lunes, 20 de septiembre de 2010

Hno Rafael Mendoza


XIII
 
 
EL REINO.


Desde entonces el reino de Dios es anunciado, y todos se esfuerzan por entrar en él.
Lucas 16:16
El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el
reino de Dios está entre vosotros.
Lucas 17: 20 y 21
 
 
En el año 30 de nuestro Señor, apareció un barbudo, vestido con pieles de
camello,  un  cinto  de  cuero  alrededor  de  sus  hombros,  con  una  dieta
compuesta  de  langostas  y  miel  silvestre,  domiciliado  en  el  desierto  y
esgrimiendo  un  lenguaje  agresivo,  con  una  hostilidad  dirigida
exclusivamente a la clase sacerdotal del Templo de Salomón.
Se despachó un anuncio no conocido, nunca antes oído: “¡El Reino de  los
cielos  se  ha  acercado!”  (Mateo  3:2) y  proclamándose  a    mismo  como
la “voz  que  clama  en  el  desierto”  (Mateo  3:3),  aparejando  el  camino  del
Señor.
Este  hombre  se  llamaba  Juan  y  Jesús  dijo  de  él  que  nunca  se  había
levantado  uno  como  él  sobre  la  tierra,  el  homenaje máximo  que  pueda
recibir de labios del Rey un servidor de su Reino.
Se dice que Juan abandonó el Templo y sus familiares a los nueve años de
edad.  Y  su  ministerio  tiene  características  dignas  de  destacarse,  como
también un récord inusual: fue preparado toda su vida en el desierto para
un  ministerio  de  seis  meses  de  duración,  al  final  del  cuál,  murió
decapitado  por  los  expresos  deseos  de  una  ramerita  menor  de  edad,
llamada Salomé.
La  principal  de  las  características  de  este  ministerio  profético  que
introduciría  el  Reino  de  los  cielos  y  su  Rey,  era  eso  de  predicar  en  el
desierto.  En  contraposición  con  los  profetas  modernos,  que  buscan  de
preferencia  la  capitales  y  las  ciudades más  populosas  y  adineradas  para
establecer sus…”ministerios”. Otra de sus particularidades consistía en el
método  de  practicar  su  predicación:  no  salía  a  buscar  gente  para
sermonear, la gente debía acudir a él. ¡Y en el desierto! Pero la mayor de las  características, a  la  luz de  los estilos aristocráticos de  los profetas de
estos tiempos, era su apariencia física, su presentación personal, su modo
de  vivir,  su  condición  social:  era  un  paria  del  desierto,  un  salvaje
prácticamente  incivilizado,  un  ministro  jamás  ordenado  por  autoridad
religiosa alguna; peor aún: era la oveja negra clásica, hijo de un sacerdote
del  templo,  renegaba  de  la  clase  sacerdotal  con  una  vehemencia
incomprensible  para  la  casta  religiosa;  y  aún  en  esa  condición:  fue  sin
discusión  alguna  el  Precursor  del  Rey  y  su  Reino.  Fue  el  Relacionador
Público del Rey, el Primer Canciller del Reino entre los hombres.
Había  hombres  altamente  educados  y  poderosamente  entrenados  en  lo
tocante a  la administración de  las cosas de Dios y su Escritura,  la Ley y el
Decálogo:  el  elegido  fue  Juan. Había  telas de  los más  recónditos  lugares
del mundo  conocido  y  se practicaba el buen  vestir en  todos  los estratos
sociales de alcurnia, la clase empresarial, principalmente y la clase política,
como también la clase religiosa, cuando no. Pero Juan fue el elegido para
presentar el Reino y su Rey.
Destacar estas características inusuales de Juan, nos sirven para conocerlo
un  poco,  pero  las  destaco  no  para  conocer  a  Juan,  si  no,  para  que
conozcamos  las características de  las elecciones que practica Dios, el Rey
en  y  con  los  individuos  de  Su  Reino.  Nada  parecido,  por  supuesto,  al
modo  como  elige,  califica  y  aprueba  la  religión  protestante  hoy  en  día.
Aunque  se  llenen  la  boca  hablando  admirablemente  de  Juan  y  su
ministerio peculiar, porque para ellos es solo algo así como una anécdota,
como un personaje folklórico de los tiempos bíblicos, incluso como un algo
caricaturesco. Lógicamente las cosas han cambiado en el presente y ya no
se  usan  ministros  tan  populares  y  tan  rurales  o  ermitaños  para  las
funciones  de  alto  nivel  que  desarrolla  hoy  en  día  un  “ministro”
protestante en el concierto social. Las cosas no son tan sui generis como
en  el  pasado,  el mundo  cambió.  El  tema  es,  cómo  pueden  probarnos  a
nosotros  que  Dios  ha  cambiado  al  ritmo  de  los  tiempos  y  del  sistema.
Cómo  pueden  probarnos  que  Dios  ha  sido  civilizado  y  occidentalizado
como  a  ocurrió  a  todos  los  individuos  del  Planeta.  Cómo  pueden
probarnos que Dios sucumbió a la europeización y/o americanización de la
misma manera  que  fue  transculturizado  el  hombre  que  fue  creado  a  su
imagen y semejanza.
Dejémoslo  ahí,  es  un  tema  secundario  en  este  capítulo,  pero  que
concierne  al  contenido  no  obstante.  El  punto  es  que  un  hombre
absolutamente  reñido  con  la  imagen  social,  cultural  y  religiosa  que
enaltece  el  sistema,  presentó,  en  la  nación más  creyente  de  la  tierra  y poseedora del conocimiento del Único Dios Verdadero, al reino de Dios en
la tierra. Y presentó al Rey.
El Rey apareció de pronto entre las filas de todos aquellos que acudían al
desierto  a  oír  la  predicación  del  loco  de  las  soledades.  Sin  ningún
protocolo  de  alcurnia.  No  se  hizo  preceder  de  emisarios,  nada  de
alfombras  persas  o  egipcias.  Nada  de  heraldos  trompetistas,  nada  de
carruajes,  llegó  a  pié,  como  todos. Ni  siquiera  vestía  túnicas  reales.  Sin
embargo, era el Rey del Reino que anunciaba Juan. Cuando  llegó frente a
Juan, éste titubeó y se sintió desestabilizado, conoció que era el Rey. “Yo
necesito ser bautizado por  ti, ¿y  tú vienes a mí?”  (Mateo 3:14) Entonces  le
proclamó: “Este  es  aquél  de  quién  yo  dije:  No  soy  digno  de  desatar  las
correas de su calzado” Y entonces fue que le bautizó. Al Rey.
