VI
LA SAGRADA BIBLIA
Entre los cristianos, los judíos y los musulmanes se otorga a las escrituras una
autoridad —a veces como palabra real de Dios— que no tienen en el hinduismo o el
budismo. En el cristianismo, además, existen diferencias entre los fundamentalistas,
para quienes la Biblia es de inspiración divina, y los liberales, que la consideran un
testimonio humano falible de la revelación, pero no la propia revelación.
La Biblia judía son las escrituras hebreas, 39 libros escritos en su versión original en
hebreo, a excepción de unas pocas partes que fueron redactadas en arameo. La Biblia
cristiana consta de dos partes: el Antiguo Testamento y los 27 libros del Nuevo
Testamento. Las dos principales ramas del cristianismo estructuran el Antiguo
Testamento de modo algo diferente. La exégesis del Antiguo Testamento leída por los
católicos es la Biblia del judaísmo más otros siete libros y adiciones.
Todo este paisaje organizacional-jerarca-religioso, tiene sobre sus
espaldas la terrible culpa del crimen de dos grandes víctimas: el ser
humano y la Biblia.
Curiosamente, el mundo secular jamás ha ejecutado ataques tan
demoledores, alevosos, enloquecidos y satánicos en contra de la Biblia,
como las propias organizaciones a sí mismos, llamadas cristianas: la iglesia
católica y la iglesia protestante. La iglesia católica tiene dentro de sus
records en contra de la Biblia, diez años de quema continuos del libro que
contiene la Palabra de Dios. Obviamente que no solo gastó diez años en
esta quema demencial, siempre se mantuvo quemando Biblias en todos
aquellos períodos de intolerancia que recrudecieron después de la
rebelión masiva de maestros y sacerdotes católicos que encabezó Lutero.
El Rey Tolomeo II demostró más respeto por la Palabra de Dios que los
papas medievales y muchísimos teólogos protestantes en su tiempo:
cuando fundó la Biblioteca de Alejandría, pidió una copia de ella al gran
sacerdote Eleazar, quién proveyó a seis hombres de cada tribu de Israel para ello, reuniendo 70 personas, para redactar la Biblia que sería llamada
la Septuaginta.
La Biblia es un libro inspirado por Dios y los grandes hombres que la
escribieron, lo hicieron inspirados por el Espíritu de Dios. Quiero destacar
el cómo se apreciaba el hecho de ser la Palabra de Dios por los antiguos.
Los escribas, por ejemplo, aparecieron durante la última esclavitud que
sufrió el pueblo de Israel en manos de los babilonios. Aparecieron para
reescribir los libros del Antiguo Testamento, destruidos por las mismas
fuerzas esclavistas de Babilonia. Se dice que los escribas ponían tal
cuidado, veneración y respeto por la Palabra de Dios que estaban
recopilando y reescribiendo, que, para empezar, solo ellos,
personalmente, elegían la tinta y el cuero que usarían para manuscribirla.
Si cometían tres errores, borraban todo para empezar de nuevo; y para
escribir el nombre de Dios, esas siglas que recibiera Moisés en el Sinaí,
cambiaban tinta y plumas.
Todo eso se perdió paulatinamente en el tiempo. Pero, lo más sintomático
de todo este delicado tratamiento al ejercicio de reescribir las Sagradas
Escrituras, es el hecho de que al aparecer en escena el personaje principal,
de cuya venida se había profetizado desde la caída del Edén, ni sacerdotes
ni escribas lo reconocieron. Encima, lo ejecutan. Y luego, la descendencia
de estos escribas tan pulcros y ordenados que reescriben el Antiguo
Testamento, construyen el Talmud, totalmente salpicado de celosas y
“pías” frases desacreditando y blasfemando sobre el personaje principal
de todo el desarrollo bíblico: el Señor Jesucristo. Porque el tema principal
de la Biblia es únicamente ese: la revelación de que Jesús llamado el
Cristo, es Dios. Todo lo demás que rodea a este supremo anuncio es
historia y escenografía, en donde se desplaza soberanamente el
Anunciado.
