lunes, 20 de septiembre de 2010

Hno Rafael Mendoza


VII

LA TEOLOGÍA


Ciencia que trata de Dios y de sus atributos y perfecciones.
Los filósofos griegos acuñaron la palabra teología: se basaba en una reflexión racional sobre
Dios, el mundo y la existencia humana.


Teología ascética: Parte de la teología dogmática y moral que trata del 
 ejercicio de las virtudes.

Teología dogmática: La que trata, a través de  los principios revelados, de
las  perfecciones y atribuciones divinas.

Teología  escolástica:  La  dogmática  que  establece  sus  conclusiones,
partiendo  de  las  verdades  reveladas, mediante  el  uso  de  los  principios  y
métodos de la  filosofía escolástica.
  
Teología mística: Parte de la teología dogmática y moral que trata de la 
  perfección de la vida cristiana en las relaciones más íntimas que tiene la 
  mente humana con Dios.
  
Teología moral: Ciencia que  se  refiere a  las aplicaciones de  los principios
de  la teología dogmática o natural al orden de las acciones humanas.
  
Teología natural: La que trata de Dios y de sus atributos a la luz de los 
 principios de la razón, independientemente de las verdades reveladas.
  
Teología pastoral: La que se refiere a las obligaciones de la cura de almas.
  
Teología  positiva:  La  dogmática  que  principalmente  apoya  y  demuestra
sus conclusiones con los principios, hechos y monumentos de la revelación 
 cristiana.  (Extraído  de  Diccionario  de  términos  religiosos    del  sitio  web
info@apocatastasis.com)
 La teología parece una ciencia, puesto que en el estudio de sus contenidos
se aplican procedimientos metodológicos,  críticos e  intelectuales, aunque
difieren  por  completo  de  los  de  las  ciencias  naturales  y  también  de  las
humanas,  ya que  su objeto  final, Dios, no  es accesible a  la  investigación
empírica. 

La teología más antigua  —la  de  los  filósofos  griegos,  que  acuñaron  la
palabra  teología—  se  basaba  en  una  reflexión  racional  sobre  Dios,  el
mundo y la existencia humana. 
La  aproximación  racional  ha  seguido  teniendo  numerosos  partidarios,
como Aquino,  pero  la  llamada  a  la  revelación  como  fuente  de  la  verdad
religiosa  (y por eso  teológica)  también ha  sido notable en  las  tradiciones
cristiana, judía, islámica y en algunas orientales. 

Se puede observar un método  bastante  diferente  entre  los  teólogos
protestantes  de  la  Reforma  y  posteriores  a  ella,  que  han  intentado
fundamentar  la  teología  ciñéndose  tan  sólo a  la Biblia. En  su  forma más
cruda, esto significaba una constante apelación a la Biblia para demostrar
afirmaciones teológicas.

En apariencia similar  a  las  teologías  de  fundamento  bíblico  de  los
escritores protestantes son las de los escritores católicos, que han tratado
de desarrollar teologías fundadas en  los pronunciamientos dogmáticos de
la Iglesia. 

La  teología comenzó entre  los griegos como una disciplina científica, y  la
convergencia de la filosofía griega y la fe bíblica dio lugar al desarrollo de
la  gran  época  de  la  teología  patrística. Aunque  el  teólogo  alemán Adolf
von Harnack lamentó la helenización del evangelio, casi todos los teólogos
coincidieron  con  Tillich  en  que  la  fe  bíblica  tenía  que  responder  al  reto
intelectual de la filosofía griega.

Orígenes y Agustín escribieron también comentarios sobre  los  libros de  la
Biblia, y los dos estuvieron muy influidos por la filosofía de Platón.

La compañera de diálogos más antigua de  la  teología ha  sido  la  filosofía.
Sucesivas  escuelas  de  filosofía  han  inspirado  el  pensamiento  teológico
innovador,  han  ofrecido  categorías  para  la  aclaración  de  las  ideas
teológicas  y  han  interpretado  el  cambio  de  intereses  de  la  sociedad.
(Extraído de Encarta 2009)
 
