lunes, 20 de septiembre de 2010

Hno Rafael Mendoza


XII


LA PROSPERIDAD.

Durante el primer siglo incluso muchos de los sumos sacerdotes, dieron la impresión
de haber dejado de lado su amor a Dios por el amor al dinero, especialmente el Sumo
sacerdote ante el cual trajeron a Jesús, Annas, juntamente con sus cinco hijos, que le
sucedieron en su puesto. Como mejor se puede resumir el sacrificio del Templo
durante sus reinados es con las palabras: “El Mercado de la familia de Annas.” Josefo.

Lutero, que tenía un temperamento irascible, estalla. Le parecía absurdo que mientras
Dios salva gratuitamente, la Iglesia lo hiciese por pago. Además, la gente no hacía más
confianza sobre la promesa de Dios, sino sobre la seguridad del dinero dado. Los inicios
de la reforma luterana

Mera doctrina humana predican aquellos que aseveran que tan pronto suena la moneda que
se echa en la caja, el alma sale volando. 
Cierto es que, cuando al tintinear, la moneda cae en la caja, el lucro y la avaricia pueden ir en
aumento, más la intercesión de la Iglesia depende sólo de la voluntad de Dios. Tesis 27 y 28,
Lutero.

Estuve hace un tiempo atrás con un hombre con ciertos recursos, que se casó con una
mujer cristiana. Ellos habían tenido un hijo que murió. Él había sido un hombre muy
trabajador. Él murió. Cuando falleció, la viuda buscó todo el dinero, y dijo: "Mi
ambición es ahora que mi único hijo sea millonario cuando llegue a los veintiuno." Esa
es una meta muy baja, ¿no es así? ¡Y aquélla era una profesante cristiana! ¡Quiere que
su muchacho sea un millonario a los veintiuno! Ese es el hombre rico quien, en el día
del Salvador, fue llamado, NECIO: "Hoy vuelven a pedir tu alma".  D.L. Moody

¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!
Porque es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el
reino de Dios. Lucas 18:24 y 25.


El  pastor  Lucas  Márquez,  hace  venir  al  estrado  a  los  encargados  de
levantar  las  ofrendas.  Los  señalados  recorren  los  pasillos,  mientras  la
iglesia canta el típico cantito economicista que incita a los congregantes a
ofrendar  “de  corazón”,  para  el  “Señor”.  Al  terminar  el  recorrido,  los encargados  del  santo  servicio  de  recoger  dinero,  le  extienden  al
Reverendo  los  ofrenderos,  san  Lucas  Márquez  los  entreabre  y  otea
exhaustivamente dentro de ellos: el  contenido no  le  satisface. Entonces,
se dirige a  la asamblea en  tono de  reprimenda:  ¡Esta no es una ofrenda
digna para el Señor! ¡Debiera darles vergüenza!   A continuación  llama de
nuevo a  los  recolectores, ordenándoles:  ¡Pasen de nuevo por  cada  lugar
con  los ofrenderos, hasta  llenarlos! Antes de entregar  la última bolsita de
terciopelo  al  encargado,  se  dirige  nuevamente  a  la  congregación,
enarbolando un juego de llaves en su mano. ¡Quiero una ofrenda digna del
Señor!  ¡Dé hasta que  le duela!  ¡Yo daré  el  ejemplo: pongo aquí,  en  este
ofrendero, las llaves de mi automóvil!
Cuando  terminaron  el  segundo  recorrido,  Lucas  Márquez  examinó
nuevamente  la  ofrenda,  esta  vez  sonrió  ampliamente  complacido
lanzando  un  atronador  ¡Aleluya…!  Y  dirigiéndose  otra  vez  a  la
congregación, mientras  escarbaba  en  el  ofrendero,  exclamó:  ¡Esta    es
una  ofrenda  digna  del  Señor,  hermanos…!  Cuando  encontró  lo  que
buscaba  en  la  bolsa  de  las  colectas,  alzó  la  mano  mostrándolo  a  la
concurrencia y declarando: ¡Ahora, yo no tengo necesidad de ofrendar mi
automóvil!

El  muchacho  que  me  contó  esta  “anécdota”  hoy  en  día  es  pastor  en
Valparaíso, en una iglesia formada con un grupo escindido del “ministerio”
del  Reverendo  aludido.  Le  pregunté  cómo  se  sintió  frente  a  esa  burla  y
real estafa, y si alguien reaccionó ante esa canallada. Nadie movió un pelo.
Y es así,  los pastores de  la  “Prosperidad” hacen  lo que  se  les da  la gana
cuando de manosear bolsillos de  incautos  se  trata. Algunos  tan caradura
como  Lucas  y otros más  “amablemente”,  con una  apariencia de bondad
que dan ganas de vaciarse los bolsillos llorando. Otros, con simpatía, como
los famosísimos brasileños del “Pare de sufrir”, cuyo slogan ni siquiera es
ocurrencia de alguno de sus morochos iluminados, sino de un empresario
argentino,  quien  los  instruyó  en  el  arte  de  hacer  de  una  iglesia  una
flamante  empresa,  y  se  ve que  aprendieron  re  contra bien,  teniendo  en
cuenta  que  Macedo,  su  fundador,  comenzó  con  un  templo  de  lo  más
ordinario en los suburbios de Sao Paulo. Ahora, el muchacho brasileiro se
pasea con gigantones armados, como cualquier millonario secular, o como
sus “colegas” internacionales de la llamada Iglesia de la Prosperidad.
Para  hablar  de  prosperidad  literal,  así  como  predican  estas  iglesias
modernas  que  tienen  convulsionados  no  solo  a  los  pobres,  sino  que
también a  las autoridades y a  los periodistas y escritores  investigativos y,
claro,  a  los  demás  pastores  pobres  y  vulnerables,  trinitarios,  unitarios, branhamitas o dualistas; para hablar de prosperidad, decía, es necesario
hablar  del  dinero. Hay  un  dicho  popular  que  dice:  Sin  plata,  no  baila  el
mono.  Tampoco  danzarían  ni  se  revolcarían  en  el  piso  tan
“pentecostalmente”  los apóstoles de  la prosperidad si no hubiera dinero.
Claro, tampoco existirían ellos.
Si el Señor Jesucristo es el Espíritu Santo, tendríamos que asomarnos a su
personalidad y analizar cuáles eran sus comportamientos y pensamientos
acerca del dinero. Y también debiéramos preguntarnos si acaso el dinero,
la  moneda  corriente,  el  circulante,  el  metálico,  la  divisa  monetaria,  el
capital,  o  sencillamente  la  plata,  como  es  conocido  en  el  lenguaje más
común y popular, y tantos otros sinónimos aplicables al dinero, puede ser
calificado como una  invención de Dios, una creación de Dios. Habría que
preguntarse qué moneda o qué plus de valor comercial circula en el Reino
de  Dios.  (También  habría  que  preocuparse,  porque  el  primer  y  único
tesorero  de  la  “congregación”  apostolar  de  Jesucristo,  robaba  a  dos
manos y no terminó muy bien, ni siquiera hay noticias de él en la Gloria) o,
habría que preguntar por qué  en  la Biblia,  cuando  de  las moradas de  la
Gloria y el Reino se trata, no habla de los tesoreros del Rey, de la casa del
Tesoro, o de  los arcones del tesoro, como en esas épicas películas de  los
busca-tesoros universales. Porque todos estos “ministros” de la capitalista
iglesia  de  la  Prosperidad  hacen  pensar  e  imaginar  a  su  gente  que  hay
tesoros tangenciales en la Gloria, que Dios tiene un banco de dinero literal
o que se llevarán a la Gloria sus riquezas habidas por “mano y bendición”
de  Dios.  Habría  que  preguntarse,  si  un  rico  secular  o  un  millonario
“cristiano”  al morir  se  llevarán  todas  sus  riquezas  a  la Gloria.  Y  si  se  las
llevan,  dónde  las  depositarán.  Y  habría  que  preguntarse  qué  status
merecería un  rico “cristiano” en  la Gloria y cuál  sería el  status del pobre
adorador  cristiano  que  jamás  venció  la  pobreza  en  sus  días  en  la  tierra,
pero que  jamás  renunció  a  su  fe  y  a  su  condición de hijo o hija de Dios
(caso  la  viuda  de  las  dos  blanquitas  y  Lázaro,  el  sirviente  del  rico,  caso
Filemón, el esclavo).
Pregunta formulada por John Kenneth Galbraith sobre el dinero, pero que
él  tristemente  responde  en  términos  absolutamente  económicos  y
profanos:
¿Por qué una cosa de nulo valor intrínseco es tan evidentemente deseable?
