llegar a 
la  altura  de  nosotros  se  transformaron  en  una  única  lengua  de  fuego 
descendiendo lentamente directo sobre mi cabeza. Entonces, fue que sentí 
un fuerte estremecimiento y una presencia  interior poderosa que me hizo 
arrodillarme  a  orar  a  todo  grito.  Mi  preocupación  era  pedir  por  mi 
salvación, por la de mis padres y por la salvación de todos mis amigos allí 
presentes  observando  todo.  De  a  ratos  la  lengua  de  fuego  hacía 
movimientos  de  elevarse  y  regresar  al  cielo,  pero  yo  clamaba  aun más 
fuerte diciendo: "¡No te vayas, Señor, aun! ¡Tengo muchas cosas más por 
las cuales pedirte!" Y la lengua de fuego se detenía y continuaba asentada 
sobre  mi  cabeza,  no  apoyada  en  ella,  sino  suspendida  a  unos  pocos 
centímetros de mi cabellera. La sensación física  interior que sentía era de 
una hermosura sublime, sudaba muchísimo orando, clamando y adorando 
a  la  vez,  hincado  en medio  de  todos mis  compañeros  que me  rodeaban 
curiosos  y  sorprendidos  del momento. De  pronto,  la  lengua  de  fuego  se 
elevó  y  yo  me  quedé  allí  hincado,  con  la  cabeza  gacha,  un  poco 
avergonzado  delante  de mis  compañeros  por  lo  ocurrido,  por mis  gritos, 
por mi  arrodillamiento  y mis  oraciones.  Cuando  levanté  la  cabeza  para 
mirarlos, ellos nuevamente miraban hacia el cielo, miré hacia donde ellos 
miraban  y  vi  que  la  lengua  de  fuego  se  transformaba  en  una  hermosa paloma blanca que remontaba los cielos aleteando suavemente. Entonces, 
desperté  y me  senté  de  un  salto  en  la  cama,  sudado  y  pensando  en  la 
vergüenza que pasaría ahora, porque el sueño había sido tan real, que creí 
que  todos  en  casa habían despertado  y me habían oído. Más  vergüenza 
aun me daba de  lo que me  iba a decir mi madre, porque yo  resistía muy 
terco todas sus palabras relacionadas con eso de ir a la iglesia y servirle a 
Dios. Era una derrota para mi orgullo y capricho juvenil. Pero, nadie había 
oído  nada.  Sin  embargo,  desde  ese  día,  una  presencia  leve  y  dulce  de 
espiritualidad empezó a acompañarme y... volví a la iglesia evangélica. 
Por  primera  vez,  empecé  una  vida  que  yo  creía  cristiana,  de  iglesia,  en 
1972, ayunaba medio día  y oraba mucho. Alternaba mi asistencia a una 
iglesia pentecostal  trinitaria con una  iglesia presbiteriana. Mi cambio  fue 
notorio en mi colegio, pues allí yo fui un destacado indisciplinado, rebelde 
sin  causa  y  cantante  escolar  infatuado  en  la  vanidad  de mis  creaciones 
musicales dedicadas a una linda jovencita escolar,   que ya habían ganado 
varios festivales de la canción en los certámenes escolares de la región. En 
1973, cruzando el patio del colegio, me quedé detenido de pronto con un 
pensamiento analítico inmovilizándome allí: yo no tenía pasta para ser un 
profesional  de  los  números,  la  administración  y  el  comercio,  como  se 
estudiaba en aquél  instituto de Quilpué; no  imaginaba mi nombre escrito 
en una placa de cobre, no me  imaginaba de saco y corbata enterrado en 
alguna  oficina,  pálido  y  cegatón  de  tanto  organizar  facturas,  cheques, 
documentos, etc. Mi vida presentía y se inspiraba en otro destino: me fui a 
buscar a Dios de frente y de manera total. Me siguió mi primo Gerardo, el 
primero;  me  siguieron  todos  los  amigos  del  barrio  a  la  iglesia,  todos 
querían  ser  predicadores  como  yo.  Tuve  fuertes  presencias  del  poder  de 
Dios y guianzas  férreas de Dios, como si algún espíritu poderoso tuviera el 
control de todos mis movimientos y desplazamientos. Cierta vez, debía ir a 
predicar a unos muchachos de una iglesia que apoyé durante unos meses, 
pero yo había decidido dejar de atenderlos del todo y me dirigía hacia otro 
trámite que no  recuerdo. Durante  todo el  trayecto, nunca pude  evitar  la 
reconvención  de  Dios,  que  parecía  insistir  en  que  yo  estuviese  con  esos 
muchachos,  que  me  devolviese,  pero  yo  seguía  decididamente  hacia  lo 
mío,  luchando  con  esa  reprensión;  pero  al  llegar  a  un  cruce  ferroviario,  
sucedió que el espíritu de Dios   pareció tomarme de ambos hombros y fui 
vuelto  físicamente  sobre  mis  pasos,  hacia  donde  debía  dirigirme  para 
atender a los jóvenes que me esperaban. 
A  principios  de  1974,  por  una  pena  de  amor  que  arrastraba  desde  el 
colegio  secundario, mi  primer  amor  perdido,  me  aparté  de  ese  camino 
nuevo que experimentaba por esos días. Tenía una  tristeza  tan profunda por  esa  muchachita  que  había  sido  elegida  para  ser  mi  primera 
compañerita,  que  no  pude  superarla  ni  aun  con  esa  práctica  espiritual.  
Eran días de golpe de estado y dictadura en Chile entonces, días crueles, de 
toques  de  queda,  carreras  nocturnas  persiguiendo  gente  a  los  balazos, 
vigilancia  total  sobre  las  calles,  las  estaciones del  tren,  los buses,  en  fin, 
todo  lo  relacionado con esa maquinaria  terrible que se  impone  solo para 
saciar  la  sed de poder de un grupo  reducido de personas. Pero, en 1974, 
conocí  a  un  anciano  carismático,  a  la orilla  del  río Aconcagua,  donde  se 
practicaban  unos  bautismos.  Este  viejo  canoso  y  de  bigotes  frondosos, 
canos también, estaba bajo un sauce rodeado de muchachos que  le oían. 
Miré a mi compañero, con el cual estábamos a mucha distancia del grupo 
aquél  y  le pregunté  con  cierto dejo de burla quién  era  el  viejo  charlatán 
ese,  que  tenía  tan  boquiabiertos  a  todos  los  jóvenes  y  señoritas  que 
asistían a esa  ceremonia. Respondió que era apodado el abuelo Núñez  y 
que  era  un  viejo  muy  famoso  en  esa  corporación  evangélica.  Le  dije 
sonriente que nos acercásemos a escuchar  los  cuentos del viejo. No eran 
cuentos: ese hombre  tenía una espiritualidad hermosa, me partió en dos 
aquél  día  de  enero  y me  fui  tras  él. Vivía  en  Santiago,  en  la  famosísima 
población  La   Victoria,  gran  bastión  capitalino  de  la  resistencia  a  la 
dictadura y nido de delincuentes de  toda  clase; me quedé viviendo en  su 
humilde mediagua de tablas sin pintar. Recuerdo que ese tiempo tuve una 
visión. Me ocurrió en uno de esos viajes que hacía a casa, para visitar a mis 
padres.  Estaba orando una noche de  febrero o marzo, no  recuerdo bien, 
antes de  ir a acostarme, arrodillado apoyado  con  los  codos de una  silla, 
mientras  las manos cubrían mi rostro. Sucedió que algo así como un velo 
se  descorrió  al  estar  orando  y me  quedé  viendo  una  escena,  como  una 
película sobre el  telón de un cine. Allí me veía a mí mismo, vistiendo una 
parca oscura, de espaldas y de pie al borde de un monte, mirando hacia un 
valle,  era  de  noche  en  la  visión,  pero  podía  ver  el  perfil  de  mi  rostro, 
reflejaba serenidad, una paz que me pareció  tan plena y perfecta que no 
pude adjetivarla de manera que hiciera  justicia a su matiz. Y nada más. A 
fines de ese año, me bauticé. Me había convertido en un joven predicador 
importante, pero de pronto tuve una crisis: predicaba, era  líder y no tenía 
la Unción  del  Espíritu  Santo  que  decía  la   Biblia,  ese  que  caracterizaba  a 
todos  sus  hijos  e  hijas,  pese,  recalco,  a  todas  esas manifestaciones  que 
experimentaba.  Decidí bautizarme, era mi única y última alternativa, si no 
recibía el Espíritu Santo, me  iría para siempre del tema evangelístico. Esa 
era  la decisión  tomada. Se bautizaron 24 muchachos más ese primer día 
de noviembre, en el  río Curacaví, voz mapuche que quiere decir Agua de 
Piedra. Pero, como yo era el predicador importante allí, me bautizaron de apuro, primero que  todos, para ayudar a bautizar a  los 23  restantes. Eso 
quitó toda mi concentración en ese hecho tan decisivo para mí en esa hora 
de  angustias  y  precisiones  que  experimentaba.  Me  desilusioné  mucho. 
Encima, había personas que al bautizarlas, salían  llorando del  río unos, y 
hablando  en  lenguas  extrañas  otros,  de  modo,  que  al  final  de  la 
ceremonia,  teníamos  esa  orilla  de  río  poblada  de  personas  envueltas  en 
túnicas blancas empapadas de agua, y en un  jolgorio de  llantos, gritos y 
alabanzas  que conmocionaba. Todos, menos yo. Esa amargura me duraba 
al día siguiente. Era  lunes, y me lo pasé encerrado en esa modesta  iglesia 
de Casablanca, terminado del todo como predicador y militante cristiano, 
no  tenía  lo  esencial:  Su  Espíritu  Santo,  no  tenía  nada  que  hacer  allí.  Esa 
noche,  los  bautizados  se  reunirían  en  el  monte.  Minutos  antes,  un 
muchacho  entró  a  decirme  que  ya  todos  habían  ido  al monte.  Contesté 
molesto que me dejara  solo y que  se  fuera con ellos, porque esto estaba 
terminado para mí. Salió sin decir nada. Sin embargo, a la media hora más 
o menos, muy  oscuro  ya,  decidí  ir  diciéndome  que  no me  haría mal  una 
última vez, me puse una parca oscura que  tenía y me dirigí a  la cima del 
monte  donde  se  congregaban  los  chicos  recién  bautizados,  solo  los 
jóvenes, un primo mío entre ellos.   Llegué cuando estaban todos en pleno 
gozo  espiritual,  llorando,  hablando  en  lenguas,  profetizaban  algunas 
chicas,  y  todo  eso  que  caracteriza  a  un  grupo  evangélico,  al menos,  por 
esos años. Me dio más amargura. Los miré a distancia, no me agregué al 
grupo, me encaminé al borde del monte, dándoles las espaldas, y me puse 
a mirar  el  valle  de  Casablanca,  eran  cerca  de  las  ocho  y media  ya  de  la  
noche.  Pensaba  en mi  derrota,  y  pensaba  que  sería  difícil  replantearme 
una vida  totalmente ajena a  las cosas de Dios, mientras a mi espalda, el 
jolgorio  continuaba,  no  se  detenía.  De  pronto,  recordé  la  visión:  en  ese 
momento esa visión se estaba desarrollando exactamente como  la había 
visto al orar esa noche en mi casa, hasta vestía la parca que había visto en 
la  visión: me  vino  un  acceso  de  llanto,  cosa  rara,  no  tenía  pena,  tenía 
rabia.  No  era  una  amargura  de  estar  triste,  era  una  bronca  que  tenía. 
