XIII
EL REINO.
Desde entonces el reino de Dios es anunciado, y todos se esfuerzan por entrar en él.
Lucas 16:16
El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el
reino de Dios está entre vosotros.
Lucas 17: 20 y 21
En el año 30 de nuestro Señor, apareció un barbudo, vestido con pieles de
camello, un cinto de cuero alrededor de sus hombros, con una dieta
compuesta de langostas y miel silvestre, domiciliado en el desierto y
esgrimiendo un lenguaje agresivo, con una hostilidad dirigida
exclusivamente a la clase sacerdotal del Templo de Salomón.
Se despachó un anuncio no conocido, nunca antes oído: “¡El Reino de los
cielos se ha acercado!” (Mateo 3:2) y proclamándose a sí mismo como
la “voz que clama en el desierto” (Mateo 3:3), aparejando el camino del
Señor.
Este hombre se llamaba Juan y Jesús dijo de él que nunca se había
levantado uno como él sobre la tierra, el homenaje máximo que pueda
recibir de labios del Rey un servidor de su Reino.
Se dice que Juan abandonó el Templo y sus familiares a los nueve años de
edad. Y su ministerio tiene características dignas de destacarse, como
también un récord inusual: fue preparado toda su vida en el desierto para
un ministerio de seis meses de duración, al final del cuál, murió
decapitado por los expresos deseos de una ramerita menor de edad,
llamada Salomé.
La principal de las características de este ministerio profético que
introduciría el Reino de los cielos y su Rey, era eso de predicar en el
desierto. En contraposición con los profetas modernos, que buscan de
preferencia la capitales y las ciudades más populosas y adineradas para
establecer sus…”ministerios”. Otra de sus particularidades consistía en el
método de practicar su predicación: no salía a buscar gente para
sermonear, la gente debía acudir a él. ¡Y en el desierto! Pero la mayor de las características, a la luz de los estilos aristocráticos de los profetas de
estos tiempos, era su apariencia física, su presentación personal, su modo
de vivir, su condición social: era un paria del desierto, un salvaje
prácticamente incivilizado, un ministro jamás ordenado por autoridad
religiosa alguna; peor aún: era la oveja negra clásica, hijo de un sacerdote
del templo, renegaba de la clase sacerdotal con una vehemencia
incomprensible para la casta religiosa; y aún en esa condición: fue sin
discusión alguna el Precursor del Rey y su Reino. Fue el Relacionador
Público del Rey, el Primer Canciller del Reino entre los hombres.
Había hombres altamente educados y poderosamente entrenados en lo
tocante a la administración de las cosas de Dios y su Escritura, la Ley y el
Decálogo: el elegido fue Juan. Había telas de los más recónditos lugares
del mundo conocido y se practicaba el buen vestir en todos los estratos
sociales de alcurnia, la clase empresarial, principalmente y la clase política,
como también la clase religiosa, cuando no. Pero Juan fue el elegido para
presentar el Reino y su Rey.
Destacar estas características inusuales de Juan, nos sirven para conocerlo
un poco, pero las destaco no para conocer a Juan, si no, para que
conozcamos las características de las elecciones que practica Dios, el Rey
en y con los individuos de Su Reino. Nada parecido, por supuesto, al
modo como elige, califica y aprueba la religión protestante hoy en día.
Aunque se llenen la boca hablando admirablemente de Juan y su
ministerio peculiar, porque para ellos es solo algo así como una anécdota,
como un personaje folklórico de los tiempos bíblicos, incluso como un algo
caricaturesco. Lógicamente las cosas han cambiado en el presente y ya no
se usan ministros tan populares y tan rurales o ermitaños para las
funciones de alto nivel que desarrolla hoy en día un “ministro”
protestante en el concierto social. Las cosas no son tan sui generis como
en el pasado, el mundo cambió. El tema es, cómo pueden probarnos a
nosotros que Dios ha cambiado al ritmo de los tiempos y del sistema.
Cómo pueden probarnos que Dios ha sido civilizado y occidentalizado
como a ocurrió a todos los individuos del Planeta. Cómo pueden
probarnos que Dios sucumbió a la europeización y/o americanización de la
misma manera que fue transculturizado el hombre que fue creado a su
imagen y semejanza.
Dejémoslo ahí, es un tema secundario en este capítulo, pero que
concierne al contenido no obstante. El punto es que un hombre
absolutamente reñido con la imagen social, cultural y religiosa que
enaltece el sistema, presentó, en la nación más creyente de la tierra y poseedora del conocimiento del Único Dios Verdadero, al reino de Dios en
la tierra. Y presentó al Rey.
El Rey apareció de pronto entre las filas de todos aquellos que acudían al
desierto a oír la predicación del loco de las soledades. Sin ningún
protocolo de alcurnia. No se hizo preceder de emisarios, nada de
alfombras persas o egipcias. Nada de heraldos trompetistas, nada de
carruajes, llegó a pié, como todos. Ni siquiera vestía túnicas reales. Sin
embargo, era el Rey del Reino que anunciaba Juan. Cuando llegó frente a
Juan, éste titubeó y se sintió desestabilizado, conoció que era el Rey. “Yo
necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?” (Mateo 3:14) Entonces le
proclamó: “Este es aquél de quién yo dije: No soy digno de desatar las
correas de su calzado” Y entonces fue que le bautizó. Al Rey.
