lunes, 20 de septiembre de 2010

Hno Rafael Mendoza


VI

LA SAGRADA BIBLIA

Entre  los  cristianos,  los  judíos  y  los  musulmanes  se  otorga  a  las  escrituras  una
autoridad —a veces como palabra  real de Dios— que no  tienen en el hinduismo o el
budismo.  En  el  cristianismo,  además,  existen  diferencias  entre  los  fundamentalistas,
para  quienes  la  Biblia  es  de  inspiración  divina,  y  los  liberales,  que  la  consideran  un
testimonio humano falible de la revelación, pero no la propia revelación.

La Biblia  judía  son  las escrituras hebreas, 39  libros  escritos  en  su  versión original  en
hebreo, a excepción de unas pocas partes que fueron redactadas en arameo. La Biblia
cristiana  consta  de  dos  partes:  el  Antiguo  Testamento  y  los  27  libros  del  Nuevo
Testamento.  Las  dos  principales  ramas  del  cristianismo  estructuran  el  Antiguo
Testamento de modo algo diferente. La exégesis del Antiguo Testamento leída por los
católicos es la Biblia del judaísmo más otros siete libros y adiciones.


Todo  este  paisaje  organizacional-jerarca-religioso,  tiene  sobre  sus
espaldas  la  terrible  culpa  del  crimen  de  dos  grandes  víctimas:  el  ser
humano y la Biblia.
Curiosamente,  el  mundo  secular  jamás  ha  ejecutado  ataques  tan
demoledores,  alevosos,  enloquecidos  y  satánicos  en  contra  de  la  Biblia,
como las propias organizaciones a sí mismos, llamadas cristianas: la iglesia
católica  y  la  iglesia  protestante.  La  iglesia  católica  tiene  dentro  de  sus
records en contra de la Biblia, diez años de quema continuos del libro que
contiene  la Palabra de Dios. Obviamente que no  solo gastó diez años en
esta  quema  demencial,  siempre  se mantuvo  quemando Biblias  en  todos
aquellos  períodos  de  intolerancia  que  recrudecieron  después  de  la
rebelión masiva de maestros y sacerdotes católicos que encabezó Lutero.
El Rey  Tolomeo  II  demostró más  respeto  por  la  Palabra  de Dios  que  los
papas  medievales  y  muchísimos  teólogos  protestantes  en  su  tiempo:
cuando  fundó  la Biblioteca de Alejandría, pidió una  copia de ella al gran
sacerdote  Eleazar, quién proveyó  a  seis hombres de  cada  tribu de  Israel para ello, reuniendo 70 personas, para redactar la Biblia que sería llamada
la Septuaginta.
La  Biblia  es  un  libro  inspirado  por  Dios  y  los  grandes  hombres  que  la
escribieron, lo hicieron inspirados por el Espíritu de Dios. Quiero destacar
el cómo se apreciaba el hecho de ser  la Palabra de Dios por  los antiguos.
Los  escribas,  por  ejemplo,  aparecieron  durante  la  última  esclavitud  que
sufrió  el  pueblo  de  Israel  en manos  de  los  babilonios. Aparecieron  para
reescribir  los  libros  del  Antiguo  Testamento,  destruidos  por  las mismas
fuerzas  esclavistas  de  Babilonia.  Se  dice  que  los  escribas  ponían  tal
cuidado,  veneración  y  respeto  por  la  Palabra  de  Dios  que  estaban
recopilando  y  reescribiendo,  que,  para  empezar,  solo  ellos,
personalmente, elegían la tinta y el cuero que usarían para manuscribirla.
Si  cometían  tres  errores,  borraban  todo para  empezar  de  nuevo;  y  para
escribir  el  nombre  de Dios,  esas  siglas  que  recibiera Moisés  en  el  Sinaí,
cambiaban tinta y plumas.
Todo eso se perdió paulatinamente en el tiempo. Pero, lo más sintomático
de  todo  este  delicado  tratamiento  al  ejercicio  de  reescribir  las  Sagradas
Escrituras, es el hecho de que al aparecer en escena el personaje principal,
de cuya venida se había profetizado desde la caída del Edén, ni sacerdotes
ni escribas  lo reconocieron. Encima,  lo ejecutan. Y  luego,  la descendencia
de  estos  escribas  tan  pulcros  y  ordenados  que  reescriben  el  Antiguo
Testamento,  construyen  el  Talmud,  totalmente  salpicado  de  celosas  y
“pías”  frases  desacreditando  y  blasfemando  sobre  el  personaje  principal
de todo el desarrollo bíblico: el Señor Jesucristo. Porque el tema principal
de  la  Biblia  es  únicamente  ese:  la  revelación  de  que  Jesús  llamado  el
Cristo,  es  Dios.    Todo  lo  demás  que  rodea  a  este  supremo  anuncio  es
historia  y  escenografía,  en  donde  se  desplaza  soberanamente  el
Anunciado.