Y  luego  fue  honesto,  honesto  de  honestidad,  eso  de  lo  cual  carecen  en
forma alarmante  los “ministros” de hoy en día: se quitó de en medio, “es
necesario que yo mengüe, para que Él crezca…”  Y derivó a sus discípulos
bajo el ministerio del Señor  Jesús, el Rey. No se  los quedó para Él, se  los
entregó  al  Rey.  Algo  que  debieran  hacer  los ministros  contemporáneos
cuando  Jesucristo viene a alguno de  los suyos: hacerse a un  lado, dar un
paso a un costado, porque el Rey ha comenzado a reedificar a uno de los
suyos.
El mensaje  del  Rey,  cruzando  las  calles  de  Israel,  no  fue  distinto  al  de
Juan: “¡El Reino de los cielos se ha acercado!”  Su Palabra convulsionó todo
el  entorno  nacional  hasta  llegar  –vía  complot  de  la  clase  religiosa  del
Templo-,  incluso  a  los  mismos  umbrales  del  imperio  romano.  Nadie  ni
nada más alterado que  la clase  sacerdotal oficial de  Israel, sus maestros,
escribas,  sus  sectas  fariseas  y  saduceas. Ellos prontamente manifestaron
de plano una irreconciliable oposición a este desconocido, sin ordenación
sacerdotal,  de  usos  y  costumbres  absolutamente  marginales,  sin
ceremonias,  sin  educación  teológica  reconocida,  una  gramática  muy
populista, sin status de ministro serio,  informal hasta el repudio, amigo y
prácticamente compinche de pecadores, prostitutas, adúlteras, borrachos
y  cabecilla  de  una  especie  de  secta  indigente  y  cuasi  analfabeta
compuesta  por  doce  individuos  de  escasa  aristocracia  y  nulo  status
sacerdotal, según la mismísima ley de Moisés.
Sin  embargo,  nadie,  ningún  exégeta,  ningún  teólogo,  ningún  escriba,
ningún  maestro,  ni  siquiera  el  Sumo  sacerdote  pudo  desvirtuar  o
desacreditar  su  irrefutable  anuncio  del  Reino.  El  Manifiesto  oficial  del
Reino  que  Jesús  anunciaba,  es  explicitado magistralmente  en  el  Sermón
del  Monte.  Allí  especificó  claramente  el  programa  de  gobierno  de  Su
Reino.  El  anuncio  que  definía  a  los  destinatarios  de  Su  Reino,  causaba estragos,  confusión,  enojos  y  blasfemias  en  el  seno  de  la  jerarquía
sacerdotal  dueña  absoluta  del  “Reino  del  Dios  de  sus
padres”: “¡Bienaventurados  los pobres, porque de ellos es el Reino de  los
cielos!” Mateo 5:3.  Nicodemo quedó de un palmo en la boca, cuando el Rey
le explica quién y cómo un individuo entra a Su Reino: “¡El que no naciere
de nuevo, no puede ver el reino de Dios!” Juan 3:3. Nada más bobo para un
teólogo  de  la  envergadura  de Nicodemo  que  retrucar  con  una  pregunta
que  a  su  vez,  reflejaba  su  absoluta  formación metafísica  aristotélica,  su
razonamiento puro, y  que manifestaba su absoluto desconcierto: “¿Cómo
puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda al
vientre  de  su  madre,  y  nacer?”  De  todos  modos  su  desconcertada
interrogante  consiguió  la  réplica  definitiva  de  Jesús,  el  Rey,  al  tema  de
quién y cómo se entra al Reino que anunciaba. “¡El que no naciere de agua
y espíritu, no puede entrar en el reino de Dios!” Juan 3:5.
La consigna de la importancia del Reino es determinante, según el mismo
Rey: “¡Buscad primeramente el reino de Dios y su Justicia…!” Mateo 6:33. Y
algo  que  debiera  poner  en  estado  de  franca  preocupación  al  aparato
religioso,  o  a  sus  líderes,  o  a  alguno  de  sus  esclavos  dogmáticos  y
denominacionales: “¡No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará al reino
de  los  cielos…!” Debiera  preocupar,  por  cuanto  es  el  mismo  Rey  quién
dicta esta sentencia. Es claro, por cuanto lo dice en primera persona. Él no
era Juan el Bautista, un simple anunciador del reino y su Rey, Él era y es el
Rey.  Y  en  su  continua,  irreconciliable  y  feroz  controversia  con  la  clase
religiosa, nos declara por qué era el Rey, por qué sostenía que el Reino de
Dios estaba entre los hombres: “¡…Si yo por el Espíritu de Dios echo fuera
los demonios, ciertamente ha  llegado a vosotros el  reino de Dios!” Mateo
7:28. Y esa declaración  sí que era  contundente,  satanás, el diablo, estaba
amenazado en  su propio  territorio, eso ya  lo había probado el Rey en el
desierto:  jamás  esa  aristocrática  clase  religiosa  desafió  y  venció  de  tal
manera al rey de  las tinieblas. Era  indiscutible e  indudable: el Rey estaba
entre los hombres. Y por cuanto los reyes nunca se pasean solos fuera de
sus  dominios,  entonces  era  incuestionable  que  el  reino  de  Dios  estaba
entre los hombres por primera vez en la historia universal: ¡porque el Rey
estaba entre nosotros!
Con los suyos, su anuncio cambiaba de revoluciones, por decirlo de alguna
manera, mientras que el anuncio frente a  la clase religiosa se tornaba un
desafío,  una  advertencia  y  casi  una  amenaza,  en  la  intimidad  con  los
ministros  atorrantes  que  conformaron  la  primera  expresión  de
congregación,  según  la  modalidad,  el  estilo  y  la  voluntad  del  Rey,  se
tornaba  dulce  el  anuncio,  se  tornaba  fraterno,  sabía  al  vino  de  la revelación,  sabía  a bienaventuranza: “¡A  vosotros os  es dado a  saber  los
misterios del reino de Dios; mas a los que están fuera, por parábolas todas
las  cosas;  para  que  viendo  no  vean  y  no  perciban;  y  oyendo oigan,  y  no
entiendan; para que no se conviertan, y les sean perdonados sus pecados”!
