lunes, 20 de septiembre de 2010

Hno Rafael Mendoza


IX


LA RESTAURACIÓN



Recuperar o recobrar. Reparar, renovar o volver a poner algo en el estado o estimación que
antes tenía.



Cuando  en  1980  comencé  a  abandonar  la  militancia  en  las  iglesias
evangélicas  chilenas,  ya  se  comenzaba  a  popularizar  de  manera  muy
efervescente y festiva  la cuestión Restauración. Terminaría en manoseo y
en interpretación limitada y ajustada a los intereses privados de la secta o
la  organización  que  lo  enarbolase  al  concepto  como  bandera  de  lucha
supra redencionista.
Precisamente  para  eso  se  empleaba  el  concepto  restauración  en  los
tiempos  que  necesitaron  organizar  el  budismo,  el  sintoísmo,  el
confucionismo,  incluido  el  mormonismo,  que  reclamó  ser  una  versión
restaurada  del  cristianismo  y,  bueno,  todos  los  ismos  religiosos  que
necesitaron  presentar  al  mundo  una  imagen  definida  de  sus  credos  y
deidades,  y  un  aparato  religioso  serio,  jurídico  y  “civilizado”,  para
convencer  al  mundo  de  solemnidad,  orden  y  status.  Gran  herramienta
para perfeccionar la restauración precisada obviamente fue el sincretismo.
Con  el  discurso  de  la  restauración    reciclaron,  incorporaron,
reinterpretaron y rehabilitaron dioses, ritos, cultos, la cuestión histórica, la
cuestión  templo,    la  cuestión  mensaje  y  el  modus  operandi  de  sus
autoridades  religiosas para con el  resto de  la sociedad y  los gobernantes
de turno: jamás apuntaron a la restauración del hombre y la mujer que le
da  vida  y  causa  a  sus  emprendimientos  religiosos.  Sedujeron  hombres
para  llevar  adelante  sus  ambiciosos  emprendimientos  religiosos  de
restauración,  pero  no  restauraron  al  hombre  ni  antes,  ni  después  de
oficializada ya  la  restauración de  sus  credos oficiales universales. Porque
el hombre no es un elemento prioritario en  las religiones, tampoco en el
protestantismo, porque como ocurre en la concepción secular respecto al
hombre organizado, así hace, actúa y define la cuestión la clase jerárquica
que administra el credo: “Los hombres pasan, las instituciones quedan”. Un  ejemplo  lindo  para  mostrar  esto  sería  contarles  la  historia  de  una
restauración moderna, practicada en  los años 90’, en La Plata, Argentina.
En aquél  tiempo un peso argentino equivalía a un dólar norteamericano
(pese a que  los argentinos  toda  la vida  fueron  reacios  todo  lo que oliese
siquiera a yanqui) y restaurar el edificio de la Catedral de La Plata costó 25
millones  de  dólares.  Con  ese  dinerillo  beato,  sacro  y  pío,  de  sobra,
sideralmente  de  sobra  se  componía  la  vida,  la  pensión,  el  techo  y  el
destino de  los dos o tres mendigos que como toda catedral, exhibe allí el
templo  de  La  Plata  como  cosiaca  caricaturesca,  como  cuestión  sine
quanon:  si  no  hay mendigos,  no  parece  tan,  tan  catedral.  Pero  la  vida
humana  de  esos  pordioseros,  que  terminaron  definidos  así  por  su
constante  pedir  diciendo:  ¡Por  Dios!,  no  vale  25  millones  de  dólares;
restaurarlos a ellos e invertir en tal empresa una cifra así es cosa de locos,
un  derroche,  “por  favor,  hermano, más  equilibrio,  seamos  razonables”. 
Sin  embargo,  un  cacharro  arquitectónico    los  vale.  Y  no  solo  esos  25
millones de dólares. Curiosamente, la vida del Señor Jesucristo, ese Cristo
que  la  iglesia  católica  exhibe  en  sus  altares  crucificado,  doliente  y
sanguinolento, aunque fue vendido por treinta monedas de plata, no vale
25 millones de dólares  y  sin  embargo, no dudó  en ponerla  en pro de  la
restauración  genuina  del  hombre.  Pero,  ese  es  el  modo  en  que  las
religiones  mayores  que  azotan  con  sus  látigos  dogmáticos  a  los
latinoamericanos entienden prioritariamente el tema restauración. 