Y luego fue honesto, honesto de honestidad, eso de lo cual carecen en
forma alarmante los “ministros” de hoy en día: se quitó de en medio, “es
necesario que yo mengüe, para que Él crezca…” Y derivó a sus discípulos
bajo el ministerio del Señor Jesús, el Rey. No se los quedó para Él, se los
entregó al Rey. Algo que debieran hacer los ministros contemporáneos
cuando Jesucristo viene a alguno de los suyos: hacerse a un lado, dar un
paso a un costado, porque el Rey ha comenzado a reedificar a uno de los
suyos.
El mensaje del Rey, cruzando las calles de Israel, no fue distinto al de
Juan: “¡El Reino de los cielos se ha acercado!” Su Palabra convulsionó todo
el entorno nacional hasta llegar –vía complot de la clase religiosa del
Templo-, incluso a los mismos umbrales del imperio romano. Nadie ni
nada más alterado que la clase sacerdotal oficial de Israel, sus maestros,
escribas, sus sectas fariseas y saduceas. Ellos prontamente manifestaron
de plano una irreconciliable oposición a este desconocido, sin ordenación
sacerdotal, de usos y costumbres absolutamente marginales, sin
ceremonias, sin educación teológica reconocida, una gramática muy
populista, sin status de ministro serio, informal hasta el repudio, amigo y
prácticamente compinche de pecadores, prostitutas, adúlteras, borrachos
y cabecilla de una especie de secta indigente y cuasi analfabeta
compuesta por doce individuos de escasa aristocracia y nulo status
sacerdotal, según la mismísima ley de Moisés.
Sin embargo, nadie, ningún exégeta, ningún teólogo, ningún escriba,
ningún maestro, ni siquiera el Sumo sacerdote pudo desvirtuar o
desacreditar su irrefutable anuncio del Reino. El Manifiesto oficial del
Reino que Jesús anunciaba, es explicitado magistralmente en el Sermón
del Monte. Allí especificó claramente el programa de gobierno de Su
Reino. El anuncio que definía a los destinatarios de Su Reino, causaba estragos, confusión, enojos y blasfemias en el seno de la jerarquía
sacerdotal dueña absoluta del “Reino del Dios de sus
padres”: “¡Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los
cielos!” Mateo 5:3. Nicodemo quedó de un palmo en la boca, cuando el Rey
le explica quién y cómo un individuo entra a Su Reino: “¡El que no naciere
de nuevo, no puede ver el reino de Dios!” Juan 3:3. Nada más bobo para un
teólogo de la envergadura de Nicodemo que retrucar con una pregunta
que a su vez, reflejaba su absoluta formación metafísica aristotélica, su
razonamiento puro, y que manifestaba su absoluto desconcierto: “¿Cómo
puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda al
vientre de su madre, y nacer?” De todos modos su desconcertada
interrogante consiguió la réplica definitiva de Jesús, el Rey, al tema de
quién y cómo se entra al Reino que anunciaba. “¡El que no naciere de agua
y espíritu, no puede entrar en el reino de Dios!” Juan 3:5.
La consigna de la importancia del Reino es determinante, según el mismo
Rey: “¡Buscad primeramente el reino de Dios y su Justicia…!” Mateo 6:33. Y
algo que debiera poner en estado de franca preocupación al aparato
religioso, o a sus líderes, o a alguno de sus esclavos dogmáticos y
denominacionales: “¡No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará al reino
de los cielos…!” Debiera preocupar, por cuanto es el mismo Rey quién
dicta esta sentencia. Es claro, por cuanto lo dice en primera persona. Él no
era Juan el Bautista, un simple anunciador del reino y su Rey, Él era y es el
Rey. Y en su continua, irreconciliable y feroz controversia con la clase
religiosa, nos declara por qué era el Rey, por qué sostenía que el Reino de
Dios estaba entre los hombres: “¡…Si yo por el Espíritu de Dios echo fuera
los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios!” Mateo
7:28. Y esa declaración sí que era contundente, satanás, el diablo, estaba
amenazado en su propio territorio, eso ya lo había probado el Rey en el
desierto: jamás esa aristocrática clase religiosa desafió y venció de tal
manera al rey de las tinieblas. Era indiscutible e indudable: el Rey estaba
entre los hombres. Y por cuanto los reyes nunca se pasean solos fuera de
sus dominios, entonces era incuestionable que el reino de Dios estaba
entre los hombres por primera vez en la historia universal: ¡porque el Rey
estaba entre nosotros!
Con los suyos, su anuncio cambiaba de revoluciones, por decirlo de alguna
manera, mientras que el anuncio frente a la clase religiosa se tornaba un
desafío, una advertencia y casi una amenaza, en la intimidad con los
ministros atorrantes que conformaron la primera expresión de
congregación, según la modalidad, el estilo y la voluntad del Rey, se
tornaba dulce el anuncio, se tornaba fraterno, sabía al vino de la revelación, sabía a bienaventuranza: “¡A vosotros os es dado a saber los
misterios del reino de Dios; mas a los que están fuera, por parábolas todas
las cosas; para que viendo no vean y no perciban; y oyendo oigan, y no
entiendan; para que no se conviertan, y les sean perdonados sus pecados”!