Encima,  no  lloraba  nunca,  la  última  vez  había  sido  en  el  velorio  de mi 
abuelita,  llorando  abrazado  a  Gerardo, mi  primo muy  amado.  No  pude 
retener el primer acceso. Lloré. Luego, me vino un acceso más fuerte. Era 
un  llanto  desconocido  para mí,  incontenible,  lloré,  lloré  y  lloré. Doblé mi 
rostro sobre el pecho, para que los demás no se dieran cuenta de mi llanto. 
Estuve así  largo  rato  sin poder  contener el  llanto, pero mientras  lloraba, 
ocurría algo en mi interior: sucedía como una renovación de pies a cabeza, 
algo hacía que sintiese nueva  la mente, corazón nuevo y  todo el  interior, 
nuevo todo, como cosa nueva, recién estrenada, recién comprada. Era una sensación  inexplicable,  era un proceso de  renovación  íntegro. De pronto, 
me sentía todo nuevo. Conocí entonces, después de la renovación total, un 
estado de paz nunca antes conocido, una paz de adentro, de todo el ser en 
paz.  En  esos momentos,  se acercó mi primo  y me  tomó de  los hombros, 
quería llevarme con ellos, no levanté la cabeza para que no viese mi llanto, 
pero él se inclinó a mirarme y se asombró de mi llanto. Vinieron los demás 
y  yo  no  podía  detener  el  llanto  ni  el  proceso  de  renovación  que  ocurría 
adentro de mí. Lloré dos horas más o menos. El jueves de aquella semana, 
en  una  reunión  sobre  el  mismo  monte,  prediqué  mi  primer  mensaje 
después  del  bautismo,  fue  otra  cosa,  una  fuerte  unción  jamás 
experimentada  en  mi  ser  apareció  entonces.  Luego,  al  momento  de 
terminar y orar por  los presentes, al tocarlos para que  fuesen bendecidos 
por  Dios,  una  poderosa  corriente  espiritual  bajaba  por  mis  brazos  e 
impactaba a quienes tocaba y estos quedaban gritando alabanzas a Dios y 
llorando  o  hablando  en  lenguas.  La  sensación  era  exactamente  como  la 
definió Jesús: era como ríos de aguas vivas bullendo y corriendo por todo el 
interior,  lo que me dejaba con todas  las ropas mojadas, cada vez que esa 
unción,  digamos,  se  acentuaba  activándose  en  mí  hasta  su  máxima 
expresión,  según  correspondía a  la porción destinada para mí. De ahí en 
más, hubo milagros que protagonicé y situaciones que me hicieron famoso 
en  los  pueblos  donde  predicaba,  donde  la  gente  traía  sus  enfermos  y 
caminaba  largos kilómetros cada día para estar en esas reuniones que yo 
dirigía,  como  también  me  hice  un  conocido  notable  en  el  circuito 
evangélico  de  esa  corporación.  Hasta mi  canción  cambió  en  el  proceso: 
puedo decir con toda propiedad que conocí en carne propia  las cosas que 
conocía un personaje bíblico en  su experiencia  cristiana. Bajo mi oración 
fueron  sanados  moribundos,  enfermos,  endemoniados,  personas 
accidentadas, bebés en gestación que traían problemas a la madre y hasta 
una  resurrección  de  un  bebé  hubo  por  ahí.  Y  si  alguna  persona  quería 
recibir  algo  de  ese  Espíritu  que  me  ungía,  solo  bastaba  con  poner  sus 
manos sobre su cabeza y lo recibía. Pero, mayoritariamente fui hecho muy, 
muy fuerte en el tema predicación. 
Mi vida fue de monte entonces, ayuno, monte y ministrar por dondequiera, 
mucho  ayuno, mucho monte  y  una  incesante  actividad  evangelístico.  El 
año 1975 fue el gran año espiritual para mí. 
Pero, la dictadura influenció, invadió y controló todo en toda iglesia. Y eso 
fue nefasto para  la espiritualidad que se manifestó en  las congregaciones 
a raíz del sangriento golpe de estado. Las iglesias repletas de necesitados y 
de gente asustada,  crecieron numéricamente y eso hizo que hubiese una 
espiritualidad  que  muchos  confundieron  con  el  famoso  y  tan  mentado Avivamiento  espiritual  que  aun  esperan  todas  las  organizaciones 
protestantes. Pero, la toma de decisiones personales que no debí practicar 
nunca, al menos en esos días, casarme en el momento inexacto de mi vida, 
por  ejemplo,  me  fueron  minando  hasta  derribarme  de  mi  estado  de 
elevada espiritualidad. Le agregamos a eso, mi resistencia y desilusión con 
una  iglesia  que  obedecía  al  control  dictatorial  y mis  denuncias  sobre  el 
púlpito  del  error  organizacional  de  recibir  al  Dictador  en  ceremonias 
exclusivas  en  su  homenaje,  también  ayudaron  a  mostrarme  un  rostro 
eclesiástico  que  nunca  había  notado:  una  noche  de  domingo,  apenas 
comenzado el año 1976, me gané una orden de arresto en la iglesia central 
de  nuestra  corporación,  por  causa  de  un  mensaje  que  provocó  las 
molestias  de  la  dirigencia  y  del  agente  del  servicio  de  inteligencia  que 
controlaba nuestra organización: me denunciaron a la fiscalía militar como 
agitador  subversivo  infiltrado  en  las  iglesias  evangélicas;  eso motivó mi 
primera  salida  a  la   Argentina,  a  finales  de marzo  de  aquél  año  nefasto 
para  la  contingencia  nacional  chilena:  fue  el  año  en  que  la  dictadura 
comenzó a practicar  las desapariciones masivas.  Le agregamos a eso  los 
malos  ministros  que  dejaron  en  las  congregaciones  que  fundé,  quienes 
destruyeron todo esos trabajos de formación cristiana; le agregamos a eso 
que dondequiera que prediqué, salvo escasas excepciones, fui echado con 
toda esa "santa" furia que encendía el "celo" de los dueños de las iglesias 
que  se  sentían  afectados  por mis  predicaciones,  aunque  yo  nunca  se  las 
dediqué  a  ellos;  le  agregamos  a  eso  la  confabulación  exitosa  que 
practicaron en mi contra turbios y grises predicadores, que lograron hacer 
creer  a  los  ministros  de  las  congregaciones  más  amadas  que  me 
pastoreaban  y  apoyaban  cosas  falsas  y  de malas  intenciones  que  nunca 
tuve, hasta el punto de ser expulsado de entre ellos: tenemos un cúmulo de 
motivos  para  dejar  todo  atrás.  Abandoné  todo  llorando  a  lágrima  viva, 
caído en una postración que no podía disimular, pareciendo y sintiéndome 
un  viejo  de  cien  años  a mis  27  años  de  edad: mi  paraíso  evangélico  se 
había  derrumbado.  Hice  como  hacían  los  indios  cuando  estaban  en 
situaciones  que  los  superaban  en  sus  lugares  de  asentamiento:  quemé 
todo y abandoné todo sin mirar atrás. Eso  inició un cuadro depresivo que 
me duraría 14 años, en los cuales, pese a estar presente la idea del suicidio 
la desestimaba, porque quería presenciar el fin de mi depresión y conocer 
el  nuevo  día  que  vendría  después  de  esos  años  grises,  oscuros,  sucios, 
tormentosos. Lo que ocurrió finalmente entre 1994 y 1995, pero el espíritu 
de Dios, tardaría aun en regresar a mí. 
Veinte años estuve marginado de todo proceso y militancia evangélica. La 
iglesia  había  demostrado  ser  solo  eso,  una  institución  insertada  en  la sociedad y a las órdenes del estado, no estaba apta para gente espiritual, 
se  adaptaba  fácilmente  a  una  dictadura,  se  adaptaba  a  una  conducción 
social,  se  adaptaba  al mundo  artístico,  so  pretexto  de  convertir  artistas 
famosos para Cristo,  se adaptaba al ecumenismo practicándolo en pleno 
con la iglesia "madre" católica: pero no estaba apta para contener y no se 
adaptó  jamás  a  las  personas  espirituales.  En  esos  veinte  años,  siempre 
esperé mi momento, mi regreso a las cosas de Dios. No tenía una iglesia en 
la  mente  como  meta  de  mi  regreso,  nunca  me  estreché  el  ser  y  mi 
identidad cristiana a los límites de un letrero sobre cuatro paredes: quería 
y esperaba regresar algún día a Dios.  
El año 2000, un día de enero, me levanté temprano, y al ir bajando por la 
escalera  de  caracol  de  metal  que  conducía  a  la  sala  principal  del 
departamento que alquilaba en Córdoba, sentí una  llovizna sobre mí, una 
llovizna que empapaba para adentro y que salpicaba de gotas bellísimas el 
alma:  "Está  lloviendo gracia", me dije. Me habían  regalado una guitarra 
después de diez años de no tocar nada para Dios. La dejaba todos los días 
en  la salita, que  tenía un ventanal semicircular, con vidrios cuadriculados 
en tamaños pequeños, de no más de diez centímetros de tamaño. Tocaba 
mirando a  través de  la ventana  iluminada de  sol y aquella mañana, bajo 
esa  llovizna que hacía  veinte años esperaba de  regreso en mí, empecé a 
componer para Dios de nuevo. En dos semanas  escribí noventa canciones 
y  por  primera  vez  en  mi  vida,  escribí  veinte  poemas  cristianos,  hasta 
entonces,  interrupción  incluida,  solo  había  escrito  canciones  para  Dios, 
centenares de ellas, pero jamás había podido escribir textos poéticos en el 
cristianismo.  Así  que,  de  pronto,  tuve  110  composiciones  musicales  y 
poemas relacionados con el drama del creyente latinoamericano, desde la 
conquista en adelante. Todos  los días  tocaba  y  leía esa producción, pero 
cada día había una interrogante que me inquietaba y me desazonaba a la 
vez: no sabía para qué había escrito eso. Ahora, yo esperaba volver a Dios 
algún  día,  pero  esos  días  no  eran  los  que  yo  pensaba,  quería  o  había 
determinado como  los días de mi regreso a Dios: vivía más o menos bien, 
tranquilo, tenía una compañera y una estupenda relación, buen trabajo, y 
hasta cantaba de vez en cuando en algún acto político o de  los derechos 
humanos en esa ciudad argentina amada hasta  las  lágrimas. Así que me 
preguntaba para qué todo eso, si yo no estaba listo aun para volver, si en 
mis planes aun no había la certeza de volver, y lo que era más inquietante, 
había algo que yo no pensaba: yo estaba claro y seguro que no volvería a 
la iglesia. Por eso me preguntaba, para qué tantas canciones si no tendría 
público para cantarlas. De pronto me decía: "Ya sé, son mensajes para mí 
mismo..."  Y  me  ponía  a  tocarlas  con  especial  atención.  Mi  único espectador era el perro policial que tenía, ese animal se venía a echarse a 
mis pies apenas oía que empezaban a sonar las cuerdas. Después, volvían 
las preguntas, los por qué y la ausencia de respuestas.  