Dios  no  creó  edificios  eclesiásticos  en  el  Edén  para  dar  comienzo  a  una
civilización  de  iglesias  sagradas,  que  con  el  tiempo  caería  de  la Gracia  y
precisarían un sacrificio divino para ser restauradas a su condición original
perdida:  creó  un  ser  humano,  para  dar  comienzo  a  una  civilización
humana,  una  raza  humana,  personas,  seres  vivientes.  Con  el  paso  del
tiempo ese ser creado diligente, artística y delicadamente por la mano de
Dios mismo descendió abruptamente a un segundo o tercer plano (tercer
mundo,  claro)  y  fue  tan  abismante  la  pérdida  de  su  condición  humana
creada  directamente  por  Dios,  que  la misma  iglesia  que  se  decía  y  aun
reclama ser el templo del Creador, se dedicó a exterminar seres humanos
en una de las carnicerías más atroces de la historia universal. La vida, por
ejemplo, de los 68 millones de creyentes asesinados que están registrados
en  el  mismísimo  martirologio  del  Vaticano,  no  valía  un  peso:  pero,  la
Catedral  histórica  de  La  Plata,  bien  valía  25 millones  de  dólares  para  su
restauración. Botón de muestra, digo.
Hablar  de  restauración  en  las  iglesias  protestantes,  parece  ser  que
siempre  termina  en  maldición.  Aun,  a  pesar  de  que  a  veces  se  ha
intentado apuntar al ser humano militante, pero ha sido efímero, débil y mal  orientado  y  aun  practicado  en  forma  peor.  Siempre  terminó  en
beneficio de cubrir un  interés personal y organizacional de ministros con
pasados borrascosos y solo benefició la zona nicolaíta jerárquica de todas
las organizaciones protestantes. Porque el concepto restauración no es un
privilegio de  las clases comunes que militan en el protestantismo,  los de
abajo,  cuando  caen,  son  condenados y expulsados bajo  la  “santa”  ira de
los  reciclados ministros de  la  iglesia  restaurada y  restauradora,  tal  como
les  ocurre  en  las  iglesias  de  la  santidad  más  aristocrática.  El  drama  es
grave  en  un  personaje  de  iglesia  restaurada,  porque  si  es  expulsado
ignominiosamente  de  una  iglesia  recompuesta,  reciclada,  reordenada,
¿dónde irá a parar? Deberá esperar que se levante una iglesia restaurada
de  la  restauración  anterior.  Algo  así  como  esperar  que  los  corchos  se
hundan y las piedras floten mansamente. Digo, no sé.
Al final, el  jerarca de  la  iglesia protestante de  la restauración ha venido a
ser  la expresión contemporánea del mayordomo malvado de  la parábola
de Jesús. Mayordomo y todo, tenía una historia de robos y corrupciones,
se merecía el  castigo  capital, porque  su  investidura agravaba  sus hechos
hasta  ese  punto.  Pero,  lloró,  lloró  y  lloró  hasta  que  se  le  perdonó  todo.
Apenas  salido de  su, digamos, proceso de  restauración,  se encontró  con
un  simple miembro de  la  iglesia que  le debía  infinitamente menos de  lo
que él debía al amo que acaba de perdonarlo y restaurarlo al servicio de la
mayordomía.  Sin  embargo,  iracundo  y  descompuesto  el  tipo,  no  solo
insultó  y  humilló  sacudiéndo  del  cuello  a  su  pequeño  deudor,  sino  que
también  lo metió en  la cárcel. Cuando se enteró el gran señor de  la mala
performance  de  este  tipejo  brutalmente  insensible  a  quién  él
generosamente  había  perdonado,  le  cayó  encima  con  la  mayor  de  las
severidades  por  su  hipocresía,  su  inhumanidad,  su  incapacidad  de
aprender  de  sus  propios  errores,  su  egoísmo  de  compartir  con  otro  sus
perdones, de manera tal que el individuo se arrepintiese para toda la vida
de  sus  actitudes miserables  e  impías  con  sus  semejantes.    Exactamente
como les ocurrirá en un futuro muy próximo a los jerarcas legalistas de las
iglesias malvadas de la restauración.