Aparte de que en sí misma lo que llamamos la Biblia original es nada más
que el producto de copias, de copias, de copias de los manuscritos
originales, hasta ser impresa y traducida en esa formidable hazaña
universal de pre reformadores y reformadores, que la arrebataron de las
oscuras y húmedas prisiones de la prohibición y represión católica, los
teólogos del siglo Veinte se dedicaron a re inventar la Biblia, a
readecuarla, a rectificarla donde la traducción del griego original no se
había respetado en su exactitud lingüística. Fue simplificada en ediciones
que la narraban en lenguaje popular, para que la entendiese la mayoría de
la humanidad, consiguiendo solo enterrarla más, nublarla más, degradarla
más, convirtiéndola, debido a tanto manoseo teológico y escribano, en un
mero libro que cualquier mamarracho “pensante e intelectual” puede corregir. Así perdió respeto y perfil y hoy en día está convertido en un
libro del cuál cualquiera sospecha de él y habla hasta en tono crítico y
despectivo de él. Porque en este continuo devenir del manoseo teológico
sobre él, hasta han corregido y rectificado, y aun desvirtuado inclusive los
dichos propios del Señor Jesucristo en el Nuevo Testamento, logrando
tergiversar así muchísimas de las instrucciones claves de Jesús, aparte de
las enseñanzas de los más connotados apóstoles que intervinieron en la
escritura de la Biblia.
Me llama admirablemente la atención un hecho histórico respecto a ella,
pues sacerdotes católicos, en el 397, reunidos en el Sínodo de Cartago,
aprueban la lista de los primeros 27 libros del Nuevo Testamento. Eso es
destacable y, como dije, admirable, pues con todo lo dogmáticos, paganos
y delirantes que eran los “fundadores del cristianismo”, por esas cosas
propias de los misterios de Dios, fueron guiados correctamente a
establecer los genuinos evangelios y epístolas que compondrían la Biblia
que conocemos hoy. Más aun, conociendo hoy en día la existencia de los
llamados Evangelios Apócrifos, que quiere decir evangelios ocultos, más
de cincuenta de ellos que corrían paralelos a los evangelios bíblicos, la
mayoría de ellos de procedencia gnóstica, que significa: conocimiento
revelado. No deja de ser portentoso el hecho de observar cómo Dios
protegió su propia palabra en medio del más tenaz oscurantismo religioso
que cubrió la tierra en aquellos tiempos en que la Madre Romana se
solazaba aniquilando cristianos genuinos. Claro, y quemando Biblias
alegremente.
En el siglo Veinte, organizaciones norteamericanas, ubicadas de medio filo
en la categoría del protestantismo, presentaron a la humanidad biblias
“corregidas”, como los Testigos de Jehová, o biblias paralelas, como el
Libro de Mormón, de la Iglesia de Jesucristo de Los Santos de los Últimos
Días, cuyas descripciones de escenarios y civilizaciones no han podido
jamás ser apoyados por la historia o los descubrimientos arqueológicos
efectuados en el territorio continental, convirtiéndolo en nada más que
una obra literaria de ciencia ficción, o mejor dicho: una obra literaria del
realismo mágico norteamericano. Bajo la dictadura militar padecida en
Chile, los mormones proliferaron en ese país hasta el hartazgo. Ellos no
tienen empachos en asegurar que libro Mormón es uno con la Biblia y no
titubean en citarte a Ezequiel 37: 15 al 20. Apoyados en esta lectura ellos
denominan “palo” a la Biblia y palo al libro de José Smith y respaldados en
esos versículos anuncian que ambos palos son uno. Ni qué decir cuál es el
palo mayor para ellos, porque su infatigable despliegue misionero a nivel
mundial está totalmente dedicado a convencer a los habitantes de la tierra que el libro de José Smith es una biblia veraz y legítima, unida
“divinamente” a la Biblia cristiana. No caminan tanto así y no invierten
tanto así en material económico y humano para convencer al mundo de
que la Biblia es la Palabra de Dios. Como todo protestante, a la Biblia solo
la usan para justificar sus “cristianismos” dogmáticos y sectarios,
completamente reñidos con el cristianismo que inspiró el Señor Jesucristo
y por el cual dieron la vida en forma trágica, empezando por Cristo mismo,
todos sus apóstoles y seguidores más inmediatos. Los milleristas, mejor
conocidos como adventistas y que deben su apodo a su fundador, William
Miller, también conocidos como sabatistas, tienen su propia
interpretación de la Biblia y esta interpretación se caracteriza por su perfil
sincrético cristiano-judaico, porque el énfasis de su enseñanza es, a vida o
muerte, el guardar el día sábado. Y como las demás iglesias protestantes,
