UN REVISIONISMO   DE LA IGLESIA PROTESTANTE DE LATINOAMÉRICA
   III 
La  Organización 
Asociación de personas regulada por un conjunto de normas en función de 
determinados fines. 
La  Organización,  finalmente,  se ha  convertido en una de  las expresiones 
más altas y perversas de un genuino y terrorífico anticristo, si acaso no es 
ella misma la incubadora del malvado ser apocalíptico. 
Auténtica devoradora de seres humanos,  le ha dado un feroz codazo a  la 
supremacía, soberanía y gobierno absoluto de Dios, y se ha puesto ella en 
lugar de Dios. Ella pone,  saca,  reparte, envía, unge  y derriba ministros a 
todo  lo  ancho,  alto,  largo  y  redondo  del  planeta.  A  cautivado,  por 
concepto  de  esclavitud,  tanto  a  jerarcas  como  a  miembros  de  su  muy 
tirana institución.  
La  Organización  es  la  absoluta  responsable  del  concepto  de  ministro 
superior que ostentan todos los pastores del mundo. Ella le construyó y le 
instruyó  en  esa  imagen  de  inaccesibilidad  que  proyecta  el  sujeto 
jerarquizado, frente a las masas que "conduce". Ella los convirtió en papas 
absolutos de sus respectivas denominaciones. Ella le enseñó a atropellar y 
a poner bajo su "autoridad" y capricho administrativo a  todos  los demás 
ministerios, sean más altos, iguales o menores al oficio de pastor. Pablo, el 
apóstol  principal  de  la  primera  edad  de  la  iglesia,  nos  da  otro  orden  en 
Efesios y Corintios, y no es precisamente el pastor el oficio principal en la 
exposición paulista respecto de  los ministerios. Pero, como eso sale en  la 
Biblia,  no  tiene  mucha  importancia  frente  a  los  intereses  de  la 
Organización  en  el  concierto mundial.    (Uno  llega  a  sentirse pecador  de 
ingenuo,  cuando  intenta  usar  la   Biblia  para  señalar  la  condición  de  la 
Iglesia organizada)  
Cuando  se  trata  de  la  organización  protestante,  esta  ha  tenido 
exactamente  la  misma  "bendición"  del  Estado  que  las  demás 
organizaciones  religiosas, para debutar en público y para  ser  legalizada y 
autorizada a funcionar como: La Puerta Oficial del Cielo en la Tierra. 
El discurso de la organización protestante es contradictorio e incoherente, 
no  resiste  el  menor  análisis.  Por  una  parte,  obligan  y  presionan constantemente al aspirante a creyente o al creyente en pleno a recibir el 
Espíritu Santo, que es la condición sine quanon para ser reconocido como 
un legítimo cristiano en verdad, pues el mismo Señor Jesús instruyó de esa 
manera a  sus apóstoles, porque  solo el Espíritu Santo guiaría, enseñaría, 
revelaría  y  daría  poder  sobre  todas  las  cosas.  Pero,  pero,  pero...En  este 
juego incongruente de la organización, ella se reserva el derecho de guiar, 
enseñar, revelar y darle "poder" al individuo ya poseído del Espíritu. Y no 
solo  eso,  también  la  organización,  determina,  administra  y  autoriza  o 
anula  los dones y oficios que  la persona manifieste haber recibido de "lo 
Alto" al momento de recibir el Espíritu Santo. Es decir, el Espíritu Santo los 
bautiza  y  los  inviste  de  poder  y  la  organización  los  guía,  los  enseña,  los 
autoriza y los... ¿revela? 
La  Organización  protestante  no  reconoce,  ni  concibe  como  legítima 
ninguna manifestación,  ni  los  dones,  ni  los  oficios  que  el  Espíritu  Santo 
produzca  en  sus  elegidos  si  estos  son  personas  de  congregaciones  o 
creyentes  individuales de  cultos no oficializados por el Estado. Todas  las 
organizaciones protestantes, constituidas a sí mismas como el Palacio del 
Gobierno de Dios sobre la tierra, dan por sentado que toda manifestación 
de  Dios  en  cualquier  individuo,  hombre  o  mujer,  o  congregación,  solo 
puede ser veraz y legítima si esta poderosa expresión de la Deidad ocurre 
al  interior  de  sus  recintos  religiosos.  Toda  organización  religiosa  es  una 
auténtica  trampa mortal para  los  individuos que caen en  sus "beatíficas" 
garras. Establecidas para engañar y  ser engañadas  son  los  silos donde se 
amontona la cizaña para ser quemada en los días de los inminentes juicios 
de Dios que caerán sobre la tierra. Toda organización erigida como la Casa 
Central del Gobierno de Dios sobre los habitantes de la tierra, es ni más ni 
menos, que la Capitanía General de Satanás sobre la tierra, quién, a través 
de  la  temible  imagen  política,  económica  y  religiosa  que  proyecta  la 
organización  a  la  humanidad,  intenta  engañar,  si  fuere  posible,  a  los 
mismos  elegidos.  Pero...no  lo  es,  gracias  a  la Gracia  de  la Omnipotencia 
absoluta de Dios. Porque si a Dios le engañasen uno solo de sus escogidos, 
quedaría muy mal parado. 