Decía,  que  cuando  la  iglesia  protestante  habla  de  restauración,
generalmente termina en maldición. Y tal vez, de lo que he conocido en mi
recorrido latinoamericano por el seno del protestantismo, el ejemplo más
representativo  del  tema  sea  un  tabernáculo  de  Valparaíso,  Chile,
denominado  rimbombantemente  Tabernáculo  Alfa  y  Omega  de  la
Restauración. El ejemplo restaurador de ese tabernáculo fue el modelo a
seguir o al menos, causó la admiración de los demás componentes de ese
complejo  comunitario  de  tabernáculos  branhamistas,  todos  quedaban maravillados con la disciplina que evidenciaban sus militantes, en especial
los  jóvenes,  siempre  tan difíciles de manejar  y mantener  en orden.  Esas
características  les  parecían  de  una  tan  alta  espiritualidad  que  fueron
célebres durante mucho tiempo. Es un ejemplo de cómo debe apuntarse
mal a la restauración de un individuo.
Detrás  de  esa  falsa  imagen  de  cristianismo  espiritual,  santo  y  ordenado
había un pastor esquizofrénico, delirante y muy dominante que a  fuerza
de  amenazas,  violencia  sicológica  y  física,  castigos  incluidos,  tenía
sometidos por el terror a sus más de  300 congregantes. Todo restaurado:
templo,  la  legalidad  jurídica, el  santo proceder del mensaje  interno y  los
creyentes:  todos  estos  restaurados  a gritos, patadas, bofetadas,  castigos
en cuartos oscuros, suspensiones temporales y expulsiones vergonzosas y
humillantes,  según  la  gravedad  del  caso,  obviamente  incluyendo
confesiones públicas de  sus pecadillos delante de  toda  la congregación y
prácticamente  pena  de  eterna  perdición  a  todo  aquél  o  aquella  que
tocase, desobedeciese o hablase mal del ministro: era la cosa más grave e
imperdonable.  Tenía  su  texto  bíblico  de  apoyo:  “¡No  toquéis  a  mis
ungidos!” condenas que no solo incluían a sus esclavos militantes sino que
también  se  extendían  hasta  más  allá  de  las  paredes  de  su  templo
escarnecedor, también me alcanzaron a mí esas condenas, a pesar de que
yo  jamás milité bajo  las órdenes de   aquél mísero, desquiciado y pésimo
ícono ministerial  de  cristianismo:  el  delirante  individuo  en  cuestión me
condenó a la gran tribulación, diciendo a mis hijos que yo no sería incluido
en  el  Rapto  de  los  salvados,  solo  por  no  congregarme  bajo  su  alero
demencial. Hasta el día de hoy yo no puedo conciliar el sueño, ja. Pero, en
este mismo  hoy  en  día  los  jóvenes  y  las muchachas  que  sufrieron  esos
procesos de “cristianización” bajo la mano restauradora del jefe religioso,
se  reúnen en  tertulias hogareñas,  cuando  se da  la ocasión, o en bares a
compadecerse mutuamente y a maldecirlo. Y no tienen destino, al menos
a  nivel  eclesiástico,  porque  es  una  de  las  falacias  más  grandes  y
canallescas eso de que la iglesia restaura a los hombres.
Conocí en Colombia una  iglesia protestante que  fue  levantada en base al
discurso de  la Restauración. Hartos ya de  las discriminaciones,  legalismos
y humillaciones de la iglesia de sus procedencias, el famosísimo bastión de
las iglesias del nombre en ese país, la Pentecostal Unida, se escindieron y
organizaron lo suyo, amparados en el concepto restauración para amparar
y restablecer a su función cristiana al ministro caído en pecado, al pastor
separado o divorciado y casado en segundas nupcias que es expulsado de
la iglesia “madre” unitaria, quién deshecha y expulsa estos pastores de su
seno  por  considerarlos  almas  perdidas  y  un  muy  mal  ejemplo  para  el prestigio de su denominación autoritaria. Pero todo queda remitido a un
estilo  nicolaíta  de  restauración:  solo  son  ampliamente  restaurados  los
ministros, los demás corren la misma suerte que sufren todos esos pobres
diablos  en  las  congregaciones    legalistas,  siguen  danzando  sus
avivamientos restaurados en la cuerda floja: un solo paso en falso y chao.
Fuiste.
Restauración del Nombre de  Jesús se  llama una organización protestante
que conocí en Venezuela,  la misma cosa: ministros  restaurados, pero tan
legalistas con sus congregados como cualquier ejemplo de restauración en
el  protestantismo.  Lo  último  que  ensayan  para    restaurar  es  el  más
malvado  y  tiranizante  concepto  teológico  que  ha  corrompido  en  forma
abrumadora a una  inmensa mayoría de  iglesias protestantes,  la Teología
de  la Prosperidad. No faltaba más, no se pueden quedar atrás. Lo que no
reparan  los  cabecillas  que  al  menos,  entre  ellos,  aun  hay  ministros
sencillos  y  lúcidos  que  están  en  franca  oposición  a  este  concepto
corruptor de prosperidad.  Lo que devendrá en un desmembramiento en
cualquier momento.
