SALMISTAS AMERINDIOS
Un revisionismo de la
Iglesia Protestante en
Latinoamérica
Ensayo
Rafael Mendoza
Colombia 2009/Ecuador 2010
Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y
no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.
UN REVISIONISMO DE LA IGLESIA
PROTESTANTE DE LATINOAMÉRICA
RAFAEL MENDOZA
A Alexander Lozano, pastor de Colombia,
mi entrañable hermano de Cali.
A Cirilo, pastor de Barquisimeto,
compañero leal en Cristo.
A Alfredo y su esposa, pastor en Barquisimeto,
por su hospitalidad amplia y sincera.
A mi buen guaro venezolano: Orlando, y su esposa,
pastor en Barquisimeto,
por su protección y hospitalidad ilimitada.
A Alex Muñoz, pastor en Barinas,
por su hospitalidad férrea e inquebrantable.
A Gerson y esposa, mis excelentes compañeros de Barinas.
A Libni y su gesto de amor inolvidable, junto a su esposa.
A Donald, por sus atenciones y regalos.
A Abdón, padre de todos ellos y pastor en el sur oriental de Barinas,
por su amplitud de criterio y hospitalidad a toda prueba.
A Rosita,
la viuda casi octogenaria de Armenia, Colombia,
que me hospedó pese a su irreductible pobreza.
A Edín Maldonado, amigo sincero,
ex militar ecuatoriano, que me hospeda en su casa
en los días que escribo este libro.
CAPÍTULOS
I………….……………………………...………......….. Sincretismo
II………….…....………..……..……………….….........… Religión
III.………..……....…..………….…….……..La Organización
IV…........Los jerarcas de la iglesia protestante
V.………...…....El hombre y la mujer eclesiásticos
VI......………….…………………….....….La Sagrada Biblia
VII…………..…..…………………..….…..……..… La Teología
VIII...…….….…………………..……….….....Los Misioneros
IX…………….…………….…..…….….…..... La Restauración
X…….……….……………...….....….. Los Independientes
XI….…………………....... Los Salmistas protestantes
XII…………………………………….……………La Prosperidad
XIII…………………..……………………..….…........... El Reino
XIV……………………….............Los Ministros de Dios
XV……..…………………......... La historia de la iglesia
XVI……………………..………….…………………….…........… Dios
XVII………………........ Yo, protestante: ¡Protesto!
PALABRAS PRELIMINARES
Yo, como todos los mortales, siempre creí que la iglesia era la casa de Dios.
Siempre creí que era natural ir a la iglesia cuando de Dios se trataba. Tuve
tratos con Dios, es decir, Dios inició sus tratos conmigo a mis seis años de
edad. A esa edad vi a Jesucristo parado a los pies de mi cama y sus
harapos cobertores, con los brazos abiertos y mirándome. Y yo, a esa
edad, no iba a la iglesia, tampoco dormía en la iglesia, vivíamos lo más
digno que se podía en medio de una pobreza que hasta el día de hoy
agradezco a Dios, porque en medio de ella inició sus tratos conmigo. A los
siete años de edad, me escapaba como podía de casa y me iba a misa.
Sobre la colina se levantaba una capilla administrada por un cura español,
me gustaba entrar a esa iglesia, porque sentía esa religiosidad envolvente
que me producía paz. Sin embargo, mi historia personal con la iglesia
católica es reñida: cuando mis padres quisieron bautizarme en el
catolicismo, el cura nos rechazó a todos porque la madrina que
presentaron para mi bautismo, era evangélica. En la capilla del cura
español hice mi catecismo, fui el más aplicado de los niños catequistas, el
primero de esas clases, entonces, mis padres me arreglaron como mejor
pudieron y me llevaron el día indicado a mi Primera Comunión: el cura
español me rechazó porque iba descalzo; y cómo no, éramos pobres, no
alcanzaba para zapatos; yo iba descalzo aún a la misma escuela que
dirigía el mismo cura, y el mismo cura me había hecho las clases de
catecismo que aprobé, como dije, siendo el primero. Así que, de alguna
manera, he vivido libre de todos esos sacramentos católicos. A mis ocho
años de edad, apareció mi tío Daniel Bobadilla, recién convertido, con su
mensaje evangélico; habló tan convincentemente a mi madre, en una
escena que nunca olvidaré: ambos se sentaron a la mesa del comedor,
cuando ya empezaba a oscurecer y con una vela encendida sobre la mesa,
charlaron largo, mientras yo miraba desde el patio. De pronto, terminaron
la conversación, mamá nos llamó, nos lavó la cara, las manos, nos peinó,
nos cambió ropas y salimos todos acompañados de Daniel y el hermano
Bahamondes, su compañero evangélico de aquél día, rumbo a la primera
iglesia evangélica que yo conocería. Desde entonces, mi mamá nunca dejó
de creer y de militar en el protestantismo. A mis nueve años de edad, me
bautizaron por aspersión en una iglesia evangélica pastoreada por una mujer. A mis quince años, influenciado por la corriente natural de la vida
en la escuela, los amigos y el cine, me alejé de las iglesias. Pero, cada vez
que conocía un compañero de colegio que era evangélico,
automáticamente me identificaba con él. Sin embargo, yo era muy reacio
a militar en alguna iglesia. Mi mamá me insistía mucho sobre el tema,
pero yo desoía sus consejos y deseos, a veces hasta con malas palabras le
rechazaba. Mis hermanas y hermanos pequeños, tuvieron otra suerte,
eran golpeados frecuentemente y obligados a ir a reunión con ella. Una
mañana de 1972, a mis dieciocho años de edad, solo en mi cuarto
marginal, me puse a leer un folleto evangelístico que recibía mi madre
desde Oregón, U.S.A. Al final del folleto había un espacio dedicado a
reproducir cartas de los lectores y con una sorpresa de proporciones,
descubrí allí una carta de mi madre, en ella pedía la oración por mí, para
que Dios me convirtiera de mis caminos desordenados en un buen
cristiano. Eso fue un buen golpe al hígado: no me enderecé jamás de ese
golpe. Fue muy impactante para mí leer esa notita, me dejó marcado.
Meses después, en ese mismo año, tuve un sueño, ocurría en el patio del
colegio, bajaba del segundo piso, de mi sala de clases, y parado en el
pasillo me daba cuenta que todos mis compañeros de colegio miraban
hacia el cielo. Salí del pasillo rumbo a ellos y levanté mi vista hacia el cielo
y vi que descendía de lo alto una multitud de lenguas de fuego. Al llegar a
la altura de nosotros se transformaron en una única lengua de fuego
descendiendo lentamente directo sobre mi cabeza. Entonces, fue que sentí
un fuerte estremecimiento y una presencia interior poderosa que me hizo
arrodillarme a orar a todo grito. Mi preocupación era pedir por mi
salvación, por la de mis padres y por la salvación de todos mis amigos allí
presentes observando todo. De a ratos la lengua de fuego hacía
movimientos de elevarse y regresar al cielo, pero yo clamaba aun más
fuerte diciendo: "¡No te vayas, Señor, aun! ¡Tengo muchas cosas más por
las cuales pedirte!" Y la lengua de fuego se detenía y continuaba asentada
sobre mi cabeza, no apoyada en ella, sino suspendida a unos pocos
centímetros de mi cabellera. La sensación física interior que sentía era de
una hermosura sublime, sudaba muchísimo orando, clamando y adorando
a la vez, hincado en medio de todos mis compañeros que me rodeaban
curiosos y sorprendidos del momento. De pronto, la lengua de fuego se
elevó y yo me quedé allí hincado, con la cabeza gacha, un poco
avergonzado delante de mis compañeros por lo ocurrido, por mis gritos,
por mi arrodillamiento y mis oraciones. Cuando levanté la cabeza para
mirarlos, ellos nuevamente miraban hacia el cielo, miré hacia donde ellos
miraban y vi que la lengua de fuego se transformaba en una hermosa paloma blanca que remontaba los cielos aleteando suavemente. Entonces,
desperté y me senté de un salto en la cama, sudado y pensando en la
vergüenza que pasaría ahora, porque el sueño había sido tan real, que creí
que todos en casa habían despertado y me habían oído. Más vergüenza
aun me daba de lo que me iba a decir mi madre, porque yo resistía muy
terco todas sus palabras relacionadas con eso de ir a la iglesia y servirle a
Dios. Era una derrota para mi orgullo y capricho juvenil. Pero, nadie había
oído nada. Sin embargo, desde ese día, una presencia leve y dulce de
espiritualidad empezó a acompañarme y... volví a la iglesia evangélica.
Por primera vez, empecé una vida que yo creía cristiana, de iglesia, en
1972, ayunaba medio día y oraba mucho. Alternaba mi asistencia a una
iglesia pentecostal trinitaria con una iglesia presbiteriana. Mi cambio fue
notorio en mi colegio, pues allí yo fui un destacado indisciplinado, rebelde
sin causa y cantante escolar infatuado en la vanidad de mis creaciones
musicales dedicadas a una linda jovencita escolar, que ya habían ganado
varios festivales de la canción en los certámenes escolares de la región. En
1973, cruzando el patio del colegio, me quedé detenido de pronto con un
pensamiento analítico inmovilizándome allí: yo no tenía pasta para ser un
profesional de los números, la administración y el comercio, como se
estudiaba en aquél instituto de Quilpué; no imaginaba mi nombre escrito
en una placa de cobre, no me imaginaba de saco y corbata enterrado en
alguna oficina, pálido y cegatón de tanto organizar facturas, cheques,
documentos, etc. Mi vida presentía y se inspiraba en otro destino: me fui a
buscar a Dios de frente y de manera total. Me siguió mi primo Gerardo, el
primero; me siguieron todos los amigos del barrio a la iglesia, todos
querían ser predicadores como yo. Tuve fuertes presencias del poder de
Dios y guianzas férreas de Dios, como si algún espíritu poderoso tuviera el
control de todos mis movimientos y desplazamientos. Cierta vez, debía ir a
predicar a unos muchachos de una iglesia que apoyé durante unos meses,
pero yo había decidido dejar de atenderlos del todo y me dirigía hacia otro
trámite que no recuerdo. Durante todo el trayecto, nunca pude evitar la
reconvención de Dios, que parecía insistir en que yo estuviese con esos
muchachos, que me devolviese, pero yo seguía decididamente hacia lo
mío, luchando con esa reprensión; pero al llegar a un cruce ferroviario,
sucedió que el espíritu de Dios pareció tomarme de ambos hombros y fui
vuelto físicamente sobre mis pasos, hacia donde debía dirigirme para
atender a los jóvenes que me esperaban.