en el seno de ellos, la Biblia perdió peso en forma abrumadora también
frente a la prolífica producción de interpretaciones y dogmas de doña
Elena de White, cuyos escritos, los más sagrados preceptos del
Adventismo, compiten ferozmente con las Sagradas Escrituras, en donde,
claro, la Biblia no demuestra para nada ser el Eje fundamental de su fe
“cristiana”. El señor Charles Taze Russell, también imprentó su propia
biblia. En ella Espíritu Santo se escribe con minúscula, porque al concepto
de Russell, solo se trata de un espiritillo común, niega la muerte de cruz de
Jesucristo, asegurando que fue ejecutado en un solo palo, en forma
vertical; y cree a Jesús un hijo común de Dios, sin nada de divinidad. Eso
los identifica directamente con la doctrina de Arrio, que protagonizó uno
de los primeros y grandes cismas al interior de la naciente iglesia católica,
de tal manera que Constantino tuvo que tomar cartas en el asunto,
devolviéndole a Arrio su investidura de obispo, después de haber sido
sancionado por sus pares, los beneméritos “padres trinitarios de la
iglesia”, escandalizados ante la postura, también profana, del sacerdote
unicista. Jesús carece en la visión russelista de su cabello largo, según el
voto nazareo que practicó toda su vida, asemejándolo así a ese primer
modelo de Jesús- Apolo que promovió la iglesia del Vaticano en sus inicios.
Hay que reconocer cuánto trabajan, porque son proselitistas acérrimos.
Pero, pecan de lo más grave: manosear la Biblia y lo que es peor, reducen
la Deidad desconociéndola, a mero fetiche religioso. Nunca recibirán el
Espíritu Santo como organización (y no que alguna de ellas podrá recibirlo,
de ningún modo), tal vez algún individuo de entre ellos, sí, según sea la
Voluntad y la Escogencia de quién decide investir a alguien de su Poder.
Como Edgardo, por ejemplo, un discapacitado de Quilpué, que pese a la
invalidez de su brazo izquierdo, desarrolló un modelo de lucha de defensa personal, inspirado en las artes marciales y que siendo militante de la
iglesia adventista, recibió el bautismo del Espíritu Santo en plena reunión
sabática, ante lo cual, ofuscados y molestos por las manifestaciones de
gloria y alabanza a Dios que gritaba Edgardo en su gozo de la investidura,
fue expulsado de la iglesia por los escandalizados líderes jerárquicos. No
fuera a ser cosa que se propagara “eso” en los demás y ellos perdieran el
control. Já.
En realidad, las enseñanzas dogmáticas, el estilo, las tradiciones, las
influencias del sistema, la influencia filosófica-escolástica, las
interpretaciones, incluyendo estatutos y declaraciones de fe y todos los
intereses y las intenciones de la organización, presentan una especie de
biblia paralela en la parte oral e interpretativa, que es más valiosa e
importante que la misma Biblia, para estas instituciones seudo
espirituales, seudo cristianas, seudo bíblicas. Algo así como lo es el
Talmud, para el judaísmo contemporáneo. Los judíos dicen que se puede
incumplir la Torá o Antiguo Testamento, pero no así el Talmud, porque la
pena de esa transgresión es muy más terrible para el que ose poner en
tela de juicio los dichos talmúdicos. Luego, debemos comprender que
piensan así porque el Talmud está definido como el libro que recopila las
leyes civiles y canónicas fundamentales del pueblo judío. Así son los
protestantes: puedes poner en tela de juicio los dichos de la Biblia, pero
jamás las enseñanzas de la iglesia. Si no se parece al catolicismo eso, cómo
se llama entonces.
Lo terrible es que las organizaciones protestantes han guiado tan lejos de
la Biblia a su cautivos religiosos, que esto ha llegado a ser exactamente
como en los días de la pre reforma, cuando personas como Wyclif, el
reformador inglés, llamado el padre de la Biblia inglesa, por ser el primero
en traducirla del latín a esa lengua; como los días de Juan de Hus,
reformador nacido en Bohemia, en la actual República Checa, muerto en
la hoguera, cuya ejecución provocó cuatro años más tarde las llamadas
Guerras Husitas; se esforzaban en hacer conocer y leer la Biblia a sus
pueblos, pese a que les costaba la vida el hacerlo, despertando en el clero
la furia asesina que caracterizó esas épocas históricas. Es el mismo
increíble esfuerzo de hoy: enseñar y convencer a los creyentes que deben
leer por sí mismos la Biblia, porque lo único que les están dando para oír y
hacer en sus congregaciones es tan solo la interpretación dogmática y
sectaria de la organización que los domina y tiraniza, para ser desviados.