Con  este  discurso  perverso  engañan,  queriendo  decirles  a  esos  pobres 
seres  sometidos  que  la  iglesia  evangélica  es  como  una  réplica  gentil  del 
Templo de  los Judíos, donde en cierto tiempo, muy anterior a  los días de 
Jesús, Dios  habitaba  en  el Aposento  denominado  Lugar  Santísimo,  en  lo 
que era el Arca del Pacto de Dios  con Moisés, que  se hallaba detrás del 
Velo que se rasgó  la tarde de  la crucifixión de Jesús, el Cristo. Pero, pero, 
pero… No hay ninguna iglesia gentil, en todos sus procesos históricos, que 
haya  albergado  a  la   Deidad  en  alguna  esquina,  columna,  recoveco  o habitáculo  especial,  o  accesorio  alguno,  tal  como  un  arca,  por  ejemplo.  
Cabe destacar que cuando  la Gloria de  Jehová habitaba el Templo detrás 
del Velo del Lugar Santísimo, los sacerdotes no entraban así no más a ese 
lugar tan santo, como suben los pastores aristocráticos a su remedo vulgar 
de lugar santísimo en que han convertido el púlpito. No, había una forma 
especial  de  caminar,  de  tal modo  que  el  individuo  señalado  para  entrar 
una vez al año al  lugar del Arca, durante  la celebración del  Jom Kipur,  la 
fiesta anual que perdonaba todos los pecados judaicos, el sumo sacerdote 
debía conocer la manera de desplazarse, pues las campanitas que pendían 
de él al  irse adentrando detrás del  velo debían  tintinear de manera que 
debía oírse que decían: ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! Y si este hombre santo  lo 
hacía  mal  o  entraba  intrépidamente  sin  importarle  si  había  cometido 
algún pecado, caía muerto allí mismo. Por esa razón entraba atado a una 
soga,  si  ocurría  su  muerte  lo  arrastraban  desde  afuera.  Pero,  los 
evangélicos que juran y re juran que Dios está en la iglesia, entran como se 
les da  la gana a sus templos y cuchichean hasta con malicia de su propio 
prójimo, y hasta discuten entre sí antes, durante y al final de sus reuniones 
convocadas bajo el techo eclesiástico que “habita” Dios. Y nunca ha caído 
muerto algún  jerarca estafador y canalla al subir hasta sus púlpitos de  la 
estafa  y  del  escarnio.  No  obstante,  y  soy  reiterativo,  la  organización 
protestante  logró convencer de manera absoluta al mundo que Dios está 
en sus iglesias. El que acude a ellas, acude a Dios. Porque ya establecieron 
que la única manera de que Dios se encuentre con el hombre, es a través y 
en  la  iglesia.  Los que no  se unen a  su  signo  y no  se ordenan en ella, así 
digan  y  manifiesten  tener  a  Dios  y  su  Sello  del  Espíritu  Santo,  están 
marginados del dios eclesiástico que vive en sus  iglesias,  legalizado por la 
jerarquía clerical y legalizado jurídicamente por el aparato estatal. Porque, 
claro,  si  Dios  no  es  autorizado  jurídicamente  por  el  Estado  a  funcionar 
como Dios  y  a  vivir  legalmente  en  su  “casa”  que  es  la  iglesia,  entonces 
queda expuesto a sufrir  las consecuencias de  las  leyes de  los hombres. Y 
como  ese  dios  de  ellos  es  temeroso,  ordenado  y  se  sujeta  a  los 
requerimientos  estatales,  como  todo  buen  ciudadano,  entonces  hace 
todos  esos  trámites  diligentemente.  Así  nadie  puede  multarlo  por  vivir 
ilegalmente  en  una  iglesia  o  por  practicar  su  función  de  dios 
públicamente. Algo así. 
La  costumbre  “sagrada”  de  construir  iglesias  con  un  dios  adentro,  se  la 
deben  exclusivamente  a  su  madre  católica,  quién  organizada  bajo  la 
conducción  “divinamente”  inspirada  de  Constantino,  emprendió  la 
construcción del más grande clon del cristianismo. Allí se decidió que  los 
creyentes  debían  organizarse,  ordenarse  en  jerarquías,  se  establecieron ritos,  liturgias  y  sacramentos,  y  hasta  discutieron  cómo  presentarían  al 
mundo la “divinidad” eclesiástica que constituían. Y, claro, allí, tan pulcros 
y píos ellos, decidieron que debían construirse  templos “como  la gente”, 
porque era muy ordinario y de muy mal gusto presentarse al mundo como 
una  religión  sin  complejos  edilicios  con  arte  arquitectónico,  con  gusto 
refinado,  con  ambientación  religiosa  apropiada.  Porque,  ¿quién  iba  a 
seguirlos si no tenían templos? Sin templos no había status, sin templo no 
había nivel, sin templo se perdía toda solemnidad, sin templo  la jerarquía 
perdía estilo y no  tenía  imagen. Y  lo que era más  terrible para ellos:  ¡Sin 
templo no había Dios…! 
