XII
LA PROSPERIDAD.
Durante el primer siglo incluso muchos de los sumos sacerdotes, dieron la impresión
de haber dejado de lado su amor a Dios por el amor al dinero, especialmente el Sumo
sacerdote ante el cual trajeron a Jesús, Annas, juntamente con sus cinco hijos, que le
sucedieron en su puesto. Como mejor se puede resumir el sacrificio del Templo
durante sus reinados es con las palabras: “El Mercado de la familia de Annas.” Josefo.
Lutero, que tenía un temperamento irascible, estalla. Le parecía absurdo que mientras
Dios salva gratuitamente, la Iglesia lo hiciese por pago. Además, la gente no hacía más
confianza sobre la promesa de Dios, sino sobre la seguridad del dinero dado. Los inicios
de la reforma luterana
Mera doctrina humana predican aquellos que aseveran que tan pronto suena la moneda que
se echa en la caja, el alma sale volando.
Cierto es que, cuando al tintinear, la moneda cae en la caja, el lucro y la avaricia pueden ir en
aumento, más la intercesión de la Iglesia depende sólo de la voluntad de Dios. Tesis 27 y 28,
Lutero.
Estuve hace un tiempo atrás con un hombre con ciertos recursos, que se casó con una
mujer cristiana. Ellos habían tenido un hijo que murió. Él había sido un hombre muy
trabajador. Él murió. Cuando falleció, la viuda buscó todo el dinero, y dijo: "Mi
ambición es ahora que mi único hijo sea millonario cuando llegue a los veintiuno." Esa
es una meta muy baja, ¿no es así? ¡Y aquélla era una profesante cristiana! ¡Quiere que
su muchacho sea un millonario a los veintiuno! Ese es el hombre rico quien, en el día
del Salvador, fue llamado, NECIO: "Hoy vuelven a pedir tu alma". D.L. Moody
¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!
Porque es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el
reino de Dios. Lucas 18:24 y 25.
El pastor Lucas Márquez, hace venir al estrado a los encargados de
levantar las ofrendas. Los señalados recorren los pasillos, mientras la
iglesia canta el típico cantito economicista que incita a los congregantes a
ofrendar “de corazón”, para el “Señor”. Al terminar el recorrido, los encargados del santo servicio de recoger dinero, le extienden al
Reverendo los ofrenderos, san Lucas Márquez los entreabre y otea
exhaustivamente dentro de ellos: el contenido no le satisface. Entonces,
se dirige a la asamblea en tono de reprimenda: ¡Esta no es una ofrenda
digna para el Señor! ¡Debiera darles vergüenza! A continuación llama de
nuevo a los recolectores, ordenándoles: ¡Pasen de nuevo por cada lugar
con los ofrenderos, hasta llenarlos! Antes de entregar la última bolsita de
terciopelo al encargado, se dirige nuevamente a la congregación,
enarbolando un juego de llaves en su mano. ¡Quiero una ofrenda digna del
Señor! ¡Dé hasta que le duela! ¡Yo daré el ejemplo: pongo aquí, en este
ofrendero, las llaves de mi automóvil!
Cuando terminaron el segundo recorrido, Lucas Márquez examinó
nuevamente la ofrenda, esta vez sonrió ampliamente complacido
lanzando un atronador ¡Aleluya…! Y dirigiéndose otra vez a la
congregación, mientras escarbaba en el ofrendero, exclamó: ¡Esta sí es
una ofrenda digna del Señor, hermanos…! Cuando encontró lo que
buscaba en la bolsa de las colectas, alzó la mano mostrándolo a la
concurrencia y declarando: ¡Ahora, yo no tengo necesidad de ofrendar mi
automóvil!
El muchacho que me contó esta “anécdota” hoy en día es pastor en
Valparaíso, en una iglesia formada con un grupo escindido del “ministerio”
del Reverendo aludido. Le pregunté cómo se sintió frente a esa burla y
real estafa, y si alguien reaccionó ante esa canallada. Nadie movió un pelo.
Y es así, los pastores de la “Prosperidad” hacen lo que se les da la gana
cuando de manosear bolsillos de incautos se trata. Algunos tan caradura
como Lucas y otros más “amablemente”, con una apariencia de bondad
que dan ganas de vaciarse los bolsillos llorando. Otros, con simpatía, como
los famosísimos brasileños del “Pare de sufrir”, cuyo slogan ni siquiera es
ocurrencia de alguno de sus morochos iluminados, sino de un empresario
argentino, quien los instruyó en el arte de hacer de una iglesia una
flamante empresa, y se ve que aprendieron re contra bien, teniendo en
cuenta que Macedo, su fundador, comenzó con un templo de lo más
ordinario en los suburbios de Sao Paulo. Ahora, el muchacho brasileiro se
pasea con gigantones armados, como cualquier millonario secular, o como
sus “colegas” internacionales de la llamada Iglesia de la Prosperidad.
Para hablar de prosperidad literal, así como predican estas iglesias
modernas que tienen convulsionados no solo a los pobres, sino que
también a las autoridades y a los periodistas y escritores investigativos y,
claro, a los demás pastores pobres y vulnerables, trinitarios, unitarios, branhamitas o dualistas; para hablar de prosperidad, decía, es necesario
hablar del dinero. Hay un dicho popular que dice: Sin plata, no baila el
mono. Tampoco danzarían ni se revolcarían en el piso tan
“pentecostalmente” los apóstoles de la prosperidad si no hubiera dinero.
Claro, tampoco existirían ellos.
Si el Señor Jesucristo es el Espíritu Santo, tendríamos que asomarnos a su
personalidad y analizar cuáles eran sus comportamientos y pensamientos
acerca del dinero. Y también debiéramos preguntarnos si acaso el dinero,
la moneda corriente, el circulante, el metálico, la divisa monetaria, el
capital, o sencillamente la plata, como es conocido en el lenguaje más
común y popular, y tantos otros sinónimos aplicables al dinero, puede ser
calificado como una invención de Dios, una creación de Dios. Habría que
preguntarse qué moneda o qué plus de valor comercial circula en el Reino
de Dios. (También habría que preocuparse, porque el primer y único
tesorero de la “congregación” apostolar de Jesucristo, robaba a dos
manos y no terminó muy bien, ni siquiera hay noticias de él en la Gloria) o,
habría que preguntar por qué en la Biblia, cuando de las moradas de la
Gloria y el Reino se trata, no habla de los tesoreros del Rey, de la casa del
Tesoro, o de los arcones del tesoro, como en esas épicas películas de los
busca-tesoros universales. Porque todos estos “ministros” de la capitalista
iglesia de la Prosperidad hacen pensar e imaginar a su gente que hay
tesoros tangenciales en la Gloria, que Dios tiene un banco de dinero literal
o que se llevarán a la Gloria sus riquezas habidas por “mano y bendición”
de Dios. Habría que preguntarse, si un rico secular o un millonario
“cristiano” al morir se llevarán todas sus riquezas a la Gloria. Y si se las
llevan, dónde las depositarán. Y habría que preguntarse qué status
merecería un rico “cristiano” en la Gloria y cuál sería el status del pobre
adorador cristiano que jamás venció la pobreza en sus días en la tierra,
pero que jamás renunció a su fe y a su condición de hijo o hija de Dios
(caso la viuda de las dos blanquitas y Lázaro, el sirviente del rico, caso
Filemón, el esclavo).