Una madrugada tuve un sueño. Venía subiendo por el hermoso boulevard 
Sarmiento de la ciudad de Córdoba, hacia una plaza también bella, verde, 
arbolada,  la  plaza  España,    con  monumentos  a  diferentes  artistas 
españoles  de  la  música,  la  literatura,  la  escultura,  etc.  Había  un  día 
espléndido de sol. Me llamó la atención que todos los demás transeúntes, 
en  la  esquina  de  una  calle  que  subía  desde  mi  derecha  a  ese  parque, 
estaban detenidos y mirando al cielo. Levanté la mirada y vi con sorpresa a 
tres  o  cuatro  seres  con  ropas  blancas  que  preparaban  algo,  un  ajetreo 
como de escenario de teatro, cuando se prepara una presentación. Volví a 
mirar a  los  transeúntes detenidos allí y me pareció  increíble que miraran 
con  tanta  naturalidad  un  espectáculo  divino  como  ese,  porque  era  un 
verdadero e inusual espectáculo divino. Volví a mirar el ajetreo de los seres 
angélicos. De pronto, uno de ellos, se dirigió directamente a nosotros,  los 
que  mirábamos  sus  movimientos,  diciéndonos:  "¡Ahora,  verán  pasar  al 
Señor  Jesucristo." Eso me hizo dar un buen  salto de  sorpresa, me  latió el 
pecho muy  fuerte y dije:  "¡Le veré pasar. No es  tiempo aun, pero  le veré 
pasar...!"  Y  pasó.  No  le  vimos  corporalmente,  pero  hubo  un 
desplazamiento desde la izquierda hacia la derecha en ese escenario aéreo 
e  imaginario. Quedó esa tremenda sensación, y esa galopante conmoción 
de haber visto pasar al Rey. Entonces, el ser que había hecho el anuncio, 
apareció  en  la  escena  otra  vez  y  volvió  a  dirigirse  a  nosotros,  cuando  el 
desplazamiento  del  Rey  había  concluido:  "Ahora,  lo  que  queda,  es  la 
venida del señor  Jesucristo. Cada uno de ustedes haga ahora  lo que sabe 
que  tiene que hacer." Entonces, me di un golpe espontáneo en el pecho, 
con  la mano  izquierda empuñada y grité mirando a  los presentes: "¡Yo sé 
lo  que  tengo  que  hacer,  no  sé  ustedes,  pero  yo  sé  lo  que  tengo  que 
hacer...!"  Desperté  de  inmediato  y  totalmente  conmocionado,  con  esa 
sensación  de  haber  presenciado  un  hecho  real,  y  profundamente 
impactado. 
Y comencé a salir. Salí a Chile, Paraguay y Brasil  la primera vez, cantando 
mis canciones a Dios. Perdí a mi compañera a  la  segunda vez de  salir, ni 
siquiera me recibió en nuestra modesta casita. Me dijo que ya estaba claro 
que yo volvía del  todo al cristianismo y eso  significaba pobreza. Dijo que 
ella era materialista, le gustaba tener cosas y que no se identificaba con el 
cristianismo. Continuó diciendo que me conocía bien, que yo era idealista y 
me iba a dedicar del todo al cristianismo y eso traería la pobreza, y ella no 
quería ser pobre. Yo había esperado veinte años ese momento, no pondría como tema de discusión el punto del cristianismo, tampoco tenía derecho 
a emplazarme así. No duró veinte minutos  la charla. No volví ni a por mis 
cosas.  
Yo no elegí  salir  cumpliendo  los protocolos actuales que  se acostumbran 
en esta actual expresión de iglesia, salí como antes, salí espontáneamente, 
porque lo que me quedaba por hacer era exactamente eso: salir, ir.  Pese a 
que a  veces pensaba en apertrecharme bien económicamente para  salir, 
salí tal cual como estaba, pues un día de esos me tropecé con la lectura de 
la comisión de Jesús a sus apóstoles, donde los envía de dos en dos y les da 
las  instrucciones  acerca  del  cómo  debía  ir,  al  leer  esa  parte  de  las 
instrucciones  quedé    sorprendido,  porque  decía  que  no  debían  llevar  ni 
bolsa, ni alforja, ni espada…  ¡ni dinero! Eso me alivió al cien por ciento y 
salí  seguro,  ufano  y  decidido.  No  me  dieron  ninguna  recepción  en  las 
iglesias  oficiales,  sobre  todo  en  aquellas  grandes,  que  el  tamaño mismo 
confunde a sus  líderes y creen que el porte del edificio y el número de  la 
congregación  son  elementos  que  elevan  el  status  de  esa  iglesia.  No  fui 
recibido  en  las  iglesias  establecidas  jurídicamente  y  que  gozan  de  una 
imagen ya reconocida, porque, por ejemplo, yo no visto traje ni corbata y 
ellos  empiezan  por  ahí  a  calificar  a  un  ministro,  a  un  creyente.  Me  lo 
advirtieron  los  pastores  amigos  de  Córdoba,  Argentina;  ellos  me 
recomendaron que  le diera un  toque a mi  imagen  y me  construyera una 
mística para mi perfil de ministro, porque si no, me dijeron: "Nadie te va a 
dar  bola..."  Con  eso,  yo  salí  ya  consciente  de  que  no  me  dirigía  a  un 
complejo de redes de  iglesias cristianas sencillas y genuinas, ya sabía que  
me dirigía a  instituciones con un  rígido protocolo. La  iglesia practica una 
forma de ser tan institucional como cualquier institución del sistema y eso 
significa  que  tiene  un  status,  un  nivel,  que  es  rígido  y  tiene  su  propio 
conducto regular, tan severo como el del Ejército: hay que cumplirlo, si no, 
no  eres  cristiano  o  cristiana.  La  iglesia  está  llena  de  salvadores  y 
redentores,  todos  con  nivel  y  status  de.  Está  repleta  de  dueños  de  la 
revelación y de  las profecías. La  iglesia está repleta de "ordenadores" del 
hombre y la mujer, está repleta de "señores" del creyente, está repleta de 
"administradores" de los dones de Dios, está repleta de "gurúes", maestros 
y fabricantes profesionales de prosélitos. Para el estilo en que se maneja la 
iglesia, Dios no hace  falta en ningún  rubro:  la  iglesia  tiene copado y bajo 
control todo lo relacionado con Dios, sus dones, sus creyentes y ministros, 
y todas y cada una de las enseñanzas. Más aun: La iglesia hace, propone y 
dispone, y Dios obedece y bendice.   Y  la  iglesia no hace  lo que Dios dice, 
porque primeramente hace  lo que su "macho" terrenal ordena: el estado. 
El estado es parte del sistema y el sistema no es creyente ni inspiración, ni obra, ni comisión de Dios, no es Dios quién inspiró al hombre este modelo 
de sistema. El sistema no cree que Dios es el Creador del hombre y todas 
las especies, cree que el mono es el progenitor del hombre; cuando mucho, 
Dios y su creación es materia educativa de cuarta categoría y que solo se 
enseña  en ese  famélico  rubro denominado  "clases de  religión" que  logró 
imponer  la  iglesia  católica  primeramente,  como  algo más  anecdótico  y 
caricaturesco, más que como la expresión de la suprema voluntad de Dios 
y  la  iglesia obedece a  este  sistema  fielmente,  está  insertada  la  iglesia,  e 
inserta  su gente creyente; ofrecida a  sí misma  como ente  rehabilitador y 
positivo  para  el  sistema  negocia,  trama,  organiza  y  promete  ys  e 
compromete  la  iglesia,  no  importándole  qué  piensa  Dios  primeramente: 
Dios tiene que acatar, obedecer y bendecir sus acuerdos de ramera barata 
e  inquietante.  Barata,  porque  ni  siquiera  negocia  cuestiones  gloriosas, 
cuestiones  del  Reino,  dones  espirituales,  poder  de  Dios,  nada  de  eso, 
negocia  chucherías  materiales,  concernientes  tan  solo  a  este  mundo, 
porque,  ¿qué  otra  cosa  puede  ofrecerle  el  sistema?  Este  sistema 
enajenador  e  incoherente,  quien,  por  ejemplo,  autoriza  al  comerciante a 
vender  licores  y  apresa  al  consumidor,  leyes  tan  absurdas  como  esa: 
convierte  en  transgresor  de  la  ley  a  quién  consume  lo  que  el  estado 
aprueba  jurídica  y  legalmente.  Otra:  el  estado miente  cuando  habla  de 
democracia, nadie puede abstenerse de votar, por ejemplo, si no vota, es 
multado,  si no paga  la multa,  va preso. Más: el  sistema  se  llena  la boca 
con el pluralismo y que es albergador de  todo  los credos y  religiones, sin 
embargo,  no  alberga  a  Dios,  que  la  iglesia  se  haga  cargo  de  Dios,  el 
sistema  no  necesita  a  Dios,  sus  gobernantes  más  progresistas  se  dicen 
ateos,  respecto  a  Dios  solamente,  porque  consultan  espiritistas  y 
adivinadores cada vez que deben tomar decisiones importantes. Los otros, 
van  a  la  iglesia  católica  y  los  menos,  van  a  la  iglesia  evangélica,  a 
contemplar  a  un  dios  que  ellos  autorizaron,  como  gobierno,  a  funcionar 
como  Dios  en  sus  países  respectivos.  Y  a  buscar  votos,  claro.  Si  no  nos 
hemos dado cuenta, Dios no es más que un personaje de cuarta categoría 
en  el  sistema  y  el  hombre  una  piltrafa  que  puede  ser  matada  incluso, 
cuando  las supremas decisiones del estado así  lo demanden. En medio de 
todo eso, baila semidesnuda la iglesia.  
No me  importó  si me  recibían  o  no,  eso  es  totalmente  secundario  en  la 
cuestión  de  ir.  Me  recibieron  las  iglesias  más  pobres  y  me  atendieron 
cristianamente  solo  las  iglesias  más  y  muy  pobres. Me  albergaron,  me 
compraron  mis  cd's,  con  las  cuales  me  financio  para  viajar;  me  dieron 
ofrendas de amor, curiosamente,  las ofrendas más abundantes  fueron de 
las  iglesias  pobres,  porque  en  algunas  iglesias  gigantescas,  como  la  de Pereira, en Colombia por ejemplo,  recolectaban para el misionero, o  sea, 
yo, pero no todo  lo recolectado era para el misionero: "cortaban  la cola", 
como se dice en Chile y tal como hacen en muchísimas iglesias de Chile: le 
piden  una  ofrenda  extra  a  la  congregación  con  el  pretexto  de  darla  al 
misionero,  pero  el  misionero  no  recibe  ni  la  cuarta  parte  de  lo  que  se 
ofrenda en esa dádiva especial,  la mayor cantidad queda para  los dueños 
de iglesia: Mienten, mienten a su congregación y me mentían con el tema 
de la ofrenda, pero, así son las cosas, uno solo puede sonreír ante aquello. 