¡Y da la casualidad que las jerarquías protestantes se aíran tanto como las
jerarquías medioevales cuando algún ministro insta y arenga a las
congregaciones a leer por sí mismas a la Biblia! ¡Hasta ser censurado y declarado persona no grata, por sobre la ignominiosa ignorancia a la que
han sido sometidas las masas de creyentes en el mundo entero!
La iglesia organizada ha sido la primera gran manipuladora y la más
perfecta y encarnizada enemiga de la Biblia, la lanzó a la hoguera en el
Medioevo y condenó a muerte a todo aquél que la tradujese a su idioma
nacional y a quién la distribuyese o leyese públicamente sin autorización
papal. La condenó al patio trasero e instaló a la Teología y sus
razonamientos en el lugar de ella. Ella logró imponerla en todos los
tribunales de justicia en el llamado mundo cristiano occidental, como un
vulgar amuleto religioso, sobre el cual se conmina a todos los que son
llevados a estos estrados de la justicia, a jurar poniendo la mano sobre
ella, de igual manera en las ceremonias de toma de poder o cambios de
mandos que ocurren en estas naciones, donde el Presidente entrante
debe jurar solemnemente con la mano puesta sobre el libro que contiene
la Palabra de Dios. Aun sabiendo que Jesús, en la misma Biblia que
manipulan, prohíbe todo juramento de cualquier naturaleza. Y los
condena. De modo que el que jura, en realidad, es perjudicado
directamente, porque queda bajo pena de castigo de Dios al haber
practicado la obligación a la que es sometido por las autoridades jurídicas,
quiénes a su vez, también quedan bajo pena de castigo divino al obedecer
a la influencia de la iglesia católica, quién a su vez pagará, y no así nomás
como ¡Venga para acá y arrodíllese sobre estos granos de fréjol hasta que
yo diga! Bueno, ella sabe que tamaño castigo le espera.
Todas las organizaciones protestantes reclaman estar fundamentadas
totalmente y de verdad en las enseñanzas de la Biblia, pero las miles de
diferentes denominaciones evangélicas, separadas y enfrentadas entre sí,
aseguran lo contrario. Con la Biblia se han edificado religiones
formidables, imponentes aparatos eclesiásticos y hasta imperios
ministeriales millonarios, famosos en el mundo entero. Jé, y respetados y
reconocidos en el mundo entero. Sospechosamente contrario a la
sentencia del Señor Jesús a sus ministros: “¡En el mundo tendréis
aflicción!” Es indudable que hay un dios diferente detrás de los aparatos
organizados de la religión protestante.
Es un hecho histórico comprobado que las religiones que gobiernan el
mundo no han escatimado el uso de la Biblia para engañar a destajo. Caso
Cura Valverde, en el tiempo de los conquistadores españoles, que Biblia
en mano accede, en confabulación con los militares de España, a ser parte
fundamental en la emboscada a Atahualpa, en Cajamarca. Desmond Tutu,
obispo anglicano sudafricano decía, según reproduce Eduardo Galeano en
uno de sus escritos: “Cuando llegaron los curas de España, tenían la Biblia en sus manos y nosotros teníamos el África. Nos hicieron cerrar los ojos
para enseñarnos a rezar, cuando los abrimos teníamos la Biblia de ellos en
nuestras manos y ellos tenían el África.” En la actualidad, la Humanidad
entera padece engaño religioso y amenazas terribles con la Biblia agitada
en las manos de estos delirantes líderes y jerarcas de la religión
organizada.