A principios de 1974, por una pena de amor que arrastraba desde el
colegio secundario, mi primer amor perdido, me aparté de ese camino
nuevo que experimentaba por esos días. Tenía una tristeza tan profunda por esa muchachita que había sido elegida para ser mi primera
compañerita, que no pude superarla ni aun con esa práctica espiritual.
Eran días de golpe de estado y dictadura en Chile entonces, días crueles, de
toques de queda, carreras nocturnas persiguiendo gente a los balazos,
vigilancia total sobre las calles, las estaciones del tren, los buses, en fin,
todo lo relacionado con esa maquinaria terrible que se impone solo para
saciar la sed de poder de un grupo reducido de personas. Pero, en 1974,
conocí a un anciano carismático, a la orilla del río Aconcagua, donde se
practicaban unos bautismos. Este viejo canoso y de bigotes frondosos,
canos también, estaba bajo un sauce rodeado de muchachos que le oían.
Miré a mi compañero, con el cual estábamos a mucha distancia del grupo
aquél y le pregunté con cierto dejo de burla quién era el viejo charlatán
ese, que tenía tan boquiabiertos a todos los jóvenes y señoritas que
asistían a esa ceremonia. Respondió que era apodado el abuelo Núñez y
que era un viejo muy famoso en esa corporación evangélica. Le dije
sonriente que nos acercásemos a escuchar los cuentos del viejo. No eran
cuentos: ese hombre tenía una espiritualidad hermosa, me partió en dos
aquél día de enero y me fui tras él. Vivía en Santiago, en la famosísima
población La Victoria, gran bastión capitalino de la resistencia a la
dictadura y nido de delincuentes de toda clase; me quedé viviendo en su
humilde mediagua de tablas sin pintar. Recuerdo que ese tiempo tuve una
visión. Me ocurrió en uno de esos viajes que hacía a casa, para visitar a mis
padres. Estaba orando una noche de febrero o marzo, no recuerdo bien,
antes de ir a acostarme, arrodillado apoyado con los codos de una silla,
mientras las manos cubrían mi rostro. Sucedió que algo así como un velo
se descorrió al estar orando y me quedé viendo una escena, como una
película sobre el telón de un cine. Allí me veía a mí mismo, vistiendo una
parca oscura, de espaldas y de pie al borde de un monte, mirando hacia un
valle, era de noche en la visión, pero podía ver el perfil de mi rostro,
reflejaba serenidad, una paz que me pareció tan plena y perfecta que no
pude adjetivarla de manera que hiciera justicia a su matiz. Y nada más. A
fines de ese año, me bauticé. Me había convertido en un joven predicador
importante, pero de pronto tuve una crisis: predicaba, era líder y no tenía
la Unción del Espíritu Santo que decía la Biblia, ese que caracterizaba a
todos sus hijos e hijas, pese, recalco, a todas esas manifestaciones que
experimentaba. Decidí bautizarme, era mi única y última alternativa, si no
recibía el Espíritu Santo, me iría para siempre del tema evangelístico. Esa
era la decisión tomada. Se bautizaron 24 muchachos más ese primer día
de noviembre, en el río Curacaví, voz mapuche que quiere decir Agua de
Piedra. Pero, como yo era el predicador importante allí, me bautizaron de apuro, primero que todos, para ayudar a bautizar a los 23 restantes. Eso
quitó toda mi concentración en ese hecho tan decisivo para mí en esa hora
de angustias y precisiones que experimentaba. Me desilusioné mucho.
Encima, había personas que al bautizarlas, salían llorando del río unos, y
hablando en lenguas extrañas otros, de modo, que al final de la
ceremonia, teníamos esa orilla de río poblada de personas envueltas en
túnicas blancas empapadas de agua, y en un jolgorio de llantos, gritos y
alabanzas que conmocionaba. Todos, menos yo. Esa amargura me duraba
al día siguiente. Era lunes, y me lo pasé encerrado en esa modesta iglesia
de Casablanca, terminado del todo como predicador y militante cristiano,
no tenía lo esencial: Su Espíritu Santo, no tenía nada que hacer allí. Esa
noche, los bautizados se reunirían en el monte. Minutos antes, un
muchacho entró a decirme que ya todos habían ido al monte. Contesté
molesto que me dejara solo y que se fuera con ellos, porque esto estaba
terminado para mí. Salió sin decir nada. Sin embargo, a la media hora más
o menos, muy oscuro ya, decidí ir diciéndome que no me haría mal una
última vez, me puse una parca oscura que tenía y me dirigí a la cima del
monte donde se congregaban los chicos recién bautizados, solo los
jóvenes, un primo mío entre ellos. Llegué cuando estaban todos en pleno
gozo espiritual, llorando, hablando en lenguas, profetizaban algunas
chicas, y todo eso que caracteriza a un grupo evangélico, al menos, por
esos años. Me dio más amargura. Los miré a distancia, no me agregué al
grupo, me encaminé al borde del monte, dándoles las espaldas, y me puse
a mirar el valle de Casablanca, eran cerca de las ocho y media ya de la
noche. Pensaba en mi derrota, y pensaba que sería difícil replantearme
una vida totalmente ajena a las cosas de Dios, mientras a mi espalda, el
jolgorio continuaba, no se detenía. De pronto, recordé la visión: en ese
momento esa visión se estaba desarrollando exactamente como la había
visto al orar esa noche en mi casa, hasta vestía la parca que había visto en
la visión: me vino un acceso de llanto, cosa rara, no tenía pena, tenía
rabia. No era una amargura de estar triste, era una bronca que tenía.
Encima, no lloraba nunca, la última vez había sido en el velorio de mi
abuelita, llorando abrazado a Gerardo, mi primo muy amado. No pude
retener el primer acceso. Lloré. Luego, me vino un acceso más fuerte. Era
un llanto desconocido para mí, incontenible, lloré, lloré y lloré. Doblé mi
rostro sobre el pecho, para que los demás no se dieran cuenta de mi llanto.
Estuve así largo rato sin poder contener el llanto, pero mientras lloraba,
ocurría algo en mi interior: sucedía como una renovación de pies a cabeza,
algo hacía que sintiese nueva la mente, corazón nuevo y todo el interior,
nuevo todo, como cosa nueva, recién estrenada, recién comprada. Era una sensación inexplicable, era un proceso de renovación íntegro. De pronto,
me sentía todo nuevo. Conocí entonces, después de la renovación total, un
estado de paz nunca antes conocido, una paz de adentro, de todo el ser en
paz. En esos momentos, se acercó mi primo y me tomó de los hombros,
quería llevarme con ellos, no levanté la cabeza para que no viese mi llanto,
pero él se inclinó a mirarme y se asombró de mi llanto. Vinieron los demás
y yo no podía detener el llanto ni el proceso de renovación que ocurría
adentro de mí. Lloré dos horas más o menos. El jueves de aquella semana,
en una reunión sobre el mismo monte, prediqué mi primer mensaje
después del bautismo, fue otra cosa, una fuerte unción jamás
experimentada en mi ser apareció entonces. Luego, al momento de
terminar y orar por los presentes, al tocarlos para que fuesen bendecidos
por Dios, una poderosa corriente espiritual bajaba por mis brazos e
impactaba a quienes tocaba y estos quedaban gritando alabanzas a Dios y
llorando o hablando en lenguas. La sensación era exactamente como la
definió Jesús: era como ríos de aguas vivas bullendo y corriendo por todo el
interior, lo que me dejaba con todas las ropas mojadas, cada vez que esa
unción, digamos, se acentuaba activándose en mí hasta su máxima
expresión, según correspondía a la porción destinada para mí. De ahí en
más, hubo milagros que protagonicé y situaciones que me hicieron famoso
en los pueblos donde predicaba, donde la gente traía sus enfermos y
caminaba largos kilómetros cada día para estar en esas reuniones que yo
dirigía, como también me hice un conocido notable en el circuito
evangélico de esa corporación. Hasta mi canción cambió en el proceso:
puedo decir con toda propiedad que conocí en carne propia las cosas que
conocía un personaje bíblico en su experiencia cristiana. Bajo mi oración
fueron sanados moribundos, enfermos, endemoniados, personas
accidentadas, bebés en gestación que traían problemas a la madre y hasta
una resurrección de un bebé hubo por ahí. Y si alguna persona quería
recibir algo de ese Espíritu que me ungía, solo bastaba con poner sus
manos sobre su cabeza y lo recibía. Pero, mayoritariamente fui hecho muy,
muy fuerte en el tema predicación.
Mi vida fue de monte entonces, ayuno, monte y ministrar por dondequiera,
mucho ayuno, mucho monte y una incesante actividad evangelístico. El
año 1975 fue el gran año espiritual para mí.
Pero, la dictadura influenció, invadió y controló todo en toda iglesia. Y eso
fue nefasto para la espiritualidad que se manifestó en las congregaciones
a raíz del sangriento golpe de estado. Las iglesias repletas de necesitados y
de gente asustada, crecieron numéricamente y eso hizo que hubiese una
espiritualidad que muchos confundieron con el famoso y tan mentado Avivamiento espiritual que aun esperan todas las organizaciones
protestantes. Pero, la toma de decisiones personales que no debí practicar
nunca, al menos en esos días, casarme en el momento inexacto de mi vida,
por ejemplo, me fueron minando hasta derribarme de mi estado de
elevada espiritualidad. Le agregamos a eso, mi resistencia y desilusión con
una iglesia que obedecía al control dictatorial y mis denuncias sobre el
púlpito del error organizacional de recibir al Dictador en ceremonias
exclusivas en su homenaje, también ayudaron a mostrarme un rostro
eclesiástico que nunca había notado: una noche de domingo, apenas
comenzado el año 1976, me gané una orden de arresto en la iglesia central
de nuestra corporación, por causa de un mensaje que provocó las
molestias de la dirigencia y del agente del servicio de inteligencia que
controlaba nuestra organización: me denunciaron a la fiscalía militar como
agitador subversivo infiltrado en las iglesias evangélicas; eso motivó mi
primera salida a la Argentina, a finales de marzo de aquél año nefasto
para la contingencia nacional chilena: fue el año en que la dictadura
comenzó a practicar las desapariciones masivas. Le agregamos a eso los
malos ministros que dejaron en las congregaciones que fundé, quienes
destruyeron todo esos trabajos de formación cristiana; le agregamos a eso
que dondequiera que prediqué, salvo escasas excepciones, fui echado con
toda esa "santa" furia que encendía el "celo" de los dueños de las iglesias
que se sentían afectados por mis predicaciones, aunque yo nunca se las
dediqué a ellos; le agregamos a eso la confabulación exitosa que
practicaron en mi contra turbios y grises predicadores, que lograron hacer
creer a los ministros de las congregaciones más amadas que me
pastoreaban y apoyaban cosas falsas y de malas intenciones que nunca
tuve, hasta el punto de ser expulsado de entre ellos: tenemos un cúmulo de
motivos para dejar todo atrás. Abandoné todo llorando a lágrima viva,
caído en una postración que no podía disimular, pareciendo y sintiéndome
un viejo de cien años a mis 27 años de edad: mi paraíso evangélico se
había derrumbado. Hice como hacían los indios cuando estaban en
situaciones que los superaban en sus lugares de asentamiento: quemé
todo y abandoné todo sin mirar atrás. Eso inició un cuadro depresivo que
me duraría 14 años, en los cuales, pese a estar presente la idea del suicidio
la desestimaba, porque quería presenciar el fin de mi depresión y conocer
el nuevo día que vendría después de esos años grises, oscuros, sucios,
tormentosos. Lo que ocurrió finalmente entre 1994 y 1995, pero el espíritu
de Dios, tardaría aun en regresar a mí.