Marcos 4:11 y 12. Nada más categórico y perentorio, determinante, típica
palabra de Rey: el decidía para quién era el reino, a quién explicaba sus
misterios insondables y a quienes rechazaba. Nada ha podido jamás
rectificar esa sentencia.
Pilatos recibió quizás la forma más contundente de definir y explicitar la
condición y naturaleza de su Reino: Respondió Jesús: Mi reino no es de
este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían
para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí.
Juan 18:36.
Y este es el punto: como Su Reino no era de este mundo, no era de aquí, la
religión decide su ejecución por una de las muertes más crueles que
practicaba el imperio: la crucifixión. Y por cuanto la religión no
representaba el más mínimo y paupérrimo interés del Rey y Su Reino, no
fue hecha partícipe de él, ni de sus revelaciones, misterios y conocimiento,
y jamás del espíritu de ese reino, el Espíritu del Rey. Ese Espíritu era para
sus elegidos. Y este es otro de los misterios que el Rey no dilucidó a
Nicodemo: solo sus elegidos reciben ese Espíritu que les significa nacer de
nuevo, para certificar su integración y pertenencia al reino de Dios. Su
Espíritu. Un espíritu que no solo no es patrimonio exclusivo de religión
alguna: no pertenece a religión alguna y no lo produce, ni fluye, ni se
derrama, ni se decide en religión alguna; como tampoco religión alguna
decide quién recibirá ese Espíritu que le hará un nativo de ese Reino, un
originario de ese Reino, por una razón muy sencilla: Así como un reino
tiene por naturaleza un rey, ese rey también tiene hijos, y como el Rey de
este Reino es el Padre de todo lo creado, el Padre de todos los espíritus y
es el Padre del primer hombre: solo su hijo, solo su hija recibirá Su
Espíritu. Y “conoce el Señor a los que son suyos” 2 Timoteo 2:19. Luego
ocurre que no los conoció cuando vino por primera vez a la tierra, en su
incursión por la nación de Israel: “Porque a los que antes conoció, también
los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo,
para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.” Romanos 8:29.
Luego, como su Reino no es de este mundo, es imposible que produzca
cosa alguna parecida a las cosas de este mundo. Y mucho menos: cosa de
este mundo no tendrá utilidad alguna en Su reino. Y huelga decir, que si
este reino es conocido por y reparte un espíritu determinado, es obvio
que no es un espíritu de este mundo. Como tampoco es posible que
hombres de este mundo manejen al Rey y los destinos, designios y voluntades de Su Reino. Tampoco es posible que este Reino que no es de
este mundo se subordine a los reyes y reinos de este mundo. Como
tampoco puede ser que el Rey negocie acuerdos de convivencia con este
mundo. Como tampoco puede ser que este Rey se arrodille delante de los
reyes de este mundo. Jesús estaba en posición crítica frente a Pilatos: no
se arrodilló. No exhibió credenciales de ministro seriamente ordenado por
una religión autenticada por el estado, para exigir respeto por sus
derechos ciudadanos y religiosos, como eran respetados los derechos de
la clase religiosa que lo envió al matadero. Pero la clase religiosa del reino
de este mundo avanza en una afiebrada empresa directo a la conquista de
este mundo, con líderes exitosos, apóstoles millonarios con gran poder
adquisitivo, con muchas posesiones y multimillonarios edificios de la
blasfemia universal que llaman iglesias.
Luego, si el rey no decidió que su capitanía general debía ser establecida
en el Templo de Salomón, que entre otras cosas, aparte de la histórica
comisión de ser un templo destinado al único Dios de Israel, reclamaba
tener a Dios en su Lugar Santísimo, pese a que ya el Arca había
desaparecido en los tiempos de Jesús: ¿Por qué las religiones gentiles
denominadas cristianas reclaman ser la Casa de Dios y puerta del Cielo?
Eso es exactamente lo mismo a decir que son el Reino y la Puerta al Reino.
¿Es realmente la iglesia católica o la iglesia protestante la institución del
Reino de los cielos en la tierra? ¿Cuál de todas estas iglesias mundiales
altamente profesionalizadas en materia religiosa será elegida para
instalarla en el centro del Reino de Dios? Porque se trata de Reino. Y de Su
Rey, claro. Eso es lo que se desprende de la aparición y el mensaje de
Jesús: Él no vino a proclamar la fundación de la religión verdadera, Él no
vino inaugurar la iglesia católica o a presentar al mundo la iglesia
protestante: Él vino a proclamar Su Reino entre los hombres.
Estas organizaciones protestantes ya han ocupado más de 500 años y no
han podido evangelizar una sola pequeña nación de Latinoamérica. ¿Por
qué? Porque sus herramientas de religión son las herramientas del
concepto terrenal de los valores “cristianos” occidentales y
norteamericanos. Un indio dejar de ser indio –sinónimo de bárbaro
incivilizado-, y pasa a ser reconocido y llamado cristiano cuando aparece
en la iglesia vestido de traje y corbata. Aun se elevarán ¡aleluyas! A su
paso. Y, claro, son civilizadores euro americanizantes, cosas de este
mundo, para llevar la contra al contenido del mensaje del Rey: “¡Buscad
las cosas del Reino de Dios primeramente…!”