El mal universal, por error o mala intención, de las organizaciones ha sido
obligar al hombre y a la mujer a cumplir con todo lo que enseña la
Escritura, respecto al comportamiento de los salvados, para que estos
sean considerados y aceptados en sus iglesias plenamente, empleando
para ello toda suerte de amenazas, castigos y hasta maldiciones, según el
nivel de delirio dogmático y sectario de los dirigentes eclesiásticos en
cuestión. No es así. Si la Biblia es ciertamente un libro que habla de
modos, costumbres, usos y comportamientos referidos al accionar de los
individuos, no es un manual de educación moral, social o cristiana: refleja,
describe, nos enseña cómo es el orden de comportamientos de un
hombre y una mujer que han recibido la unción de lo Alto y manifiestan
haber sido hechos e hijas de Dios. Nadie que no reciba el Espíritu Santo se
comportará jamás como describe la Biblia respecto a las conductas
humanas y espirituales de los creyentes. Todo individuo bendecido con
este sello de Dios para los suyos actuará espontáneamente como una
persona bíblica. Es obvio, porque estará bajo la guianza y la enseñanza del
Autor de la Biblia.
El gravísimo ángulo de ceguera de las organizaciones protestantes
respecto a la real condición y naturaleza de la Biblia, en su contenido e
intención, les impide comprender que las Sagradas Escrituras son la
efectiva, veraz y auténtica, propia y personalísima Palabra de Dios, la
mismísima Palabra de Dios en forma impresa. Como no tienen el Espíritu
que inspiró y escribió la Biblia, no tienen temor reverencial frente a ella. El
que sea una expresión imprentada no reduce en lo más mínimo su
condición de ser la Palabra de Dios. Por eso mismo es eterna, refleja
eternidad, inspira eternidad. Por eso mismo, no cambia con el transcurso
del tiempo. Por eso mismo, es un acto canallesco modernizarla,
reacondicionarla, convertirla al lenguaje propio de las masas enajenadas,
simplificarla: ¡Se trata de la Palabra de Dios! Por eso no puede presentarse
al mundo como un vulgar y común libro de ética, moral y buenas
costumbres; o como un manual para rehabilitar drogadictos, borrachos,
adictos a la sexualidad, gente supersticiosa, viciosos del tabaco, etc. ¡Es la
palabra personal de Dios! Por eso es una absoluta falta transgresora de
respeto interpretarla con las herramientas de la razón filosófica, porque es la Palabra eterna e inmutable de la Deidad. No podemos someter esa
palabra de la Deidad a los razonamientos de Aristóteles, quién ni siquiera
era un convertido al cristianismo. Pecan abusivamente los intelectuales y
teólogos “cristianos” al exponer al análisis escolástico aristotélico la
Palabra de Dios. Están fuera de sí. Por eso es un error garrafal de
consecuencias desastrosas ponerla en los tribunales de justicia haciendo
pecar masivamente a todos los hombres y mujeres que son obligados a
jurar sobre ella. Porque es por siempre la Palabra de Dios. No se
comprende este atributo y esta pertenencia, esta propiedad expresiva de
la voluntad de Dios. La Biblia es la Palabra de Dios. ¿Es esto una apología
recalcitrantemente fundamentalista? Sí, absolutamente sí. Lo es. Por esta
sencilla, pero contundente declaración de Jesucristo sobre su propia
palabra: “El cielo y la tierra pasarán, mas mi Palabra no pasará.”
El presente eclesiástico de la Biblia, respecto a su condición de Palabra de
Dios, se reduce a ser calificada y mantenida como un mero accesorio
religioso de segunda importancia, ¡en el mejor de los casos! Porque hasta
ha debido resignarse a ser un mero accesorio de púlpito, o de oficinas
pastorales, o al mueblecito del velador abierta en el salmo 91 y a esa
condición nefasta ya mencionada de haber sido destinada como accesorio
condenante y blasfemante en los tribunales y juzgados locales, por mano
de la iglesia católica y el silencio cómplice de la iglesia protestante, fiel hija
respetuosa de su madre romana. Es como dije antes, en el seno de la
iglesia evangélica la Biblia es solo una especie de co libro, que se usa para
respaldar la auténtica biblia de ellos: ese cuerpo de reglamentos,
estatutos, acuerdos, declaraciones de fe, sus interpretaciones teosóficas y
teológicas de textos proféticos y cartas apostólicas, incluyendo sus
interpretaciones freudianas-místicas de sueños y visiones que
fundamentan el modus operandi de las denominaciones evangélicas,
fundamento que viene a ser más inquebrantable, soberano y sagrado que
la misma Biblia. Porque todos estas chucherías dogmático-religiosas,
¡jamás son sujetos a revisiones y reinterpretaciones de la manera que
manosean, trapean y rastrillan las Sagradas Escrituras! Eso no está en el
libreto de ellos. Por una razón muy simple: se les acaba el negocio.