Nada  personal  con  estas  dos  corporaciones  protestantes  -como  con
ninguna,  aunque  en  mi  lenguaje  así  lo  parezca-,  pero  el  concepto  es
reducidamente  interpretado.  Muy  sectario,  porque  solo  justifica  el
nacimiento  y  el  obrar  de  una  nueva  organización  y  muy  parcializado,
porque solo cubre al sector ministerial de las organizaciones.

Restauración está bien definida en  los epígrafes que  incluyo bajo el título
del  capítulo,  es  restituir  algo  a  su  condición  original.  El  ministerio  del
Señor  Jesucristo  no  se  caracterizó  por  restaurar  edificios  eclesiásticos,
como el Templo de  Salomón, ni  clases  jerárquicas  religiosas,  como  la de
los  fariseos.  Él  vino  a  devolver  al  hombre  a  su  condición  original,  a  la
mujer, al ser humano, a todo aquél –persona, individuo- que creyere en Su
Nombre. Y no solo restauró a sus doce apóstoles en el Aposento Alto, sus
doce primeros ministros, Matías incluido, sino que también a los restantes
creyentes que componían  los 120 que esperaban  la promesa del Espíritu
Santo. Más tarde, ocurrió lo mismo con Cornelio, el centurión romano, en
su  propio  domicilio  y  aun  con  todos  los  que  estaban  allí  reunidos.  Y
cuantos  ejemplos  más  de  hermanos  a  través  de  todos  los  tiempos,
incluyendo  esos  feroces  días  de  las  persecuciones  atroces  que
martirizaron tantas vidas preciosas y genuinamente santas y…restauradas.
Prueba  suficiente  para  que  comprendamos  que  ninguna  iglesia  puede
restaurar al hombre. Prueba suficiente para que comprendamos que solo
el  creador  del  hombre  puede  restaurar  su  obra  creadora,  ¿quién  otro podría? Solo el artista conoce  la condición original de su obra. Y  la  iglesia
no  fue  el  artista que  creó  al hombre. Como  así no ha  sido  el hombre  el
creador del hombre original y genuino, ningún hombre puede restaurar a
otro, eso es lo que no comprenden los “poseedores” del patrimonio de la
restauración.
Las denominaciones están construidas, digamos, sobre el derecho legítimo
a Dios que tiene el hombre. En el pasado “cristianizador” la iglesia católica
edificó sus catedrales sobre  los fundamentos de  los templos originarios a
las deidades autóctonas, para  recalcar a  los  indígenas sometidos quiénes
eran  los que mandaban acá en cuanto al  tema de  la  religión, aplastando
las  deidades  originarias  propias  del  individuo  con  el mamotreto  católico
romano, así ha hecho la iglesia protestante sobre los fundamentos de sus
derechos naturales de Deidad en el hombre, para que el hombre aprenda
que ella manda aquí. Y a eso, el hombre lo aprendió tan bien, que tiembla
ante  la  idea  de  quedarse  sin  iglesia,  más  aun  si  esta  es  la  iglesia
Restaurada.  Ciego  en  su  pánico  religioso,  desestabilizado,  cautivo  y
enajenado no discierne que  la  restauración que  le ofrece  la  iglesia no es
tal,  sino que es una especie de  transculturización, un cambio de  filosofía
de vida, un viraje hacia un modo eclesiástico definido de comportamiento,
un adaptación a un credo determinado, vendido con el cuento publicitario
de que “en esta  iglesia  lo hacemos mejor”, “esta  iglesia es de Dios”, etc. 
No se trata de edificarlo, construirlo o cambiarlo mejor que la otra iglesia,
se trata de que usted sea restaurado a su condición edénica original. Todo
lo  demás  es  cuento,  lindo  y  religioso,  entretenido  y  curioso  como  el
discurso  de  los  charlatanes  callejeros  ofertan  sus  engañiflas  comerciales
con un encanto que es difícil de no advertir y desechar. En  la  religión el
embrujo  es  superior  y  más  intrínseco,  pues  todo  hombre  tiene
inclinaciones naturales a la religiosidad, a la devoción, a la idolatría; así es
como ha adorado animales, árboles, piedras, imágenes humanas, símbolos
geométricos,  elementos  naturales,  cuerpos  siderales,  etc.  Y  como  la
religión  descaradamente  y  con  toda  pachorra  se  apropió  de  Dios  y
convenció  a  todo  el mundo  que  tenía  a  Dios  entre  sus  cuatro  paredes
eclesiásticas, el hermano hombre cree a rajatabla que yendo a la iglesia de
la restauración es un individuo restaurado. Así como cree ser un cristiano
el individuo que acude a una iglesia que cuelga en su frontis un letrero que
dice “Iglesia Cristiana”. O que cree ser de Dios porque acude a una iglesia
que tiene un letrero que dice “Iglesia de Dios” Y no va más allá el tema.
Pero acá  lo que  importa y vale más que todas  las almas de  la tierra es el
bien  institucional,  su  prolongación  en  el  tiempo,  su  status,  su  prestigio
organizacional  entre  los  hombres  y  ante  las  demás  instituciones  del estado, el hombre solo sirve si se somete a  los caprichos dogmáticos y a
los  intereses  de  la  iglesia  como  denominación,  como  institución.  Lo
incongruente  y  grotesco  es  que  Dios  tampoco  vale mucho  en  el  tema,
porque no es Él quién restaura: restauran ellos. No se permiten hombres
que estén siendo trabajados por el Espíritu de Dios y no se permite que el
Espíritu  trabaje en  los hombres y mujeres elegidos: debe ser como dicen
ellos.  Para  eso  levantaron  esa  iglesia,  para  eso  deliberaron  esas
características,  para  que  se  haga  como  hacen  ellos.  Y  como  ellos  no
crearon  al  hombre,  les  sale  cualquier  cosa.  Le  llaman  restauración  a
cualquier  cosa.  La  pintan  con  algún  colorcito  religioso  y  ya  está.  Lo
importante  no  es  que  el  hombre  y  la mujer  se  vayan o  no  de  la  iglesia,
importa que la iglesia permanezca como un ícono de Dios en el barrio, en
la ciudad, en  la sociedad. Por eso  la reciclan con mayor atención, por eso
invierten más en sus refacciones, por eso la pintan cada cierto tiempo, por
eso  la adecúan  y  la  re adecúan  cada  vez que es necesario: el  templo de
Dios debe mostrarse restaurado. ¿Los de adentro?  Sálvese quién pueda.
Nadie  se  ha  preocupado  más  por  la  restauración  del  hombre  que  el
Creador.  Hizo  todo  lo  posible  y  todo  lo  imposible  por  restaurarlo  a  su
condición  original.  Todos  sus  despliegues  a  través  de  todas  las  edades
fueron  hechos  en  pro  de  la  salvación  del  hombre,  todo  ese  precioso
ejército de  libertadores,  jueces, profetas, heroínas vetero testamentarias,
héroes  anónimos  neo  testamentarios,  apóstoles,  ministros,  esas
multitudes  que  fueron  sacrificadas  en  los  altares  blasfemos  de  la
Inquisición,  los  pre  reformadores,  los  reformadores  y  todos  esos
predicadores legendarios que mantuvieron el Espíritu Santo original hasta
el  mismísimo  siglo  XX,  todo  eso,  junto  a  las  señales  que  desplegaron
fueron  puestos  en  acción  para  restaurar  al  hombre,  para  ponerlo  en  su
condición  original.  No  fueron  destinados  a  construir  imperios
protestantes,  complejos denominacionales, ni  siquiera para protagonizar
revoluciones doctrinarias ni guerras eclesiásticas de disputa y posesión de
hombres y mujeres. Nunca el aparato protestante desplegó  jamás tantos
recursos espirituales y humanos en pro del hombre. Usó al hombre para
establecer  sus  instituciones  religiosas  del  engaño  universal,  lo  usa  para
restaurar  sus  templos,  lo  saquea económicamente para engrandecer  sus
imperios  locales e  internacionales. Ningún despliegue, de ninguna  índole
para  pelearle  ese  hombre  y  esa  mujer  al  diablo,  son  discapacitados
espirituales  en  ese  terreno.  No  tienen  la  especialidad  de  rescatar  del
pecado  al  hombre.  Con  todo  el  conocimiento  teológico  almacenado  y
rectificado con el pasar del  tiempo no  saben cómo apartar a un  solo  ser
humano del error.  Lo único que  consiguen a dos manos es  civilizar a un pobre  infeliz,  convertirlo  en  un  religioso  recalcitrante,  fácil  presa  de  la
depredación  económica,  secuestrado  y  encadenado  al  lugar  donde  Dios
no  atenderá  jamás  a  hombre  y mujer  alguna:  la  iglesia  denominacional.