Como la naturaleza de las organizaciones y sus mandamases es terrena,
buscan por impulso espontáneo las cosas de este mundo primeramente, anteponen las cosas de este mundo primeramente: nadie es digno de
incorporarse a un instituto o un seminario religioso del protestantismo si
no ha aprobado satisfactoriamente la educación terrenal, atea y blasfema,
pagana y evolucionista, pero ese cartón manda. Nadie puede aspirar a ser
un ministro profesional sin este insustituible requisito previo del reino de
este mundo. Nadie bendice ceremonialmente una unión matrimonial
protestante si esta no ha sido casada en las leyes de este mundo
primeramente. “¡Buscad primeramente el reino de Dios y su Justicia…!” es
inútil, Señor Jesús, por cuanto esta es la religión protestante oficial de este
mundo entiende que lo primero son las cosas de este mundo y las cosas
del Reino son secundarias, “ordenadas”, sometidas a los regímenes de
turno, obediente a las disposiciones del este mundo, verdadero dios de
todos los seres creados. Dios puede esperar. El Rey relegado “píamente” a
un segundo plano. Debe comprender que en este mundo la iglesia manda,
Él no encabeza. Él no es prioridad. Él debe asumir que en su condición de
Dios “amoroso” y “ordenado” está puesto en sus funciones para bendecir
todos los chanchullos que hace la iglesia y para otorgar prestamente todo
lo que la iglesia reclama de Él en su condición de Dios. Algo así como el
mítico genio de la lámpara. El rey debe comprender, en su condición de
humilde servidor de los hombres que debe quedarse afuera de los pasillos
del Gobierno esperando mientras ellos entran a negociar privilegios,
favores, status; y Él debe bendecirlos mientras tanto, claro. Luego, cuando
salgan, le agradecerán las capellanías conseguidas (en los ejércitos que
fundó la simiente de Caín, claro), le agradecerán las personerías jurídicas
obtenidas, le agradecerán los fondos obtenidos para sus emprendimientos
sociales-cristianos, le agradecerán, ¡tan humilditos ellos y consagrados! el
que ahora la iglesia evangélica sea considerada con respeto como una
institución importante en la sociedad. El genio de la lámpara maravillosa
de los protestantes. Han puesto de rodillas al rey delante de todas las
autoridades terrenales, mientras lamen botas y otras partes más feas en
sus aspiraciones de grandeza, en la consecución de imagen religiosa
sazonada con poder político, económico y religioso. Esta es una de las
situaciones graves que les acarreará la ira del Rey en el inminente Juicio
de Dios. Entonces, conocerán la envergadura del Rey que hicieron
arrodillar delante de los reyes de este mundo. Debían haber ido con Dios,
para que todos los capitanes, presidentes, reyes, señores, empresarios y
políticos del mundo hubiesen doblado sus rodillas aristocráticas delante
del Rey, esa es la comisión, esa es la obligación de un heraldo de Su Reino:
instar al arrepentimiento a todos los hombres del mundo. La flamante institución oficial del “cristianismo” organizado reclama ser la
“puerta” del Reino de Dios, pero todos los que han entrado por ella han
terminado insertados en este mundo, en una “ungida" y acelerada carrera
por conquistar exitosamente este mundo, no con bendiciones y dones del
Espíritu, con dinero, con títulos, con éxitos empresariales; acarreando al
Rey de reyes detrás de ellos, claro, para que les dé la “victoria” en su
empeño mundanal. Pobres miserables, les predicaron que la organización
era la puerta de Su Reino y terminaron encandilados con los espejismos
materialistas de este mundo. La puerta del Reino nunca cambió de mano,
de ubicación ni de nombre: siempre fue, ha sido y será el Señor
Jesucristo. “Yo soy la puerta, el que por mí entrare será salvo” Juan
10:9 Pocos son los que la hallan a esta puerta; los demás, por
miles, encontrarán una iglesia portentosa, ordenada, ampliamente
reconocida por el aparato estatal y absolutamente organizada, próspera,
respetada y muy bien calificada en las esferas de la sociedad mundana,
como a ella le gusta. Sus puertas son carísimas, lujosas, artísticas, amplias,
lustrosas; puertas de miles de dólares, puertas que son orgullosamente
exhibidas al mundo entero por las cadenas satelitales de la televisión y el
internet: las puertas de la religión del reino de este mundo.
“¡Buscad primeramente el reino de Dios y su Justicia…!” Es esto lo que no
se entiende, después de tanta polvareda eclesiástica, oscurantismos,
persecuciones y dogmas, y teologías que permanentemente se van
refutando unas a otras, por cuanto elementos filosóficos, claro; y
reactualizándose y reacomodándose al funcionamiento del sistema y al
cambio de los tiempos: Él es el Rey y nos ha impartido Su Reino. “Toda
potestad me es dada en el cielo y en la tierra.” Mateo
28:18. Indiscutiblemente es el Rey, todo su Poder engloba la tierra, el
universo que está inserta y los cielos no conocidos. Este es el punto: se
trata del Rey y de Su Reino.