Aparte de que en sí misma lo que llamamos la Biblia original es nada más
que  el  producto  de  copias,  de  copias,  de  copias  de  los  manuscritos
originales,  hasta  ser  impresa  y  traducida  en  esa  formidable  hazaña
universal de pre  reformadores y  reformadores, que  la arrebataron de  las
oscuras  y  húmedas  prisiones  de  la  prohibición  y  represión  católica,  los
teólogos  del  siglo  Veinte  se  dedicaron  a  re  inventar  la  Biblia,  a
readecuarla,  a  rectificarla  donde  la  traducción  del  griego  original  no  se
había respetado en su exactitud  lingüística. Fue simplificada en ediciones
que la narraban en lenguaje popular, para que la entendiese la mayoría de
la humanidad, consiguiendo solo enterrarla más, nublarla más, degradarla
más, convirtiéndola, debido a tanto manoseo teológico y escribano, en un
mero  libro  que  cualquier  mamarracho  “pensante  e  intelectual”  puede corregir.  Así  perdió  respeto  y  perfil  y  hoy  en  día  está  convertido  en  un
libro  del  cuál  cualquiera  sospecha  de  él  y  habla  hasta  en  tono  crítico  y
despectivo de él. Porque en este continuo devenir del manoseo teológico
sobre él, hasta han corregido y rectificado, y aun desvirtuado inclusive los
dichos  propios  del  Señor  Jesucristo  en  el  Nuevo  Testamento,  logrando
tergiversar así  muchísimas de las instrucciones claves de Jesús, aparte de
las  enseñanzas de  los más  connotados  apóstoles que  intervinieron  en  la
escritura de la Biblia.
Me  llama admirablemente  la atención un hecho histórico respecto a ella,
pues  sacerdotes  católicos,  en  el  397,  reunidos  en  el  Sínodo  de  Cartago,
aprueban  la  lista de  los primeros 27  libros del Nuevo Testamento. Eso es
destacable y, como dije, admirable, pues con todo lo dogmáticos, paganos
y  delirantes  que  eran  los  “fundadores  del  cristianismo”,  por  esas  cosas
propias  de  los  misterios  de  Dios,  fueron  guiados  correctamente  a
establecer  los genuinos evangelios y epístolas que  compondrían  la Biblia
que conocemos hoy. Más aun, conociendo hoy en día  la existencia de  los
llamados  Evangelios Apócrifos,  que  quiere  decir  evangelios  ocultos, más
de  cincuenta  de  ellos  que  corrían  paralelos  a  los  evangelios  bíblicos,  la
mayoría  de  ellos  de  procedencia  gnóstica,  que  significa:  conocimiento
revelado.  No  deja  de  ser  portentoso  el  hecho  de  observar  cómo  Dios
protegió su propia palabra en medio del más tenaz oscurantismo religioso
que  cubrió  la  tierra  en  aquellos  tiempos  en  que  la  Madre  Romana  se
solazaba  aniquilando  cristianos  genuinos.  Claro,  y  quemando  Biblias
alegremente.
En el siglo Veinte, organizaciones norteamericanas, ubicadas de medio filo
en  la  categoría  del  protestantismo,  presentaron  a  la  humanidad  biblias
“corregidas”,  como  los  Testigos  de  Jehová,  o  biblias  paralelas,  como  el
Libro de Mormón, de  la  Iglesia de Jesucristo de Los Santos de  los Últimos
Días,  cuyas  descripciones  de  escenarios  y  civilizaciones  no  han  podido
jamás  ser  apoyados  por  la  historia  o  los  descubrimientos  arqueológicos
efectuados  en  el  territorio  continental,  convirtiéndolo  en  nada más  que
una obra  literaria de ciencia  ficción, o mejor dicho: una obra  literaria del
realismo  mágico  norteamericano.  Bajo  la  dictadura  militar  padecida  en
Chile,  los mormones  proliferaron  en  ese país  hasta  el  hartazgo.  Ellos  no
tienen empachos en asegurar que libro Mormón es uno con la Biblia y no
titubean en citarte a Ezequiel 37: 15 al 20. Apoyados en esta lectura ellos
denominan “palo” a la Biblia y palo al libro de José Smith y respaldados en
esos versículos anuncian que ambos palos son uno. Ni qué decir cuál es el
palo mayor para ellos, porque su  infatigable despliegue misionero a nivel
mundial  está  totalmente  dedicado  a  convencer  a  los  habitantes  de  la tierra  que  el  libro  de  José  Smith  es  una  biblia  veraz  y  legítima,  unida
“divinamente”  a  la  Biblia  cristiana. No  caminan  tanto  así  y  no  invierten
tanto así en material económico y humano para  convencer al mundo de
que la Biblia es la Palabra de Dios. Como todo protestante, a la Biblia solo
la  usan  para  justificar  sus  “cristianismos”  dogmáticos  y  sectarios,
completamente reñidos con el cristianismo que inspiró el Señor Jesucristo
y por el cual dieron la vida en forma trágica, empezando por Cristo mismo,
todos  sus  apóstoles  y  seguidores más  inmediatos.  Los milleristas, mejor
conocidos como adventistas y que deben su apodo a su fundador, William
Miller,  también  conocidos  como  sabatistas,  tienen  su  propia
interpretación de la Biblia y esta interpretación se caracteriza por su perfil
sincrético cristiano-judaico, porque el énfasis de su enseñanza es, a vida o
muerte, el guardar el día sábado. Y como las demás  iglesias protestantes,