En Colombia tuve un momento muy álgido con el jefe de los misioneros de 
la  corporación que me  recibió y me organizó una agenda de  trabajo, me 
miró de pies a cabeza y no fui hallado "apto" para él, como misionero. Me 
presentaron a él  como el misionero que esperaban para predicar ese día 
de  reunión de pastores en  Los Presidentes, no me dio mucha esférica,  se 
fue  a  sentar  con  los  otros  ministros  en  una  banca  de  esa  iglesita 
campesina y pobre. Al rato dijo que no sabía cuánto seguirían esperando al 
misionero que enviaba la Corporación, el humilde pastor que me presentó 
volvió  a  decirle  que  yo  era  el  misionero,  entonces,  haciéndose  el  de  la 
chacra, se levantó a estrecharme la mano de nuevo diciendo, como payaso 
barato:  ¿Ah, usted es el misionero? Bueno,  yo  les dije a  los pastores acá 
presentes que primero yo debía ver al misionero, ver cómo se viste, cómo 
se  peina,  cómo  es  su  presentación  personal.  A  lo  que  yo  le  respondí  sin 
soltarle  su  diestra  dogmática  y  mirándole  directamente  a  la  cara:  Y  la 
Unción, el don, el ministerio,  ¿eso no te sirve? No me respondió. Ese pobre 
ministro es el ejemplo perfecto de  lo que es un ministro denominacional: 
nada  de  discernimiento  de  espíritu,  pero  mucho  de  ropa,  corbatas, 
peinados,  marcas  de  ropa,  estilos  de  calzado.  Incluso,  fui  mal  mirado 
porque no me ato los zapatos jamás. De relacionarse con las damas, ni tal: 
no  puedes  tener  ningún  drama,  ni  siquiera  solucionar  tus  propias  cosas 
cuando alguna hermana se encabrita con el misionero, porque todo pasa y 
debe pasar por  la "agencia" de ellos, ellos  se hacen una  idea, un  juicio o 
prejuicio,  y  ya.  Jesús  hubiese  sido  expulsado  de  su  círculo  de  iglesias 
cuando  le  hubiesen  visto  charlar  tan  animadamente  con  la  mujer 
samaritana, que no era libre, porque reconocía marido y si no, no hubiese 
superado  la  instancia  con  la mujer  adúltera  y  le  hubiesen  pedido  que  se 
fuera de sus organizaciones, por falta de prestigio; y quizás cuántos casos 
más  que  no  se  narran  en  la   Biblia,  pues  allí,  en  el  escueto  relato  de  los 
evangelistas bíblicos solo está registrado un pequeño porcentaje de hechos 
y  situaciones  que  protagonizara  Jesucristo.  Cualquier  bandido 
documentado  puede  aspirar  a  sus  púlpitos  si  exhibe  las  credenciales 
respectivas, falsificadas o no, o sus cartas respectivas, sean legítimas o no y  con  su  correspondiente  traje  y  maletincito,  y  ya  está:  la  unción  no 
interesa,  no  se  lee,  no  se  espera,  no  constituye  nada  en  el momento  de 
conocer a un  individuo, de evaluar a un  individuo: dos o tres papeles y un 
traje te dan visa de misionero en cualquier  iglesia. Si más caro es el traje, 
tienes puertas de iglesias millonarias abiertas para ti. Y si  llegas en avión, 
ni te digo: sós rey. Pero, si llegas a pie, como yo, viajando en los buses más 
baratos  de  cada  país  que  visitas,  no  te  hagas mucha  esperanza  de  ser 
recibido con una bienvenida espontánea y oficial. Todos  te mienten en  la 
cara:  te  rechazan  amablemente  llamándote  hermano  y  siendo  todo  lo 
gentiles que puedan ser, pero: no eres un hermano de ellos que califica en 
sus  conceptos  de  hermano;  sin  embargo,  te  llaman  hermano,  te  dan  la 
mano, te dicen bienvenido y te invitan a volver cuando quieras, cuando en 
realidad no quieren volver a  verte para no  sufrir  incomodidades  contigo, 
no  darán  un  peso  por  ti  y mucho menos:  jamás  pondrían  la  vida  por  ti, 
porque  no  cuadras  en  sus  conceptos  "ordenados",  teológicos,  jurídicos  y 
legales, sectarios y eclesiásticos de lo que es para ellos un hermano. Mira, 
son tan ciegos, que hasta han sido capaces de mandarme a la policía, para 
que  la  policía  "discierna"  mi  integridad,  porque  ellos  no  pueden.  Si  el 
policía me  analiza  y  concluye  que  estoy  "limpio",  se  alegran  y  respiran 
aliviados. Una miseria  humana  de  esta  envergadura,  no  encontrarás  en 
otras organizaciones seculares, y si las encuentras, es natural, no conocen 
los  dones  de  Dios  y  jamás  han  recibido  Su  Espíritu,  como  sí  dicen  y  se 
llenan  la  boca  estos  jefes  lastimeros  del  "cristianismo"  organizado.  En 
Venezuela,  un  par  de  pastores  sencillos  nos  consiguieron  una  entrevista 
con los jefes de su Corporación durante un Campamento anual que hacen 
para todas iglesias de su organización, en el lugar de Quiú, en la ciudad de 
Barinas; allí nos reunimos un pastor amigo de Colombia, Darío, con todo el 
Directorio  de  pastores,  fue  un  verdadero  interrogatorio  "cristiano":  nos 
mintieron, nos dijeron que nos  iban a  recibir y a darnos una oportunidad 
para hablar a todos los asistentes, pero no fue así. No estaban obligados a 
recibirnos  pero,  mienten  por  todas  partes  los  "ministros" 
denominacionales,  la  mentira  está  presta  en  sus  bocas,  no  tienen  esa 
personalidad de decirte frontalmente que no pueden recibirte, te mienten 
"piadosamente"  para  no  "sufrir"  situaciones  incómodas.  Te  abrazan  y  te 
palmotean la espalda diciéndote bienvenido, con la cara llena de risa, pero 
están mintiendo. Te mienten porque son  importantes,  lo  tienen  todo, son 
prósperos y con historia, uno es un aparecido para ellos y así, pobre, mal 
vestido, con tus únicos zapatos, porque no tenés dinero, no eres ladrón de 
púlpito ni cuervo que  rapiña dinero de  los bolsillos de  tus hermanos y no 
tienes  a  tu  espalda  una  poderosa  organización  dándote  "cobertura",  no vales  nada  ante  sus  ojos,  porque  uno  no  cuadra  en  ese  modelito  de 
cristianos  que  se  manufactura  en  las  iglesias.  Te  mienten  porque  son 
grandes y aristocráticos y solo son atentos y serviles con las autoridades de 
la  tierra, pero  los hijos de Dios  les  importan un  rábano y no valen  lo que 
vale  un  huevo  para  ellos,  elevados  a  ese  sitial  de  preponderancia  y 
aristocracia  por  sus  propias  vanidades.  Te mienten  porque  son  personas 
naturales,  como  cualquier  individuo  de  la  calle  que  no  conoce  a  Dios, 
nunca recibieron el Espíritu de Dios y solo son funcionarios eclesiásticos, de 
instituciones que  legaliza el estado solo para satisfacer  la necesidad de  la 
inclinación  religiosa natural  de  cada  individuo. Nadie  que  ha  recibido  Su 
Espíritu  "padece"  de mentiras  espontáneas, mentiras  técnicas, mentiras 
diplomáticas  (cualquiera que conoce algo de Diplomacia, comprende que 
la  Diplomacia  es  el  arte  de  la mentira  elegante), mentiras  ocasionales, 
mentiras  transitorias, mentiras  amables  y  corteses,    o mentiras  blancas. 
No son nada, por lo menos, en el cristianismo, esa clase de gente no se ve 
en el cristianismo pavoneando y moviendo el rabo como  lo mueven ellos.  
Pero,  me  sirvió  para  contactar  a  humildes  hermanos  en  Barinas,  en 
Barquisimeto  y  de  Maracaibo,  con  los  cuáles  hasta  el  día  de  hoy 
mantenemos contacto en un sincero y cálido amor de cristianos.  
Como músico,  lo mismo,  incluso en  las  iglesias de Chile,  como yo  tuve  la 
"suerte" de ser bien plagiado y pirateado por un gran número de "estrellas 
de  la canción" evangélica, tuve situaciones bien ríspidas, sobre todo en  la 
iglesia Bautista de Valparaíso, aquella que está ubicada en  la calle Pedro 
Montt, a un costado de lo que es el Teatro Municipal de Valparaíso: Es una 
iglesia grande, importante y de tradición, cuando canté allí la canción que 
más me ha sido plagiada, hice el comentario al respecto, diciendo algo así 
como:  "Cuando me  fui de Chile,  los  cantantes  evangélicos  se  repartieron 
mis canciones, como si hubiese muerto..." No les gustó para nada, porque 
sintieron que  "ofendía"  el buen nombre de  los piratas  y plagiadores que 
hicieron  historia  en  el mundo  de  la  canción  protestante  de  Chile.  Otros 
plagiadores, ya elevados a  la categoría de pastores, no me recibieron por 
vergüenza,  creo,  al  menos  eso.  En  otras  iglesias  chilenas  fui  llamado 
mentiroso  directamente  por  hablar  de  las  canciones  como mías,  cuando 
ellos  sabían  que  eran  de  la  "autoría"  de  los  monstruos  sagrados  de  la 
canción denominacional. En  fin, de  todo,  como en  feria de  cosas usadas. 
Fui echado de otras  iglesias, fui prohibido, he sido tratado como proscrito 
por  la  red  del  internet  y  como  individuo  peligroso.  Algunos  teólogos  de 
Buenos  Aires  me  dijeron  que  mi  apología  era  peligrosa  y  optaron  por 
cerrarme toda comunicación con ellos. En Chile, antes de una presentación 
musical,  enviaron al evangelista más  joven que  tenían a decirme que  yo era  persona  no  grata  en  esa  iglesia,  pese  a  que  me  había  invitado  el 
pastor: no  tuvieron personalidad para decírmelo en  la  cara, mandaron a 
un muchacho a echarme de su  iglesia cuando ya estábamos armando  los 
equipos  para  la  presentación.  Los  pastores  branhamitas me  satanizaron 
por completo en todo el continente. Los pastores del Ecuador no han sido 
amistosos, te reciben, te hablan, te invitan a almorzar muchas veces, todo 
muy  gentil  y  educado,  pero  jamás  te  dejan  hablar  o  cantar  en  sus 
reuniones,  no  tienen  esa  espontaneidad  cristiana,  esa  sencillez  cristiana 
que  había  en  aquellos  años  en  que  yo  abandoné  el  aparato  eclesiástico. 
Por  entonces,  se  te  examinaba  el  espíritu,  la  facha  era  lo  de  menos, 
aunque ya empezaba a establecerse el  traje como condición sine quanon 
para presentarse como ministro, la corbata ya empezaba a imponerse y la 
credencial  ya  estaba  siendo  el  elemento  esencial  de  identificación, 
mientras mejor  imprentada, más  valiosa e  impresionante. A  los pastores 
ya  les estaba entrando  el gustito por  redactar  cartas de  recomendación, 
poniendo sus firmas al pie de ellas, más por esa vanidad de ser conocidos 
como  jefes de algo que para  recomendar a alguien por  su propia  valía  y 
testimonio. Pero, aun eras calificado por la unción, si la tenías o no, y si la 
tenías,  te abrían  las puertas del  todo y era una algarabía eso de gozarse 
juntos  compartiendo  las  cosas  espirituales. Ahora  debes  hablar  de  cosas 
materialistas  y  demostrar  que  no  sós  ningún  tirado  y  que  Dios  te  ha 
"bendecido" con algún vehículo, una regia casa, lindos trajes para predicar 
en  ocasiones  tan  importantes  como  estas,  las  de  ir  de  país  en  país 
predicando y haciendo música cristiana: yo he viajado hasta con  ropa de 
trabajo  de  un  país  a  otro,  jamás  he  creído  que  la  facha  signifique  un 
testimonio de cristianismo. Es como dicen en el mundo secular: el hábito, 
no hace al monje. En la iglesia evangélica sí lo hace. Y pobrecito que no lo 
haga, porque no te dan ni cinco de esférica. 
