VIII 
LOS MISIONEROS 
Perteneciente o relativo a la misión que tiene por objeto predicar el Evangelio. 
Eclesiástico que en tierra de infieles enseña y predica la religión cristiana. 
Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. 
Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la 
palabra con las señales que la seguían. Amén. Marcos 16:20. 
Los  únicos  seres  del  mundo  que  gozaron  misioneros  íntegramente 
cristianos  y  que  fueron  privilegiados  con  la  ministración  pura  de  un 
genuino misionero,  genuinamente  ungido  y  completamente  fiel  y  leal,  y 
temeroso a la comisión personal de Jesucristo, fueron los asiáticos: judíos, 
griegos  y  árabes,      y  los  europeos  de  Italia  y  España,  como  parte  de  la 
India, hasta donde  llegaron algunos de  los apóstoles de  Jesucristo. Hasta 
podríamos decir que aun  la  segunda generación de misioneros mantenía 
gran parte de esa exactitud y pureza de  la  lo que ha sido denominado  la 
Gran  Comisión.  Nosotros,  los  de  lo  último  de  la  tierra,  hemos  perdido 
como  en  la  guerra.  Con  el  paso  de  la  historia  y  todos  sus movimientos, 
cada vez más alejados e “independizados” de Dios, el perfil del misionero 
sufrió un desgaste, una decantación o tal vez mejor dicho: una lamentable 
erosión. Y no creo que sea muy discutible mi definición si nos detenemos 
en  los  párrafos  de Marcos  16  que  transcribo  bajo  el  subtítulo  de  este 
capítulo.  Leyendo  allí  únicamente  nos  podemos  dar  cuenta  que 
misioneros cristianos que predicasen el Evangelio que comisionó el Señor 
Jesucristo  ya  resucitado,  nunca  visitaron  Latinoamérica:  nos  llegaron  los 
misioneros  del  clon  del  cristianismo.  Nos  llegaron  misioneros  que  no 
venían  representando  el  Reino  de  Dios  y  el mensaje  del  Nazareno,  nos 
llegaron misioneros que venían, en la oleada colonizadora, representando 
los  intereses  sincréticos,  paganos,  políticos  y  sectarios,  empresarios  e 
imperialistas,  de  la  iglesia  de  Roma  y  de  la  corona  española.  Los 
misioneros protestantes debieran haber traído el mensaje que no trajeron 
los heraldos del Vaticano, pero tampoco nos trajeron ni representantes ni mensajes  evangélicos  del  Reino  del  vencedor  del  Calvario  y  el  sepulcro. 
También traían su sectarismo y  los primeros  intentos  imperialistas de  los 
usamericanos, su política empresarial y depredadora, su “estilo de vida” –
el  famoso  american way  of  living-,  sus  diferencias  denominacionales,  su 
concepto materialista made  in USA de  la  fe, el paraíso y  la militancia,  su 
respaldo militar  vía marines  y  sus  intrigas  políticas,  CIA  incluida,  y muy 
protagónicamente.    ¿La  predicación  de  la  palabra  confirmada  con  las 
señales que debían seguirle? “No sé, no he visto, no me acuerdo.” 
Sin  embargo,  ambos  ismos  misioneros  vencieron  y  se  impusieron.  La 
iglesia  católica,  crímenes,  despojos,  y  desangramientos  incluidos,  goza 
hoy, pese a su debilitamiento proselitista, de un innegable status de poder 
en toda Latinoamérica. Y aunque  la  iglesia protestante no  llegará  jamás a 
su  estatura  eclesiástica  y  política,  ha  logrado  construir  una  imagen  de 
respeto y sigue expandiéndose a grandes pasos por el continente.   Entre 
ellos, nosotros, como gato que mira para la carnicería: pagando el precio, 
el  costo;  somos  el  pretexto,  el  número  de  la  estadística,  el  indio,  el 
mestizo y el negro subdesarrollado que se toma la fotografía con ellos. La 
víctima  propiciatoria  de  sus  altares  materialistas.  Y  financiándolos  por 
nada,  al menos,  nada  de  Dios.  Pero muchísimo  de  lo  dogmático,  de  lo 
sectario, de lo pagano y lo blasfemo que los caracteriza a ambos desde los 
días aciagos de Colón, sus curas y sus mercenarios analfabetos. 
Según  estudios  de  antropólogos  y  arqueólogos,  el  primer  misionero 
avistado  en  estas  tierras  arribó  al  continente  en  el  año  900,  500  años 
antes de Colón. Eso a grandes rasgos, porque  los archivos históricos o  los 
manuscritos o la tradición oral de nuestro continente sufrió la peor de las 
depredaciones practicadas por nación alguna que haya invadido a otra con 
cualquier propósito, aunque todas las invasiones practicadas y las guerras 
han  llevado  una  poderosa  impronta  religiosa.  El  primer  misionero 
reconocido  históricamente  provenía  de  Normandía  y  había  llegado  con 
aquellas  expediciones  vikingas  que  habían  empezado  a  establecerse 
primero en  las regiones de Canadá, para después distribuirse por todo el 
continente, dejando huellas y rastros de su cultura y sus drakares aun más 
allá del Amazonas.  Incluso, etnias que  fueron  y  son  llamadas aborígenes 
evidencian  características  totalmente  arias  -en  Paraguay,  por  ejemplo,  y 
en algunas momias  incásicas del Perú-, que solo se explican por  la venida 
anterior a Colón no solo de los vikingos que provenían de las regiones frías 
de  Europa,  sino  que  también  se  hallaron  españoles  adelantados  a  la 
empresa de Colón,  lo cual  se desprende de personas halladas durante el 
desplazamiento de los conquistadores como de los utensilios romanos que 
se  han  hallado  en  pirámides  mejicanas  e  inscripciones;  también  hay rastros  celtas:  cruces,  lenguaje;  y  también  hay  rastros  fenicios  en  las 
costas brasileñas  a partir del  siglo  IV de nuestra  era,  en  fin. Este primer 
misionero ha sido disputado celosamente por la iglesia católica y la iglesia 
mormona.  Su  nombre  verdadero  se  fue  deformando  según  la  lengua 
étnica  que  lo  pronunciase,  así  fue  conocido  como  Tonapa,  padre  Zumé, 
que devino en padre Tomé y cuyo apelativo dio pie a la iglesia católica y a 
los mormones para distribuir  la historia apócrifa, en el sentido de ficticia, 
de  que  se  trataba  del  famoso  apóstol  que metió  sus manos  al  costado 
herido  de  Jesús.    Hay  huellas  fosilizadas  de  pie  humano  en  las  rocas 
latinoamericanas que inspiran la leyenda de que ese era el pie del apóstol. 
Y se dice que fue muy respetado entre los aborígenes. También se cuenta 
que  fue  confundido  con Viracocha.  Y  que  fue  obligado  a  embarcarse  en 
una  embarcación  de  totora,  para  morir  sobre  las  aguas  del  Titicaca, 
castigado por el enojo local de los shamanes de esas regiones. Se dice que 
obró milagros, según refieren los relatos orales que se registraron durante 
las investigaciones al respecto. Y que portaba una cruz. Lo curioso del caso 
es que fue visto en todas  las etnias predominantes del continente, por  lo 
cual  los  antropólogos  deducen  que  se  trataba,  en  realidad,  de  varios 
Tonapas,  varios  y  diferentes misioneros.  En  algunas  comunidades murió 
de viejo y en otras fue ahuyentado, y asesinado en las restantes. Otro dato 
curioso:  no  levantó  su  mensaje  de  salvación  ejecutando  personas,  no 
impuso  su  mensaje  castigando  físicamente  a  las  personas,  como  los 
misioneros vaticanos que aparecieron 500 años más tarde. Pero, una cosa 
se destaca entre todas:  los originarios que cuentan de su presencia en el 
continente  hablan  de  milagros  que  producía.  Creo  que  podríamos 
definirlos  como  las  señales  que  seguirían  a  los  comisionados  por 
Jesucristo. Aunque débil y tímidamente, claro.  
Conocida  es  la  historia  de  jefe  Caribe  que  ejecutaron  en  la  hoguera. 
