VIII
LOS MISIONEROS
Perteneciente o relativo a la misión que tiene por objeto predicar el Evangelio.
Eclesiástico que en tierra de infieles enseña y predica la religión cristiana.
Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.
Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la
palabra con las señales que la seguían. Amén. Marcos 16:20.
Los únicos seres del mundo que gozaron misioneros íntegramente
cristianos y que fueron privilegiados con la ministración pura de un
genuino misionero, genuinamente ungido y completamente fiel y leal, y
temeroso a la comisión personal de Jesucristo, fueron los asiáticos: judíos,
griegos y árabes, y los europeos de Italia y España, como parte de la
India, hasta donde llegaron algunos de los apóstoles de Jesucristo. Hasta
podríamos decir que aun la segunda generación de misioneros mantenía
gran parte de esa exactitud y pureza de la lo que ha sido denominado la
Gran Comisión. Nosotros, los de lo último de la tierra, hemos perdido
como en la guerra. Con el paso de la historia y todos sus movimientos,
cada vez más alejados e “independizados” de Dios, el perfil del misionero
sufrió un desgaste, una decantación o tal vez mejor dicho: una lamentable
erosión. Y no creo que sea muy discutible mi definición si nos detenemos
en los párrafos de Marcos 16 que transcribo bajo el subtítulo de este
capítulo. Leyendo allí únicamente nos podemos dar cuenta que
misioneros cristianos que predicasen el Evangelio que comisionó el Señor
Jesucristo ya resucitado, nunca visitaron Latinoamérica: nos llegaron los
misioneros del clon del cristianismo. Nos llegaron misioneros que no
venían representando el Reino de Dios y el mensaje del Nazareno, nos
llegaron misioneros que venían, en la oleada colonizadora, representando
los intereses sincréticos, paganos, políticos y sectarios, empresarios e
imperialistas, de la iglesia de Roma y de la corona española. Los
misioneros protestantes debieran haber traído el mensaje que no trajeron
los heraldos del Vaticano, pero tampoco nos trajeron ni representantes ni mensajes evangélicos del Reino del vencedor del Calvario y el sepulcro.
También traían su sectarismo y los primeros intentos imperialistas de los
usamericanos, su política empresarial y depredadora, su “estilo de vida” –
el famoso american way of living-, sus diferencias denominacionales, su
concepto materialista made in USA de la fe, el paraíso y la militancia, su
respaldo militar vía marines y sus intrigas políticas, CIA incluida, y muy
protagónicamente. ¿La predicación de la palabra confirmada con las
señales que debían seguirle? “No sé, no he visto, no me acuerdo.”
Sin embargo, ambos ismos misioneros vencieron y se impusieron. La
iglesia católica, crímenes, despojos, y desangramientos incluidos, goza
hoy, pese a su debilitamiento proselitista, de un innegable status de poder
en toda Latinoamérica. Y aunque la iglesia protestante no llegará jamás a
su estatura eclesiástica y política, ha logrado construir una imagen de
respeto y sigue expandiéndose a grandes pasos por el continente. Entre
ellos, nosotros, como gato que mira para la carnicería: pagando el precio,
el costo; somos el pretexto, el número de la estadística, el indio, el
mestizo y el negro subdesarrollado que se toma la fotografía con ellos. La
víctima propiciatoria de sus altares materialistas. Y financiándolos por
nada, al menos, nada de Dios. Pero muchísimo de lo dogmático, de lo
sectario, de lo pagano y lo blasfemo que los caracteriza a ambos desde los
días aciagos de Colón, sus curas y sus mercenarios analfabetos.
Según estudios de antropólogos y arqueólogos, el primer misionero
avistado en estas tierras arribó al continente en el año 900, 500 años
antes de Colón. Eso a grandes rasgos, porque los archivos históricos o los
manuscritos o la tradición oral de nuestro continente sufrió la peor de las
depredaciones practicadas por nación alguna que haya invadido a otra con
cualquier propósito, aunque todas las invasiones practicadas y las guerras
han llevado una poderosa impronta religiosa. El primer misionero
reconocido históricamente provenía de Normandía y había llegado con
aquellas expediciones vikingas que habían empezado a establecerse
primero en las regiones de Canadá, para después distribuirse por todo el
continente, dejando huellas y rastros de su cultura y sus drakares aun más
allá del Amazonas. Incluso, etnias que fueron y son llamadas aborígenes
evidencian características totalmente arias -en Paraguay, por ejemplo, y
en algunas momias incásicas del Perú-, que solo se explican por la venida
anterior a Colón no solo de los vikingos que provenían de las regiones frías
de Europa, sino que también se hallaron españoles adelantados a la
empresa de Colón, lo cual se desprende de personas halladas durante el
desplazamiento de los conquistadores como de los utensilios romanos que
se han hallado en pirámides mejicanas e inscripciones; también hay rastros celtas: cruces, lenguaje; y también hay rastros fenicios en las
costas brasileñas a partir del siglo IV de nuestra era, en fin. Este primer
misionero ha sido disputado celosamente por la iglesia católica y la iglesia
mormona. Su nombre verdadero se fue deformando según la lengua
étnica que lo pronunciase, así fue conocido como Tonapa, padre Zumé,
que devino en padre Tomé y cuyo apelativo dio pie a la iglesia católica y a
los mormones para distribuir la historia apócrifa, en el sentido de ficticia,
de que se trataba del famoso apóstol que metió sus manos al costado
herido de Jesús. Hay huellas fosilizadas de pie humano en las rocas
latinoamericanas que inspiran la leyenda de que ese era el pie del apóstol.
Y se dice que fue muy respetado entre los aborígenes. También se cuenta
que fue confundido con Viracocha. Y que fue obligado a embarcarse en
una embarcación de totora, para morir sobre las aguas del Titicaca,
castigado por el enojo local de los shamanes de esas regiones. Se dice que
obró milagros, según refieren los relatos orales que se registraron durante
las investigaciones al respecto. Y que portaba una cruz. Lo curioso del caso
es que fue visto en todas las etnias predominantes del continente, por lo
cual los antropólogos deducen que se trataba, en realidad, de varios
Tonapas, varios y diferentes misioneros. En algunas comunidades murió
de viejo y en otras fue ahuyentado, y asesinado en las restantes. Otro dato
curioso: no levantó su mensaje de salvación ejecutando personas, no
impuso su mensaje castigando físicamente a las personas, como los
misioneros vaticanos que aparecieron 500 años más tarde. Pero, una cosa
se destaca entre todas: los originarios que cuentan de su presencia en el
continente hablan de milagros que producía. Creo que podríamos
definirlos como las señales que seguirían a los comisionados por
Jesucristo. Aunque débil y tímidamente, claro.
Conocida es la historia de jefe Caribe que ejecutaron en la hoguera.