Veinte años estuve marginado de todo proceso y militancia evangélica. La
iglesia había demostrado ser solo eso, una institución insertada en la sociedad y a las órdenes del estado, no estaba apta para gente espiritual,
se adaptaba fácilmente a una dictadura, se adaptaba a una conducción
social, se adaptaba al mundo artístico, so pretexto de convertir artistas
famosos para Cristo, se adaptaba al ecumenismo practicándolo en pleno
con la iglesia "madre" católica: pero no estaba apta para contener y no se
adaptó jamás a las personas espirituales. En esos veinte años, siempre
esperé mi momento, mi regreso a las cosas de Dios. No tenía una iglesia en
la mente como meta de mi regreso, nunca me estreché el ser y mi
identidad cristiana a los límites de un letrero sobre cuatro paredes: quería
y esperaba regresar algún día a Dios.
El año 2000, un día de enero, me levanté temprano, y al ir bajando por la
escalera de caracol de metal que conducía a la sala principal del
departamento que alquilaba en Córdoba, sentí una llovizna sobre mí, una
llovizna que empapaba para adentro y que salpicaba de gotas bellísimas el
alma: "Está lloviendo gracia", me dije. Me habían regalado una guitarra
después de diez años de no tocar nada para Dios. La dejaba todos los días
en la salita, que tenía un ventanal semicircular, con vidrios cuadriculados
en tamaños pequeños, de no más de diez centímetros de tamaño. Tocaba
mirando a través de la ventana iluminada de sol y aquella mañana, bajo
esa llovizna que hacía veinte años esperaba de regreso en mí, empecé a
componer para Dios de nuevo. En dos semanas escribí noventa canciones
y por primera vez en mi vida, escribí veinte poemas cristianos, hasta
entonces, interrupción incluida, solo había escrito canciones para Dios,
centenares de ellas, pero jamás había podido escribir textos poéticos en el
cristianismo. Así que, de pronto, tuve 110 composiciones musicales y
poemas relacionados con el drama del creyente latinoamericano, desde la
conquista en adelante. Todos los días tocaba y leía esa producción, pero
cada día había una interrogante que me inquietaba y me desazonaba a la
vez: no sabía para qué había escrito eso. Ahora, yo esperaba volver a Dios
algún día, pero esos días no eran los que yo pensaba, quería o había
determinado como los días de mi regreso a Dios: vivía más o menos bien,
tranquilo, tenía una compañera y una estupenda relación, buen trabajo, y
hasta cantaba de vez en cuando en algún acto político o de los derechos
humanos en esa ciudad argentina amada hasta las lágrimas. Así que me
preguntaba para qué todo eso, si yo no estaba listo aun para volver, si en
mis planes aun no había la certeza de volver, y lo que era más inquietante,
había algo que yo no pensaba: yo estaba claro y seguro que no volvería a
la iglesia. Por eso me preguntaba, para qué tantas canciones si no tendría
público para cantarlas. De pronto me decía: "Ya sé, son mensajes para mí
mismo..." Y me ponía a tocarlas con especial atención. Mi único espectador era el perro policial que tenía, ese animal se venía a echarse a
mis pies apenas oía que empezaban a sonar las cuerdas. Después, volvían
las preguntas, los por qué y la ausencia de respuestas.
Una madrugada tuve un sueño. Venía subiendo por el hermoso boulevard
Sarmiento de la ciudad de Córdoba, hacia una plaza también bella, verde,
arbolada, la plaza España, con monumentos a diferentes artistas
españoles de la música, la literatura, la escultura, etc. Había un día
espléndido de sol. Me llamó la atención que todos los demás transeúntes,
en la esquina de una calle que subía desde mi derecha a ese parque,
estaban detenidos y mirando al cielo. Levanté la mirada y vi con sorpresa a
tres o cuatro seres con ropas blancas que preparaban algo, un ajetreo
como de escenario de teatro, cuando se prepara una presentación. Volví a
mirar a los transeúntes detenidos allí y me pareció increíble que miraran
con tanta naturalidad un espectáculo divino como ese, porque era un
verdadero e inusual espectáculo divino. Volví a mirar el ajetreo de los seres
angélicos. De pronto, uno de ellos, se dirigió directamente a nosotros, los
que mirábamos sus movimientos, diciéndonos: "¡Ahora, verán pasar al
Señor Jesucristo." Eso me hizo dar un buen salto de sorpresa, me latió el
pecho muy fuerte y dije: "¡Le veré pasar. No es tiempo aun, pero le veré
pasar...!" Y pasó. No le vimos corporalmente, pero hubo un
desplazamiento desde la izquierda hacia la derecha en ese escenario aéreo
e imaginario. Quedó esa tremenda sensación, y esa galopante conmoción
de haber visto pasar al Rey. Entonces, el ser que había hecho el anuncio,
apareció en la escena otra vez y volvió a dirigirse a nosotros, cuando el
desplazamiento del Rey había concluido: "Ahora, lo que queda, es la
venida del señor Jesucristo. Cada uno de ustedes haga ahora lo que sabe
que tiene que hacer." Entonces, me di un golpe espontáneo en el pecho,
con la mano izquierda empuñada y grité mirando a los presentes: "¡Yo sé
lo que tengo que hacer, no sé ustedes, pero yo sé lo que tengo que
hacer...!" Desperté de inmediato y totalmente conmocionado, con esa
sensación de haber presenciado un hecho real, y profundamente
impactado.
Y comencé a salir. Salí a Chile, Paraguay y Brasil la primera vez, cantando
mis canciones a Dios. Perdí a mi compañera a la segunda vez de salir, ni
siquiera me recibió en nuestra modesta casita. Me dijo que ya estaba claro
que yo volvía del todo al cristianismo y eso significaba pobreza. Dijo que
ella era materialista, le gustaba tener cosas y que no se identificaba con el
cristianismo. Continuó diciendo que me conocía bien, que yo era idealista y
me iba a dedicar del todo al cristianismo y eso traería la pobreza, y ella no
quería ser pobre. Yo había esperado veinte años ese momento, no pondría como tema de discusión el punto del cristianismo, tampoco tenía derecho
a emplazarme así. No duró veinte minutos la charla. No volví ni a por mis
cosas.
Yo no elegí salir cumpliendo los protocolos actuales que se acostumbran
en esta actual expresión de iglesia, salí como antes, salí espontáneamente,
porque lo que me quedaba por hacer era exactamente eso: salir, ir. Pese a
que a veces pensaba en apertrecharme bien económicamente para salir,
salí tal cual como estaba, pues un día de esos me tropecé con la lectura de
la comisión de Jesús a sus apóstoles, donde los envía de dos en dos y les da
las instrucciones acerca del cómo debía ir, al leer esa parte de las
instrucciones quedé sorprendido, porque decía que no debían llevar ni
bolsa, ni alforja, ni espada… ¡ni dinero! Eso me alivió al cien por ciento y
salí seguro, ufano y decidido. No me dieron ninguna recepción en las
iglesias oficiales, sobre todo en aquellas grandes, que el tamaño mismo
confunde a sus líderes y creen que el porte del edificio y el número de la
congregación son elementos que elevan el status de esa iglesia. No fui
recibido en las iglesias establecidas jurídicamente y que gozan de una
imagen ya reconocida, porque, por ejemplo, yo no visto traje ni corbata y
ellos empiezan por ahí a calificar a un ministro, a un creyente. Me lo
advirtieron los pastores amigos de Córdoba, Argentina; ellos me
recomendaron que le diera un toque a mi imagen y me construyera una
mística para mi perfil de ministro, porque si no, me dijeron: "Nadie te va a
dar bola..." Con eso, yo salí ya consciente de que no me dirigía a un
complejo de redes de iglesias cristianas sencillas y genuinas, ya sabía que
me dirigía a instituciones con un rígido protocolo. La iglesia practica una
forma de ser tan institucional como cualquier institución del sistema y eso
significa que tiene un status, un nivel, que es rígido y tiene su propio
conducto regular, tan severo como el del Ejército: hay que cumplirlo, si no,
no eres cristiano o cristiana. La iglesia está llena de salvadores y
redentores, todos con nivel y status de. Está repleta de dueños de la
revelación y de las profecías. La iglesia está repleta de "ordenadores" del
hombre y la mujer, está repleta de "señores" del creyente, está repleta de
"administradores" de los dones de Dios, está repleta de "gurúes", maestros
y fabricantes profesionales de prosélitos. Para el estilo en que se maneja la
iglesia, Dios no hace falta en ningún rubro: la iglesia tiene copado y bajo
control todo lo relacionado con Dios, sus dones, sus creyentes y ministros,
y todas y cada una de las enseñanzas. Más aun: La iglesia hace, propone y
dispone, y Dios obedece y bendice. Y la iglesia no hace lo que Dios dice,
porque primeramente hace lo que su "macho" terrenal ordena: el estado.