Existe la discusión acerca de si Dios es una expresión cultural diferente a
esta. Y existe la posición de que Dios no es cultura, Dios es natura. Y esa es
una discusión a nivel de iglesia trinitaria, que es la que más se asemeja al
perfil de las hijas de la iglesia católica, por cuanto su concepto trino de
Divinidad es exactamente el mismo de la iglesia de Roma. Concepto de la
Deidad, claro. O sea, el concepto religioso del Rey. La ponencia de que
Dios es natura es llamativa viniendo del sector de los pentecostales
trinitarios, porque si es Natura, es origen de todo lo creado. Y eso es
acertado. Lo que no se comprende es por qué insisten en defender un
aparato que no tiene relación con Dios –Natura. Dios-Natura no es afecto
a los templos. Nos construyó uno para Adán en el Paraíso. No construyó uno para sus apóstoles en la nueva Dispensación que abrió entre los
hombres, al menos, como distintivo o representación diplomática de Su
Reino entre los hombres. No construyó templo alguno en la Santa Ciudad
de los cielos nuevos y la tierra nueva del Apocalipsis. En otras palabras: no
es cuestión natural en el Dios-Natura el asunto templo. Al menos,
arquitectónicamente hablando. Pero sí habló respecto a Él y el tema
templo en una de sus ríspidas discusiones con los funcionarios del
templo: “¡Pues, os digo que uno mayor que el templo está aquí!” Mateo
12:6. En el exacto momento de pronunciadas esa palabras por la boca del
Rey, en los albores de la era de Gracia, debería de haber quedado zanjada
la cuestión templo. Pero, el hombre natural –no se confunda con el
hombre-natura-, verraco (dicho colombiano) como es, contumaz y
rebelde, porfiado y falto de ese toque, de esas arras, de esa investidura
que lo acredita como pertenencia del Reino de Dios, creó un sustituto de
Reino: el aparato eclesiástico. Visto de otro modo: al antro religioso que
ejecutó al Rey y que el Rey despreció hasta vaticinar su destrucción total
(y ejecutarla), lo re posicionó como Casa de Dios la religión “cristiana”
occidental en sus expresiones católicas y protestantes. Ninguno de sus
más eximios exégetas, teólogos o padres de la iglesia pueden justificarnos
Biblia en mano la existencia de este aparato, como les suena lindo, les
queda bien, les reporta jugosos beneficios y luce tan píamente religioso, lo
sostienen. Y lo imponen.
A este aparato religioso llamado iglesia, templo, catedral, cultito,
tabernáculo, capilla, etc., no importando su tamaño, pues se rige por las
mismas costumbres eclesiásticas, en realidad, se le ha dado otro uso: es el
Caballo de Troya de satanás en el Reino de Dios. Y no estamos muy lejos,
si consideramos que satanás también se paseaba en el huerto del Edén.
Todos los que están dentro de este caballito mimetizado y puesto como
que no quiere la cosa en el Reino, son perfectos individuos
transculturizados: se han profesionalizado según las artes de los reinos de
este mundo para, según ellos, “anunciar el reino”: filosofía, teología,
escolástica, psicología, administración de empresas, técnicas oratorias.
Para muestra un botón, parte del plan de enseñanza de Semisud,
Seminario Sudamericano:
SEGUNDA UNIDAD. (Tercera parte del texto básico)
Psicología de las relaciones humanas
El arte de agradar a la gente
Las cinco áreas de aplicación de las relaciones humanas.
En fin, profesionalizados, como dije, en el saber natural, laico, secular.
En el Reino de Dios las herramientas las pone el Espíritu de Dios, por eso la
orden del Señor Jesucristo fue determinante: “¡Quedaos vosotros en
Jerusalén hasta que seáis investidos de poder de lo Alto!” Lucas 24:49.
Lo Alto también es fácilmente interpretado o conocido como el Reino de
los cielos muchas veces. Pero eso no es lo que importa del decir “lo Alto”,
el tema relevante de la orden es que en lo Alto mora el Padre, porque se
trataba de poder del Padre que está en los cielos. Pues no se estaba
hablando de un accesorio común, doméstico o religioso: poder de lo Alto.
Ese poder les enseñaría todas las cosas. No viene al caso que levanten el
dedo dogmático y opinen que en ese entonces no había seminarios ni
había un cuerpo de enseñanzas definido y perfecto para instruir un
ministro, porque las disciplinas filosóficas aristotélicas que engrosan y son
parte de la abrumadora mayoría de las enseñanzas de los institutos y
seminarios actuales ya estaban en boga; y no solo eso: ya habían
influenciado a la casta sacerdotal del templo. En el caballo de Troya
eclesiástico de satanás, las herramientas las pone el sistema. Y el sistema
no cree en Dios. No lo respeta como Deidad absoluta, Omnipotente,
Omnisciente, Omnipresente. Y directamente lo menosprecia como
creador de la raza humana y defiende y enseña, profesores y maestros
protestantes incluidos –que si bien es cierto discrepan del discurso de la
evolución, pero se hacen bien los de la chacra al respecto, por el plato de
lentejas-, que el mono la lleva en el tema origen del hombre. Las
herramientas de los músicos religiosos del Caballo de Troya camuflado
(ridículamente) en el reino de Dios, son mundanas, del reino de satanás.
Punto. Pablo es más categórico al respecto: “¡Las armas de nuestra milicia
no son carnales!” II Corintios 10:4. Punto otra vez.