en el  seno de ellos,  la Biblia perdió peso en  forma abrumadora  también
frente  a  la  prolífica  producción  de  interpretaciones  y  dogmas  de  doña
Elena  de  White,  cuyos  escritos,  los  más  sagrados  preceptos  del
Adventismo, compiten ferozmente con  las Sagradas Escrituras, en donde,
claro,  la Biblia  no  demuestra  para  nada  ser  el  Eje  fundamental  de  su  fe
“cristiana”.  El  señor  Charles  Taze  Russell,  también  imprentó  su  propia
biblia. En ella Espíritu Santo se escribe con minúscula, porque al concepto
de Russell, solo se trata de un espiritillo común, niega la muerte de cruz de
Jesucristo,  asegurando  que  fue  ejecutado  en  un  solo  palo,  en  forma
vertical;   y cree a Jesús un hijo común de Dios, sin nada de divinidad. Eso
los  identifica directamente con  la doctrina de Arrio, que protagonizó uno
de los primeros y grandes cismas al interior de la naciente iglesia católica,
de  tal  manera  que  Constantino  tuvo  que  tomar  cartas  en  el  asunto,
devolviéndole  a  Arrio  su  investidura  de  obispo,  después  de  haber  sido
sancionado  por  sus  pares,  los  beneméritos  “padres  trinitarios  de  la
iglesia”,  escandalizados  ante  la  postura,  también  profana,  del  sacerdote
unicista.  Jesús  carece en  la visión  russelista de  su  cabello  largo,  según el
voto  nazareo  que  practicó  toda  su  vida,  asemejándolo  así  a  ese  primer
modelo de Jesús- Apolo que promovió la iglesia del Vaticano en sus inicios.
Hay  que  reconocer  cuánto  trabajan,  porque  son  proselitistas  acérrimos.
Pero, pecan de lo más grave: manosear la Biblia y lo que es peor, reducen
la  Deidad  desconociéndola,  a mero  fetiche  religioso.  Nunca  recibirán  el
Espíritu Santo como organización (y no que alguna de ellas podrá recibirlo,
de ningún modo),  tal  vez  algún  individuo de  entre  ellos,  sí,  según  sea  la
Voluntad y  la Escogencia de quién decide  investir a alguien de  su Poder.
Como Edgardo, por ejemplo, un discapacitado de Quilpué, que pese a  la
invalidez de su brazo izquierdo, desarrolló un modelo de lucha de defensa personal,  inspirado  en  las  artes  marciales  y  que  siendo  militante  de  la
iglesia adventista, recibió el bautismo del Espíritu Santo en plena reunión
sabática,  ante  lo  cual,  ofuscados  y molestos  por  las manifestaciones  de
gloria y alabanza a Dios que gritaba Edgardo en su gozo de la investidura,
fue expulsado de  la  iglesia por  los escandalizados  líderes  jerárquicos. No
fuera a ser cosa que se propagara “eso” en los demás y ellos perdieran el
control. Já.
En  realidad,  las  enseñanzas  dogmáticas,  el  estilo,  las  tradiciones,  las
influencias  del  sistema,  la  influencia  filosófica-escolástica,  las
interpretaciones,  incluyendo  estatutos  y  declaraciones  de  fe  y  todos  los
intereses  y  las  intenciones de  la organización, presentan una  especie de
biblia  paralela  en  la  parte  oral  e  interpretativa,  que  es  más  valiosa  e
importante  que  la  misma  Biblia,  para  estas  instituciones  seudo
espirituales,  seudo  cristianas,  seudo  bíblicas.  Algo  así  como  lo  es  el
Talmud, para el  judaísmo contemporáneo. Los  judíos dicen que se puede
incumplir la Torá o Antiguo Testamento, pero no así el Talmud, porque la
pena de  esa  transgresión  es muy más  terrible para  el que ose poner  en
tela  de  juicio  los  dichos  talmúdicos.  Luego,  debemos  comprender  que
piensan así porque el Talmud está definido como el  libro que recopila  las
leyes  civiles  y  canónicas  fundamentales  del  pueblo  judío.    Así  son  los
protestantes: puedes poner en  tela de  juicio  los dichos de  la Biblia, pero
jamás las enseñanzas de la iglesia. Si no se parece al catolicismo eso, cómo
se llama entonces. 
Lo terrible es que las organizaciones protestantes han guiado tan lejos de
la Biblia  a  su  cautivos  religiosos,  que  esto  ha  llegado  a  ser  exactamente
como  en  los  días  de  la  pre  reforma,  cuando  personas  como Wyclif,  el
reformador inglés, llamado el padre de la Biblia inglesa, por ser el primero
en  traducirla  del  latín  a  esa  lengua;  como  los  días  de  Juan  de  Hus,
reformador nacido en Bohemia, en  la actual República Checa, muerto en
la  hoguera,  cuya  ejecución  provocó  cuatro  años más  tarde  las  llamadas
Guerras  Husitas;  se  esforzaban  en  hacer  conocer  y  leer  la  Biblia  a  sus
pueblos, pese a que les costaba la vida el hacerlo, despertando en el clero
la  furia  asesina  que  caracterizó  esas  épocas  históricas.  Es  el  mismo
increíble esfuerzo de hoy: enseñar y convencer a los creyentes que deben
leer por sí mismos la Biblia, porque lo único que les están dando para oír y
hacer  en  sus  congregaciones  es  tan  solo  la  interpretación  dogmática  y
sectaria de  la organización que  los domina y  tiraniza, para ser desviados.