Mientras estaba atado esperando el cumplimiento de su ejecución, el cura
se paseaba a su alrededor intentando convencerle de que si se arrepentía
y confesaba los dioses católicos, iría al cielo, donde estarían todos juntos
alabando a Dios. Y eso lo repitió el cura varias veces al condenado. Hasta
que hubo un momento en que el jefe Caribe se dirigió al cura con voz
segura y serena formulándole una pregunta: Y si yo muero y voy al cielo,
¿estaré en el cielo toda la eternidad junto con ustedes? El cura respondió
ufano, creyendo que su ministerio había surtido el efecto deseado en el
condenado y replicó: ¡Claro que sí, hijo mío, estaremos todos juntos en el
cielo! La respuesta del Caribe terminó de plano con el “avivamiento” que
experimentaba el religioso vaticanista: ¡Entonces yo no quiero ir al cielo
porque no quiero verlos a ustedes nunca más! Lo más perverso de este cuadro no es el martirio atroz de la hoguera
contra ese ser humano, lo canallesco era el discurso del cura: no le ofrecía
perdonarle la vida, lo matarían de cualquier manera, lo que se le ofrecía
era el cielo después de su calvario inmerecido y malvado. Sus tierras y
posesiones, así como sus hombres y mujeres, serían repartidas entre el
soldado y el cura. Y así ocurrió durante toda la historia ignominiosa de la
“civilización y cristianización” del continente nuestro. Misioneros como
esos es obvio que jamás los envió Dios. Todo hijo se merece a su padre
por naturaleza y pertenencia, todo hijo e hija de Dios se merece a su
Padre, por naturaleza y pertenencia. Luego, está declarado en el anuncio
soberano del Señor Jesucristo: “He aquí yo estoy con vosotros, todos los
días, hasta el fin del mundo.”
Desde el siglo XVI nuestro continente fue escenario de la disputa
misionera entre católicos y protestantes, pero esa disputa “sacra” no
consistía en quién nos traía el mensaje y la comisión de Jesús en su forma
y contenido original, porque al decir de los analistas en el tema,
cristianismo y comunismo han sufrido el mismo destino: jamás fueron
expresados en su esencia original. Así, lo que sucedió en el campo
misional, no fue nada más que una disputa por imponer sus políticas, sus
expresiones culturales, sus proyectos económicos y sus religiones
acentuadamente nacionalistas. Eso era todo el contenido del paquete
“glorioso” de los misioneros históricos y de tradición. Porque esa era la
otra: el misionero debía tener status oficial, de iglesia oficial y cuanto más
histórica y tradicional, mayor autoridad y rango.
Cipriano Valera era uno de los más famosos interesados en intervenir en
el Nuevo Mundo con el propósito de declarar la verdad protestante.
Directo responsable en 1602 del revisionismo hecho a la Biblia de su
compatriota Casiodoro de Reina, conocía muy bien del tema Nuevo
Mundo por su raigambre española, y fue uno de los más entusiastas
propulsores de la gran campaña misionera que rescataría a los indios del
sur de las garras del catolicismo. Scofield, el otro gran revisionista de la
Biblia Reina-Valera, Doctor en Divinidad, logró venir y trabajó
ampliamente en el campo misionero. Pero, a la luz del revisionismo
histórico y de los hechos, así hubiesen venido todos los redactores
europeos de la Biblia juntos, Lutero incluido, el resultado hubiera sido el
mismo. El mensaje de Jesucristo, al igual que la doctrina del comunismo,
se perdió por el camino, en la travesía de los movimientos reformistas, en
la travesía de la Revolución Francesa, en la travesía del Renacimiento, en
el auge de las propuestas positivistas, realistas, existencialistas, en el
resurgir de la escolástica, en la maduración e implantación final de la Teología, consolidada como la biblia que interpretaría la Biblia hasta el fin
de los tiempos. Ese mensaje que se perdió en los intereses imperialistas
de las dos naciones que respaldaron las misiones católicas y protestantes,
y en los emprendimientos políticos, y en los modelos económicos, y en el
proceso “civilizador y cristianizador” que sufrimos desde los días de Colón,
el aventurero genovés.
Los más famosos y célebres misioneros que exportó la iglesia católica
fueron los jesuitas, expertos en transculturizar, fue eso precisamente lo
que hicieron: transculturizaron. Sometieron las etnias al conocimiento
europeo, a las disciplinas europeas, al arte europeo, al modo social de los
europeos y a eso ellos le llamaron: “evangelización”. Lo mismo hicieron los
protestantes, pero de cristianismo: “espérame que ya vuelvo”.
Según la historia, Europa terminó renunciando a nuestro continente del
emprendimiento misionero y así le quedó el campo servido a los
usamericanos, así fue que fuimos “pasto” del fuego americanizador de
ellos. Ya míster Monroe había declarado nuestra condena: “América, para
los americanos” Los americanos que son ellos, porque lo último que
podían quitar, que era el gentilicio, también lo quitaron y los únicos
americanos “auténticos” son ellos. Que de americanos tienen tanto como
nosotros, porque en tanto mestizos nosotros, fusionados entre aborigen y
europeo, en tanto fusionados de negros y aborígenes, ellos son
descendientes directos del ario: del germano, del noruego, del irlandés,
del inglés, escasamente fusionados con el originario del norte americano.
Y digo “tanto como nosotros” porque en realidad ni ellos ni nosotros
somos, o debiéramos llamarnos americanos, ni siquiera latinos, como bien
exponen y defienden los mejicanos, pues es lisa y llanamente un concepto
europeo. Pero, así son las cosas, caímos en las garras religioso-
materialistas de los misioneros rubios y de ojos azules. Que impresionan
por su facha y hasta caen bien. Yo recuerdo a mis nueve años de edad a un
misionero yanqui, en mi pequeña iglesita del barrio, un incipiente culto de
la Iglesia de Dios que no duró mucho. Una noche llegaron un par de
misioneros usamericanos y yo quedé encantado con ellos, especialmente
con el rubio que tocaba la trompeta. Encontré muy simpática su manera
de expresarse en español. Recordando, me parece una cosa anecdótica
también por el hecho de que el pastor nuestro o los dos primeros pastores
que tuvimos eran de ascendencia mapuche, el primero se apellidaba
Huachiqueo y el segundo Chikawala. Quiénes obviamente también deben
haber sucumbido al encanto anglosajón. Hoy, ya maduro, he conocido la
historia que había detrás de esa simpatía americana. Y no tiene nada de
cristiana tal historia. De hecho, es una cuestión tácita declarar que entre la España del siglo
XVI y la América del Norte del XIX, la nación imperialista se ha
convertido en el Pueblo Elegido destinado a evangelizar al mundo. Y
usando otras palabras, USA se convirtió en la Meca y el Vaticano del
protestantismo. Por ahí, en 1877, por las costas del Pacífico sur,
apareció míster Taylor, por ejemplo. Buscando entre los chilenos
creyentes de habla inglesa que estuviesen interesados en tener escuelas
y cultos dirigidos por metodistas norteamericanos. Durante mucho
tiempo se estuvo predicando en inglés, hasta que once años más tarde
apareció un misionero usamericano metodista predicando en español.
Podríamos decir, que durante algún tiempo, mientras se avispaban y se
instruían en los lenguajes, modos y costumbres de la gente de este
Nuevo Mundo, los misioneros norteamericanos emplearon
exclusivistamente el inglés en sus orígenes, como la iglesia católica
empleó el latín.