Pregunta formulada por John Kenneth Galbraith sobre el dinero, pero que
él tristemente responde en términos absolutamente económicos y
profanos:
¿Por qué una cosa de nulo valor intrínseco es tan evidentemente deseable?
En contraste con un conjunto similar de fibras, recortado del periódico de
ayer, ¿qué es lo que le da el poder de adquirir bienes, contratar servicios,
inducir a la codicia, fomentar la avaricia, incitar al crimen? Aquí hay algo
de magia; indudablemente, se requiere alguna explicación metafísica o
extraterrestre de su valor. Pero, a la pregunta de míster Galbraith, no hay que buscarle una
respuesta extraterrestre, porque el dinero es exactamente de aquí, de
este planeta, circula entre estas gentes y se origina precisamente cuando
estas gentes empiezan a organizarse, no digamos que como comunidad
nacional que atañe a la organización de todos los individuos de una misma
nacionalidad, cual sea su extracción social, no es así, porque el dinero
nace exclusivamente en la comunidad de los comerciantes.
Lamentablemente, para los “apóstoles” de la Prosperidad, el origen del
dinero que usa el dios de ellos para “bendecir” a los despistados que los
siguen con la trompa abierta, no ocurre en naciones hebreas, para
empezar por el principio. El Electrón, una aleación de oro y plata, que es la
primera moneda de valor que circula en el mundo, se origina en Sumeria,
por ejemplo, 3000 ó 2500 años antes de Cristo y las primeras acuñaciones
de monedas comienzan en Libia, lo que es Turquía actualmente, ciudades
que no eran hebreas, ciudades que precisamente eran fundadas,
organizadas y habitadas por descendientes de Caín. Y en el año 338 a. de
C. se acuñan monedas en la Roma Republicana y el año 268 a. de C. nace
la primera moneda de plata en la Antigua Roma: el denario (de donde
viene la palabra "dinero").
Desde su aparición, no ha existido jamás un ícono que atraiga a todas las
masas, sea cual sea su origen, condición social y religión. El dinero arrasó
con la especie humana, se ha llevado a todos por delante: ateos,
intelectuales, pobres, curas, santones hindúes, ladrones, damas decentes,
prostitutas, empleadas domésticas, etc. Y esto es un fenómeno que
empieza desde cuando el ser humano vive sus primeros días de vida en la
niñez, nada le llama más la atención a un niño o una niña que una
moneda, un billete, nada lo hace más feliz: sabe desde ya que le significa
poder…poder adquisitivo. En Argentina decimos: El dinero no hace la
felicidad…Pero, ¡cómo ayuda…! Y es que el dinero llegó al nivel de ser
considerado el único medio por el cual el hombre y la mujer
contemporáneos pueden ser felices. Jesús no habló de la felicidad en base
al dinero, pero esta blasfema expresión eclesiástica de la Prosperidad sí ha
hecho del dinero y la felicidad una situación de dependencia mutua:
ninguno tiene razón de ser sin el otro. ¿Es eso cristianismo?
Contradictoriamente aun los teólogos de la Prosperidad coincidirán en
que no es cristianismo, pero sus actitudes nos dicen claramente que
piensan como reza el dicho argentino. Porque pese a su voracidad
capitalista, al mismo tiempo predican el “poder” de Dios, que ya no es
aquél que los apóstoles originales llamaban Espíritu Santo a secas, sino
que poder traducido en y a través del dinero. Se enseña que la prosperidad es una señal de que Dios está con ese hombre y esa mujer
próspera. Pero las estadísticas dicen que los países más prósperos son los
que reflejan un más alto índice de personas agobiadas, frustradas,
amargadas y suicidas. Sin embargo, para la iglesia de la Prosperidad, el
dinero es el quita-penas universal, el sinónimo de la contraseña que abre
todas las puertas del mundo, el elemento profético que “te pondrá por
cabeza y no por cola” en la aldea global.
“Poderoso caballero es don dinero”, reza el refrán español y aunque sí lo
es a nivel terrenal no lo era para Jesucristo, por ejemplo. Y voy a ser
permanentemente reiterativo con este concepto: Jesucristo es el Espíritu
Santo. Y todo aquél que declare a los cuatro vientos de la tierra que ha
recibido el Espíritu Santo, tiene que parecerse a Jesucristo, no solo en el
momento del milagro, las sanidades, el hablar en lenguas, las unciones, los
oficios y ministerios, sino que también en su actitud frente al dinero. Eso
es más claro que el agua clara de los ríos naciendo en las montañas.
(Montañas que funcionan por el poder de Dios y no el del dinero)
No era poderoso para Jesucristo el dinero y la mejor prueba de ello la dio
ante satanás, en el desierto. Para satanás sí era sinónimo de poder el
dinero, por eso le muestra todos los reinos de este mundo, con pachorra,
fanfarronería y muy seguro de que era una oferta que no se podía
rehusar, ¡y que no rehusaría un mequetrefe de la prosperidad, claro! ¡Ni
gil! Pero, para la mala suerte de satanás, Jesús no era el creador del
dinero, y todo lo que Él no ha creado ni entregado a los hombres, carece
de significado, valor, poder, adquisitivo en este caso.
Los ministros-empresarios de la iglesia de la Prosperidad tiene opiniones
contradictorias respecto al status económico de Jesús y los apóstoles,
unos dicen que era un gran millonario, apoyado económicamente por las
mujeres aristocráticas que le seguían, caso Juana, la mujer de Chuza. Y que
sus discípulos eran millonarios empresarios pesqueros, dueños de una
significativa empresa pesquera. Los otros “prósperos” tiene una opinión
despectiva al respecto, declaran que los apóstoles fueron pésimos
administradores de los dineros que recibieron en tan multitudinarias
“campañas” de evangelización, por de hecho: debieran haber construido,
como primera cosa, una gigantesca iglesia para contener a los miles que se
convertían al cristianismo. Lo primero convertiría en un farsante al nivel
de estos profetas mediáticos de la prosperidad al Señor Jesucristo cuando
sentencia en Mateo 6:24 que “No podéis servir a Dios y a las riquezas…” Y
convertiría en un condenable mentiroso a Pedro cuando a la puerta de La
Hermosa dice al menesteroso inválido: “No tengo plata ni oro…” Eso nos
plantea una cuestión que debe dirimirse de inmediato: ¿Le creemos a los teólogos de la prosperidad y desechamos a Jesús y los apóstoles por
farsantes y mentirosos? Eso no solo significaría dejar de tener a Dios como
nuestro Padre y Dios, sino que también nos obliga, coherencia de por
medio, a desechar las Escrituras. Y si respecto a lo segundo, los discípulos
fueron tan malos administradores, ¿por qué habrían de construir una
iglesia gigantesca si no tenían comisión para ello y si solo treinta años más
tarde de la crucifixión el templo de Salomón fue destruido hasta sus
cimientos, cumpliendo la profecía del mismo Señor Jesucristo? ¿Fueron
pésimos administradores porque no abrieron una cuenta bancaria,
posesionándose de las donaciones de los seguidores en lugar de
repartirlas en partes iguales? Otra vez tenemos en el medio el argumento
de la razón (teología) contra la revelación del amor de Cristo en el
cristianismo. Lo que yo he llamado en este trabajo el misticismo
materialista de los “ministros” protestantes organizados les ha llevado a
creer rotundamente que el poder de Dios se traduce en dinero y no en
mero poder de Dios, ese que está definido en el Antiguo Testamento
como un poder que no se basa en la espada, en la fuerza, en los ejércitos,
en suma, en el materialismo, caso dinero, según tratamos, sino en el
Espíritu de Dios.