Los teólogos son la guinda del postre, si hay status y nivel en alguna clase 
jerárquica del protestantismo, pues, es ésta. Ello se apropiaron del derecho 
exclusivo  de  interpretar  la  Biblia  y  ellos  son  quienes  causan  todos  los 
cambios  en  las  opiniones  y  doctrinas  que  cada  día  se  ven  cambiantes  y 
cambiando en  las  iglesias. Como ocurría desde que  la  filosofía  invadió el 
terreno  eclesiástico:  "nadie  sabe  cuál  será  el  credo  al  año  siguiente",  se 
quejaba Hilario en el siglo IV, respecto del misterio insoluble de la Trinidad: 
hoy  es  lo mismo,  ya  estamos  en  el  punto  de  que  el  Arrebatamiento  de 
Iglesia  era una doctrina  "errada". Claro,  ellos piensan que  se  trata de  la 
iglesia  institucional  que  representan  ellos  y  por  esa  parte  tienen  razón: 
Dios  no  levantará  iglesia  evangélica  alguna,  para  eso  tendría  que 
levantarlas a todas, lo único colectivo que hará con todas será destruirlas. La teología es una disciplina filosófica que padece de los mismos males de 
la filosofía clásica: toda teoría puede ser refutada con otra; así ocurre con 
los planteamientos doctrinarios que aplican  los teólogos al conjunto de  la 
iglesia, devenidos en modernos "doctores de la ley", hacen y deshacen a su 
antojo  con  la  Biblia.  Ya  Helvetius  había  calificado  en  el  período 
oscurantista  de  la  historia  eclesiástica  al  concepto  teología,  él  decía:  «el 
reino  de  la  teología  se  contempló  siempre  como  el  dominio  de  las 
tinieblas». Porque  es así  realmente,  toda  laberíntica,  enredada,  indecisa, 
indefinida,  voluble,  impredecible,  moldeable:  ninguna  de  esas 
características tiene la Palabra de Dios, por cuanto Él es Inmutable, no hay 
que  estudiar  cinco  años  de  teología  para  comprender  que  Su  Palabra  es 
inmutable  también.  Los  que  "aprobaron"  teología,  cuando  sus  aparatos 
eclesiásticos  respectivos  les  enviaron  a  estudiarla,  suelen  jactarse  de  ser 
teólogos,  haciendo  creer  a  la  pobre  gente  que  eso  les  da  nivel, 
superioridad  jerárquica  sobre  el  resto  y  que  si  hay  alguien  "conocedor  y 
autorizado"  para  predicar,  interpretar  las  Escrituras  y  para  enseñar,  son 
precisamente  ellos.  Yo no  estoy  en  contra del  conocimiento ni del  saber, 
creo que el hombre y  la mujer deben  saber y conocer  todo cuanto  le  sea 
posible,  aún  tienen  el  derecho  legítimo  y  hasta  es  bueno  que  estudien 
teología, yo no estoy en contra de eso, estoy en contra de que se nos diga 
que eso constituye nivel, autoridad, absolutismo, superioridad; eso por una 
parte, por  la otra me opongo a que  se enseñe que  la  teología  califica  la 
Biblia, evalúa la revelación y se enseñe que es un don de Dios, porque no lo 
es:  es  lisa  y  llanamente  una  disciplina  racional  que  ha  inventado  el 
hombre. No encuentro nocivo que se estudie, se mire y hasta se aprecie, el 
drama es cuando quieren enseñarnos que es una ciencia, una "sabiduría" 
divina  que  pertenece  al  Reino  de  Dios,  cuando  no  lo  es.  Apenas  es  un 
dogma  que  produce  dogmas,  y  los  dogmas  son  cosas  fantasiosas, 
ocurrencias, que hasta han sido calificadas directamente de mentiras, pues 
es  una  mentira  sobre  algo  doctrinario  o  sobre  hechos  "apostólicos" 
inexistentes, como la Ascensión de María, por ejemplo, o como eso de que 
Dios está en la iglesia, o como eso de que el diablo es el dueño del infierno 
y  se  lleva  a  cuanto patán  desobedece  a  la  iglesia  para  atormentarlo  allí 
con  sus  demonios:  eso  ya  lo  hicieron  acá  los  curas  católicos  en  las 
persecuciones, ¡y vaya que atormentaron lindo y muy creativamente a sus 
víctimas!  Es  un  algo  inocuo  que  no  tiene  asidero  bíblico,  producto  de 
mentes humanas entrenadas en el razonamiento y nada más.  
Los pastores son los jefes absolutos, los señores, ellos no son servidores de 
nadie:  las  congregaciones  deben  servirlos  a  ellos.  Ellos  son  el meollo  del 
asunto,  la guinda del postre, todo se puede tocar, desechar, contradecir y atacar:  nunca  a  un  pastor,  es  el  monstruo  sagrado  por  excelencia.  Un 
pastor  merece  respeto  indiscutiblemente,  pero  nunca  veneración, 
adoración, o sumisión. Como tampoco nunca debe ser considerado el jefe, 
el  dominante,  el  esclavizador  o  el  único depositario  de  todos  los  dineros 
que  se  recolectan.  El modelo  de  pastor  lo  entregó  Jesucristo  cuando  la 
madre  de  Jacobo  y  de  Juan  fue  a  pedirle  privilegios  para  sus  hijos  y  lo 
enseñó claramente en el momento que lava los pies a sus discípulos, allí da 
la clave de quién será considerado mayor. En  la  iglesia es al revés, el  jefe 
es el que ni siquiera carga un huevo, y mucho menos cargará un lavatorio 
y una toalla para lavar los pies de su gente: no lo han hecho nunca. Y si lo 
hacen,  son  selectivos:  no  se  inclinarán  jamás  a  lavarle  los  pies  con  uñas 
ennegrecidas de los campesinos, ellos solo lavarán pies de personas cultas 
y aristocráticas, si es que por esas cosas  les da por humillarse delante de 
alguien.  Los  pastores  le manejan  la  vida  completa  a  sus  congregantes: 
ninguna  hoja  se mueve  sin  que  lo  sepa  el  pastor,  les manejan  hasta  la 
cama matrimonial. Y  cualquier misionero que  llegue a  sus  feudos, queda 
bajo  su  total  autoridad.  Si  el misionero  es  despistado  y  un  poco  sonso  y 
pánfilo, o vendido a  intereses económicos personales, pronto cambiará  la 
dirección de Dios en su oficio, por  la dirección del  jefe de  la  iglesia que  lo 
recibe. Son contados por millares  los misioneros que terminan predicando 
lo que el  jefe de  la  iglesia  local quiere que prediquen a  su  congregación, 
generalmente sobre el diezmo, porque eso es  lo que  les quita el sueño, el 
dinero. Como un pastor del Perú, a quién llamaba por teléfono el jefe de un 
tabernáculo branhamita  en  Ecuador, diciéndole:  ¡Oye,  José, necesito que 
vengas a mi  iglesia a predicar  sobre  los diezmos!   Y  José,  tomaba  tres o 
cuatro  diáconos,  a  los  cuales  usaba,  y  usa  hasta  el  día  de  hoy,    como 
auténticos guardaespaldas y se venía al Ecuador con un enérgico sermón 
sobre  la  revelación  del  diezmo.  Ellos  no  se  desvelan  por  construir  a  un 
individuo,  se  desvelan  cuando  los  individuos  no  les  llenan  las  arcas  de 
dinero. No se desvelan porque su gente pobre apenas tienen para comer, 
se  desvelan  pensando  en  cómo  hacer  para  que  todos  esos  "ladrones  de 
Dios",  reacios a diezmar,  sean pobres o no,  se arrepientan y  se metan  la 
mano al bolsillo,  para que los diezmos y ofrendas aumenten. Encima, con 
tantos malos ejemplos ministeriales en los medios de comunicación, sobre 
todo  en  la  Televisión,  viendo  a  tanto  caradura  trajeado,  exitoso  y 
aristocrático  y  millonario,  predicando  hasta  por  los  Estados  Unidos  y 
Europa, es peor: las apetencias por el dinero hoy en día son el insomnio de 
cuanto  pastor  evangélico  ha  regado  la  iglesia  por  la  tierra.  Lo  más 
humorístico y anecdótico, por así decirlo, porque raya en lo caricaturesco: 
si a un pastor  le quitas  la  credencial, no es nada, pierde  toda  confianza, protección, seguridad y hasta siente que ha sido despojado del ministerio 
¿?  Igual  como en  las películas policiales  les quitan  la placa a  los policías 
que ha cometido algo indebido. Es como la medallita de la suerte para una 
mayoría abrumadora de "ministros", así como  la defendía un complicado 
pastor  en  Ecuador:  cuando  salía  el  tema  de  mis  credenciales,  siempre 
contaba  la misma historia, diciéndonos que él había  tenido  cierto drama 
en  una  requisa  policial  y  se  había  salvado  mostrando  su  credencial  de 
pastor;  me  quedaba  mirando  a  mí  e  intentaba  convencerme  con  ese 
ejemplo de cuán bueno era tener una credencial de "ministro" evangélico. 
Con una facilidad asombrosa conviven bajo dos señores: los mandonea en 
su ministerio el presidente u obispo de  la Corporación  y agregan que  les 
guía  Dios,  ¿cómo  se  hace  eso?  Ni  idea,  al  menos  en  la  Biblia,  según 
palabras del mismo Señor Jesucristo, ninguno puede tener dos señores: los 
pastores  evangélicos  vencieron  esa  sentencia  del  maestro  de  Galilea, 
tienen  dos  señores;  y  tres,  si  son  personajes  gobernados  por  esposas 
dominantes, porque hasta eso ves cuando estás en el tema de Ir: ministros 
que  obran  según  les  susurra  órdenes  su  esposa,  un  verdadero  desastre. 
Según el dicho: es porque es necesaria una "cobertura" para el ministerio. 