Ya  en  el  siglo  segundo,  Ignacio  venía  proclamando  que  la  iglesia  era  el 
cuerpo de Cristo y enseñaba que nadie sería salvo si no era miembro de la 
iglesia,  parecía  sagrado  y  digno  de  temor,  pero  Ignacio  mezclaba  los 
conceptos.  El  cuerpo  de  Cristo  no  era  el  tipo  de  iglesia  que  proponía  e 
interpretaba  este  discípulo  de  la  segunda  generación  post  apóstoles. 
Nadie se hace miembro del cuerpo de Cristo perteneciendo a una iglesia y 
cumpliendo  rigurosamente  sus ordenanzas y enseñanzas:  se nace en ese 
Cuerpo.  En  el  siglo  XV,  Juan  Calvino,  teólogo,  humanista  y  reformador 
francés que no adscribía a la reforma luterana, gran campeón protestante 
que  lidiaba enérgicamente contra  la  iglesia católica y prolífico escritor de 
textos doctrinarios,  también era un  recalcitrante  líder pro eclesiástico, el 
establecía que  solo a  través de  la  iglesia podía  construirse una  sociedad 
verdaderamente  piadosa.  Bueno,  aparte  de  dogmático  el  concepto,  el 
calvinismo también probó, con el asesinato de Miguel Servet, que estaba 
dispuesto hasta la más encarnizada expresión de violencia para conseguir 
sus  fines,  digamos,  “evangelísticos”  pro  eclesiásticos  en  pos  de  una 
sociedad más “cristiana”. Lo mismo que postulan los señores protestantes 
de  hoy  en  día,  que  no  es más  que  el mismo  predicamento  de  la  iglesia 
católica, solo que no se usa papa, ni hábitos, ni vírgenes, ni santos de yeso. 
No  es  de  extrañar  entonces  que  la  iglesia  hubiese  crecido  tan 
irreductiblemente  como  la  imprescindible  intermediaria  entre Dios  y  los 
hombres. Lo más curioso de todo esto es que todo lo que está adentro de 
esos  edificios  clero-protestantes  es  santo,  empezando  por  el  edificio 
mismo,  por  cuanto  calificado  como  iglesia  es  obviamente  lugar  santo,  y 
como  tiene un dios  adentro, mucho más  santo;  santo  su púlpito,  santas 
sus  guitarras  eléctricas  rockeras,  santos  sus  floreros,  santas  sus  bancas, 
santos  sus  platillos  ofrenderos,  santos  los  sobres  de  los  diezmos, 
últimamente hasta las billeteras de los distraídos que donan hasta que les 
duele han adquirido el status de santas, etc. Lo curioso, decía, se presenta 
en el factor humano, porque ocurre que lo único no santo es la gente que se congrega allí, en medio de paredes, muebles y accesorios tan, pero tan 
santos.  Y  eso  se  desprende  de  los  ásperos  sermones  que  oímos  que 
zamarrean  y  avergüenzan  a  los  concurrentes  acusándolos  y 
avergonzándolos  de  cuanto  pecado  imaginable  e  inimaginable  pueda 
cometer  el  ser  humano  convocado  allí.  Nunca  será  santo  como  los 
muebles que pertenecen a  la “casa” del Señor. Nadie toca esos muebles, 
pero  el  ser  humano  puede  ser  expulsado  de  allí  de  la  manera  más 
ignominiosa.  Extraño  dios  vive  al  interior  de  esa  santa  expresión 
arquitectónica  de  iglesia:  ¡jamás  lanzará  fuera  de  sus  puertas  un  solo 
florero de  sus altares, pero expulsa  seres humanos a dos manos  cuando 
está eclesiásticamente enojado!  
Allí, a partir de ese extraño y tragicómico concepto de santidad en cuerpos 
inanimados, se inicia, o sucede el drama del ser humano, no inanimado, y 
su Vía Crucis religioso protestante. 
Nada más  fantasioso  y  fuera  de  lugar  que  hablar  de  la  organización  del 
Cuerpo  de  creyentes  de  Dios,  es  exactamente  lo mismo  que  organizar, 
tamaño delirio digo, a Dios  y  su  séquito angelical,  cuatro  seres  vivientes 
incluidos.  Como  si  Dios  hubiese  pasado  por  alto  el  hecho  de  que  una 
religión de bien y con un Dios de tan alto respeto y consideración como Él, 
solo funciona si se la organiza religiosa y jurídicamente. 