En vano el Señor Jesucristo nos presentó el ejemplo del Joven rico (y en
vano lo escribieron para la posteridad los apóstoles) He aquí una cuadrilla
poderosa (económicamente) de pastores denominacionales
contradiciendo cada una de las palabras y actitudes, y enseñanzas de
Jesucristo contra el dinero. “Cuán difícilmente entrarán en el Reino de Dios
los que tienen riquezas…” No, de no de burro, asno o de mulo: los
apóstoles de la prosperidad pueden probar lo contrario al Maestro de
Galilea. Con hechos y palabras. ¡Y palabras de la Palabra misma que
inspirase el Espíritu Santo! Jesucristo ha sido descalificado
arrolladoramente por la iglesia de la Prosperidad. Solo sino repetido,
también lo descalificaron los poderos millonarios del Templo, -caso Anás
y sus 4 hijos-, que enajenadamente fundamentados en su aristocrático
poder social, religioso y económico preguntaban a los gritos: ¡Acaso ha
creído en este algún gobernante…! Como creían que les “creía” a ellos el
imperio romano que los tenía sometidos.
Es muy fácil conocer el status económico de Jesús, quien declaró que ya
no andaría más con sus discípulos, sino que estaría en ellos: Jesús no tenía
un peso. Eso se desprende del relato del momento del pago del tributo
aquél, cuando manda a uno de los suyos a levantar un pez, en cuyo
interior encontrarían el monto exigido por el recaudador. Si no, es un
perfecto tacaño que amontonaba sus riquezas para sí y prefería hacer un milagro a gastar uno de los pesos que amontonaba “secretamente”. Si eso
hubiese sido verdad y si el dinero hubiese sido un factor tan
preponderante en la comunidad cristiana original, ¿quién heredó la
“fortuna” de Jesucristo? Se supone que Jesús era mejor persona que un
ricacho común, de esos que al morir donan todo a alguna religión, la
católica principalmente. Y si realmente era superior a cualquier rico
mundano, ¿a quién donó sus millones de dracmas, talentos y denarios? ¿O
creerán los apóstoles de la Prosperidad que efectivamente Jesús no murió
y usó todo ese dinero para su viaje y vagabundeo final por la India?
No solo no tenía dinero, no repartía dinero en las multitudes con el cuento
de que era la “bendición” del Padre que está en los cielos. Aun más
sintomático: ¡jamás declaró que la señal del cristianismo era la
prosperidad económica! No, nos enseñó y dictaminó que “en esto
conocerán que sois mis discípulos, que os amáis los unos a los otros”.
Obviamente, no soy tan ingenuo, eso no significa nada importante y
trascendental en el dogma sectario de la iglesia de la Prosperidad, Jesús se
puede ir a la porra con los indigentes y pobres de este mundo, porque
ellos administran mejor su propia Palabra y tienen “grandes” bendiciones
predicando entre los ricos. Después de todo, Jesús no estudió ni fue
instruido ni en Administración de empresas, ni en las teorías de los Líderes
exitosos y cosas por el estilo. Porque es una auténtica imagen de patán
inculto y subdesarrollado la que proyectan con sus comportamientos los
teólogos de la Prosperidad frente a los conceptos, enseñanzas y persona
de Jesucristo.
Efectivamente, sí: Jesús es la contracara del mensaje de la Prosperidad:
indolente si se quiere, irresponsable, excéntrico, vago y fanático, un
delirante, sin aspiraciones personales, hasta un resentido social si se
quiere. Leamos algunas de sus "míseras y desacertadas" palabras: “Mirad
las aves del campo que ni siembran ni hilan y ni aun Salomón, con toda su
gloria, se vistió como una de ellas…” “No os afanéis por vuestra vida, qué
comeremos, qué vestiremos…” “Basta al día con su afán” “Haced más bien
tesoros en el cielo” “Vende todo lo que tienes y repártelo entre los pobres,
y sígueme” “El que quiera quitar la espada, entrégale también tu capa…”
“No solo de pan vivirá el hombre…” “Buscad primeramente el Reino de
Dios y su Justicia, y todo lo demás será añadido…” “Más bienaventurada
cosa es dar que recibir…”
Y aquí llegamos a un texto que es usado unilateralmente, porque la
bienaventuranza es “solo” para los de abajo, los de la congregación, pero
el mandamás lo recibe todo…Y no reparte por partes iguales, como se
estila en el cristianismo. Porque si hay economía en el cristianismo esta es igualitaria, lamentablemente: nadie merece más que el otro, ni aun los
que esgrimen vestiduras ministeriales. Ejemplo de ello nos dieron los
apóstoles. Pero, claro, eran pésimos administradores y derrocharon
cantidades fabulosas de dinero repartiéndolas en partes iguales entre los
congregantes. Pero la Biblia testifica que eso era un bien porque nos
relata que ninguno tenía necesidad de ninguna cosa, a causa de este
reparto apostólico. Sin embargo, hablar de esta economía es casi herético
en estos días.
Tuve la “mala” ocurrencia de predicar sobre este modelo económico en
una iglesia de Ipiales, la primera vez que ingresé a Colombia. Allí, a iglesia
repleta de mestizos y gente de la comunidad de Los Pastos, diserté sobre
esto, sobre el carácter dadivoso y fraterno de la iglesia primitiva con sus
ingresos. Al final de la reunión, me apartó a un lado el pastor local,
tomándome de un brazo. Me explicó que ese tema lo habían discutido en
una de las convenciones bimensuales que practicaba su comunidad, la de
los tabernáculos branham: y que habían llegado a la conclusión de que no
se podía hacer así ahora porque los tiempos habían cambiado. Le
pregunté si acaso eso significaba también que el Espíritu inspirador de
Dios y Dios mismo también habían cambiado con los tiempos. No
respondió directamente, pero me recalcó que era un acuerdo ministerial
de que ahora la economía cristiana no podía ser aplicada así. Claro que no,
no faltaba más, porque entonces bajarían vertiginosamente de nivel los
ministros y quedarían, ¡oh, gran desastre aciago y maledetto! a la misma
altura de cualquiera de sus congregantes. Y eso, ¡ni pensarlo! El status del
ministro se defiende aun con párrafos bíblicos si es preciso: ¡No toquéis a
mis ungidos! Mucho menos, no se les ocurra tocarlos en los bolsillos, ¡qué
horror, Dios mío!
Pero, haciendo honor a la verdad, Jesús, en realidad, jamás demostró ser
un mal administrador: no gastó jamás un solo peso, que no fuera de Él,
claro. Si observamos la Biblia, era Judas el que robaba el depósito y a eso,
hasta lo denuncia con molestia Juan en su evangelio. Judas era el hipócrita
que defendía el concepto de “administrar” bien el dinero, eso queda de
manifiesto cuando pone el grito en el cielo respecto al dineral que había
gastado la mujer que lavó los pies de Jesús. Allí queda claramente
expuesto el espíritu de los “administradores” de la economía del
“cristianismo de la Prosperidad. Jesús ni siquiera llevaba la cuenta de lo
que se reunía, siempre preguntaba cuánto había. Y nunca reunió a los
suyos para establecer maneras de reunir fondos, ni para construir iglesias,
ni para construir refugios de indigentes, ni para organizar comedores
populares, ni siquiera habló de fondos misioneros. En eso fue bien directo y escueto cuando comisiona a los suyos de dos en dos: “No llevéis bolsa, ni
alforja, ni espada…ni dinero” Eso está expresado claramente. Hoy en día
si no hay dinero para pasajes de ida y vuelta en avión, los misioneros no
salen a ninguna parte. Y si no, lo más parecido a viajar sin dinero que
practican las iglesias de hoy con sus misioneros es el método y la
interpretación más perversa de esta modalidad de Jesús al respecto: La
iglesia “respalda” con su “cobertura” al enviado, pero éste debe
financiarse con su propio bolsillo. ¡Y pagar sus diezmos y un porcentaje de
ofrendas, aportes y donaciones a la iglesia que le da su “cobertura”!