¿Cobertura  de  qué…?  ¿Cobertura  estatal  para  un ministerio de  un Reino 
que no es de este mundo? Jesús ni  los apóstoles tuvieron, ni aspiraron, ni 
necesitaron esa mentada "cobertura"  ¡Y vaya que  les hacía  falta! Hoy en 
día  nadie  los  persigue  ni  los  lleva  a  la  hoguera,  pero  se  obligan  a  esa 
cobertura, que no cubre de nada, en realidad, solo te hace esclavo de otro 
más  vivo.  Y  punto.  Es  desastroso  ver  a  un  "ministro"  atado  a  una  orden 
corporativa,  atado  de manos,  de  pensamiento  incluso,  porque  hasta  sus 
pensamientos  deben  estar  bajo  el  orden  de  esa  cobertura.  Es  lastimero 
verlos cuando esas órdenes pasan por encima aun de sus deseos de recibir 
y  albergar  a  algún  hermano  y  compartirles  su  púlpito  y  sus  iglesias.  El 
primer pastor denominacional que me recibió en Ecuador, era colombiano 
y  transgrediendo  todas  las  órdenes,  se  jugó  el  pellejo  y  me  ofreció  su 
iglesia y su púlpito, nos hicimos grandes amigos. Esa cobertura no te cubre 
del  pecado,  no  te  cubre  de  las  tentaciones  ni  te  cubre  de  las  estafas  y 
malversaciones que practican a rolete los "jefes" que te han hecho el gran 
"favor cristiano" de darte "cobertura". La famosa "cobertura" es solo una 
estrategia más de atrapar giles y engrandecer sus imperios y fortalecer sus 
complejos de mando y superioridad, mientras más gente amontonan, más 
satisfechos  e  importantes  se  sienten  cuando  desde  sus  púlpitos 
escarnecedores miran a "sus" convertidos, "los míos" se dicen, y dicen a los 
otros "jefes". Por mí, que lo sigan haciendo hasta las fronteras del Milenio, no  tengo drama con eso, pero yo, paso:  ¡A otro hueso con ese perro!  (Lo 
digo al revés a propósito, porque de perros se trata…y de cerdos, claro) 
La  iglesia  tiene un perfil de creyente, una semejanza  fija, un concepto de 
identidad  absolutamente  sincrética  del  individuo  creyente,  de  la  persona 
cristiana.  Y  esa  imagen  se  construye  en  base  a  preceptos,  estilos, 
comportamientos  sociales,  disciplinas,  filosofías,  moral  religiosa, 
formación  escolar  de  las  tres  ramas  de  la  educación;  tomado  todo  del 
sistema, como convencida que  las buenas cosas del sistema son perfectas 
para un cristiano y deben ser parte del individuo, y deben manifestarse de 
manera indefectible en el  individuo cuando este declara ser un convertido 
al cristianismo. Es más grave aún: si el individuo confiesa haber recibido el 
Espíritu Santo, el Espíritu de Dios debe manifestar todos estos "atributos" 
en el  individuo,  si no, no es  tal y nunca ha  sucedido que el hombre haya 
recibido el Espíritu  como  confiesa. Aparte, están  también  todas  las otras 
cosas  religiosas  que  considera  la  iglesia  son  esencia  en  un  llamado 
cristiano:  sus  dogmas,  sus  estatutos,    sus  interpretaciones  bíblicas,  sus 
conceptos de evangelio en lo social, lo político, lo económico, lo artístico  y 
lo eclesiástico, junto a los diferentes estilos de creer, de vestirse, de hablar, 
de  comer,  de  los  usos  ritualistas,  ceremonias  y  hasta  supersticiones  y 
feticherías de cada una. Y... una fidelidad a toda prueba con  la  iglesia del 
letrero  elegido.  Todo  eso  hace  un  cristiano  eclesiástico,  todo  eso  es  el 
armazón de un feliz creyente organizacional. Lo más grave de todo esto es 
que  Dios  tiene  que  presentar  un  creyente  que  reúna  todas  estas 
condiciones  y  absolutamente  dentro  de  los  límites  del  ente  organizado, 
porque  si  por  esas  cosas  del  absolutismo  divino,  Dios  rompe  las  reglas 
establecidas por el aparato eclesiástico, su elegido es quien paga el precio. 
Eso  es histórico,  eso de quien paga  el precio. Como  también es histórico 
que Dios  siempre  le quebró  las  reglas al hombre  institucional, al hombre 
eclesiástico. El caso más notable y sintomático de esto fue Jesucristo. Dios 
lo presentó a  la nación más  religiosa de  la  tierra,  con una única  religión 
verdadera, adoradores de un único Dios verdadero, pero los elegidos para 
recibir Su Ungido, rechazaron Su Enviado y despreciaron  la oferta de Dios 
ejecutándolo en  la muerte más cruel y vergonzosa que  se practicaba por 
esos  días.  Como  también  es  histórico  que  la  iglesia  siempre  renegará  y 
porfiará, y se obstinará en que todos los seres humanos hagan lo que ella 
dice,  incluyendo  a  Dios  y  a  todas  las  huestes  celestiales,  y  la  historia 
también nos dice, y el presente, que ella nunca cambiará.  
El  modelo  de  "cristiano"  que  la  iglesia  manufactura  es  un  modelo  de 
cristiano que  se  inserta  con éxito en el  sistema, es un  triunfador místico-
materialista, mientras  Jesús  apartó  a  los  suyos  del mundo,  pues  así  los define en su oración en Juan 17, cuando expresa que no pide por el mundo, 
sino  por  los  que  del mundo  el  Padre  le  dio,  la  iglesia  los  aparta  para  el 
mundo,  les ofrece  los mismos  reinos que  satanás  le ofreció a  Jesús en el 
desierto.  Todas  las  bendiciones  que  la  iglesia  ofrece  son  materialistas: 
dinero,  una  buena  casa,  éxito  en  todos  los  rubros,  buenas  profesiones, 
empresas  triunfadoras  y  prósperas,  nivel,  status,  importancia  social 
notoriedad social, etc. Cuando consiguen su sueño materialista dan toda la 
gloria  a Dios  y  si  consiguen  algún  triunfo  espectacular  cuando  practican 
algún deporte, como el boxeo por ejemplo, al ganar una pelea importante 
en  sus  carreras  a  la  corona mundial,  finalizado  el  round  ganador  lloran 
dando gracias y toda la gloria a Dios públicamente, como cierto boxeador 
centroamericano  que  tuve  ocasión  de  ver  por  televisión:  detrás  de  ese 
pobre  individuo  que  glorificaba  a  Dios  por  haberle  "bendecido"  con  ese 
poderoso  don  de  machacar  rostros  humanos,  hay  una  iglesia,  un 
"ministro"  que  le  ha  convencido  que  Dios  reparte  dones  como  ese 
mediante  su  Espíritu  Santo.  Lo  mismo  sucede  con  los  futbolistas 
"cristianos",  lo  curioso  es  cuando  ambos  están  en  equipos  contrarios,  si 
gana uno de ellos,  la gloria es para Dios, claro, y el que perdió, ¿qué? La 
iglesia  centroamericana  convenció  a  sus  creyentes  de  las  "bendiciones 
espirituales"  que  les  significan  las  cristotecas,  donde  se  reúnen  a  bailar 
alabanzas  bailables  solo  para  "cristianos".  Y  no  podía  faltar  el  nudismo 
"cristiano",  con  playas  en  los  litorales  usamericanos  solo  para  nudistas 
creyentes:  detrás  de  todo  eso  está  la  iglesia  y  sus  afiebrados ministros 
laodiceanos,  convenciendo  "profética  y  apostólicamente"  a  sus 
congregantes que son "bendiciones de Dios". Hay iglesias evangélicas para 
homosexuales y lesbianas exclusivamente, así como hay iglesias solo para 
militares o solo para policías, como solo para ex reos, con esa naturalidad 
funcionan y  se  creen el  cuento y  se  convencen a  sí mismas estas  iglesias 
nudistas,  sexistas,  deportistas,  artísticas,  etc.  ¿Es  eso modelar  cristianos 
para  el  Reino  que  no  es  de  este mundo?    La  iglesia  evangélica  no  es  el 
modelo a seguir, ni siquiera es digno identificarse con ella frente a todo lo 
que está significando en el mundo entero. El modelo de cristiano que Jesús 
edifica es un modelo de cristiano que se inserta exitosamente en Su Reino, 
y no como empleado exitoso de Su reino, no como socio empresarial de Su 
Reino,  no  como  un  profesional  reconocido  en  Su  Reino,  no  como  artista 
célebre en Su Reino, sino como reyes y sacerdotes; luego, no es en el reino 
de  este  mundo,  sino  que  en  un  Reino  que  no  es  de  este  mundo.  Este 
modelo de cristiano no existe en las iglesias, este modelo de cristiano que 
Jesús  presenta,  es  un  individuo  que  juzgará  ángeles,  eso  no  produce  la 
iglesia y nunca producirá porque  la  iglesia es de este y para este mundo, sus días de gloria  son estos, estos días  laodiceanos, donde  su modelo de 
"cristiano" es un ciego, un cuitado, un miserable, un desnudo, en suma: un 
religioso enloquecido, alienado, enajenado, un pobre y miserable reflejo de 
ser  humano  a  la  par  de  un  cristiano,  que  usará  un  trono  para  juzgar  al 
mundo  y  a  los  ángeles,  para  eso  hay  que  tener  un  criterio  que  no  tiene 
nada que ver con el criterio de un hombre intelectualizado en las materias 
religiosas y/o profanas, para eso no está apto un teólogo, o un filósofo, o 
un ministro mediático millonario.  Ellos  saben  de  las  teorías  filosóficas  y 
económicas,  políticas  y  sociales  de  este mundo,  pero  de  conocimiento  y 
sabiduría para juzgar a un ángel, de eso carecen absolutamente. Ni hablar 
de  la  unción,  ni  del  poder,  ni  de  la  autoridad  divina  que  requiere  una 
persona que enfrentará como juez a un ente espiritual y celeste: eso no se 
produce  en  iglesia  alguna,  la  iglesia  produce  religiosos  altamente 
entrenados  para  conquistar  este  mundo.  Ni  siquiera  conquistarlo  para 
Cristo, porque aparte del hecho que Jesucristo no está interesado en salvar 
al mundo  entero,  sino  solamente  a  quiénes  el  Padre  elije,  eso  de  que  la 
iglesia  quiere  salvar  al  mundo  es  un  burdo  pretexto  que  no  resiste  un 
análisis serio, pues, en realidad, los enviados de la iglesia al mundo van en 
pos de sus intereses, aspiraciones, metas, que son idénticas a las de un no 
creyente,  nada  más  que  ellos  van  al  mundo  a  conquistar  bendiciones 
materiales parapetados  en  su  credo,  lo que  está por demás, porque hay 
innumerables ejemplos de hombres que han conquistado el mundo  sin  la 
ayuda del Dios del cristianismo y sin la ayuda de ningún otro dios apócrifo 
conocido o desconocido. La causa materialista de conquistar un lugar en el 
mundo tiene múltiples héroes y mártires, los cristianos no fueron mártires 
de  la  conquista  del  mundo  de  su  contemporaneidad  cuando  fueron 
masacrados  en  las  hogueras  y  en  los  tormentos  de  las  persecuciones 
históricas,  ellos  fueron mártires  de  su  fe  por  Cristo  y  por  causa  de  sus 
espiritualidades y ministerios, a manos de una  iglesia que se había aliado 
con el alto poder de este mundo para llegar a ser lo que es y cuya imagen 
ha despertado la envidia del aparato protestante, por eso tenemos hoy en 
día  a  todo  el  protestantismo  empecinado  en  alcanzar  los  niveles  socio, 
políticos  y  empresariales  y  culturales  que  ostenta  la  iglesia  madre.  La 
ecuación es simple: si una iglesia como esta, tan miserable en cuanto a los 
valores  del  Reino,  tan  materialista,  tan  prostituida  como  está  con  el 
sistema  y  tan  agujereada  en  su  testimonio  por  todo  lo  que  ha  durado 
como ente religioso en el sistema, es el lugar que eligió Dios para mostrar 
su  Magnificencia  y  para  modelar  al  interior  de  ella  a  Su  hombre  a  Su 
Imagen y Semejanza, no sé: Dios no existe entonces. Y es eso exactamente lo que podemos decir  fundamentadamente: Dios no existe. Al  interior de 
las iglesias, claro. 
Y  es  Dios  justamente  quién  tiene  la  posición más  incierta  en  todo  este 
pandemónium  desastroso  y  demencial  que  manifiesta  la  iglesia 
organizada.  El peor trato lo padece Dios. Jesús dijo que cualquier cosa que 
los hombres hicieren a los suyos, a Él lo hacían. Y en realidad, a Dios se le 
ha  hecho  de  todo.    Sufre  un manoseo  constante,  obligaciones,  órdenes, 
sometimientos,  lo  gritan  bien  gritado  cuando  quieren  que  alguien  sane 
para  elevar  sus  prestigios  evangelísticos,  empujan  al  piso  a  quienes 
evidencian  estar  recibiendo  su  Espíritu,  lo  mandan  a  bendecir  el 
consumismo  de  sus  creyentes  extraviados  ex  profeso  por  sus  ministros 
"iluminados",  lo  presentan  como  un  ente  enajenador  que  convierte  en 
fanáticos eclesiásticos y sectarios a los individuos que acuden a las iglesias; 
perdidos de todo don espiritual discuten su Nombre, debaten su Nombre, 
levantan  iglesias  a  su  Nombre  y  en  su  Nombre  se  prostituyen  con  los 
gobiernos  de  la  tierra  y  lo  meten  al  Congreso,  a  la   Presidencia,  a  los 
despachos  de ministros,  a  los  edificios  de  los  empresarios  y  lo  obligan  a 
negociar con ellos, lo arrodillan delante de ellos para conseguir privilegios,  
"bendiciones" corporativas, estatales y políticas para sus organizaciones; y 
uno no  sabe ni  sabrá  jamás de qué manera prodigiosa  lograron meter a 
Dios, la  Divinidad, la Suprema Deidad, el Dios único de todo el Universo, el 
Padre de todos de los espíritus dentro de sus miserables iglesias anatemas.  