En el presente, bajo la instituida regla filosófica de interpretación, la Biblia
sufre un muy enconado ataque a sus anuncios proféticos. Los desastrosos
análisis e interpretaciones de sus predicciones no solo les están
produciendo dinero a manos llenas a los profetas mediáticos actuales,
sino que también han envuelto a las masas en locuras contradictorias,
espantos y doctrinas proféticas que en lugar de alumbrarles hacia Dios les
está desubicando de tal manera, que cuando digan ¡Paz y seguridad!, con todo y respaldo profético bíblico, les sobrevendrá destrucción repentina. Y
no tendrán oportunidad ni tiempo de preguntarse en quién, dónde,
cuándo, por qué y cómo fue que les desviaron tanto.
No hay que ser muy instruido profesionalmente para darse cuenta que la
mayoría absoluta de los discursos mediáticos de los predicadores
aristocráticos del protestantismo, son vulgares conferencias materialistas
exitistas, dirigidas al concepto sico-intelectual de la autoestima, en donde
la Biblia, como Palabra de Dios, solo tiene la participación de una pobre
comparsa, un reducido pretexto para que estos discursos materialistas pro
inserción al sistema, parezcan un discurso “cristiano”, sutil práctica
sincrética protestante. La mayoría cae, se traga el cuento, suena bonito.
Hoy en día decirle a las grandes masas eclesiásticas que están metidas en
el más educado, culto y profesional engaño religioso de todos lo tiempos,
Biblia en mano, es inútil, no reciben otra opinión. Ni qué decir, si alguien
se despacha un completo discurso pro Biblia en los sectores de los
tabernáculos Branham, por ejemplo. Cuando desarrollé mensajes
absolutamente fundamentados en las Escrituras, comentaron
despectivamente: ¡Pura Biblia! Como si la Biblia no fuese mayor que el
Condorito o las selecciones del Reader’s Digest, que es el único semi libro
que leen mucho los personajes de estos tabernáculos. Obviando, hasta el
ridículo el hecho de que el mismo hermano Branham fundamentaba todos
sus discursos “pura Biblia”, en las escrituras hasta la saciedad. De hecho
viene al caso reproducir aquí alguno de sus comentarios al respecto:
“¡Todo hombres es conocido por su palabra, la Biblia es la Palabra de
Dios”! Eso no lo entienden sus propios seguidores. Para ellos la “nueva
biblia” es ahora la colección de los mil cien mensajes en folletos que
corresponden a la transcripción de las predicaciones del hermano
Branham, incluyendo los libros: Las Siete Edades de la Iglesia, la
Revelación de los Siete Sellos, La Revelación de Jesucristo y los tres tomos
de Orden, Conducta y Doctrina. Todo ello constituye la “nueva biblia” para
la mayoría de los tabernáculos mencionados. Todo quién no predique
tomando los mensajes de estas obras como referencia central de sus
mensajes, es apodado un “pura Biblia”. Y si eso no es blasfemia, podrían
decirnos ellos mismos cómo se llama entonces. Branham establecía que
toda revelación debía estar sujeta a la Palabra de Dios, así también toda
congregación y todo ministerio, no obstante, sus seguidores también
cayeron en el pecado católico-protestante: en medio de todas sus
concepciones dogmáticas del discurso del hombre que siguen, la Biblia
cayó de sus pedestales soberanos y fue reducida a la estatura indigna y
apóstata de mero accesorio que se usa solo para convencernos de que ellos también son auténticos “cristianos”, ¡y más aun que cualquier
protestante! A estas alturas, puedes postergar a Jesucristo y a la Biblia
entre ellos, pero ¡pobre, amigo mío! si haces lo mismo con el nombre y los
mensajes del hermano Branham: te conviertes en sospechosos de falsa
unción, perro negro, miura, carne de cuervo, unción cara de hombre,
unción seis sellos y todos esos epítetos que manejan en su jerga sectaria.
Jesucristo no solo ha sido convertido en el sacristán de la iglesia católica y
de la protestante, también lo es de los tabernáculos Branham, para
muestra un botón del discurso de un pastor branhamita de Chimbote, en
Perú, el se despachó el perfecto súmmum descriptivo del pensamiento y
del credo branhamita: “¡Estamos seguros en el amor que William Branham
nos tuvo!”