Me permití transcribir toda esta especie de introducción respecto al tema
de  la Teología, para que hubiese un panorama aproximado, aunque muy
resumido, de lo que es en sí esta disciplina materialista que fue impuesta
exitosamente  en  el  protestantismo  para,  según  consienten  teólogos  y
teologizados, entender mejor y con  la más mínima posibilidad de error a
Dios,  la Biblia y todo cuanto tenga relación con ello. Sucede  lo opuesto a
este deseo convertido ya en condición sine quanon para el estudiante, el
maestro  y  el  sujeto  común  que  se  congrega  en  las  organizaciones  a 
mismas llamadas cristianas.
Y  lo  agregué  también  para  que  después  de  leerlo,  piensen  en  Pedro,
apóstol  de  Jesucristo,  ese  sujeto  casi  analfabeto,  inculto,  un  personaje
popular  de  las  caletas  pesqueras  de  Israel,  una  persona  ajena  a  todo  lo
eclesiástico,  cuyo  apostolado  no  fue  decidido  ni  ordenado  por
denominación  alguna,  jerarquía  alguna,  ni  conseguido  en  seminario
teológico  alguno  y  cuyo ministerio  no  fue  legitimado  jurídicamente  por
estado alguno, pero que  fue el protagonista de  la primera manifestación
de  la revelación a un ser humano bajo  la dirección pastoral de Jesucristo,
quién,  al  comprobar  la  efectividad  de  la  respuesta  que  dio  Pedro  a  su
pregunta,  no  lo  elogió  porque  tal  revelación  había  pasado  con  éxito  las
reglas  teológicas  de  reconocimiento,  convalidación  y  aprobación  de
legitimidad  que  debía  experimentar  la  revelación  para  ser  considerada
genuina,  veraz,  divina.  Con  la  respuesta  de  Jesús  y  el  elogio  de
bienaventuranza hacia  la declaración de Pedro nos debiera quedar  claro
que revelación y teología no tienen nada en común. Y que no solo no son
compatibles ni riman, debiera quedarnos claro que revelación es algo que
escapa a toda ciencia que quiera aplicarse o reglamentarse en función de
calificar la naturaleza, procedencia y veracidad de lo develado al hombre y
la mujer del cristianismo por Dios, el Padre. Porque  la revelación no es  la
consecuencia de una  investigación  exhaustiva ni  el  resultado del  análisis
de  la mente más entrenada en materias eclesiásticas y divinas. Porque  la
revelación es un don de Dios al  individuo y que  solo a  través de Dios  se
consigue.  Y  solo  es  posible  conseguirla  si  Dios  quiere  impartir  a  esa
revelación.  Y  la  recibe  tan  solo  el  sujeto  que  Dios  decide  que  debe  ser
bendecido  con  Su  revelación.  En  el  momento  primigenio  de  la
manifestación de la revelación en Pedro, también debiera quedar bien en
claro, que a partir de ese momento,  Jesús nos enseñaba a  todos  los que
creeríamos en Su Palabra, que la Revelación sería y es el eje fundamental
del cristianismo, ese cristianismo que se practica en Su  Iglesia. Esa  Iglesia
fundamentada en la roca de la Revelación.  Luego, también podemos observar cuan atrevido es el hombre dogmático
organizado, que osa establecer una compleja red de elementos científicos
y  filosóficos, para  razonar, verificar y aprobar  los atributos de Dios y  sus
dones  en  sus  hombres  y  mujeres  elegidos  en  su  presciencia,  en  su
conocimiento  anticipado,  en  su  pensamiento  eterno:  ¡El  hombre,  con
herramientas  teológicas  filosóficas  examinando  a Dios!  Solo  tenemos un
adjetivo para ello: ridículo. Es ridículo.

La  influencia  filosófica  en  lo  que  respecta  a  la  iglesia  gentil  o  el
cristianismo  occidental,  se  la  debemos  a  los  griegos.  Ellos  ya  habían
penetrado  cultural  y  religiosamente  a  la nación  judía.  Sócrates,  Platón  y
Aristóteles  habían  logrado  cautivar  a  los  intelectuales  judíos  de manera
contundente y eficaz.  Jamás pensó Moisés que sus Diez mandamientos y
todos aquellos preceptos, leyes y ordenanzas recibidas por la propia mano
y voz del Gran Yo Soy acabarían fiscalizados por las doctrinas filosóficas de
los  insignes  y  muy  famosos  pensadores  jamás  convertidos  a  Dios.
Recordemos que en uno de  los párrafos que  incluyo al comienzo de este
capítulo  nos  dice  que  la misma  palabra  teología  fue  acuñada  por  estos
filósofos y no estaba referida y definida como un vocablo de procedencia
o significado espiritual y divino, era y es tan solo un vocablo  inspirado en
la  razón  científica.  Porque  para  ellos  significaba  una  disciplina  científica,
en  la  cual    reflexionaban  racionalmente  sobre  Dios,  la  naturaleza,  el
mundo  y  la  raza  humana. No  había  presencia  del  Espíritu  Santo  allí. No
había  inspiración divina allí. Ni voz divina, ni  la Deidad estableciendo a  la
filosofía como una herramienta de comprensión de Sí mismo y su Palabra. 