Mientras estaba atado esperando el cumplimiento de su ejecución, el cura 
se paseaba a su alrededor intentando convencerle de que si se arrepentía 
y confesaba  los dioses católicos,  iría al cielo, donde estarían todos  juntos 
alabando a Dios.  Y eso lo repitió el cura varias veces al condenado. Hasta 
que  hubo  un momento  en  que  el  jefe  Caribe  se  dirigió  al  cura  con  voz 
segura y serena  formulándole una pregunta: Y si yo muero y voy al cielo, 
¿estaré en el cielo toda  la eternidad  junto con ustedes? El cura respondió 
ufano,  creyendo que  su ministerio había  surtido el efecto deseado en el 
condenado y replicó: ¡Claro que sí, hijo mío, estaremos todos  juntos en el 
cielo! La respuesta del Caribe terminó de plano con el “avivamiento” que 
experimentaba  el  religioso  vaticanista:  ¡Entonces  yo  no  quiero  ir  al  cielo 
porque no quiero verlos a ustedes nunca más!  Lo más  perverso  de  este  cuadro  no  es  el martirio  atroz  de  la  hoguera 
contra ese ser humano, lo canallesco era el discurso del cura: no le ofrecía 
perdonarle  la vida,  lo matarían de cualquier manera,  lo que  se  le ofrecía 
era  el  cielo  después  de  su  calvario  inmerecido  y malvado.  Sus  tierras  y 
posesiones,  así  como  sus  hombres  y mujeres,  serían  repartidas  entre  el 
soldado y el cura. Y así ocurrió durante toda  la historia  ignominiosa de  la 
“civilización  y  cristianización”  del  continente  nuestro. Misioneros  como 
esos es obvio que  jamás  los envió Dios. Todo hijo  se merece a  su padre 
por  naturaleza  y  pertenencia,  todo  hijo  e  hija  de  Dios  se merece  a  su 
Padre, por naturaleza y pertenencia. Luego, está declarado en el anuncio 
soberano del  Señor  Jesucristo:  “He aquí  yo estoy  con  vosotros,  todos  los 
días, hasta el fin del mundo.”  
Desde  el  siglo  XVI  nuestro  continente  fue  escenario  de  la  disputa 
misionera  entre  católicos  y  protestantes,  pero  esa  disputa  “sacra”  no 
consistía en quién nos traía el mensaje y la comisión de Jesús en su forma 
y  contenido  original,  porque  al  decir  de  los  analistas  en  el  tema, 
cristianismo  y  comunismo  han  sufrido  el  mismo  destino:  jamás  fueron 
expresados  en  su  esencia  original.  Así,  lo  que  sucedió  en  el  campo 
misional, no fue nada más que una disputa por  imponer sus políticas, sus 
expresiones  culturales,  sus  proyectos  económicos  y  sus  religiones 
acentuadamente  nacionalistas.  Eso  era  todo  el  contenido  del  paquete 
“glorioso”  de  los misioneros  históricos  y  de  tradición.  Porque  esa  era  la 
otra: el misionero debía tener status oficial, de iglesia oficial y cuanto más 
histórica y tradicional, mayor autoridad y rango. 
Cipriano Valera era uno de  los más  famosos  interesados en  intervenir en 
el  Nuevo  Mundo  con  el  propósito  de  declarar  la  verdad  protestante. 
Directo  responsable  en  1602  del  revisionismo  hecho  a  la   Biblia  de  su 
compatriota  Casiodoro  de  Reina,  conocía  muy  bien    del  tema  Nuevo 
Mundo  por  su  raigambre  española,  y  fue  uno  de  los  más  entusiastas 
propulsores de  la gran campaña misionera que rescataría a  los  indios del 
sur de  las  garras del  catolicismo.  Scofield,  el otro  gran  revisionista de  la 
Biblia  Reina-Valera,  Doctor  en  Divinidad,  logró  venir  y  trabajó 
ampliamente  en  el  campo  misionero.  Pero,  a  la  luz  del  revisionismo 
histórico  y  de  los  hechos,  así  hubiesen  venido  todos  los  redactores 
europeos de  la Biblia  juntos, Lutero  incluido, el  resultado hubiera sido el 
mismo. El mensaje de  Jesucristo, al  igual que  la doctrina del comunismo, 
se perdió por el camino, en la travesía de los movimientos reformistas, en 
la travesía de  la Revolución Francesa, en  la travesía del Renacimiento, en 
el  auge  de  las  propuestas  positivistas,  realistas,  existencialistas,  en  el 
resurgir  de  la  escolástica,  en  la  maduración  e  implantación  final  de  la Teología, consolidada como la biblia que interpretaría la Biblia hasta el fin 
de  los  tiempos. Ese mensaje que  se perdió en  los  intereses  imperialistas 
de las dos naciones que respaldaron las misiones católicas y protestantes, 
y en los emprendimientos políticos, y en los modelos económicos, y en el 
proceso “civilizador y cristianizador” que sufrimos desde los días de Colón, 
el aventurero genovés. 
Los más  famosos    y  célebres misioneros  que  exportó  la  iglesia  católica 
fueron  los  jesuitas,  expertos  en  transculturizar,  fue  eso  precisamente  lo 
que  hicieron:  transculturizaron.  Sometieron  las  etnias  al  conocimiento 
europeo, a las disciplinas europeas, al arte europeo, al modo social de los 
europeos y a eso ellos le llamaron: “evangelización”. Lo mismo hicieron los 
protestantes, pero de cristianismo: “espérame que ya vuelvo”. 
Según  la  historia,  Europa  terminó  renunciando  a  nuestro  continente  del 
emprendimiento  misionero  y  así  le  quedó  el  campo  servido  a  los 
usamericanos,  así  fue  que  fuimos  “pasto”  del  fuego  americanizador  de 
ellos. Ya míster Monroe había declarado nuestra condena: “América, para 
los  americanos”  Los  americanos  que  son  ellos,  porque  lo  último  que 
podían  quitar,  que  era  el  gentilicio,  también  lo  quitaron  y  los  únicos 
americanos “auténticos” son ellos. Que de americanos tienen tanto como 
nosotros, porque en tanto mestizos nosotros, fusionados entre aborigen y 
europeo,  en  tanto  fusionados  de  negros  y  aborígenes,  ellos  son 
descendientes  directos  del  ario:  del  germano,  del  noruego,  del  irlandés, 
del  inglés, escasamente fusionados con el originario del norte americano. 
Y  digo  “tanto  como  nosotros”  porque  en  realidad  ni  ellos  ni  nosotros 
somos, o debiéramos llamarnos americanos, ni siquiera latinos, como bien 
exponen y defienden los mejicanos, pues es lisa y llanamente un concepto 
europeo.  Pero,  así  son  las  cosas,  caímos  en  las  garras  religioso-
materialistas de  los misioneros  rubios y de ojos azules. Que  impresionan 
por su facha y hasta caen bien. Yo recuerdo a mis nueve años de edad a un 
misionero yanqui, en mi pequeña iglesita del barrio, un incipiente culto de 
la  Iglesia  de  Dios  que  no  duró  mucho.  Una  noche  llegaron  un  par  de 
misioneros usamericanos y yo quedé encantado con ellos, especialmente 
con el  rubio que  tocaba  la  trompeta. Encontré muy simpática su manera 
de  expresarse  en  español.  Recordando, me  parece  una  cosa  anecdótica 
también por el hecho de que el pastor nuestro o los dos primeros pastores 
que  tuvimos  eran  de  ascendencia  mapuche,  el  primero  se  apellidaba 
Huachiqueo y el segundo Chikawala. Quiénes obviamente también deben 
haber sucumbido al encanto anglosajón. Hoy, ya maduro, he conocido  la 
historia que había detrás de esa  simpatía americana. Y no  tiene nada de 
cristiana tal historia. De hecho, es una  cuestión  tácita declarar que entre  la   España  del  siglo 
XVI  y  la  América  del  Norte  del  XIX,  la  nación  imperialista  se  ha 
convertido  en  el  Pueblo  Elegido  destinado  a  evangelizar  al mundo.  Y 
usando  otras  palabras, USA  se  convirtió  en  la Meca  y  el  Vaticano  del 
protestantismo.  Por  ahí,  en  1877,  por  las  costas  del  Pacífico  sur, 
apareció  míster  Taylor,  por  ejemplo.  Buscando  entre  los  chilenos 
creyentes de habla  inglesa que estuviesen interesados en tener escuelas 
y  cultos  dirigidos  por  metodistas  norteamericanos.  Durante  mucho 
tiempo se estuvo predicando en inglés, hasta que once años más tarde 
apareció un misionero usamericano metodista predicando en español. 
Podríamos decir, que durante algún tiempo, mientras se avispaban y se 
instruían  en  los  lenguajes,  modos  y  costumbres  de  la  gente  de  este 
Nuevo  Mundo,  los  misioneros  norteamericanos  emplearon 
exclusivistamente  el  inglés  en  sus  orígenes,  como  la  iglesia  católica 
empleó el latín. 