Insertados en un mundo desconocido y en pañales respecto a su
organización republicana, lo que conllevaba un gran problema a
resolver, tales como cultura, educación, estirpe social y organización
económica, los misioneros se enfrentaron al desafío de ponerse a la
altura de las circunstancias. Pero no solo de carácter republicano en
recientemente fundadas repúblicas mestizas de Latinoamérica, sino
que también, cuando fueron impelidos a extenderse a los campos
indígenas, el desafío aumentó y tomó otra naturaleza. Así que,
protestantes y todos, debieron imitar el proceso católico que venían a
combatir y cayeron al mismo terreno.
Confundidos comenzaron, por ejemplo, a estudiar antropológicamente a
los candidatos al “cristianismo” que proponían, para así hallar la forma
efectiva de, mediante el conocimiento de sus costumbres,
“cristianizarlos”. Por ese camino se cayó en el sincretismo. Y por ese
camino se cayeron de la Gracia, si es que alguna vez estuvieron en Gracia.
“Entre los primeros en sugerir que el misionero más apto debía ser un
antropólogo aplicado se encontraban los consultores de la Sociedad Bíblica
Americana” (Stoll). No es por un afán de quedar como pedante, pero
llama la atención el buscar tan directamente en las herramientas
científicas de “estudiar” al hombre, no hicieron así los apóstoles, no se
rodearon de antropólogos y arqueólogos para explorar en el acervo
cultural de las etnias que evangelizaron tan contundentemente, y tan
gloriosamente. No ganaron dinero a dos manos como los desvergonzados
apóstoles modernos, pero se convirtieron en un ícono bíblico en esta vida
y en la venidera. No obtuvieron el status aristocrático de estos farsantes modernos, pero sus nombres están impresos en las puertas de la ciudad
de Dios.
Emplearon todos los métodos habidos y por haber, evidenciando y
denunciando así que jamás vinieron con la Unción que caracterizó, guió y
acompañó a los misioneros originales de Cristo.
El poder misionero residía en la financiación, a pesar de ser ampliamente
conocido el pensamiento y el método de Jesús al respecto: “¡No llevéis
bolsa, alforja ni espada, ni dinero…”! Esto era al revés en el seno
organizacional del emprendimiento misionero mundial: “Gran parte del
movimiento misionero mantenía la presunción de que las adineradas
iglesias norteamericanas eran el gran recurso de Dios para evangelizar al
globo, que lo que funcionaba en los Estados Unidos funcionaría en el
exterior, y que, de un día para el otro, una ola de jóvenes podía ganar el
mundo para Cristo” (Stoll). Absolutamente olvidadas las palabras en la
boca de uno de los profetas que venían a enseñar a esta parte del globo:
“¡No con espada ni con ejército, sino con mi Espíritu”. Sentencia obsoleta
tal vez, para los nuevos tiempos que empezaban a correr en el Nuevo
Mundo. Pero que de hecho la ignoraron, es irrefutable. Y que de hecho
nunca la creyeron, eso ni siquiera se discute. Jamás nos trajeron la
premisa genuina de la Gran Comisión, ellos eran comisionados primer
mundistas de los nuevos credos que comenzaban a expandir sobre la
tierra, con más de mil quinientos años de atraso en comparación al récord
de la iglesia católica.
Ayudaron a “controlar” la explosión demográfica, en lo que Galeano
definió como “matar guerrilleros sudacas en los úteros”, planificando la
familia “beatíficamente”. En la opinión de ellos, el control de la natalidad
también pasaba por ser un cristiano prudente. Al revés de la Deidad que
clama majestuoso y soberano a la primera pareja edénica: “¡Creced y
multiplicaos y llenad la tierra!” Nada de eso, los misioneros que plagaron
el continente recientemente descubierto traían su propio plan de
“redención”, sus propios “mandamientos”. Ellos nos enseñaron a plagiar
beatíficamente la Biblia. Ellos nos enseñaron a convertirla píamente en un
accesorio de púlpito, velador y estrado de tribunal. Venían iluminados en
la nueva innovación, la otra “reforma”, la reforma india, la reforma
aborigen, la reforma del Nuevo Mundo. Ellos nos hicieron el peor favor
histórico en lo que respecta al cristianismo: ellos nos dejaron encerrados
en cada una de las iglesias que fundaron en Latinoamérica, tan
subliminalmente esclavizados que los que hemos vencido el embrujo
eclesiástico no podemos liberar a los que quedan: a eso solo puede
hacerlo Dios mismo en completa efectividad, porque el cuco del aparato religioso que nos insertaron es tan grande y más aterrador que la
maquinaria de guerra que despliega Estados Unidos contra los pueblos
que subyuga, somete y tiraniza con su cuento malvado de la democracia y
la libertad. A la medida de ellos, claro.
Prometieron tierras y prosperidad, les prometieron acceder a los poderes
y privilegios del hombre blanco, les dijeron que el conocimiento bíblico les
traería prosperidad, parados en medio de los sistemas feudales que en
América Latina absorbieron hasta a los curas, llegaron a parecer líderes
que libertarían socialmente y laboralmente a las masas del yugo
colonizador primero, de la crueldad esclavista de los terratenientes y de la
complicidad católica en la explotación y maltrato a que eran sometidos
desde los días del Almirante Colón, y era un engaño. Protestante, claro,
pero fue un engaño. De hecho, canciones folklóricas progresistas, como
los temas de Atahualpa Yupanqui dibujan al cura sentado a la mesa del
patrón, mientras afuera el indio es castigado y sometido a su destino de
esclavo. Envueltos y presionados por todas esas fuerzas en conflicto,
totalmente faltos de la Investidura de poder de lo Alto, cayeron al
materialismo fácilmente. Hoy en día, podemos ver al pastor evangélico
sentado también a la mesa del patrón, solazándose y bendiciendo sus
“bendiciones” materiales, lamiéndole las ignominiosas botas de esclavista
contemporáneo, por obra y gracia de la economía neoliberal, para comer
de las migajas y del plato de lentejas con que hasta hoy en día son
pagados por gobiernos, regímenes políticos y militares, y por la sucia
mano empresarial de los millonarios locales y extranjeros. No soy yo quién
los acusa, es la historia, son los documentos históricos, los archivos y lo
que ellos llaman el testimonio personal. La balanza del tiempo ya tiene
todos estos elementos haciendo contrapeso a las obras de ellos, y es
notoriamente indudable que están faltos. Llegaron faltos, murieron faltos,
arribaron al final de las edades de la iglesia, en medio de terremotos,
pestilencias, guerras y rumores de guerra por todo el globo: faltos. Nos
deben el Dios que nos prometieron, esa Deidad bíblica. Nos engatusaron
con un dios eclesiástico, una divinidad made in Grecia o made in Roma, o,
claro, no podemos obviarla: una divinidad made in american way of living.
A estas alturas de la dispensación, ya es una deuda imposible de pagarnos,
les significaría hasta la demolición de los ídolos eclesiásticos que nos
implantaron, significaría el fin del status de rancia tradición de sus
denominaciones históricas e insignes. Hmmm…el costo sería muy elevado:
no reconocerán jamás su engaño universal.