¡Y da la casualidad que las jerarquías protestantes se aíran tanto como las
jerarquías  medioevales  cuando  algún  ministro  insta  y  arenga  a  las
congregaciones  a  leer  por  sí mismas  a  la  Biblia!  ¡Hasta  ser  censurado  y declarado persona no grata, por sobre  la  ignominiosa  ignorancia a  la que
han sido sometidas las masas de creyentes en el mundo entero!
La  iglesia  organizada  ha  sido  la  primera  gran  manipuladora  y  la  más
perfecta  y  encarnizada  enemiga  de  la Biblia,  la  lanzó  a  la  hoguera  en  el
Medioevo y condenó a muerte a todo aquél que  la tradujese a su  idioma
nacional y a quién  la distribuyese o  leyese públicamente sin autorización
papal.    La  condenó  al  patio  trasero  e  instaló  a  la  Teología  y  sus
razonamientos  en  el  lugar  de  ella.  Ella  logró  imponerla  en  todos  los
tribunales de  justicia en el  llamado mundo cristiano occidental, como un
vulgar  amuleto  religioso,  sobre  el  cual  se  conmina  a  todos  los  que  son
llevados  a  estos  estrados  de  la  justicia,  a  jurar  poniendo  la mano  sobre
ella, de  igual manera en  las ceremonias de  toma de poder o cambios de
mandos  que  ocurren  en  estas  naciones,  donde  el  Presidente  entrante
debe jurar solemnemente con la mano puesta sobre el libro que contiene
la  Palabra  de  Dios.  Aun  sabiendo  que  Jesús,  en  la  misma  Biblia  que
manipulan,  prohíbe  todo  juramento  de  cualquier  naturaleza.  Y  los
condena.  De  modo  que  el  que  jura,  en  realidad,  es  perjudicado
directamente,  porque  queda  bajo  pena  de  castigo  de  Dios  al  haber
practicado la obligación a la que es sometido por las autoridades jurídicas,
quiénes a su vez, también quedan bajo pena de castigo divino al obedecer
a la influencia de la iglesia católica, quién a su vez pagará, y no así nomás
como ¡Venga para acá y arrodíllese sobre estos granos de fréjol hasta que
yo diga! Bueno, ella sabe que tamaño castigo le espera. 
Todas  las  organizaciones  protestantes  reclaman  estar  fundamentadas
totalmente y de verdad en  las enseñanzas de  la Biblia, pero  las miles de
diferentes denominaciones evangélicas, separadas y enfrentadas entre sí,
aseguran  lo  contrario.  Con  la  Biblia  se  han  edificado  religiones
formidables,  imponentes  aparatos  eclesiásticos  y  hasta  imperios
ministeriales millonarios, famosos en el mundo entero. Jé, y respetados y
reconocidos  en  el  mundo  entero.  Sospechosamente  contrario  a  la
sentencia  del  Señor  Jesús  a  sus  ministros:  “¡En  el  mundo  tendréis
aflicción!” Es  indudable que hay un dios diferente detrás de  los aparatos
organizados de la religión protestante.
Es  un  hecho  histórico  comprobado  que  las  religiones  que  gobiernan  el
mundo no han escatimado el uso de la Biblia para engañar a destajo. Caso
Cura Valverde, en el  tiempo de  los  conquistadores españoles, que Biblia
en mano accede, en confabulación con los militares de España, a ser parte
fundamental en la emboscada a Atahualpa, en Cajamarca. Desmond Tutu,
obispo anglicano sudafricano decía, según reproduce Eduardo Galeano en
uno de sus escritos: “Cuando llegaron los curas de España, tenían la Biblia en  sus manos  y  nosotros  teníamos  el África. Nos  hicieron  cerrar  los ojos
para enseñarnos a rezar, cuando los abrimos teníamos la Biblia de ellos en
nuestras manos  y  ellos  tenían  el África.”  En  la  actualidad,  la Humanidad
entera padece engaño religioso y amenazas terribles con  la Biblia agitada
en  las  manos  de  estos  delirantes  líderes  y  jerarcas  de  la  religión
organizada.