Insertados  en  un  mundo  desconocido    y  en  pañales  respecto  a  su 
organización  republicana,  lo  que  conllevaba  un  gran  problema  a 
resolver,  tales  como  cultura,  educación,  estirpe  social  y  organización 
económica,  los misioneros  se  enfrentaron  al  desafío  de  ponerse  a  la 
altura  de  las  circunstancias.  Pero  no  solo  de  carácter  republicano  en 
recientemente  fundadas  repúblicas  mestizas  de  Latinoamérica,  sino 
que  también,  cuando  fueron  impelidos    a  extenderse  a  los  campos 
indígenas,  el  desafío  aumentó  y  tomó  otra  naturaleza.  Así  que, 
protestantes y  todos, debieron  imitar el proceso católico que venían a 
combatir y cayeron al mismo terreno.  
Confundidos comenzaron, por ejemplo,   a estudiar antropológicamente a 
los  candidatos  al  “cristianismo”  que  proponían,  para  así  hallar  la  forma 
efectiva  de,  mediante  el  conocimiento  de  sus  costumbres, 
“cristianizarlos”.  Por  ese  camino  se  cayó  en  el  sincretismo.  Y  por  ese 
camino se cayeron de la Gracia, si es que alguna vez estuvieron en Gracia. 
“Entre  los  primeros  en  sugerir  que  el misionero más  apto  debía  ser  un 
antropólogo aplicado se encontraban los consultores de la Sociedad Bíblica 
Americana”  (Stoll).  No  es  por  un  afán  de  quedar  como  pedante,  pero 
llama  la  atención  el  buscar  tan  directamente  en  las  herramientas 
científicas  de  “estudiar”  al  hombre,  no  hicieron  así  los  apóstoles,  no  se 
rodearon  de  antropólogos  y  arqueólogos  para  explorar  en  el  acervo 
cultural  de  las  etnias  que  evangelizaron  tan  contundentemente,  y  tan 
gloriosamente. No ganaron dinero a dos manos como los desvergonzados 
apóstoles modernos, pero se convirtieron en un ícono bíblico en esta vida 
y en  la venidera. No obtuvieron el status aristocrático de estos  farsantes modernos, pero  sus nombres están  impresos en  las puertas de  la ciudad 
de Dios. 
Emplearon  todos  los  métodos  habidos  y  por  haber,  evidenciando  y 
denunciando así que jamás vinieron con la Unción que caracterizó, guió y 
acompañó a los misioneros originales de Cristo.  
El poder misionero residía en  la financiación, a pesar de ser ampliamente 
conocido  el  pensamiento  y  el método  de  Jesús  al  respecto:  “¡No  llevéis 
bolsa,  alforja  ni  espada,  ni  dinero…”!  Esto  era  al  revés  en  el  seno 
organizacional  del  emprendimiento misionero mundial:  “Gran  parte  del 
movimiento  misionero  mantenía  la  presunción  de  que  las  adineradas 
iglesias norteamericanas eran el gran recurso de Dios para evangelizar al 
globo,  que  lo  que  funcionaba  en  los  Estados  Unidos  funcionaría  en  el 
exterior, y que, de un día para el otro, una ola de  jóvenes podía ganar el 
mundo  para  Cristo”  (Stoll).  Absolutamente  olvidadas  las  palabras  en  la 
boca de uno de  los profetas que venían a enseñar a esta parte del globo: 
“¡No con espada ni con ejército, sino con mi Espíritu”.  Sentencia obsoleta 
tal  vez,  para  los  nuevos  tiempos  que  empezaban  a  correr  en  el  Nuevo 
Mundo. Pero que de hecho  la  ignoraron,  es  irrefutable.  Y que de hecho 
nunca  la  creyeron,  eso  ni  siquiera  se  discute.  Jamás  nos  trajeron  la 
premisa  genuina  de  la   Gran  Comisión,  ellos  eran  comisionados  primer 
mundistas  de  los  nuevos  credos  que  comenzaban  a  expandir  sobre  la 
tierra, con más de mil quinientos años de atraso en comparación al récord 
de la iglesia católica. 
Ayudaron  a  “controlar”  la  explosión  demográfica,  en  lo  que  Galeano 
definió  como  “matar  guerrilleros  sudacas  en  los  úteros”,  planificando  la 
familia “beatíficamente”. En  la opinión de ellos, el control de  la natalidad 
también pasaba por ser un cristiano prudente. Al revés de  la Deidad que 
clama  majestuoso  y  soberano  a  la  primera  pareja  edénica:  “¡Creced  y 
multiplicaos y  llenad  la tierra!” Nada de eso,  los misioneros que plagaron 
el  continente  recientemente  descubierto  traían  su  propio  plan  de 
“redención”,  sus propios  “mandamientos”. Ellos nos  enseñaron a plagiar 
beatíficamente la Biblia. Ellos nos enseñaron a convertirla píamente en un 
accesorio de púlpito, velador y estrado de tribunal. Venían  iluminados en 
la  nueva  innovación,  la  otra  “reforma”,  la  reforma  india,  la  reforma 
aborigen,  la  reforma  del Nuevo Mundo.  Ellos  nos  hicieron  el  peor  favor 
histórico en  lo que respecta al cristianismo: ellos nos dejaron encerrados 
en  cada  una  de  las  iglesias  que  fundaron  en  Latinoamérica,  tan 
subliminalmente  esclavizados  que  los  que  hemos  vencido  el  embrujo 
eclesiástico  no  podemos  liberar  a  los  que  quedan:  a  eso  solo  puede 
hacerlo Dios mismo en completa efectividad, porque el cuco del aparato religioso  que  nos  insertaron  es  tan  grande  y  más  aterrador  que  la 
maquinaria  de  guerra  que  despliega  Estados  Unidos  contra  los  pueblos 
que subyuga, somete y tiraniza con su cuento malvado de la democracia y 
la libertad. A la medida de ellos, claro. 
Prometieron tierras y prosperidad, les prometieron acceder a los poderes 
y privilegios del hombre blanco, les dijeron que el conocimiento bíblico les 
traería  prosperidad,  parados  en medio  de  los  sistemas  feudales  que  en 
América  Latina  absorbieron  hasta  a  los  curas,  llegaron  a  parecer  líderes 
que  libertarían  socialmente  y  laboralmente  a  las  masas  del  yugo 
colonizador primero, de la crueldad esclavista de los terratenientes y de la 
complicidad  católica  en  la  explotación  y maltrato  a  que  eran  sometidos 
desde  los días del Almirante Colón,  y  era un  engaño. Protestante,  claro, 
pero  fue  un  engaño. De  hecho,  canciones  folklóricas  progresistas,  como 
los  temas  de Atahualpa  Yupanqui  dibujan  al  cura  sentado  a  la mesa  del 
patrón, mientras afuera el  indio es castigado y  sometido a  su destino de 
esclavo.  Envueltos  y  presionados  por  todas  esas  fuerzas  en  conflicto, 
totalmente  faltos  de  la  Investidura  de  poder  de  lo  Alto,    cayeron  al 
materialismo  fácilmente.  Hoy  en  día,  podemos  ver  al  pastor  evangélico 
sentado  también  a  la  mesa  del  patrón,  solazándose  y  bendiciendo  sus 
“bendiciones” materiales, lamiéndole las ignominiosas botas de esclavista 
contemporáneo, por obra y gracia de  la economía neoliberal, para comer 
de  las  migajas  y  del  plato  de  lentejas  con  que  hasta  hoy  en  día  son 
pagados  por  gobiernos,  regímenes  políticos  y  militares,  y  por  la  sucia 
mano empresarial de los millonarios locales y extranjeros. No soy yo quién 
los  acusa,  es  la historia,  son  los documentos históricos,  los  archivos  y  lo 
que  ellos  llaman  el  testimonio  personal.  La  balanza  del  tiempo  ya  tiene 
todos  estos  elementos  haciendo  contrapeso  a  las  obras  de  ellos,  y  es 
notoriamente indudable que están faltos. Llegaron faltos, murieron faltos, 
arribaron  al  final  de  las  edades  de  la  iglesia,  en medio  de  terremotos, 
pestilencias,  guerras  y  rumores  de  guerra  por  todo  el  globo:  faltos. Nos 
deben el Dios que nos prometieron, esa Deidad bíblica. Nos engatusaron 
con un dios eclesiástico, una divinidad made in Grecia o made in Roma, o, 
claro, no podemos obviarla: una divinidad made in american way of living.  
A estas alturas de la dispensación, ya es una deuda imposible de pagarnos, 
les  significaría  hasta  la  demolición  de  los  ídolos  eclesiásticos  que  nos 
implantaron,  significaría  el  fin  del  status  de  rancia  tradición  de  sus 
denominaciones históricas e insignes. Hmmm…el costo sería muy elevado: 
no reconocerán jamás su engaño universal. 