Marcos  4:11  y  12.  Nada más  categórico  y perentorio, determinante,  típica
palabra de Rey: el decidía para quién era el  reino, a quién explicaba  sus
misterios  insondables  y  a  quienes  rechazaba.  Nada  ha  podido  jamás
rectificar esa sentencia.
Pilatos  recibió quizás  la  forma más  contundente de definir y explicitar  la
condición  y  naturaleza  de  su  Reino: Respondió  Jesús: Mi  reino  no  es  de
este mundo;  si mi  reino  fuera  de  este mundo, mis  servidores  pelearían
para que yo no fuera entregado a  los  judíos; pero mi reino no es de aquí.
Juan 18:36.
Y este es el punto: como Su Reino no era de este mundo, no era de aquí, la
religión  decide  su  ejecución  por  una  de  las  muertes  más  crueles  que
practicaba  el  imperio:  la  crucifixión.  Y  por  cuanto  la  religión  no
representaba el más mínimo y paupérrimo  interés del Rey y Su Reino, no
fue hecha partícipe de él, ni de sus revelaciones, misterios y conocimiento,
y jamás del espíritu de ese reino, el Espíritu del Rey. Ese Espíritu era para
sus  elegidos.  Y  este  es  otro  de  los  misterios  que  el  Rey  no  dilucidó  a
Nicodemo: solo sus elegidos reciben ese Espíritu que les significa nacer de
nuevo,  para  certificar  su  integración  y  pertenencia  al  reino  de  Dios.  Su
Espíritu. Un  espíritu  que  no  solo  no  es  patrimonio  exclusivo  de  religión
alguna:  no  pertenece  a  religión  alguna  y  no  lo  produce,  ni  fluye,  ni  se
derrama,  ni  se  decide  en  religión  alguna;  como  tampoco  religión  alguna
decide quién  recibirá ese Espíritu que  le hará un nativo de ese Reino, un
originario  de  ese  Reino,  por  una  razón muy  sencilla:  Así  como  un  reino
tiene por naturaleza un rey, ese rey también tiene hijos, y como el Rey de
este Reino es el Padre de todo lo creado, el Padre de todos los espíritus y
es  el  Padre  del  primer  hombre:  solo  su  hijo,  solo  su  hija  recibirá  Su
Espíritu.  Y “conoce  el  Señor  a  los  que  son  suyos” 2  Timoteo  2:19. Luego
ocurre que no  los conoció cuando vino por primera vez a  la  tierra, en su
incursión por la nación de Israel: “Porque a los que antes conoció, también
los predestinó para que  fuesen hechos conformes a  la  imagen de su Hijo,
para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.” Romanos 8:29.
Luego,  como  su Reino no  es de  este mundo,  es  imposible que produzca
cosa alguna parecida a las cosas de este mundo. Y mucho menos: cosa de
este mundo no  tendrá utilidad alguna en Su  reino. Y huelga decir, que si
este  reino  es  conocido  por  y  reparte  un  espíritu  determinado,  es  obvio
que  no  es  un  espíritu  de  este  mundo.  Como  tampoco  es  posible  que
hombres  de  este  mundo  manejen  al  Rey  y  los  destinos,  designios  y voluntades de Su Reino. Tampoco es posible que este Reino que no es de
este  mundo  se  subordine  a  los  reyes  y  reinos  de  este  mundo.  Como
tampoco puede ser que el Rey negocie acuerdos de convivencia con este
mundo. Como tampoco puede ser que este Rey se arrodille delante de los
reyes de este mundo. Jesús estaba en posición crítica frente a Pilatos: no
se arrodilló. No exhibió credenciales de ministro seriamente ordenado por
una  religión  autenticada  por  el  estado,  para  exigir  respeto  por  sus
derechos ciudadanos y  religiosos, como eran  respetados  los derechos de
la clase religiosa que lo envió al matadero. Pero la clase religiosa del reino
de este mundo avanza en una afiebrada empresa directo a la conquista de
este mundo,  con  líderes  exitosos,  apóstoles millonarios  con  gran  poder
adquisitivo,  con  muchas  posesiones  y  multimillonarios  edificios  de  la
blasfemia universal que llaman iglesias.
Luego, si el rey no decidió que su capitanía general debía ser establecida
en  el  Templo  de  Salomón,  que  entre  otras  cosas,  aparte  de  la  histórica
comisión  de  ser  un  templo  destinado  al  único Dios  de  Israel,  reclamaba
tener  a  Dios  en  su  Lugar  Santísimo,  pese  a  que  ya  el  Arca  había
desaparecido  en  los  tiempos  de  Jesús:  ¿Por  qué  las  religiones  gentiles
denominadas  cristianas  reclaman  ser  la Casa de Dios  y puerta del Cielo?
Eso es exactamente lo mismo a decir que son el Reino y la Puerta al Reino.
¿Es  realmente  la  iglesia  católica o  la  iglesia protestante  la  institución del
Reino  de  los  cielos  en  la  tierra?  ¿Cuál  de  todas  estas  iglesias mundiales
altamente  profesionalizadas  en  materia  religiosa  será  elegida  para
instalarla en el centro del Reino de Dios? Porque se trata de Reino. Y de Su
Rey,  claro.  Eso  es  lo  que  se  desprende  de  la  aparición  y  el mensaje  de
Jesús: Él no vino a proclamar  la  fundación de  la  religión verdadera, Él no
vino  inaugurar  la  iglesia  católica  o  a  presentar  al  mundo  la  iglesia
protestante: Él vino a proclamar Su Reino entre los hombres.
Estas organizaciones protestantes ya han ocupado más de 500 años y no
han podido evangelizar una  sola pequeña nación de  Latinoamérica. ¿Por
qué?  Porque  sus  herramientas  de  religión  son  las  herramientas  del
concepto  terrenal  de  los  valores  “cristianos”  occidentales  y
norteamericanos.  Un  indio  dejar  de  ser  indio  –sinónimo  de  bárbaro
incivilizado-, y pasa a  ser  reconocido y  llamado cristiano cuando aparece
en  la  iglesia  vestido  de  traje  y  corbata.  Aun  se  elevarán  ¡aleluyas!  A  su
paso.  Y,  claro,  son  civilizadores  euro  americanizantes,  cosas  de  este
mundo, para  llevar  la  contra al  contenido del mensaje del Rey: “¡Buscad
las cosas del Reino de Dios primeramente…!”