Los  filósofos  adiestrados  bajo  los  conceptos  y  enseñanzas  de  estos  tres
grandes  pensadores  griegos  estiman  que  solo  el  razonamiento  filosófico
abstracto proporciona un conocimiento verdadero. Esa consigna es  la que
lograron  infiltrar e  imponer bajo  la  interpretación “cristiana” que hoy en
día se  le da, se concibe y se  interpreta al vocablo teología. Aristóteles, el
gran discípulo de Platón, que  a  su  vez  fue  el  gran discípulo de  Sócrates,
sostenía  que  el  conocimiento  abstracto  era  superior  a  cualquier  otro.
Podía o no podía tener razón -porque si ocupamos  las reglas de  juego de
la filosofía, podemos decir así si estamos de acuerdo con Nietzsche, quién
decía  que  la  filosofía  tiene  el  encanto  de  que  una  teoría  puede  ser
refutada  con  otra-,  pero  tenga  o  no  tenga  razón  Aristóteles  con  su
ponderación  de  la  superioridad  del  conocimiento  abstracto,  eso  todavía
no tiene nada que ver con Revelación, Dios, cristianismo. Todavía seguía y
sigue siendo un ejercicio pensante analítico natural de  la mente humana,
que  puede  practicarse  perfectamente  sin  la  unción  del  Espíritu  Santo. Porque un individuo ungido genuinamente del Espíritu de Dios, no precisa
de  las  herramientas  filosóficas  establecidas  por  agnósticos,  incrédulos  o
racionalistas  para  comprender  ese  Dios  que  lo  unge,  ese  Dios  que  lo
inspira, ese Dios que  le enseña y ese Dios que  lo guía. Porque encima de
todo  eso,  Sócrates, Platón, Aristóteles  y demases paladines  griegos  y no
griegos de  la  filosofía no  fueron hombres elegidos por Dios para ninguno
de  sus  emprendimientos  de  acercamiento,  conducción,  enseñanza  y
salvación de  los hombres, no tienen status divino como  los profetas y  los
discípulos  que  devinieron  más  tarde  en  los  primeros  apóstoles  del
cristianismo genuino y original.
Esta poderosa pléyade de hombres con mentes altamente entrenadas en
el razonar, analizar, el pensar en esa inefable disciplina de la filosofía, que
quiere decir amor por la sabiduría, como decía anteriormente, penetraron
cultural  y  religiosamente  a  los  pensadores  “cristianos”  que  fueron
llamados  los padres de  la  iglesia.  Lo que  tenemos que dejar  en  claro  es
que hace  falta allí un adjetivo que establezca con exactitud   a padres de
qué iglesia se refieren cuando nos enseñan de padres de la iglesia. Porque
no se trata de padres de  la  Iglesia del Dios Viviente, empecemos por ahí,
no  se  trata  de  los  padres  de  lo  que  el  Señor  Jesús  declara  cuando
responde  a  Pedro:  ¡Sobre  esta  roca  edificaré  mi  iglesia!  Pongámonos
serios y evitemos la incongruencia. Porque Jesucristo en ninguna manera y
en ninguno de los párrafos de la Biblia nos enseña, promete, nos ordena o
nos advierte de una  cosa  tal  como padres de Su  iglesia. Y  si empezamos
por  dar  un  simple  vistazo  a  la  historia  de  estos  padres  de  la  iglesia  nos
daremos  cuenta  en  seguida  que  se  trata  de  padres  de  la  iglesia
denominacional, sectaria, dogmática, racional, filosófica: teológica