Y si ocurre que debates el tema Biblia con los teólogos y los dignatarios
eclesiásticos, te caratulan como ya he mencionado antes de:
fundamentalista. Y al parecer y gusto conveniente de ellos, no es muy
saludable serlo. Al menos, no tanto, como opinan bonachones y píos al
respecto. Entonces, si te pones a escrutar el universo eclesiástico
contemporáneo, te darás cuenta que la Biblia continúa bajo un feroz
fuego nutrido en contra, un fuego granado que viene exactamente del
mismo bastión de resistencia contra-bíblico de todos los tiempos: la
iglesia.
La causa estriba sencillamente en que el Espíritu de Dios no está en las
organizaciones ni en sus jerarquías nicolaítas. Si tuvieran el Espíritu de
Dios, pondrían la Biblia en el lugar que ocupan sus teologías delirantes, sus
dogmas y sus interpretaciones filosóficas y materialistas. Porque el
Espíritu de Dios inspiró la escritura de la Biblia y si ellos estuviesen ungidos
genuinamente por el Espíritu que inspiró la Biblia, la entenderían como un
niño de doce años y habría en ellos un temor reverencial, y le
reconocerían su soberano lugar, y la consultarían con temor, temblor y
amor, no con esas fanfarronadas de capo teórico, que lo son, yo no niego
esas capacidades en ellos, con capos teóricos, maestros altamente
profesionalizados, supra equipados con todas las herramientas
aristotélicas de la teología y ultra recontra educados con grados, post
grados y todo ese mejunje seminarista y universitario al respecto: pero
todo eso no les alcanza ni un milímetro para conocer la Biblia, tropiezan
groseramente en ello. La Biblia fue escrita para gente sencilla: autoridades
religiosas tropezarán en ella y con ella, tal como sucedió en la venida
corporal de Jesucristo. Él mismo no fue ni la mitad de teórico-filosófico-
intelectual que son estos infatuados líderes modernos del cristianismo
organizado. Cualquier sátrapa protestante de cuello y corbata del “cristianismo” televisivo tiene una retórica superior técnicamente a
Jesucristo. No tenía perfil de estrella mediática de la televisión religiosa, ni
comportamientos de personaje V.I.P., ni aristocracia y ni status
económico: era pobre como una rata, ¡por elección y por los valores
intrínsecos y naturales en una persona espiritual! No escatimaba sentarse
en una piedra para disertar o sobre una quilla de algún bote pesquero,
predicaba mientras caminaba cruzando los campos judíos con sus
discípulos al trote a su lado, para no perder sus palabras. “¡Dónde iremos,
Señor, si solo tú tienes palabras de vida eterna!” Ese discurso en tipos
absolutamente campesinos, pesqueros y de la cotidianeidad de las clases
bajas no lo entendían los ascendientes judíos de esta casta sabihonda y
fanfarrona que pastorea estas multitudes enajenadas. Los sacerdotes le
llamaban Belcebú y la mujer adúltera en el pozo samaritano le llamó
Mesías. No hay donde perderse. Así ha sido siempre, así es hoy y así será
por siempre. ¿Por qué? Por amor a los pequeñitos que Jesucristo privilegió
por Gracia. Así quedó estipulado y sentenciado cuando los apóstoles
preguntan a Jesús por qué les hablaba en parábolas a los fariseos y nunca
se las explicaba, en Marcos 4: 11 y 12 el Maestro declara el contundente
destino que separa a los Suyos de los hijos de la organización eclesiástica y
su ralea de jerarcas intelectualoides: “¡A vosotros os es dado el saber los
misterios del reino de Dios, mas a los que están fuera, por parábolas todas
las cosas, para que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no
entiendan; para que no se conviertan, y les sean perdonados los pecados!”