Las consecuencias de tanto funcionario eclesiástico armado hasta los
dientes con las herramientas del sistema, lo único que han conseguido es
una especie de “colonización” del individuo que cae en sus antros
anatemas, elegidos incluidos, aunque por tiempo limitado, Dios no
perderá ninguno de ellos; los “coloniza” en el concepto místico-
materialista de cristianismo que manejan como estrategia de engañar si
fuere posible a los elegidos, porque a un elegido tienes que tratar de
engañarlo con algo semejante al Reino, con algo semejante a su Espíritu,
con una interpretación magistral de la Palabra, porque no vas a venir a
meterle el dedo en la boca aun elegido con una fajo de billetes, o no vas a
seducir a uno de ellos con un prostíbulo para él solo y con todas las
prostitutas que quiera, ni le vas a ofrecer las riquezas de este mundo, no:
porque esa lección la aprendió satanás en el desierto; y sabe que sus elegidos tienen el Espíritu de Jesús, así que no va a perder el tiempo con
eso: modelará –y modeló ya- un dogma muyyy parecido al cristianismo.
Comprendamos esto: ¡Tiene que intentar engañar e-le-gi-dos! Y Dios no
elige mal. Podrá permitir que el diablo le zarandee a alguno por un rato,
como a Pedro, por ejemplo, y dejará por algún espacio de tiempo que le
“colonicen” o “transculturicen” de cultura religiosa de sistema a alguno o
alguna de los suyos, pero, ninguno los arrebatará de su Mano. Caso Job,
por ejemplo. Entonces, ocurrirá que esta hija o este hijo de Dios caiga en
el cuento por tiempo limitado, y sea imbuido de las estrategias sectarias y
dogmáticas del reino del caballo de Troya, versión don sata. Pero,
superará la falacia. Vencerá en la victoria del Rey. Porque esa es nuestra
victoria, la victoria del Rey, no hay hombre alguno que venza a satanás y
sus estrategias de puño propio: somos vencedores en la victoria de Cristo.
Y la victoria de Cristo consiste en presentarnos un enemigo vencido: “En el
mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”. Juan
16:33.
Los intelectuales indígenas del sur del mundo, digamos el sur andino,
tienen una gran lucha y una amplio debate acerca del tema de la
colonización y la descolonización. El proceso colonizador ha sido
implacable en esta parte del continente: fuimos colonizados por españoles
seculares, comerciantes, militares y curas españoles. Cuando creímos
sacarnos de encima el yugo español, nos cayeron encima sus hijos nacidos
acá: los criollos, la clase dominante criolla, que continuó con el tema de la
colonización, obviamente. Pero aun hasta los pretendidos libertadores de
izquierda, continuaron con el proceso, en lo que se denomina en algunos
sectores como la colonización “light”, para estar más a tono con el
lenguaje de nuestra época. El meollo del debate es: cómo descolonizar la
mente. Es decir, cómo lograr que el individuo enajenado por más de 500
años de colonización, occidentalización y transculturización venida desde
todos los frentes, recupere su capacidad natural de pensar, recupere su
culturalidad, regrese a su expresión cultural espontánea, deshaciéndose
de todos los mamotretos, trampas, maquillajes, eufemismos y toda cosa
artificiosa que solapadamente permanece colonizando al individuo y
mantiene la colonización alrededor del individuo originario. Es un proceso
larguísimo, extenuante y titánico. Algunas etnias lo lograrán, otras no.
Algunos individuos lo lograrán, muchos, muchos no. Algo parecido sufre el
individuo que es entrampado en la religión. Aunque el trabajo de la
religión es tan poderoso subliminalmente que no habrá jamás un método
humano para “descolonizar” de religión la mente de un individuo: esa es
tarea de Dios. Está bien y acertado el concepto, Dios no puede ser calificado como una
cultura o una expresión cultural. Sobre todo si vamos al inicio etimológico
de la palabra que da origen al decir “cultura”: culto. Dios no rinde culto a
nadie: es el Creador de todo, Él es el objeto de culto. Entonces, no puede
ser calificado como una cultura en el significado religioso. Cultura también
lleva un sinónimo que no difiere mucho del significado de cultura en sí:
civilización. Dios no es tampoco una civilización: es el Padre de la
civilización. Y también cultura significa conocimiento, saber, ilustración,
educación, etc. Dios es algo más, muchísimo más que un hombre culto,
más que un hombre estudioso, mucho más que una persona instruida,
mucho más que un individuo de amplios conocimientos. Como entonces,
no es una “cultura” o una expresión cultural que precisa y demanda
espacio y reconocimiento entre las demás culturas de la tierra, porque es
Dios, todo lo más alto de los cielos y la tierra, su Reino no necesita
enriquecer su perfil cultural integrando expresiones de política, arte,
filosofía y religión de estos míseros reinos de este mundo, como hace
fanfarronamente la organización protestante tan prostituidamente
adecuada e insertada en las expresiones culturales de estos reinos
que satanás ofrecía con tanto desparpajo al mismísimo Rey en su ayuno