Negocio redondo: consiguen un gil idealista, no ponen un solo peso y
ganan. No solo dinero, también son conocidos y pueden extenderse por
doquiera que pasó el misionero quién sabe cómo.
El colmo de lo burlesco me parece que fue lo que protagonizó mi tío en
Paraguay, ministro de la Iglesia de Dios, cuya capitanía general se
encuentra en Estados Unidos. Idealista, comprometido y amante de la
causa, se largó a conquistar el Paraguay con cuatro monedas, construyó
más de siete iglesias con mano propia, casa pastoral incluida, como el
modelito de iglesia de los yanquis. Luego, un día cualquiera, apareció un
alto comisionado denominacional de Norteamérica, venía a premiar con
un diploma a mi tío y a mostrarlo como un ejemplo de que es posible
construir una organización sin dinero. Y, claro, si el dinero y el esfuerzo lo
ponen los giles como tío. Negocio redondo. ¿Dios reconocerá los
esfuerzos de mi tío? Está complicado comprometer a Dios en eso, Él no
nos comisionó a construir iglesias organizadas y tampoco la Iglesia de Dios
denominacional nos puede probar que tienen la representatividad del
Dios de la Gloria en la tierra. Está complicado el tema. Ya Caín ofreció
ofrendas al único Dios conocido por entonces, y no le fue muy bien.
Aunque adoraba en compañía de Abel, erró desastrosamente.
Víctima del sincretismo de conceptos sobre el cual fue inventada la iglesia
protestante, que reclama albergar a Dios bajo su techo blasfemo,
confunden las promesas hechas por Jehová Dios al pueblo judío, a quienes
Él trata como nación, mientras que a nosotros los gentiles como
individuos, y ciegos en su teología monetaria crean un absurdo
enfrentamiento entre Jehová Dios, el Padre y el Señor Jesucristo: Jehová
proclamando riquezas y prosperidades no solo a la nación judía, también a
los herederos de Ismael, el hijo de la sierva de Abraham y el Señor Jesús
más acá, bajo los auspicios de la dispensación clamando: ¡No podéis servir
a Dios y a las riquezas! ¡Cuán difícilmente entrarán en el Reino de los
Cielos los que tienen riquezas! Con el agravante de que hay un solo Reino
de Dios y este no está dividido, y con el supremo agregado de que Jesús recibió toda potestad en el cielo y en la tierra cuando triunfó sobre la cruz
del calvario. ¿Cómo pueden o podrán conciliar dos posturas tan opuestas
entre sí?
Para los trinitarios recalcitrantes enfrentar a Jesús con Jehová no reviste
problema alguno, porque ellos creen en tres personas físicamente
hablando, pero, ¡qué mal los unitarios -pentecostales y branhamitas-,
participando de este juego de rechiflados religiosos, demostrando un
absoluto desconocimiento de la Deidad! Insertar las profecías de Jehová
Dios a su pueblo hebreo en el mero centro de la dispensación de la Gracia,
es una simple práctica de sincretismo. Como lo define C.I. Scofield en un
trabajo de su autoría titulado: “Traza bien la Palabra de verdad”: “Es
judaizar a la iglesia gentil” Para continuar diciendo: “Se puede decir
impunemente que al tratar de judaizar la Iglesia, se ha impedido su
progreso, pervertido su misión y destruido su esencia espiritual en forma
superior a la de todas las demás causas justas juntas. En vez de proseguir a
su camino señalado de separación, persecución, odio del mundo, pobreza y
abnegación, la Escritura judía le ha servido para justificarse en rebajar su
influencia en la civilización del mundo, la adquisición de fortunas, el
empleo de un ritual, la erección de iglesias magníficas, la bendición de Dios
sobre los conflictos de ejércitos y la división de una hermandad igual, en
“cleros” y “laicos”.
En los tiempos del mensaje de Juan a las siete iglesias de Asia, se
desprende que el nicolaísmo daba sus primeros pasos desde la primera
edad, manifestándose como un espíritu que luego se corporiza
contundentemente en el siglo tercero con la instauración de la iglesia
católica de modo legal, como aparato oficial religioso del estado, así
también, envuelto en todas esas manías y mitomanías religiosas
organizadas nominalmente venía también este espíritu de la teología de
prosperidad, aunque ya manifestado en la familia de Anás, atacado por
Lutero, también lo denuncia Scofield y lo confirma D.L. Moody, es decir:
vino in crescendo, ahora nadie lo puede parar. Bueno, no mano humana y
ungida, porque no hay unciones proféticas al respecto, pero sí les ocurrirá
el mismo final del templo de Salomón: no quedará piedra sobre piedra,
pues la destrucción de las iglesias paganas y blasfemas es privilegio de
Dios exclusivamente. Y es conocido del carácter de Dios que las
destrucciones eclesiásticas que practica no las ejecuta por mano de
hombres ungidos, de alguna manera las pone en conflicto con los poderes
mundanos y estos las destruyen, como Tito destruyó el aparato judío,
como Babilonia destruía y saqueaba el Templo en sus tiempos imperiales.
La iglesia de la Prosperidad, en su carrera economicista chocará algún día con los poderes empresariales, bancarios y políticos de los gobiernos con
los cuales se prostituye y caerá ignominiosamente. Camino que ella misma
ha elegido en su soberbia y ambición “sacrosanta”.
Cierto día, mientras recordábamos con amigos en Cristo nuestras viejas
experiencias evangelísticas de la juventud, en los años 70’s, nuestros
ayunos y nuestras vigilias en los montes de Quilpué y Casablanca en Chile,
y nuestras continuas giras de predicar y cantar por doquier, nos
interrumpió un sobrino de mis amigos, con un sano discurso desafiante y
sermoneándonos a la vez, diciéndonos que si habíamos sido tan
espirituales, porque no regresábamos a la iglesia y continuábamos el
accionar tan militante de antes. Le respondí que había una diferencia
irreconciliable entre la experiencia eclesiástica de hace 20 atrás y la
experiencia de las iglesias actuales del siglo veintiuno. Pues, en nuestra
generación los mensajes que se predicaban nos ungían e influenciaban de
tal manera bíblica que cuando terminaban las reuniones, nosotros
salíamos directamente en busca de un monte, un lugar solitario, una
playa vacía para demandar de Dios esos dones, esos ministerios, esas
militancias apostólicas, esa investidura de Poder de lo Alto, esos frutos del
Espíritu que nos prometía la Palabra de Dios por medio de las enseñanzas
bíblicas. En cambio, “esta iglesia de ustedes los “unge” de otra manera:
cuando terminan sus reuniones, ustedes salen en demanda del éxito, de la
prosperidad económica, creyendo que recibirán por fin sus títulos
profesionales, creyendo que hallarán un trabajo bien remunerado,
creyendo que “gracias a Dios” serán poseedores de un gran poder
adquisitivo, creyendo que lograrán ese automóvil de última generación,
creyendo que podrán comprar esa casa tan deseada y cuanto milagro
económico puedan ustedes imaginar. Nunca será posible que mis amigos y
yo nos reintegremos o nos identifiquemos a una iglesia moderna y
blasfema como esta, que copó todos los espacios sociales y políticos del
sistema y suplantó pervertidamente al cristianismo con su dogma de las
finanzas, del exitismo bendecido, del consumismo profetizado como una
suprema bienaventuranza de Dios. Eso es blasfemia con todas sus letras.”