El estado es parte del sistema y el sistema no es creyente ni inspiración, ni obra, ni comisión de Dios, no es Dios quién inspiró al hombre este modelo
de sistema. El sistema no cree que Dios es el Creador del hombre y todas
las especies, cree que el mono es el progenitor del hombre; cuando mucho,
Dios y su creación es materia educativa de cuarta categoría y que solo se
enseña en ese famélico rubro denominado "clases de religión" que logró
imponer la iglesia católica primeramente, como algo más anecdótico y
caricaturesco, más que como la expresión de la suprema voluntad de Dios
y la iglesia obedece a este sistema fielmente, está insertada la iglesia, e
inserta su gente creyente; ofrecida a sí misma como ente rehabilitador y
positivo para el sistema negocia, trama, organiza y promete ys e
compromete la iglesia, no importándole qué piensa Dios primeramente:
Dios tiene que acatar, obedecer y bendecir sus acuerdos de ramera barata
e inquietante. Barata, porque ni siquiera negocia cuestiones gloriosas,
cuestiones del Reino, dones espirituales, poder de Dios, nada de eso,
negocia chucherías materiales, concernientes tan solo a este mundo,
porque, ¿qué otra cosa puede ofrecerle el sistema? Este sistema
enajenador e incoherente, quien, por ejemplo, autoriza al comerciante a
vender licores y apresa al consumidor, leyes tan absurdas como esa:
convierte en transgresor de la ley a quién consume lo que el estado
aprueba jurídica y legalmente. Otra: el estado miente cuando habla de
democracia, nadie puede abstenerse de votar, por ejemplo, si no vota, es
multado, si no paga la multa, va preso. Más: el sistema se llena la boca
con el pluralismo y que es albergador de todo los credos y religiones, sin
embargo, no alberga a Dios, que la iglesia se haga cargo de Dios, el
sistema no necesita a Dios, sus gobernantes más progresistas se dicen
ateos, respecto a Dios solamente, porque consultan espiritistas y
adivinadores cada vez que deben tomar decisiones importantes. Los otros,
van a la iglesia católica y los menos, van a la iglesia evangélica, a
contemplar a un dios que ellos autorizaron, como gobierno, a funcionar
como Dios en sus países respectivos. Y a buscar votos, claro. Si no nos
hemos dado cuenta, Dios no es más que un personaje de cuarta categoría
en el sistema y el hombre una piltrafa que puede ser matada incluso,
cuando las supremas decisiones del estado así lo demanden. En medio de
todo eso, baila semidesnuda la iglesia.
No me importó si me recibían o no, eso es totalmente secundario en la
cuestión de ir. Me recibieron las iglesias más pobres y me atendieron
cristianamente solo las iglesias más y muy pobres. Me albergaron, me
compraron mis cd's, con las cuales me financio para viajar; me dieron
ofrendas de amor, curiosamente, las ofrendas más abundantes fueron de
las iglesias pobres, porque en algunas iglesias gigantescas, como la de Pereira, en Colombia por ejemplo, recolectaban para el misionero, o sea,
yo, pero no todo lo recolectado era para el misionero: "cortaban la cola",
como se dice en Chile y tal como hacen en muchísimas iglesias de Chile: le
piden una ofrenda extra a la congregación con el pretexto de darla al
misionero, pero el misionero no recibe ni la cuarta parte de lo que se
ofrenda en esa dádiva especial, la mayor cantidad queda para los dueños
de iglesia: Mienten, mienten a su congregación y me mentían con el tema
de la ofrenda, pero, así son las cosas, uno solo puede sonreír ante aquello.
En Colombia tuve un momento muy álgido con el jefe de los misioneros de
la corporación que me recibió y me organizó una agenda de trabajo, me
miró de pies a cabeza y no fui hallado "apto" para él, como misionero. Me
presentaron a él como el misionero que esperaban para predicar ese día
de reunión de pastores en Los Presidentes, no me dio mucha esférica, se
fue a sentar con los otros ministros en una banca de esa iglesita
campesina y pobre. Al rato dijo que no sabía cuánto seguirían esperando al
misionero que enviaba la Corporación, el humilde pastor que me presentó
volvió a decirle que yo era el misionero, entonces, haciéndose el de la
chacra, se levantó a estrecharme la mano de nuevo diciendo, como payaso
barato: ¿Ah, usted es el misionero? Bueno, yo les dije a los pastores acá
presentes que primero yo debía ver al misionero, ver cómo se viste, cómo
se peina, cómo es su presentación personal. A lo que yo le respondí sin
soltarle su diestra dogmática y mirándole directamente a la cara: Y la
Unción, el don, el ministerio, ¿eso no te sirve? No me respondió. Ese pobre
ministro es el ejemplo perfecto de lo que es un ministro denominacional:
nada de discernimiento de espíritu, pero mucho de ropa, corbatas,
peinados, marcas de ropa, estilos de calzado. Incluso, fui mal mirado
porque no me ato los zapatos jamás. De relacionarse con las damas, ni tal:
no puedes tener ningún drama, ni siquiera solucionar tus propias cosas
cuando alguna hermana se encabrita con el misionero, porque todo pasa y
debe pasar por la "agencia" de ellos, ellos se hacen una idea, un juicio o
prejuicio, y ya. Jesús hubiese sido expulsado de su círculo de iglesias
cuando le hubiesen visto charlar tan animadamente con la mujer
samaritana, que no era libre, porque reconocía marido y si no, no hubiese
superado la instancia con la mujer adúltera y le hubiesen pedido que se
fuera de sus organizaciones, por falta de prestigio; y quizás cuántos casos
más que no se narran en la Biblia, pues allí, en el escueto relato de los
evangelistas bíblicos solo está registrado un pequeño porcentaje de hechos
y situaciones que protagonizara Jesucristo. Cualquier bandido
documentado puede aspirar a sus púlpitos si exhibe las credenciales
respectivas, falsificadas o no, o sus cartas respectivas, sean legítimas o no y con su correspondiente traje y maletincito, y ya está: la unción no
interesa, no se lee, no se espera, no constituye nada en el momento de
conocer a un individuo, de evaluar a un individuo: dos o tres papeles y un
traje te dan visa de misionero en cualquier iglesia. Si más caro es el traje,
tienes puertas de iglesias millonarias abiertas para ti. Y si llegas en avión,
ni te digo: sós rey. Pero, si llegas a pie, como yo, viajando en los buses más
baratos de cada país que visitas, no te hagas mucha esperanza de ser
recibido con una bienvenida espontánea y oficial. Todos te mienten en la
cara: te rechazan amablemente llamándote hermano y siendo todo lo
gentiles que puedan ser, pero: no eres un hermano de ellos que califica en
sus conceptos de hermano; sin embargo, te llaman hermano, te dan la
mano, te dicen bienvenido y te invitan a volver cuando quieras, cuando en
realidad no quieren volver a verte para no sufrir incomodidades contigo,
no darán un peso por ti y mucho menos: jamás pondrían la vida por ti,
porque no cuadras en sus conceptos "ordenados", teológicos, jurídicos y
legales, sectarios y eclesiásticos de lo que es para ellos un hermano. Mira,
son tan ciegos, que hasta han sido capaces de mandarme a la policía, para
que la policía "discierna" mi integridad, porque ellos no pueden. Si el
policía me analiza y concluye que estoy "limpio", se alegran y respiran
aliviados. Una miseria humana de esta envergadura, no encontrarás en
otras organizaciones seculares, y si las encuentras, es natural, no conocen
los dones de Dios y jamás han recibido Su Espíritu, como sí dicen y se
llenan la boca estos jefes lastimeros del "cristianismo" organizado. En
Venezuela, un par de pastores sencillos nos consiguieron una entrevista
con los jefes de su Corporación durante un Campamento anual que hacen
para todas iglesias de su organización, en el lugar de Quiú, en la ciudad de
Barinas; allí nos reunimos un pastor amigo de Colombia, Darío, con todo el
Directorio de pastores, fue un verdadero interrogatorio "cristiano": nos
mintieron, nos dijeron que nos iban a recibir y a darnos una oportunidad
para hablar a todos los asistentes, pero no fue así. No estaban obligados a
recibirnos pero, mienten por todas partes los "ministros"
denominacionales, la mentira está presta en sus bocas, no tienen esa
personalidad de decirte frontalmente que no pueden recibirte, te mienten
"piadosamente" para no "sufrir" situaciones incómodas. Te abrazan y te
palmotean la espalda diciéndote bienvenido, con la cara llena de risa, pero
están mintiendo. Te mienten porque son importantes, lo tienen todo, son
prósperos y con historia, uno es un aparecido para ellos y así, pobre, mal
vestido, con tus únicos zapatos, porque no tenés dinero, no eres ladrón de
púlpito ni cuervo que rapiña dinero de los bolsillos de tus hermanos y no
tienes a tu espalda una poderosa organización dándote "cobertura", no vales nada ante sus ojos, porque uno no cuadra en ese modelito de
cristianos que se manufactura en las iglesias. Te mienten porque son
grandes y aristocráticos y solo son atentos y serviles con las autoridades de
la tierra, pero los hijos de Dios les importan un rábano y no valen lo que
vale un huevo para ellos, elevados a ese sitial de preponderancia y
aristocracia por sus propias vanidades. Te mienten porque son personas
naturales, como cualquier individuo de la calle que no conoce a Dios,
nunca recibieron el Espíritu de Dios y solo son funcionarios eclesiásticos, de
instituciones que legaliza el estado solo para satisfacer la necesidad de la
inclinación religiosa natural de cada individuo. Nadie que ha recibido Su
Espíritu "padece" de mentiras espontáneas, mentiras técnicas, mentiras
diplomáticas (cualquiera que conoce algo de Diplomacia, comprende que
la Diplomacia es el arte de la mentira elegante), mentiras ocasionales,
mentiras transitorias, mentiras amables y corteses, o mentiras blancas.
No son nada, por lo menos, en el cristianismo, esa clase de gente no se ve
en el cristianismo pavoneando y moviendo el rabo como lo mueven ellos.
Pero, me sirvió para contactar a humildes hermanos en Barinas, en
Barquisimeto y de Maracaibo, con los cuáles hasta el día de hoy
mantenemos contacto en un sincero y cálido amor de cristianos.