célebre del desierto. Y todos los insertados en Su Reino, Espíritu Santo
mediante, Espíritu de Dios mediante, Espíritu del Rey mediante, expresan
“culturalmente” todos los perfiles, modos y usos de Su Reino de manera
espontánea y natural, por cuanto hijos, e hijas. Y no miran hacia el mundo
con el propósito de reciclar lo mejor de su cultura terrena, económica,
política, artística o religiosa. Conocen perfectamente quien es el padre e
inspirador de la civilización científica y atea que rige los destinos de este
mundo. Nadie practicará jamás alguna especie de sincretismo en el Reino,
no hace falta. El Rey no fundó una religión que necesita adecuarse a los
sistemas socio-culturales del sistema: Su Reino no es de este mundo. Nada
más inverosímil que pensar que el Reino de Dios necesita o le vendría bien
integrar alegremente a su “cosmogonía” celestial ritos, credos, deidades,
vestiduras, doctrinas y costumbres afines a Su Reino, seleccionándolos de
entre las religiones, sectas o cultitos más importantes de este globo
terráqueo. Como también no hay nada más incongruente e ignorante que
creer que los programas educacionales del planeta, con todas sus
invenciones, investigaciones y descubrimientos científicos, antropológicos,
arqueológicos, biogenéticos y sociológicos pueden ser adecuados y
establecidos como un aporte enriquecedor a la “cultura” del Reino de
Dios. Yo fui un “colonizado”, en el mero centro del Caballo de Troya evangélico:
amé la iglesia evangélica. De tal manera, que soportando la contra y las
expulsiones de muchas de ellas por mis posturas, tanto en cuanto a
predicaciones como a canciones se refiere, me derribó el hecho de ser
expulsado de la iglesia que más amaba. La de los míos, propiamente
dicho. Y aunque yo me calificaba una persona no denominacional, el
hecho de la expulsión me probó que sí yo era un bicho dogmático-
denominacional. Caí en un pozo depresivo de muchos años, porque la
militancia en Cristo para mí, en esos años de juventud, era la vida, el todo,
la razón de ser, mi motivo de vivir: mi misión en la vida. Convencer a un
tipo como yo que perder la iglesia no tenía nada que ver con perder el
Reino, era difícil. La amargura instalada en el centro del alma era
imbatible: no había discurso alguno que me diera luz en cuanto al tema.
Mi depresión contradecía mi confesión de fe personal. Porque había
derrotado al seminario, tradiciones, mundanalidades y a todas las
patrañas supersticiosas que “enriquecen” la “cosmogonía” evangélica,
creía ser una persona no eclesiástica: no era así. Lo era. Pero, la “caída”
me hizo bien. Aunque no salí indemne y aunque arrastro cicatrices bien,
pero bien feas, he vencido en gran manera el “cuco” del Aparato” religioso
protestante. “Exiliado” como Moisés, lejos, más de veinte años lejos del
engendro protestante, me ayudaron en el recuento retrospectivo: la
iglesia no me había dado los dones, la iglesia no me había presentado a
Jesucristo: Él había empezado a venir desde los seis años de edad, cuando
se apareció al pie de mi cama; la iglesia no me había dado el Espíritu
Santo, encima, su espíritu no vino a mí en alguna iglesia: lo recibí en pleno
monte, al día siguiente de mi bautismo en agua; la iglesia no me había
amado, como Dios me amaba. Después, caí en cuenta de algo más
significativo: yo no tenía ningún interés en volver a la iglesia, ni nostalgias,
ni afectos; mi deseo interior y lo que me desvelaba muchísimas veces en
mi deambular “mundano” era: volver a Dios. Recuperar a Dios. La iglesia
no tenía presencia ni influencia en mis necesidades de retomar la
militancia, me di cuenta que mis ansias pasaban por el deseo de
reencontrarme con Dios. Y la iglesia no significaba para mí el escenario
adecuado del reencuentro con Dios, ni el único escenario, ni el escenario
en donde Dios hacía pactos, alianzas y redenciones con los suyos. Y
cuando ocurrió que Dios recomenzó su actividad tangencial conmigo, digo
así porque siempre Él estuvo rondándome, no sucedió en una iglesia:
ocurrió una mañana del 2000, en mi modesto departamento de la ciudad
de Córdoba, cuando bajaba por mi escalera de caracol, pintada de negro,
desperezándome del sueño de la noche anterior. Entonces, empezó a “llover”, porque la gracia de Dios me pareció una llovizna tupida, que
refrescaba el alma, el espíritu, en ese enero del verano argentino. Aunque
solo era eso el comienzo, porque el “lastre” de la “colonización”
eclesiástica aun no sufría la erradicación que se merecía, pues la
culminación del lavacro correspondía al Espíritu de Dios, por supuesto.
Porque “las armas de nuestra milicia no son carnales; sino, poderosas en
Dios para la destrucción de fortalezas”. Pablo sabía lo que decía: él llevaba
en sí toda la “colonización” del aparato judío, cuando Jesús le tiró caballo
abajo. Entonces, el apóstol eligió el desierto para su exilio de la
“descolonización” personal. Y tampoco pensó, o deseó, que regresando al
templo, esa investidura recibida estaría sirviendo en el lugar ideal de Dios.