Nada  habla  más  fuerte  del  complejo  de  inferioridad  que  aqueja  a  las 
comunidades  protestantes  frente  a  la  poderosa  universal  imagen  de  la 
iglesia católica que su obsesivo empacamiento por alcanzar el poderío y el 
status  de  la  iglesia  de  Roma.  La  iglesia  protestante  no  ha  trepidado  en 
hacer fortuna y perfil a cualquier precio: vendió los púlpitos, la doctrina, el 
aparato  jerárquico,  los  ministerios,  se  sentó  a  discutir  conveniencias 
ecuménicas, se vendió al Estado, a  la sociedad, a  los regímenes políticos, 
al empresariado internacional, en fin, en fin, en fin. Pensada originalmente 
como el Cuerpo de  Jesucristo que  rescataría de  la  iniquidad y  la  idolatría 
católica  romana  a  todo  cuanto  infeliz  latinoamericano  “cristianizado” 
pudiera, cambió el Espíritu de Dios y las promesas de Su Reino, y Su propia 
Palabra  por  un  puñado  de monedas  y  una  investidura  aristocrática.  Las 
palabras  de  Carlos  Camus,  un  monseñor  chileno  en  tiempos  de  la 
dictadura  pinochetista,  a  propósito  de  los  movimientos  de  trasero  que 
ensayaba  la  iglesia evangélica chilena prostituyéndose con el  régimen de 
facto,  grafican  universalmente  la  bajeza  moral  y  cristiana  del  aparato 
protestante: “La iglesia evangélica chilena –comentó-, tenía el favor de los 
pobres  de  las  poblaciones  marginales,  ahora  negocia  con  la  dictadura 
vendiéndose por un plato de lentejas.” Eso, elevado a escala mundial, es lo mismo  que  practican  las  iglesias  protestantes  en  el  día  de  hoy.  Y 
continuarán practicándolo. 
En  lo que respecta a la organización protestante, que es el punto a tratar 
prioritariamente  en  todo  este  trabajo,  hay  un  total  y  absoluto 
segregacionismo  que,  incluso  ya  se manifestaba  en  los mismos  días  de 
Lutero  y  que  nunca  conciliaron.  Ahora,  los  encuentras  enfrentados  en 
trinitarios y unitarios de manera recalcitrante e irreconciliable, a partir del 
recrudecimiento en estas posiciones que ocurrió más o menos a finales de 
los 40’, del siglo Veinte, en USA, claro,   ¡dónde más! Enfrentamiento que 
es  absolutamente  vistoso  y  palpable  en  naciones  como  Ecuador  y 
Colombia, en  lo que  respecta a Latinoamérica, pues estos dos países son 
los que albergan las mayorías unitarias del sur latinoamericano. Un pastor 
de  Pereira,  de  la  corriente  denominada  iglesia  del  nombre  y  que 
pertenece a  la  famosa organización unitaria  Iglesia Unida Pentecostal de 
Colombia,  separada  de  la madre  unitaria  norteamericana más  conocida 
por  las  siglas  U.P.C, me  comentaba  en  su  propia  casa  su  preocupación 
ante el crecimiento inusitado que estaba -¡y que está!-  teniendo la iglesia 
trinitaria.  Incluso  él  había  convocado  a  reuniones  a  sus  colegas 
ministeriales para proponer planes operativos a escala, para contener en 
algo  el  crecimiento  trinitario  y  para  levantar  el  carisma  de  la  iglesia 
unitaria,  pero  -se  quejaba-,  los  jerarcas  de  su  denominación  no  le 
prestaban atención ni importancia a ese hecho, y según él, solo se debía a 
que  eso  significaba mayores  inversiones,  y  los  pastores  colombianos  del 
Nombre de  la  iglesia Pentecostal Unida eran  tan  tacaños que no querían 
meter  un  solo  peso  en  campaña  alguna,  así  los  devorasen  los  trinitarios 
pentecostales de Pereira que marchaban en esos momentos encabezados 
por Pablo Portela, el carismático exhibicionista millonario de  la televisión 
local. Este desmembramiento o divisionismo es tan agudo y determinante 
que  casi  no  caben  esos  calificativos,  ya  están muy más  propensos  a  ser 
calificados  como  una  organización  desintegracionista,  que  viene  a  ser 
negativo e  inconveniente para ellos a nivel  terrenal, porque es una mala 
política que demuestra que no son tan calculistas económicamente como 
demuestran  a  nivel  de  sus  movimientos  locales,  ganarían  mucho  más 
dinero  siendo  un  solo  organismo  religioso  protestante,  como  lo  gana  a 
manos  llenas  su  madre  vaticana.  Pero,  tampoco  les  serviría  para 
congraciarse  con  Dios,  porque  Él  solo  trata  con  individuos,  y  no  con 
individuos como ellos, precisamente. 