Tertuliano,  por  ejemplo,  nacido  en  Cartago,  antigua  ciudad  cerca  de
Túnez,  el  160  y muerto  en  el  220  de  la  era  cristiana,  conocido  como  el
primer gran escritor del cristianismo, profundo conocedor de  la  literatura
griega y  latina, pese a ser declarado hereje por  la  iglesia católica, ha sido
reconocido como uno de los primeros padres de la iglesia. En efecto así es,
pero,  de  ese modelo  intelectual  y  filosófico  de  iglesia  denominacional  y
nicolaíta  que  ya  empezaba  a  tomar  cuerpo  y  forma  (que  ya  exhibía
personajes reconocidos con el título de Papa, según la historia de la iglesia
católica,  empezando  por  el  nombramiento  autoritario  y  dogmático  del
mismo Pedro), cuando Constantino convocó a  la reunión clave y decisiva,
para  institucionalizar  oficialmente  a  este  clon  del  cristianismo  que  ha
engañado al mundo entero con todo y religiones incluidas. Orígenes, nacido en Alejandría en el 185  y muerto en el 284 de nuestra
era,  gran  teólogo  y exégeta  (interpretador de  textos) bíblico, uno de  los
más  famosos  autores  de  la  iglesia  primitiva  (tampoco  se  especifica  cual,
porque  de  la  iglesia  primitiva  que  ungió  a  los  suyos  en  Pentecostés  se
perdió  el  rastro),  nacido  en  el  cristianismo,  en  Alejandría,  gran  asceta
cristiano, dice la historia que se castró para no sucumbir a las tentaciones
de  la  carne.  Estuvo  envuelto  en  un  clásico  problema  eclesiástico-
jurisdiccional, tal como se estila ahora: fue invitado a Jerusalén y a Cesarea
a  hablar  sobre  las  Escrituras  y  allí  fue  nombrado  Presbítero  (no  era  la
iglesia  primitiva  original  la  que  practicaba  esos  nombramientos),  sin
consultar a Demetrio, de Alejandría, bajo cuya  jurisdicción se encontraba
el  ministerio  de  Orígenes.  Fue  sancionado  por  partida  doble  por  las
autoridades  de  Alejandría:  le  fue  prohibido  enseñar  y  le  fue  quitado  el
sacerdocio.  ¡Qué  sintomático!  Es  vieja  esa  costumbre  de  fiscalizar  los
dones de Dios en el hombre en la iglesia falaz organizada. Establecido más
tarde en Cesarea fundó una escuela de teología, filosofía y literatura.
 En  el año 354, nacía en Argelia el más grande los padres de la iglesia y el
primer Doctor de la iglesia “cristiana”, Agustín, conocido como san Agustín
de Hipona  por  su  consagración  de  obispo  en Hipona,  actual Annaba,  en
Argelia. Entre sus muchas disciplinas fue maestro de Retórica, influenciado
por  el  Neoplatonismo.  Su  perfil  fue  comparado  al  de  Pablo  entre  los
apóstoles  cuando  de  distinguirlo  entre  los  otros  padres  y  doctores  de  la
iglesia se trataba. Gran escritor, prolífico y señero. Tan importante ha sido
su prestigio intelectual y filosófico en el seno de la iglesia que aun Calvino
y Lutero fueron influenciados por sus ponencias y enseñanzas.
Sócrates fue maestro de Platón y éste lo fue de Aristóteles. Los tres dioses
que marcaron un antes y un después en toda la historia de la filosofía, no
sólo asombraron,  impresionaron e  influenciaron al mundo entero, tal vez
aun no están enterados que se convirtieron en los verdaderos paradigmas,
maestros  ocultos  y  gurúes  del  cristianismo  occidental  con  el  cual  nos
“cristianizaron”  los  “santos”  hijos  de  los  “santos  padres”  de  la  "santa
madre  iglesia",  que  fueron  iluminados  por  la  lógica  y  la  razón  de  la
“santísima trinidad” de la filosofía griega.  
Ese “cristianismo teológico”, en realidad, tiene una definición más exacta y
menos hipócrita, porque al menos no podemos acusar a  los  filósofos del
ancestro de hipocresía, a ese ejercicio no le denominaron nada parecido a
algo que tenga que ver con la cuestión cristiana o espiritual, a eso ellos le
llamaron  metafísica,  una  materia  especulativa  acerca  de  la  sustancia,
causalidad,  naturaleza  del  ser  y  existencia  de  Dios.  Lo  que  otros
escolásticos medievales  llamaron  transfísica  (más allá de  lo  físico), con  lo cual  enseñaban  la  transición  filosófica  desde  el  orden  físico  hasta  un
mundo más  allá  de  la  perfección.  En  otras  palabras: materialismo  puro,
puro  ejercicio  intelectual  racional,  a  lo  cual,  en  el  momento  de  cruzar
claustros,  conventos,  capillas,  órdenes  religiosas,  pre  reformadores,
reformadores  protestantes,  contra  reformadores  católicos,  sinagogas
judías,  territorios  islámicos,  adquirió  el  misticismo  que  le  dio  el  toque
religioso con el cual no fue pensado en su origen. Sincretismo del más alto
nivel  ejercitado  por  los  cuatro  íconos  mayores  que  defienden
supuestamente  a  una  misma  única  Deidad:  católicos  y  protestantes,
islámicos  y  judíos.  Tomás  de  Aquino  declaró  que  el  propósito  de  la
metafísica era  la cognición (conocimiento de Dios) a través de un estudio
causal de  los  seres  finitos  sensibles.  Lindo y emotivo, poético y delicado,