Como músico, lo mismo, incluso en las iglesias de Chile, como yo tuve la
"suerte" de ser bien plagiado y pirateado por un gran número de "estrellas
de la canción" evangélica, tuve situaciones bien ríspidas, sobre todo en la
iglesia Bautista de Valparaíso, aquella que está ubicada en la calle Pedro
Montt, a un costado de lo que es el Teatro Municipal de Valparaíso: Es una
iglesia grande, importante y de tradición, cuando canté allí la canción que
más me ha sido plagiada, hice el comentario al respecto, diciendo algo así
como: "Cuando me fui de Chile, los cantantes evangélicos se repartieron
mis canciones, como si hubiese muerto..." No les gustó para nada, porque
sintieron que "ofendía" el buen nombre de los piratas y plagiadores que
hicieron historia en el mundo de la canción protestante de Chile. Otros
plagiadores, ya elevados a la categoría de pastores, no me recibieron por
vergüenza, creo, al menos eso. En otras iglesias chilenas fui llamado
mentiroso directamente por hablar de las canciones como mías, cuando
ellos sabían que eran de la "autoría" de los monstruos sagrados de la
canción denominacional. En fin, de todo, como en feria de cosas usadas.
Fui echado de otras iglesias, fui prohibido, he sido tratado como proscrito
por la red del internet y como individuo peligroso. Algunos teólogos de
Buenos Aires me dijeron que mi apología era peligrosa y optaron por
cerrarme toda comunicación con ellos. En Chile, antes de una presentación
musical, enviaron al evangelista más joven que tenían a decirme que yo era persona no grata en esa iglesia, pese a que me había invitado el
pastor: no tuvieron personalidad para decírmelo en la cara, mandaron a
un muchacho a echarme de su iglesia cuando ya estábamos armando los
equipos para la presentación. Los pastores branhamitas me satanizaron
por completo en todo el continente. Los pastores del Ecuador no han sido
amistosos, te reciben, te hablan, te invitan a almorzar muchas veces, todo
muy gentil y educado, pero jamás te dejan hablar o cantar en sus
reuniones, no tienen esa espontaneidad cristiana, esa sencillez cristiana
que había en aquellos años en que yo abandoné el aparato eclesiástico.
Por entonces, se te examinaba el espíritu, la facha era lo de menos,
aunque ya empezaba a establecerse el traje como condición sine quanon
para presentarse como ministro, la corbata ya empezaba a imponerse y la
credencial ya estaba siendo el elemento esencial de identificación,
mientras mejor imprentada, más valiosa e impresionante. A los pastores
ya les estaba entrando el gustito por redactar cartas de recomendación,
poniendo sus firmas al pie de ellas, más por esa vanidad de ser conocidos
como jefes de algo que para recomendar a alguien por su propia valía y
testimonio. Pero, aun eras calificado por la unción, si la tenías o no, y si la
tenías, te abrían las puertas del todo y era una algarabía eso de gozarse
juntos compartiendo las cosas espirituales. Ahora debes hablar de cosas
materialistas y demostrar que no sós ningún tirado y que Dios te ha
"bendecido" con algún vehículo, una regia casa, lindos trajes para predicar
en ocasiones tan importantes como estas, las de ir de país en país
predicando y haciendo música cristiana: yo he viajado hasta con ropa de
trabajo de un país a otro, jamás he creído que la facha signifique un
testimonio de cristianismo. Es como dicen en el mundo secular: el hábito,
no hace al monje. En la iglesia evangélica sí lo hace. Y pobrecito que no lo
haga, porque no te dan ni cinco de esférica.
Los teólogos son la guinda del postre, si hay status y nivel en alguna clase
jerárquica del protestantismo, pues, es ésta. Ello se apropiaron del derecho
exclusivo de interpretar la Biblia y ellos son quienes causan todos los
cambios en las opiniones y doctrinas que cada día se ven cambiantes y
cambiando en las iglesias. Como ocurría desde que la filosofía invadió el
terreno eclesiástico: "nadie sabe cuál será el credo al año siguiente", se
quejaba Hilario en el siglo IV, respecto del misterio insoluble de la Trinidad:
hoy es lo mismo, ya estamos en el punto de que el Arrebatamiento de
Iglesia era una doctrina "errada". Claro, ellos piensan que se trata de la
iglesia institucional que representan ellos y por esa parte tienen razón:
Dios no levantará iglesia evangélica alguna, para eso tendría que
levantarlas a todas, lo único colectivo que hará con todas será destruirlas. La teología es una disciplina filosófica que padece de los mismos males de
la filosofía clásica: toda teoría puede ser refutada con otra; así ocurre con
los planteamientos doctrinarios que aplican los teólogos al conjunto de la
iglesia, devenidos en modernos "doctores de la ley", hacen y deshacen a su
antojo con la Biblia. Ya Helvetius había calificado en el período
oscurantista de la historia eclesiástica al concepto teología, él decía: «el
reino de la teología se contempló siempre como el dominio de las
tinieblas». Porque es así realmente, toda laberíntica, enredada, indecisa,
indefinida, voluble, impredecible, moldeable: ninguna de esas
características tiene la Palabra de Dios, por cuanto Él es Inmutable, no hay
que estudiar cinco años de teología para comprender que Su Palabra es
inmutable también. Los que "aprobaron" teología, cuando sus aparatos
eclesiásticos respectivos les enviaron a estudiarla, suelen jactarse de ser
teólogos, haciendo creer a la pobre gente que eso les da nivel,
superioridad jerárquica sobre el resto y que si hay alguien "conocedor y
autorizado" para predicar, interpretar las Escrituras y para enseñar, son
precisamente ellos. Yo no estoy en contra del conocimiento ni del saber,
creo que el hombre y la mujer deben saber y conocer todo cuanto le sea
posible, aún tienen el derecho legítimo y hasta es bueno que estudien
teología, yo no estoy en contra de eso, estoy en contra de que se nos diga
que eso constituye nivel, autoridad, absolutismo, superioridad; eso por una
parte, por la otra me opongo a que se enseñe que la teología califica la
Biblia, evalúa la revelación y se enseñe que es un don de Dios, porque no lo
es: es lisa y llanamente una disciplina racional que ha inventado el
hombre. No encuentro nocivo que se estudie, se mire y hasta se aprecie, el
drama es cuando quieren enseñarnos que es una ciencia, una "sabiduría"
divina que pertenece al Reino de Dios, cuando no lo es. Apenas es un
dogma que produce dogmas, y los dogmas son cosas fantasiosas,
ocurrencias, que hasta han sido calificadas directamente de mentiras, pues
es una mentira sobre algo doctrinario o sobre hechos "apostólicos"
inexistentes, como la Ascensión de María, por ejemplo, o como eso de que
Dios está en la iglesia, o como eso de que el diablo es el dueño del infierno
y se lleva a cuanto patán desobedece a la iglesia para atormentarlo allí
con sus demonios: eso ya lo hicieron acá los curas católicos en las
persecuciones, ¡y vaya que atormentaron lindo y muy creativamente a sus
víctimas! Es un algo inocuo que no tiene asidero bíblico, producto de
mentes humanas entrenadas en el razonamiento y nada más.
Los pastores son los jefes absolutos, los señores, ellos no son servidores de
nadie: las congregaciones deben servirlos a ellos. Ellos son el meollo del
asunto, la guinda del postre, todo se puede tocar, desechar, contradecir y atacar: nunca a un pastor, es el monstruo sagrado por excelencia. Un
pastor merece respeto indiscutiblemente, pero nunca veneración,
adoración, o sumisión. Como tampoco nunca debe ser considerado el jefe,
el dominante, el esclavizador o el único depositario de todos los dineros
que se recolectan. El modelo de pastor lo entregó Jesucristo cuando la
madre de Jacobo y de Juan fue a pedirle privilegios para sus hijos y lo
enseñó claramente en el momento que lava los pies a sus discípulos, allí da
la clave de quién será considerado mayor. En la iglesia es al revés, el jefe
es el que ni siquiera carga un huevo, y mucho menos cargará un lavatorio
y una toalla para lavar los pies de su gente: no lo han hecho nunca. Y si lo
hacen, son selectivos: no se inclinarán jamás a lavarle los pies con uñas
ennegrecidas de los campesinos, ellos solo lavarán pies de personas cultas
y aristocráticas, si es que por esas cosas les da por humillarse delante de
alguien. Los pastores le manejan la vida completa a sus congregantes:
ninguna hoja se mueve sin que lo sepa el pastor, les manejan hasta la
cama matrimonial. Y cualquier misionero que llegue a sus feudos, queda
bajo su total autoridad. Si el misionero es despistado y un poco sonso y
pánfilo, o vendido a intereses económicos personales, pronto cambiará la
dirección de Dios en su oficio, por la dirección del jefe de la iglesia que lo
recibe. Son contados por millares los misioneros que terminan predicando
lo que el jefe de la iglesia local quiere que prediquen a su congregación,
generalmente sobre el diezmo, porque eso es lo que les quita el sueño, el
dinero. Como un pastor del Perú, a quién llamaba por teléfono el jefe de un
tabernáculo branhamita en Ecuador, diciéndole: ¡Oye, José, necesito que
vengas a mi iglesia a predicar sobre los diezmos! Y José, tomaba tres o
cuatro diáconos, a los cuales usaba, y usa hasta el día de hoy, como
auténticos guardaespaldas y se venía al Ecuador con un enérgico sermón
sobre la revelación del diezmo. Ellos no se desvelan por construir a un
individuo, se desvelan cuando los individuos no les llenan las arcas de
dinero. No se desvelan porque su gente pobre apenas tienen para comer,
se desvelan pensando en cómo hacer para que todos esos "ladrones de
Dios", reacios a diezmar, sean pobres o no, se arrepientan y se metan la
mano al bolsillo, para que los diezmos y ofrendas aumenten. Encima, con
tantos malos ejemplos ministeriales en los medios de comunicación, sobre
todo en la Televisión, viendo a tanto caradura trajeado, exitoso y
aristocrático y millonario, predicando hasta por los Estados Unidos y
Europa, es peor: las apetencias por el dinero hoy en día son el insomnio de
cuanto pastor evangélico ha regado la iglesia por la tierra. Lo más
humorístico y anecdótico, por así decirlo, porque raya en lo caricaturesco:
si a un pastor le quitas la credencial, no es nada, pierde toda confianza, protección, seguridad y hasta siente que ha sido despojado del ministerio
¿? Igual como en las películas policiales les quitan la placa a los policías
que ha cometido algo indebido. Es como la medallita de la suerte para una
mayoría abrumadora de "ministros", así como la defendía un complicado
pastor en Ecuador: cuando salía el tema de mis credenciales, siempre
contaba la misma historia, diciéndonos que él había tenido cierto drama
en una requisa policial y se había salvado mostrando su credencial de
pastor; me quedaba mirando a mí e intentaba convencerme con ese
ejemplo de cuán bueno era tener una credencial de "ministro" evangélico.