El mal universal, por error o mala intención, de las organizaciones ha sido
obligar  al  hombre  y  a  la  mujer  a  cumplir  con  todo  lo  que  enseña  la
Escritura,  respecto  al  comportamiento  de  los  salvados,  para  que  estos
sean  considerados  y  aceptados  en  sus  iglesias  plenamente,  empleando
para ello toda suerte de amenazas, castigos y hasta maldiciones, según el
nivel  de  delirio  dogmático  y  sectario  de  los  dirigentes  eclesiásticos  en
cuestión.  No  es  así.  Si  la  Biblia  es  ciertamente  un  libro  que  habla  de
modos, costumbres, usos y comportamientos referidos al accionar de  los
individuos, no es un manual de educación moral, social o cristiana: refleja,
describe,  nos  enseña  cómo  es  el  orden  de  comportamientos  de  un
hombre y una mujer que han  recibido  la unción de  lo Alto y manifiestan
haber sido hechos e hijas de Dios. Nadie que no reciba el Espíritu Santo se
comportará  jamás  como  describe  la  Biblia  respecto  a  las  conductas
humanas  y  espirituales  de  los  creyentes.  Todo  individuo  bendecido  con
este  sello  de  Dios  para  los  suyos  actuará  espontáneamente  como  una
persona bíblica. Es obvio, porque estará bajo la guianza y la enseñanza del
Autor de la Biblia.
El  gravísimo  ángulo  de  ceguera  de  las  organizaciones  protestantes
respecto  a  la  real  condición  y  naturaleza  de  la Biblia,  en  su  contenido  e
intención,  les  impide  comprender  que  las  Sagradas  Escrituras  son  la
efectiva,  veraz  y  auténtica,  propia  y  personalísima  Palabra  de  Dios,  la
mismísima Palabra de Dios en forma  impresa. Como no tienen el Espíritu
que inspiró y escribió la Biblia, no tienen temor reverencial frente a ella. El
que  sea  una  expresión  imprentada  no  reduce  en  lo  más  mínimo  su
condición  de  ser  la  Palabra  de  Dios.  Por  eso  mismo  es  eterna,  refleja
eternidad,  inspira eternidad. Por eso mismo, no cambia con el transcurso
del  tiempo.  Por  eso  mismo,  es  un  acto  canallesco  modernizarla,
reacondicionarla, convertirla al  lenguaje propio de  las masas enajenadas,
simplificarla: ¡Se trata de la Palabra de Dios! Por eso no puede presentarse
al  mundo  como  un  vulgar  y  común  libro  de  ética,  moral  y  buenas
costumbres;  o  como  un manual  para  rehabilitar  drogadictos,  borrachos,
adictos a la sexualidad, gente supersticiosa, viciosos del tabaco, etc. ¡Es la
palabra  personal  de Dios!  Por  eso  es  una  absoluta  falta  transgresora  de
respeto interpretarla con las herramientas de la razón filosófica, porque es la  Palabra  eterna  e  inmutable  de  la  Deidad.  No  podemos  someter  esa
palabra de la Deidad a los razonamientos de Aristóteles, quién ni siquiera
era un convertido al cristianismo. Pecan abusivamente  los  intelectuales y
teólogos  “cristianos”  al  exponer  al  análisis  escolástico  aristotélico  la
Palabra  de  Dios.  Están  fuera  de  sí.  Por  eso  es  un  error  garrafal  de
consecuencias desastrosas ponerla en  los  tribunales de  justicia haciendo
pecar masivamente  a  todos  los  hombres  y mujeres  que  son obligados  a
jurar  sobre  ella.  Porque  es  por  siempre  la  Palabra  de  Dios.  No  se
comprende este atributo y esta pertenencia, esta propiedad expresiva de
la voluntad de Dios. La Biblia es  la Palabra de Dios. ¿Es esto una apología
recalcitrantemente fundamentalista? Sí, absolutamente sí. Lo es. Por esta
sencilla,  pero  contundente  declaración  de  Jesucristo  sobre  su  propia
palabra: “El cielo y la tierra pasarán, mas mi Palabra no pasará.”
El presente eclesiástico de la Biblia, respecto a su condición de Palabra de
Dios,  se  reduce  a  ser  calificada  y  mantenida  como  un  mero  accesorio
religioso de segunda importancia, ¡en el mejor de los casos! Porque hasta
ha  debido  resignarse  a  ser  un mero  accesorio  de  púlpito,  o  de  oficinas
pastorales,  o  al mueblecito  del  velador  abierta  en  el  salmo  91  y  a  esa
condición nefasta ya mencionada de haber sido destinada como accesorio
condenante y blasfemante en  los tribunales y  juzgados  locales, por mano
de la iglesia católica y el silencio cómplice de la iglesia protestante, fiel hija
respetuosa  de  su madre  romana.  Es  como  dije  antes,  en  el  seno  de  la
iglesia evangélica la Biblia es solo una especie de co libro, que se usa para
respaldar  la  auténtica  biblia  de  ellos:  ese  cuerpo  de  reglamentos,
estatutos, acuerdos, declaraciones de fe, sus interpretaciones teosóficas y
teológicas  de  textos  proféticos  y  cartas  apostólicas,  incluyendo  sus
interpretaciones  freudianas-místicas  de  sueños  y  visiones  que
fundamentan  el  modus  operandi  de  las  denominaciones  evangélicas,
fundamento que viene a ser más inquebrantable, soberano y sagrado que
la  misma  Biblia.  Porque  todos  estas  chucherías  dogmático-religiosas,
¡jamás  son  sujetos  a  revisiones  y  reinterpretaciones  de  la  manera  que
manosean,  trapean y  rastrillan  las  Sagradas Escrituras! Eso no está en el
libreto de ellos. Por una razón muy simple: se les acaba el negocio.