Sea  esta  de  tradición,  nacional,  internacional,  ecuménica,  protestante,
católica,  pentecostal  del  Nombre,  pentecostal  trinitaria  o  de  la
restauración:  caso  perdido.  “¡Ya  no  andaré más  con  vosotros,  sino  que
estaré en vosotros!” ¿Qué tipo de modelo serían ese hombre y esa mujer
que tuvieren el privilegio de ver cumplida esta promesa en sus vidas? Ellos
sí podrían hablar y testificar de restauración con toda propiedad.

El barato concepto de restauración que maneja la iglesia nominal consiste
en  anunciar  al  público  que  al  acudir  a  la  iglesia  dejará  de  beber,
abandonará  el  vicio  del  tabaco,  contendrá  sus  apetitos  sexuales
desordenados,  no  será  un  drogadicto miserable,  dejará  de  robar,  etc. A
todo  eso  lo  pueden  conseguir  en  cualquier  centro  de  rehabilitación.  Es
todo  lo  que  puede  ofrecer  la  iglesia  porque  también  no  es más  que  un
mero centro rehabilitador. Un hombre restaurado no solo no fuma o deja
de  robar,  un  hombre  restaurado  es  la  imagen  de  Dios  sobre  la  tierra,
porque  ese  era  el  concepto  original  del principio:  fue  hecho  a  imagen  y
semejanza  de Dios.  Imagen  está  definida  como  figura,  representación  o
apariencia  de  algo.  Y  la  palabra  semejante  está  explicada  como:  que
parece a alguien. Y en el caso de un hombre hecho a imagen de Dios sería
exactamente eso: la figura humana de Dios, con apariencia de Dios. 
Pablo  y  Bernabé  experimentaron  ese  parecido,  más  gráficamente
expresado  en  el  evento  de  Listra,  Licaonia,  cuando  Pablo  ordena  un
hombre postrado en  cama que  se  levante y al hacerlo éste  la gente que
presenciaba  el  portento  exclamó  en  lengua  licaónica:  “¡Dioses  bajo  la
semejanza de hombres han descendido a nosotros!” porque es inevitable,
todo hombre y mujer investidos del Espíritu de Dios, se asemejará a Dios.
No  puede  parecer  otra  cosa,  es  el  espíritu  el  que  le  da  el  perfil  al  ser
humano,  el  estilo,  los  modos,  los  comportamientos,  las  intenciones,  la
vocación,  todo  lo  inspira el espíritu y si esos seres  llevan en sí el Espíritu
Santo de Dios, se parecerán a Dios. Porque eso era el primer hombre en el
principio: un ser humano a imagen y semejanza de Dios.

Es interesante describir algunas de las características del ser humano que
creó Dios,  en un  intento de  ayudar para que  se  entienda de una  vez  en
qué  consiste  el  tema  restauración,  la  cuestión  restauración  y  cuál  es  el
objetivo  a  restaurar.  Científicos  seculares  lo  explican  así, más  o menos:
“Había  una  célula  y  esa  célula  tenía  un  gen,  y  ese  gen  tenía  una contraseña  hacia  cualquier  otra  forma  de  vida  existente.  El  cuerpo
humano  tiene 100 billones de  células  y un 90 por  ciento de  ellas no  son
células  humanas:  son  hongos,  bacterias,  microorganismos  y  lo  que  nos
hace humanos, no  es humano.  Si por un momento pudieran detenerse  y
sentir  lo  que  está  pasando  en  su  cuerpo:  Hay  6  cuatrillones  de  cosas
sucediendo  al  mismo  tiempo,  un  seis  con  veinticuatro  ceros;  y  suceden
ahora, en este instante, sentado en su silla; y en  la siguiente instancia, en
10 segundos ha sucedido 100 veces más cosas en su cuerpo que en todas
las  estrellas,  planetas  y  astros  desde  el  universo  conocido…Y  a  eso  se  le
llama Vida.” 