Con una facilidad asombrosa conviven bajo dos señores: los mandonea en
su ministerio el presidente u obispo de la Corporación y agregan que les
guía Dios, ¿cómo se hace eso? Ni idea, al menos en la Biblia, según
palabras del mismo Señor Jesucristo, ninguno puede tener dos señores: los
pastores evangélicos vencieron esa sentencia del maestro de Galilea,
tienen dos señores; y tres, si son personajes gobernados por esposas
dominantes, porque hasta eso ves cuando estás en el tema de Ir: ministros
que obran según les susurra órdenes su esposa, un verdadero desastre.
Según el dicho: es porque es necesaria una "cobertura" para el ministerio.
¿Cobertura de qué…? ¿Cobertura estatal para un ministerio de un Reino
que no es de este mundo? Jesús ni los apóstoles tuvieron, ni aspiraron, ni
necesitaron esa mentada "cobertura" ¡Y vaya que les hacía falta! Hoy en
día nadie los persigue ni los lleva a la hoguera, pero se obligan a esa
cobertura, que no cubre de nada, en realidad, solo te hace esclavo de otro
más vivo. Y punto. Es desastroso ver a un "ministro" atado a una orden
corporativa, atado de manos, de pensamiento incluso, porque hasta sus
pensamientos deben estar bajo el orden de esa cobertura. Es lastimero
verlos cuando esas órdenes pasan por encima aun de sus deseos de recibir
y albergar a algún hermano y compartirles su púlpito y sus iglesias. El
primer pastor denominacional que me recibió en Ecuador, era colombiano
y transgrediendo todas las órdenes, se jugó el pellejo y me ofreció su
iglesia y su púlpito, nos hicimos grandes amigos. Esa cobertura no te cubre
del pecado, no te cubre de las tentaciones ni te cubre de las estafas y
malversaciones que practican a rolete los "jefes" que te han hecho el gran
"favor cristiano" de darte "cobertura". La famosa "cobertura" es solo una
estrategia más de atrapar giles y engrandecer sus imperios y fortalecer sus
complejos de mando y superioridad, mientras más gente amontonan, más
satisfechos e importantes se sienten cuando desde sus púlpitos
escarnecedores miran a "sus" convertidos, "los míos" se dicen, y dicen a los
otros "jefes". Por mí, que lo sigan haciendo hasta las fronteras del Milenio, no tengo drama con eso, pero yo, paso: ¡A otro hueso con ese perro! (Lo
digo al revés a propósito, porque de perros se trata…y de cerdos, claro)
La iglesia tiene un perfil de creyente, una semejanza fija, un concepto de
identidad absolutamente sincrética del individuo creyente, de la persona
cristiana. Y esa imagen se construye en base a preceptos, estilos,
comportamientos sociales, disciplinas, filosofías, moral religiosa,
formación escolar de las tres ramas de la educación; tomado todo del
sistema, como convencida que las buenas cosas del sistema son perfectas
para un cristiano y deben ser parte del individuo, y deben manifestarse de
manera indefectible en el individuo cuando este declara ser un convertido
al cristianismo. Es más grave aún: si el individuo confiesa haber recibido el
Espíritu Santo, el Espíritu de Dios debe manifestar todos estos "atributos"
en el individuo, si no, no es tal y nunca ha sucedido que el hombre haya
recibido el Espíritu como confiesa. Aparte, están también todas las otras
cosas religiosas que considera la iglesia son esencia en un llamado
cristiano: sus dogmas, sus estatutos, sus interpretaciones bíblicas, sus
conceptos de evangelio en lo social, lo político, lo económico, lo artístico y
lo eclesiástico, junto a los diferentes estilos de creer, de vestirse, de hablar,
de comer, de los usos ritualistas, ceremonias y hasta supersticiones y
feticherías de cada una. Y... una fidelidad a toda prueba con la iglesia del
letrero elegido. Todo eso hace un cristiano eclesiástico, todo eso es el
armazón de un feliz creyente organizacional. Lo más grave de todo esto es
que Dios tiene que presentar un creyente que reúna todas estas
condiciones y absolutamente dentro de los límites del ente organizado,
porque si por esas cosas del absolutismo divino, Dios rompe las reglas
establecidas por el aparato eclesiástico, su elegido es quien paga el precio.
Eso es histórico, eso de quien paga el precio. Como también es histórico
que Dios siempre le quebró las reglas al hombre institucional, al hombre
eclesiástico. El caso más notable y sintomático de esto fue Jesucristo. Dios
lo presentó a la nación más religiosa de la tierra, con una única religión
verdadera, adoradores de un único Dios verdadero, pero los elegidos para
recibir Su Ungido, rechazaron Su Enviado y despreciaron la oferta de Dios
ejecutándolo en la muerte más cruel y vergonzosa que se practicaba por
esos días. Como también es histórico que la iglesia siempre renegará y
porfiará, y se obstinará en que todos los seres humanos hagan lo que ella
dice, incluyendo a Dios y a todas las huestes celestiales, y la historia
también nos dice, y el presente, que ella nunca cambiará.
El modelo de "cristiano" que la iglesia manufactura es un modelo de
cristiano que se inserta con éxito en el sistema, es un triunfador místico-
materialista, mientras Jesús apartó a los suyos del mundo, pues así los define en su oración en Juan 17, cuando expresa que no pide por el mundo,
sino por los que del mundo el Padre le dio, la iglesia los aparta para el
mundo, les ofrece los mismos reinos que satanás le ofreció a Jesús en el
desierto. Todas las bendiciones que la iglesia ofrece son materialistas:
dinero, una buena casa, éxito en todos los rubros, buenas profesiones,
empresas triunfadoras y prósperas, nivel, status, importancia social
notoriedad social, etc. Cuando consiguen su sueño materialista dan toda la
gloria a Dios y si consiguen algún triunfo espectacular cuando practican
algún deporte, como el boxeo por ejemplo, al ganar una pelea importante
en sus carreras a la corona mundial, finalizado el round ganador lloran
dando gracias y toda la gloria a Dios públicamente, como cierto boxeador
centroamericano que tuve ocasión de ver por televisión: detrás de ese
pobre individuo que glorificaba a Dios por haberle "bendecido" con ese
poderoso don de machacar rostros humanos, hay una iglesia, un
"ministro" que le ha convencido que Dios reparte dones como ese
mediante su Espíritu Santo. Lo mismo sucede con los futbolistas
"cristianos", lo curioso es cuando ambos están en equipos contrarios, si
gana uno de ellos, la gloria es para Dios, claro, y el que perdió, ¿qué? La
iglesia centroamericana convenció a sus creyentes de las "bendiciones
espirituales" que les significan las cristotecas, donde se reúnen a bailar
alabanzas bailables solo para "cristianos". Y no podía faltar el nudismo
"cristiano", con playas en los litorales usamericanos solo para nudistas
creyentes: detrás de todo eso está la iglesia y sus afiebrados ministros
laodiceanos, convenciendo "profética y apostólicamente" a sus
congregantes que son "bendiciones de Dios". Hay iglesias evangélicas para
homosexuales y lesbianas exclusivamente, así como hay iglesias solo para
militares o solo para policías, como solo para ex reos, con esa naturalidad
funcionan y se creen el cuento y se convencen a sí mismas estas iglesias
nudistas, sexistas, deportistas, artísticas, etc. ¿Es eso modelar cristianos
para el Reino que no es de este mundo? La iglesia evangélica no es el
modelo a seguir, ni siquiera es digno identificarse con ella frente a todo lo
que está significando en el mundo entero. El modelo de cristiano que Jesús
edifica es un modelo de cristiano que se inserta exitosamente en Su Reino,
y no como empleado exitoso de Su reino, no como socio empresarial de Su
Reino, no como un profesional reconocido en Su Reino, no como artista
célebre en Su Reino, sino como reyes y sacerdotes; luego, no es en el reino
de este mundo, sino que en un Reino que no es de este mundo. Este
modelo de cristiano no existe en las iglesias, este modelo de cristiano que
Jesús presenta, es un individuo que juzgará ángeles, eso no produce la
iglesia y nunca producirá porque la iglesia es de este y para este mundo, sus días de gloria son estos, estos días laodiceanos, donde su modelo de
"cristiano" es un ciego, un cuitado, un miserable, un desnudo, en suma: un
religioso enloquecido, alienado, enajenado, un pobre y miserable reflejo de
ser humano a la par de un cristiano, que usará un trono para juzgar al
mundo y a los ángeles, para eso hay que tener un criterio que no tiene
nada que ver con el criterio de un hombre intelectualizado en las materias
religiosas y/o profanas, para eso no está apto un teólogo, o un filósofo, o
un ministro mediático millonario. Ellos saben de las teorías filosóficas y
económicas, políticas y sociales de este mundo, pero de conocimiento y
sabiduría para juzgar a un ángel, de eso carecen absolutamente. Ni hablar
de la unción, ni del poder, ni de la autoridad divina que requiere una
persona que enfrentará como juez a un ente espiritual y celeste: eso no se
produce en iglesia alguna, la iglesia produce religiosos altamente
entrenados para conquistar este mundo. Ni siquiera conquistarlo para
Cristo, porque aparte del hecho que Jesucristo no está interesado en salvar
al mundo entero, sino solamente a quiénes el Padre elije, eso de que la
iglesia quiere salvar al mundo es un burdo pretexto que no resiste un
análisis serio, pues, en realidad, los enviados de la iglesia al mundo van en
pos de sus intereses, aspiraciones, metas, que son idénticas a las de un no
creyente, nada más que ellos van al mundo a conquistar bendiciones
materiales parapetados en su credo, lo que está por demás, porque hay
innumerables ejemplos de hombres que han conquistado el mundo sin la
ayuda del Dios del cristianismo y sin la ayuda de ningún otro dios apócrifo
conocido o desconocido. La causa materialista de conquistar un lugar en el
mundo tiene múltiples héroes y mártires, los cristianos no fueron mártires
de la conquista del mundo de su contemporaneidad cuando fueron
masacrados en las hogueras y en los tormentos de las persecuciones
históricas, ellos fueron mártires de su fe por Cristo y por causa de sus
espiritualidades y ministerios, a manos de una iglesia que se había aliado
con el alto poder de este mundo para llegar a ser lo que es y cuya imagen
ha despertado la envidia del aparato protestante, por eso tenemos hoy en
día a todo el protestantismo empecinado en alcanzar los niveles socio,
políticos y empresariales y culturales que ostenta la iglesia madre. La
ecuación es simple: si una iglesia como esta, tan miserable en cuanto a los
valores del Reino, tan materialista, tan prostituida como está con el
sistema y tan agujereada en su testimonio por todo lo que ha durado
como ente religioso en el sistema, es el lugar que eligió Dios para mostrar
su Magnificencia y para modelar al interior de ella a Su hombre a Su
Imagen y Semejanza, no sé: Dios no existe entonces. Y es eso exactamente lo que podemos decir fundamentadamente: Dios no existe. Al interior de
las iglesias, claro.