Como  la naturaleza de  las organizaciones  y  sus mandamases  es  terrena,
buscan por  impulso espontáneo  las cosas de este mundo primeramente, anteponen  las  cosas  de  este  mundo  primeramente:  nadie  es  digno  de
incorporarse a un  instituto o un seminario religioso del protestantismo si
no ha aprobado satisfactoriamente la educación terrenal, atea y blasfema,
pagana y evolucionista, pero ese cartón manda. Nadie puede aspirar a ser
un ministro profesional sin este  insustituible requisito previo del reino de
este  mundo.  Nadie  bendice  ceremonialmente  una  unión  matrimonial
protestante  si  esta  no  ha  sido  casada  en  las  leyes  de  este  mundo
primeramente. “¡Buscad primeramente el reino de Dios y su Justicia…!” es
inútil, Señor Jesús, por cuanto esta es la religión protestante oficial de este
mundo entiende que  lo primero son  las cosas de este mundo y  las cosas
del  Reino  son  secundarias,  “ordenadas”,  sometidas  a  los  regímenes  de
turno,  obediente  a  las  disposiciones  del  este mundo,  verdadero  dios  de
todos los seres creados. Dios puede esperar. El Rey relegado “píamente” a
un segundo plano. Debe comprender que en este mundo la iglesia manda,
Él no encabeza. Él no es prioridad. Él debe asumir que en su condición de
Dios “amoroso” y “ordenado” está puesto en sus funciones para bendecir
todos los chanchullos que hace la iglesia y para otorgar prestamente todo
lo que  la  iglesia  reclama de Él en  su  condición de Dios. Algo así  como el
mítico genio de  la  lámpara. El  rey debe  comprender, en  su  condición de
humilde servidor de los hombres que debe quedarse afuera de los pasillos
del  Gobierno  esperando  mientras  ellos  entran  a  negociar  privilegios,
favores, status; y Él debe bendecirlos mientras tanto, claro. Luego, cuando
salgan,  le  agradecerán  las  capellanías  conseguidas  (en  los  ejércitos  que
fundó  la simiente de Caín, claro),  le agradecerán  las personerías  jurídicas
obtenidas, le agradecerán los fondos obtenidos para sus emprendimientos
sociales-cristianos, le agradecerán, ¡tan humilditos ellos y consagrados! el
que  ahora  la  iglesia  evangélica  sea  considerada  con  respeto  como  una
institución  importante en  la  sociedad. El genio de  la  lámpara maravillosa
de  los  protestantes.  Han  puesto  de  rodillas  al  rey  delante  de  todas  las
autoridades  terrenales, mientras  lamen botas y otras partes más  feas en
sus  aspiraciones  de  grandeza,  en  la  consecución  de  imagen  religiosa
sazonada  con  poder  político,  económico  y  religioso.  Esta  es  una  de  las
situaciones graves que  les acarreará  la  ira del Rey en el  inminente  Juicio
de  Dios.  Entonces,  conocerán  la  envergadura  del  Rey  que  hicieron
arrodillar delante de los reyes de este mundo. Debían haber ido con Dios,
para que  todos  los  capitanes, presidentes,  reyes,  señores, empresarios y
políticos  del mundo  hubiesen  doblado  sus  rodillas  aristocráticas  delante
del Rey, esa es la comisión, esa es la obligación de un heraldo de Su Reino:
instar al arrepentimiento a todos los hombres del mundo. La flamante institución oficial del “cristianismo” organizado reclama ser la
“puerta” del Reino de Dios, pero  todos  los que han entrado por ella han
terminado insertados en este mundo, en una “ungida" y acelerada carrera
por conquistar exitosamente este mundo, no con bendiciones y dones del
Espíritu,  con dinero,  con  títulos,  con  éxitos  empresariales;  acarreando  al
Rey  de  reyes  detrás  de  ellos,  claro,  para  que  les    la  “victoria”  en  su
empeño mundanal. Pobres miserables, les predicaron que la organización
era  la puerta de  Su Reino  y  terminaron encandilados  con  los espejismos
materialistas de este mundo. La puerta del Reino nunca cambió de mano,
de  ubicación  ni  de  nombre:  siempre  fue,  ha  sido  y  será  el  Señor
Jesucristo. “Yo  soy  la  puerta,  el  que  por    entrare  será  salvo”  Juan
10:9  Pocos  son  los  que  la  hallan  a  esta  puerta;  los  demás,  por
miles,  encontrarán  una  iglesia  portentosa,  ordenada,  ampliamente
reconocida por el aparato estatal y absolutamente organizada, próspera,
respetada  y muy  bien  calificada  en  las  esferas  de  la  sociedad mundana,
como a ella le gusta. Sus puertas son carísimas, lujosas, artísticas, amplias,
lustrosas;  puertas  de miles  de  dólares,  puertas  que  son  orgullosamente
exhibidas al mundo entero por  las cadenas satelitales de  la televisión y el
internet: las puertas de la religión del reino de este mundo.
“¡Buscad primeramente el reino de Dios y su Justicia…!” Es esto  lo que no
se  entiende,  después  de  tanta  polvareda  eclesiástica,  oscurantismos,
persecuciones  y  dogmas,  y  teologías  que  permanentemente  se  van
refutando  unas  a  otras,  por  cuanto  elementos  filosóficos,  claro;  y
reactualizándose  y  reacomodándose  al  funcionamiento  del  sistema  y  al
cambio  de  los  tiempos:  Él  es  el Rey  y  nos  ha  impartido  Su Reino. “Toda
potestad  me  es  dada  en  el  cielo  y  en  la  tierra.”  Mateo
28:18. Indiscutiblemente  es  el  Rey,  todo  su  Poder  engloba  la  tierra,  el
universo que  está  inserta  y  los  cielos no  conocidos.  Este  es  el punto:  se
trata del Rey y de Su Reino.