pero de un plumazo inutiliza y deja pisando en falso y levantando el dedo
por  si  le  dan  esférica  al mismo  Señor  Jesucristo,  quién  sostiene  que  su
método  de  darse  a  conocer  al Hombre  es  la Revelación. Absolutamente
distinta y superior al concepto científico  racional de  la metafísica. Luego,
podemos  observar  que  revelación  es  un  término  que  acuñó  el  mismo
Maestro de Galilea, contra el término metafísica, que ni siquiera lo acuñó
algún  devoto  de  las  cuatro  principales  religiones  deístas,  pues  fue  el
filósofo  griego  Andrónico  Rodas  quien  lo  popularizó  el  año  70  antes  de
Cristo, al reunir los tratados aristotélicos sobre esta disciplina racional que
cautivó cristianos, judíos e islámicos al mismo tiempo.
Baruch Spinoza, gran teólogo y filósofo holandés, hijo de padres  judíos, y
formado  en  el  estudio  de  las  fuentes  tradicionales  del  judaísmo,  con
especial atención en el Talmud, abandonó todas esas enseñanzas y se hizo
discípulo de la filosofía, teniendo como mayor lumbrera en este campo las
enseñanzas de Platón. Él se despachó la siguiente sentencia metafísica: “El
intuitivo conocimiento humano de Dios es  la fuente de un amor espiritual
de Dios, que a su vez es parte del amor en que Dios se ama a sí mismo.”
¿?¿?¿? Un auténtico ejemplo de  la  razón pura, un verdadero himno a  la
potencialidad  supra  terrenal de  la mente humana, parece muy  cristiano,
espiritual  e  inspirado,  pero,  pero…atropella  la  Escritura  violentamente:
“Porque  de  tal manera  amó Dios  al mundo  que  dio  a  su  hijo Unigénito,
para que todo aquél que en Él crea no se pierda…” Baruch nos plantea una
interrogante bien jodida con su aseveración metafísica: si el conocimiento
humano intuitivo de Dios en el hombre es la fuente del amor de Dios, ¿de
dónde saca Dios entonces esa declaración posesiva y superlativa de amor?
¿El minúsculo  hombre  es  el  proveedor  del  amor  de  Dios? Nadie  ama  a
Dios con amor humano, eso solo alcanza para amarse a sí mismo. Pero cae
bien  en  las  masas  religiosas  discapacitadas  de  espiritualidad  genuina, incapacitados  de  una  revelación  que  provenga  de  la misma  fuente  que
reveló el misterio de la condición de Cristo: el Padre que está en los cielos,
que no gobierna el universo desde el conocimiento  intuitivo del hombre.
Este  es  un  discurso  no  apto  para  hijos  e  hijas  de  Dios,  insuficiente  y
deficiente discurso para hijos e hijas, este es un clásico discurso para  las
masas que solo alcanzan a manifestar el grado natural de inclinación a una
religión que se manifiesta en todos los hombres. Es bello y grato discurso
para  las  jerarquías  religiosas  que  jamás  alcanzaron  su  Aposento  Alto  y
otean en  la  intelectualidad eso, ese algo metafísico que  les parezca algo
supra  terrenal,  elevado, místico.  Por  si  fuera  poco  lo  tienen  en  grandes
personalidades  extranjeras,  primer  mundistas,  que  aun  impactan  e
impresionan por tan solo venir del Viejo Mundo o de USA, hablando raro,
complicado, educados y gramaticales hasta la incomprensión; dialécticos y
filosóficos  hasta  lo  poético,  fácilmente  confundible  con  la  inspiración
divina a estas gentes de mediano alcance y hábilmente desviadas de  sus
propias y  legítimas vías al conocimiento de un Biblia ya  traducida a  toda
lengua  respectiva.  No  errarían  yendo  en  pos  de  estos  maestros  de  la
idiomática,  la  filología,  la  sicología,  la  filosofía,  la metafísica,  la  teología:
“Erráis  ignorando  las  Escrituras…”  Mateo  22:29.  Palabras  de  Jesús  a  las
cuales no se  le da ni  las más mínima  importancia en el círculo elitista de
los teólogos eclesiásticos.
Escolasticismo  es  la  rama  que  ha  vuelto  locos  a  los  “estudiosos”  de  la
Biblia, a los “maestros” de la Biblia, a los teólogos del protestantismo. Es la
disciplina  que  se  encarga  directamente  de  “calificar”,  “comprender”  y
“avalar” el contenido sobrenatural de  la Revelación cristiana mediante  la
filosofía y la ciencia de Aristóteles. Como todo ismo sofista, condenado al
“encanto” de que en la filosofía una teoría refuta la otra, el primer intento
de  escolasticismo  sufrió  su  desgaste  y  su  proceso  de  saturación,  para
tener  un  leve  renacimiento  en  el  siglo  XVI.  Pero,  como  no  solo  tiene  el
encanto de ser propensa a conocer la refutación en manos de otra teoría,
hoy en día goza de buena salud y ¡tan encantadora ella! Nunca  le faltó el
amante  religioso  que  la  pusiera  al  servicio  del  “cristianismo”    y  la
“edificación” de  sus ministros.  Y  es  así,  como hasta  en Chile, uno de  los
últimos países del fin del mundo geográficamente, tuvo su paladín en un
chileno  llamado  Clarence  Finlayson  (que,  de  chileno,  ni  el  nombre  ni  el
apellido denota algo de chileno), en el primer tercio del siglo Veinte, con