En el presente, bajo la instituida regla filosófica de interpretación, la Biblia
sufre un muy enconado ataque a sus anuncios proféticos. Los desastrosos
análisis  e  interpretaciones  de  sus  predicciones  no  solo  les  están
produciendo  dinero  a  manos  llenas  a  los  profetas  mediáticos  actuales,
sino  que  también  han  envuelto  a  las masas  en  locuras  contradictorias,
espantos y doctrinas proféticas que en lugar de alumbrarles hacia Dios les
está desubicando de tal manera, que cuando digan ¡Paz y seguridad!, con todo y respaldo profético bíblico, les sobrevendrá destrucción repentina. Y
no  tendrán  oportunidad  ni  tiempo  de  preguntarse  en  quién,  dónde,
cuándo, por qué y cómo fue que les desviaron tanto.
No hay que ser muy instruido profesionalmente para darse cuenta que  la
mayoría  absoluta  de  los  discursos  mediáticos  de  los  predicadores
aristocráticos del protestantismo, son vulgares conferencias materialistas
exitistas, dirigidas al concepto sico-intelectual de la autoestima, en donde
la Biblia,  como Palabra de Dios,  solo  tiene  la participación de una pobre
comparsa, un reducido pretexto para que estos discursos materialistas pro
inserción  al  sistema,  parezcan  un  discurso  “cristiano”,  sutil  práctica
sincrética protestante. La mayoría cae, se traga el cuento, suena bonito.
Hoy en día decirle a las grandes masas eclesiásticas que están metidas en
el más educado, culto y profesional engaño religioso de todos lo tiempos,
Biblia en mano, es  inútil, no reciben otra opinión. Ni qué decir, si alguien
se  despacha  un  completo  discurso  pro  Biblia  en  los  sectores  de  los
tabernáculos  Branham,  por  ejemplo.  Cuando  desarrollé  mensajes
absolutamente  fundamentados  en  las  Escrituras,  comentaron
despectivamente:  ¡Pura  Biblia!  Como  si  la  Biblia  no  fuese mayor  que  el
Condorito o las selecciones del Reader’s Digest, que es el único semi libro
que  leen mucho  los personajes de estos tabernáculos. Obviando, hasta el
ridículo el hecho de que el mismo hermano Branham fundamentaba todos
sus discursos  “pura Biblia”, en  las escrituras hasta  la  saciedad. De hecho
viene  al  caso  reproducir  aquí  alguno  de  sus  comentarios  al  respecto:
“¡Todo  hombres  es  conocido  por  su  palabra,  la  Biblia  es  la  Palabra  de
Dios”!  Eso  no  lo  entienden  sus  propios  seguidores.  Para  ellos  la  “nueva
biblia”  es  ahora  la  colección  de  los  mil  cien  mensajes  en  folletos  que
corresponden  a  la  transcripción  de  las  predicaciones  del  hermano
Branham,  incluyendo  los  libros:  Las  Siete  Edades  de  la  Iglesia,  la
Revelación de los Siete Sellos, La Revelación de Jesucristo y los tres tomos
de Orden, Conducta y Doctrina. Todo ello constituye la “nueva biblia” para
la  mayoría  de  los  tabernáculos  mencionados.  Todo  quién  no  predique
tomando  los  mensajes  de  estas  obras  como  referencia  central  de  sus
mensajes, es apodado un “pura Biblia”. Y si eso no es blasfemia, podrían
decirnos  ellos mismos  cómo  se  llama  entonces. Branham  establecía  que
toda  revelación debía estar sujeta a  la Palabra de Dios, así  también  toda
congregación  y  todo  ministerio,  no  obstante,  sus  seguidores  también
cayeron  en  el  pecado  católico-protestante:  en  medio  de  todas  sus
concepciones  dogmáticas  del  discurso  del  hombre  que  siguen,  la  Biblia
cayó de  sus pedestales  soberanos  y  fue  reducida  a  la  estatura  indigna  y
apóstata  de mero  accesorio  que  se  usa  solo  para  convencernos  de  que ellos  también  son  auténticos  “cristianos”,  ¡y  más  aun  que  cualquier
protestante!   A  estas  alturas,  puedes  postergar  a  Jesucristo  y  a  la Biblia
entre ellos, pero ¡pobre, amigo mío! si haces lo mismo con el nombre y los
mensajes  del  hermano  Branham:  te  conviertes  en  sospechosos  de  falsa
unción,  perro  negro,  miura,  carne  de  cuervo,  unción  cara  de  hombre,
unción seis sellos y todos esos epítetos que manejan en su jerga sectaria.
Jesucristo no solo ha sido convertido en el sacristán de la iglesia católica y
de  la  protestante,  también  lo  es  de  los  tabernáculos  Branham,  para
muestra un botón del discurso de un pastor branhamita de Chimbote, en
Perú, el se despachó el perfecto súmmum descriptivo del pensamiento y
del credo branhamita: “¡Estamos seguros en el amor que William Branham
nos tuvo!”  