Existe  la discusión acerca de si Dios es una expresión cultural diferente a
esta. Y existe la posición de que Dios no es cultura, Dios es natura. Y esa es
una discusión a nivel de iglesia trinitaria, que es la que más se asemeja al
perfil  de  las  hijas  de  la  iglesia  católica,  por  cuanto  su  concepto  trino  de
Divinidad es exactamente el mismo de la iglesia de Roma. Concepto de la
Deidad,  claro. O  sea,  el  concepto  religioso  del  Rey.  La  ponencia  de  que
Dios  es  natura  es  llamativa  viniendo  del  sector  de  los  pentecostales
trinitarios,  porque  si  es  Natura,  es  origen  de  todo  lo  creado.  Y  eso  es
acertado.  Lo  que  no  se  comprende  es  por  qué  insisten  en  defender  un
aparato que no tiene relación con Dios –Natura. Dios-Natura no es afecto
a  los  templos. Nos construyó uno para Adán en el Paraíso. No construyó uno  para  sus  apóstoles  en  la  nueva  Dispensación  que  abrió  entre  los
hombres,  al menos,  como  distintivo  o  representación  diplomática  de  Su
Reino entre los hombres. No construyó templo alguno en la Santa Ciudad
de los cielos nuevos y la tierra nueva del Apocalipsis. En otras palabras: no
es  cuestión  natural  en  el  Dios-Natura  el  asunto  templo.  Al  menos,
arquitectónicamente  hablando.  Pero    habló  respecto  a  Él  y  el  tema
templo  en  una  de  sus  ríspidas  discusiones  con  los  funcionarios  del
templo: “¡Pues,  os  digo  que  uno mayor  que  el  templo  está  aquí!” Mateo
12:6. En el exacto momento de pronunciadas esa palabras por  la boca del
Rey, en los albores de la era de Gracia, debería de haber quedado zanjada
la  cuestión  templo.  Pero,  el  hombre  natural  –no  se  confunda  con  el
hombre-natura-,  verraco  (dicho  colombiano)  como  es,  contumaz  y
rebelde, porfiado  y  falto de ese  toque, de esas arras, de esa  investidura
que  lo acredita como pertenencia del Reino de Dios, creó un sustituto de
Reino: el aparato eclesiástico. Visto de otro modo: al antro  religioso que
ejecutó al Rey y que el Rey despreció hasta vaticinar su destrucción total
(y  ejecutarla),  lo  re  posicionó  como  Casa  de  Dios  la  religión  “cristiana”
occidental  en  sus  expresiones  católicas  y  protestantes.  Ninguno  de  sus
más eximios exégetas, teólogos o padres de la iglesia pueden justificarnos
Biblia  en mano  la  existencia  de  este  aparato,  como  les  suena  lindo,  les
queda bien, les reporta jugosos beneficios y luce tan píamente religioso, lo
sostienen. Y lo imponen.
A  este  aparato  religioso  llamado  iglesia,  templo,  catedral,  cultito,
tabernáculo, capilla, etc., no  importando su  tamaño, pues  se  rige por  las
mismas costumbres eclesiásticas,  en realidad, se le ha dado otro uso: es el
Caballo de Troya de satanás en el Reino de Dios. Y no estamos muy lejos,
si  consideramos que  satanás  también  se paseaba en el huerto del Edén.
Todos  los que están dentro de este  caballito mimetizado y puesto  como
que  no  quiere  la  cosa  en  el  Reino,  son  perfectos  individuos
transculturizados: se han profesionalizado según las artes de los reinos de
este  mundo  para,  según  ellos,  “anunciar  el  reino”:  filosofía,  teología,
escolástica,  psicología,  administración  de  empresas,  técnicas  oratorias.
Para  muestra  un  botón,  parte  del  plan  de  enseñanza  de  Semisud,
Seminario Sudamericano:

SEGUNDA UNIDAD. (Tercera parte del texto básico)
Psicología de las relaciones humanas
El arte de agradar a la gente
Las cinco áreas de aplicación de las relaciones humanas.
 En fin, profesionalizados, como dije, en el saber natural, laico, secular.
En el Reino de Dios las herramientas las pone el Espíritu de Dios, por eso la
orden  del  Señor  Jesucristo  fue  determinante: “¡Quedaos  vosotros  en
Jerusalén hasta que seáis investidos de poder de lo Alto!” Lucas 24:49.
Lo Alto también es  fácilmente  interpretado o conocido como el Reino de
los cielos muchas veces. Pero eso no es lo que importa del decir  “lo Alto”,
el tema relevante de la orden es que en lo Alto mora el Padre, porque se
trataba  de  poder  del  Padre  que  está  en  los  cielos.  Pues  no  se  estaba
hablando de un accesorio común, doméstico o religioso: poder de lo Alto.
Ese poder  les enseñaría todas  las cosas. No viene al caso que  levanten el
dedo  dogmático  y  opinen  que  en  ese  entonces  no  había  seminarios  ni
había  un  cuerpo  de  enseñanzas  definido  y  perfecto  para  instruir  un
ministro, porque las disciplinas filosóficas aristotélicas  que engrosan y son
parte  de  la  abrumadora  mayoría  de  las  enseñanzas  de  los  institutos  y
seminarios  actuales  ya  estaban  en  boga;  y  no  solo  eso:  ya  habían
influenciado  a  la  casta  sacerdotal  del  templo.  En  el  caballo  de  Troya
eclesiástico de satanás,  las herramientas las pone el sistema. Y el sistema
no  cree  en  Dios.  No  lo  respeta  como  Deidad  absoluta,  Omnipotente,
Omnisciente,  Omnipresente.  Y  directamente  lo  menosprecia  como
creador  de  la  raza  humana  y  defiende  y  enseña,  profesores  y maestros
protestantes  incluidos –que  si bien es cierto discrepan del discurso de  la
evolución, pero se hacen bien los de la chacra al respecto, por el plato de
lentejas-, que  el  mono  la  lleva  en  el  tema  origen  del  hombre.  Las
herramientas  de  los  músicos  religiosos  del  Caballo  de  Troya camuflado
(ridículamente) en el  reino de Dios, son mundanas, del  reino de satanás.
Punto. Pablo es más categórico al respecto: “¡Las armas de nuestra milicia
no son carnales!”  II Corintios 10:4. Punto otra vez.