lo  cual nos  testifica desde  las  regiones australes  sudamericanas que aun
sigue respirando, vivita y coleando.
Los  filósofos “apostólicos” del “cristianismo  teologizado”  rematan bien el
punto  cuando  declaran:  “Las  doctrinas  del  escolasticismo  tienden  a orientar la razón humana hacia la comprensión de la doctrina cristiana” El
objetivo es negar derechamente  las  funciones del Espíritu Santo. “…Él os
enseñará  todas  las  cosas…”  Huérfanos  miserables  de  la  Investidura  de
poder de lo Alto buscan refugio en la razón, en el raciocinio, en el ejercicio
intelectual,  no  les  queda  otra,  absolutamente  incrédulos  de  Dios  y  su
Revelación  y  del  Poder  que  lleva  a  esta  Revelación,  están  obligados  a
buscar  la alternativa: y san Aristóteles,  la tercera persona de  la santísima
trinidad filosófica les había señalado ya la salida. Claro, no por revelación,
sino por acierto de la razón, pero para el caso, a caballo regalado no se le
miran los dientes. Vino bien, fue útil para levantar el poderoso imperio del
Vaticano  y  ha  servido  para  levantar  -a  media  altura  al  menos-  al
acomplejado y obstinado aparato protestante, que no ha escatimado nada
para  conseguir  un  sitial  de  “honor”  entre  las más  grandes  religiones  del
mundo entero.
En  eso  estriba  la  transgresión  más  canallesca,  el  desafío  más
incongruente,  el  atrevimiento  más  pagano  y  blasfemo  de  la  iglesia
organizada  en  contra  de  Dios:  Han  sometido  al  análisis,  al  control  y  al
veredicto del  razonamiento  filosófico a Dios,  Su Palabra,  Su Espíritu,  Sus
hombres  y  mujeres,  y  Su  Revelación.  ¿Habrase  visto:  Dios,  y  su  obra
completa, sometido al consejo racional de filósofos ateos y paganos?
La orden del  Jesús  resucitado y  listo para ascender a  la Gloria del Padre,
fue nítida  y  totalmente  comprensible:  “¡Quedaos en  Jerusalén hasta que
seáis  investidos de poder de  lo Alto!” No  fueron ordenados a empaparse
de  la  filosofía  griega,  no  fueron  ordenados  a  involucrarse  en  los
razonamientos  metafísicos  o  escolásticos  para  ser  útiles  al  cristianismo
naciente, para ser perfectos ministros del cristianismo naciente.
Él  no  comisionó  a  los  suyos  a  usar  las  herramientas  filosóficas  para
“ayudar” a  la  Investidura de poder de  lo Alto, para ordenar y organizar a
esa  investidura  de  poder  de  lo  alto  y  los  dones  que  traería  consigo.  La
investidura de poder de  lo Alto es el Espíritu Santo y el Espíritu Santo es
Dios. Dios no necesita  la tarea filosófica de  la tríada griega que  influenció
al  mundo  y  su  religión  organizada.  Hay  allí  una  evidente  ceguera
“teológica”. Una  grosera  ceguera  “teológica”. Una  lastimera  y miserable
ceguera “teológica.”
Revelación  y  Razón  son  opuestos.  Dicho  de  otra  manera:  Revelación  y
Teología  son  opuestos:  en  tanto  la  última  es  una  disciplina  científica
creada por filósofos griegos, la Revelación proviene del seno del Padre que
está en los cielos. Ni siquiera riman. Así también son opuestos los ungidos
ministeriales  del  cristianismo  genuinos,  con  los  teólogos  de  las
denominaciones organizadas. Ni siquiera riman. Lo más  cerca  que  la  filosofía  estuvo  del  cristianismo  fue  cuando  Pablo
visitó el Areópago de Atenas y  tomando como ejemplo  la estatua al dios
no  conocido predicó  al Dios Verdadero.  ¡Ojo!   No  fue  a debatir  teología
cristiana  con  los  teólogos  legítimos  del  legado  aristoteliano.  En  otras
palabras,  no  fue  a  exponer  la  teología  cristiana,  no  fue  a  disputar  de
teología cristiana para pavonearse de culto,  intelectual y poseedor de un
profundo  conocimiento  abstracto  y metafísico  de Dios;  tampoco  ocurrió
que  Pablo  acudió  allí  en  demanda  de  preparación  teológica  para
perfeccionar su poderoso y abarcativo ministerio apostólico. Quiero decir
que no fue a plantear un intercambio del conocimiento: fue a presentar a
Dios en el mero centro del templo de los filósofos. 
Como  tampoco  fue  a  vender  la  pomada  que  venden  los  teólogos
protestantes del presente: “¡Oh, aleluya, hermanos! Mirad cuán bueno es
nuestro Dios:  ha  tomado  vuestra  teología,  vuestra metafísica  y  vuestros
racionamientos  lógicos del conocimiento abstracto y  los ha convertido en
poderosas    herramientas  escatológicas  del  cristianismo.  Demos  Gloria  a
Dios, hermanos ecuménicos del gran  templo de Atenas. Oh,  cuan grande
es  Él…!”  Absolutamente  no,  porque  Pablo  no  era  ningún  miserable
iluminado  místico  protestante  de  cubil  seminarista  teológico:  era  un
apóstol  de  Jesucristo,  apartado  por  el  Espíritu  Santo  para  el ministerio. 
Los  filósofos  quedaron  tan  impresionados  que  hasta  Dionisio,  el
aeropagita creyó a Pablo y se hizo discípulo. Je, porque era una de dos: o
Pablo se convertía en filósofo y teólogo o los sofistas se hacían cristianos. 