En contraste con un conjunto similar de fibras, recortado del periódico de
ayer, ¿qué es  lo que  le da el poder de adquirir bienes, contratar servicios,
inducir a  la codicia, fomentar  la avaricia,  incitar al crimen? Aquí hay algo
de  magia;  indudablemente,  se  requiere  alguna  explicación  metafísica  o
extraterrestre de su valor. Pero,  a  la  pregunta  de  míster  Galbraith,  no  hay  que  buscarle  una
respuesta  extraterrestre,  porque  el  dinero  es  exactamente  de  aquí,  de
este planeta, circula entre estas gentes y se origina precisamente cuando
estas  gentes  empiezan  a  organizarse,  no  digamos  que  como  comunidad
nacional que atañe a la organización de todos los individuos de una misma
nacionalidad,  cual  sea  su  extracción  social,  no  es  así,  porque  el  dinero
nace exclusivamente en la comunidad de los comerciantes.
Lamentablemente,  para  los  “apóstoles”  de  la  Prosperidad,  el  origen  del
dinero que usa el dios de ellos para “bendecir” a  los despistados que  los
siguen  con  la  trompa  abierta,  no  ocurre  en  naciones  hebreas,  para
empezar por el principio. El Electrón, una aleación de oro y plata, que es la
primera moneda  de valor que circula en el mundo, se origina en Sumeria,
por ejemplo, 3000 ó 2500 años antes de Cristo y las primeras acuñaciones
de monedas comienzan en Libia, lo que es Turquía actualmente, ciudades
que  no  eran  hebreas,  ciudades  que  precisamente  eran  fundadas,
organizadas  y habitadas por descendientes de Caín. Y en el año 338 a. de
C. se acuñan monedas en la Roma Republicana y el año 268 a. de C. nace
la  primera moneda  de  plata  en  la  Antigua  Roma:  el  denario  (de  donde
viene la palabra "dinero").
Desde su aparición, no ha existido  jamás un  ícono que atraiga a todas  las
masas, sea cual sea su origen, condición social y religión. El dinero arrasó
con  la  especie  humana,  se  ha  llevado  a  todos  por  delante:  ateos,
intelectuales, pobres, curas, santones hindúes, ladrones, damas decentes,
prostitutas,  empleadas  domésticas,  etc.  Y  esto  es  un  fenómeno  que
empieza desde cuando el ser humano vive sus primeros días de vida en la
niñez,  nada  le  llama  más  la  atención  a  un  niño  o  una  niña  que  una
moneda, un billete, nada  lo hace más feliz: sabe desde ya que  le significa
poder…poder  adquisitivo.  En  Argentina  decimos:  El  dinero  no  hace  la
felicidad…Pero,  ¡cómo  ayuda…!  Y  es  que  el  dinero  llegó  al  nivel  de  ser
considerado  el  único  medio  por  el  cual  el  hombre  y  la  mujer
contemporáneos pueden ser felices. Jesús no habló de la felicidad en base
al dinero, pero esta blasfema expresión eclesiástica de la Prosperidad sí ha
hecho  del  dinero  y  la  felicidad  una  situación  de  dependencia  mutua:
ninguno  tiene  razón  de  ser  sin  el  otro.  ¿Es  eso  cristianismo?
Contradictoriamente  aun  los  teólogos  de  la  Prosperidad  coincidirán  en
que  no  es  cristianismo,  pero  sus  actitudes  nos  dicen  claramente  que
piensan  como  reza  el  dicho  argentino.  Porque  pese  a  su  voracidad
capitalista,  al mismo  tiempo  predican  el  “poder”  de  Dios,  que  ya  no  es
aquél  que  los  apóstoles  originales  llamaban  Espíritu  Santo  a  secas,  sino
que  poder  traducido  en  y  a  través  del  dinero.  Se  enseña  que  la prosperidad  es una  señal de que Dios  está  con  ese hombre  y  esa mujer
próspera. Pero las estadísticas dicen que los países más prósperos son los
que  reflejan  un  más  alto  índice  de  personas  agobiadas,  frustradas,
amargadas  y  suicidas.  Sin  embargo,  para  la  iglesia  de  la  Prosperidad,  el
dinero es el quita-penas universal, el sinónimo de  la contraseña que abre
todas  las  puertas  del mundo,  el  elemento  profético  que  “te  pondrá  por
cabeza y no por cola” en la aldea global.
“Poderoso caballero es don dinero”, reza el refrán español y aunque sí  lo
es  a  nivel  terrenal  no  lo  era  para  Jesucristo,  por  ejemplo.  Y  voy    a  ser
permanentemente reiterativo con este concepto:  Jesucristo es el Espíritu
Santo. Y  todo aquél que declare a  los  cuatro  vientos de  la  tierra que ha
recibido el Espíritu Santo,  tiene que parecerse a  Jesucristo, no solo en el
momento del milagro, las sanidades, el hablar en lenguas, las unciones, los
oficios y ministerios, sino que también en su actitud frente al dinero. Eso
es  más  claro  que  el  agua  clara  de  los  ríos  naciendo  en  las  montañas.
(Montañas que funcionan por el poder de Dios y no el del dinero)
No era poderoso para Jesucristo el dinero y la mejor prueba de ello la dio
ante  satanás,  en  el  desierto.  Para  satanás    era  sinónimo  de  poder  el
dinero, por eso le muestra todos los reinos de este mundo, con pachorra,
fanfarronería  y  muy  seguro  de  que  era  una  oferta  que  no  se  podía
rehusar,  ¡y que no  rehusaría un mequetrefe de  la prosperidad, claro!  ¡Ni
gil!  Pero,  para  la  mala  suerte  de  satanás,  Jesús  no  era  el  creador  del
dinero, y todo  lo que Él no ha creado ni entregado a  los hombres, carece
de significado, valor, poder, adquisitivo en este caso.
Los ministros-empresarios de  la  iglesia de  la Prosperidad  tiene opiniones
contradictorias  respecto  al  status  económico  de  Jesús  y  los  apóstoles,
unos dicen que era un gran millonario, apoyado económicamente por  las
mujeres aristocráticas que le seguían, caso Juana, la mujer de Chuza. Y que
sus  discípulos  eran  millonarios  empresarios  pesqueros,  dueños  de  una
significativa  empresa  pesquera.  Los  otros  “prósperos”  tiene  una  opinión
despectiva  al  respecto,  declaran  que  los  apóstoles  fueron  pésimos
administradores  de  los  dineros  que  recibieron  en  tan  multitudinarias
“campañas” de evangelización, por de hecho: debieran haber construido,
como primera cosa, una gigantesca iglesia para contener a los miles que se
convertían al  cristianismo.  Lo primero  convertiría en un  farsante al nivel
de estos profetas mediáticos de la prosperidad al Señor Jesucristo cuando
sentencia en Mateo 6:24 que “No podéis servir a Dios y a las riquezas…” Y
convertiría en un condenable mentiroso a Pedro cuando a la puerta de La
Hermosa dice al menesteroso  inválido: “No tengo plata ni oro…” Eso nos
plantea una cuestión que debe dirimirse de  inmediato: ¿Le creemos a  los teólogos  de  la  prosperidad  y  desechamos  a  Jesús  y  los  apóstoles  por
farsantes y mentirosos? Eso no solo significaría dejar de tener a Dios como
nuestro  Padre  y  Dios,  sino  que  también  nos  obliga,  coherencia  de  por
medio, a desechar las Escrituras. Y si respecto a lo segundo, los discípulos
fueron  tan  malos  administradores,  ¿por  qué  habrían  de  construir  una
iglesia gigantesca si no tenían comisión para ello y si solo treinta años más
tarde  de  la  crucifixión  el  templo  de  Salomón  fue  destruido  hasta  sus
cimientos,  cumpliendo  la  profecía  del mismo  Señor  Jesucristo?  ¿Fueron
pésimos  administradores  porque  no  abrieron  una  cuenta  bancaria,
posesionándose  de  las  donaciones  de  los  seguidores  en  lugar  de
repartirlas en partes iguales? Otra vez tenemos en el medio el argumento
de  la  razón  (teología)  contra  la  revelación  del  amor  de  Cristo  en  el
cristianismo.  Lo  que  yo  he  llamado  en  este  trabajo  el  misticismo
materialista de  los  “ministros” protestantes organizados  les ha  llevado  a
creer  rotundamente  que  el  poder de Dios  se  traduce  en  dinero  y no  en
mero  poder  de  Dios,  ese  que  está  definido  en  el  Antiguo  Testamento
como un poder que no se basa en la espada, en la fuerza, en los ejércitos,
en  suma,  en  el  materialismo,  caso  dinero,  según  tratamos,  sino  en  el
Espíritu de Dios.