 Tal vez el  factor más  importante de poder misionero residía en el apoyo 
político.  Insertados  ya  en  pleno,  con  más  de  once  mil  misioneros  en territorio  latino,   ayudaron a  combatir el  comunismo  frontalmente,  caso 
Miskitos,  en  Nicaragua,  que  fueron  impulsados  a  luchar  contra  el 
sandinismo  instigados  por  la  CIA  y  los  misioneros  yanquis.  En  esas 
circunstancias quedó al descubierto una faceta más tenebrosa y blasfema, 
muy  poco  divulgada  respecto  al  contenido,  forma  y  carácter  de  los 
misioneros  del  Norte  americano.  Hubo  una  instancia  en  que  la  CIA 
reconoció  públicamente  haber  interrogado  a  todos  los  misioneros  que 
provenían  de  Oriente  y  a  todos  los  misioneros  latinoamericanos,  estos 
conscientes  en  algunos  casos  y  otros  inadvertidamente.  El  conjunto 
multitudinario  de  misioneros  al  interior  de  Latinoamérica  y  sus  luchas 
reivindicativas  significa  una  poderosa  fuente  de  información  para  este 
aparato oscuro de  la  inteligencia  internacional. Más tarde, el tenebroso y 
temido aparato de “seguridad” usamericano, que mantiene sus cuarteles 
generales  en  Langley,  Virginia,  fundado  oficialmente  en  1947,  tuvo  que 
emitir  un  documento  oficial  al  respecto.  Transcribo  unos  párrafos 
extraídos  de  los  trabajos  investigativos  de  David  Stoll:  “Luego  de  un 
desenmascaramiento  y  las  protestas  de  diversas  iglesias,  la  CIA 
manifestó en 1976 que no  continuaría  reclutando  colaboradores entre 
los  misioneros
{21}
.  Según  un  anteproyecto  de  sus  estatutos,  la  CIA 
prohibiría  la  utilización  remunerada  de  misioneros  norteamericanos, 
pero  permitiría  los  «contactos  voluntarios  o  el  intercambio  voluntario 
de información”  
Uno de los comentarios pronunciados por el mismo autor en su obra, me 
llamó  poderosamente  la  atención  acerca  de  la  condición  de  los 
misioneros, en ese comentario alude que los enviados protestantes tenían 
conflictos  con  su  nacionalidad  y  no  tenían  claridad  de  decisiones  al 
respecto,  se  sentían  en  la  disyuntiva  de  servir  a  su  nacionalismo 
imperialista o su vocación ministerial. Cosa rara, toda vez que se definían 
como misioneros de Cristo. También me llamó poderosamente la atención 
la fecha que la  CIA entrega su declaración pública: 1976. ¿Cuántas décadas 
utilizó  a  todos  los  cuerpos misioneros  en  el mundo?  Eso  no  tiene  nada 
parecido a una bendición y aunque es un  símil de misión o un  sinónimo 
correcto y exacto si se quiere, no existe ningún punto de armonía con  la 
Comisión de Jesús a  los suyos y  la misión de  la central de  inteligencia del 
imperio más sanguinario y terrorista que haya asolado alguna vez a toda la 
tierra.  Ellos  reclaman  ser  la  gran  nación  protestante:  perfecto  y  de 
acuerdo, pero, ¿qué tiene que ver el Protestantismo con el cristianismo? 
 Este  grave  antecedente  sobre  las  misiones  norteamericanas  de  los 
“virtuosos padres” usamericanos del protestantismo latinoamericano, nos 
ponen  en  tela  de  juicio  el  verdadero  “espíritu”  de  su  concepción denominada La Gran Comisión y da la impresión que se lee o se interpreta 
algo  así  como:  “El  que  creyere  y  se  bautizare  será  judío  o  será  griego, 
o…será  católico, o…  será americano, o…  será  civilizado, pero difícilmente 
será salvo”. Bajó muchísimo el nivel del valor y  la esencia de  la Comisión. 
O  quizás,  que  es  lo  más  seguro,  nunca  estuvo  alto,  tan  alto  como  los 
primeros misioneros por  lo menos, de eso no cabe duda. Pero, como  les 
comentaba al inicio, exactamente en medio estamos nosotros: el supuesto 
objetivo a  rescatar de  la  “cristianización”  católica para  ser puestos en el 
mero centro de  la evangelización del Reino. ¿Qué fue de nosotros? ¿Qué 
ha sido de nosotros? ¿Qué será de nosotros? 
Pienso  en  los  misioneros  que  perdieron  la  vida,  en  accidentes  o  bajo 
ejecuciones,  como  ocurría  en México,  a manos  de militantes  católicos o 
como empezó a ocurrir en Colombia, a manos de la guerrilla, cuando esta 
se  enteraba  –primero  que  todos  nosotros-  de  la  doble  función  del 
misionero  yanqui:  espía  y  predicador.  Recuerdo  una  queja  de  William 
Marrión Branham, cuando se refirió a los cadáveres de un matrimonio de 
misioneros  y  sus dos hijos  ejecutados por  los  guerrilleros  colombianos  y 
que  por  orden  de  los  insurgentes  quedaron  expuestos  en  la  vía  pública 
hasta  más  allá  de  su  putrefacción.  Pero  no  sabemos  a  qué  órdenes 
respondía  el  matrimonio,    si  su  compromiso  realmente  era  cristiano  a 
secas o si  se  trataba de uno de  los  tantos casos de obreros protestantes 
“cooperadores”  de  la   Central  de  Inteligencia,  nacionalismo  americanista 
incluidos. El crimen en sí es lamentable y condenable, pero lo que es peor: 
si los misioneros trabajaban a dos manos, no veo gloria de Dios en ello. A 
menos que Dios sea hincha incondicional del american way of living, cosa 
que dudo a rajatabla. Y no porque yo sea un misionero de la contraparte y 
me inspire un alto espíritu etnocentrista. Yo estoy bien claro que mi linaje, 
pese a mi completa  identificación con este continente, no corresponde a 
etnia  terrenal alguna; y pese a que adscribo a  la defensa de  la  identidad 
originaria, creo que somos ciudadanos de la Gloria, de un Reino que no es 
de  este mundo,  en  el  cual  somos  co-herederos  con  Cristo  y  reinaremos 
con Él. Eso puede bondadosamente compararse con una ascendencia de 
tipo  cultural,  pero  somos más  que  eso,  somos  hijos  del  Creador  de  las 
etnias de la tierra y del mundo en el cual están insertadas estas etnias. Si 
uno  no  tiene  noción  clara  y  específica  de  su  condición  y  procedencia  y 
ascendencia de su verdadera nación, espiritual en este caso, ¿Cómo puede 
uno enrolarse en movimientos  religiosos  terrenales  cuya  consigna  sea  la 
transculturización,  la  occidentalización,  la  americanización?  Esos  son 
valores  y  conceptos  muy  pobres  y  hasta  miserables  en  el  seno  del 
cristianismo genuino. Encima  son dogmas y actitudes erradas al cien por ciento. ¿Qué tiene que ver evangelización con civilización? Absolutamente 
nada. Los primeros doce misioneros  fueron  judíos: ellos no  judaizaban, y 
cuando  Pedro  salió  al  paso  con  un  elemento  propio  de  la  cultura  judía, 
para  calificar  por medio  de  ella  el  cristianismo  en  los  gentiles  Pablo  le 
enrostró  cara  a  cara    su  intención  equívoca  de  evangelizar  judaizando. 
Absolutamente  opuesta  a  los  valores  del    cristianismo,  tan  opuesta  que 
Pablo la llegó a denominar “una trampa” a la circuncisión, que era el tema 
en discusión, que haría tropezar a los creyentes en la gracia del evangelio, 
tan grave que aun habiendo sido un elemento válido para los judíos en el 
cristianismo se transformaba en un motivo de pérdida de su salvación. Eso 
en cuanto a un elemento,  llamémoslo,  religioso, ¿Cuanto más cuando  se 
usan  elementos  materialistas:  políticos,  sociales,  de  clase,  de  arte  o 
filosofía,  cuando  de  calificar  o  definir,  o  de  convertir  a  un  cristiano  se 
trata? 
Atada a los gobiernos de la tierra, la iglesia católica se vio en la necesidad 
de hacer  aportes  en  lo  cultural,  lo  científico,  lo  educativo,  lo  social,  a  lo 
geopolítico  incluso  y  ¡cómo  no!,  hasta  en  lo  económico.  Por  eso  debió 
presentar  individuos  altamente  entrenados  en  las  disciplinas  del mundo 
contingente  si quería  reinar a  la par de ellos o  sobre ellos,  como es que 
ocurre  en  realidad.  En  otras  palabras:  debió  “mundanalizarse”  –aunque 
nunca fue cristiana- ponerse a tono con la marcha de los intereses y metas 
del  Aparato  político  mundial  y  trabajar  en  conjunto  para  lograr  sus 
intereses  de  conquista  y  dominación  “espiritual”:  los  misioneros 
protestantes no podían ser menos bajo ningún punto de vista. Si la iglesia 
de  Roma  vino  respaldada  por  el  ejército  español  y  la  mano  política  y 
empresarial  de  España,  prácticamente  toda  la  “evangelización”  de  los 
misioneros  protestantes  vino  respaldada  por  el  imperio  de  los  Estados 
Unidos.  Por  eso  es  que  la  religión  es  denominada  por  los  sectores  de 
izquierda como una punta de  lanza de  la dominación. Porque es así y así 
queda expuesto a la luz de las investigaciones, revisionismos y de la propia 
historia  del  protestantismo  en  esta  parte  del  mundo.  ¿Id  por  todo  el 
mundo  y  predicad  el  evangelio?    Por  acá  no  ha  sido  así.  Basta  de 
hipocresías. Terminemos con la falacia histórica.  
Nada más  canallesco  y  anticristiano  -anticristiano  de  anti  cristo-,  lo  que 
hicieron  las  dos  religiones  misioneras  que  se  disputaron 
encarnizadamente  al  hombre  y  a  la  mujer  de  Latinoamérica:  madre 
romana  e  hija  protestante  los  exhibieron  como  trofeos  de  la  caza 
“evangelizadora”  ante  antropólogos,  periodistas,  autoridades 
gubernamentales,  científicos,  artistas,  sobre  todo  ante  empresarios  y 
aristócratas que podían cooperar financiando sus misiones “cristianas” en pro  de  la  “evangelización-civilización”  entre  los  indios  bárbaros  e 
incivilizados de este continente. 
Con  ese  concepto  me  fue  presentado  un  integrante  de  la  comunidad 
Itacurú,  por  un  pastor  de  Ciudad  del  Este,  Paraguay.  Me  habló  de  su 
trabajo misional entre esta etnia de habla guaraní y al hacerlo llamó a una 
persona  de  las  tantas  que  se  congregaban  con  él  diciéndome:  “Este 
hermano era un indio, le enseñamos a vestir y a comportarse, ahora usted 
lo  ve  y  parece  un  verdadero  cristiano”.   Me  ofendió  como  si  estuviese 
refiriéndose    de mí.  Vestir  a  los  seres  humanos  continentales  según  la 
usanza euro-americana y educarlos en el manual de Carreño de la moral y 
las buenas costumbres, practicando lo que llaman civilizar, no convierte en 
cristiano a un guaraní: un guaraní no deja de ser guaraní cuando viene al 
cristianismo. Más aun: Pedro no dejó de ser culturalmente judío al recibir 
el Espíritu Santo. Nadie se hace cristiano bajo estas premisas y conductas 
culturales.  La  gente  culta  no  hereda  el  cielo  por  obra  y  gracia  de  su 
cultura,  la  gente  bien  trajeada  no  hereda  la  vida  eterna  en  la  gracia  del 
buen  vestir,  ¿a  quién  queremos  engañar?  ¿Cómo  es  posible  que  un 
misionero profesional o de carrera como son definidos, estudie tanto para 
darle un título oficial a su vocación “cristiana” y termine perdiendo la vida 
por  transculturizar,  por  cambiar  de  cultura,  por  occidentalizar,  por 
civilizar, por americanizar  a un individuo? ¿Qué gloria de Dios hay en ello? 
Es  una  muerte  miserable,  tal  como  reza  el  dicho  popular:  sin  pena  ni 
gloria.  Y  eso  es  literal.  Yo presento  este  caso para hacer notar que  este 
episodio lo protagonicé con un tabernáculo de la corriente Branham, ellos 
se  creen  superiores  espiritual  y  doctrinariamente  a  cualquier  expresión 
religiosa, pero vemos que desde los mismos cimientos, desde abajo, desde 
las regiones menos alcanzadas por el “cristianismo oficial”,  la cuestión es 
la misma: se civiliza, no se evangeliza. 
Así  también  ocurrió  en  Ipiales,  Colombia,  curiosamente  también  con  un 
pastor  de  la  línea  branhamita,  que  dirigía  “espiritualmente”  a  una 
comunidad  de  los  Pastos. Me  llevó  a  sus  hogares,  casas  que  él mismo 
había  enseñado  a  construir,  de  tres  o  cuatro  piezas,  me  señaló  sus 
edificaciones  desde  sus  mismos  patios  y  en  presencia  de  ellos 
comentándome:  “Estos  eran  como  animales,  vivían  y  dormían 
amontonados, y sus padres tenían sus cosas  íntimas en esa situación. Les 
enseñé  a  construir  casas  con  cuartos  separados  y  les  enseñé  dormir  en 
camas,  porque  dormían  en  el  suelo. Ahora  están  civilizados,  ¿ve  usted?”  
Volver  a  preguntar  si  todo  este  accionar  doméstico-civilizador  tiene  que 
ver  con  el  cristianismo,  ya me parece  insoportablemente  reiterativo.  Sin 
embargo, ese no fue el mandato de Jesucristo, esas no son precisamente las señales que seguirían a  los bautizados por  los misioneros de Cristo, el 
techo,  la educación  secular y el  letrero eclesiástico no  son  la   Investidura 
de poder de lo Alto. Por sobre todo, tratándose de   líderes branhamistas, 
que  se  engañan  a  sí mismos  y  al mundo  vendiendo  la  pomada  de  que 
siguiendo al profeta Branham y su mensaje, son más auténticos cristianos 
que  los  demás  creyentes  del  aparato  protestante.  Estamos  todos  locos. 
Delirio. Eso es  todo. Delirio enfermizo de míseros  seres entrampados en 
un  concepto  religioso  heredado  a  su  vez  de  los míseros  iluminados  del 
primer mundo. Esbirros nacionalistas muchas veces y muchas otras veces 
agentes  religiosos  imperialistas,  y  aunque  suene  anacrónico  y 
trasnochado: oscuros  líderes colonizantes,   y nada más: “¡Ninguno puede 
servir a dos señores!” La revelación del cristianismo no es patrimonio del 
Vaticano, ni es patrimonio de  los usamericanos, es más alto. Proviene de 
lo Alto: Proviene del Padre que está en los cielos. 
No  podían  ofrecernos  otra  cosa  cuando  invadieron  aldeas,  cordilleras, 
selvas, altiplanos, sabanas, tribus y poblados de Latinoamérica, porque no 
venían  en  el  Nombre  de  Señor  Jesucristo,  venían  en  el  nombre  de  la 
civilización occidental y “cristiana”  (ya habían ejecutado a 68 millones de 
“herejes” en  la peor de  las atrocidades históricas de cualquier crimen de 
lesa  humanidad),  venían  en  nombre  del  progreso,  en  nombre  del 
desarrollo  industrial,  en  nombre  de  la  economía  y  del  empresariado 
extranjero,  venían  en  nombre  de  sus  organizaciones  religiosas,  incluso 
venía en el nombre de la CIA. ¿De qué cristianismo nos hablaron? ¿A qué 
tipo de cristianismo edificaron las iglesias con las cuales nos condenaron a 
dogma,  secta,  institución, denominación, protestantismo?  ¿Qué  clase de 
Dios es aquél que  tienen enclaustrados en  sus edificios eclesiásticos? No 
sé, pero no da para compararlo, identificarlo o presentarlo como al mismo 
Dios de  las Escrituras. ¿Qué  les  rinde buenos beneficios económicos?  ¡Ni 
dudarlo!  Pero  la  gente  del  cristianismo  no  junta  tesoros  donde  el  orín 
corrompe y la polilla hace fiesta. 
Cuando pasé por el Perú, en el barrio El Salvador, de Lima, nos comentaba 
el pastor local a mis acompañantes peruanos y a mí, del caso ocurrido con 
un cuerpo de misioneros norteamericanos –branhamistas, casualmente- y 
la  gente  de  una  congregación  serrana,  humildes  campesinos  étnicos, 
temerosos  e  ingenuos,  sanos  de  alma  y  espíritu.  Con  todo,  se  había 
desatado  una  controversia  entre  los  congregantes  peruanos  y  los 
misioneros  usamericanos.  Y  como  éstos  vieron  que  los  campesinos 
serranos no daban su brazo a torcer, les amenazaron enérgicamente: “¡Si 
ustedes  no  acatan  nuestra  propuesta,  nosotros  nos  iremos  a  Estados 
Unidos  y  nos  llevaremos  a  Dios  con  nosotros!”  Eso  provocó  un  pánico indescriptible  en  los  humildes  creyentes  peruanos  y  automáticamente 
depusieron sus actitudes y terminaron rogándoles temblorosamente a los 
yanquis  que  por  favor  no  se  llevaran  a  Dios  a  los  Estados  Unidos. Mis 
acompañantes  se  doblaban  de  la  risa  con  el  relato  del  pastor:  a mí me 
subió la rabia y la indignación anti norteamericana hasta más arriba de las 
orejas. Esa es el arma favorita de  los misioneros protestantes y católicos: 
el  temor.  Si  fuese  el  temor  a  Dios,  sería  magnífico  y  legítimo,  un  real 
agrado  divino.  Pero,  se  trata  del  otro  temor,  ese  que  daña,  ese  que 
enajena,  ese que desquicia,  ese que  transforma  a un  ser humano  en un 
pelele manipulable y ultrajable. Por más que revisemos, nunca nos llegó el 
beneficio sublime de la Gran Comisión. 
Algo parecido presencié  en Potosí, Bolivia,   por  la  contraparte:  la  iglesia 
católica.  Era  un  gran  mercado,  altamente  concurrido,  en  el  lugar  más 
cercano al sector céntrico y turístico de aquél  lugar histórico, famoso por 
su  emblemático  cerro  Rico,  productor  de  estaño,  plata,  cobre  y  otros 
metales. Miraba  yo,  en  esa mañana  soleada  y  fresca  el  accionar  de  dos 
mujeres  bolivianas,  extendiendo  un  mantel  multicolor  contra  el 
pavimento, para ofrecer a la venta sus cacharros de barro rojo y fundido, y 
las  imágenes  de  arcilla  de  sus  deidades  ancestrales.  En  ese  preciso 
instante  se detuvo a mi  lado observando a  las mujeres un  cura español, 
con  sus  blancas  y  beatíficas  manos  enlazadas  a  sus  espaldas,  como  es 
común  ver  que  se  pasean  los militares,  algo  así.  Rápidamente  entró  en 
enojo clerical el hombre de las sotanas negras y comenzó a reprender a las 
mujeres quechuas ordenándoles, que retirasen de inmediato las figuras de 
sus  deidades.  Las  damitas  de  sombrero  negro  y  trenzas  largas,  con  sus 
manos morenas y agrietadas retiraron de inmediato sus imágenes, presas 
ambas  de  un miedo  religioso  centenario,  deshaciéndose  en  palabras  de 
disculpas  para  con  el  cura  inquisidor.  Ese  cura  canoso  y  español  llegó  a 
viejo  sin  darse  cuenta  que  sus  misiones  fueron  derrotadas:  esas  dos 
mujercitas estaban frente a él después de quinientos años de dominación 
religiosa, modelando y vendiendo  las  imágenes que nunca  renunciaron y 
que  jamás  olvidaron.  Jesucristo  dijo  a  los  apóstoles  que  las  puertas  del 
infierno  no  prevalecerían  sobre  Su  Iglesia.  Es  indudable  que  curas  y 
misioneros  protestantes  no  pertenecían  a  la  Iglesia  del  vencedor  del 
calvario. No tiene caso, por donde lo miremos al tema, no da, no cierra, no 
junta, no cuadra. 
Los  apóstoles  del  Señor  Jesucristo  no  presentaron  a  la  nación  de  Israel 
como el modelo perfecto del cristianismo. No es USA tampoco el modelo 
cristiano  a  imitar,  por  muy  protestante  que  hayan  sido  y  sean  sus 
fundadores  y  fundamentos,  por  mucho  que  exporte  miles  y  miles  de misioneros  a  todos  los  rincones  del  globo.    Como  tampoco  lo  es  el 
Vaticano.  No  existe  cultura  alguna,  no  hay  civilización  alguna,  no  hay 
religión  alguna  que  pueda  y  merezca  ser  presentada  como  modelo 
cristiano a imitar: el modelo es el Señor Jesucristo y su consecuencia es el 
hombre nuevo,  la nueva criatura: no es el hombre europeizado, no es el 
ser  occidentalizado,  no  es  el  sujeto  americanizado,  como  no  lo  era  el 
griego  circuncidado:  son  el  hombre  y  la  mujer  nacidos  de  nuevo.  Al 
respecto, tuve una mini charla, porque no duró mucho, con un jerarca de 
la tendencia branham en Santo Domingo de los Tsáchilas, recién llegado a 
esta  provincia  ecuatoriana. Me  invitó  a  su  oficina,  para  tantearme,  así 
después  de  conversar  decidiría  si  yo  calificaba  como  para  ser  un  digno 
invitado  a  exhortar  para  su  congregación.  El  drama  fue  justamente  el 
punto  del  nuevo  nacimiento,  él  abrió  el  fuego  expresándome 
reiteradamente que a su  juicio,  los ministros habíamos fallado porque no 
le  enseñábamos  a  la  gente  a  nacer  de  nuevo.  Como  no  respondí  de 
inmediato,  lo repitió unas tres veces,  la última era ya una conminación a 
que  yo  respondiera,  porque  quedaba  de  manifiesto  que  era  ese  su 
caballito de batalla para diferenciarse del mensaje del resto de jerarcas de 
la comunidad que representaba. Le respondí que el expresaba de manera 
errónea el concepto, molesto repitió el tema: ¡”La falla ministerial es esa, 
hermano:  no  se  le  enseña  al  creyente  a  nacer  de  nuevo…”!  Le  contesté 
que el problema estaba en como él lo proponía, “nadie puede enseñarle a 
otro ser humano a nacer de nuevo -le expliqué-, lo que nosotros debemos 
enseñar es que el hombre y  la mujer deben nacer de nuevo”. Ahí mismo 
me gané el derecho exclusivo a no predicar jamás en su “santo” templo.  
No  se discute el hecho de que  toda  regla  tiene  su excepción y en  lo que 
atañe al tema misioneros, es seguro que han venido misioneros honestos, 
correctos,  lúcidos  y  hasta  genuinos  cristianos,  de  eso  no  hay  duda  (ni 
registro  estadístico),  pero  ellos  no  escribieron  la  historia  oficial  del 
protestantismo latinoamericano, como en todo lo relativo al oficialismo, la 
historia  la escribieron y  la escriben  los  funcionarios sometidos al aparato 
religioso y al imperio de turno que  los envía. Tampoco fueron los escasos 
santos de Dios quiénes  fundaron estos  falaces complejos eclesiásticos de 
colonizar,  transculturizar  y  enajenar  esclavos  religiosos.  Y  si  por  las 
exigencias del momento y del caso  levantaron  sus  respectivas  iglesias, el 
mensaje original de ellos fue inmediatamente pervertido por los primeros 
que los reemplazaron. Porque esto es como en los velorios: no se enfría el 
cadáver  y  ya  los  parientes  del muerto  se  están  repartiendo  sus  cosas  y 
tomando  las  palabras  y  los  deseos  del  fallecido  según  convenga  a  los 
intereses de cada uno, hasta agarrarse a  los puñetes si  la situación así  lo requiere. Tal cual  como ocurre cuando muere el líder que fundó la iglesia 
en cuestión, puñetes e insultos incluidos. 
Tal  vez  sea  Colombia  la  primera  nación  de  Sudamérica  que  optó  por 
nacionalizar las misiones de evangelización, debido a los continuos roces o 
debido a las exigencias de lo contingente y debido al hartazgo también de 
la prepotencia de muchísimos misioneros primer mundistas, que haciendo 
hincapié  en  su  status  de  superioridad  cultural,  usaban  a  los misioneros 
locales  como  empleados  que  debían  obedecer  estrictamente  a  sus 
indicaciones,  dogmas  e  intereses.  La  nacionalización  no  convenía 
económicamente, porque  jamás se han usado  las cantidades siderales de 
dinero que financiaban los ejércitos usamericanos de misioneros, pero, de 
alguna  manera,  al  menos  las  jerarquías  latinas  ganarían  más  que 
cooperando  con  los  extranjeros.  El  misionero  común  pagó  el  costo, 
porque incentivado a mostrar su alto compromiso y su espiritualidad, para 
ser  un  digno  representante  de  las  organizaciones  protestantes  sudacas 
que tomaron el control de la cuestión misiones, debía usar de su bolsillo y 
sus  recursos para  llevar a delante el proceso evangelizador. Es así, como 
hasta  el  día  de  hoy,  me  he  tropezado  con  descabelladas  historias  de 
peripecias  tremendas  que  han  debido  sufrir  los  “enviados”  de  las 
organizaciones  que  comandan  la  cuestión misioneros  en  Latinoamérica. 
Conozco  el  caso  de  “enviados”  colombianos  a  territorio  ecuatoriano,  a 
quienes  les  han  prometido  sustento  y  tramitación  completa  de  sus 
situaciones migratorias mientras desarrollan su obra misional, lo que en la 
abrumadora mayoría  de  los  casos,  nunca  fue  efectivo  y muchísimos  de 
estos  misioneros  abandonados  a  la  “buena  de  Dios”  han  terminado 
encarcelados  por  la  irregularidad  de  sus  situaciones migratorias.  Está  el 
caso  del  hno.  Pompilio,  misionero  colombiano,  a  quién  conocí  en  Cali, 
cuyo  trabajo  misionero  le  ganó  el  amor  y  el  afecto  de  sus  discípulos 
ecuatorianos, que mucho me hablaban de él cuando yo acerté a caminar 
con mi mensaje por donde había caminado él. Sin embargo, abandonado 
totalmente  por  la  denominación  que  lo  “respaldaba”  y  que  lo  había 
“enviado”, vivió la penosa odisea de quedar sin recursos y enferma su casi 
anciana  esposa,  debió  retornar  a  Colombia  sufriendo  todas  esas 
tribulaciones que padece cualquier  ser humano  sin  recursos y extranjero 
en otra tierra. Retenido en  la frontera por no tener dinero para pagar  los 
requerimientos  legales  exigidos,  con  una  esposa  casi  agonizante,  quedó 
expuesto  a  lo  que  cada  sacrificado  obrero  genuino  del  cristianismo  se 
expone: solo a  la misericordia de Dios y sus portentos. Porque  la “iglesia 
madre protestante”: si te he visto, no me acuerdo. Sin embargo, Pompilio 
es de esos tipos que al conocerlo y estrecharle la mano, te obliga al abrazo fraterno,  porque  su  rostro  te  revela  que  estás  frente  a  un  luchador 
cristiano nato. Incomprensiblemente leal a la organización que no practica 
ningún  tipo de proteccionismo y  lealtades para  con  sus  colaboradores, y 
que  tampoco  les  ha  proporcionado  la  unción  ministerial,  pero  son 
precisamente estos campeones anónimos y maltratados de  la fe, quiénes 
condenarán al aparato protestante en aquél día. 
Y, parafraseando al apóstol Pablo: Y ahora, varones hermanos, ¿qué pues 
haremos  con  esta  incoherente  y  delirante  marea  de  misioneros 
latinoamericanos  que  están  recibiendo  el  mandato  “profético”  de  ir  a 
evangelizar a Estados Unidos y a Europa? Já,  já,  já…No sé, uno no sabe si 
reírse de ellos o indignarse frente a tan mediática y apoteósica hipocresía. 
Una cosa es ir de visita confraternal a las congregaciones amigas de USA y 
otra muy  diferente  es  ir  a  ofertar  y  vender  sus ministerios mestizos  al 
Primer Mundo. Situaciones  legítimas  las dos, por donde se  les mire, pero 
no  tienen  necesidad  de  levantar  trifulcas  místicas  y  “proféticas”  para 
justificar sus delirios de grandeza y sus complejos mitómanos. Hoy en día 
es  muy  común  ver  en  los  canales  de  televisión  protestantes  a  muy 
enardecidos profetas mediáticos, parloteando sus predicciones a  la masa 
de  ingenuos  espectadores  del  marketinero  espectáculo  del 
protestantismo  televisivo,  asegurándoles,  tiritones  y  chillidos  incluidos, 
que  es  profecía  del  “señor”,  que misioneros  latinoamericanos  saldrán  a 
evangelizar  los Estados Unidos y Europa. Y el zapateo es bárbaro.   Claro, 
eso  significa  insospechadas  ganancias,  ¡aleluya!  ¿No  te  digo  yo?  Lo 
anecdótico es que muchas veces son viajes misioneros sin retorno, porque 
por esas extrañas cosas del nuevo concepto misionero la mayoría de ellos 
se establece definitivamente en el vaticano del protestantismo, alucinados 
por  los últimos resplandores de aquél famosísimo american way of  living. 
“¡Gloria  a Dios,  hermanos: Dios me mostró  que  debía  quedarme  aquí  a 
predicar  su  palabra!”    Expertos  en  el  consumo  de  platos  de  lentejas,  a 
ellos  les  importa  un  comino  que  solo  sean  las  sobras  del  festín 
americanizante y los vómitos del banquete religioso yanqui: sus desechos 
son  la  bendición  del  dios  de  estos  pobres  y  míseros  personajes 
engañadores y engañados a sí mismos, con el cuento de  la nueva versión 
de la  Gran Comisión. Esa versión re masterizada de  la Gran Comisión, esa 
versión digital de la Gran Comisión, esta versión tridimensional de la Gran 
Comisión.   
La verdad es otra, si USA necesita misioneros mestizos, de piel morena y 
cabello liso y negro, no es que los necesite precisamente para evangelizar 
a  los  rubios  de  ojos  azules.  El  misionero  usamericano  que  predicó 
mientras visitaba  la iglesia de mi tío Daniel, en Ciudad del Este, explicó el tema: Estados Unidos precisa gente morena para seguir llevando adelante 
sus programas misioneros en el oriente, por ejemplo. Porque así evitan el 
crimen en contra de sus enviados: los misioneros rubios de ojos azules ya 
no son bienvenidos en gran parte del globo  terráqueo. Con  las cosas así, 
se han visto obligados a elaborar nuevas estrategias. Ahora toca mandar al 
frente  a  los  lacayos  sudacas, para  seguir  llevando  adelante  sus procesos 
americanizadores  con  el  menor  costo  posible  de  vidas  humanas 
norteamericanas.  Porque  los  yanquis  son  así  en  misiones  de  guerra  o 
misiones  “cristianas”:  la  carne de  cañón nunca es usamericana, es  carne 
de “mojado” mejicano, carne de sometido portorriqueño, carne latina. Así 
hicieron  en  la  invasión  de  Irak:  el  primer  muerto  de  los  marines 
usamericanos  era  guatemalteco:  su  familia  se  ganó  el  derecho  a  la 
nacionalidad  usamericana  con  su  muerte  “gloriosa”.  300  misioneros 
yanquis  aguardaban  el  resultado  del  primer  embate militar  contra  Irak, 
listos  para  cristianizar  a  los  fanáticos  fundamentalistas  del  Islam,  listos 
para  hablar  de  la  democracia  y  la  libertad  del  Tío  Sam,  absolutamente 
preparados  y  altamente  entrenados  para  americanizar    de  lleno  esa 
cultura invicta y difícil de penetrar por la cultura occidental, con el cuento 
falaz y eufemístico del cristianismo protestante. 
Pasan gravemente por alto  lo más evidente: No  son días de una  remake 
masiva del cristianismo original, son los días apocalípticos de la coronación 
de muchas cosas  realmente proféticas. Parados en medio de  todas estas 
pestilencias,  catástrofes  terráqueas  y  múltiples  conflicto  bélicos  no 
comprenden qué hora es. Luego, hay otra  situación muy más grave para 
las pretensiones de USA: Estado Unidos hace mucho tiempo ya fue pesado 
en balanza, su  imperio tambalea, su poderosa  influencia económica en el 
mundo está en una etapa desastrosa y no cae para ser levantado como un 
poderoso  ícono del cristianismo genuino y celestial: cae para  juicio, para 
humo, destrucción. Se cae como  imagen de  la bestia, porque repitió para 
el protestantismo su condición de madre de todas las iglesias protestantes 
que  repartió  a  sangre,  fuego,  dinero  e  intrigas  políticas  y  empresariales 
por todo el mundo, representado por ese fantástico y gigantesco ejército 
de misioneros  fabricados  en  serie  en  su  gran  factoría  de manufacturar 
misioneros norteamericanos de exportación. Todos pro americanistas, por 
cierto, de  americanismo  gringo,  yanqui, no del  americanismo  latino. Pro 
imperialistas,  pro  expansionistas,  pro  economía  neo  liberal, pro  teología 
de  la  prosperidad.  Y  esta  cuestión  es  la  que  vuelve  incoherente  e 
incongruente  en  los  “profetas”  latinos  el  hecho  de  enviar misioneros  a 
USA:  no  llevan  un mensaje  genuino  de  Dios,  llevan  de  vuelta  el mismo 
mensaje  místico-materialista,  político,  económico,  filosófico  y  religioso que  aprendieron  de  USA:  es  tan  tirado  de  los  pelos  como  enviar 
misioneros jesuitas al Vaticano. 
Personalmente  jamás  creeré  que  Dios  tenga  en  sus  planes  evangelizar 
Europa y USA por mano mestiza, india o afro, ni siquiera por cristianos de 
la  raza  blanca.  Europa  tuvo  una  gloriosa  opción  y  la  recibió  asesinando 
impunemente a 68 millones de cristianos genuinos y haciéndose cómplice 
de  la  matanza  de  70  millones  de  habitantes  latinoamericanos  en  el 
proceso de la conquista española. Por su parte, Estados Unidos invadió los 
territorios americanos asesinando a  cuanta  tribu autóctona  se  le pusiera 
por  delante,  agazapados  en  el  concepto  de  que  así  como  Dios  le  había 
entregado a los israelitas la tierra prometida, de la misma manera Dios les 
había entregado los territorios y la vida del habitante de esta nueva tierra 
prometida que  llegaría a  llamarse  los Estados Unidos de Norteamérica. El 
mismo George Washington, estuvo  toda una noche orando, buscando  la 
confirmación  de  Dios  antes  de  atacar  el  territorio  iroqués,  hoy 
neoyorquino, para tomarlo en posesión “cristianamente”. Al día siguiente, 
plenamente  “confirmado”  exterminó  a  casi  toda  la  etnia  iroquesa  que 
sobrevivía a orillas del  río Hudson, para  la  “gloria de Dios” y del  imperio 
más  sangriento  de  toda  la  historia  de  la  humanidad.  Cuando  todos  los 
indios  estaban  muertos  o  relegados  como  prisioneros  políticos  y 
prisioneros  de  guerra  en  los  campos  de  concentración  que  apodaron 
eufemísticamente Reservas  Indígenas,  todo  quieto,  todo  sometido,  todo 
invadido ya: recordaron que originalmente había sido cuasi “cristianos” y 
que  habían  vibrado  “espiritualmente”  con  la  odisea  de  Lutero,  Zwinglio, 
Calvino  y  los  otros.  Y  en  ese  punto  de  quiebre  de  sus  emocionalismos 
híbridos  y  maquinales  construyeron  la  primera  fábrica  de  exportar 
misioneros, no con el poder del Espíritu Santo secundándoles, claro, sino 
con el poder del glorioso ejército invencible de los marines, a estas alturas 
de  la  historia,  internacionalmente  conocido  como  el  más  perfecto  e 
implacable  asesino  protestante  del  mundo  entero.  Porque  ellos  nos 
“cristianizaron”  matándonos  en  el  mismo  nombre  que  nos  venían 
bautizando. 
Ahora,  toda  esta  millonaria  y  aristocrática  colectividad  del  mensaje 
protestante organizado de la televisión, nos cuenta el cuento que el nuevo 
campo misionero a conquistar son los Estados Unidos de Norteamérica. Es 
claro que el dios organizacional que adoran no solo  les ha dado dinero a 
manos llenas, también se viste de payaso y los agarra para la joda cuantas 
veces  él  quiera.  Lo  curioso  es  que  no  van  y  no  irán  a  misionar  a  las 
reservas  indígenas que sobreviven a duras penas en  las áreas marginales 
de USA, ni  tampoco a  los guetos de negros marginales en el sur de USA, como  tampoco  irán  a  los  barrios marginales  de  excluidos  sudacas  en  la 
periferia  tercer mundista  de USA:  Van  a Nueva  York,  va  a Miami,  van  a 
Atlantic City, je, van a Las Vegas. En fin. No da para nada serio. 
El resumen es desastroso: con  las excepciones mínimas correspondientes 
a  toda  regla,  lo  que  nos  cayó  fue  una  plaga  religiosa  de  intenciones 
completamente ajenas a la demanda de cristianismo que debía cubrirse y 
que  supuestamente,  era  lo  que  los  impulsaba  desde  el  siglo  XVI  en 
adelante  a  venir  a  protagonizar  y  a  establecer  en  estos  campos 
latinoamericanos  de  Dios.  Nos  dejaron  esto.  Este  mamotreto  falaz  y 
grotesco  del  aparato  protestante.  Enajenados  y  esclavizados  a  estos 
complejos eclesiásticos que aun nos sigue mintiendo y convenciendo que 
Dios  vive  al  interior  de  sus  templos,  capillas,  cultitos  y  tabernáculos  del 
engaño  religioso  y  atormentados  en  un  problema  que  ni  siquiera 
intentamos enfrentar para  resolverlo de una vez por  todas, por culpa de 
ese  pánico  subliminal  que  nos  inocularon  exitosamente  todos  estos 
misioneros pulcros, cultos, rubios, higiénicos: la iglesia denominacional es 
la Casa de Dios y  la Puerta del Cielo. Cuando solo ha sido históricamente 
un  bastión  de  intrigas  políticas  anti  étnicas  y  centros  clandestinos  de  la 
trampa social pro occidental  transculturizadora, solo una  retorcida cueva 
de  elucubrar  dogmas,  estatutos,  homilías  y  hermenéuticas    filosóficas, 
execrables centros de acopio de dinero “bendito”, estrado de disertadores 
vanidosos, mitómanos,  discriminadores,  dominantes,  delirantes,  guardas 
cancerberos  implacables de  la gente  ingenua que seducen, un verdadero 
altar del dios Mamón y del materialismo: ¿y nos quieren hacer creer que 
en  medio  de  todo  eso  habita  el  Dios  vivo  y  verdadero  que  habita  en 
lugares  inaccesibles  de  la  Gloria,  santo  y  majestuoso,  Omnisciente, 
Omnisapiente y Omnipotente?   
A casi quinientos años de la Reforma luterana, la iglesia protestante no ha 
podido, no puede y no podrá  jamás presentarnos un ciudadano del reino 
nacido, edificado y ungido con el sello del Espíritu de Dios emergido desde 
el seno de sus oscuras edificaciones eclesiásticas. Y hasta el día de hoy  lo 
único  que  producen  en  serie  y  a  destajo  son  prosélitos  listos  para  ser 
insertados  en  el  sistema,  bendecidos  con  toda  clase  de  lujos,  poderes 
adquisitivos  y  privilegios  y  títulos  profesionales  de oficio,  intelectuales  o 
religiosos:  jamás  un  apóstol,  jamás  un  don,  jamás  un  renacido  genuino, 
jamás un creyente bautizado que sea seguido de  las señales que anunció 
Jesús  que  seguirían  a  los  que  creyesen  en  el  evangelio,  su  evangelio,  el 
evangelio del Reino. Ese Reino que no atiende en el Vaticano y que jamás 
ha  atendido  en  la   Casablanca.  Ese  reino  que  jamás  ha  sido  puesto  en 
manos norteamericanas para su administración. Con esos ministerios que jamás  fueron entregados a  imperio alguno para su perfecta  instrucción y 
fiscalización. Dios, el Padre Celestial, el gran Yo soy atiende en el hombre, 
en  su  hombre,  su  mujer,  sin  intermediarios  eclesiásticos.  Él  único 
mediador entre Él y los hombres de cualquier raza terrenal sigue siendo y 
lo será por siempre el Señor Jesucristo.  
A qué  seguir, apóstatas y blasfemos, conocen muy bien  la Escritura y no 
viene al caso citárselas tan insistentemente: lo saben todo. Saben que nos 
engañaron,  saben  que  erraron,  saben  que  se  vendieron,  saben  que  nos 
traicionaron, saben que Dios nunca los ha enviado, saben que Dios nunca 
los ha conocido, saben que Dios nunca les puso nuestra vida en sus manos 
complotantes,  recubiertas  de  esa  oscura  piel  de  lobo  religioso  y 
dogmático, agazapado en la cueva tenebrosa de la iglesia institucional que 
dejaron  con  la  puerta  abierta  en  nuestros  territorios,  para  ver  cuántos 
ingenuos, incautos y curiosos caen. Les ha funcionado desde que arribaron 
ufanos  y  entusiastas  a  disputarles  las  almas  autóctonas  a  la  iglesia  de 
Roma.  Nada  es  para  siempre  y  como  dijo  el  Predicador  en  Eclesiastés, 
todo  tiene su  tiempo. Luego amanecerá el  tiempo de  la caída de ellos. Y 
no  habrá  ejército  de  los  marines  que  los  defienda,  cuando  Dios  les 
demande la cuenta de la evangelización practicada en Latinoamérica
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