Hechos 17: 22 al 34.
Lo más  llamativo de toda esta empecinada y afiebrada obstinación por  la
teología aristotélica, la metafísica y el razonamiento abstracto, es el hecho
de que Aristóteles,  jamás concibió a Dios como Dios. No  tenía noción de
Deidad, de Ser Supremo, de Creador en la concepción divina, majestuosa y
Soberana que cualquiera de sus hijos e hijas ungidos tiene con respecto a
Dios. Para Aristóteles, ese Ente, esa Cosa, esa Fuerza Superior que había
más  allá  de  lo  Físico  era  lisa  y  llanamente  un  Gran  Motor,  según  sus
propias palabras definitorias. Eso era  todo  lo que  significaba para él Eso,
eso que  le  llamaba  la atención a su  intrínseco, curioso,  inquieto, agudo y
prolífico oficio de razonar, razonar, razonar.  Muy grande pensador sofista,
el gran padre,  si  se quiere, de  la  filosofía, pese a  los anteriores, Platón y
Sócrates  incluidos;  el  súper  artífice  de  las  leyes  físicas,  abstractas,
políticas, artísticas y religiosas que conforman y sostiene al Sistema. Pero,
toda su sapiencia y  agudeza racionalista no le llevó jamás al conocimiento
de Dios. Murió  ignorándolo. Absolutamente  ignorante  de Dios.  La  razón
jamás le puso a las puertas de la Revelación. La Razón no le fue camino a
Dios. La razón filosófica no es el Camino.  Lutero sencillamente se refirió a este gran sofista y su obra con un brioso insulto: Lutero manifestó una viva
contrariedad  hacia  el  aristotelismo.  Llamó  a  Aristóteles  asno  ocioso,  lo
juzgó como un pagano, dañado, orgulloso y bribón. Con esto no podemos
decir que fuese fideísta. Para Lutero  la razón es  importante en su ámbito,
pero  si pretende entrar en  la Revelación y  juzgarla,  llega a meretriz.  (Los
inicios de la reforma luterana)
El mismo Pedro, sin ser el elevado intelectual materialista y célebre que ya
era Aristóteles  en  los  tiempos  de  Jesús,  llegó  al más  alto  conocimiento:
reconoció  al Mesías  en  Jesucristo,  por  el método  de Dios:  la  revelación.
Puedo tomar a cualquier campesino latinoamericano indio, mestizo o afro,
ungido por el Espíritu Santo y demostrar que en materia de conocimiento
del  Dios  que  está más  allá  de  lo  físico,  un  hombre  sin  educación  tiene
mayor  autoridad  que  el  mismísimo  Aristóteles.  Así  sea  un  completo
iletrado, sin educación y sin la más mínima noción de teología.
Dicen  que  no  hay  peor  ciego  que  aquél  que  no  quiere  ver,  al  menos
Bartimeo pidió ver a  los gritos. Estos ciegos  jerarcas teologizados no solo
no quieren ver, sino que reclaman altivamente ver más, mejor y más lejos
que cualquier pobrecito mortal que no haya recibido su título en Teología.
Y  luego,  también  es  sintomático,  que  personas  ajenas  al ministerio  y  al
cristianismo genuino y su militancia investida de poder de lo Alto vea más
claro  y  luminoso  que  ellos  mismos.  Y  lo  que  es  peor,  que  gente
latinoamericana,  considerada  subdesarrollada, ajena al  cristianismo haya
empezado a ver en los albores del siglo pasado la incongruencia pagana de
la  intervención  de  la  filosofía  en  la  herencia  escritural  del  Señor 
Jesucristo.  Les  transcribo  lo  que  escribió  un  artista  ecuatoriano  de  la
literatura  en  1934,  en  la  primera  página  del  capítulo  inicial    de  su  libro
titulado  Atahualpa  y  cuyo  nombre  es  Benjamín  Carrión:  “Luego,  varios
siglos de recogimiento, para dar a esa agua clara del pensar de Cristo una
abstrusa  vertebración  de  filosofías  sistemadas  que  piden  prestada  su
contextura lógica a Aristóteles –casi siempre Aristóteles- y a otros filósofos
del  paganismo;  y  entre  dogmas  y  apotegmas  de  exégesis  reservada,
ahogan,  asfixian,  alejan  de  los  hombres  la  diáfana  palabra  inquieta  y
rebelde  de  Jesús.”  Continúa  más  adelante  con  un  exacto  lenguaje  y
significado:  “De  esta meditación  se  aprovechó Occidente  para  saltear  al
Cristo en  su camino  luminoso y  robarle  su doctrina, para hacerla  servir a
sus  propios  intereses:  la  explotación  del  hombre  por  el  hombre.”  Y  vaya
que    le  ha  ido  bien  en  cuanto  a  sus  intereses,  hoy  día  se  jacta  de  su
aristocracia  y  de  sus  apóstoles  y  profetas  millonarios  de  la  Televisión
mundial,  cuyos  discursos materialistas  lo  único  que  salvan  y multiplican
son  sus cuentas bancarias y  sus posesiones y privilegios. Al pobre que  lo socorra  Dios,  porque  mientras  Dios  socorra  al  pobre,  ellos  pueden
trasquilarlos Biblia en mano. Que a  los pobres Dios  les dé trabajo y que a
ellos les dé gente que trabaja, y si es posible en trabajos de nivel, porque
es  la  plata  fácil  la  que  los  “bendice”  a  ellos, mientras  los  ignorantes  y
sumisos  son  “bendecidos”  con pan ganado a pulmón y a  sudor. Y,  claro,
haciendo  grandes  inversiones  para  el  “señor”  y  haciéndose  “socios”  de
“Dios”.