Trinitarios  y  unitarios  se  atacan  y  se  descalifican mutuamente,  pero  las 
organizaciones trinitarias protagonizan los más grandes eventos, al menos 
en  Latinoamérica.  Aquí  llegan  todos  los  más  famosos  evangelistas trinitarios,  (contando desde  la época moderna y de  la ya  casi  feneciente 
del  siglo Veinte), por Humbard, Osborn, Roberson, quién  se despachó el 
muy  espiritualista  sermón  aconsejando  el  asesinato  de  Hugo  Chávez 
públicamente,  a  través  de  su  programa  “evangelístico”  televisivo;  el 
benemérito  y  caído  en  desgracia  Jimmy  Swagartt,  el  portorriqueño más 
carismático  del  continente:  Yiye  Ávila,  etc.  Y  en  el  aspecto  musical, 
también  ha  sido  arrolladora  la  influencia  trinitaria  en  las  iglesias 
protestantes,  imponiendo  fetiches  acomplejados  y  titiritescos  que  no 
persiguen la adoración a Dios con sus alabanzas, sino que prioritariamente 
se  evidencia  en  ellos  en  forma  innegable  esa  especie  de  capricho 
competitivo, que quiere mostrarle al mundo que son tan buenos músicos 
o mejores músicos que ellos, no escatimando ninguna estrategia o trucos 
técnicos  para  impresionar  a  las masas  enajenadas  que  caracterizan  a  la 
expresión  protestante  de  esta  edad.  Mirándolos  a  ellos,  no  te  queda 
margen  para  apreciar  qué  diferencia  pueda  haber  entre  los  músicos 
mundanos  y  los  músicos  “cristianos”  del  aparato  artístico  del 
protestantismo. 
La oposición  trinidad-unidad  es histórica  y  se  remonta  a  los días  en que 
Constantino  tomó el mando de  los  traidores al cristianismo heredado de 
Cristo  –de  quién  se  debe  el  apelativo-  y  sus  apóstoles,  con  todos  los 
crímenes masivos que se conocen documentadamente desde  los tiempos 
de  las primeras persecuciones. Porque  la  trinidad ha  sido  asesina  en  los 
dos  bandos:  con  camiseta  católica  y  con  camiseta  protestante,  da  lo 
mismo,  porque  es  el mismo  espíritu  quién  los  unge,  eso  es  irrefutable. 
Uno  de  los  crímenes  más  cobardes  históricamente  cometidos  por  las 
hordas  trinitarias  protestantes  fue  el  cometido  contra  la  persona  del 
ilustre  médico  y  teólogo  español  Miguel  Servet.  Sus  opiniones  fueron 
resistidas  por  católicos  y  protestantes,  principalmente  porque  era  un 
opositor  al  concepto  trinidad,  a pesar de  reconocerse militante  católico. 
No  obstante,  mantuvo  correspondencia  con  Juan  Calvino,  el  líder 
reformista  francés.  Fue  detenido  por  el  calvinismo  reinante  en Ginebra, 
Suiza,  cuando  asistía  a misa. Acusado por  los protestantes  calvinistas de 
herejía y blasfemia contra el cristianismo, fue ejecutado en la hoguera. La 
vieja  historia  de  Caín  y  Abel.  Historia  que  como  siempre  tiene  como 
motivo y pretexto para sus crímenes alevosos, un elemento religioso. En el 
caso de Abel y Caín, fue un estilo de adoración, caso Servet y Calvino algo 
más bajo: un dogma.  
La organización protestante  ejerce una  sutil  tiranía  feroz  sobre  los  seres 
humanos que mantiene a raya bajo su techado inicuo y facineroso. Nadie 
escapa  a  su  dominación,  ni  ministros  ni  subordinados.  Sometidos  a  un temor subliminal, tiemblan ante la idea de ser desechados por ella. Sufren 
un pánico tal, que da  la  impresión de que  la  idea de ser expulsados fuera 
sus puertas, le provoca al individuo un pavor semejante al que produce el 
pensar en  ser echado a  las  tinieblas de afuera en el día de  la  separación 
definitiva  de  corderos  y  cabritos.  Muy  pocos  abandonan  sus  dominios 
tenebrosos con júbilo y alegría, y glorificando a Dios por ello; una inmensa 
mayoría  sale desconcertada,  cabizbaja, desorientada  y presa de  terribles 
cuadros depresivos. Otros salen con bronca y deciden convertirse en ateos 
y  enemigos  de  Dios,  desilusionados  por  su  experiencia  “cristiana”  en  la 
organización que los engañó. Ellos son los más dañados.  
Conocí  un  hombre,  en  Santiago  de  Chile,  miembro  de  uno  de  esos 
tabernáculos  del  mensaje  branhamita.  Se  produjo  un  antagonismo 
irreconciliable  entre  su  pensamiento  y  el  de  su  pastor,  a  tal  punto  que 
sucedió algo así como ocurría en las viejas películas del Oeste: ¡Uno de los 
dos sobra en este pueblo…! Y como él no pastoreaba, le tocaba irse. Pero -
me confesó él mismo-,  la  iglesia  le era como una esposa: “¡Me separé de 
la  iglesia y no volveré  jamás a ella, pero sigo casado con ella… no puedo 
tomar a otra!” 