Y es Dios justamente quién tiene la posición más incierta en todo este
pandemónium desastroso y demencial que manifiesta la iglesia
organizada. El peor trato lo padece Dios. Jesús dijo que cualquier cosa que
los hombres hicieren a los suyos, a Él lo hacían. Y en realidad, a Dios se le
ha hecho de todo. Sufre un manoseo constante, obligaciones, órdenes,
sometimientos, lo gritan bien gritado cuando quieren que alguien sane
para elevar sus prestigios evangelísticos, empujan al piso a quienes
evidencian estar recibiendo su Espíritu, lo mandan a bendecir el
consumismo de sus creyentes extraviados ex profeso por sus ministros
"iluminados", lo presentan como un ente enajenador que convierte en
fanáticos eclesiásticos y sectarios a los individuos que acuden a las iglesias;
perdidos de todo don espiritual discuten su Nombre, debaten su Nombre,
levantan iglesias a su Nombre y en su Nombre se prostituyen con los
gobiernos de la tierra y lo meten al Congreso, a la Presidencia, a los
despachos de ministros, a los edificios de los empresarios y lo obligan a
negociar con ellos, lo arrodillan delante de ellos para conseguir privilegios,
"bendiciones" corporativas, estatales y políticas para sus organizaciones; y
uno no sabe ni sabrá jamás de qué manera prodigiosa lograron meter a
Dios, la Divinidad, la Suprema Deidad, el Dios único de todo el Universo, el
Padre de todos de los espíritus dentro de sus miserables iglesias anatemas.
Todos reclaman tenerlo dentro de sus aparatos religiosos, han llegado al
asesinato para defender la cuestión de que Dios es de ellos. Se pelean y se
ponen mal los unos con los otros, porque todos reclaman ser la iglesia
perfecta y verdadera, con el verdadero Dios adentro; y esa es la parte más
tirada de los pelos de esta historia eclesiástica: Dios metido en cada iglesia
peleando consigo mismo desde adentro de la otra iglesia: están todos
locos. Se arrasó este continente en nombre de nuestro Dios Único y se
continúa colonizando per sécula en su Nombre. Dios ha sido
ignominiosamente presentado como un Dios chiflado, que vive en conflicto
con dioses inexistentes que jamás creó Él y que son la paupérrima
invención de la mente limitada y hasta bestializada del hombre natural. No
existe ningún reino en el que dos o tres o más reyes convivan
compartiendo el dominio de tal reino, pero el hombre religioso ha hecho
creer al hombre que hay una gran variedad de dioses disputando la
Supremacía del Único. Se cae de maduro que Dios creó todo esto para Él,
para su Gloria y adoración, y está muy bien definido en las Escrituras que
Él no comparte su Gloria con nadie. Dios va al cine, Dios va al boxeo, Dios
va al estadio deportivo, Dios va al prostíbulo, Dios es nudista, Dios está con los homosexuales, Dios está en la iglesia de los militares, Dios es capellán,
Dios goza del rock y últimamente del "perreo" hiphopero, Dios es católico,
Dios es protestante, Dios es budista, Dios es islámico, Dios es tres personas
distintas pero un solo Dios ¿? No me cabe ninguna duda que Dios está en
todas esas expresiones humanas y religiosas, pero cuando está allí, lo está
para rescatar alguno de sus elegidos o elegidas y sacarlo fuera de esos
cubiles, y no para instalarse, o para gobernar al hombre desde allí: Dios
gobierna al hombre desde el lugar que Él escogió como el perfecto sitial de
gobierno de sus amados: el corazón del hombre, ese es su morada. Dios no
es el habitante espectral de las iglesias, eso es una vulgar y clásica mentira
religiosa: nos han mentido a Dios. Peor, aun: le mienten a Dios y ponen en
su boca palabras, deseos, voluntades que nunca han sido de Él. Todos nos
han mentido a Dios, empezando por los conquistadores, que decían venir
en el nombre de nuestro Dios, amparados en eso mataron, mutilaron,
enloquecieron, transculturizaron, expoliaron, invadieron, borraron
identidades, destruyeron comunidades para siempre, impusieron una
iglesia feroz, dominante, sanguinaria, enajenante; y así, suma y sigue,
porque para rematar el punto, el tiro de gracia lo asesta la iglesia
protestante en nuestras molleras: Dios es evangélico, Dios es de la CIA,
Dios es norteamericano y nosotros somos monos y demonios, Dios corta el
cabello, Dios pone corbata a su ungido, Dios es filósofo teológico, Dios es
empresario, Dios es millonario, Dios es exitoso, Dios ama a los ricos y no le
hacen gracia los pobres, Dios es estrella mediática de la televisión, Dios es
rubio y de ojos azules, Dios controla la natalidad en las comunidades
indígenas, Dios atiende en Estados Unidos, Dios fabrica misioneros en
Estados Unidos, Dios envía ejércitos de ángeles solo a los Estados Unidos
(porque no sé si lo han notado, pero todas las historias de apariciones de
ángeles, solo ocurren en USA) No sé, ¿qué dirá Dios de todo esto? Pronto
lo sabremos. Lo que sí sabemos es que Él tiene un nombre que es
sobretodo nombre, y que se pronuncia y se dice: Señor Jesucristo, como
nos enseñaron a decirlo en el lado gentil que nos corresponde; y que toda
potestad le ha sido dada en el cielo y en la tierra, y que ante Él se doblará
toda rodilla, y noten cómo lo expresa: de todo lo que está arriba en el
cielo, en la tierra y debajo, debajo de la tierra. La sola lectura de estos
textos relacionados con su absoluta Divinidad Suprema debieran poner fin
a los devaneos de amenazar o de enseñar a temer otros dioses: Zeus no
hará doblar la rodilla a Dios como lo hace un ministro evangélico frente a
las autoridades de la tierra cuando anda en busca de "coberturas" y
privilegios, porque aparte que Zeus no existe, el único Dios siempre
existente tampoco es tan chiflado como para someterse, obedecer, arrodillarse o clamar por cobertura y protección a un dios inexistente.
Como tampoco crearía a un dios para adorarle, como dicen los
intelectuales de los creyentes: que hemos inventado a Dios motivados por
nuestros miedos y debilidades; y mucho menos, no está tan rechiflado
como crear dioses con los cuales agarrarse a patadas en plenos arrebatos
de ira divina de vez en cuando.
El año 2004, en diciembre, inicié mi viaje sin fecha de retorno: salí de
Córdoba a Neuquén, de Neuquén volví a Córdoba por un mes y salí hacia
Chile el 2005. En enero del 2006 entré a Perú y en febrero de ese año,
ingresé al Ecuador; en abril de 2006 fui a Colombia, solo prediqué en
Ipiales aquella vez, para una congregación de branhamitas, en su mayoría
personas de una comunidad aborigen denominada Pastos; volví a Ecuador
y tomé a cargo un grupo de creyentes del mensaje branhamita. Les dije
que sacaría a Branham de la escena y pondría a Jesucristo como único Rey,
Señor y Cabeza de la iglesia del Dios Viviente; porque para ellos, si
Branham no está en la escena, el cristianismo no es válido y si un individuo
dice ser cristiano y no reconoce a Branham a la par de Jesucristo, el tal no
es cristiano para ellos, y si alguien dice haber recibido el Espíritu Santo y
nunca se ha enterado ni conoce al profeta Branham, ese tampoco es
cristiano para ellos, y si encima ese individuo no reconoce tabernáculo ni
pastor branhamitas para congregarse, tampoco es cristiano para ellos.
Los tabernáculos branhamitas hacen una diferencia verbal enérgica entre
ellos y los evangélicos, y no se califican ni se identifican como evangélicos,
pero están encuevados con revelación y todo en el mismo concepto
eclesiástico de la iglesia evangélica y peor aún: con esa saña y celo
enfermizo de las auténticas sectas. Les expliqué que yo era como los
comunistas: los comunistas quieren destruir el Estado por que el estado
asesina y explota a su propia gente, y yo apuntaba a destruir el concepto
religioso de iglesia; les manifesté que mi interés no era dejar construida
una iglesia para el vecindario, para la sociedad, sino que creía en construir
seres humanos, personas, hombres, mujeres, templos humanos de Dios:
me respondieron que sí entusiastas y alegres, pero al cabo de tres años
con ellos, el entusiasmo se perdió y pronto volvieron, en su mayoría,
excepto tres personas: Vicente Jumbo, su esposa Cecilia Torres y Daniel
Cela, al tema de los tabernáculos branhamitas. Salí a Colombia en febrero
de 2009, hice una apretada agenda de presentaciones musicales y
predicaciones por varias ciudades del centro del país cafetalero: Cali,
Tuluá, Pereira, Armenia y alrededores como: Montenegro y Calarcá; y
pequeños pueblos como Los Presidentes y Ovando. En marzo del mismo año entré a Venezuela, prediqué y canté en tres provincias venezolanas:
Barinas, Barquisimeto y San Cristóbal. Volví a Colombia a finales de mayo,
a la ciudad de Armenia: allí empecé a escribir el resultado de mi periplo
iniciado en diciembre de 2004, sin fecha de retorno, dejando atrás la
cálida, hermosa y acogedora ciudad bien amada de Córdoba, en
Argentina.