Tal vez el factor más importante de poder misionero residía en el apoyo
político. Insertados ya en pleno, con más de once mil misioneros en territorio latino, ayudaron a combatir el comunismo frontalmente, caso
Miskitos, en Nicaragua, que fueron impulsados a luchar contra el
sandinismo instigados por la CIA y los misioneros yanquis. En esas
circunstancias quedó al descubierto una faceta más tenebrosa y blasfema,
muy poco divulgada respecto al contenido, forma y carácter de los
misioneros del Norte americano. Hubo una instancia en que la CIA
reconoció públicamente haber interrogado a todos los misioneros que
provenían de Oriente y a todos los misioneros latinoamericanos, estos
conscientes en algunos casos y otros inadvertidamente. El conjunto
multitudinario de misioneros al interior de Latinoamérica y sus luchas
reivindicativas significa una poderosa fuente de información para este
aparato oscuro de la inteligencia internacional. Más tarde, el tenebroso y
temido aparato de “seguridad” usamericano, que mantiene sus cuarteles
generales en Langley, Virginia, fundado oficialmente en 1947, tuvo que
emitir un documento oficial al respecto. Transcribo unos párrafos
extraídos de los trabajos investigativos de David Stoll: “Luego de un
desenmascaramiento y las protestas de diversas iglesias, la CIA
manifestó en 1976 que no continuaría reclutando colaboradores entre
los misioneros
{21}
. Según un anteproyecto de sus estatutos, la CIA
prohibiría la utilización remunerada de misioneros norteamericanos,
pero permitiría los «contactos voluntarios o el intercambio voluntario
de información”
Uno de los comentarios pronunciados por el mismo autor en su obra, me
llamó poderosamente la atención acerca de la condición de los
misioneros, en ese comentario alude que los enviados protestantes tenían
conflictos con su nacionalidad y no tenían claridad de decisiones al
respecto, se sentían en la disyuntiva de servir a su nacionalismo
imperialista o su vocación ministerial. Cosa rara, toda vez que se definían
como misioneros de Cristo. También me llamó poderosamente la atención
la fecha que la CIA entrega su declaración pública: 1976. ¿Cuántas décadas
utilizó a todos los cuerpos misioneros en el mundo? Eso no tiene nada
parecido a una bendición y aunque es un símil de misión o un sinónimo
correcto y exacto si se quiere, no existe ningún punto de armonía con la
Comisión de Jesús a los suyos y la misión de la central de inteligencia del
imperio más sanguinario y terrorista que haya asolado alguna vez a toda la
tierra. Ellos reclaman ser la gran nación protestante: perfecto y de
acuerdo, pero, ¿qué tiene que ver el Protestantismo con el cristianismo?
Este grave antecedente sobre las misiones norteamericanas de los
“virtuosos padres” usamericanos del protestantismo latinoamericano, nos
ponen en tela de juicio el verdadero “espíritu” de su concepción denominada La Gran Comisión y da la impresión que se lee o se interpreta
algo así como: “El que creyere y se bautizare será judío o será griego,
o…será católico, o… será americano, o… será civilizado, pero difícilmente
será salvo”. Bajó muchísimo el nivel del valor y la esencia de la Comisión.
O quizás, que es lo más seguro, nunca estuvo alto, tan alto como los
primeros misioneros por lo menos, de eso no cabe duda. Pero, como les
comentaba al inicio, exactamente en medio estamos nosotros: el supuesto
objetivo a rescatar de la “cristianización” católica para ser puestos en el
mero centro de la evangelización del Reino. ¿Qué fue de nosotros? ¿Qué
ha sido de nosotros? ¿Qué será de nosotros?
Pienso en los misioneros que perdieron la vida, en accidentes o bajo
ejecuciones, como ocurría en México, a manos de militantes católicos o
como empezó a ocurrir en Colombia, a manos de la guerrilla, cuando esta
se enteraba –primero que todos nosotros- de la doble función del
misionero yanqui: espía y predicador. Recuerdo una queja de William
Marrión Branham, cuando se refirió a los cadáveres de un matrimonio de
misioneros y sus dos hijos ejecutados por los guerrilleros colombianos y
que por orden de los insurgentes quedaron expuestos en la vía pública
hasta más allá de su putrefacción. Pero no sabemos a qué órdenes
respondía el matrimonio, si su compromiso realmente era cristiano a
secas o si se trataba de uno de los tantos casos de obreros protestantes
“cooperadores” de la Central de Inteligencia, nacionalismo americanista
incluidos. El crimen en sí es lamentable y condenable, pero lo que es peor:
si los misioneros trabajaban a dos manos, no veo gloria de Dios en ello. A
menos que Dios sea hincha incondicional del american way of living, cosa
que dudo a rajatabla. Y no porque yo sea un misionero de la contraparte y
me inspire un alto espíritu etnocentrista. Yo estoy bien claro que mi linaje,
pese a mi completa identificación con este continente, no corresponde a
etnia terrenal alguna; y pese a que adscribo a la defensa de la identidad
originaria, creo que somos ciudadanos de la Gloria, de un Reino que no es
de este mundo, en el cual somos co-herederos con Cristo y reinaremos
con Él. Eso puede bondadosamente compararse con una ascendencia de
tipo cultural, pero somos más que eso, somos hijos del Creador de las
etnias de la tierra y del mundo en el cual están insertadas estas etnias. Si
uno no tiene noción clara y específica de su condición y procedencia y
ascendencia de su verdadera nación, espiritual en este caso, ¿Cómo puede
uno enrolarse en movimientos religiosos terrenales cuya consigna sea la
transculturización, la occidentalización, la americanización? Esos son
valores y conceptos muy pobres y hasta miserables en el seno del
cristianismo genuino. Encima son dogmas y actitudes erradas al cien por ciento. ¿Qué tiene que ver evangelización con civilización? Absolutamente
nada. Los primeros doce misioneros fueron judíos: ellos no judaizaban, y
cuando Pedro salió al paso con un elemento propio de la cultura judía,
para calificar por medio de ella el cristianismo en los gentiles Pablo le
enrostró cara a cara su intención equívoca de evangelizar judaizando.
Absolutamente opuesta a los valores del cristianismo, tan opuesta que
Pablo la llegó a denominar “una trampa” a la circuncisión, que era el tema
en discusión, que haría tropezar a los creyentes en la gracia del evangelio,
tan grave que aun habiendo sido un elemento válido para los judíos en el
cristianismo se transformaba en un motivo de pérdida de su salvación. Eso
en cuanto a un elemento, llamémoslo, religioso, ¿Cuanto más cuando se
usan elementos materialistas: políticos, sociales, de clase, de arte o
filosofía, cuando de calificar o definir, o de convertir a un cristiano se
trata?