Alejandro,  un  buen    amigo,  también  militante  de  tabernáculos 
branhamistas, me preguntaba desorientado qué consejo podía yo darle a 
él,  pues  estaba  frente  al  dilema  de  decidir  sobre  su  permanencia  en  la 
iglesia, pues para él abandonarla era caer en el caos. ¿?¿? 
Engañada a  sí misma,  con el engaño que practicó en el mundo entero  y 
cegada  en  el  esplendor  de  sus  adquisiciones  políticas,  sociales  y 
económicas,  su  extensión  mundial,  su  influencia  en  el  sistema,  la  muy 
“todo  poderosa”  iglesia  protestante  organizada  se  ha  tomado  para  sí 
misma  los atributos de  la   Iglesia Viviente del Señor  Jesucristo. Y caída en 
su  propio  engaño  manufacturado,  cree  ser  un  aparato  invencible  y 
perdurable en el  tiempo. Cree ser  la   Iglesia Eterna de Dios. Sin embargo, 
es una cuestión muy confusa, porque esta es algo así como una creencia 
compartida en diferentes direcciones, porque cada iglesia que compone el 
Aparato  Protestante  cree  lo  mismo  pero  en  su  propio  beneficio,  pues 
hasta  en  eso  están  divididas.  Entre  sí  cada  una  de  ellas  cree  ser  la 
verdadera, mientras  considera  falsas  a  las  otras.  Pero,  no  es muy  difícil 
notar  la futibilidad y necedad de este concepto de  institución eterna que 
se  arroga  cada  una  de  ellas,  su  “eternidad”  eclesiástica  tiene  los  días 
contados.  
Debatí  en  cierta  ocasión,  con  un  teólogo  de  Buenos  Aires,  vía  internet, 
precisamente respecto del concepto de  institución oficial del cristianismo 
que  se  arrogan  las  iglesias  evangélicas.  Y  el  reclamaba  estar  cierto,  que debido a sus más de doscientos años de existencia y trascendencia pública 
e  internacional,  su  santa  madre  iglesia  Asambleas  de  Dios  era 
indiscutiblemente  la  verdadera  iglesia.  Le  respondí que  todas  las  iglesias 
protestantes de tradición argumentaban  lo mismo,  fundamentadas en su 
antigüedad.  Él  replicó  que  nadie  le  arrebatada  esa  seguridad  de  certeza 
respecto a su denominación. Entonces  le pedí que me dijera si acaso era 
entonces  su  iglesia  la  escogida  por  Dios  para  que  nosotros  nos 
congregásemos durante el transcurso del Milenio. Porque si su iglesia es la 
verdadera,  entonces  nos  congregaremos  en  ella  en  esos  mil  años.  Al 
menos,  fue honesto y declaró no saber eso. Le repliqué que entonces no 
tenía  un  asidero  veraz,  bíblico  y  espiritual  para  sostener  que  la  única 
iglesia verdadera era la suya, pues si así lo fuera, él mismo estaría claro de 
su permanencia eterna, como el cuerpo  institucional eterno de Dios que 
postulan ellos. 
Ese  es  el  drama  de  la  Organización:  no  pueden  argumentar  veraz  y 
bíblicamente  que  son  verdaderas,  hacerlo  implicaría  también  aseverar, 
que por cuanto verdaderas, también son la Novia de Jesucristo que subirá 
a  la   Fiesta  de  Bodas  del  Cordero  en  el  Rapto  o  arrebatamiento  de  la 
Iglesia. Y eso sí que resultaría  incongruente y confuso, y  loco. Siendo así, 
¿a  cuál  de  ellas  escogería?  Porque  trabadas  en  ese  empecinamiento  de 
descalificarse unas a otras dentro del mismo seno del protestantismo, no 
es  muy  convincente  el  hecho  de  que  algunas  sea  la  verdadera  y  que 
consecuentemente es  la que Cristo elige para su Fiesta de Bodas. La cosa 
es  grave,  porque  encima  que  Jesucristo  no  fundó  la  Iglesia   Protestante, 
mal  podría  elegir  una  entre  ellas,  pues  si  no  es  el  fundador  del Aparato 
Protestante, tampoco fundó las iglesias que lo componen. Luego tenemos 
el  “problema”  de  la   Palabra.  En  ella  no  se menciona  que  haya  formado 
una  iglesia  para  su  Nombre  y  tampoco  se  nos  explica  en  la  Biblia  que 
conoceríamos  esta  iglesia  por  ser  jurídicamente  organizada,  teológica, 
culta,  millonaria,  aristocrática,  de  rancia  tradición,  sino  que  dice  que 
formó un pueblo para su Nombre. Y da la casualidad que ese pueblo no es 
caratulado  o  denominado  pueblo  protestante.  Ni  mucho  menos  con 
apelativos tales como pueblo bautista de Su Nombre, pueblo pentecostal 
de  Su  Nombre,  pueblo  trinitario  de  Su Nombre,  pueblo Mormón  de  Su 
Nombre. Para colmo cuando Él dice dónde estará congregado, no cuadra 
con  la  aseveración  organizacional  de  que  Dios  está  en  la  iglesia 
protestante,  las palabras de Jesús al respecto son apabullantes en contra 
de  ese  concepto  eclesiástico,  Él  dice:  “Porque  donde  hay  dos  o  tres 
congregados en mi Nombre, allí estoy yo.”   Mateo 18:20. Eso no determina 
lugar  específico,  iglesia  específica,  letrero  específico  o  nación  específica. Lo único específico que resalta en esa aseveración de  Jesucristo es el ser 
humano  y  no  importa  el  lugar  en  que  este  ser  humano  esté  reunido,  lo 
que especifica es que donde quiera que  los seres humanos se  reúnan en 
Su  Nombre,  allí  estará  Él.  Eso  saca  automáticamente  a  la  organización 
protestante de en medio, saca a la iglesia Católica de en medio, saca todo 
lo que  se  interpone  condicionando al hombre  y  la mujer en  cuanto a  su 
acercamiento, convivencia y relación con Dios.  