No: ingresó al evangelio del Reino. Miren que podía haber elegido las
herramientas teológicas que heredó de Gamaliel, para presentarse como
una insuperable versión de ministro-fundador del cristianismo
naciente: “las armas de nuestra milicia no son carnales”. Eso incluye el
dinero, eso incluye las infraestructuras, eso incluye las formaciones
académicas seminaristas, eso incluye las autenticaciones estatales, eso
incluye las gigantescas asociaciones interdenominacionales, eso incluye al
ecumenismo. Ninguna de estas armas pertenece al reino de Dios, ninguna
de estas herramientas repleta las manos de los ungidos del Rey, ninguna
de estas instituciones-iglesias-asociaciones representan el Reino de Dios:
se representan a sí mismas, sus intereses religiosos, políticos,
empresariales (porque son empresas), sociales, hasta culturales, porque
son una expresión cultural que obedece a la demanda religiosa del
sistema, que los usa y los necesita para contener a los desposeídos, a los
que se rebelan contra el hambre y la explotación, para contener a los
drogadictos que crean inseguridad en sus comunidades, para reducir el
número de borrachos, muchos de los cuales al volante destruye cualquier
vida, cualquier cosa. Pero no necesitan que la religión les ataque el punto
de la ética, del humanismo, de la evolución, de las políticas económicas
que desangran al globo entero. No, la iglesia calladita la boca en esos
temas, calladita la boca en la cuestión armamentista, calladita la boca en
la cuestión guerra. En la cuestión invasiones, la cuestión imperio: ¡shit! De
eso no se habla, de eso no se predica. De eso hay que mantener alejado a
Dios. Pero, no necesitan alejarlo: nunca ha estado, pese a que el diablo se
jugó su mejor estrategia en el desierto: nunca ha estado. Es la iglesia que
se atornilló ahí. Prostituta ella: quiere seducir a Dios y quiere tener sus
aventurillas sentimentales con el sistema. A la iglesia le cae perfectamente
bien el dicho popular que reza: Estar bien con Dios y con el diablo. Pero, al
dedillo. El Rey estuvo frente al sistema, el imperio más poderoso de su tiempo,
solo USA ha superado el perfil imperial de Roma. Jesús estuvo frente al
sistema. Y fue bien claro y categórico pese a su difícil situación: no saldría
vivo de esa. “Mi reino no es de este mundo, Pilatos. Y tú, ninguna
autoridad tendrías sobre mí si no te fuere dado de lo Alto”.
En cambio, el aparato religioso que se interpone entre el Rey y los
hombres, sí es de este mundo. Y como pertenece a este mundo
naturalmente, solo puede ofrecer cosas de este mundo a los distraídos
que engaña: títulos profesionales, posesiones, cacharros tecnológicos,
éxito, riquezas, dinero, fama, alcurnia, etc. Exento del espíritu de Dios,
sentado en lugares ajenos a los celestiales con Cristo Jesús,
abundantemente imbuido de un espíritu místico-materialista, el aparato
protestante solo puede preparar individuos para insertar en el sistema de
este mundo. En suma, exactamente lo mismo que satanás ofreció al Rey
en el desierto: el reino de este mundo. Y ¡ojo!, sabía qué haría el Rey si
aceptaba la oferta: el Rey evangelizaría todos esos reinos, y eso a satanás
no le molestaba. Lo que importaba es que él tendría la adoración del Rey,
lo tendría de rodillas. La evangelización mundial del aparato protestante lo
tiene sin cuidado al diablo: él está preocupado en poner de rodillas a los
elegidos, si es posible al Rey. Y eso es lo que intenta el aparato: arrodillar a
Dios delante del sistema: si Dios se “somete” a la autoridad del hombre,
ellos la tendrían fácil. Y eso creen que han hecho, pero ese dios que tienen
arrodillado delante del sistema no es el Rey. Ese dios ecuménico que va a
misa, que va a la mezquita, que va a la iglesia evangélica, ese no es el Rey.
El Rey es Dios, el Rey es la Deidad, el Rey es la Divinidad. La tierra está
llena de su gloria. Dios no asiste a la iglesia, Dios no va a la escuela
dominical, Dios no va al concierto de rock de los cantantes evangélicos: Él
es la Deidad. Dios no va a la iglesia. Él es el Rey del Reino de los cielos. “El
cielo es mi trono y la tierra estrado de mis pies, ¿dónde está la casa que
me habréis de edificar?” Isaías 66:1. Sus hijos e hijas no van a la iglesia:
ellos van al reino, son de Su Reino, están en Su reino.
Cuando el Rey decidió ponerse de pie y abandonó su Trono de Gloria, no
lo hizo porque había decidido asistir a la iglesia del hombre y entronizarse
en ella. No hizo eso cuando se hizo presente en la nación de Israel y
predicó ocasionalmente en su Templo histórico y famoso. Vino a traernos
Su Reino y a insertarnos en él. ¡Cuánta soberanía expresada en su
condición de Rey prisionero, próximo a ser condenado a muerte frente al
representante oficial del imperio romano! “¡Mi Reino no es de este
mundo!” Toda esa soberanía de Reino la ha compartido con los que han
creído en Él y le adoran como su Rey, sirviéndole como su Rey. “Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu
sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y
nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos
sobre la tierra.” Apocalipsis 5:9 y 10.
La promesa del Rey no es esa miserable y decadente promesa de
galardones terrenales que oferta a sus esclavos la religión místico
materialista que engaña a todos los moradores de la tierra: nos prometió
Su Reino y que en ese reino reinaremos con Él. Las iglesias organizadas del
planeta entero no tienen una mejor recompensa que ofertar, para
competir con el Rey.
Es como he predicado en algunas partes de Latinoamérica: dos
civilizaciones luchan entre sí sobre la tierra: los que van a la iglesia y los
que van al Reino.
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