Atada a los gobiernos de la tierra, la iglesia católica se vio en la necesidad
de hacer aportes en lo cultural, lo científico, lo educativo, lo social, a lo
geopolítico incluso y ¡cómo no!, hasta en lo económico. Por eso debió
presentar individuos altamente entrenados en las disciplinas del mundo
contingente si quería reinar a la par de ellos o sobre ellos, como es que
ocurre en realidad. En otras palabras: debió “mundanalizarse” –aunque
nunca fue cristiana- ponerse a tono con la marcha de los intereses y metas
del Aparato político mundial y trabajar en conjunto para lograr sus
intereses de conquista y dominación “espiritual”: los misioneros
protestantes no podían ser menos bajo ningún punto de vista. Si la iglesia
de Roma vino respaldada por el ejército español y la mano política y
empresarial de España, prácticamente toda la “evangelización” de los
misioneros protestantes vino respaldada por el imperio de los Estados
Unidos. Por eso es que la religión es denominada por los sectores de
izquierda como una punta de lanza de la dominación. Porque es así y así
queda expuesto a la luz de las investigaciones, revisionismos y de la propia
historia del protestantismo en esta parte del mundo. ¿Id por todo el
mundo y predicad el evangelio? Por acá no ha sido así. Basta de
hipocresías. Terminemos con la falacia histórica.
Nada más canallesco y anticristiano -anticristiano de anti cristo-, lo que
hicieron las dos religiones misioneras que se disputaron
encarnizadamente al hombre y a la mujer de Latinoamérica: madre
romana e hija protestante los exhibieron como trofeos de la caza
“evangelizadora” ante antropólogos, periodistas, autoridades
gubernamentales, científicos, artistas, sobre todo ante empresarios y
aristócratas que podían cooperar financiando sus misiones “cristianas” en pro de la “evangelización-civilización” entre los indios bárbaros e
incivilizados de este continente.
Con ese concepto me fue presentado un integrante de la comunidad
Itacurú, por un pastor de Ciudad del Este, Paraguay. Me habló de su
trabajo misional entre esta etnia de habla guaraní y al hacerlo llamó a una
persona de las tantas que se congregaban con él diciéndome: “Este
hermano era un indio, le enseñamos a vestir y a comportarse, ahora usted
lo ve y parece un verdadero cristiano”. Me ofendió como si estuviese
refiriéndose de mí. Vestir a los seres humanos continentales según la
usanza euro-americana y educarlos en el manual de Carreño de la moral y
las buenas costumbres, practicando lo que llaman civilizar, no convierte en
cristiano a un guaraní: un guaraní no deja de ser guaraní cuando viene al
cristianismo. Más aun: Pedro no dejó de ser culturalmente judío al recibir
el Espíritu Santo. Nadie se hace cristiano bajo estas premisas y conductas
culturales. La gente culta no hereda el cielo por obra y gracia de su
cultura, la gente bien trajeada no hereda la vida eterna en la gracia del
buen vestir, ¿a quién queremos engañar? ¿Cómo es posible que un
misionero profesional o de carrera como son definidos, estudie tanto para
darle un título oficial a su vocación “cristiana” y termine perdiendo la vida
por transculturizar, por cambiar de cultura, por occidentalizar, por
civilizar, por americanizar a un individuo? ¿Qué gloria de Dios hay en ello?
Es una muerte miserable, tal como reza el dicho popular: sin pena ni
gloria. Y eso es literal. Yo presento este caso para hacer notar que este
episodio lo protagonicé con un tabernáculo de la corriente Branham, ellos
se creen superiores espiritual y doctrinariamente a cualquier expresión
religiosa, pero vemos que desde los mismos cimientos, desde abajo, desde
las regiones menos alcanzadas por el “cristianismo oficial”, la cuestión es
la misma: se civiliza, no se evangeliza.
Así también ocurrió en Ipiales, Colombia, curiosamente también con un
pastor de la línea branhamita, que dirigía “espiritualmente” a una
comunidad de los Pastos. Me llevó a sus hogares, casas que él mismo
había enseñado a construir, de tres o cuatro piezas, me señaló sus
edificaciones desde sus mismos patios y en presencia de ellos
comentándome: “Estos eran como animales, vivían y dormían
amontonados, y sus padres tenían sus cosas íntimas en esa situación. Les
enseñé a construir casas con cuartos separados y les enseñé dormir en
camas, porque dormían en el suelo. Ahora están civilizados, ¿ve usted?”
Volver a preguntar si todo este accionar doméstico-civilizador tiene que
ver con el cristianismo, ya me parece insoportablemente reiterativo. Sin
embargo, ese no fue el mandato de Jesucristo, esas no son precisamente las señales que seguirían a los bautizados por los misioneros de Cristo, el
techo, la educación secular y el letrero eclesiástico no son la Investidura
de poder de lo Alto. Por sobre todo, tratándose de líderes branhamistas,
que se engañan a sí mismos y al mundo vendiendo la pomada de que
siguiendo al profeta Branham y su mensaje, son más auténticos cristianos
que los demás creyentes del aparato protestante. Estamos todos locos.
Delirio. Eso es todo. Delirio enfermizo de míseros seres entrampados en
un concepto religioso heredado a su vez de los míseros iluminados del
primer mundo. Esbirros nacionalistas muchas veces y muchas otras veces
agentes religiosos imperialistas, y aunque suene anacrónico y
trasnochado: oscuros líderes colonizantes, y nada más: “¡Ninguno puede
servir a dos señores!” La revelación del cristianismo no es patrimonio del
Vaticano, ni es patrimonio de los usamericanos, es más alto. Proviene de
lo Alto: Proviene del Padre que está en los cielos.
No podían ofrecernos otra cosa cuando invadieron aldeas, cordilleras,
selvas, altiplanos, sabanas, tribus y poblados de Latinoamérica, porque no
venían en el Nombre de Señor Jesucristo, venían en el nombre de la
civilización occidental y “cristiana” (ya habían ejecutado a 68 millones de
“herejes” en la peor de las atrocidades históricas de cualquier crimen de
lesa humanidad), venían en nombre del progreso, en nombre del
desarrollo industrial, en nombre de la economía y del empresariado
extranjero, venían en nombre de sus organizaciones religiosas, incluso
venía en el nombre de la CIA. ¿De qué cristianismo nos hablaron? ¿A qué
tipo de cristianismo edificaron las iglesias con las cuales nos condenaron a
dogma, secta, institución, denominación, protestantismo? ¿Qué clase de
Dios es aquél que tienen enclaustrados en sus edificios eclesiásticos? No
sé, pero no da para compararlo, identificarlo o presentarlo como al mismo
Dios de las Escrituras. ¿Qué les rinde buenos beneficios económicos? ¡Ni
dudarlo! Pero la gente del cristianismo no junta tesoros donde el orín
corrompe y la polilla hace fiesta.