Las  consecuencias  de  tanto  funcionario  eclesiástico  armado  hasta  los
dientes con las herramientas del sistema, lo único que han conseguido es
una  especie  de  “colonización”  del  individuo  que  cae  en  sus  antros
anatemas,  elegidos  incluidos,  aunque  por  tiempo  limitado,  Dios  no
perderá  ninguno  de  ellos;  los  “coloniza”  en  el  concepto  místico-
materialista  de  cristianismo  que manejan  como  estrategia  de  engañar  si
fuere  posible  a  los  elegidos,  porque  a  un  elegido  tienes  que  tratar  de
engañarlo con algo semejante al Reino, con algo semejante a su Espíritu,
con  una  interpretación magistral  de  la  Palabra,  porque  no  vas  a  venir  a
meterle el dedo en la boca aun elegido con una fajo de billetes, o no vas a
seducir  a  uno  de  ellos  con  un  prostíbulo  para  él  solo  y  con  todas  las
prostitutas que quiera, ni le vas a ofrecer las riquezas de este mundo, no:
porque  esa  lección  la  aprendió  satanás  en  el  desierto;  y  sabe  que  sus elegidos tienen el Espíritu de Jesús, así que no va a perder el tiempo con
eso: modelará  –y modeló  ya- un dogma muyyy parecido  al  cristianismo.
Comprendamos  esto:  ¡Tiene  que  intentar  engañar  e-le-gi-dos!  Y Dios  no
elige mal. Podrá permitir que el diablo  le zarandee a alguno por un  rato,
como a Pedro, por ejemplo, y dejará por algún espacio de tiempo que  le
“colonicen” o “transculturicen” de cultura religiosa de sistema a alguno o
alguna de  los suyos, pero, ninguno  los arrebatará de  su Mano. Caso  Job,
por ejemplo. Entonces, ocurrirá que esta hija o este hijo de Dios caiga en
el cuento por tiempo limitado, y sea imbuido de las estrategias sectarias y
dogmáticas  del  reino  del  caballo  de  Troya,  versión  don  sata.  Pero,
superará  la  falacia. Vencerá en  la victoria del Rey. Porque esa es nuestra
victoria,  la victoria del Rey, no hay hombre alguno que venza a satanás y
sus estrategias de puño propio: somos vencedores en la victoria de Cristo.
Y la victoria de Cristo consiste en presentarnos un enemigo vencido: “En el
mundo  tendréis  aflicción;  pero  confiad,  yo  he  vencido  al  mundo”.  Juan
16:33.
Los  intelectuales  indígenas  del  sur  del  mundo,  digamos  el  sur  andino,
tienen  una  gran  lucha  y  una  amplio  debate  acerca  del  tema  de  la
colonización  y  la  descolonización.  El  proceso  colonizador  ha  sido
implacable en esta parte del continente: fuimos colonizados por españoles
seculares,  comerciantes,  militares  y  curas  españoles.  Cuando  creímos
sacarnos de encima el yugo español, nos cayeron encima sus hijos nacidos
acá: los criollos, la clase dominante criolla, que continuó con el tema de la
colonización, obviamente. Pero aun hasta  los pretendidos  libertadores de
izquierda, continuaron con el proceso, en  lo que se denomina en algunos
sectores  como  la  colonización  “light”,  para  estar  más  a  tono  con  el
lenguaje de nuestra época. El meollo del debate es: cómo descolonizar  la
mente. Es decir, cómo  lograr que el  individuo enajenado por más de 500
años de colonización, occidentalización y  transculturización venida desde
todos  los  frentes,  recupere  su  capacidad  natural  de  pensar,  recupere  su
culturalidad,  regrese  a  su  expresión  cultural  espontánea,  deshaciéndose
de  todos  los mamotretos,  trampas, maquillajes, eufemismos y  toda  cosa
artificiosa  que  solapadamente  permanece  colonizando  al  individuo  y
mantiene la colonización alrededor del individuo originario. Es un proceso
larguísimo,  extenuante  y  titánico.  Algunas  etnias  lo  lograrán,  otras  no.
Algunos individuos lo lograrán, muchos, muchos no. Algo parecido sufre el
individuo  que  es  entrampado  en  la  religión.  Aunque  el  trabajo  de  la
religión es tan poderoso subliminalmente que no habrá jamás un método
humano para “descolonizar” de religión  la mente de un  individuo: esa es
tarea de Dios. Está bien y acertado el concepto, Dios no puede ser calificado como una
cultura o una expresión cultural. Sobre todo si vamos al inicio etimológico
de la palabra que da origen al decir “cultura”: culto. Dios no rinde culto a
nadie: es el Creador de todo, Él es el objeto de culto. Entonces, no puede
ser calificado como una cultura en el significado religioso. Cultura también
lleva un  sinónimo que no difiere mucho del  significado de  cultura  en  sí:
civilización.  Dios  no  es  tampoco  una  civilización:  es  el  Padre  de  la
civilización.  Y  también  cultura  significa  conocimiento,  saber,  ilustración,
educación,  etc. Dios  es  algo más, muchísimo más  que  un  hombre  culto,
más  que  un  hombre  estudioso, mucho más  que  una  persona  instruida,
mucho más que un  individuo  de amplios conocimientos. Como entonces,
no  es  una  “cultura”  o  una  expresión  cultural  que  precisa  y  demanda
espacio y reconocimiento entre las demás culturas de la tierra, porque es
Dios,  todo  lo  más  alto  de  los  cielos  y  la  tierra,  su  Reino  no  necesita
enriquecer  su  perfil  cultural  integrando  expresiones  de  política,  arte,
filosofía  y  religión  de  estos  míseros  reinos  de  este  mundo,  como  hace
fanfarronamente  la  organización  protestante  tan  prostituidamente
adecuada  e  insertada  en  las  expresiones  culturales  de  estos  reinos
que  satanás ofrecía con  tanto desparpajo al mismísimo Rey en  su ayuno