Todos  reclaman  tenerlo dentro de  sus aparatos  religiosos, han  llegado al 
asesinato para defender la cuestión de que Dios es de ellos. Se pelean y se 
ponen mal  los  unos  con  los  otros,  porque  todos  reclaman  ser  la  iglesia 
perfecta y verdadera, con el verdadero Dios adentro; y esa es la parte más 
tirada de los pelos de esta historia eclesiástica: Dios metido en cada iglesia 
peleando  consigo  mismo  desde  adentro  de  la  otra  iglesia:  están  todos 
locos.  Se  arrasó  este  continente  en  nombre  de  nuestro  Dios  Único  y  se 
continúa  colonizando  per  sécula  en  su  Nombre.  Dios  ha  sido 
ignominiosamente presentado como un Dios chiflado, que vive en conflicto 
con  dioses  inexistentes  que  jamás  creó  Él  y  que  son  la  paupérrima  
invención de la mente limitada y hasta bestializada del hombre natural. No 
existe  ningún  reino  en  el  que  dos  o  tres  o  más  reyes  convivan 
compartiendo el dominio de  tal  reino, pero el hombre  religioso ha hecho 
creer  al  hombre  que  hay  una  gran  variedad  de  dioses  disputando  la 
Supremacía del Único. Se cae de maduro que Dios creó todo esto para Él, 
para su Gloria y adoración, y está muy bien definido en  las Escrituras que 
Él no comparte su Gloria con nadie. Dios va al cine, Dios va al boxeo, Dios 
va al estadio deportivo, Dios va al prostíbulo, Dios es nudista, Dios está con los homosexuales, Dios está en la iglesia de los militares, Dios es capellán, 
Dios goza del rock y últimamente del "perreo" hiphopero, Dios es católico, 
Dios es protestante, Dios es budista, Dios es islámico, Dios es tres personas 
distintas pero un solo Dios ¿? No me cabe ninguna duda que Dios está en 
todas esas expresiones humanas y religiosas, pero cuando está allí, lo está 
para  rescatar  alguno  de  sus  elegidos  o  elegidas  y  sacarlo  fuera  de  esos 
cubiles,   y no para  instalarse, o para gobernar al hombre desde allí: Dios 
gobierna al hombre desde el lugar que Él escogió como el perfecto sitial de 
gobierno de sus amados: el corazón del hombre, ese es su morada. Dios no 
es el habitante espectral de las iglesias, eso es una vulgar y clásica mentira 
religiosa: nos han mentido a Dios. Peor, aun: le mienten a Dios y ponen en 
su boca palabras, deseos, voluntades que nunca han sido de Él. Todos nos 
han mentido a Dios, empezando por  los conquistadores, que decían venir 
en  el  nombre  de  nuestro  Dios,  amparados  en  eso  mataron,  mutilaron, 
enloquecieron,  transculturizaron,  expoliaron,  invadieron,  borraron 
identidades,  destruyeron  comunidades  para  siempre,  impusieron  una 
iglesia  feroz,  dominante,  sanguinaria,  enajenante;  y  así,  suma  y  sigue, 
porque  para  rematar  el  punto,  el  tiro  de  gracia  lo  asesta  la  iglesia 
protestante  en  nuestras molleras:  Dios  es  evangélico,  Dios  es  de  la  CIA, 
Dios es norteamericano y nosotros somos monos y demonios, Dios corta el 
cabello, Dios pone corbata a su ungido, Dios es filósofo teológico, Dios es 
empresario, Dios es millonario, Dios es exitoso, Dios ama a los ricos y no le 
hacen gracia los pobres, Dios es estrella mediática de la televisión, Dios es 
rubio  y  de  ojos  azules,  Dios  controla  la  natalidad  en  las  comunidades 
indígenas,  Dios  atiende  en  Estados  Unidos,  Dios  fabrica  misioneros  en 
Estados Unidos, Dios envía ejércitos de ángeles solo a  los Estados Unidos 
(porque no sé si  lo han notado, pero todas  las historias de apariciones de 
ángeles, solo ocurren en USA) No sé, ¿qué dirá Dios de todo esto? Pronto 
lo  sabremos.  Lo  que  sí  sabemos  es  que  Él  tiene  un  nombre  que  es 
sobretodo  nombre,  y  que  se  pronuncia  y  se  dice:  Señor  Jesucristo,  como 
nos enseñaron a decirlo en el lado gentil que nos corresponde; y que toda 
potestad le ha sido dada en el cielo y en la tierra, y que ante Él se doblará 
toda  rodilla,  y  noten  cómo  lo  expresa:  de  todo  lo  que  está  arriba  en  el 
cielo,  en  la  tierra  y  debajo,  debajo  de  la  tierra.  La  sola  lectura  de  estos 
textos relacionados con su absoluta Divinidad Suprema debieran poner fin 
a  los devaneos de amenazar o de enseñar a  temer otros dioses: Zeus no 
hará doblar la rodilla a Dios como lo hace un ministro evangélico frente a 
las  autoridades  de  la  tierra  cuando  anda  en  busca  de  "coberturas"  y 
privilegios,  porque  aparte  que  Zeus  no  existe,  el  único  Dios  siempre 
existente  tampoco  es  tan  chiflado  como  para  someterse,  obedecer, arrodillarse  o  clamar  por  cobertura  y  protección  a  un  dios  inexistente. 
Como  tampoco  crearía  a  un  dios  para  adorarle,  como  dicen  los 
intelectuales de los creyentes: que hemos inventado a Dios  motivados por 
nuestros  miedos  y  debilidades;  y  mucho  menos,  no  está  tan  rechiflado 
como crear dioses con los cuales agarrarse a patadas en plenos arrebatos 
de ira divina  de vez en cuando. 
El  año  2004,  en  diciembre,  inicié  mi  viaje  sin  fecha  de  retorno:  salí  de 
Córdoba a Neuquén, de Neuquén volví a Córdoba por un mes y salí hacia 
Chile  el  2005.  En  enero  del  2006  entré  a  Perú  y  en  febrero  de  ese  año, 
ingresé  al  Ecuador;  en  abril  de  2006  fui  a  Colombia,  solo  prediqué  en 
Ipiales aquella vez, para una congregación de branhamitas, en su mayoría 
personas de una comunidad aborigen denominada Pastos;  volví a Ecuador 
y  tomé  a  cargo  un  grupo  de  creyentes  del mensaje  branhamita.  Les  dije 
que sacaría a Branham de la escena y pondría a Jesucristo como único Rey, 
Señor  y  Cabeza  de  la  iglesia  del  Dios  Viviente;  porque  para  ellos,  si 
Branham no está en la escena, el cristianismo no es válido y si un individuo 
dice ser cristiano y no reconoce a Branham a la par de Jesucristo, el tal no 
es cristiano para ellos, y  si alguien dice haber  recibido el Espíritu Santo y 
nunca  se  ha  enterado  ni  conoce  al  profeta  Branham,  ese  tampoco  es 
cristiano para ellos, y si encima ese  individuo no  reconoce  tabernáculo ni 
pastor  branhamitas  para  congregarse,  tampoco  es  cristiano  para  ellos.  
Los tabernáculos branhamitas hacen una diferencia verbal enérgica entre 
ellos y los evangélicos, y no se califican ni se identifican como evangélicos, 
pero  están  encuevados  con  revelación  y  todo  en  el  mismo  concepto 
eclesiástico  de  la  iglesia  evangélica  y  peor  aún:  con  esa  saña  y  celo 
enfermizo  de  las  auténticas  sectas.  Les  expliqué  que  yo  era  como  los 
comunistas:  los  comunistas  quieren  destruir  el  Estado  por  que  el  estado 
asesina y explota a su propia gente, y yo apuntaba a destruir el concepto 
religioso  de  iglesia;  les manifesté  que mi  interés  no  era  dejar  construida 
una iglesia para el vecindario, para la sociedad, sino que creía en construir 
seres  humanos,  personas,  hombres, mujeres,  templos  humanos  de  Dios: 
me  respondieron  que  sí  entusiastas  y  alegres,  pero  al  cabo  de  tres  años 
con  ellos,  el  entusiasmo  se  perdió  y  pronto  volvieron,  en  su  mayoría, 
excepto  tres  personas:  Vicente  Jumbo,  su  esposa  Cecilia  Torres  y  Daniel 
Cela, al tema de los tabernáculos branhamitas. Salí a Colombia en febrero 
de  2009,  hice  una  apretada  agenda  de  presentaciones  musicales  y 
predicaciones  por  varias  ciudades  del  centro  del  país  cafetalero:  Cali, 
Tuluá,  Pereira,  Armenia  y  alrededores  como:  Montenegro  y  Calarcá;  y 
pequeños  pueblos  como  Los  Presidentes  y Ovando.  En marzo  del mismo año  entré  a Venezuela,  prediqué  y  canté  en  tres  provincias  venezolanas: 
Barinas, Barquisimeto y San Cristóbal. Volví a Colombia a finales de mayo, 
a  la  ciudad de Armenia: allí  empecé a escribir el  resultado de mi periplo 
iniciado  en  diciembre  de  2004,  sin  fecha  de  retorno,  dejando  atrás  la 
cálida,  hermosa  y  acogedora  ciudad  bien  amada  de  Córdoba,  en 
Argentina.  