Satanás, el diablo, no intentará engañar a los elegidos de Dios con
prostíbulos de fabulosas mujeres misteriosas y exóticas; no intentará
engañarlos ofertándoles los reinos de este mundo, ya intentó con
Jesucristo y falló, sabe que eso ya no funcionará con aquellos que tienen
el Espíritu de Jesús; no intentará seducirlos con grandes sumas de dinero y
posesiones deslumbrantes, como exhiben los artistas del púlpito
televisivo; satanás jugará su intento de engañar ¡si fuera posible!, a los
elegidos de Dios con una elevadamente refinada y muy poderosa
expresión religiosa y con una astuta interpretación bíblica, que irá en
directo desmedro de su propia condición de palabra de Dios soberana e
inmutable, como hizo en Edén. En el Paraíso no negó la Palabra de Dios ni
negó que fuera Palabra de Dios, hizo tal como hacen los jerarcas
protestantes contemporáneos que no niegan su status de palabra de Dios,
la interpretó, la reinterpretó de manera que se comprendiera que Dios
había dicho eso, sí, pero que al final no sería así (porque Dios no era tan,
tan fundamentalista, claro). “¡Dios ha dicho que moriremos si comemos
del árbol de la vida...!” fue la defensa débil de Eva. Satanás, el gran pastor eclesiástico de la teología denominacional, remató el punto, “¡No
morirán…!” Queda claro que el autor de la rectificación y reinterpretación
de la Palabra de Dios es satanás. El presentó a un Dios que no sabía lo que
decía o que decía cosas de las cuales uno entendía mal, o cosas de las
cuáles más tarde rebobinaría u olvidaría en su “inmenso” amor. Así me
remacharon los viejos pastores de una denominación chilena, llamada
Iglesia de Los Hermanos, que criticaron agriamente mi predicación en un
campamento evangélico en las playas de Ritoque, Chile, en 1977: “¡No hay
para qué ser tan extremista, hermano. ¡El amor de Dios es tan grande que
hasta el diablo será salvo!” No hay que ser un gran o un mediocre teólogo
para explicar el drama en cuestión, es más simple ejemplificarlo con las
conductas humanas. Toda sociedad terrenal alaba a sus hombres cuando
estos han mantenido férreamente su palabra y los pondera hasta
convertirlos en íconos históricos de sus respectivas nacionalidades. Y de
hecho hay, y han habido como siempre los habrá, hombres que aun al
costo de sus propias vidas mantuvieron incólumes su palabra. Salvador
Allende, por ejemplo, el último presidente honesto y constitucional de la
antigua democracia chilena, prometió no rendirse ante los asaltantes
militares que rodeaban el bombardeado edifico de La Moneda,
anunciando: “¡Pagaré con mi vida, la confianza que me ha otorgado el
pueblo!” Y cumplió. Fue sacado muerto de entre las ruinas del palacio
presidencial. El Che Guevara intentó una revolución en pro del hombre y
la mujer de Latinoamérica, bajo el lema Patria o Muerte. Fue abandonado,
traicionado y desacreditado, pero el hombre cumplió con su palabra.
Noten que estos dos personajes son personalidades del cono sur que no
eran creyentes, ambos creían solo en el hombre, no creían en Dios como
los católicos o los evangélicos. Pero ambos, ateísmo de por medio,
probaron a la Humanidad entera que eran hombres de palabra. La
pregunta ahora es: ¿Por qué Dios, siendo Dios, no habría de mantener Su
Palabra? Me gustaría que respondieran a eso con coherencia y sin
filosofías todos esos teólogos que han puesto sus tenebrosos zapatos
encima de la Biblia.
Termino agregando la sentencia apocalíptica de Jesús en la revelación a
Juan, el discípulo amado, en Apocalipsis 22: 18 y 19: “Yo testifico a todo
aquél que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere
a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este
libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía: Dios
quitará su parte del Libro de la Vida y de la santa ciudad y de las cosas que
están escritas en este libro.” Es muy probable que algún puñado de teólogos levante su voz diciendo
que eso es referido estrictamente al libro de Apocalipsis, como si fuera
poca cosa o cosa excepcional el libro de las revelaciones. Pero, así nos
comprobarían también que el libro de la Biblia en su totalidad no es una
gran cosa para ellos, porque tienen sus divergencias teológicas con
algunos otros libros, con algunas profecías de la Biblia y hasta sus
discrepancias con algunos personajes de la Biblia. Por la boca muere el
pez. Y todos aquellos que han osado manipular, tergiversar y reinterpretar
a Dios en su palabra escrita, sino proceden a un revisionismo estricto y
aun consecuente arrepentimiento, morirán por la boca de Dios, en el
rugido de Su Palabra.
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