Cuando pasé por el Perú, en el barrio El Salvador, de Lima, nos comentaba
el pastor local a mis acompañantes peruanos y a mí, del caso ocurrido con
un cuerpo de misioneros norteamericanos –branhamistas, casualmente- y
la gente de una congregación serrana, humildes campesinos étnicos,
temerosos e ingenuos, sanos de alma y espíritu. Con todo, se había
desatado una controversia entre los congregantes peruanos y los
misioneros usamericanos. Y como éstos vieron que los campesinos
serranos no daban su brazo a torcer, les amenazaron enérgicamente: “¡Si
ustedes no acatan nuestra propuesta, nosotros nos iremos a Estados
Unidos y nos llevaremos a Dios con nosotros!” Eso provocó un pánico indescriptible en los humildes creyentes peruanos y automáticamente
depusieron sus actitudes y terminaron rogándoles temblorosamente a los
yanquis que por favor no se llevaran a Dios a los Estados Unidos. Mis
acompañantes se doblaban de la risa con el relato del pastor: a mí me
subió la rabia y la indignación anti norteamericana hasta más arriba de las
orejas. Esa es el arma favorita de los misioneros protestantes y católicos:
el temor. Si fuese el temor a Dios, sería magnífico y legítimo, un real
agrado divino. Pero, se trata del otro temor, ese que daña, ese que
enajena, ese que desquicia, ese que transforma a un ser humano en un
pelele manipulable y ultrajable. Por más que revisemos, nunca nos llegó el
beneficio sublime de la Gran Comisión.
Algo parecido presencié en Potosí, Bolivia, por la contraparte: la iglesia
católica. Era un gran mercado, altamente concurrido, en el lugar más
cercano al sector céntrico y turístico de aquél lugar histórico, famoso por
su emblemático cerro Rico, productor de estaño, plata, cobre y otros
metales. Miraba yo, en esa mañana soleada y fresca el accionar de dos
mujeres bolivianas, extendiendo un mantel multicolor contra el
pavimento, para ofrecer a la venta sus cacharros de barro rojo y fundido, y
las imágenes de arcilla de sus deidades ancestrales. En ese preciso
instante se detuvo a mi lado observando a las mujeres un cura español,
con sus blancas y beatíficas manos enlazadas a sus espaldas, como es
común ver que se pasean los militares, algo así. Rápidamente entró en
enojo clerical el hombre de las sotanas negras y comenzó a reprender a las
mujeres quechuas ordenándoles, que retirasen de inmediato las figuras de
sus deidades. Las damitas de sombrero negro y trenzas largas, con sus
manos morenas y agrietadas retiraron de inmediato sus imágenes, presas
ambas de un miedo religioso centenario, deshaciéndose en palabras de
disculpas para con el cura inquisidor. Ese cura canoso y español llegó a
viejo sin darse cuenta que sus misiones fueron derrotadas: esas dos
mujercitas estaban frente a él después de quinientos años de dominación
religiosa, modelando y vendiendo las imágenes que nunca renunciaron y
que jamás olvidaron. Jesucristo dijo a los apóstoles que las puertas del
infierno no prevalecerían sobre Su Iglesia. Es indudable que curas y
misioneros protestantes no pertenecían a la Iglesia del vencedor del
calvario. No tiene caso, por donde lo miremos al tema, no da, no cierra, no
junta, no cuadra.
Los apóstoles del Señor Jesucristo no presentaron a la nación de Israel
como el modelo perfecto del cristianismo. No es USA tampoco el modelo
cristiano a imitar, por muy protestante que hayan sido y sean sus
fundadores y fundamentos, por mucho que exporte miles y miles de misioneros a todos los rincones del globo. Como tampoco lo es el
Vaticano. No existe cultura alguna, no hay civilización alguna, no hay
religión alguna que pueda y merezca ser presentada como modelo
cristiano a imitar: el modelo es el Señor Jesucristo y su consecuencia es el
hombre nuevo, la nueva criatura: no es el hombre europeizado, no es el
ser occidentalizado, no es el sujeto americanizado, como no lo era el
griego circuncidado: son el hombre y la mujer nacidos de nuevo. Al
respecto, tuve una mini charla, porque no duró mucho, con un jerarca de
la tendencia branham en Santo Domingo de los Tsáchilas, recién llegado a
esta provincia ecuatoriana. Me invitó a su oficina, para tantearme, así
después de conversar decidiría si yo calificaba como para ser un digno
invitado a exhortar para su congregación. El drama fue justamente el
punto del nuevo nacimiento, él abrió el fuego expresándome
reiteradamente que a su juicio, los ministros habíamos fallado porque no
le enseñábamos a la gente a nacer de nuevo. Como no respondí de
inmediato, lo repitió unas tres veces, la última era ya una conminación a
que yo respondiera, porque quedaba de manifiesto que era ese su
caballito de batalla para diferenciarse del mensaje del resto de jerarcas de
la comunidad que representaba. Le respondí que el expresaba de manera
errónea el concepto, molesto repitió el tema: ¡”La falla ministerial es esa,
hermano: no se le enseña al creyente a nacer de nuevo…”! Le contesté
que el problema estaba en como él lo proponía, “nadie puede enseñarle a
otro ser humano a nacer de nuevo -le expliqué-, lo que nosotros debemos
enseñar es que el hombre y la mujer deben nacer de nuevo”. Ahí mismo
me gané el derecho exclusivo a no predicar jamás en su “santo” templo.
No se discute el hecho de que toda regla tiene su excepción y en lo que
atañe al tema misioneros, es seguro que han venido misioneros honestos,
correctos, lúcidos y hasta genuinos cristianos, de eso no hay duda (ni
registro estadístico), pero ellos no escribieron la historia oficial del
protestantismo latinoamericano, como en todo lo relativo al oficialismo, la
historia la escribieron y la escriben los funcionarios sometidos al aparato
religioso y al imperio de turno que los envía. Tampoco fueron los escasos
santos de Dios quiénes fundaron estos falaces complejos eclesiásticos de
colonizar, transculturizar y enajenar esclavos religiosos. Y si por las
exigencias del momento y del caso levantaron sus respectivas iglesias, el
mensaje original de ellos fue inmediatamente pervertido por los primeros
que los reemplazaron. Porque esto es como en los velorios: no se enfría el
cadáver y ya los parientes del muerto se están repartiendo sus cosas y
tomando las palabras y los deseos del fallecido según convenga a los
intereses de cada uno, hasta agarrarse a los puñetes si la situación así lo requiere. Tal cual como ocurre cuando muere el líder que fundó la iglesia
en cuestión, puñetes e insultos incluidos.
Tal vez sea Colombia la primera nación de Sudamérica que optó por
nacionalizar las misiones de evangelización, debido a los continuos roces o
debido a las exigencias de lo contingente y debido al hartazgo también de
la prepotencia de muchísimos misioneros primer mundistas, que haciendo
hincapié en su status de superioridad cultural, usaban a los misioneros
locales como empleados que debían obedecer estrictamente a sus
indicaciones, dogmas e intereses. La nacionalización no convenía
económicamente, porque jamás se han usado las cantidades siderales de
dinero que financiaban los ejércitos usamericanos de misioneros, pero, de
alguna manera, al menos las jerarquías latinas ganarían más que
cooperando con los extranjeros. El misionero común pagó el costo,
porque incentivado a mostrar su alto compromiso y su espiritualidad, para
ser un digno representante de las organizaciones protestantes sudacas
que tomaron el control de la cuestión misiones, debía usar de su bolsillo y
sus recursos para llevar a delante el proceso evangelizador. Es así, como
hasta el día de hoy, me he tropezado con descabelladas historias de
peripecias tremendas que han debido sufrir los “enviados” de las
organizaciones que comandan la cuestión misioneros en Latinoamérica.