Mi  recorrido  está  terminado del  todo. Pensaba  recorrer Centroamérica  y 
Méjico  observando  la  realidad  evangélica,  pero  en  Venezuela  comprendí 
que solo vería más de lo mismo. Ahora, en Ecuador, en la ciudad de Santo 
Domingo de los Tsáchilas termino este libro. No sé hasta cuando estaré en 
este  lugar  de  la  mitad  del  mundo,  hospedado  con  el  afecto  valioso, 
importante  y  leal  de mi  buen  amigo  y  hermano  Edín Maldonado,  un  ex 
militar que ha combatido en las dos últimas guerras del Ecuador con Perú 
y que sin intervención de iglesia alguna, ha llegado a Jesucristo, mostrando 
una  lucidez  escritural  que  no  se  encuentra  fácilmente  en  las  iglesias 
establecidas. He tratado de radicarme en esta ciudad, pero ha sido costoso 
y  complicado. Digo que  no  sé  hasta  cuando  estaré  aquí,  por  lo  difícil de 
tramitar  mi  estadía,  he  pensado  que  este  es  el  mejor  lugar  para 
establecerse  y  desde  aquí  seguir  trabajando  ministerialmente  en  la 
vocación  y  el  don  elegido  por  Dios  para  mí.  Antes  de  anoche,    de 
madrugada  aun,  soñé  con  Dios.  Lo  veía  viniendo  al  Ecuador,  como  un 
mensajero humildemente vestido, de cierta edad, algo canoso. La gente le 
trataba mal y le rechazaba de malos modos, con gestos ásperos y palabras 
de tonos subidos. Eso encendía mi furor y me hacía disputar con  la gente 
del lugar y tratarles severamente por tratar así a Dios. Muy enfurecido me 
apartaba  de  ellos.  Luego,  Dios  venía  hacia mí  y  yo  le  pedía  perdón  por 
haber perdido mi control y haber tratado así a  la gente, pero le explicaba 
que lo había hecho porque era increíble e inadmisible para mí que el Padre 
Celestial  fuese  tratado así,  tan despectivamente. Él  respondía que estaba 
bien, que no me preocupase más. Me dijo a  continuación que Él vivía en 
Panamá, y a eso me lo repitió tres veces. Desperté y ya clareaba. No sé. En 
Ecuador todo siempre ha sido difícil para mí:  luchado, resistido, estafado, 
mal  interpretado,  coimeado  por  la  policía  común  y  la  policía migratoria, 
sin pastores amigos; y en cierta manera, rechazado por el grupo que quiso 
trabajar  conmigo en el  tema  cristiano.   Es un momento  complicado para 
mí, debo tomar una decisión, aunque ya tomé otra: no volveré al seno de 
las  iglesias  protestantes  jamás.  A  treinta    años  más  tarde  de  haberlas 
dejado en 1980, el panorama es totalmente desolador. Es  lo que describo 
en este libro. No  escribí  con  palabras  profesionales  ni  teológicas,  es mi  opinión  como 
cristiano. No  busqué  lecturas  profesionales  sobre  el  tema,  porque  no  las 
hay, al menos desde adentro,  solo  referencié unos muy pocos  escritores, 
investigadores, antropólogos y un par de historiadores; porque ellos miran 
desde el punto racional materialista  e incluso, calificando los movimientos 
protestantes en base al aporte cultural que hagan al sistema, aunque hay 
por ahí unos buenos estudios al respecto, pero que no tiene nada que ver 
con  la  óptica  que  emplea  un  hijo  de  Dios  o  una  hija  de  Dios  con  una 
legítima y exacta experiencia espiritual. De ellos tomé algunas opiniones y 
básicamente  solo  datos  históricos:  la  ciencia  de  este  mundo,  por  muy 
constructiva que parezca, nada tiene que ver con el cristianismo original y 
legítimo, porque el cristianismo no es una ciencia que funciona en bien del 
sistema:  funciona  en  bien  de  los  hijos  e  hijas  de Dios  y  de  Su  Reino. No 
escribo para  la exclusiva elite  intelectual religiosa, más bien, escribo para 
la gente común: creo que el grueso de mis hermanos está allí. Jesús creía 
lo mismo y se rodeaba de gente humilde y desposeída, de rechazados, de 
marginados,  de  despreciados  por  el  sistema  religioso  y  político  de  su 
tiempo.  No  escribo  para  las  iglesias,  para  ninguna  de  ellas;  las  iglesias 
están  repletas  de  salvadores  y  redentores,  quienes  amparados  en  ese 
concepto,  engreído  de  sí  mismos,  se  han  convertido  en  condenadores 
"autorizados"  de  los  pecadores  que  transgreden  los  reglamentos 
eclesiásticos o los pecadores que no se congregan sometiéndose a ellas. La 
Iglesia  de  Cristo  se  compone  de  salvados  y  redimidos,  quienes  han  sido 
rescatados  en  su  Amor  y  en  su  Gracia  y  se  congregan  sabedores  de  lo 
inmerecido que ha sido esa salvación tan grande que  les prodiga el Padre 
que  está  los  cielos,  en  la  tierra  y  en  todo  lugar…excepto  la  iglesia 
denominacional,  claro.  Escribo  para  personas  comunes,  personas  que  no 
conocen de  iglesia  "verdadera" o  "falsa",  según  la  califican ellos mismos 
desde sus  tronos clericales; escribo para cuales quieran que sean quienes 
lean  esto.  No  escribo  para  competir  con  analistas  y  revisionistas  o 
antropólogos  de  la  religión,  escribo  para mis más  cercanos.  No  escribo 
para  los pastores de  las  iglesias, salvo pastores amigos que se aproximan 
con  sus  comportamientos  y  sus  ideales  al  cristianismo  bíblico  y  se  han 
independizado  o  están  en  vías  de  hacerlo  de  las  iglesias  jurídicas, 
oficialmente  establecidas  como  una  institución  más  al  servicio  de  los 
intereses materialistas del estado. No escribo para corregir cosas: las cosas 
seguirán  tal  cual  como  siempre.  No  escribo  para  los  misioneros,  ellos 
también  escriben  y  leen  cosas  más  teológicas  y  profesionales  que  este 
libro. No escribo para ninguna secta, como tampoco escribo auspiciado o 
bajo la "cobertura" de alguna de ellas o de alguna  iglesia. La literatura es una disciplina que no practica  la  iglesia en Latinoamérica, un escritor, un 
poeta,    no  tiene  valor  alguno  en  el  seno  de  las  iglesias  protestantes  de 
Latinoamérica, al menos en el cúmulo mayoritarios de iglesias populares, y 
excepcionalmente solo puede darse en las iglesias extranjeras de tradición, 
europeas  o  usamericanas.  Lo  que  practica  la  iglesia  es  esa  cultura  que 
puede rendirle beneficios, como el espectáculo que usan  iglesias como  las 
bautistas,  quienes  practican  una  media  hora  previa  de  actuación  con 
mimos o aquellas iglesias que usan coristas que coreografíen las alabanzas 
iniciales: el espectáculo vende, y eso  les gusta. En Paraguay  leí mis textos 
poéticos en alguna iglesia y no significó nada para ellos: no escribo para la 
iglesia. No escribo para los músicos profesionales del aparato protestante, 
hay una  reciprocidad entre ellos y yo: ellos no  se  interesan por  lo que yo 
compongo  y  yo  no  me  intereso  por  lo  que  componen  ellos.  Ellos  no 
valorizan  lo que canto porque  lo consideran anticuado  (como si  las cosas 
de Dios pasaran de moda y después de un tiempo quedasen obsoletas ¿?) 
y yo no los acepto porque los encuentro muy pobres como creadores, muy 
plagiadores de otros y de sí mismos, y muy comerciales. Esos músicos no 
edifican a nadie con sus "creaciones" marketineras, siempre es más de los 
mismo, nada que comprometa, nada que revise conceptos, nada histórico, 
nada  doctrinario,  nada  denunciante,  nada  protestante;  todo  es  ambiguo 
porque la "orden" eclesiástica es que esa canción quede bien instalada no 
solo en  la masa protestante,  sino  también en  las multitudes de  la  iglesia 
madre  romana  y  con  todo  lo  que  se  parezca:  un  híbrido  realmente.  No 
escribo para conseguir seguidores: en el cristianismo se sigue a Jesucristo; 
y  yo  soy,  con  todas  las  dificultades,  defectos  y  derrotas,  apenas,  un 
seguidor;  no me  alcanza  ni  para  ícono,  ni  para  doctor  de  la  ley,  ni  para 
ministro aristocrático, ni para figura intelectual y mediática de la religión, 
para eso hay que tener plata y yo no tengo un peso. Para tener seguidores, 
hay  que  tener  imagen,  construirse  una  imagen,  hacerse  un  perfil,  tener 
solvencia  económica,  "cobertura",  vestirse  bien:  yo  no  parezco  nada;  ni 
siquiera me gusta "el buen vestir"; solo volví a ponerme corbata una noche 
de  predicación  en  Pereira,  como  gesto  de  retribución  a  ese ministro  que 
me recibió un domingo de reunión en su poderosa  iglesia tal como yo  iba 
vestido, sin fijarse en mi  informalidad habitual y criticarla;  la segunda vez 
de  su  invitación, antes de  entrar, me puse una  corbata para devolver  su 
gentileza,  y  punto.  Para  tener  seguidores,  bajo  los  conceptos modernos 
que se manejan con el tema, hay que tener donde meter esos seguidores: 
yo  no  tengo  donde  meter  mi  propia  calavera,  si  no  fuese  porque  me 
hospedan, ni idea donde estaría yo. No escribo para conseguir seguidores, 
no me alcanza. No está en mis aspiraciones tampoco. Si algo busco eso es hallar  hermanos,  hermanas,  que  siguen  al  Único  digno  de  ser  seguido, 
gente  hermanada  en  la  búsqueda  de Dios,  busco  seguidores de Dios,  no 
me  complace  escribir  para  seguidores  de  hombres,  es  una  pérdida  de 
tiempo  y  son  una  compañía  inútil,  aparte  de  desubicada,  reitero:  no 
escribo  para  conseguir  seguidores.    No  escribo  para  impresionar  a  las 
mujeres.  En  el  tramo  colombiano  hubo  algunos  dramas  con  damitas 
inquietas,  lo  mismo  en  Chile,  Paraguay,  Ecuador,  Venezuela  y  me  ha 
parecido  una  auténtica  desgracia  que  el  resultado  de  predicar  el 
cristianismo traiga como consecuencia el apasionamiento incontrolable de 
las damas  "cristianas" de ánimo  ligero, esposas de pastores  incluidas. Es 
una  desgracia  ser  deseado  por  las  mujeres  “cristianas”  de  las 
organizaciones, como desean a un cantante, a un hombre famoso. Es una 
barbaridad: no escribo, ni canto, ni predico para conseguir hembras, eso sí 
que  es  un  desastre.  Tampoco  escribo  para  hacer  dinero,  no  lo  hice 
cantando, como he cantado por  las  iglesias desde el año 1972. Los únicos 
que hicieron dinero  fueron  los que me plagiaron  todas  las  canciones que 
pudieron: no escribo pensando en el dinero. No pienso del dinero como se 
acostumbra  a  decir  en  Argentina:  "El  dinero  no  hace  la  felicidad,  ¡pero 
cómo  ayuda!"  En  el  cristianismo  no  es  un  elemento  esencial  del  cual 
dependan  los  ministerios  y  su  práctica,  eso  solo  le  ocurre  a  la  iglesia 
materialista que juega según las reglas del sistema de este mundo. Que es 
un  mal  necesario,  lo  es,  pero  hacerse  dependiente  del  dinero  para  la 
comisión  de  "ir"  o  creer  que  una  buena  ofrenda  es  una  auténtica  y 
merecida,  ¡y  debida!  bendición  de  Dios,  es  una  desgracia  con  todas  sus 
letras. 
Señores, esta es mi opinión. Tienen todo el derecho a pensar distinto, como 
me  asiste  también  el  derecho  de  pensar  así.  Tienen  todo  el  derecho  de 
opinar  lo contrario, pero no  tienen derecho a  impedir que dé mi opinión, 
por el mismo derecho que les asiste a ustedes. Tienen el absoluto derecho 
a  defender  sus  instituciones  e  iglesias,  con  celo,  con  furia,  con 
explicaciones  teológicas  y  técnicas,  con  decretos  de  ley,  con  personerías 
jurídicas, con apoyo efectivo de las fuerzas policiales, etc. Yo tengo todo el 
derecho de expresar mi oposición y mi opinión. Tienen todo el derecho de 
quedarse dentro de ellas a esperar a Jesucristo y yo tengo exactamente el 
mismo derecho de salir del todo y esperarlo afuera. 
Con  este  libro,  apago  la  luz,  cierro  la  puerta,  y  dejo  en  paz  la  cuestión 
iglesia. No vuelvo atrás. 
Ecuador, agosto de 2010.  
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