En vano el Señor  Jesucristo nos presentó el ejemplo del  Joven  rico  (y en
vano lo escribieron para la posteridad los apóstoles) He aquí una cuadrilla
poderosa  (económicamente)  de  pastores  denominacionales
contradiciendo  cada  una  de  las  palabras  y  actitudes,  y  enseñanzas  de
Jesucristo contra el dinero. “Cuán difícilmente entrarán en el Reino de Dios
los  que  tienen  riquezas…”  No,  de  no  de  burro,  asno  o  de  mulo:  los
apóstoles  de  la  prosperidad  pueden  probar  lo  contrario  al Maestro  de
Galilea.  Con  hechos  y  palabras.  ¡Y  palabras  de  la  Palabra  misma  que
inspirase  el  Espíritu  Santo!  Jesucristo  ha  sido  descalificado
arrolladoramente  por  la  iglesia  de  la  Prosperidad.  Solo  sino  repetido,
también  lo descalificaron  los poderos millonarios del Templo,   -caso Anás
y  sus  4  hijos-,  que  enajenadamente  fundamentados  en  su  aristocrático
poder  social,  religioso  y  económico  preguntaban  a  los  gritos:  ¡Acaso  ha
creído en este algún gobernante…! Como creían que  les “creía” a ellos el
imperio romano que los tenía sometidos. 
Es muy  fácil conocer el  status económico de  Jesús, quien declaró que ya
no andaría más con sus discípulos, sino que estaría en ellos: Jesús no tenía
un peso.  Eso  se desprende del  relato del momento del pago del  tributo
aquél,  cuando  manda  a  uno  de  los  suyos  a  levantar  un  pez,  en  cuyo
interior  encontrarían  el  monto  exigido  por  el  recaudador.  Si  no,  es  un
perfecto tacaño que amontonaba sus riquezas para sí y prefería hacer un milagro a gastar uno de los pesos que amontonaba “secretamente”. Si eso
hubiese  sido  verdad  y  si  el  dinero  hubiese  sido  un  factor  tan
preponderante  en  la  comunidad  cristiana  original,  ¿quién  heredó  la
“fortuna” de  Jesucristo?  Se  supone que  Jesús era mejor persona que un
ricacho  común,  de  esos  que  al  morir  donan  todo  a  alguna  religión,  la
católica  principalmente.  Y  si  realmente  era  superior  a  cualquier  rico
mundano, ¿a quién donó sus millones de dracmas, talentos y denarios? ¿O
creerán los apóstoles de la Prosperidad que efectivamente Jesús no murió
y usó todo ese dinero para su viaje y vagabundeo final por la India?
No solo no tenía dinero, no repartía dinero en las multitudes con el cuento
de  que  era  la  “bendición”  del  Padre  que  está  en  los  cielos.  Aun  más
sintomático:  ¡jamás  declaró  que  la  señal  del  cristianismo  era  la
prosperidad  económica!  No,  nos  enseñó  y  dictaminó  que  “en  esto
conocerán que sois mis discípulos, que os amáis los unos a los otros”.
Obviamente,  no  soy  tan  ingenuo,  eso  no  significa  nada  importante  y
trascendental en el dogma sectario de la iglesia de la Prosperidad, Jesús se
puede  ir  a  la  porra  con  los  indigentes  y  pobres  de  este mundo,  porque
ellos administran mejor su propia Palabra y tienen “grandes” bendiciones
predicando  entre  los  ricos.  Después  de  todo,  Jesús  no  estudió  ni  fue
instruido ni en Administración de empresas, ni en las teorías de los Líderes
exitosos  y  cosas por  el  estilo. Porque  es una  auténtica  imagen de patán
inculto y  subdesarrollado  la que proyectan  con  sus  comportamientos  los
teólogos de  la Prosperidad  frente a  los conceptos, enseñanzas y persona
de Jesucristo.
Efectivamente,  sí:  Jesús  es  la  contracara  del mensaje  de  la  Prosperidad:
indolente  si  se  quiere,  irresponsable,  excéntrico,  vago  y  fanático,  un
delirante,  sin  aspiraciones  personales,  hasta  un  resentido  social  si  se
quiere. Leamos algunas de sus "míseras y desacertadas" palabras: “Mirad
las aves del campo que ni siembran ni hilan y ni aun Salomón, con toda su
gloria, se vistió como una de ellas…” “No os afanéis por vuestra vida, qué
comeremos, qué vestiremos…” “Basta al día con su afán” “Haced más bien
tesoros en el cielo” “Vende todo lo que tienes y repártelo entre los pobres,
y sígueme” “El que quiera quitar  la espada, entrégale también tu capa…”
“No  solo  de  pan  vivirá  el  hombre…”  “Buscad  primeramente  el  Reino  de
Dios y su  Justicia, y  todo  lo demás será añadido…”  “Más bienaventurada
cosa es dar que recibir…”
Y  aquí  llegamos  a  un  texto  que  es  usado  unilateralmente,  porque  la
bienaventuranza es “solo” para  los de abajo,  los de  la congregación, pero
el mandamás  lo  recibe  todo…Y  no  reparte  por  partes  iguales,  como  se
estila en el cristianismo. Porque si hay economía en el cristianismo esta es igualitaria,  lamentablemente:  nadie merece más  que  el  otro,  ni  aun  los
que  esgrimen  vestiduras  ministeriales.  Ejemplo  de  ello  nos  dieron  los
apóstoles.  Pero,  claro,  eran  pésimos  administradores  y  derrocharon
cantidades fabulosas de dinero repartiéndolas en partes  iguales entre  los
congregantes.  Pero  la  Biblia  testifica  que  eso  era  un  bien  porque  nos
relata  que  ninguno  tenía  necesidad  de  ninguna  cosa,  a  causa  de  este
reparto apostólico. Sin embargo, hablar de esta economía es casi herético
en estos días. 
Tuve  la  “mala” ocurrencia de predicar  sobre  este modelo  económico  en
una iglesia de Ipiales, la primera vez que ingresé a Colombia. Allí, a iglesia
repleta de mestizos y gente de la comunidad de Los Pastos, diserté sobre
esto,  sobre el carácter dadivoso y  fraterno de  la  iglesia primitiva con  sus
ingresos.  Al  final  de  la  reunión,  me  apartó  a  un  lado  el  pastor  local,
tomándome de un brazo. Me explicó que ese tema lo habían discutido en
una de las convenciones bimensuales que practicaba su comunidad, la de
los tabernáculos branham: y que habían llegado a la conclusión de que no
se  podía  hacer  así  ahora  porque  los  tiempos  habían  cambiado.  Le
pregunté  si  acaso  eso  significaba  también  que  el  Espíritu  inspirador  de
Dios  y  Dios  mismo  también  habían  cambiado  con  los  tiempos.  No
respondió directamente, pero me  recalcó que era un acuerdo ministerial
de que ahora la economía cristiana no podía ser aplicada así. Claro que no,
no  faltaba más,  porque  entonces  bajarían  vertiginosamente  de  nivel  los
ministros y quedarían, ¡oh, gran desastre aciago y maledetto! a  la misma
altura de cualquiera de sus congregantes. Y eso, ¡ni pensarlo! El status del
ministro se defiende aun con párrafos bíblicos si es preciso: ¡No toquéis a
mis ungidos! Mucho menos, no se les ocurra tocarlos en los bolsillos, ¡qué
horror, Dios mío!
Pero, haciendo honor a  la verdad, Jesús, en realidad,  jamás demostró ser
un mal administrador: no gastó  jamás un  solo peso, que no  fuera de Él,
claro. Si observamos la Biblia, era Judas el que robaba el depósito y a eso,
hasta lo denuncia con molestia Juan en su evangelio. Judas era el hipócrita
que defendía el  concepto de  “administrar” bien el dinero, eso queda de
manifiesto cuando pone el grito en el cielo  respecto al dineral que había
gastado  la  mujer  que  lavó  los  pies  de  Jesús.  Allí  queda  claramente
expuesto  el  espíritu  de  los  “administradores”  de  la  economía  del
“cristianismo de  la Prosperidad.  Jesús ni  siquiera  llevaba  la  cuenta de  lo
que  se  reunía,  siempre  preguntaba  cuánto  había.  Y  nunca  reunió  a  los
suyos para establecer maneras de reunir fondos, ni para construir iglesias,
ni  para  construir  refugios  de  indigentes,  ni  para  organizar  comedores
populares, ni siquiera habló de fondos misioneros. En eso fue bien directo y escueto cuando comisiona a los suyos de dos en dos: “No llevéis bolsa, ni
alforja, ni espada…ni dinero”   Eso está expresado claramente. Hoy en día
si no hay dinero para pasajes de  ida y vuelta en avión,  los misioneros no
salen  a  ninguna  parte.  Y  si  no,  lo más  parecido  a  viajar  sin  dinero  que
practican  las  iglesias  de  hoy  con  sus  misioneros  es  el  método  y  la
interpretación más  perversa  de  esta modalidad  de  Jesús  al  respecto:  La
iglesia  “respalda”  con  su  “cobertura”  al  enviado,  pero  éste  debe
financiarse con su propio bolsillo. ¡Y pagar sus diezmos y un porcentaje de
ofrendas,  aportes  y  donaciones  a  la  iglesia  que  le  da  su  “cobertura”!