Conozco el caso de “enviados” colombianos a territorio ecuatoriano, a
quienes les han prometido sustento y tramitación completa de sus
situaciones migratorias mientras desarrollan su obra misional, lo que en la
abrumadora mayoría de los casos, nunca fue efectivo y muchísimos de
estos misioneros abandonados a la “buena de Dios” han terminado
encarcelados por la irregularidad de sus situaciones migratorias. Está el
caso del hno. Pompilio, misionero colombiano, a quién conocí en Cali,
cuyo trabajo misionero le ganó el amor y el afecto de sus discípulos
ecuatorianos, que mucho me hablaban de él cuando yo acerté a caminar
con mi mensaje por donde había caminado él. Sin embargo, abandonado
totalmente por la denominación que lo “respaldaba” y que lo había
“enviado”, vivió la penosa odisea de quedar sin recursos y enferma su casi
anciana esposa, debió retornar a Colombia sufriendo todas esas
tribulaciones que padece cualquier ser humano sin recursos y extranjero
en otra tierra. Retenido en la frontera por no tener dinero para pagar los
requerimientos legales exigidos, con una esposa casi agonizante, quedó
expuesto a lo que cada sacrificado obrero genuino del cristianismo se
expone: solo a la misericordia de Dios y sus portentos. Porque la “iglesia
madre protestante”: si te he visto, no me acuerdo. Sin embargo, Pompilio
es de esos tipos que al conocerlo y estrecharle la mano, te obliga al abrazo fraterno, porque su rostro te revela que estás frente a un luchador
cristiano nato. Incomprensiblemente leal a la organización que no practica
ningún tipo de proteccionismo y lealtades para con sus colaboradores, y
que tampoco les ha proporcionado la unción ministerial, pero son
precisamente estos campeones anónimos y maltratados de la fe, quiénes
condenarán al aparato protestante en aquél día.
Y, parafraseando al apóstol Pablo: Y ahora, varones hermanos, ¿qué pues
haremos con esta incoherente y delirante marea de misioneros
latinoamericanos que están recibiendo el mandato “profético” de ir a
evangelizar a Estados Unidos y a Europa? Já, já, já…No sé, uno no sabe si
reírse de ellos o indignarse frente a tan mediática y apoteósica hipocresía.
Una cosa es ir de visita confraternal a las congregaciones amigas de USA y
otra muy diferente es ir a ofertar y vender sus ministerios mestizos al
Primer Mundo. Situaciones legítimas las dos, por donde se les mire, pero
no tienen necesidad de levantar trifulcas místicas y “proféticas” para
justificar sus delirios de grandeza y sus complejos mitómanos. Hoy en día
es muy común ver en los canales de televisión protestantes a muy
enardecidos profetas mediáticos, parloteando sus predicciones a la masa
de ingenuos espectadores del marketinero espectáculo del
protestantismo televisivo, asegurándoles, tiritones y chillidos incluidos,
que es profecía del “señor”, que misioneros latinoamericanos saldrán a
evangelizar los Estados Unidos y Europa. Y el zapateo es bárbaro. Claro,
eso significa insospechadas ganancias, ¡aleluya! ¿No te digo yo? Lo
anecdótico es que muchas veces son viajes misioneros sin retorno, porque
por esas extrañas cosas del nuevo concepto misionero la mayoría de ellos
se establece definitivamente en el vaticano del protestantismo, alucinados
por los últimos resplandores de aquél famosísimo american way of living.
“¡Gloria a Dios, hermanos: Dios me mostró que debía quedarme aquí a
predicar su palabra!” Expertos en el consumo de platos de lentejas, a
ellos les importa un comino que solo sean las sobras del festín
americanizante y los vómitos del banquete religioso yanqui: sus desechos
son la bendición del dios de estos pobres y míseros personajes
engañadores y engañados a sí mismos, con el cuento de la nueva versión
de la Gran Comisión. Esa versión re masterizada de la Gran Comisión, esa
versión digital de la Gran Comisión, esta versión tridimensional de la Gran
Comisión.
La verdad es otra, si USA necesita misioneros mestizos, de piel morena y
cabello liso y negro, no es que los necesite precisamente para evangelizar
a los rubios de ojos azules. El misionero usamericano que predicó
mientras visitaba la iglesia de mi tío Daniel, en Ciudad del Este, explicó el tema: Estados Unidos precisa gente morena para seguir llevando adelante
sus programas misioneros en el oriente, por ejemplo. Porque así evitan el
crimen en contra de sus enviados: los misioneros rubios de ojos azules ya
no son bienvenidos en gran parte del globo terráqueo. Con las cosas así,
se han visto obligados a elaborar nuevas estrategias. Ahora toca mandar al
frente a los lacayos sudacas, para seguir llevando adelante sus procesos
americanizadores con el menor costo posible de vidas humanas
norteamericanas. Porque los yanquis son así en misiones de guerra o
misiones “cristianas”: la carne de cañón nunca es usamericana, es carne
de “mojado” mejicano, carne de sometido portorriqueño, carne latina. Así
hicieron en la invasión de Irak: el primer muerto de los marines
usamericanos era guatemalteco: su familia se ganó el derecho a la
nacionalidad usamericana con su muerte “gloriosa”. 300 misioneros
yanquis aguardaban el resultado del primer embate militar contra Irak,
listos para cristianizar a los fanáticos fundamentalistas del Islam, listos
para hablar de la democracia y la libertad del Tío Sam, absolutamente
preparados y altamente entrenados para americanizar de lleno esa
cultura invicta y difícil de penetrar por la cultura occidental, con el cuento
falaz y eufemístico del cristianismo protestante.
Pasan gravemente por alto lo más evidente: No son días de una remake
masiva del cristianismo original, son los días apocalípticos de la coronación
de muchas cosas realmente proféticas. Parados en medio de todas estas
pestilencias, catástrofes terráqueas y múltiples conflicto bélicos no
comprenden qué hora es. Luego, hay otra situación muy más grave para
las pretensiones de USA: Estado Unidos hace mucho tiempo ya fue pesado
en balanza, su imperio tambalea, su poderosa influencia económica en el
mundo está en una etapa desastrosa y no cae para ser levantado como un
poderoso ícono del cristianismo genuino y celestial: cae para juicio, para
humo, destrucción. Se cae como imagen de la bestia, porque repitió para
el protestantismo su condición de madre de todas las iglesias protestantes
que repartió a sangre, fuego, dinero e intrigas políticas y empresariales
por todo el mundo, representado por ese fantástico y gigantesco ejército
de misioneros fabricados en serie en su gran factoría de manufacturar
misioneros norteamericanos de exportación. Todos pro americanistas, por
cierto, de americanismo gringo, yanqui, no del americanismo latino. Pro
imperialistas, pro expansionistas, pro economía neo liberal, pro teología
de la prosperidad. Y esta cuestión es la que vuelve incoherente e
incongruente en los “profetas” latinos el hecho de enviar misioneros a
USA: no llevan un mensaje genuino de Dios, llevan de vuelta el mismo
mensaje místico-materialista, político, económico, filosófico y religioso que aprendieron de USA: es tan tirado de los pelos como enviar
misioneros jesuitas al Vaticano.