Y  si ocurre que debates el  tema Biblia  con  los  teólogos  y  los dignatarios
eclesiásticos,  te  caratulan  como  ya  he  mencionado  antes  de:
fundamentalista.  Y  al  parecer  y  gusto  conveniente  de  ellos,  no  es muy
saludable  serlo. Al menos,  no  tanto,  como  opinan  bonachones  y  píos  al
respecto.  Entonces,  si  te  pones  a  escrutar  el  universo  eclesiástico
contemporáneo,  te  darás  cuenta  que  la  Biblia  continúa  bajo  un  feroz
fuego  nutrido  en  contra,  un  fuego  granado  que  viene  exactamente  del
mismo  bastión  de  resistencia  contra-bíblico  de  todos  los  tiempos:  la
iglesia.
La  causa  estriba  sencillamente  en  que  el  Espíritu  de Dios  no  está  en  las
organizaciones  ni  en  sus  jerarquías  nicolaítas.  Si  tuvieran  el  Espíritu  de
Dios, pondrían la Biblia en el lugar que ocupan sus teologías delirantes, sus
dogmas  y  sus  interpretaciones  filosóficas  y  materialistas.  Porque  el
Espíritu de Dios inspiró la escritura de la Biblia y si ellos estuviesen ungidos
genuinamente por el  Espíritu que inspiró la Biblia, la entenderían como un
niño  de  doce  años  y  habría  en  ellos  un  temor  reverencial,  y  le
reconocerían  su  soberano  lugar,  y  la  consultarían  con  temor,  temblor  y
amor, no con esas fanfarronadas de capo teórico, que lo son, yo no niego
esas  capacidades  en  ellos,  con  capos  teóricos,  maestros  altamente
profesionalizados,  supra  equipados  con  todas  las  herramientas
aristotélicas  de  la  teología  y  ultra  recontra  educados  con  grados,  post
grados  y  todo  ese mejunje  seminarista  y  universitario  al  respecto:  pero
todo eso no  les alcanza ni un milímetro para conocer  la Biblia,  tropiezan
groseramente en ello. La Biblia fue escrita para gente sencilla: autoridades
religiosas  tropezarán  en  ella  y  con  ella,  tal  como  sucedió  en  la  venida
corporal de  Jesucristo. Él mismo no  fue ni  la mitad de  teórico-filosófico-
intelectual  que  son  estos  infatuados  líderes  modernos  del  cristianismo
organizado.  Cualquier  sátrapa  protestante  de  cuello  y  corbata  del “cristianismo”  televisivo  tiene  una  retórica  superior  técnicamente  a
Jesucristo. No tenía perfil de estrella mediática de la televisión religiosa, ni
comportamientos  de  personaje  V.I.P.,  ni  aristocracia  y  ni  status
económico:  era  pobre  como  una  rata,  ¡por  elección  y  por  los  valores
intrínsecos y naturales en una persona espiritual! No escatimaba sentarse
en  una  piedra  para  disertar  o  sobre  una  quilla  de  algún  bote  pesquero,
predicaba  mientras  caminaba  cruzando  los  campos  judíos  con  sus
discípulos al trote a su lado, para no perder sus palabras. “¡Dónde iremos,
Señor,  si  solo    tienes  palabras  de  vida  eterna!”  Ese  discurso  en  tipos
absolutamente campesinos, pesqueros y de  la cotidianeidad de  las clases
bajas no  lo  entendían  los  ascendientes  judíos de  esta  casta  sabihonda  y
fanfarrona  que  pastorea  estas multitudes  enajenadas.  Los  sacerdotes  le
llamaban  Belcebú  y  la  mujer  adúltera  en  el  pozo  samaritano  le  llamó
Mesías. No hay donde perderse. Así ha sido siempre, así es hoy y así será
por siempre. ¿Por qué? Por amor a los pequeñitos que Jesucristo privilegió
por  Gracia.  Así  quedó  estipulado  y  sentenciado  cuando  los  apóstoles
preguntan a Jesús por qué les hablaba en parábolas a los fariseos y nunca
se  las explicaba, en Marcos 4: 11 y 12 el Maestro declara el contundente
destino que separa a los Suyos de los hijos de la organización eclesiástica y
su  ralea de  jerarcas  intelectualoides: “¡A vosotros os es dado el saber  los
misterios del reino de Dios, mas a los que están fuera, por parábolas todas
las  cosas,  para  que  viendo,  vean  y  no  perciban;  y  oyendo,  oigan  y  no
entiendan; para que no se conviertan, y les sean perdonados los pecados!”