Mala noticia. Y muy pésima: ninguna organización religiosa sobrevivirá a la 
gran  tribulación  que  se  desatará  después  del  Rapto.  Allí  es  donde  se 
cumple la fecha de vencimiento de la “eternidad” del Aparato Eclesiástico. 
Ninguna de ellas sobrevivirá bajo la hora de juicios que se desatará sobre 
el  globo  terráqueo, mientras  Su  Pueblo  esté  gozando  las  Bodas  con  su 
Redentor. Entonces, comprenderán tardíamente las organizaciones que lo 
único  eterno  sobre  la  tierra  no  eran  ellos  precisamente,  sino  que  el 
hombre  y  la mujer que martirizaron  y asesinaron  incesantemente en  los 
días de  su  fastuoso despliegue  religioso organizado  sobre el planeta. Allí 
comprenderá  la Organización  que  no  era  ella  la  que  tenía  el  Patrimonio 
sobre el hombre. Ni mucho menos, potestad sobre los dones de Dios en el 
hombre. Entonces comprenderá que el hombre no era un don eclesiástico 
producido  por  ella,  sino  que  el  hombre  es  indiscutiblemente  un  don  de 
Dios.  Y  entonces  comprenderá  la   Organización  para  su  espanto  y 
condenación eterna que no era Dios quién  tenía que arrodillarse delante 
los designios, negocios y doctrinas de ella, comprenderá que es ella quién 
debía haberse arrodillado delante la soberanía y majestad del Dios Eterno. 
Allí  comprenderá  la  verdadera  estatura  de  su  tamaño,  frente  a  la 
Omnipotente  Omnipresencia  Omnisciente  de  la   Deidad  que  suplantó 
temerariamente en todas las edades de la tierra. 
Cuando fue elegido Benedicto XVI, el Papa que reemplazó al fallecido Juan 
Pablo  II,  pude  ver  en  la  CNN  cuando  entrevistaban  al  Presidente  del 
Concejo Mundial de Iglesias: había llegado al Vaticano para discutir con el 
nuevo Papa las políticas de conducción del nuevo jerarca católico respecto 
de  su  relación  con  las  iglesias  que  representaba.  Como  vulgares  líderes 
políticos  del  concierto mundial  discuten  los  destinos  sociales,  laborales, 
económicos  y  educacionales que determinarán  sobre  todos  los hombres 
de  las  naciones  del  globo,  así mismo  se  reúnen  los  líderes  de  la  iglesia 
oficial para decidir el estado “espiritual” al que será sometido el hombre y 
la  mujer  adheridos  a  sus  organizaciones.  No  se  trata  de  personas 
espontáneas y de baja procedencia en el escalafón de  clases  sociales,  se 
trata de  intelectuales  y  teólogos de  fuste. Un ministro  campesino  jamás 
será elevado a la categoría de Presidente del Concejo Mundial de Iglesias. Su  diminuta  y/o  nula  capacidad  teológica  no  lo  haría  ni  remotamente 
digno de sentarse siquiera en medio de ellos en sus ampulosas reuniones 
ministeriales. Lo mismo  le ocurriría a Simón Pedro, por ejemplo. Y Pablo, 
pese  a  su  elevada  formación  e  instrucción  en  las  Sagradas  Escrituras  y 
pese a su innegable unción de apóstol genuino de Jesucristo -no apostolito 
denominacional  organizado-,  tampoco  calificaría  para  ser  aceptado  o 
elegido y elevado al  rango dirigente de ellos por  su marginalidad, por  su 
nulo poder adquisitivo, por su absoluta falta de nivel aristocrático, por su 
empobrecida  manera  de  vestir  y  ¡horror  de  horrores!  Por  carecer  de 
credenciales  que  demuestren  que  es  un  ministro  ordenado  por  la 
organización  respectiva y por carecer, por consecuencia, de organización 
reconocida por algún estado que lo respalde. 