Mi recorrido está terminado del todo. Pensaba recorrer Centroamérica y
Méjico observando la realidad evangélica, pero en Venezuela comprendí
que solo vería más de lo mismo. Ahora, en Ecuador, en la ciudad de Santo
Domingo de los Tsáchilas termino este libro. No sé hasta cuando estaré en
este lugar de la mitad del mundo, hospedado con el afecto valioso,
importante y leal de mi buen amigo y hermano Edín Maldonado, un ex
militar que ha combatido en las dos últimas guerras del Ecuador con Perú
y que sin intervención de iglesia alguna, ha llegado a Jesucristo, mostrando
una lucidez escritural que no se encuentra fácilmente en las iglesias
establecidas. He tratado de radicarme en esta ciudad, pero ha sido costoso
y complicado. Digo que no sé hasta cuando estaré aquí, por lo difícil de
tramitar mi estadía, he pensado que este es el mejor lugar para
establecerse y desde aquí seguir trabajando ministerialmente en la
vocación y el don elegido por Dios para mí. Antes de anoche, de
madrugada aun, soñé con Dios. Lo veía viniendo al Ecuador, como un
mensajero humildemente vestido, de cierta edad, algo canoso. La gente le
trataba mal y le rechazaba de malos modos, con gestos ásperos y palabras
de tonos subidos. Eso encendía mi furor y me hacía disputar con la gente
del lugar y tratarles severamente por tratar así a Dios. Muy enfurecido me
apartaba de ellos. Luego, Dios venía hacia mí y yo le pedía perdón por
haber perdido mi control y haber tratado así a la gente, pero le explicaba
que lo había hecho porque era increíble e inadmisible para mí que el Padre
Celestial fuese tratado así, tan despectivamente. Él respondía que estaba
bien, que no me preocupase más. Me dijo a continuación que Él vivía en
Panamá, y a eso me lo repitió tres veces. Desperté y ya clareaba. No sé. En
Ecuador todo siempre ha sido difícil para mí: luchado, resistido, estafado,
mal interpretado, coimeado por la policía común y la policía migratoria,
sin pastores amigos; y en cierta manera, rechazado por el grupo que quiso
trabajar conmigo en el tema cristiano. Es un momento complicado para
mí, debo tomar una decisión, aunque ya tomé otra: no volveré al seno de
las iglesias protestantes jamás. A treinta años más tarde de haberlas
dejado en 1980, el panorama es totalmente desolador. Es lo que describo
en este libro. No escribí con palabras profesionales ni teológicas, es mi opinión como
cristiano. No busqué lecturas profesionales sobre el tema, porque no las
hay, al menos desde adentro, solo referencié unos muy pocos escritores,
investigadores, antropólogos y un par de historiadores; porque ellos miran
desde el punto racional materialista e incluso, calificando los movimientos
protestantes en base al aporte cultural que hagan al sistema, aunque hay
por ahí unos buenos estudios al respecto, pero que no tiene nada que ver
con la óptica que emplea un hijo de Dios o una hija de Dios con una
legítima y exacta experiencia espiritual. De ellos tomé algunas opiniones y
básicamente solo datos históricos: la ciencia de este mundo, por muy
constructiva que parezca, nada tiene que ver con el cristianismo original y
legítimo, porque el cristianismo no es una ciencia que funciona en bien del
sistema: funciona en bien de los hijos e hijas de Dios y de Su Reino. No
escribo para la exclusiva elite intelectual religiosa, más bien, escribo para
la gente común: creo que el grueso de mis hermanos está allí. Jesús creía
lo mismo y se rodeaba de gente humilde y desposeída, de rechazados, de
marginados, de despreciados por el sistema religioso y político de su
tiempo. No escribo para las iglesias, para ninguna de ellas; las iglesias
están repletas de salvadores y redentores, quienes amparados en ese
concepto, engreído de sí mismos, se han convertido en condenadores
"autorizados" de los pecadores que transgreden los reglamentos
eclesiásticos o los pecadores que no se congregan sometiéndose a ellas. La
Iglesia de Cristo se compone de salvados y redimidos, quienes han sido
rescatados en su Amor y en su Gracia y se congregan sabedores de lo
inmerecido que ha sido esa salvación tan grande que les prodiga el Padre
que está los cielos, en la tierra y en todo lugar…excepto la iglesia
denominacional, claro. Escribo para personas comunes, personas que no
conocen de iglesia "verdadera" o "falsa", según la califican ellos mismos
desde sus tronos clericales; escribo para cuales quieran que sean quienes
lean esto. No escribo para competir con analistas y revisionistas o
antropólogos de la religión, escribo para mis más cercanos. No escribo
para los pastores de las iglesias, salvo pastores amigos que se aproximan
con sus comportamientos y sus ideales al cristianismo bíblico y se han
independizado o están en vías de hacerlo de las iglesias jurídicas,
oficialmente establecidas como una institución más al servicio de los
intereses materialistas del estado. No escribo para corregir cosas: las cosas
seguirán tal cual como siempre. No escribo para los misioneros, ellos
también escriben y leen cosas más teológicas y profesionales que este
libro. No escribo para ninguna secta, como tampoco escribo auspiciado o
bajo la "cobertura" de alguna de ellas o de alguna iglesia. La literatura es una disciplina que no practica la iglesia en Latinoamérica, un escritor, un
poeta, no tiene valor alguno en el seno de las iglesias protestantes de
Latinoamérica, al menos en el cúmulo mayoritarios de iglesias populares, y
excepcionalmente solo puede darse en las iglesias extranjeras de tradición,
europeas o usamericanas. Lo que practica la iglesia es esa cultura que
puede rendirle beneficios, como el espectáculo que usan iglesias como las
bautistas, quienes practican una media hora previa de actuación con
mimos o aquellas iglesias que usan coristas que coreografíen las alabanzas
iniciales: el espectáculo vende, y eso les gusta. En Paraguay leí mis textos
poéticos en alguna iglesia y no significó nada para ellos: no escribo para la
iglesia. No escribo para los músicos profesionales del aparato protestante,
hay una reciprocidad entre ellos y yo: ellos no se interesan por lo que yo
compongo y yo no me intereso por lo que componen ellos. Ellos no
valorizan lo que canto porque lo consideran anticuado (como si las cosas
de Dios pasaran de moda y después de un tiempo quedasen obsoletas ¿?)
y yo no los acepto porque los encuentro muy pobres como creadores, muy
plagiadores de otros y de sí mismos, y muy comerciales. Esos músicos no
edifican a nadie con sus "creaciones" marketineras, siempre es más de los
mismo, nada que comprometa, nada que revise conceptos, nada histórico,
nada doctrinario, nada denunciante, nada protestante; todo es ambiguo
porque la "orden" eclesiástica es que esa canción quede bien instalada no
solo en la masa protestante, sino también en las multitudes de la iglesia
madre romana y con todo lo que se parezca: un híbrido realmente. No
escribo para conseguir seguidores: en el cristianismo se sigue a Jesucristo;
y yo soy, con todas las dificultades, defectos y derrotas, apenas, un
seguidor; no me alcanza ni para ícono, ni para doctor de la ley, ni para
ministro aristocrático, ni para figura intelectual y mediática de la religión,
para eso hay que tener plata y yo no tengo un peso. Para tener seguidores,
hay que tener imagen, construirse una imagen, hacerse un perfil, tener
solvencia económica, "cobertura", vestirse bien: yo no parezco nada; ni
siquiera me gusta "el buen vestir"; solo volví a ponerme corbata una noche
de predicación en Pereira, como gesto de retribución a ese ministro que
me recibió un domingo de reunión en su poderosa iglesia tal como yo iba
vestido, sin fijarse en mi informalidad habitual y criticarla; la segunda vez
de su invitación, antes de entrar, me puse una corbata para devolver su
gentileza, y punto. Para tener seguidores, bajo los conceptos modernos
que se manejan con el tema, hay que tener donde meter esos seguidores:
yo no tengo donde meter mi propia calavera, si no fuese porque me
hospedan, ni idea donde estaría yo. No escribo para conseguir seguidores,
no me alcanza. No está en mis aspiraciones tampoco. Si algo busco eso es hallar hermanos, hermanas, que siguen al Único digno de ser seguido,
gente hermanada en la búsqueda de Dios, busco seguidores de Dios, no
me complace escribir para seguidores de hombres, es una pérdida de
tiempo y son una compañía inútil, aparte de desubicada, reitero: no
escribo para conseguir seguidores. No escribo para impresionar a las
mujeres. En el tramo colombiano hubo algunos dramas con damitas
inquietas, lo mismo en Chile, Paraguay, Ecuador, Venezuela y me ha
parecido una auténtica desgracia que el resultado de predicar el
cristianismo traiga como consecuencia el apasionamiento incontrolable de
las damas "cristianas" de ánimo ligero, esposas de pastores incluidas. Es
una desgracia ser deseado por las mujeres “cristianas” de las
organizaciones, como desean a un cantante, a un hombre famoso. Es una
barbaridad: no escribo, ni canto, ni predico para conseguir hembras, eso sí
que es un desastre. Tampoco escribo para hacer dinero, no lo hice
cantando, como he cantado por las iglesias desde el año 1972. Los únicos
que hicieron dinero fueron los que me plagiaron todas las canciones que
pudieron: no escribo pensando en el dinero. No pienso del dinero como se
acostumbra a decir en Argentina: "El dinero no hace la felicidad, ¡pero
cómo ayuda!" En el cristianismo no es un elemento esencial del cual
dependan los ministerios y su práctica, eso solo le ocurre a la iglesia
materialista que juega según las reglas del sistema de este mundo. Que es
un mal necesario, lo es, pero hacerse dependiente del dinero para la
comisión de "ir" o creer que una buena ofrenda es una auténtica y
merecida, ¡y debida! bendición de Dios, es una desgracia con todas sus
letras.
Señores, esta es mi opinión. Tienen todo el derecho a pensar distinto, como
me asiste también el derecho de pensar así. Tienen todo el derecho de
opinar lo contrario, pero no tienen derecho a impedir que dé mi opinión,
por el mismo derecho que les asiste a ustedes. Tienen el absoluto derecho
a defender sus instituciones e iglesias, con celo, con furia, con
explicaciones teológicas y técnicas, con decretos de ley, con personerías
jurídicas, con apoyo efectivo de las fuerzas policiales, etc. Yo tengo todo el
derecho de expresar mi oposición y mi opinión. Tienen todo el derecho de
quedarse dentro de ellas a esperar a Jesucristo y yo tengo exactamente el
mismo derecho de salir del todo y esperarlo afuera.
Con este libro, apago la luz, cierro la puerta, y dejo en paz la cuestión
iglesia. No vuelvo atrás.
Ecuador, agosto de 2010.
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