Satanás,  el  diablo,  no  intentará  engañar  a  los  elegidos  de  Dios  con
prostíbulos  de  fabulosas  mujeres  misteriosas  y  exóticas;  no  intentará
engañarlos  ofertándoles  los  reinos  de  este  mundo,  ya  intentó  con
Jesucristo y  falló, sabe que eso ya no funcionará con aquellos que tienen
el Espíritu de Jesús; no intentará seducirlos con grandes sumas de dinero y
posesiones  deslumbrantes,  como  exhiben  los  artistas  del  púlpito
televisivo;  satanás  jugará  su  intento  de  engañar  ¡si  fuera  posible!,  a  los
elegidos  de  Dios  con  una  elevadamente  refinada  y  muy  poderosa
expresión  religiosa  y  con  una  astuta  interpretación  bíblica,  que  irá  en
directo desmedro de  su propia  condición de palabra de Dios  soberana e
inmutable, como hizo en Edén. En el Paraíso no negó la Palabra de Dios ni
negó  que  fuera  Palabra  de  Dios,  hizo  tal  como  hacen  los  jerarcas
protestantes contemporáneos que no niegan su status de palabra de Dios,
la  interpretó,  la  reinterpretó  de manera  que  se  comprendiera  que  Dios
había dicho eso, sí, pero que al final no sería así (porque Dios no era tan,
tan  fundamentalista,  claro).  “¡Dios  ha  dicho  que moriremos  si  comemos
del árbol de la vida...!” fue la defensa débil de Eva. Satanás, el gran pastor eclesiástico  de  la  teología  denominacional,  remató  el  punto,  “¡No
morirán…!” Queda claro que el autor de la rectificación y reinterpretación
de la Palabra de Dios es satanás. El presentó a un Dios que no sabía lo que
decía  o  que  decía  cosas  de  las  cuales  uno  entendía mal,  o  cosas  de  las
cuáles más  tarde  rebobinaría  u  olvidaría  en  su  “inmenso”  amor. Así me
remacharon  los  viejos  pastores  de  una  denominación  chilena,  llamada
Iglesia de Los Hermanos, que criticaron agriamente mi predicación en un
campamento evangélico en las playas de Ritoque, Chile, en 1977: “¡No hay
para qué ser tan extremista, hermano. ¡El amor de Dios es tan grande que
hasta el diablo será salvo!” No hay que ser un gran o un mediocre teólogo
para  explicar  el  drama  en  cuestión,  es más  simple  ejemplificarlo  con  las
conductas humanas. Toda sociedad terrenal alaba a sus hombres cuando
estos  han  mantenido  férreamente  su  palabra  y  los  pondera  hasta
convertirlos  en  íconos  históricos  de  sus  respectivas  nacionalidades.  Y  de
hecho  hay,  y  han  habido  como  siempre  los  habrá,  hombres  que  aun  al
costo  de  sus  propias  vidas mantuvieron  incólumes  su  palabra.  Salvador
Allende, por ejemplo, el último presidente honesto y constitucional de  la
antigua  democracia  chilena,  prometió  no  rendirse  ante  los  asaltantes
militares  que  rodeaban  el  bombardeado  edifico  de  La  Moneda,
anunciando:  “¡Pagaré  con mi  vida,  la  confianza  que me  ha  otorgado  el
pueblo!”  Y  cumplió.  Fue  sacado muerto  de  entre  las  ruinas  del  palacio
presidencial. El Che Guevara  intentó una revolución en pro del hombre y
la mujer de Latinoamérica, bajo el lema Patria o Muerte. Fue abandonado,
traicionado  y  desacreditado,  pero  el  hombre  cumplió  con  su  palabra.
Noten que estos dos personajes  son personalidades del cono sur que no
eran creyentes, ambos creían solo en el hombre, no creían en Dios como
los  católicos  o  los  evangélicos.  Pero  ambos,  ateísmo  de  por  medio,
probaron  a  la  Humanidad  entera  que  eran  hombres  de  palabra.  La
pregunta ahora es: ¿Por qué Dios, siendo Dios, no habría de mantener Su
Palabra?  Me  gustaría  que  respondieran  a  eso  con  coherencia  y  sin
filosofías  todos  esos  teólogos  que  han  puesto  sus  tenebrosos  zapatos
encima de la Biblia.
Termino  agregando  la  sentencia  apocalíptica  de  Jesús  en  la  revelación  a
Juan, el discípulo amado, en Apocalipsis 22: 18 y 19: “Yo  testifico a  todo
aquél que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere
a  estas  cosas, Dios  traerá  sobre  él  las  plagas  que  están  escritas  en  este
libro.  Y  si  alguno  quitare  de  las  palabras  del  libro  de  esta  profecía: Dios
quitará su parte del Libro de la Vida y de la santa ciudad y de las cosas que
están escritas en este libro.” Es muy probable que  algún puñado de  teólogos  levante  su  voz diciendo
que  eso  es  referido  estrictamente  al  libro  de  Apocalipsis,  como  si  fuera
poca  cosa  o  cosa  excepcional  el  libro  de  las  revelaciones.  Pero,  así  nos
comprobarían también que el  libro de  la Biblia en su totalidad no es una
gran  cosa  para  ellos,  porque  tienen  sus  divergencias  teológicas  con
algunos  otros  libros,  con  algunas  profecías  de  la  Biblia  y  hasta  sus
discrepancias  con  algunos  personajes  de  la  Biblia.  Por  la  boca muere  el
pez. Y todos aquellos que han osado manipular, tergiversar y reinterpretar
a Dios  en  su  palabra  escrita,  sino  proceden  a  un  revisionismo  estricto  y
aun  consecuente  arrepentimiento,  morirán  por  la  boca  de  Dios,  en  el
rugido de Su Palabra.

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