Negocio  redondo:  consiguen  un  gil  idealista,  no  ponen  un  solo  peso  y
ganan. No  solo dinero,  también  son  conocidos  y pueden extenderse por
doquiera que pasó el misionero quién sabe cómo.
El colmo de  lo burlesco me parece que  fue  lo que protagonizó mi  tío en
Paraguay,  ministro  de  la  Iglesia  de  Dios,  cuya  capitanía  general  se
encuentra  en  Estados  Unidos.  Idealista,  comprometido  y  amante  de  la
causa,  se  largó a  conquistar el Paraguay  con  cuatro monedas,  construyó
más  de  siete  iglesias  con mano  propia,  casa  pastoral  incluida,  como  el
modelito de  iglesia de  los yanquis. Luego, un día cualquiera, apareció un
alto  comisionado  denominacional  de Norteamérica,  venía  a  premiar  con
un  diploma  a mi  tío  y  a mostrarlo  como  un  ejemplo  de  que  es  posible
construir una organización sin dinero. Y, claro, si el dinero y el esfuerzo lo
ponen  los  giles  como  tío.  Negocio  redondo.    ¿Dios  reconocerá  los
esfuerzos de mi  tío?  Está  complicado  comprometer  a Dios  en  eso,  Él no
nos comisionó a construir iglesias organizadas y tampoco la Iglesia de Dios
denominacional  nos  puede  probar  que  tienen  la  representatividad  del
Dios  de  la  Gloria  en  la  tierra.  Está  complicado  el  tema.  Ya  Caín  ofreció
ofrendas  al  único  Dios  conocido  por  entonces,  y  no  le  fue  muy  bien.
Aunque adoraba en compañía de Abel, erró desastrosamente.
Víctima del sincretismo de conceptos sobre el cual fue inventada la iglesia
protestante,  que  reclama  albergar  a  Dios  bajo  su  techo  blasfemo,
confunden las promesas hechas por Jehová Dios al pueblo judío, a quienes
Él  trata  como  nación,  mientras  que  a  nosotros  los  gentiles  como
individuos,  y  ciegos  en  su  teología  monetaria  crean  un  absurdo
enfrentamiento entre  Jehová Dios, el Padre y el Señor  Jesucristo:  Jehová
proclamando riquezas y prosperidades no solo a la nación judía, también a
los herederos de  Ismael, el hijo de  la sierva de Abraham y el Señor  Jesús
más acá, bajo los auspicios de la dispensación clamando: ¡No podéis servir
a  Dios  y  a  las  riquezas!  ¡Cuán  difícilmente  entrarán  en  el  Reino  de  los
Cielos los que tienen riquezas! Con el agravante de que hay un solo Reino
de Dios y este no está dividido, y con el supremo agregado de que  Jesús recibió toda potestad en el cielo y en la tierra cuando triunfó sobre la cruz
del calvario. ¿Cómo pueden o podrán conciliar dos posturas tan opuestas
entre sí?
Para  los  trinitarios  recalcitrantes enfrentar a  Jesús  con  Jehová no  reviste
problema  alguno,  porque  ellos  creen  en  tres  personas  físicamente
hablando,  pero,  ¡qué  mal  los  unitarios  -pentecostales  y  branhamitas-,
participando  de  este  juego  de  rechiflados  religiosos,  demostrando  un
absoluto desconocimiento de  la Deidad!  Insertar  las profecías de  Jehová
Dios a su pueblo hebreo en el mero centro de la dispensación de la Gracia,
es una simple práctica de sincretismo. Como  lo define C.I. Scofield en un
trabajo  de  su  autoría  titulado:  “Traza  bien  la  Palabra  de  verdad”:  “Es
judaizar  a  la  iglesia  gentil”    Para  continuar  diciendo:  “Se  puede  decir
impunemente  que  al  tratar  de  judaizar  la  Iglesia,  se  ha  impedido  su
progreso, pervertido  su misión y destruido  su esencia espiritual en  forma
superior a la de todas las demás causas justas juntas. En vez de proseguir a
su camino señalado de separación, persecución, odio del mundo, pobreza y
abnegación,  la Escritura  judía  le ha servido para  justificarse en rebajar su
influencia  en  la  civilización  del  mundo,  la  adquisición  de  fortunas,  el
empleo de un ritual, la erección de iglesias magníficas, la bendición de Dios
sobre  los conflictos de ejércitos y  la división de una hermandad  igual, en
“cleros” y “laicos”.
En  los  tiempos  del  mensaje  de  Juan  a  las  siete  iglesias  de  Asia,  se
desprende  que  el  nicolaísmo  daba  sus  primeros  pasos  desde  la  primera
edad,  manifestándose  como  un  espíritu  que  luego  se  corporiza
contundentemente  en  el  siglo  tercero  con  la  instauración  de  la  iglesia
católica  de  modo  legal,  como  aparato  oficial  religioso  del  estado,  así
también,  envuelto  en  todas  esas  manías  y  mitomanías  religiosas
organizadas nominalmente  venía  también  este  espíritu de  la  teología de
prosperidad,  aunque  ya manifestado  en  la  familia  de Anás,  atacado  por
Lutero,  también  lo denuncia Scofield y  lo  confirma D.L. Moody, es decir:
vino in crescendo, ahora nadie lo puede parar. Bueno, no mano humana y
ungida, porque no hay unciones proféticas al respecto, pero sí les ocurrirá
el mismo  final  del  templo  de  Salomón:  no  quedará  piedra  sobre  piedra,
pues  la  destrucción  de  las  iglesias  paganas  y  blasfemas  es  privilegio  de
Dios  exclusivamente.  Y  es  conocido  del  carácter  de  Dios  que  las
destrucciones  eclesiásticas  que  practica  no  las  ejecuta  por  mano  de
hombres ungidos, de alguna manera las pone en conflicto con los poderes
mundanos  y  estos  las  destruyen,  como  Tito  destruyó  el  aparato  judío,
como Babilonia destruía y saqueaba el Templo en sus tiempos imperiales.
La iglesia de la Prosperidad, en su carrera economicista chocará algún día con  los poderes empresariales, bancarios y políticos de  los gobiernos con
los cuales se prostituye y caerá ignominiosamente. Camino que ella misma
ha elegido en su soberbia y ambición “sacrosanta”.
Cierto día, mientras    recordábamos  con amigos en Cristo nuestras viejas
experiencias  evangelísticas  de  la  juventud,  en  los  años  70’s,  nuestros
ayunos y nuestras vigilias en los montes de Quilpué y Casablanca en Chile,
y  nuestras  continuas  giras  de  predicar  y  cantar  por  doquier,  nos
interrumpió un sobrino de mis amigos, con un sano discurso desafiante y
sermoneándonos  a  la  vez,  diciéndonos  que  si  habíamos  sido  tan
espirituales,  porque  no  regresábamos  a  la  iglesia  y  continuábamos  el
accionar  tan  militante  de  antes.  Le  respondí  que  había  una  diferencia
irreconciliable  entre  la  experiencia  eclesiástica  de  hace  20  atrás  y  la
experiencia  de  las  iglesias  actuales  del  siglo  veintiuno.  Pues,  en  nuestra
generación los mensajes que se predicaban nos ungían e influenciaban de
tal  manera  bíblica  que  cuando  terminaban  las  reuniones,  nosotros
salíamos    directamente  en  busca  de  un  monte,  un  lugar  solitario,  una
playa  vacía  para  demandar  de  Dios  esos  dones,  esos  ministerios,  esas
militancias apostólicas, esa investidura de Poder de lo Alto, esos frutos del
Espíritu que nos prometía la Palabra de Dios por medio de las enseñanzas
bíblicas.  En  cambio,  “esta  iglesia  de  ustedes  los  “unge”  de  otra manera:
cuando terminan sus reuniones, ustedes salen en demanda del éxito, de la
prosperidad  económica,  creyendo  que  recibirán  por  fin  sus  títulos
profesionales,  creyendo  que  hallarán  un  trabajo  bien  remunerado,
creyendo  que  “gracias  a  Dios”  serán  poseedores  de  un  gran  poder
adquisitivo,  creyendo  que  lograrán  ese  automóvil  de  última  generación,
creyendo  que  podrán  comprar  esa  casa  tan  deseada  y  cuanto  milagro
económico puedan ustedes imaginar. Nunca será posible que mis amigos y
yo  nos  reintegremos  o  nos  identifiquemos  a  una  iglesia  moderna  y
blasfema  como  esta,  que  copó  todos  los  espacios  sociales  y  políticos  del
sistema  y  suplantó pervertidamente al  cristianismo  con  su dogma de  las
finanzas,  del  exitismo  bendecido,  del  consumismo  profetizado  como  una
suprema bienaventuranza de Dios. Eso es blasfemia con todas sus letras.”