A esa descripción maravillosa de la genética humana debemos agregarle la
existencia  de  luz  cósmica  en  el  individuo,  en  los  años  60’,  médicos
norteamericanos hicieron un experimento al respecto. Para ello  llamaron
a un predicador protestante que tenía fama de sanador. Fue invitado con
el  pretexto  de  orar  por  algunos  enfermos,  ignorando  el  evangelista  el
propósito  experimental  de  los  médicos.  Fue  conducido  a  una  sala
acondicionada  para  el  experimento.  Al  momento  de  orar  por  cierto
enfermo  y  al  imponer  las  manos  sobre  él,  la  máquina  de  observación
registró luz cósmica brotando de las manos del sanador.
Aparte  de  eso,  cien mil millones  de  neuronas  contiene  el  cerebro,  y,  a
través de sus casi cien millones de interconexiones en serie y en paralelo,
corren  a  400  kilómetros  por  hora  sus  impulsos  repartiendo  las  órdenes
cerebrales para poner en función el “aparato” humano. 
Y suma y sigue, porque si describiésemos el aparato óptico, la función del
corazón  y  los  otros  órganos,  si  observásemos  la  estructura  del  ADN,  si
estudiásemos  en  el  aparato  de  reproducción,  si  examinásemos
detalladamente  cada  uno  de  los  genes  que  constituyen  el  genoma
humano,  en  fin,  con  esto  podemos  tener  una  idea  de  la  inmensidad  y
vastedad del universo bio genético del ser humano. 
Ahora miremos ese todo incorporando todo ese complejo mundo interior
de  cada  ser,  su  complejidad  sicológica,  sus  valores  y  defectos,  sus
sensaciones,  sus  emociones,  sus  sensibilidades  creativas,  su  inteligencia,
sus pensamientos,  lo que hay en su alma,  lo consciente y  lo  inconsciente
de  cada  uno,  es  abrumador:  han  transcurrido  seis  mil  años  desde  el
momento de su creación y no han bastado para conocer en su totalidad la
composición de la maravilla de la ingeniería humana.
Antes  de  llegar  a  nuestro  punto,  observemos  ahora  el momento  de  la
adecuación  del  hábitat  de  ese  ser  maravilloso  llamado  el  hombre:  fue
ordenado  todo  el  universo,  fueron  repartidos  todos  los  equilibrios
cósmicos respectivos, fueron ordenadas todas las órbitas y traslaciones de cada cuerpo  celeste de modo  tal que  los científicos confiesan admirados
que el equilibrio del conjunto total del universo es una cosa escalofriante.
Todas  esas  fuerzas  cósmicas,  gravitatorias,  rotacionales,  de  traslación
sujetas  de  manera  perfecta,  nada  puede  desestabilizarse,  porque
cualquier minúscula  falla  en  el  equilibrio  cósmico  traería  consecuencias
desastrosas sobre  la raza humana. Pensemos que ya una vez armonizado
todo el concierto cósmico es cuando ocurre el momento de la creación del
hombre, de  la  inauguración de ese primer  ser admirable, único  y  la  sola
causa de todo este emprendimiento creativo cósmico. 
Esa maravilla  de  la  ingeniería  genética  obrada  por  la mano  del  Creador
necesitaba  un  espíritu  para  tomar  vida,  para  cobrar  vida.  El  Creador
entonces no creó un espíritu humano para  inocular en su obra,  sino que
sopló sobre él su aliento, Su espíritu de vida y vino a ser el hombre un ser
viviente. Pero, reitero, con el aliento de su Dios y Creador. 
No  se  si  se  entiende  ahora  de  que  restauración  nos  habla  la  Biblia  por
boca  de  sus  ministros.  Es  indiscutible  e  irrefutable:  la  iglesia
denominacional  jamás  restaurará a ser humano alguno: no  lo ha creado.
No tiene el patrón humano, no tiene el gen original, no posee los archivos
de  la  información  genética  que  transcurre  por  todo  el  cuerpo  de  esa
creación  humana,  no  posee  la  luz  cósmica  que  recorre  los  laberínticos
recovecos  biológicos  del  ser  humano,  no  tiene  el  modelo  del  alma
humana, lo que es peor: no tiene el espíritu que da vida al ser creado por
Dios, el Padre de todos los espíritus.  Miente la iglesia de la restauración.