Si alguna vez, alguna persona fuera puesta de pie en medio de una de sus 
multitudinarias  reuniones  universales,  de  seguro  temblaría  ante  esa 
apabullante presencia de ministros poderosos y ante la gigantesca imagen 
global que representa. Lo mismo  le ocurriría a esa persona puesta de pie 
al centro de  todo el poderío del Vaticano sesionando en pleno, con  todo 
su poderío eclesiástico en  funciones,  la  fastuosidad de  sus ceremoniales, 
su  inigualable poderío económico,  la expresión  temible y universal de  su 
poderío político y el estremecedor  influjo de sus rituales y dogmas, y sus 
místicas  respectivas,  imponiéndose arrolladoramente por sobre  todas  las 
religiones convocadas. 
Sin embargo, si usted subiese a  la  terraza de cualquier edificio alrededor 
de  la  sede  del  Concejo  Mundial  de  Iglesias  y  mirase  hacia  el  ente 
arquitectónico  de  este  Concejo,  no  le  parecería  tan,  tan  grande.  Y  si 
tuviese  la  oportunidad  de  abordar  un  avión  y  sobrevolase  el  edificio 
indicado, ya  lo encontraría realmente pequeño. Y si usted mismo pudiera 
subir  a  esa  moderna  Estación  Espacial  que  construyen  astronautas  de 
todas las naciones a casi 500 kilómetros de altura sobre la tierra y pudiera 
mirar  hacia  el  edifico  del  Concejo  Mundial  de  Iglesias,  sí  que  lo  vería 
pequeñísimo, bien, bien  chiquito. Pero, pero, pero…  si usted  tuviese esa 
bendita  facultad  de  pararse  los más  cerca  posible  del  Trono  de  Dios  y 
mirase  hacia  donde  está  ubicado  el  edificio  del  Concejo  Mundial  de 
Iglesias,  ¡se  daría  cuenta  de  cuán  insignificante  es  esa  construcción 
religiosa y todo lo que ocurre en ella ante la mirada de Dios! 
Ese  es  el  fatal  problema  insoluble  de  la  mega  poderosa  organización 
mundial religiosa que somete y engaña a todos los habitantes del planeta 
tierra:  ¡No  es  nada  delante  de  la   Soberanía  y  Magnificencia  del  Dios 
Altísimo que vive y reina para siempre! Dios todavía y por los siglos de los siglos  es  más  infinita  y  maravillosamente  más  Todopoderoso  que  el 
pasmoso y apabullante poderío mundial de la religión organizada. 
Pero  esto  es  lo  más  significativo  y    asombroso  y  que  tampoco  no 
disciernen  los  jerarcas  de  las  organizaciones  religiosas mencionadas: Un 
humilde mestizo,  indio, mulato o negro ungido  e  investido del Poder de 
ese Dios  tan Alto y  tan  Inconmensurable, por muy  ignorante que  sea en 
materias  educacionales  y  teológicas  del  sistema:  ¡Es  todavía muchísimo 
más poderoso que el Concejo Mundial de  Iglesias y el Vaticano  juntos, y 
muchísimo  más  importante  para  Dios  que  todos  estos  mamarrachos 
organizacionales  que  han  engañado  al  hombre    en  Su Nombre!  Por  esa 
imponderable y sencilla razón a  la vez: está ungido con el mismo Espíritu 
de ese Dios que lo gobierna todo desde lo Alto. Eso es todo. Punto.  
La comprensión y el conocimiento de que Dios ha sido siempre el gran Yo 
Soy  Todopoderoso  son  milenarios.  Así  también  el  conocimiento  del 
verdadero status de un legítimo ungido de Dios.   La pregunta es:   ¿Cómo 
entidad terrenal religiosa alguna puede reclamar, y atribuirse el derecho y 
la  autoridad,  y  lograr  organizar  a  los  hijos  e  hijas  de  Dios?    Es 
absolutamente delirante e incoherente.  
La  Organización religiosa protestante está comprometida en el más grave 
de  los  atentados  contra  la   Humanidad:  desconoce  ciega  y 
empecinadamente a Dios y su Voluntad para con los seres humanos de su 
autoría  y  desconoce  su  más  temible  advertencia:      ¡No  toquéis  a  mis 
ungidos,  dice  Jehová!      Pero,  la Organización  Protestante  no  solo  los  ha 
tocado:  los ha manipulado,  los ha manoseado,  los ha ninguneado,  los ha 
humillado, los ha enajenado, los ha perseguido y los ha matado. 
Es  irreversible:  segará  lo  que  ha  sembrado.  Llegará  ufana,  importante, 
solemne,  millonaria  y  aristocrática  ante  el  Trono  de  la   Deidad  a 
fanfarronear y a jactarse de sus logros, conquistas y poder religioso sobre 
la tierra y será apabullada escalofriantemente por la Voz rugiente del León 
de la Tribu de Judá:   ¡Nunca os conocí…! 
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