Obviamente,  es  un  dios  quién  los  bendice,  y  el  Señor  Jesucristo  declaró
hasta el nombre de ese dios  llamándole Mammón y señalándole como el
dios de  las riquezas, y me parece que  Jesucristo sí sabía  lo que decía y sí
sabía  todo  en  cuanto  a materia  de  dioses.  Ninguno  puede  servir  a  dos
señores: o servía a Mammón y sus riquezas o servían al Padre que está en
los cielos y a Él, que fue dignificado con la entrega de toda la potestad en
los cielos y en la tierra. Mientras  la palabra  clave de  la  teología de  la Prosperidad  es  el  éxito,  la
palabra  clave del  Señor  Jesucristo  es:  la  investidura de poder de  lo Alto.
Mientras  la  pregunta  clave  de  los  jerarcas  delirantes  de  la  iglesia  de  la
Prosperidad  es:  ¿Es  usted  un  creyente  próspero?  La  Pregunta  clave  del
apóstol principal en cuanto a la edificación de la iglesia primitiva y original
es:  ¿Habéis  recibido  el  Espíritu  Santo  cuando  creísteis?  Diferencias
irreconciliables.
Nada más  apóstata  y malvadamente blasfemo que ofrecer  los  reinos de
este  mundo  como  bendición  de  Dios    a  sus  elegidos.  Basta  mirar  el
encuentro  de  Jesús  con  satanás  en  el  desierto,  cuando  el  diablo,  como
perfecto ministro de la prosperidad le exhorta la primera versión histórica
del  mensaje  de  la  Prosperidad,  ofreciéndole  todos  los  reinos  de  este
mundo,  bolsa  de  valores  incluida,  complejos  bancarios  mundiales,
aparatos  empresariales  globales,  pidiendo  solo  una  cosa  a  cambio,  una
cosa  religiosa, o  católica o protestante, pero  solo  se  trataba de una  sola
condición  y  de  índole  religiosa:  “…si  postrado  me  adorares…”    Porque
satanás  creía,  como  sus  prosélitos  actuales  de  la  teología  de  la
Prosperidad,  que  Jesús  era  un  profeta,  o  apóstol,  o ministro mediático
manufacturado  y  fabricado  en  serie  en  algún  instituto  teológico.  Pero,
Jesús era y es el Rey. Su Rey incluso, su Dios incluso, su Señor incluso, ese
Señor  terrible  y  omnipotente  que  lo  atará  por  mil  años,  para  después
lanzarlo al  lago de  fuego ardiendo. Y  los  cristianos que  trata de engañar
con  su  cuentico  falaz  de  la  prosperidad:  sus  Hijos  e  Hijas,  comprados  a
precio  de  sangre,  de  los  cuáles,  ninguno  se  perderá,  ni  en  la  iglesia
católica,  ni  en  la  iglesia  protestante  de  la  Prosperidad.  Pregunta  que
deben responder los profetas y apóstoles de la teología de la Prosperidad,
¿Con qué poder y en qué nombre engañarán a alguno de Sus elegidos con
su atorrante mensaje de la prosperidad?
Los orígenes del espíritu y del mensaje de la teología de la prosperidad y el
dios patrocinador de esta expresión  religiosa y sectaria están claramente
expuestos, se remontan al desierto que eligió Jesús para su ayuno célebre.
Porque,  ¿podría  el  Creador  de  todas  las  cosas,  el  Dios  Viviente  y
Verdadero  bendecir  a  sus  hijos  con  los  reinos  de  este  mundo  que
administra satanás? ¿Por qué motivo religioso bendeciría Dios a los suyos
convirtiéndoles  en  empresarios  exitosos  en  el  reino  de  satanás?  Él  no
daría  a  sus  hijos  una  serpiente  para  responder  a  sus  demandas  de
protección, abrigo y pan.
Es  natural  la  contradicción  evidente  entre  ambas  iglesias,  mientras  la
Iglesia  del  Dios  Viviente  pone  su mira  en  las  cosas  de  arriba,  la  iglesia
místico-materialista pone  su mira  en  las  cosas de  este mundo.  La oferta que  rechazó  Jesús,  la  acepta  gozosa  esta  iglesia  blasfema  de manos  del
mismísimo gran tentador. 
Nunca  discutió  Jesús  al  diablo  desmintiéndole  acerca  de  la  posesión  de
estos  reinos.  Como  en  todo  lo  relacionado  a  la  creación,  nadie  más
autorizado que Jesús para determinar la condición de la tierra, sus reinos y
sus seres humanos. Jesús conoce la historia de la organización del sistema
desde sus orígenes, si los teólogos de la prosperidad lo conocen, y yo creo
que así es efectivamente, se hacen los reverendo locos al respecto porque
no  conviene  a  sus  intereses,  pero  ellos  saben  que  a  este  sistema  lo
organizó  Caín  y  su  simiente,  ellos  organizaron  el  primer  ejército  en  la
persona e  inspiración de Nemrod, con  los cuales  invadieron a  todo  reino
aledaño  en  el  exitoso  primer  intento  original  de  imperialismo;  ellos  le
dieron  al  mundo  los  mejores  artífices  en  ingeniería,  ellos  le  dieron  al
planeta la primera religión estatal organizada, ellos le dieron al mundo los
mejores  cultores del  arte de  las  letras, música,  escultura  y pintura,  ellos
dieron los primeros científicos, ellos proveyeron al sistema de los primeros
políticos y de  los primeros  filósofos. En otras palabras: ellos civilizaron al
mundo  conocido  de  entonces.  Eso  no  les  asegura  ni  les  compra  la
salvación, ni a ellos ni a nadie. La generación,  la simiente de Caín no está
en  los  planes  de  salvación  del  Creador.  No  hay  Biblia  que  prometa
redención a esta simiente. De hecho, Caín no es contado en el libro de las
generaciones y  la misma Escritura  sentencia que  “todo aquél que no  fue
hallado en el  libro de  la vida,  fue  lanzado al  lago de  fuego ardiendo”   De
toda  esta historia metropolitana, urbana,  imperialista  y  sistémica  era de
una obviedad absoluta que  Jesús tenía un claro y acabado conocimiento,
por  eso  satanás  no  consiguió  su  propósito  con  Él:  lo  ha  conseguido  con
esta  inquietante  ramera  protestante  que  se  pavonea  por  el  mundo
haciéndose  llamar  la  iglesia de  la prosperidad,  repleta a estas alturas de
apóstoles y profetas millonarios y famosos en todo el orbe vía internet, vía
señal  satelital  de  la  Televisión  mundial.  Ya  lo  predicó  advirtiendo  su
destino  final el histórico Moody, apoyado en  las palabras de  Jesús: ¿Qué
aprovechará  el  hombre  si  granjeare  todo  el mundo  y  perdiere  el  alma?”
“¡Necio, esta noche vienen por tu alma!”
Tengo  un  lindo  amigo,  es  pastor  en  la  ciudad  de  Córdoba,  Argentina.
Lamentablemente es un pastor adscrito a  la  teología de  la prosperidad y
cuando asistía a sus reuniones me causaba desazón, malestar, impotencia,
hasta bronca, cuando era anunciado para predicar y antes de comenzar el
sermón, se despachaba media hora de auténticas presiones que obligaban
a su gente, casi  todas de niveles sociales bajos, a dar, dar, dar hasta que
les duela, como la viuda de las dos blanquitas, dar, dar para prosperar, etc. Un mediodía de aquellos, al  venir en  su automóvil, de  regreso de haber
almorzado  junto a ellos en su hogar en el barrio Maipú, su esposa, al ver
pasar  velozmente  por  la  carretera  un  carro  rojo,  último  modelo,  cero
kilómetro, me preguntó volviéndose a mirarme a mi asiento trasero: “¿No
te gustaría, Rafa, que Dios te bendijera con un cero kilómetro como ése?”