célebre  del  desierto.  Y  todos  los  insertados  en  Su  Reino,  Espíritu  Santo
mediante, Espíritu de Dios mediante, Espíritu del Rey mediante, expresan
“culturalmente”  todos  los perfiles, modos y usos de Su Reino de manera
espontánea y natural, por cuanto hijos, e hijas. Y no miran hacia el mundo
con  el  propósito  de  reciclar  lo mejor  de  su  cultura  terrena,  económica,
política, artística o  religiosa. Conocen perfectamente quien es el padre e
inspirador de  la civilización científica y atea que  rige  los destinos de este
mundo. Nadie practicará jamás alguna especie de sincretismo en el Reino,
no hace  falta. El Rey no  fundó una  religión que necesita adecuarse a  los
sistemas socio-culturales del sistema: Su Reino no es de este mundo. Nada
más inverosímil que pensar que el Reino de Dios necesita o le vendría bien
integrar alegremente a su “cosmogonía” celestial  ritos, credos, deidades,
vestiduras, doctrinas y costumbres afines a Su Reino, seleccionándolos de
entre  las  religiones,  sectas  o  cultitos  más  importantes  de  este  globo
terráqueo. Como también no hay nada más incongruente e ignorante que
creer  que  los  programas  educacionales  del  planeta,  con  todas  sus
invenciones, investigaciones y descubrimientos científicos, antropológicos,
arqueológicos,  biogenéticos  y  sociológicos  pueden  ser  adecuados  y
establecidos  como  un  aporte  enriquecedor  a  la  “cultura”  del  Reino  de
Dios. Yo fui un “colonizado”, en el mero centro del Caballo de Troya evangélico:
amé  la  iglesia evangélica. De  tal manera, que  soportando  la  contra  y  las
expulsiones  de  muchas  de  ellas  por  mis  posturas,  tanto  en  cuanto  a
predicaciones  como  a  canciones  se  refiere, me  derribó  el  hecho  de  ser
expulsado  de  la  iglesia  que  más  amaba.  La  de  los  míos,  propiamente
dicho.  Y  aunque  yo  me  calificaba  una  persona  no  denominacional,  el
hecho  de  la  expulsión  me  probó  que    yo  era  un  bicho  dogmático-
denominacional.  Caí  en  un  pozo  depresivo  de  muchos  años,  porque  la
militancia en Cristo para mí, en esos años de juventud, era la vida, el todo,
la  razón de ser, mi motivo de vivir: mi misión en  la vida. Convencer a un
tipo  como  yo  que  perder  la  iglesia  no  tenía  nada  que  ver  con  perder  el
Reino,  era  difícil.  La  amargura  instalada  en  el  centro  del  alma  era
imbatible: no había discurso alguno que me diera  luz en cuanto al  tema.
Mi  depresión  contradecía  mi  confesión  de  fe  personal.  Porque  había
derrotado  al  seminario,  tradiciones,  mundanalidades  y  a  todas  las
patrañas  supersticiosas  que  “enriquecen”  la  “cosmogonía”  evangélica,
creía  ser una persona no eclesiástica: no era así.  Lo era. Pero,  la  “caída”
me hizo bien. Aunque no  salí  indemne y aunque arrastro cicatrices bien,
pero bien feas, he vencido en gran manera el “cuco” del Aparato” religioso
protestante.  “Exiliado”  como Moisés,  lejos, más de  veinte  años  lejos del
engendro  protestante,  me  ayudaron  en  el  recuento  retrospectivo:  la
iglesia no me había dado  los dones,  la  iglesia no me había presentado a
Jesucristo: Él había empezado a venir desde los seis años de edad, cuando
se  apareció  al  pie  de mi  cama;  la  iglesia  no me  había  dado  el  Espíritu
Santo, encima, su espíritu no vino a mí en alguna iglesia: lo recibí en pleno
monte,  al  día  siguiente  de mi  bautismo  en  agua;  la  iglesia  no me  había
amado,  como  Dios  me  amaba.  Después,  caí  en  cuenta  de  algo  más
significativo: yo no tenía ningún interés en volver a la iglesia, ni nostalgias,
ni afectos; mi deseo  interior y  lo que me desvelaba muchísimas veces en
mi deambular “mundano” era: volver a Dios. Recuperar a Dios. La  iglesia
no  tenía  presencia  ni  influencia  en  mis  necesidades  de  retomar  la
militancia,  me  di  cuenta  que  mis  ansias  pasaban  por  el  deseo  de
reencontrarme  con Dios.  Y  la  iglesia  no  significaba  para mí  el  escenario
adecuado del reencuentro con Dios, ni el único escenario, ni el escenario
en  donde  Dios  hacía  pactos,  alianzas  y  redenciones  con  los  suyos.  Y
cuando ocurrió que Dios recomenzó su actividad tangencial conmigo, digo
así  porque  siempre  Él  estuvo  rondándome,  no  sucedió  en  una  iglesia:
ocurrió una mañana del 2000, en mi modesto departamento de la ciudad
de Córdoba, cuando bajaba por mi escalera de caracol, pintada de negro,
desperezándome  del  sueño  de  la  noche  anterior.  Entonces,  empezó  a “llover”,  porque  la  gracia  de  Dios  me  pareció  una  llovizna  tupida,  que
refrescaba el alma, el espíritu, en ese enero del verano argentino. Aunque
solo  era  eso  el  comienzo,  porque  el  “lastre”  de  la  “colonización”
eclesiástica  aun  no  sufría  la  erradicación  que  se  merecía,  pues  la
culminación  del  lavacro  correspondía  al  Espíritu  de  Dios,  por  supuesto.
Porque “las armas de nuestra milicia no son carnales; sino, poderosas en
Dios para la destrucción de fortalezas”. Pablo sabía lo que decía: él llevaba
en sí toda la “colonización” del aparato judío, cuando Jesús le tiró caballo
abajo.  Entonces,  el  apóstol  eligió  el  desierto  para  su  exilio  de  la
“descolonización” personal. Y tampoco pensó, o deseó, que regresando al
templo, esa investidura recibida estaría sirviendo en el lugar ideal de Dios.