Personalmente jamás creeré que Dios tenga en sus planes evangelizar
Europa y USA por mano mestiza, india o afro, ni siquiera por cristianos de
la raza blanca. Europa tuvo una gloriosa opción y la recibió asesinando
impunemente a 68 millones de cristianos genuinos y haciéndose cómplice
de la matanza de 70 millones de habitantes latinoamericanos en el
proceso de la conquista española. Por su parte, Estados Unidos invadió los
territorios americanos asesinando a cuanta tribu autóctona se le pusiera
por delante, agazapados en el concepto de que así como Dios le había
entregado a los israelitas la tierra prometida, de la misma manera Dios les
había entregado los territorios y la vida del habitante de esta nueva tierra
prometida que llegaría a llamarse los Estados Unidos de Norteamérica. El
mismo George Washington, estuvo toda una noche orando, buscando la
confirmación de Dios antes de atacar el territorio iroqués, hoy
neoyorquino, para tomarlo en posesión “cristianamente”. Al día siguiente,
plenamente “confirmado” exterminó a casi toda la etnia iroquesa que
sobrevivía a orillas del río Hudson, para la “gloria de Dios” y del imperio
más sangriento de toda la historia de la humanidad. Cuando todos los
indios estaban muertos o relegados como prisioneros políticos y
prisioneros de guerra en los campos de concentración que apodaron
eufemísticamente Reservas Indígenas, todo quieto, todo sometido, todo
invadido ya: recordaron que originalmente había sido cuasi “cristianos” y
que habían vibrado “espiritualmente” con la odisea de Lutero, Zwinglio,
Calvino y los otros. Y en ese punto de quiebre de sus emocionalismos
híbridos y maquinales construyeron la primera fábrica de exportar
misioneros, no con el poder del Espíritu Santo secundándoles, claro, sino
con el poder del glorioso ejército invencible de los marines, a estas alturas
de la historia, internacionalmente conocido como el más perfecto e
implacable asesino protestante del mundo entero. Porque ellos nos
“cristianizaron” matándonos en el mismo nombre que nos venían
bautizando.
Ahora, toda esta millonaria y aristocrática colectividad del mensaje
protestante organizado de la televisión, nos cuenta el cuento que el nuevo
campo misionero a conquistar son los Estados Unidos de Norteamérica. Es
claro que el dios organizacional que adoran no solo les ha dado dinero a
manos llenas, también se viste de payaso y los agarra para la joda cuantas
veces él quiera. Lo curioso es que no van y no irán a misionar a las
reservas indígenas que sobreviven a duras penas en las áreas marginales
de USA, ni tampoco a los guetos de negros marginales en el sur de USA, como tampoco irán a los barrios marginales de excluidos sudacas en la
periferia tercer mundista de USA: Van a Nueva York, va a Miami, van a
Atlantic City, je, van a Las Vegas. En fin. No da para nada serio.
El resumen es desastroso: con las excepciones mínimas correspondientes
a toda regla, lo que nos cayó fue una plaga religiosa de intenciones
completamente ajenas a la demanda de cristianismo que debía cubrirse y
que supuestamente, era lo que los impulsaba desde el siglo XVI en
adelante a venir a protagonizar y a establecer en estos campos
latinoamericanos de Dios. Nos dejaron esto. Este mamotreto falaz y
grotesco del aparato protestante. Enajenados y esclavizados a estos
complejos eclesiásticos que aun nos sigue mintiendo y convenciendo que
Dios vive al interior de sus templos, capillas, cultitos y tabernáculos del
engaño religioso y atormentados en un problema que ni siquiera
intentamos enfrentar para resolverlo de una vez por todas, por culpa de
ese pánico subliminal que nos inocularon exitosamente todos estos
misioneros pulcros, cultos, rubios, higiénicos: la iglesia denominacional es
la Casa de Dios y la Puerta del Cielo. Cuando solo ha sido históricamente
un bastión de intrigas políticas anti étnicas y centros clandestinos de la
trampa social pro occidental transculturizadora, solo una retorcida cueva
de elucubrar dogmas, estatutos, homilías y hermenéuticas filosóficas,
execrables centros de acopio de dinero “bendito”, estrado de disertadores
vanidosos, mitómanos, discriminadores, dominantes, delirantes, guardas
cancerberos implacables de la gente ingenua que seducen, un verdadero
altar del dios Mamón y del materialismo: ¿y nos quieren hacer creer que
en medio de todo eso habita el Dios vivo y verdadero que habita en
lugares inaccesibles de la Gloria, santo y majestuoso, Omnisciente,
Omnisapiente y Omnipotente?
A casi quinientos años de la Reforma luterana, la iglesia protestante no ha
podido, no puede y no podrá jamás presentarnos un ciudadano del reino
nacido, edificado y ungido con el sello del Espíritu de Dios emergido desde
el seno de sus oscuras edificaciones eclesiásticas. Y hasta el día de hoy lo
único que producen en serie y a destajo son prosélitos listos para ser
insertados en el sistema, bendecidos con toda clase de lujos, poderes
adquisitivos y privilegios y títulos profesionales de oficio, intelectuales o
religiosos: jamás un apóstol, jamás un don, jamás un renacido genuino,
jamás un creyente bautizado que sea seguido de las señales que anunció
Jesús que seguirían a los que creyesen en el evangelio, su evangelio, el
evangelio del Reino. Ese Reino que no atiende en el Vaticano y que jamás
ha atendido en la Casablanca. Ese reino que jamás ha sido puesto en
manos norteamericanas para su administración. Con esos ministerios que jamás fueron entregados a imperio alguno para su perfecta instrucción y
fiscalización. Dios, el Padre Celestial, el gran Yo soy atiende en el hombre,
en su hombre, su mujer, sin intermediarios eclesiásticos. Él único
mediador entre Él y los hombres de cualquier raza terrenal sigue siendo y
lo será por siempre el Señor Jesucristo.
A qué seguir, apóstatas y blasfemos, conocen muy bien la Escritura y no
viene al caso citárselas tan insistentemente: lo saben todo. Saben que nos
engañaron, saben que erraron, saben que se vendieron, saben que nos
traicionaron, saben que Dios nunca los ha enviado, saben que Dios nunca
los ha conocido, saben que Dios nunca les puso nuestra vida en sus manos
complotantes, recubiertas de esa oscura piel de lobo religioso y
dogmático, agazapado en la cueva tenebrosa de la iglesia institucional que
dejaron con la puerta abierta en nuestros territorios, para ver cuántos
ingenuos, incautos y curiosos caen. Les ha funcionado desde que arribaron
ufanos y entusiastas a disputarles las almas autóctonas a la iglesia de
Roma. Nada es para siempre y como dijo el Predicador en Eclesiastés,
todo tiene su tiempo. Luego amanecerá el tiempo de la caída de ellos. Y
no habrá ejército de los marines que los defienda, cuando Dios les
demande la cuenta de la evangelización practicada en Latinoamérica
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