Le  respondí  que  no,  que  yo  era  más  ambicioso,  que  yo  quería  ser
bendecido  por  ese  Espíritu  de Dios  que  sobreviviría  a  todos  esos  juicios
que  destruirían  todos  los  elementos  ardiendo,  automóviles  incluidos,
calcinándose en el fuego de la ira de Dios. Se sonrió y replicó: “Bueno, así
nunca tendrás nada” 
Tener nada no me haría perder el cielo y sus recompensas, la amenaza de
la pérdida del Reino de Dios son  las riquezas, así  lo advirtió Jesús. Hay un
evidente  y  muy  cierto  riesgo  de  perdición  en  la  vida  de  las  riquezas
materiales,  en  la  religión  de  las  riquezas materiales.  Para  la  pobreza  no
hay  amenazas  de  infiernos  ni  lagos  de  fuego  ardiendo,  ni  amenazas  de
tinieblas  de  afuera,  donde  es  el  lloro  y  el  crujir  de  dientes.  Eso  es  lo
notable  del  cristianismo,  un  pobre  no  será  rechazado  por  el  Rey  por  su
condición  de  clase,  pero    puede  serlo  un  rico  en  su  condición.  En  la
cuestión salvación es un peligro ser rico, ser adicto a las riquezas, aspirar a
las riquezas como finalidad y meta de la vida, como nos menciona Moody
en su ejemplo de la madre cristiana que deseaba que su hijo fuese un gran
millonario.  La pobreza no  significa ningún peligro  al  respecto. Al menos,
no  encontramos  palabras  de  Jesucristo  amenazando  o  condenando  esta
condición.  No  digo  de    mismo  que  es  imposible  la  salvación  o  que
tengan cerradas las puertas de la Gloria los que poseen riquezas y gustan
de vivir rodeadas de ellas. Es Jesucristo quien sentencia al respecto.  Pero,
sí digo, en base a  la exposición de  las Escrituras, que  levantar una  iglesia
sobre  el  fundamento  de  la  conquista  de  las  riquezas materiales  de  este
mundo  como  la manifestación  del  cristianismo  legítimo  y  verdadero  en
este mundo: es una absoluta blasfemia y una gran mentira predicada con
apariencia de piedad. No son las posesiones materiales, poder adquisitivo,
ni  riquezas  de  este mundo  lo  que    ha  repartido  el  Espíritu  Santo  a  los
hombres  desde  su  debut  universal  en  el  aposento  alto.  Y  cuando  estos
ciento  veinte  hombres  y mujeres  descendieron  del  aposento  alto,  como
ebrios por causa del peso de la unción recibida, no dirigieron al público un
mensaje de prosperidad material ni de promesas de bendiciones exitistas,
ni  una  arenga  a  practicar  el  consumismo  enajenante  confiando  en  la
unción del poder de lo Alto. Y da la casualidad que el Espíritu Santo es uno
y el mismo, por todas las edades y hasta el fin del mundo. Cuando los apóstoles se refirieron a los tesoros, hablaron en total sintonía
con el mensaje de Jesucristo, cuando éste aun los acompañaba de cuerpo
presente  por  los  caminos  de  Galilea.  Ellos  no  hablaron  de  denarios,  de
dracmas,  de  talentos  de  plata  y  oro  a  caudales  como  bendiciones  a
quienes  creyesen  en  el  resucitado,  hablaron  de  un  Dios  “rico  en
misericordia”,  de  los  “ricos  en  buenas  obras”  (Pablo),  “ricos  en  fe”
(Santiago). Hablaron de  las  “riquezas de  su benignidad”,  “las  riquezas de
su gloria”, “las riquezas de la sabiduría de Dios”, “las riquezas de la gloria
de su herencia”, “riquezas de su Gracia”, “riqueza de Cristo”, “las riquezas
de pleno entendimiento”, “por mayores riquezas el vituperio” (Pablo). Y si
se  esgrimen  las  epístolas  de  Pablo  para  justificar  la  exigencia  de  las
ofrendas,  esas  donaciones  y  ofrendas  no  eran  para  financiar  sus
apostolados  o  engrosar  sus  cuentas  bancarias  personales,  eran  para
repartir entre  los pobres, como fue  la costumbre desde  los días del  inicio
de la primera iglesia, ungida por el mismo Espíritu que ungió el ministerio
internacional  de  Pablo.  Estos  seudo  apóstoles  de  la  iglesia  de  la
Prosperidad saquean los bolsillos de sus congregantes para provecho de sí
mismos,  para  engrosar  sus  cuentas  bancarias,  para  embellecer  sus
edificios  religiosos,    para  viajar  por  el  mundo,  para  que  sus  hijos    se
eduquen  en  las  mejores  escuelas  privadas,  para  que  sus  hijos,  hijas  y
esposas  vistan  con  lo  mejor  de  la  moda,  para  conseguir  status,  nivel,
aristocracia,  para  tener  residencias  en  los  barrios  exclusivos  de  las
ciudades que habitan, porque ellos, como altos dignatarios de  la  religión
no se “merecen” y no tienen por qué vivir en las barriadas miserables que
habitan la mayoría de los humanos que saquean y explotan con el cuento
perverso de la prosperidad, pasándose por el bolsillo trasero la esperanza,
la fe, las necesidades,  y el hambre de esos pobres e infelices crédulos que
les  mantienen  y  edifican  sus  costosos  imperios  religiosos  personales.
Jamás reparten sus ofrendas y donaciones con los pobres. Eso nunca. Que
los pobres oren y ayunen si quieren tener el nivel de vida que tienen ellos
gracias  a  esos mismos miserables  del  ultraje  teológico. O,  que  se  hagan
pastores…como  ellos,  claro.  Futuro  asegurado,  en  este  mundo,  por
supuesto, si la religión es conocida como negocio próspero, pero no tienen
futuro en la vida eterna. Y da la casualidad de que de vida eterna se trata
el  evangelio  del  Reino  del  Señor  Jesucristo.  “Mi  reino  no  es  de  este
mundo”
Otro ex amigo, de San Bernardo, Chile, mientras compartíamos en su casa,
tocando  nuestras  respectivas  creaciones  musicales  para  Dios,  en  un
descanso me habló  con aire de haberse decidido a  contarme una de  las
cuestiones más  importantes de su vida: “Rafa,  llegó un momento en esta casa, en el cual era imprescindible conseguir una computadora. Llamé a mi
esposa y a mi hijo y nos hincamos delante de ese sillón que ocupas tú en
este momento. Así, comenzamos a pedirle a Dios una computadora para
este  hogar.  Y, mira  tú,  cómo  son  las  cosas:  al  día  siguiente  de  orar, me
encontré  con un amigo que no  veía desde hace mucho  tiempo  y me dijo
que  justamente  había  estado  pensando  en mí  la  noche  anterior.  Estaba
por vender su antigua computadora para comprarse otra. Me vendió bien
barata, Rafa. ¡En menos de veinticuatro horas hubo una respuesta de Dios
para nuestra oración!”
Me  quedó  mirando  expectante  y  con  una  acentuada  sonrisa  de 
complacencia,  esperando  qué  comentarios  hacía  yo  respecto  de  su
“testimonio”.  Como  no  dije  nada  y  seguí  tocando  distraídamente  mi
guitarra, me preguntó: “Bueno, ¿qué piensas tu de lo que te conté? 
Le  respondí  que  no  pensaba  nada,  que  estaba  lindo,  ¿qué más? Al  otro
día,  muy  temprano  a  la  mañana,  con  un  sol  pálido  asomando
somnolientamente sobre el paisaje rural de aquella ciudad, le acompañé a
la parada del ómnibus que  le  llevaba a  su  trabajo. Volvió a preguntarme
sobre el tema de  la computadora, porque sabía que yo tenía una opinión
que  no  le  había  dado.  “Y  bueno,  Rafa,  ¿qué  piensas  de  lo  que  te  conté
anoche? “Ya te dije, está  lindo” “No, no, no… Déjate de cosas y sincérate
conmigo. Yo sé que no me dijiste lo que piensas”
Y, bueno,  le dije. Le dije que me parecía una barbaridad el  tema. Le dije
que sospechaba de todo eso. Le dije que cómo era posible tanta  falta de
respeto por  el Rey.  Le dije que  en  su  condición de persona  apartada de
Dios,  como  estaba,  debía  de  haberse  arrodillado  a  clamar  por  su
restauración  personal  y  la  salvación  de  su  familia  y  no  a  clamar  tan
compungidamente  por  un  cachivache  electrónico  de  segunda  mano  y
pagado  en  tres  cuotas.  Le  dije  que  no  creía  que  en  la  Gloria  de  Dios
hubiera  un  tan  gigantesco  shopping,  repleto  de  accesorios  y  cacharros,
para que los ángeles repartiesen heladeras, automóviles, compus, cocinas
y bacinicas a los llorosos necesitados religiosos de la tierra. Le dije que me
parecía  un  insulto  a  la  Divinidad  creer  que  esa  espantosa  muerte  de
Jesucristo  en  el  calvario  era  la  práctica materialista  de  un  sacrificio  de
sangre  atroz,  para  que  los  consumistas  religiosos  de  este  mundo
consiguieran sus caprichitos domésticos. Etc. Le dije todas las etcs.
Como  sean  las  cosas,  y  como  son,  con  profetas  y  apóstoles millonarios,
con sus megalíticas construcciones eclesiásticas, con su “bendito” poderío
económico y con ese  innumerable ejército de empresarios profesionales,
estudiantes prósperos y exitosos que militan en sus aristocráticas  filas,  la
iglesia  de  la  teología  de  la  prosperidad  terminará  mal.  Apocalipsis  17 advierte  el  final  de  la  iglesia  imperial  de Roma,  que  confió  su  reinado  e
influencia  en  las  riquezas  de  este  mundo,  no  solo  para  expandir  sus
dominios,  sino  que  también  para  seducir  y  someter  todos  los  reinos  de
este mundo a su credo apóstata: “En una hora han sido consumida tantas
riquezas” 
No sé cómo podrían explicarnos los capos de la teología de la prosperidad
que  las  riquezas  protestantes  de  ellos  son  diferentes  a  las  riquezas
católicas de  “ella”,  la gran  ramera. Ni  cómo podrían explicarnos por qué
no  les ha de pasar a ellos y sus riquezas  lo mismo, si tenemos en cuenta
que  las  riquezas  y  el  dinero  de  este  mundo  no  son  la  plusvalía,  ni  la
moneda corriente del Reino de Dios. Teniendo en cuenta que Jesús y aun
sus  apóstoles  no  fueron  ministros  millonarios  como  los  protagonistas
protestantes de este tiempo. Teniendo en cuenta que el dinero no fue una
creación  de  Dios  pensada  para  beneficiar  a  sus  elegidos.  Teniendo  en
cuenta que Dios no necesita el dinero de este mundo para hacer funcionar
el aparato celestial de Su Reino. Teniendo en cuenta que nadie llevará un
solo  peso  consigo  el  día  de  su muerte.  Teniendo  en  cuenta  que  no  hay
banco,  ni  bolsa  de  valores,  ni  oficinas  de  transacciones  comerciales
universales en Su Reino. ¡Cuánta pobreza insigne la de Jesucristo: hubo de
recurrir a un milagro ¿económico?, para pagar su impuesto de entrada a la
ciudad de Capernaum! ¡Y ni siquiera le sobró vuelto para ir a “bendecir” a
los  suyos  a  algunos  de  los  establecimientos  Mc  Donalds  de  la  época!
Nunca  les pasará  lo mismo a  los fanfarrones ministros de  la prosperidad,
porque hasta con suficiencia y vanidad pagan alegremente el derecho de
andén de  los aeropuertos. Dirán que en el tiempo de  Jesucristo no había
aviones  y  que  si  tuviese  que  usarlos  en  este  día,  aunque  no manejase
dinero, lo mismo precisaría de hacer un milagro para pagar el impuesto de
andén,  y  el  pasaje,  claro.  ¡Por  supuesto  que  haría  un  nuevo milagro  al
respecto! Porque no  sería esa  clase  repugnante de ministro potentado y
próspero  que  circula  por  el mundo  gozando  el  despojo  y  el  saqueo  de
muchos.  Aunque  el  tema  da  para  mucho,  porque  no  solo  no  había
aviones,  pero    había  carros,  de  todos  los  modelos  y  estilos  y  de
diferentes nacionalidades asiáticas, europeas y africanas circulando por el
imperio  de  los  tiempos  de  Cristo.  Así  también  robustos  ejemplares  de
tracción animal, pura sangre y comunes, de todas las razas; mas, nada de
eso  adquirió  Jesucristo,  ni  para  su  uso  personal  como ministro,  ni  para
“bendecir”  a  los  suyos  con  algún  último modelo  griego,  árabe,  fenicio o
romano. Exactamente así mismo actuaría hoy.
En  honor  a  la  verdad,  y  por  mucho  que  duela  y  cause  rispideces,  la
teología  de  la  prosperidad  carece  de  sólidos  y  certeros  argumentos bíblicos para  sostener  su  falacia  teórica,  solo  tienen  la usurpación de  las
profecías de  Jehová Dios para el pueblo de  Israel a nivel de nación, para
justificar la rapacidad voraz de sus ministerios dogmáticos y sus mensajes
comerciales.  Pero,  ya  lo  dijimos,  eso  es  sencillamente  judaizar
(transculturizar).  Eso  mismo  practicaban  algunos  cristianos  judíos  de
renombre, como Pedro y  Jacobo:  tomaban el mandato de  la circuncisión
judía   para calificar y reconocer el cristianismo de los gentiles. Pero Pablo
tenía muy claro que ese elemento legítimo para los judíos, era una trampa
para los gentiles. Sin embargo, esa trampita es solo casi un detalle mínimo
comparado  con  la  tramposa  exposición  teológica  de  la  prosperidad,
porque un gentil puede hasta ser circuncidado, caso Timoteo y Tito, si se
quiere,  y no  corre  el  riesgo de perder  su  salvación. Más preocupantes  y
que provocan  inquietos  sobresaltos  son  las palabras de  Jesús  respecto a
las  riquezas, y sí que merecen una atención mucho más  teológica que  la
atención  teológica  que  han  puesto  estos  enfermizos  teólogos  chupa-
sangre  sobre  las promesas de prosperidad hechas al pueblo  judío por El
Padre  Celestial.  Pero,  como  dije  en  párrafos  anteriores,  trinitarios  la
abrumadora mayoría de ellos,  Jesús  los tiene sin cuidado, porque solo es
el Hijo y siempre el papá será más importante. Eso se comprende porque
es  obvio  que  no  poseen  revelación  de  Deidad  en    mismos,  pero  me
pregunto dónde irán a parar estos bobalicones unitarios que engañan y se
engañan  con  el  mismo  cuentico.  Y  que  será  de  esos  despistados
branhamitas  que  sueñan  con  la  misma  prosperidad  que  sueñan  y
persiguen tan rabiosamente sus “enemigos” religiosos. 
Dos discípulos de  los  tabernáculos del mensaje branhamita  conversaban
entre    en  Buenos  Aires,  en  casa  de  un  amigo,  mientras  yo  asistía
pasivamente a su charla y se decían el uno al otro: “Mi hermano, yo pienso
que un hombre que está bien con Dios, es un hombre próspero, con trabajo
y sin necesidades materiales. El diablo es el que empobrece a la gente.”
Así  mismo  pensaba  aquél  pastor  sicopático  del  Tabernáculo  de  la
Restauración  en  Valparaíso,  Chile,  el  puerto  hermano  del  puerto  de
Buenos Aires, y él, a su vez, hermano de  los muchachos que pensaban  la
prosperidad en voz alta: Cuando Ernesto Riquelme se encontró un tesoro
español,  conteniendo  62  doblones  españoles  de oro,  de  cien  gramos  de
peso  cada  uno  de  ellos,  no  tuvo  mejor  ocurrencia  que  llevárselo  a  su
pastor  para  que  él  le  dijese  qué  hacer  con  tamaño  encuentro.  El  muy
avispado ministro branhamita, con  los ojos deslumbrados exclamó: “Esta
debe ser la bendición de prosperidad que tanto le hemos pedido al Señor” 
Y ahí mismo  arrebató el arcón de las manos ingenuas de mi buen Ernesto
y nunca más volvió a ver doblón alguno. Terminarán  prósperos,  como  a  ellos  les  gusta:  prósperos  en
lamentaciones,  ricos  en  desgracias,  porque  tendrán  solo  para  ellos  y  a
manos  llenas y en abundancia,  todos  los  fuegos de  los airados  juicios de
Dios. Lamentablemente.
El argumento de los muchachos en Buenos Aires, es el mismo argumento
de  la  iglesia de  la prosperidad: Quién está bien con Dios, prospera. Quien
anda  mal  con  Dios,  es  empobrecido  por  el  diablo.  Sin  embargo,  es  un
terrible error de apreciación en  las personas que militan en  la religión de
“al  revés”. No  se  ven  así  los  dos  protagonistas  del  desierto:  Jesús  se  ve
pobre  y  desposeído  y  satanás  se  muestra  rico,  poseedor  de  todos  los
reinos de este mundo. No obstante, no podemos decir que  Jesús estaba
empobrecido  porque  andaba mal  con Dios.  Y  el  diablo  no  gozaba  tanta
riqueza  porque  estaba  bien  con  Dios.  Eso  no  pueden  certificarlo  ni  los
gurúes potentados de la Prosperidad. Inclusive,  el diablo aun siendo el de
la plata y  las posesiones, y es el próspero ministro de todos  los ministros
de la prosperidad,  tampoco fue quien condenó a la pobreza a Jesús en ese
momento decisivo e histórico. O capaz que los teólogos de la prosperidad
puedan  y  de  seguro  aseverarán  lo  contrario,  tan  audaces  ellos.  Porque
hace  mucho  tiempo  ya  que  los  ministros  de  la  prosperidad  no  solo
aceptaron todos los reinos de este mundo, sino que también hace mucho
que están adorando al que dijo ser el dueño de ellos en el desierto. Si no,
no  lucirían  tan  prósperos,  porque  lucen más  adinerados  y  lustrosos  que
ese indigente mesías que ayunaba en el desierto.
Muchachos amigos que asistían a una iglesia de la Prosperidad en Quilpué,
Chile,  me  contaban  que  el  pastor  de  aquél  templito  economicista,  se
despachaba  mensajes  en  los  cuales  aseveraba  que  Dios  necesitaba
profesionales,  ingenieros,  médicos,  arquitectos,  otra  clase  de  gente  no
heredaría  el Reino  de  los  Cielos,  perdedores  no  entrarían  a  la Gloria.  La
pregunta es: ¿Para qué necesitaría Dios tanto ingeniero y tanto arquitecto
si la Ciudad ya está hecha? Ya están todos sin trabajo. Dios no construiría
una Ciudad de Gloria con mano humana, se cae de maduro, ¿Abogados se
necesitan  en  el  Reino?  ¿Para  qué?  ¿Acaso  Él  no  es  el  abogado  por
excelencia? ¿Médicos hacen falta en el Reino de Dios? No tiene son ni ton:
en medio de  la Ciudad hay un árbol cuyas hojas son salud para  todas  las
naciones.  ¿Médicos  para  que  dosifiquen  la  medicina  de  las  hojas  del
árbol? Eso es ridículo.
Daniel Márq uez, mientras íbamos a una reunión con hombres de negocio,
en  una  óptica  de  Córdoba,  Argentina, me  cuenta  su  sueño  “espiritual”:
“Soñé que me llamaban a la casa de gobierno. Me recibía Carlitos Menem
y que me extendía un cheque firmado por él. Lo miraba yo al cheque y  le decía al Presidente: Está vacío, señor Presidente, no tiene cifras indicadas.
Y Carlitos me decía: Ponéselas vos, Daniel”. Termina diciéndome con una
resplandeciente sonrisa: “Eso sería una gran bendición si eso se cumpliese,
Rafa”.
En  Rancagua,  Chile,  el  obispo  de  la  Corporación  señala  sin  mirar  a  la
congregación,  con  su  dedo  pastoral  y  dice:  ¡Póngase  de  pie,  hermano  y
testifique  su  bendición!  Y  un  tembloroso  individuo  se  levanta  lloroso  y
comienza  a  testificar:  ¡Yo  tenía  una  deuda  de  tres  millones  de  pesos,
hermanos. Y debía pagarla al banco al día siguiente y no tenía de dónde ya
conseguir  el  dinero  necesario,  me  embargarían  todo  y  luego  iría  a  la
cárcel. Pero, a  la mañana de ese día  siguiente, alguien golpeó mi puerta
antes  de  las  ocho  de  la  mañana  y  al  abrir  me  encontré  frente  a  un
hermano  no  muy  conocido  que  me  dijo:  Dios  me  habló  anoche,  mi
hermano,  y me  ordenó  que  le  trajese  esto. Me  dejó  un  cheque  en mis
manos y se fue: ¡Era justamente la cantidad de dinero que necesitaba para
pagar mi  deuda!  Las  glorias  a Dios  remecieron  el  edificio.  Luego  de  ese
testimonio, el obispo  se dirigió a  cualquier persona, apuntándola  con  su
mano sin mirar en qué dirección señalaba su dedo y diciendo: “Testifique
para  el  Señor, hermana!  Se  levantó una hermana  temblando  y  llorando,
diciendo  así:  “Yo  le  pedí  una  casa  a mi  Señor,  para  poner  un  negocito
pequeño para subsistir, porque no tenía dónde vivir, hermanos. Hoy tengo
una casa de dos pisos, la planta de abajo es un gran almacén. Todo eso es
solo  por  la misericordia  de mi Dios”.  El muchacho  que me  acompañaba
estaba  alucinado, me  tomó  del  brazo  preguntándome  alborozado:  “Qué
glorioso,  Rafa,  ¿qué  te  parece  a  ti?  Lo miré  sonriente:  “¡Viejo  querido,
fíjate que no hay testimonios de haber recibido dones, ministerios, oficios,
frutos del Espíritu. Todo es dinero, dinero, dinero. Así no es el cristianismo.
¿Acaso nadie aspira a ser un apóstol, un discípulo de Cristo? Se desvaneció
su  sonrisa  y  bajando  la  cabeza murmuró:  “¡Tienes  razón,  nada  de  Dios,
nada de Cristo, pura plata no más!
Quizás el apóstol mayor de  toda esta herética  teología monetaria,  sea el
mismísimo Oral  Roberts. Gran  ícono  norteamericano  del  protestantismo
en  los  60’  y  70’.  Se  enriqueció  sideralmente  con  su  ministerio  y  sus
programas televisivos, aun estuvo envuelto en un escándalo financiero de
siete millones de dólares por el mismo tema de  la televisión. Su hogar es
un  verdadero  palacio  y  como  así  también  la  iglesia  que  dirige.  Hay  una
universidad que lleva su nombre y aun es el gurú de muchísimos ministros
de  la  prosperidad.  Hace  unos  meses,  ya  instalado  en  Ecuador,  pude
presenciar un testimonio de este  jeque protestante usamericano a través
de  Enlace,  el  canal  oficial  de  los  millonarios  protestantes  de Latinoamérica.  Quien  no  tenga  la  “bendición”  de  aparecer  en  sus
programas,  es  un  ministro  mediocre  y  bajo  eterna  sospecha.  Y,
obviamente, un pastor no exitoso y con  los bonos muy por debajo de  los
bonos de un  “verdadero ministro” del  señor de este mundo. Ese que  ya
dijimos,  le ofreció ufano e  inútilmente todos  los reinos de este mundo al
Rey.  Maldonado,  creo  es  el  apellido  de  uno  de  los  más  importantes
“ministros”  de  este  canal  sacrosanto.  Y  él  mismo,  en  medio  de  un
programa, muy  circunspecto  y  serio,  con esa  cara  típica de ministro que
anuncia  cosas  muyyy  relevantes,  revelaciones  y  visiones  trascendentes,
anuncia ceremoniosamente que tiene un testimonio muy importante para
todos  los ministros presentes en el estudio y para todos  los espectadores
que están en  sintonía. Ocurre que el apóstol Oral Roberts ha  tenido una
visión.  El  anciano  norteamericano  tuvo  la  visita  de  un  ángel  y  este  se
presentó  ante  él  con  sus  dos  gigantescas  manos  extendidas  hacia  el
famoso  predicador  y  repletas  de…  oro  y  joyas  preciosas,  una,  y  la  otra
repleta de dólares, diciéndole: “Elige una mano y toma todo lo que hay en
ella”.
Estremecido  por  su  propio  relato,  el  moreno  anfitrión  y  apóstol  de  la
prosperidad, aun  serio  y  ceremonioso,  continúa exhortando a  todos que
crean,  que  Dios  es  grande  y  tiene  grandes  promesas,  y  grandes
intenciones de prosperar a los que tienen temor de su nombre. 
La  moraleja  próspero-centrista  (por  favor,  respétenme  el  derecho  de
autor de  este nuevo  término),  es: Prosperidad o Prosperidad.  Los dones
del  Espíritu  y  sus  frutos,  para  los  anacrónicos  y  fanáticos  extremistas
fundamentalistas  del  cristianismo  marginal.  El  dinero  y  las  posesiones,
para ellos. ¡Chán, chán!
Sí, chán, chán. Porque solo con un tango se puede amenizar el cuento de
la  Prosperidad  de  estos  seres  encarnizadamente  paridos  y  criados,  y
enriquecidos en el más materialista de los dogmas antes aparecidos sobre
la  tierra.  Y  sí,  porque  hasta  está  profetizado  en  el  mítico  tango
Cambalache  que  popularizó  san  Carlitos  Gardel.  Y  aun,  en  lo  literario
podemos encontrar algo semejante a  la súper producción teológica de  la
prosperidad  en  el mundo  de  Borges,  en  la  obra Historia  universal  de  la
infamia, en ese cuento titulado: Historia de los dos que soñaron. Riquezas,
claro.

Desgraciadamente, la prosperidad teológica tiene horario de vencimiento:
en una hora.

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