Obviamente, es un dios quién los bendice, y el Señor Jesucristo declaró
hasta el nombre de ese dios llamándole Mammón y señalándole como el
dios de las riquezas, y me parece que Jesucristo sí sabía lo que decía y sí
sabía todo en cuanto a materia de dioses. Ninguno puede servir a dos
señores: o servía a Mammón y sus riquezas o servían al Padre que está en
los cielos y a Él, que fue dignificado con la entrega de toda la potestad en
los cielos y en la tierra. Mientras la palabra clave de la teología de la Prosperidad es el éxito, la
palabra clave del Señor Jesucristo es: la investidura de poder de lo Alto.
Mientras la pregunta clave de los jerarcas delirantes de la iglesia de la
Prosperidad es: ¿Es usted un creyente próspero? La Pregunta clave del
apóstol principal en cuanto a la edificación de la iglesia primitiva y original
es: ¿Habéis recibido el Espíritu Santo cuando creísteis? Diferencias
irreconciliables.
Nada más apóstata y malvadamente blasfemo que ofrecer los reinos de
este mundo como bendición de Dios a sus elegidos. Basta mirar el
encuentro de Jesús con satanás en el desierto, cuando el diablo, como
perfecto ministro de la prosperidad le exhorta la primera versión histórica
del mensaje de la Prosperidad, ofreciéndole todos los reinos de este
mundo, bolsa de valores incluida, complejos bancarios mundiales,
aparatos empresariales globales, pidiendo solo una cosa a cambio, una
cosa religiosa, o católica o protestante, pero solo se trataba de una sola
condición y de índole religiosa: “…si postrado me adorares…” Porque
satanás creía, como sus prosélitos actuales de la teología de la
Prosperidad, que Jesús era un profeta, o apóstol, o ministro mediático
manufacturado y fabricado en serie en algún instituto teológico. Pero,
Jesús era y es el Rey. Su Rey incluso, su Dios incluso, su Señor incluso, ese
Señor terrible y omnipotente que lo atará por mil años, para después
lanzarlo al lago de fuego ardiendo. Y los cristianos que trata de engañar
con su cuentico falaz de la prosperidad: sus Hijos e Hijas, comprados a
precio de sangre, de los cuáles, ninguno se perderá, ni en la iglesia
católica, ni en la iglesia protestante de la Prosperidad. Pregunta que
deben responder los profetas y apóstoles de la teología de la Prosperidad,
¿Con qué poder y en qué nombre engañarán a alguno de Sus elegidos con
su atorrante mensaje de la prosperidad?
Los orígenes del espíritu y del mensaje de la teología de la prosperidad y el
dios patrocinador de esta expresión religiosa y sectaria están claramente
expuestos, se remontan al desierto que eligió Jesús para su ayuno célebre.
Porque, ¿podría el Creador de todas las cosas, el Dios Viviente y
Verdadero bendecir a sus hijos con los reinos de este mundo que
administra satanás? ¿Por qué motivo religioso bendeciría Dios a los suyos
convirtiéndoles en empresarios exitosos en el reino de satanás? Él no
daría a sus hijos una serpiente para responder a sus demandas de
protección, abrigo y pan.
Es natural la contradicción evidente entre ambas iglesias, mientras la
Iglesia del Dios Viviente pone su mira en las cosas de arriba, la iglesia
místico-materialista pone su mira en las cosas de este mundo. La oferta que rechazó Jesús, la acepta gozosa esta iglesia blasfema de manos del
mismísimo gran tentador.
Nunca discutió Jesús al diablo desmintiéndole acerca de la posesión de
estos reinos. Como en todo lo relacionado a la creación, nadie más
autorizado que Jesús para determinar la condición de la tierra, sus reinos y
sus seres humanos. Jesús conoce la historia de la organización del sistema
desde sus orígenes, si los teólogos de la prosperidad lo conocen, y yo creo
que así es efectivamente, se hacen los reverendo locos al respecto porque
no conviene a sus intereses, pero ellos saben que a este sistema lo
organizó Caín y su simiente, ellos organizaron el primer ejército en la
persona e inspiración de Nemrod, con los cuales invadieron a todo reino
aledaño en el exitoso primer intento original de imperialismo; ellos le
dieron al mundo los mejores artífices en ingeniería, ellos le dieron al
planeta la primera religión estatal organizada, ellos le dieron al mundo los
mejores cultores del arte de las letras, música, escultura y pintura, ellos
dieron los primeros científicos, ellos proveyeron al sistema de los primeros
políticos y de los primeros filósofos. En otras palabras: ellos civilizaron al
mundo conocido de entonces. Eso no les asegura ni les compra la
salvación, ni a ellos ni a nadie. La generación, la simiente de Caín no está
en los planes de salvación del Creador. No hay Biblia que prometa
redención a esta simiente. De hecho, Caín no es contado en el libro de las
generaciones y la misma Escritura sentencia que “todo aquél que no fue
hallado en el libro de la vida, fue lanzado al lago de fuego ardiendo” De
toda esta historia metropolitana, urbana, imperialista y sistémica era de
una obviedad absoluta que Jesús tenía un claro y acabado conocimiento,
por eso satanás no consiguió su propósito con Él: lo ha conseguido con
esta inquietante ramera protestante que se pavonea por el mundo
haciéndose llamar la iglesia de la prosperidad, repleta a estas alturas de
apóstoles y profetas millonarios y famosos en todo el orbe vía internet, vía
señal satelital de la Televisión mundial. Ya lo predicó advirtiendo su
destino final el histórico Moody, apoyado en las palabras de Jesús: ¿Qué
aprovechará el hombre si granjeare todo el mundo y perdiere el alma?”
“¡Necio, esta noche vienen por tu alma!”
Tengo un lindo amigo, es pastor en la ciudad de Córdoba, Argentina.
Lamentablemente es un pastor adscrito a la teología de la prosperidad y
cuando asistía a sus reuniones me causaba desazón, malestar, impotencia,
hasta bronca, cuando era anunciado para predicar y antes de comenzar el
sermón, se despachaba media hora de auténticas presiones que obligaban
a su gente, casi todas de niveles sociales bajos, a dar, dar, dar hasta que
les duela, como la viuda de las dos blanquitas, dar, dar para prosperar, etc. Un mediodía de aquellos, al venir en su automóvil, de regreso de haber
almorzado junto a ellos en su hogar en el barrio Maipú, su esposa, al ver
pasar velozmente por la carretera un carro rojo, último modelo, cero
kilómetro, me preguntó volviéndose a mirarme a mi asiento trasero: “¿No
te gustaría, Rafa, que Dios te bendijera con un cero kilómetro como ése?”
Le respondí que no, que yo era más ambicioso, que yo quería ser
bendecido por ese Espíritu de Dios que sobreviviría a todos esos juicios
que destruirían todos los elementos ardiendo, automóviles incluidos,
calcinándose en el fuego de la ira de Dios. Se sonrió y replicó: “Bueno, así
nunca tendrás nada”
Tener nada no me haría perder el cielo y sus recompensas, la amenaza de
la pérdida del Reino de Dios son las riquezas, así lo advirtió Jesús. Hay un
evidente y muy cierto riesgo de perdición en la vida de las riquezas
materiales, en la religión de las riquezas materiales. Para la pobreza no
hay amenazas de infiernos ni lagos de fuego ardiendo, ni amenazas de
tinieblas de afuera, donde es el lloro y el crujir de dientes. Eso es lo
notable del cristianismo, un pobre no será rechazado por el Rey por su
condición de clase, pero sí puede serlo un rico en su condición. En la
cuestión salvación es un peligro ser rico, ser adicto a las riquezas, aspirar a
las riquezas como finalidad y meta de la vida, como nos menciona Moody
en su ejemplo de la madre cristiana que deseaba que su hijo fuese un gran
millonario. La pobreza no significa ningún peligro al respecto. Al menos,
no encontramos palabras de Jesucristo amenazando o condenando esta
condición. No digo de mí mismo que es imposible la salvación o que
tengan cerradas las puertas de la Gloria los que poseen riquezas y gustan
de vivir rodeadas de ellas. Es Jesucristo quien sentencia al respecto. Pero,
sí digo, en base a la exposición de las Escrituras, que levantar una iglesia
sobre el fundamento de la conquista de las riquezas materiales de este
mundo como la manifestación del cristianismo legítimo y verdadero en
este mundo: es una absoluta blasfemia y una gran mentira predicada con
apariencia de piedad. No son las posesiones materiales, poder adquisitivo,
ni riquezas de este mundo lo que ha repartido el Espíritu Santo a los
hombres desde su debut universal en el aposento alto. Y cuando estos
ciento veinte hombres y mujeres descendieron del aposento alto, como
ebrios por causa del peso de la unción recibida, no dirigieron al público un
mensaje de prosperidad material ni de promesas de bendiciones exitistas,
ni una arenga a practicar el consumismo enajenante confiando en la
unción del poder de lo Alto. Y da la casualidad que el Espíritu Santo es uno
y el mismo, por todas las edades y hasta el fin del mundo. Cuando los apóstoles se refirieron a los tesoros, hablaron en total sintonía
con el mensaje de Jesucristo, cuando éste aun los acompañaba de cuerpo
presente por los caminos de Galilea. Ellos no hablaron de denarios, de
dracmas, de talentos de plata y oro a caudales como bendiciones a
quienes creyesen en el resucitado, hablaron de un Dios “rico en
misericordia”, de los “ricos en buenas obras” (Pablo), “ricos en fe”
(Santiago). Hablaron de las “riquezas de su benignidad”, “las riquezas de
su gloria”, “las riquezas de la sabiduría de Dios”, “las riquezas de la gloria
de su herencia”, “riquezas de su Gracia”, “riqueza de Cristo”, “las riquezas
de pleno entendimiento”, “por mayores riquezas el vituperio” (Pablo). Y si
se esgrimen las epístolas de Pablo para justificar la exigencia de las
ofrendas, esas donaciones y ofrendas no eran para financiar sus
apostolados o engrosar sus cuentas bancarias personales, eran para
repartir entre los pobres, como fue la costumbre desde los días del inicio
de la primera iglesia, ungida por el mismo Espíritu que ungió el ministerio
internacional de Pablo. Estos seudo apóstoles de la iglesia de la
Prosperidad saquean los bolsillos de sus congregantes para provecho de sí
mismos, para engrosar sus cuentas bancarias, para embellecer sus
edificios religiosos, para viajar por el mundo, para que sus hijos se
eduquen en las mejores escuelas privadas, para que sus hijos, hijas y
esposas vistan con lo mejor de la moda, para conseguir status, nivel,
aristocracia, para tener residencias en los barrios exclusivos de las
ciudades que habitan, porque ellos, como altos dignatarios de la religión
no se “merecen” y no tienen por qué vivir en las barriadas miserables que
habitan la mayoría de los humanos que saquean y explotan con el cuento
perverso de la prosperidad, pasándose por el bolsillo trasero la esperanza,
la fe, las necesidades, y el hambre de esos pobres e infelices crédulos que
les mantienen y edifican sus costosos imperios religiosos personales.
Jamás reparten sus ofrendas y donaciones con los pobres. Eso nunca. Que
los pobres oren y ayunen si quieren tener el nivel de vida que tienen ellos
gracias a esos mismos miserables del ultraje teológico. O, que se hagan
pastores…como ellos, claro. Futuro asegurado, en este mundo, por
supuesto, si la religión es conocida como negocio próspero, pero no tienen
futuro en la vida eterna. Y da la casualidad de que de vida eterna se trata
el evangelio del Reino del Señor Jesucristo. “Mi reino no es de este
mundo”
Otro ex amigo, de San Bernardo, Chile, mientras compartíamos en su casa,
tocando nuestras respectivas creaciones musicales para Dios, en un
descanso me habló con aire de haberse decidido a contarme una de las
cuestiones más importantes de su vida: “Rafa, llegó un momento en esta casa, en el cual era imprescindible conseguir una computadora. Llamé a mi
esposa y a mi hijo y nos hincamos delante de ese sillón que ocupas tú en
este momento. Así, comenzamos a pedirle a Dios una computadora para
este hogar. Y, mira tú, cómo son las cosas: al día siguiente de orar, me
encontré con un amigo que no veía desde hace mucho tiempo y me dijo
que justamente había estado pensando en mí la noche anterior. Estaba
por vender su antigua computadora para comprarse otra. Me vendió bien
barata, Rafa. ¡En menos de veinticuatro horas hubo una respuesta de Dios
para nuestra oración!”
Me quedó mirando expectante y con una acentuada sonrisa de
complacencia, esperando qué comentarios hacía yo respecto de su
“testimonio”. Como no dije nada y seguí tocando distraídamente mi
guitarra, me preguntó: “Bueno, ¿qué piensas tu de lo que te conté?
Le respondí que no pensaba nada, que estaba lindo, ¿qué más? Al otro
día, muy temprano a la mañana, con un sol pálido asomando
somnolientamente sobre el paisaje rural de aquella ciudad, le acompañé a
la parada del ómnibus que le llevaba a su trabajo. Volvió a preguntarme
sobre el tema de la computadora, porque sabía que yo tenía una opinión
que no le había dado. “Y bueno, Rafa, ¿qué piensas de lo que te conté
anoche? “Ya te dije, está lindo” “No, no, no… Déjate de cosas y sincérate
conmigo. Yo sé que no me dijiste lo que piensas”
Y, bueno, le dije. Le dije que me parecía una barbaridad el tema. Le dije
que sospechaba de todo eso. Le dije que cómo era posible tanta falta de
respeto por el Rey. Le dije que en su condición de persona apartada de
Dios, como estaba, debía de haberse arrodillado a clamar por su
restauración personal y la salvación de su familia y no a clamar tan
compungidamente por un cachivache electrónico de segunda mano y
pagado en tres cuotas. Le dije que no creía que en la Gloria de Dios
hubiera un tan gigantesco shopping, repleto de accesorios y cacharros,
para que los ángeles repartiesen heladeras, automóviles, compus, cocinas
y bacinicas a los llorosos necesitados religiosos de la tierra. Le dije que me
parecía un insulto a la Divinidad creer que esa espantosa muerte de
Jesucristo en el calvario era la práctica materialista de un sacrificio de
sangre atroz, para que los consumistas religiosos de este mundo
consiguieran sus caprichitos domésticos. Etc. Le dije todas las etcs.
Como sean las cosas, y como son, con profetas y apóstoles millonarios,
con sus megalíticas construcciones eclesiásticas, con su “bendito” poderío
económico y con ese innumerable ejército de empresarios profesionales,
estudiantes prósperos y exitosos que militan en sus aristocráticas filas, la
iglesia de la teología de la prosperidad terminará mal. Apocalipsis 17 advierte el final de la iglesia imperial de Roma, que confió su reinado e
influencia en las riquezas de este mundo, no solo para expandir sus
dominios, sino que también para seducir y someter todos los reinos de
este mundo a su credo apóstata: “En una hora han sido consumida tantas
riquezas”
No sé cómo podrían explicarnos los capos de la teología de la prosperidad
que las riquezas protestantes de ellos son diferentes a las riquezas
católicas de “ella”, la gran ramera. Ni cómo podrían explicarnos por qué
no les ha de pasar a ellos y sus riquezas lo mismo, si tenemos en cuenta
que las riquezas y el dinero de este mundo no son la plusvalía, ni la
moneda corriente del Reino de Dios. Teniendo en cuenta que Jesús y aun
sus apóstoles no fueron ministros millonarios como los protagonistas
protestantes de este tiempo. Teniendo en cuenta que el dinero no fue una
creación de Dios pensada para beneficiar a sus elegidos. Teniendo en
cuenta que Dios no necesita el dinero de este mundo para hacer funcionar
el aparato celestial de Su Reino. Teniendo en cuenta que nadie llevará un
solo peso consigo el día de su muerte. Teniendo en cuenta que no hay
banco, ni bolsa de valores, ni oficinas de transacciones comerciales
universales en Su Reino. ¡Cuánta pobreza insigne la de Jesucristo: hubo de
recurrir a un milagro ¿económico?, para pagar su impuesto de entrada a la
ciudad de Capernaum! ¡Y ni siquiera le sobró vuelto para ir a “bendecir” a
los suyos a algunos de los establecimientos Mc Donalds de la época!
Nunca les pasará lo mismo a los fanfarrones ministros de la prosperidad,
porque hasta con suficiencia y vanidad pagan alegremente el derecho de
andén de los aeropuertos. Dirán que en el tiempo de Jesucristo no había
aviones y que si tuviese que usarlos en este día, aunque no manejase
dinero, lo mismo precisaría de hacer un milagro para pagar el impuesto de
andén, y el pasaje, claro. ¡Por supuesto que haría un nuevo milagro al
respecto! Porque no sería esa clase repugnante de ministro potentado y
próspero que circula por el mundo gozando el despojo y el saqueo de
muchos. Aunque el tema da para mucho, porque no solo no había
aviones, pero sí había carros, de todos los modelos y estilos y de
diferentes nacionalidades asiáticas, europeas y africanas circulando por el
imperio de los tiempos de Cristo. Así también robustos ejemplares de
tracción animal, pura sangre y comunes, de todas las razas; mas, nada de
eso adquirió Jesucristo, ni para su uso personal como ministro, ni para
“bendecir” a los suyos con algún último modelo griego, árabe, fenicio o
romano. Exactamente así mismo actuaría hoy.
En honor a la verdad, y por mucho que duela y cause rispideces, la
teología de la prosperidad carece de sólidos y certeros argumentos bíblicos para sostener su falacia teórica, solo tienen la usurpación de las
profecías de Jehová Dios para el pueblo de Israel a nivel de nación, para
justificar la rapacidad voraz de sus ministerios dogmáticos y sus mensajes
comerciales. Pero, ya lo dijimos, eso es sencillamente judaizar
(transculturizar). Eso mismo practicaban algunos cristianos judíos de
renombre, como Pedro y Jacobo: tomaban el mandato de la circuncisión
judía para calificar y reconocer el cristianismo de los gentiles. Pero Pablo
tenía muy claro que ese elemento legítimo para los judíos, era una trampa
para los gentiles. Sin embargo, esa trampita es solo casi un detalle mínimo
comparado con la tramposa exposición teológica de la prosperidad,
porque un gentil puede hasta ser circuncidado, caso Timoteo y Tito, si se
quiere, y no corre el riesgo de perder su salvación. Más preocupantes y
que provocan inquietos sobresaltos son las palabras de Jesús respecto a
las riquezas, y sí que merecen una atención mucho más teológica que la
atención teológica que han puesto estos enfermizos teólogos chupa-
sangre sobre las promesas de prosperidad hechas al pueblo judío por El
Padre Celestial. Pero, como dije en párrafos anteriores, trinitarios la
abrumadora mayoría de ellos, Jesús los tiene sin cuidado, porque solo es
el Hijo y siempre el papá será más importante. Eso se comprende porque
es obvio que no poseen revelación de Deidad en sí mismos, pero me
pregunto dónde irán a parar estos bobalicones unitarios que engañan y se
engañan con el mismo cuentico. Y que será de esos despistados
branhamitas que sueñan con la misma prosperidad que sueñan y
persiguen tan rabiosamente sus “enemigos” religiosos.
Dos discípulos de los tabernáculos del mensaje branhamita conversaban
entre sí en Buenos Aires, en casa de un amigo, mientras yo asistía
pasivamente a su charla y se decían el uno al otro: “Mi hermano, yo pienso
que un hombre que está bien con Dios, es un hombre próspero, con trabajo
y sin necesidades materiales. El diablo es el que empobrece a la gente.”
Así mismo pensaba aquél pastor sicopático del Tabernáculo de la
Restauración en Valparaíso, Chile, el puerto hermano del puerto de
Buenos Aires, y él, a su vez, hermano de los muchachos que pensaban la
prosperidad en voz alta: Cuando Ernesto Riquelme se encontró un tesoro
español, conteniendo 62 doblones españoles de oro, de cien gramos de
peso cada uno de ellos, no tuvo mejor ocurrencia que llevárselo a su
pastor para que él le dijese qué hacer con tamaño encuentro. El muy
avispado ministro branhamita, con los ojos deslumbrados exclamó: “Esta
debe ser la bendición de prosperidad que tanto le hemos pedido al Señor”
Y ahí mismo arrebató el arcón de las manos ingenuas de mi buen Ernesto
y nunca más volvió a ver doblón alguno. Terminarán prósperos, como a ellos les gusta: prósperos en
lamentaciones, ricos en desgracias, porque tendrán solo para ellos y a
manos llenas y en abundancia, todos los fuegos de los airados juicios de
Dios. Lamentablemente.
El argumento de los muchachos en Buenos Aires, es el mismo argumento
de la iglesia de la prosperidad: Quién está bien con Dios, prospera. Quien
anda mal con Dios, es empobrecido por el diablo. Sin embargo, es un
terrible error de apreciación en las personas que militan en la religión de
“al revés”. No se ven así los dos protagonistas del desierto: Jesús se ve
pobre y desposeído y satanás se muestra rico, poseedor de todos los
reinos de este mundo. No obstante, no podemos decir que Jesús estaba
empobrecido porque andaba mal con Dios. Y el diablo no gozaba tanta
riqueza porque estaba bien con Dios. Eso no pueden certificarlo ni los
gurúes potentados de la Prosperidad. Inclusive, el diablo aun siendo el de
la plata y las posesiones, y es el próspero ministro de todos los ministros
de la prosperidad, tampoco fue quien condenó a la pobreza a Jesús en ese
momento decisivo e histórico. O capaz que los teólogos de la prosperidad
puedan y de seguro aseverarán lo contrario, tan audaces ellos. Porque
hace mucho tiempo ya que los ministros de la prosperidad no solo
aceptaron todos los reinos de este mundo, sino que también hace mucho
que están adorando al que dijo ser el dueño de ellos en el desierto. Si no,
no lucirían tan prósperos, porque lucen más adinerados y lustrosos que
ese indigente mesías que ayunaba en el desierto.
Muchachos amigos que asistían a una iglesia de la Prosperidad en Quilpué,
Chile, me contaban que el pastor de aquél templito economicista, se
despachaba mensajes en los cuales aseveraba que Dios necesitaba
profesionales, ingenieros, médicos, arquitectos, otra clase de gente no
heredaría el Reino de los Cielos, perdedores no entrarían a la Gloria. La
pregunta es: ¿Para qué necesitaría Dios tanto ingeniero y tanto arquitecto
si la Ciudad ya está hecha? Ya están todos sin trabajo. Dios no construiría
una Ciudad de Gloria con mano humana, se cae de maduro, ¿Abogados se
necesitan en el Reino? ¿Para qué? ¿Acaso Él no es el abogado por
excelencia? ¿Médicos hacen falta en el Reino de Dios? No tiene son ni ton:
en medio de la Ciudad hay un árbol cuyas hojas son salud para todas las
naciones. ¿Médicos para que dosifiquen la medicina de las hojas del
árbol? Eso es ridículo.
Daniel Márq uez, mientras íbamos a una reunión con hombres de negocio,
en una óptica de Córdoba, Argentina, me cuenta su sueño “espiritual”:
“Soñé que me llamaban a la casa de gobierno. Me recibía Carlitos Menem
y que me extendía un cheque firmado por él. Lo miraba yo al cheque y le decía al Presidente: Está vacío, señor Presidente, no tiene cifras indicadas.
Y Carlitos me decía: Ponéselas vos, Daniel”. Termina diciéndome con una
resplandeciente sonrisa: “Eso sería una gran bendición si eso se cumpliese,
Rafa”.
En Rancagua, Chile, el obispo de la Corporación señala sin mirar a la
congregación, con su dedo pastoral y dice: ¡Póngase de pie, hermano y
testifique su bendición! Y un tembloroso individuo se levanta lloroso y
comienza a testificar: ¡Yo tenía una deuda de tres millones de pesos,
hermanos. Y debía pagarla al banco al día siguiente y no tenía de dónde ya
conseguir el dinero necesario, me embargarían todo y luego iría a la
cárcel. Pero, a la mañana de ese día siguiente, alguien golpeó mi puerta
antes de las ocho de la mañana y al abrir me encontré frente a un
hermano no muy conocido que me dijo: Dios me habló anoche, mi
hermano, y me ordenó que le trajese esto. Me dejó un cheque en mis
manos y se fue: ¡Era justamente la cantidad de dinero que necesitaba para
pagar mi deuda! Las glorias a Dios remecieron el edificio. Luego de ese
testimonio, el obispo se dirigió a cualquier persona, apuntándola con su
mano sin mirar en qué dirección señalaba su dedo y diciendo: “Testifique
para el Señor, hermana! Se levantó una hermana temblando y llorando,
diciendo así: “Yo le pedí una casa a mi Señor, para poner un negocito
pequeño para subsistir, porque no tenía dónde vivir, hermanos. Hoy tengo
una casa de dos pisos, la planta de abajo es un gran almacén. Todo eso es
solo por la misericordia de mi Dios”. El muchacho que me acompañaba
estaba alucinado, me tomó del brazo preguntándome alborozado: “Qué
glorioso, Rafa, ¿qué te parece a ti? Lo miré sonriente: “¡Viejo querido,
fíjate que no hay testimonios de haber recibido dones, ministerios, oficios,
frutos del Espíritu. Todo es dinero, dinero, dinero. Así no es el cristianismo.
¿Acaso nadie aspira a ser un apóstol, un discípulo de Cristo? Se desvaneció
su sonrisa y bajando la cabeza murmuró: “¡Tienes razón, nada de Dios,
nada de Cristo, pura plata no más!
Quizás el apóstol mayor de toda esta herética teología monetaria, sea el
mismísimo Oral Roberts. Gran ícono norteamericano del protestantismo
en los 60’ y 70’. Se enriqueció sideralmente con su ministerio y sus
programas televisivos, aun estuvo envuelto en un escándalo financiero de
siete millones de dólares por el mismo tema de la televisión. Su hogar es
un verdadero palacio y como así también la iglesia que dirige. Hay una
universidad que lleva su nombre y aun es el gurú de muchísimos ministros
de la prosperidad. Hace unos meses, ya instalado en Ecuador, pude
presenciar un testimonio de este jeque protestante usamericano a través
de Enlace, el canal oficial de los millonarios protestantes de Latinoamérica. Quien no tenga la “bendición” de aparecer en sus
programas, es un ministro mediocre y bajo eterna sospecha. Y,
obviamente, un pastor no exitoso y con los bonos muy por debajo de los
bonos de un “verdadero ministro” del señor de este mundo. Ese que ya
dijimos, le ofreció ufano e inútilmente todos los reinos de este mundo al
Rey. Maldonado, creo es el apellido de uno de los más importantes
“ministros” de este canal sacrosanto. Y él mismo, en medio de un
programa, muy circunspecto y serio, con esa cara típica de ministro que
anuncia cosas muyyy relevantes, revelaciones y visiones trascendentes,
anuncia ceremoniosamente que tiene un testimonio muy importante para
todos los ministros presentes en el estudio y para todos los espectadores
que están en sintonía. Ocurre que el apóstol Oral Roberts ha tenido una
visión. El anciano norteamericano tuvo la visita de un ángel y este se
presentó ante él con sus dos gigantescas manos extendidas hacia el
famoso predicador y repletas de… oro y joyas preciosas, una, y la otra
repleta de dólares, diciéndole: “Elige una mano y toma todo lo que hay en
ella”.
Estremecido por su propio relato, el moreno anfitrión y apóstol de la
prosperidad, aun serio y ceremonioso, continúa exhortando a todos que
crean, que Dios es grande y tiene grandes promesas, y grandes
intenciones de prosperar a los que tienen temor de su nombre.
La moraleja próspero-centrista (por favor, respétenme el derecho de
autor de este nuevo término), es: Prosperidad o Prosperidad. Los dones
del Espíritu y sus frutos, para los anacrónicos y fanáticos extremistas
fundamentalistas del cristianismo marginal. El dinero y las posesiones,
para ellos. ¡Chán, chán!
Sí, chán, chán. Porque solo con un tango se puede amenizar el cuento de
la Prosperidad de estos seres encarnizadamente paridos y criados, y
enriquecidos en el más materialista de los dogmas antes aparecidos sobre
la tierra. Y sí, porque hasta está profetizado en el mítico tango
Cambalache que popularizó san Carlitos Gardel. Y aun, en lo literario
podemos encontrar algo semejante a la súper producción teológica de la
prosperidad en el mundo de Borges, en la obra Historia universal de la
infamia, en ese cuento titulado: Historia de los dos que soñaron. Riquezas,
claro.
Desgraciadamente, la prosperidad teológica tiene horario de vencimiento:
en una hora.
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