Miente  incluso en  la finalidad y cometidos de un hombre y de una mujer
restaurada.  Semejante  obra  creacional  no  será  restaurada  para  ser
convertido  en  un  exitoso  profesional  del  sistema:  No  creó  Dios  a  su
hombre  para  entregarlo  al  juego  de  la  explotación  del  hombre  por  el
hombre.  La  restauración  no  consiste  en  adecuar  individuos  para
insertarlos  exitosamente  en  el  aparato  del  sistema  ateo  y  evolucionista
que desplazó a Dios como el Creador e instaló a un mono en ese pedestal
de  gloria  creativa,  bajo  los  auspicios  de  Dios  y  su  “santa”  iglesia
denominacional,  eso  aparte  de  ser  un  craso  error  es  un  insulto  de
proporciones  al  Creador.  Y,  claro,  también  es  una  muestra  cierta  e
inequívoca que de restauración  la  iglesia protestante  ignora todo grosera
y grotescamente.
Entre todas estas perdiciones restauradas conviven los seres humanos en
una auténtica  falacia  tramposa. La esnobista  iglesia de  la  restauración es
tan cancerbera y mentirosa como  las denominaciones de  las cuales se ha
rebelado. Por  los  días  que  escribo  este  análisis  en Armenia,  la  segunda  ciudad  en
importancia del eje cafetalero colombiano, presencio la feroz persecución
de  la  iglesia  de  la  restauración  del  Nombre,  en  contra  de  uno  de  sus
ministros, quién determinó dejar de servir a sus intereses y entregándoles
su iglesia en Montenegro, decidió independizar su ministerio. ¡Para qué…!
Ha despertado a todos los hados malignos de la iglesia restauradora y está
siendo  vilipendiado,  desprestigiado  y  tratado  como  el  pecador  más
virulento  de  todos  los  tiempos:  ha  pecado  contra  el  esclavismo  de  la
organización.  El  orgullo  soberano  de  la  iglesia  de  la  restauración  está
herido (jamás fue restaurado ese orgullo, es evidente). Abandonarla es  la
transgresión  más    imperdonable  que  un  ministro  pueda  cometer.  El
vicepresidente  de  la  organización  que  reside  en  Pereira  y  el  súper
intendente  que  se  domicilia  en  Armenia  están  repartiendo  celosas  y
múltiples instrucciones por toda la zona para que el ministro que ha osado
hacer uso de su legítimo don del libre albedrío ministerial, para expresarlo
en  las direcciones que su don reclama, no sea recibido en ninguna  iglesia
de  la  organización  y  en  ninguna  de  las  organizaciones  amigas,  ¿o
cómplices?, pues es ahora un “suelto”, un “desordenado”, un ministro en
“desobediencia” Y eso es ministrar en pecado. ¿?¿?
El hombre tiene un historial personal impecable, dedicó una gran parte de
su  vida  a  secundarles  en  el  cuento  de  la  restauración:  comprendió  que
había  perdido  el  tiempo.  Ha  caído  de  la  gracia  denominacional
restauradora. Ni él, ni su ministerio, ni su historial, ni su testimonio valen
nada ya.
El vicepresidente de  la organización, que predica y pastorea  la  iglesia de
restauración en Pereira tiene un historial que no se puede comparar al del
ministro perseguido: vivió diez años en adulterio, en esos diez años siguió
pastoreando,  bautizó  ¿conversos  salvados?,  practicó  ceremonias
matrimoniales,  usó  diezmos  y  ofrendas.  Desconociendo  el  valor  de  su
perdón y olvidando de dónde había caído, se lanzó en picada feroz contra
el ministro disidente. 
¿Qué  dirá  Dios  de  esto?  Exactamente  lo  mismo  que  nos  quiso  decir
cuando nos refirió la parábola del mayordomo malvado.
Frente a hechos de características criminales como estos, no hay que ser
muy  erudito,  ni  hay  que  tener  una  unción  muy  tremenda  para
comprender que  la  iglesia  restaurada no ha  sido  jamás  restaurada y que
sus dirigentes no han conocido jamás lo que significa restauración, eso con
que se  llenan sus bocas dogmáticas, usando el concepto como banderita
de  “distinción”,  para  “diferenciarse”  de…  los  otros.  Lo  único  que  han conseguido es diferenciarse de Dios. Y, a estas alturas, ya es una diferencia
con características insalvables.
En  vano  ensaya modelos  de  iglesia  el  dios  religioso  protestante  de  este
mundo.  El  Dios  del  cristianismo  es  más  alto  que  deidad  alguna.  Todo
comenzó  en  Él,  todo  concluirá  en  Él.  Nadie  le  restaura  los  Suyos,
comprados  a  precio  de  su  propia  sangre,  avanzan  en  pos  de  su  reino
restaurados en su sacrifico, muerte y resurrección, sellados por el Espíritu
Santo hasta el día de su Redención.

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