No:  ingresó  al  evangelio  del  Reino. Miren  que  podía  haber  elegido  las
herramientas  teológicas que heredó de Gamaliel, para presentarse como
una  insuperable  versión  de  ministro-fundador  del  cristianismo
naciente: “las  armas  de  nuestra milicia  no  son  carnales”. Eso  incluye  el
dinero,  eso  incluye  las  infraestructuras,  eso  incluye  las  formaciones
académicas  seminaristas,  eso  incluye  las  autenticaciones  estatales,  eso
incluye las gigantescas asociaciones interdenominacionales, eso incluye al
ecumenismo. Ninguna de estas armas pertenece al reino de Dios, ninguna
de estas herramientas repleta  las manos de  los ungidos del Rey,  ninguna
de estas  instituciones-iglesias-asociaciones  representan el Reino de Dios:
se  representan  a    mismas,  sus  intereses  religiosos,  políticos,
empresariales  (porque  son  empresas),  sociales,  hasta  culturales,  porque
son  una  expresión  cultural  que  obedece  a  la  demanda  religiosa  del
sistema, que  los usa y  los necesita para contener a  los desposeídos, a  los
que  se  rebelan  contra  el  hambre  y  la  explotación,  para  contener  a  los
drogadictos  que  crean  inseguridad  en  sus  comunidades,  para  reducir  el
número de borrachos, muchos de los cuales al volante destruye cualquier
vida, cualquier cosa. Pero no necesitan que la religión les ataque el punto
de  la  ética, del humanismo, de  la  evolución, de  las políticas  económicas
que  desangran  al  globo  entero.  No,  la  iglesia  calladita  la  boca  en  esos
temas, calladita  la boca en  la cuestión armamentista, calladita  la boca en
la cuestión guerra. En la cuestión invasiones, la cuestión imperio: ¡shit! De
eso no se habla, de eso no se predica. De eso hay que mantener alejado a
Dios. Pero, no necesitan alejarlo: nunca ha estado, pese a que el diablo se
jugó su mejor estrategia en el desierto: nunca ha estado. Es la iglesia que
se  atornilló  ahí.  Prostituta  ella:  quiere  seducir  a Dios  y  quiere  tener  sus
aventurillas sentimentales con el sistema. A la iglesia le cae perfectamente
bien el dicho popular que reza: Estar bien con Dios y con el diablo. Pero, al
dedillo. El Rey  estuvo  frente  al  sistema,  el  imperio más  poderoso  de  su  tiempo,
solo USA  ha  superado  el  perfil  imperial  de Roma.  Jesús  estuvo  frente  al
sistema. Y fue bien claro y categórico pese a su difícil situación: no saldría
vivo  de  esa. “Mi  reino  no  es  de  este  mundo,  Pilatos.  Y  tú,  ninguna
autoridad tendrías sobre mí si no te fuere dado de lo Alto”.
En  cambio,  el  aparato  religioso  que  se  interpone  entre  el  Rey  y  los
hombres,    es  de  este  mundo.  Y  como  pertenece  a  este  mundo
naturalmente,  solo  puede  ofrecer  cosas  de  este mundo  a  los  distraídos
que  engaña:  títulos  profesionales,  posesiones,  cacharros  tecnológicos,
éxito,  riquezas,  dinero,  fama,  alcurnia,  etc.  Exento  del  espíritu  de  Dios,
sentado  en  lugares  ajenos  a  los  celestiales  con  Cristo  Jesús,
abundantemente   imbuido de un espíritu místico-materialista, el aparato
protestante solo puede preparar individuos para insertar en el sistema de
este mundo. En  suma, exactamente  lo mismo que  satanás ofreció al Rey
en el desierto: el  reino de este mundo. Y  ¡ojo!,  sabía qué haría el Rey  si
aceptaba la oferta: el Rey evangelizaría todos esos reinos, y eso a satanás
no le molestaba. Lo que importaba es que él tendría la adoración del Rey,
lo tendría de rodillas. La evangelización mundial del aparato protestante lo
tiene sin cuidado al diablo: él está preocupado en poner de rodillas a  los
elegidos, si es posible al Rey. Y eso es lo que intenta el aparato: arrodillar a
Dios delante del sistema: si Dios se “somete” a  la autoridad del hombre,
ellos la tendrían fácil. Y eso creen que han hecho, pero ese dios que tienen
arrodillado delante del sistema no es el Rey. Ese dios ecuménico que va a
misa, que va a la mezquita, que va a la iglesia evangélica, ese no es el Rey.
El Rey  es Dios,  el Rey  es  la Deidad,  el Rey  es  la Divinidad.  La  tierra  está
llena  de  su  gloria.  Dios  no  asiste  a  la  iglesia,  Dios  no  va  a  la  escuela
dominical, Dios no va al concierto de rock de los cantantes evangélicos: Él
es la Deidad. Dios no va a la iglesia. Él es el Rey del Reino de los cielos. “El
cielo es mi  trono y  la  tierra estrado de mis pies, ¿dónde está  la casa que
me  habréis  de  edificar?”  Isaías  66:1.  Sus  hijos  e  hijas  no  van  a  la  iglesia:
ellos van al reino, son de Su Reino, están en Su reino.
Cuando el Rey decidió ponerse de pie y abandonó su Trono de Gloria, no
lo hizo porque había decidido asistir a la iglesia del hombre y entronizarse
en  ella.  No  hizo  eso  cuando  se  hizo  presente  en  la  nación  de  Israel  y
predicó ocasionalmente en su Templo histórico y famoso. Vino a traernos
Su  Reino  y  a  insertarnos  en  él.  ¡Cuánta  soberanía  expresada  en  su
condición de Rey prisionero, próximo a ser condenado a muerte frente al
representante  oficial  del  imperio  romano!  “¡Mi  Reino  no  es  de  este
mundo!” Toda esa soberanía de Reino  la ha compartido con  los que han
creído en Él y le adoran como su Rey, sirviéndole como su Rey. “Digno eres de tomar el  libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste  inmolado, y con tu
sangre  nos  has  redimido  para  Dios,  de  todo  linaje  y  lengua  y  pueblo  y
nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos
sobre la tierra.” Apocalipsis 5:9 y 10.
La  promesa  del  Rey  no  es  esa  miserable  y  decadente  promesa  de
galardones  terrenales que  oferta  a  sus  esclavos  la  religión  místico
materialista que engaña a todos  los moradores de  la tierra: nos prometió
Su Reino y que en ese reino reinaremos con Él. Las iglesias organizadas del
planeta  entero  no  tienen  una  mejor  recompensa  que  ofertar,  para
competir con el Rey.
Es  como  he  predicado  en  algunas  partes  de  Latinoamérica:  dos
civilizaciones  luchan entre    sobre  la  tierra:  los que van a  la  iglesia y  los
que van al Reino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario