VII
LA TEOLOGÍA
Ciencia que trata de Dios y de sus atributos y perfecciones.
Los filósofos griegos acuñaron la palabra teología: se basaba en una reflexión racional sobre
Dios, el mundo y la existencia humana.
Teología ascética: Parte de la teología dogmática y moral que trata del
ejercicio de las virtudes.
Teología dogmática: La que trata, a través de los principios revelados, de
las perfecciones y atribuciones divinas.
Teología escolástica: La dogmática que establece sus conclusiones,
partiendo de las verdades reveladas, mediante el uso de los principios y
métodos de la filosofía escolástica.
Teología mística: Parte de la teología dogmática y moral que trata de la
perfección de la vida cristiana en las relaciones más íntimas que tiene la
mente humana con Dios.
Teología moral: Ciencia que se refiere a las aplicaciones de los principios
de la teología dogmática o natural al orden de las acciones humanas.
Teología natural: La que trata de Dios y de sus atributos a la luz de los
principios de la razón, independientemente de las verdades reveladas.
Teología pastoral: La que se refiere a las obligaciones de la cura de almas.
Teología positiva: La dogmática que principalmente apoya y demuestra
sus conclusiones con los principios, hechos y monumentos de la revelación
cristiana. (Extraído de Diccionario de términos religiosos del sitio web
info@apocatastasis.com)
La teología parece una ciencia, puesto que en el estudio de sus contenidos
se aplican procedimientos metodológicos, críticos e intelectuales, aunque
difieren por completo de los de las ciencias naturales y también de las
humanas, ya que su objeto final, Dios, no es accesible a la investigación
empírica.
La teología más antigua —la de los filósofos griegos, que acuñaron la
palabra teología— se basaba en una reflexión racional sobre Dios, el
mundo y la existencia humana.
La aproximación racional ha seguido teniendo numerosos partidarios,
como Aquino, pero la llamada a la revelación como fuente de la verdad
religiosa (y por eso teológica) también ha sido notable en las tradiciones
cristiana, judía, islámica y en algunas orientales.
Se puede observar un método bastante diferente entre los teólogos
protestantes de la Reforma y posteriores a ella, que han intentado
fundamentar la teología ciñéndose tan sólo a la Biblia. En su forma más
cruda, esto significaba una constante apelación a la Biblia para demostrar
afirmaciones teológicas.
En apariencia similar a las teologías de fundamento bíblico de los
escritores protestantes son las de los escritores católicos, que han tratado
de desarrollar teologías fundadas en los pronunciamientos dogmáticos de
la Iglesia.
La teología comenzó entre los griegos como una disciplina científica, y la
convergencia de la filosofía griega y la fe bíblica dio lugar al desarrollo de
la gran época de la teología patrística. Aunque el teólogo alemán Adolf
von Harnack lamentó la helenización del evangelio, casi todos los teólogos
coincidieron con Tillich en que la fe bíblica tenía que responder al reto
intelectual de la filosofía griega.
Orígenes y Agustín escribieron también comentarios sobre los libros de la
Biblia, y los dos estuvieron muy influidos por la filosofía de Platón.
La compañera de diálogos más antigua de la teología ha sido la filosofía.
Sucesivas escuelas de filosofía han inspirado el pensamiento teológico
innovador, han ofrecido categorías para la aclaración de las ideas
teológicas y han interpretado el cambio de intereses de la sociedad.
(Extraído de Encarta 2009)
Me permití transcribir toda esta especie de introducción respecto al tema
de la Teología, para que hubiese un panorama aproximado, aunque muy
resumido, de lo que es en sí esta disciplina materialista que fue impuesta
exitosamente en el protestantismo para, según consienten teólogos y
teologizados, entender mejor y con la más mínima posibilidad de error a
Dios, la Biblia y todo cuanto tenga relación con ello. Sucede lo opuesto a
este deseo convertido ya en condición sine quanon para el estudiante, el
maestro y el sujeto común que se congrega en las organizaciones a sí
mismas llamadas cristianas.
Y lo agregué también para que después de leerlo, piensen en Pedro,
apóstol de Jesucristo, ese sujeto casi analfabeto, inculto, un personaje
popular de las caletas pesqueras de Israel, una persona ajena a todo lo
eclesiástico, cuyo apostolado no fue decidido ni ordenado por
denominación alguna, jerarquía alguna, ni conseguido en seminario
teológico alguno y cuyo ministerio no fue legitimado jurídicamente por
estado alguno, pero que fue el protagonista de la primera manifestación
de la revelación a un ser humano bajo la dirección pastoral de Jesucristo,
quién, al comprobar la efectividad de la respuesta que dio Pedro a su
pregunta, no lo elogió porque tal revelación había pasado con éxito las
reglas teológicas de reconocimiento, convalidación y aprobación de
legitimidad que debía experimentar la revelación para ser considerada
genuina, veraz, divina. Con la respuesta de Jesús y el elogio de
bienaventuranza hacia la declaración de Pedro nos debiera quedar claro
que revelación y teología no tienen nada en común. Y que no solo no son
compatibles ni riman, debiera quedarnos claro que revelación es algo que
escapa a toda ciencia que quiera aplicarse o reglamentarse en función de
calificar la naturaleza, procedencia y veracidad de lo develado al hombre y
la mujer del cristianismo por Dios, el Padre. Porque la revelación no es la
consecuencia de una investigación exhaustiva ni el resultado del análisis
de la mente más entrenada en materias eclesiásticas y divinas. Porque la
revelación es un don de Dios al individuo y que solo a través de Dios se
consigue. Y solo es posible conseguirla si Dios quiere impartir a esa
revelación. Y la recibe tan solo el sujeto que Dios decide que debe ser
bendecido con Su revelación. En el momento primigenio de la
manifestación de la revelación en Pedro, también debiera quedar bien en
claro, que a partir de ese momento, Jesús nos enseñaba a todos los que
creeríamos en Su Palabra, que la Revelación sería y es el eje fundamental
del cristianismo, ese cristianismo que se practica en Su Iglesia. Esa Iglesia
fundamentada en la roca de la Revelación. Luego, también podemos observar cuan atrevido es el hombre dogmático
organizado, que osa establecer una compleja red de elementos científicos
y filosóficos, para razonar, verificar y aprobar los atributos de Dios y sus
dones en sus hombres y mujeres elegidos en su presciencia, en su
conocimiento anticipado, en su pensamiento eterno: ¡El hombre, con
herramientas teológicas filosóficas examinando a Dios! Solo tenemos un
adjetivo para ello: ridículo. Es ridículo.
La influencia filosófica en lo que respecta a la iglesia gentil o el
cristianismo occidental, se la debemos a los griegos. Ellos ya habían
penetrado cultural y religiosamente a la nación judía. Sócrates, Platón y
Aristóteles habían logrado cautivar a los intelectuales judíos de manera
contundente y eficaz. Jamás pensó Moisés que sus Diez mandamientos y
todos aquellos preceptos, leyes y ordenanzas recibidas por la propia mano
y voz del Gran Yo Soy acabarían fiscalizados por las doctrinas filosóficas de
los insignes y muy famosos pensadores jamás convertidos a Dios.
Recordemos que en uno de los párrafos que incluyo al comienzo de este
capítulo nos dice que la misma palabra teología fue acuñada por estos
filósofos y no estaba referida y definida como un vocablo de procedencia
o significado espiritual y divino, era y es tan solo un vocablo inspirado en
la razón científica. Porque para ellos significaba una disciplina científica,
en la cual reflexionaban racionalmente sobre Dios, la naturaleza, el
mundo y la raza humana. No había presencia del Espíritu Santo allí. No
había inspiración divina allí. Ni voz divina, ni la Deidad estableciendo a la
filosofía como una herramienta de comprensión de Sí mismo y su Palabra.
Los filósofos adiestrados bajo los conceptos y enseñanzas de estos tres
grandes pensadores griegos estiman que solo el razonamiento filosófico
abstracto proporciona un conocimiento verdadero. Esa consigna es la que
lograron infiltrar e imponer bajo la interpretación “cristiana” que hoy en
día se le da, se concibe y se interpreta al vocablo teología. Aristóteles, el
gran discípulo de Platón, que a su vez fue el gran discípulo de Sócrates,
sostenía que el conocimiento abstracto era superior a cualquier otro.
Podía o no podía tener razón -porque si ocupamos las reglas de juego de
la filosofía, podemos decir así si estamos de acuerdo con Nietzsche, quién
decía que la filosofía tiene el encanto de que una teoría puede ser
refutada con otra-, pero tenga o no tenga razón Aristóteles con su
ponderación de la superioridad del conocimiento abstracto, eso todavía
no tiene nada que ver con Revelación, Dios, cristianismo. Todavía seguía y
sigue siendo un ejercicio pensante analítico natural de la mente humana,
que puede practicarse perfectamente sin la unción del Espíritu Santo. Porque un individuo ungido genuinamente del Espíritu de Dios, no precisa
de las herramientas filosóficas establecidas por agnósticos, incrédulos o
racionalistas para comprender ese Dios que lo unge, ese Dios que lo
inspira, ese Dios que le enseña y ese Dios que lo guía. Porque encima de
todo eso, Sócrates, Platón, Aristóteles y demases paladines griegos y no
griegos de la filosofía no fueron hombres elegidos por Dios para ninguno
de sus emprendimientos de acercamiento, conducción, enseñanza y
salvación de los hombres, no tienen status divino como los profetas y los
discípulos que devinieron más tarde en los primeros apóstoles del
cristianismo genuino y original.
Esta poderosa pléyade de hombres con mentes altamente entrenadas en
el razonar, analizar, el pensar en esa inefable disciplina de la filosofía, que
quiere decir amor por la sabiduría, como decía anteriormente, penetraron
cultural y religiosamente a los pensadores “cristianos” que fueron
llamados los padres de la iglesia. Lo que tenemos que dejar en claro es
que hace falta allí un adjetivo que establezca con exactitud a padres de
qué iglesia se refieren cuando nos enseñan de padres de la iglesia. Porque
no se trata de padres de la Iglesia del Dios Viviente, empecemos por ahí,
no se trata de los padres de lo que el Señor Jesús declara cuando
responde a Pedro: ¡Sobre esta roca edificaré mi iglesia! Pongámonos
serios y evitemos la incongruencia. Porque Jesucristo en ninguna manera y
en ninguno de los párrafos de la Biblia nos enseña, promete, nos ordena o
nos advierte de una cosa tal como padres de Su iglesia. Y si empezamos
por dar un simple vistazo a la historia de estos padres de la iglesia nos
daremos cuenta en seguida que se trata de padres de la iglesia
denominacional, sectaria, dogmática, racional, filosófica: teológica
Tertuliano, por ejemplo, nacido en Cartago, antigua ciudad cerca de
Túnez, el 160 y muerto en el 220 de la era cristiana, conocido como el
primer gran escritor del cristianismo, profundo conocedor de la literatura
griega y latina, pese a ser declarado hereje por la iglesia católica, ha sido
reconocido como uno de los primeros padres de la iglesia. En efecto así es,
pero, de ese modelo intelectual y filosófico de iglesia denominacional y
nicolaíta que ya empezaba a tomar cuerpo y forma (que ya exhibía
personajes reconocidos con el título de Papa, según la historia de la iglesia
católica, empezando por el nombramiento autoritario y dogmático del
mismo Pedro), cuando Constantino convocó a la reunión clave y decisiva,
para institucionalizar oficialmente a este clon del cristianismo que ha
engañado al mundo entero con todo y religiones incluidas. Orígenes, nacido en Alejandría en el 185 y muerto en el 284 de nuestra
era, gran teólogo y exégeta (interpretador de textos) bíblico, uno de los
más famosos autores de la iglesia primitiva (tampoco se especifica cual,
porque de la iglesia primitiva que ungió a los suyos en Pentecostés se
perdió el rastro), nacido en el cristianismo, en Alejandría, gran asceta
cristiano, dice la historia que se castró para no sucumbir a las tentaciones
de la carne. Estuvo envuelto en un clásico problema eclesiástico-
jurisdiccional, tal como se estila ahora: fue invitado a Jerusalén y a Cesarea
a hablar sobre las Escrituras y allí fue nombrado Presbítero (no era la
iglesia primitiva original la que practicaba esos nombramientos), sin
consultar a Demetrio, de Alejandría, bajo cuya jurisdicción se encontraba
el ministerio de Orígenes. Fue sancionado por partida doble por las
autoridades de Alejandría: le fue prohibido enseñar y le fue quitado el
sacerdocio. ¡Qué sintomático! Es vieja esa costumbre de fiscalizar los
dones de Dios en el hombre en la iglesia falaz organizada. Establecido más
tarde en Cesarea fundó una escuela de teología, filosofía y literatura.
En el año 354, nacía en Argelia el más grande los padres de la iglesia y el
primer Doctor de la iglesia “cristiana”, Agustín, conocido como san Agustín
de Hipona por su consagración de obispo en Hipona, actual Annaba, en
Argelia. Entre sus muchas disciplinas fue maestro de Retórica, influenciado
por el Neoplatonismo. Su perfil fue comparado al de Pablo entre los
apóstoles cuando de distinguirlo entre los otros padres y doctores de la
iglesia se trataba. Gran escritor, prolífico y señero. Tan importante ha sido
su prestigio intelectual y filosófico en el seno de la iglesia que aun Calvino
y Lutero fueron influenciados por sus ponencias y enseñanzas.
Sócrates fue maestro de Platón y éste lo fue de Aristóteles. Los tres dioses
que marcaron un antes y un después en toda la historia de la filosofía, no
sólo asombraron, impresionaron e influenciaron al mundo entero, tal vez
aun no están enterados que se convirtieron en los verdaderos paradigmas,
maestros ocultos y gurúes del cristianismo occidental con el cual nos
“cristianizaron” los “santos” hijos de los “santos padres” de la "santa
madre iglesia", que fueron iluminados por la lógica y la razón de la
“santísima trinidad” de la filosofía griega.
Ese “cristianismo teológico”, en realidad, tiene una definición más exacta y
menos hipócrita, porque al menos no podemos acusar a los filósofos del
ancestro de hipocresía, a ese ejercicio no le denominaron nada parecido a
algo que tenga que ver con la cuestión cristiana o espiritual, a eso ellos le
llamaron metafísica, una materia especulativa acerca de la sustancia,
causalidad, naturaleza del ser y existencia de Dios. Lo que otros
escolásticos medievales llamaron transfísica (más allá de lo físico), con lo cual enseñaban la transición filosófica desde el orden físico hasta un
mundo más allá de la perfección. En otras palabras: materialismo puro,
puro ejercicio intelectual racional, a lo cual, en el momento de cruzar
claustros, conventos, capillas, órdenes religiosas, pre reformadores,
reformadores protestantes, contra reformadores católicos, sinagogas
judías, territorios islámicos, adquirió el misticismo que le dio el toque
religioso con el cual no fue pensado en su origen. Sincretismo del más alto
nivel ejercitado por los cuatro íconos mayores que defienden
supuestamente a una misma única Deidad: católicos y protestantes,
islámicos y judíos. Tomás de Aquino declaró que el propósito de la
metafísica era la cognición (conocimiento de Dios) a través de un estudio
causal de los seres finitos sensibles. Lindo y emotivo, poético y delicado,
pero de un plumazo inutiliza y deja pisando en falso y levantando el dedo
por si le dan esférica al mismo Señor Jesucristo, quién sostiene que su
método de darse a conocer al Hombre es la Revelación. Absolutamente
distinta y superior al concepto científico racional de la metafísica. Luego,
podemos observar que revelación es un término que acuñó el mismo
Maestro de Galilea, contra el término metafísica, que ni siquiera lo acuñó
algún devoto de las cuatro principales religiones deístas, pues fue el
filósofo griego Andrónico Rodas quien lo popularizó el año 70 antes de
Cristo, al reunir los tratados aristotélicos sobre esta disciplina racional que
cautivó cristianos, judíos e islámicos al mismo tiempo.
Baruch Spinoza, gran teólogo y filósofo holandés, hijo de padres judíos, y
formado en el estudio de las fuentes tradicionales del judaísmo, con
especial atención en el Talmud, abandonó todas esas enseñanzas y se hizo
discípulo de la filosofía, teniendo como mayor lumbrera en este campo las
enseñanzas de Platón. Él se despachó la siguiente sentencia metafísica: “El
intuitivo conocimiento humano de Dios es la fuente de un amor espiritual
de Dios, que a su vez es parte del amor en que Dios se ama a sí mismo.”
¿?¿?¿? Un auténtico ejemplo de la razón pura, un verdadero himno a la
potencialidad supra terrenal de la mente humana, parece muy cristiano,
espiritual e inspirado, pero, pero…atropella la Escritura violentamente:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo que dio a su hijo Unigénito,
para que todo aquél que en Él crea no se pierda…” Baruch nos plantea una
interrogante bien jodida con su aseveración metafísica: si el conocimiento
humano intuitivo de Dios en el hombre es la fuente del amor de Dios, ¿de
dónde saca Dios entonces esa declaración posesiva y superlativa de amor?
¿El minúsculo hombre es el proveedor del amor de Dios? Nadie ama a
Dios con amor humano, eso solo alcanza para amarse a sí mismo. Pero cae
bien en las masas religiosas discapacitadas de espiritualidad genuina, incapacitados de una revelación que provenga de la misma fuente que
reveló el misterio de la condición de Cristo: el Padre que está en los cielos,
que no gobierna el universo desde el conocimiento intuitivo del hombre.
Este es un discurso no apto para hijos e hijas de Dios, insuficiente y
deficiente discurso para hijos e hijas, este es un clásico discurso para las
masas que solo alcanzan a manifestar el grado natural de inclinación a una
religión que se manifiesta en todos los hombres. Es bello y grato discurso
para las jerarquías religiosas que jamás alcanzaron su Aposento Alto y
otean en la intelectualidad eso, ese algo metafísico que les parezca algo
supra terrenal, elevado, místico. Por si fuera poco lo tienen en grandes
personalidades extranjeras, primer mundistas, que aun impactan e
impresionan por tan solo venir del Viejo Mundo o de USA, hablando raro,
complicado, educados y gramaticales hasta la incomprensión; dialécticos y
filosóficos hasta lo poético, fácilmente confundible con la inspiración
divina a estas gentes de mediano alcance y hábilmente desviadas de sus
propias y legítimas vías al conocimiento de un Biblia ya traducida a toda
lengua respectiva. No errarían yendo en pos de estos maestros de la
idiomática, la filología, la sicología, la filosofía, la metafísica, la teología:
“Erráis ignorando las Escrituras…” Mateo 22:29. Palabras de Jesús a las
cuales no se le da ni las más mínima importancia en el círculo elitista de
los teólogos eclesiásticos.
Escolasticismo es la rama que ha vuelto locos a los “estudiosos” de la
Biblia, a los “maestros” de la Biblia, a los teólogos del protestantismo. Es la
disciplina que se encarga directamente de “calificar”, “comprender” y
“avalar” el contenido sobrenatural de la Revelación cristiana mediante la
filosofía y la ciencia de Aristóteles. Como todo ismo sofista, condenado al
“encanto” de que en la filosofía una teoría refuta la otra, el primer intento
de escolasticismo sufrió su desgaste y su proceso de saturación, para
tener un leve renacimiento en el siglo XVI. Pero, como no solo tiene el
encanto de ser propensa a conocer la refutación en manos de otra teoría,
hoy en día goza de buena salud y ¡tan encantadora ella! Nunca le faltó el
amante religioso que la pusiera al servicio del “cristianismo” y la
“edificación” de sus ministros. Y es así, como hasta en Chile, uno de los
últimos países del fin del mundo geográficamente, tuvo su paladín en un
chileno llamado Clarence Finlayson (que, de chileno, ni el nombre ni el
apellido denota algo de chileno), en el primer tercio del siglo Veinte, con
lo cual nos testifica desde las regiones australes sudamericanas que aun
sigue respirando, vivita y coleando.
Los filósofos “apostólicos” del “cristianismo teologizado” rematan bien el
punto cuando declaran: “Las doctrinas del escolasticismo tienden a orientar la razón humana hacia la comprensión de la doctrina cristiana” El
objetivo es negar derechamente las funciones del Espíritu Santo. “…Él os
enseñará todas las cosas…” Huérfanos miserables de la Investidura de
poder de lo Alto buscan refugio en la razón, en el raciocinio, en el ejercicio
intelectual, no les queda otra, absolutamente incrédulos de Dios y su
Revelación y del Poder que lleva a esta Revelación, están obligados a
buscar la alternativa: y san Aristóteles, la tercera persona de la santísima
trinidad filosófica les había señalado ya la salida. Claro, no por revelación,
sino por acierto de la razón, pero para el caso, a caballo regalado no se le
miran los dientes. Vino bien, fue útil para levantar el poderoso imperio del
Vaticano y ha servido para levantar -a media altura al menos- al
acomplejado y obstinado aparato protestante, que no ha escatimado nada
para conseguir un sitial de “honor” entre las más grandes religiones del
mundo entero.
En eso estriba la transgresión más canallesca, el desafío más
incongruente, el atrevimiento más pagano y blasfemo de la iglesia
organizada en contra de Dios: Han sometido al análisis, al control y al
veredicto del razonamiento filosófico a Dios, Su Palabra, Su Espíritu, Sus
hombres y mujeres, y Su Revelación. ¿Habrase visto: Dios, y su obra
completa, sometido al consejo racional de filósofos ateos y paganos?
La orden del Jesús resucitado y listo para ascender a la Gloria del Padre,
fue nítida y totalmente comprensible: “¡Quedaos en Jerusalén hasta que
seáis investidos de poder de lo Alto!” No fueron ordenados a empaparse
de la filosofía griega, no fueron ordenados a involucrarse en los
razonamientos metafísicos o escolásticos para ser útiles al cristianismo
naciente, para ser perfectos ministros del cristianismo naciente.
Él no comisionó a los suyos a usar las herramientas filosóficas para
“ayudar” a la Investidura de poder de lo Alto, para ordenar y organizar a
esa investidura de poder de lo alto y los dones que traería consigo. La
investidura de poder de lo Alto es el Espíritu Santo y el Espíritu Santo es
Dios. Dios no necesita la tarea filosófica de la tríada griega que influenció
al mundo y su religión organizada. Hay allí una evidente ceguera
“teológica”. Una grosera ceguera “teológica”. Una lastimera y miserable
ceguera “teológica.”
Revelación y Razón son opuestos. Dicho de otra manera: Revelación y
Teología son opuestos: en tanto la última es una disciplina científica
creada por filósofos griegos, la Revelación proviene del seno del Padre que
está en los cielos. Ni siquiera riman. Así también son opuestos los ungidos
ministeriales del cristianismo genuinos, con los teólogos de las
denominaciones organizadas. Ni siquiera riman. Lo más cerca que la filosofía estuvo del cristianismo fue cuando Pablo
visitó el Areópago de Atenas y tomando como ejemplo la estatua al dios
no conocido predicó al Dios Verdadero. ¡Ojo! No fue a debatir teología
cristiana con los teólogos legítimos del legado aristoteliano. En otras
palabras, no fue a exponer la teología cristiana, no fue a disputar de
teología cristiana para pavonearse de culto, intelectual y poseedor de un
profundo conocimiento abstracto y metafísico de Dios; tampoco ocurrió
que Pablo acudió allí en demanda de preparación teológica para
perfeccionar su poderoso y abarcativo ministerio apostólico. Quiero decir
que no fue a plantear un intercambio del conocimiento: fue a presentar a
Dios en el mero centro del templo de los filósofos.
Como tampoco fue a vender la pomada que venden los teólogos
protestantes del presente: “¡Oh, aleluya, hermanos! Mirad cuán bueno es
nuestro Dios: ha tomado vuestra teología, vuestra metafísica y vuestros
racionamientos lógicos del conocimiento abstracto y los ha convertido en
poderosas herramientas escatológicas del cristianismo. Demos Gloria a
Dios, hermanos ecuménicos del gran templo de Atenas. Oh, cuan grande
es Él…!” Absolutamente no, porque Pablo no era ningún miserable
iluminado místico protestante de cubil seminarista teológico: era un
apóstol de Jesucristo, apartado por el Espíritu Santo para el ministerio.
Los filósofos quedaron tan impresionados que hasta Dionisio, el
aeropagita creyó a Pablo y se hizo discípulo. Je, porque era una de dos: o
Pablo se convertía en filósofo y teólogo o los sofistas se hacían cristianos.
Hechos 17: 22 al 34.
Lo más llamativo de toda esta empecinada y afiebrada obstinación por la
teología aristotélica, la metafísica y el razonamiento abstracto, es el hecho
de que Aristóteles, jamás concibió a Dios como Dios. No tenía noción de
Deidad, de Ser Supremo, de Creador en la concepción divina, majestuosa y
Soberana que cualquiera de sus hijos e hijas ungidos tiene con respecto a
Dios. Para Aristóteles, ese Ente, esa Cosa, esa Fuerza Superior que había
más allá de lo Físico era lisa y llanamente un Gran Motor, según sus
propias palabras definitorias. Eso era todo lo que significaba para él Eso,
eso que le llamaba la atención a su intrínseco, curioso, inquieto, agudo y
prolífico oficio de razonar, razonar, razonar. Muy grande pensador sofista,
el gran padre, si se quiere, de la filosofía, pese a los anteriores, Platón y
Sócrates incluidos; el súper artífice de las leyes físicas, abstractas,
políticas, artísticas y religiosas que conforman y sostiene al Sistema. Pero,
toda su sapiencia y agudeza racionalista no le llevó jamás al conocimiento
de Dios. Murió ignorándolo. Absolutamente ignorante de Dios. La razón
jamás le puso a las puertas de la Revelación. La Razón no le fue camino a
Dios. La razón filosófica no es el Camino. Lutero sencillamente se refirió a este gran sofista y su obra con un brioso insulto: Lutero manifestó una viva
contrariedad hacia el aristotelismo. Llamó a Aristóteles asno ocioso, lo
juzgó como un pagano, dañado, orgulloso y bribón. Con esto no podemos
decir que fuese fideísta. Para Lutero la razón es importante en su ámbito,
pero si pretende entrar en la Revelación y juzgarla, llega a meretriz. (Los
inicios de la reforma luterana)
El mismo Pedro, sin ser el elevado intelectual materialista y célebre que ya
era Aristóteles en los tiempos de Jesús, llegó al más alto conocimiento:
reconoció al Mesías en Jesucristo, por el método de Dios: la revelación.
Puedo tomar a cualquier campesino latinoamericano indio, mestizo o afro,
ungido por el Espíritu Santo y demostrar que en materia de conocimiento
del Dios que está más allá de lo físico, un hombre sin educación tiene
mayor autoridad que el mismísimo Aristóteles. Así sea un completo
iletrado, sin educación y sin la más mínima noción de teología.
Dicen que no hay peor ciego que aquél que no quiere ver, al menos
Bartimeo pidió ver a los gritos. Estos ciegos jerarcas teologizados no solo
no quieren ver, sino que reclaman altivamente ver más, mejor y más lejos
que cualquier pobrecito mortal que no haya recibido su título en Teología.
Y luego, también es sintomático, que personas ajenas al ministerio y al
cristianismo genuino y su militancia investida de poder de lo Alto vea más
claro y luminoso que ellos mismos. Y lo que es peor, que gente
latinoamericana, considerada subdesarrollada, ajena al cristianismo haya
empezado a ver en los albores del siglo pasado la incongruencia pagana de
la intervención de la filosofía en la herencia escritural del Señor
Jesucristo. Les transcribo lo que escribió un artista ecuatoriano de la
literatura en 1934, en la primera página del capítulo inicial de su libro
titulado Atahualpa y cuyo nombre es Benjamín Carrión: “Luego, varios
siglos de recogimiento, para dar a esa agua clara del pensar de Cristo una
abstrusa vertebración de filosofías sistemadas que piden prestada su
contextura lógica a Aristóteles –casi siempre Aristóteles- y a otros filósofos
del paganismo; y entre dogmas y apotegmas de exégesis reservada,
ahogan, asfixian, alejan de los hombres la diáfana palabra inquieta y
rebelde de Jesús.” Continúa más adelante con un exacto lenguaje y
significado: “De esta meditación se aprovechó Occidente para saltear al
Cristo en su camino luminoso y robarle su doctrina, para hacerla servir a
sus propios intereses: la explotación del hombre por el hombre.” Y vaya
que sí le ha ido bien en cuanto a sus intereses, hoy día se jacta de su
aristocracia y de sus apóstoles y profetas millonarios de la Televisión
mundial, cuyos discursos materialistas lo único que salvan y multiplican
son sus cuentas bancarias y sus posesiones y privilegios. Al pobre que lo socorra Dios, porque mientras Dios socorra al pobre, ellos pueden
trasquilarlos Biblia en mano. Que a los pobres Dios les dé trabajo y que a
ellos les dé gente que trabaja, y si es posible en trabajos de nivel, porque
es la plata fácil la que los “bendice” a ellos, mientras los ignorantes y
sumisos son “bendecidos” con pan ganado a pulmón y a sudor. Y, claro,
haciendo grandes inversiones para el “señor” y haciéndose “socios” de
“Dios”.
La Teología produce teólogos. Y los produce en cualquier parte, no hay
límite para ello. Los pare en el judaísmo como en el islamismo; en el
catolicismo tanto como en el protestantismo, y hasta en las sectas más
recalcitrantes del protestantismo. Como el slogan publicitario de una
película sobre el narcotráfico: “¡Nadie sale limpio!” Porque cuando de
teología se trata, aunque uno no quiera y aun reconozca que cada regla
tiene su excepción, es difícil no generalizar en este tema. Porque los
teólogos han venido a ser como los fariseos, escribas y saduceos del
Templo, exactamente. Y si de distinciones se trata y de excepciones, estas
no pasan más allá de alguna mención benévola, parecida a las situaciones
de Nicodemo, José de Arimatea o Jairo, quiénes pese al trato deferente
que experimentaron de parte del Cristo y los posteriores redactores del
Nuevo Testamento, y pese a sus altas investiduras y su elevado
conocimiento escritural, jamás calificaron como ministros útiles al
cristianismo que estaba inspirando y fundando el Mesías de Belén.
Los teólogos que pudieran reclamar, ¡y reclaman! ser los padres de la
iglesia protestante, son genuinos hijos de Aristóteles y de la iglesia
católica, la gran ramera universal irredenta, para la cual no hay lugar de
Gloria en el Plan de Salvación del Salvador del Mundo: a cualquiera o a
todos, menos a ella, nunca a ella. Si son padres de algo, son exactamente
los padres del materialismo místico que exhibe la iglesia protestante como
lo más cercano de su expresión y concepto, ¡y consecución!, de la
espiritualidad de la genuina unción del Dios Vivo. Nada más.
Humberto, un pastor de Cali, Colombia, me dijo en cierta conversación
que los teólogos del seminario eran cosa seria, porque conocían a
profundo de la Palabra de Dios. Le respondí que de la Palabra de Dios no
eran grandes conocedores, en el mejor de los casos podían ser tan
conocedores como él y yo, que lo único que tenían los teólogos eran
herramientas materialistas: tenían instrucción sobre interpretación de
texto (hermenéutica), conocían de Filosofía, conocían el arte de elaborar
sermones en lo que ellos denominan Homilética, conocían de sicología y
de dramatizaciones, tanto como para elevar oraciones dramatizadas, como para predicar sermones dramatizados; conocen de hebreo y griego,
pero todo ese aparataje que llevan al hombro no significa para nada que
conozcan la Palabra de Dios. O que la crean. Conocer la Palabra de Dios en
su condición real solo viene por revelación. Y la revelación no nace en los
seminarios ni fluye de sus púlpitos profesionales de engañar y seducir
incautos con el blá, blá de su labia teológica. Porque la regla
naturalmente divina de la Revelación es que esta no es enseñada o
develada por carne ni sangre, sino por el Padre que está en los cielos. Así lo
asentó Jesucristo. Y Dios respecto a su Voluntad de impartir Su revelación
no discrimina a individuo alguno por concepto étnico, social o
educacional. Caso Pedro: no tenía ninguna instrucción muy satisfactoria.
Caso Pablo, un hombre altamente entrenado en materia de enseñanza e
instrucción por Gamaliel, uno de los más célebres maestros del judaísmo.
Luego, el ejercicio de la revelación de Dios en su Palabra ocurre a través
del Espíritu Santo, el mismo Espíritu que inspiró las Sagradas Escrituras. Y
a eso, no lo conocieron jamás ninguno de los muy altos padres filosóficos
de la teología ni estos pobrecillos y míseros intelectuales que comandan el
teológico clon del cristianismo protestante.
En 1973, a finales de ese año terrible para la vida de las personas en Chile,
con una recientemente entrenada dictadura feroz y sangrienta, -“y
Occidental y cristiana”- fui enviado por el pastor Juan Fernández, quién
me ministraba en la Iglesia de Dios de Limache, a un seminario que se
realizaba en la iglesia Bautista de Valparaíso, en la calle Pedro Montt. Un
pastor de ascendencia judía nos impartió la primera clase de Homilética -y
la última para mí-, pues cuando llegó al punto de presentarnos un ejemplo
bíblico de perfecta expresión homilética en un sermón, se refirió a la
primera prédica pública de Pedro, apenas salido del Aposento Alto. El
pobre maestro hebreo de nuestra clase sostuvo allí que Pedro había
hecho un perfecto manejo de la homilética y se explayó explicándonos
todos los elementos al respecto que había exhibido Pedro en su primer
discurso. Remachó la clase recomendándonos tomar como ejemplo el
modelo de la homilía de Pedro para construir las nuestras. Lo que me
colmó fue la absoluta indiferencia que mostró el profesor judío para con la
función inspiradora del Espíritu Santo. En la exposición que dictó jamás
hubo una referencia a esa Unción que había motivado a hablar a Pedro a
todas a esas personas que también se habían reunido allí, precisamente
por ese poderosísimo impacto que significó la primera Investidura de
Poder de lo Alto que experimentaron los suyos. No, lo ejemplar y digno de
ser usado como elemento técnico de elaborar un sermón era esa perfecta
capacidad homilética de Pedro. El Espíritu Santo no tenía arte ni parte en esa expresión suprema de intelectualidad que derrochó Pedro.
Extrañamente, claro, tomando en cuenta que éste era un hombre de
preparación educacional escasa y tal vez nula. Volví a mi iglesia
decepcionado y resuelto a no volver a ninguna otra clase seminarista. Así
se lo anuncié al pastor Juan, al oír mi queja lanzó su característica sonrisita
irónica diciéndome: ¡Je, je, je…! ¡Hijo, la gente de los seminarios no cree
en el Espíritu Santo! Siguió sonriendo cuando le repliqué: Entonces, ¿a
qué ir…?
Los teólogos son audaces e intrépidos, no se conformaron con enseñar,
cosa que no practican bajo la dirección del Espíritu Santo, evidentemente,
por cuanto teología es producto de la razón y el Espíritu de Dios no precisa
de un representante o un socio, o colega que domine las cuestiones de la
razón y el conocimiento abstracto, obviamente. Ellos establecen las reglas
de interpretación escritural, apartando de un manotazo al Espíritu Santo y
su accionar en los hombres y mujeres escogidos por Dios para revelarse a
ellos y en Su Palabra. Ellos “evalúan” la unción de los elegidos de Su
Nombre. Já, y ellos “capacitan” a un ministro de Dios. Ellos “aprueban” –o
desaprueban- el ministerio de los ungidos de Dios. Ellos califican para qué
o cuál es el ministerio que debe practicar un hombre de Dios. En suma,
ellos son los nuevos fariseos profesionales que manufacturan prosélitos
para convertirlos en dos veces más hijos del infierno que ellos mismos.
Tuve una disputa vía internet con un teólogo de Buenos Aires, salí al cruce
de sus palabras muy molesto. Estaba hablando despectivamente de los
ministros que predicaban en el cono suburbano del gran Buenos Aires, por
medio de esa multitud de emisoras F.M. que invadieron el espacio. En
esos programas predica gente que solo sabe expresarse en forma
deficiente, por causa de su extracción social y por culpa de esa condena
premeditada a la exclusión social de por vida que practica el Sistema en su
modelo económico neo liberal y su muy conocido apelativo de capitalismo
salvaje. Estaba ofendido el teólogo por estos “tipos” de tan escasa
educación porque suponían una degradación del cristianismo y
consideraba que gentes así no le hacían ningún favor al cristianismo.
Gente que ni siquiera sabía hablar bien en español, no ayudaba en nada al
prestigio del cristianismo. Opiné que era una barbaridad haber estudiado
tanto y haber acumulado tantos cartones teológicos para terminar
descalificando la unción de un creyente pobre por cuestiones de
gramática y dicción. ¿En donde hubiesen puesto a Pedro y a los otros
discípulos que demostraron una pésima educación y formación cultural
frente al ojo inquisidor de los fariseos? Me replicó muy suelto de cuerpo
que si ese ministro no era educado como correspondía, “¿Cómo lo vamos a evaluar?” Le contesté que recién me enteraba que en los seminarios e
institutos no solo se instruye gente para enseñar de la Biblia, sino que caía
en cuenta de que también los autorizaba a “evaluar” los dones que el
Espíritu Santo repartía. Porque, claro, también sonaba a incongruencia,
pues si solo un hombre altamente entrenado puede funcionar
públicamente en el ministerio cristiano, ¿Qué hacía el Espíritu Santo
bautizando y ungiendo y repartiendo dones y oficios entre los analfabetos
suburbanos? Luego, ¿a qué vendría el Espíritu Santo sobre estos
altamente entrenados teólogos del protestantismo actual si lo
aprendieron todo y fueron altamente calificados por las autoridades del
seminario o el instituto que aprobó sus “unciones” ministeriales, y si ellos
ya escribieron todos los manuales de cómo se construye un cristiano?
Dios está lo suficientemente claro para darse cuenta cabal de que fue
reemplazado y suplantado en sus funciones como Consolador, Guiador,
Enseñador y Comisionador, puede tomar el descanso que quiera, esas
funciones están bien cubiertas acá abajo por este ejército de teólogos que
invadió todo el planeta. Ellos cerrarán las puertas de las iglesias humildes
y reprimirán el accionar de sus ministros humildes con mano ajena, mano
policial, mano estatal, como la mano que usaron los fariseos para asesinar
a Jesús y sus seguidores campesinos, pescadores y suburbanos. Pero Dios
seguirá caminando con ellos, estando en ellos, congregándose en y con
ellos. “¡A los pobres es anunciado el Evangelio…!” Ellos pueden quedarse
con todas las religiones del mundo, con todos los gobiernos del mundo y
repartirse todas las metrópolis de mundo e impartirse todas las jerarquías
que ellos quieran y se les antojen por todo el orbe, eso no molesta en el
cristianismo genuino, eso no molesta ni perturba a los componentes del
cristianismo original, porque son extranjeros y advenedizos, no de forma
semántica, teológica o metafórica, sino de manera literal y real, pues
pertenecen, comprados al precio de sangre de la Deidad, a un Reino que
no es de este mundo.
Los teólogos protestantes miran mucho en los libros proféticos y les gusta
mucho darse las ínfulas manoseando y divagando en el Apocalipsis, pero
de tanto mirar para elucubrar macanas iluministas que impresionen a la
masa ingenua, no se han dado cuenta que ellos no aparecen por ninguna
parte en el futuro hogar de la Novia de Dios, como los maestros
inmaculados de los tontitos analfabetos del Reino. Tampoco se han dado
cuenta que Simón Pedro, el insigne analfabeto que tomó la conducción de
Sus corderos, después de la Ascensión de Jesús, tiene una puerta que lleva
su nombre en la ciudad de Dios y un lugar de alto privilegio junto al Rey,
junto a su Cristo, junto a ese Jesús que el mismo reconoció como el Cristo, hijo del Dios Viviente sin tener noción alguna de escolástica,
hermenéutica, homilética, metafísica, teología, cristología, ni primaria, ni
secundaria, ni terciaria, ni seminario, ni nada. Pedro tiene su nombre en
las puertas de la Ciudad de Dios, así también sus compañeros semi
analfabetos. Ni Sócrates, ni Platón, ni Aristóteles, ni san Agustín, ni
Kieskegaard, ni Hegel, ni aun Nietzsche aparecen privilegiados por sobre
los demás en los reconocimientos y merecimientos que otorga el Rey en la
eternidad. ¡Qué terrible para las expectativas teológicas de los cabezones
intelectuales del Aparato Protestante! Es como una premonición del
inminente: ¡Nunca os conocí!
Pero aun han ido más allá de adjudicarse la autoridad de evaluar y aprobar
a los ungidos de Dios, también le arrebataron a Dios su Voluntad de
cumplir con los designios y terminar las condenas y castigos que impartió
al hombre y la mujer en su absoluta soberanía. No faltaba más, están tan
capacitados en las materias del más allá de lo físico, vía teología
“cristiana”, que por ejemplo, han decretado la libertad de la condena de la
mujer y han decidió declarar la igualdad, incluso ministerial, de la mujer
con el hombre. Así fantochaba uno de esos “profetas mediáticos” del
canal de televisión por cable, en los programas que difunde el canal
Enlace, mientras me encontraba en Colombia: “¡Cómo profeta de Dios –
peroraba- declaro la igualdad del hombre y la mujer! ¡Como profeta de
Dios declaro el derecho de ministrar la palabra en la mujer!” Ni qué decir
la euforia que desató entre las damas del auditorio. En esos mismos días
tuve una disputa con otro teólogo bonaerense al respecto. Él declaraba lo
mismo y aseveraba que todas esas condenas y castigos habían concluido
en la cruz. Le repliqué que desgraciadamente hay cosas que se mantienen
vigentes, y una de esas cosas es la situación de la mujer. El reparto de
castigos a la salida del Edén continúa intacto. Porque si la mujer fue
liberada en la cruz, le comenté, ¿qué sigue ahora? ¿El cese de sus dolores
en el parto? Porque aun sigue pariendo hijos con dolor, aun sigue sujeto
su deseo al hombre y enseñoreada por él. El hombre sigue volviendo al
polvo, sacrificio de cruz mediante y ya consumado hace dos mil años. El
hombre continúa padeciendo la condena de ganar el pan con el sudor de
su frente y la serpiente continúa arrastrándose sobre su vientre. El
hombre sigue viviendo fuera de su hábitat original que era el Paraíso.
Todo eso quedó intacto, porque son cuestiones que debe dirimir Dios, eso
es atributo de Él. A ninguno de sus discípulos les fue encomendada la
misión de dar por terminadas estas sanciones. Pablo mismo es categórico
respecto de la mujer, fundadas ya las primeras iglesias cristianas y caído
ya varias veces el Bautismo del Espíritu Santo, bajo cuyo accionar el cristianismo dio vuelta de cabeza al mundo entero: ¡”Porque no permito a
la mujer enseñar ni tomar autoridad sobre el hombre!” Para más remate,
lanza en un versículo más abajo una acusación que debiera de haber
quedado en nada bajo el sacrificio de la crucifixión, según argumentan los
teólogos modernos del folklore evangélico latinoamericano: “¡…y Adán no
fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en
transgresión!” 1 de Timoteo 2:12 y 14. Cosa rara y curiosa, que tan alto
ministro apostólico, bajo cuya pericia arquitectónica se edificó el
cristianismo original no tomara decisiones respecto a los castigos edénicos
si la muerte de Jesús había anulado todo aquello. Estoy seguro que una
auténtica mujer cristiana, quién de manera legítima desea y merece su
restauración plena, quiere preferencialmente que el mismo Dios que
estableció sus posiciones de inferioridad con el hombre sea quién venga y
declare su libertad y restitución absoluta al propósito original del Creador.
Creo, sin temor a equivocarme, que una genuina cristiana no necesita la
“libertad teológica” de su condición. Estoy seguro que ella no quiere
libertadores teológicos, digo la mujer de Dios, (la mujer eclesiástica agarra
cualquier cosa que le tiren desde un púlpito), ella quiere algo divino a su
favor. La ecuación es sencilla, una hija de Dios se merece un don de su
propio Padre Celestial. No necesita un teólogo ocupando esa función. Dios
no nos prometió padrastros o padres de la iglesia que le reemplazaran en
sus funciones mientras Él “estaba” ausente de la tierra.
Sería un gran aporte para la humanidad, que así como los teólogos han
decretado la igualdad ministerial de la mujer con el hombre, declarasen
ahora la restauración de la serpiente a su condición original, así ella podría
hablarles y declararles la verdad acerca del eslabón perdido a los
evolucionistas, ¡cuántos de ellos caerían de espaldas al oír las
develaciones antropológicas de la culebra legendaria sobre las teorías
darwinistas!
A mí no me parece mal que la iglesia protestante esté repleta de estos
sofistas “cristianos”, según su propio decir, tienen derecho a ser y
comentar y decretar lo que sea, pero no vengan ante los elegidos de Su
Nombre con el chanchullo de los sofismas aristotélicos a explicarnos el
cristianismo. Pongámonos serios. El juego del encanto de la filosofía ha
venido a ser para los intelectuales protestantes un vacilón tan rico como el
vacilón del rock en los músicos comerciales del aparato artístico
protestante: sabiduría y mambo de este mundo. Nunca imaginó
Aristóteles que sus enseñanzas y métodos filosóficos llegarían a
convertirse en la mecánica oficial de la interpretación del cristianismo, sin
haber conocido jamás manifestación alguna de la Deidad en él. Y que no solo manipularían post mortem un ismo “cristiano” que nacería más de
500 años después de su desaparición, sino que también sería la nueva
mecánica teológica del judaísmo y que también se convertiría en el
ordenador racional del Islamismo. Cuando Aristóteles se levante entre
todos esos muertos que acudirán al Gran Juicio Final, se quedará con la
boca abierta. No es para menos, no cualquiera: ateo, muerto y todo,
compite con el Espíritu Santo, y lo desbanca de su condición de oficiante
de la Revelación.
Los teólogos deben comprender que la Biblia no necesita de ellos: ellos
necesitan la Biblia. Deben comprender que la Biblia no fue escrita para ser
interpretada por especialistas. Deben comprender y aceptar que la Biblia
no es el patrimonio cultural de las minorías cultas y educadas, y
adineradas. Deben comprender que la Biblia fue escrita para creyentes
pobres, de escasa educación, que aunque escasamente cultivados la
puedan entender, porque esa comprensión y revelación les será impartida
por el mismo Espíritu que la inspiró a ser escrita. Deben comprender que
la Biblia es exclusivamente un libro destinado al linaje de Dios. Deben
aceptar, aunque les provoque desencanto y pesar, que no pueden y no
deben razonar sobre sus textos de enseñanzas, profecías y su Revelación,
porque, ya lo dijimos, la Biblia ha sido inspirada por el Espíritu de Dios y
solo gente con su Espíritu la comprenderá, sea esta educada, culta,
adinerada, o no.
Ellos se molestan cuando alguien pone en tela de juicio su palabra
profesional o se duda de su palabra personal, Dios no solo se incomoda y
se molesta: se enfurece. Y para evitar todos estos males que trae consigo
el manoseo teológico de Su Palabra, ha dictado esta conocida sentencia:
“¡Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que
están escritas en el libro. Y si alguno quitare las palabras del libro de esta
profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de
las cosas que están escritas en el libro.”! Apocalipsis 22:18 y 19.
Tengo la certeza de que aún hay tiempo para que los teólogos devuelvan
lo que quitaron del libro y corrijan retirando todo lo que han agregado a
este libro. No están siendo advertidos por mí, están bajo la advertencia
del Dios Viviente, del cual cuya iglesia está edificada sobre la roca de la
Revelación y ni las puertas del infierno, ni las del seminario, ni las de la
subliminal teología prevalecerán en contra de ella.
Cierro este capítulo reiterando un pasaje que inserté al comenzarlo: La teología comenzó entre los griegos como una disciplina científica, y la
convergencia de la filosofía griega y la fe bíblica dio lugar al desarrollo de
la gran época de la teología patrística. Aunque el teólogo alemán Adolf
von Harnack lamentó la helenización del evangelio, casi todos los teólogos
coincidieron con Tillich en que la fe bíblica tenía que responder al reto
intelectual de la filosofía griega.
La compañera de diálogos más antigua de la teología ha sido la filosofía.
Sucesivas escuelas de filosofía han inspirado el pensamiento teológico
innovador, han ofrecido categorías para la aclaración de las ideas
teológicas y han interpretado el cambio de intereses de la sociedad.
Y contraponiendo a este pensamiento filosófico, materialista de hecho y
manufacturación por naturaleza, una sentencia bíblica proveniente del
apóstol Pablo, que debiera poner de rodillas a todos los sátrapas
teologistas que manosean a Dios, Su Palabra y Su Revelación santificando
o “cristianizando” los métodos científicos racionalistas de los filósofos
ateos y paganos, o, al menos, hacerlos cambiar de estrategia y que se
vayan a jugar con cualquier otro ismo que no sea el cristianismo con sus
juguetitos escolásticos, porque insultan teológicamente a Dios y la
inteligencia natural de un hijo y una hija de Dios, y les sienta mal, quedan
en ridículo aparatosamente. Podemos leerlo en Primera epístola a Los
Corintios en el capítulo 2, desde el versículo 9 al 16:
Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni
han subido en corazón de hombre, Son las que Dios ha preparado
para los que le aman.
Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu
todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.
Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el
espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las
cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.
Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu
que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha
concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas
por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu,
acomodando lo espiritual a lo espiritual.
Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de
Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se
han de discernir espiritualmente. En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado
de nadie.
Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Más
nosotros tenemos la mente de Cristo.
Repito la última frase de Pablo: “Mas nosotros tenemos la mente de
Cristo”. Eso, claro, en el cristianismo.
Y agrego, para la mala fortuna del gigantesco ejército de teólogos que
comanda ufanamente y muy aristocráticamente, y muy adineradamente
el ignominioso y engañoso aparato protestante, totalmente inútil e
innecesario para la Iglesia del Dios Viviente, que la mente de Cristo no fue,
ni ha sido, ni será influenciada por personas tan mínimas ante la vastedad
de Su Creación humana, por personajes tales como Aristóteles, santo
Tomas de Aquino, Kieskegaard, Nietzsche o personalidades religiosas
tales como Calvino, Lutero o algún Papa o santón carismático: y no será
jamás sometida por Estado alguno, Concejo Mundial de Iglesias o Concilio
Ecuménico alguno, cónclave, coinonía, ejército o espada, en fin. Y de esto
debiera también desprenderse la inmediata comprensión de que si un
cristiano tiene la mente de Cristo y que esta mente no es una cuestión
influenciable por culturas, enseñanzas, religiones o ciencia humanas,
tampoco lo es un cristiano, una cristiana que ha sido renacida en Su
Espíritu.
Es como dije hace unas líneas atrás: déjense de bobadas intelectualoides y
vayan a teologizar a otra parte. Les conviene. Tomen conciencia de lo que
les espera si no rebobinan y proceden a encuadrarse con Dios y con su
Palabra. No sean tan intrépidos y dejen ya de meterse en las manos de
nuestro Padre que está en los cielos. No es muy recomendable caer en las
manos de un Dios Vivo. Y a eso, ustedes mismos lo han usado para
amedrentar y someter en sus organizaciones blasfemas al hombre que
creó Dios con sus propias manos.
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