La  Teología  produce  teólogos.  Y  los  produce  en  cualquier  parte,  no  hay
límite  para  ello.  Los  pare  en  el  judaísmo  como  en  el  islamismo;  en  el
catolicismo  tanto  como  en  el  protestantismo,  y  hasta  en  las  sectas más
recalcitrantes  del  protestantismo.  Como  el  slogan  publicitario  de  una
película    sobre  el  narcotráfico:  “¡Nadie  sale  limpio!”  Porque  cuando  de
teología  se  trata, aunque uno no quiera  y aun  reconozca que  cada  regla
tiene  su  excepción,  es  difícil  no  generalizar  en  este  tema.  Porque  los
teólogos  han  venido  a  ser  como  los  fariseos,  escribas  y  saduceos  del
Templo, exactamente. Y si de distinciones se trata y de excepciones, estas
no pasan más allá de alguna mención benévola, parecida a las situaciones
de Nicodemo,  José de Arimatea o  Jairo, quiénes pese  al  trato deferente
que  experimentaron  de  parte  del  Cristo  y  los  posteriores  redactores  del
Nuevo  Testamento,  y  pese  a  sus  altas  investiduras  y    su  elevado
conocimiento  escritural,  jamás  calificaron  como  ministros  útiles  al
cristianismo que estaba inspirando y fundando el Mesías de Belén.
Los  teólogos  que  pudieran  reclamar,  ¡y  reclaman!  ser  los  padres  de  la
iglesia  protestante,  son  genuinos  hijos  de  Aristóteles  y  de  la  iglesia
católica,  la gran  ramera universal  irredenta, para  la  cual no hay  lugar de
Gloria  en  el Plan de  Salvación del  Salvador del Mundo:  a  cualquiera o  a
todos, menos a ella, nunca a ella. Si son padres de algo, son exactamente
los padres del materialismo místico que exhibe la iglesia protestante como
lo  más  cercano  de  su  expresión  y  concepto,  ¡y  consecución!,  de  la
espiritualidad de la genuina unción del Dios Vivo. Nada más. 
Humberto,  un  pastor  de  Cali,  Colombia, me  dijo  en  cierta  conversación
que  los  teólogos  del  seminario  eran  cosa  seria,  porque  conocían  a
profundo de  la Palabra de Dios. Le respondí que de  la Palabra de Dios no
eran  grandes  conocedores,  en  el  mejor  de  los  casos  podían  ser  tan
conocedores  como  él  y  yo,  que  lo  único  que  tenían  los  teólogos  eran
herramientas  materialistas:  tenían  instrucción  sobre  interpretación  de
texto  (hermenéutica), conocían de Filosofía, conocían el arte de elaborar
sermones en  lo que ellos denominan Homilética, conocían de  sicología y
de  dramatizaciones,  tanto  como  para  elevar  oraciones  dramatizadas, como para predicar sermones dramatizados; conocen de hebreo y griego,
pero todo ese aparataje que  llevan al hombro no significa para nada que
conozcan la Palabra de Dios. O que la crean. Conocer la Palabra de Dios en
su condición real solo viene por revelación. Y la revelación no nace en los
seminarios  ni  fluye  de  sus  púlpitos  profesionales  de  engañar  y  seducir
incautos  con  el  blá,  blá  de  su    labia  teológica.  Porque  la  regla
naturalmente  divina  de  la  Revelación  es  que  esta  no  es  enseñada  o
develada por carne ni sangre, sino por el Padre que está en los cielos. Así lo
asentó Jesucristo. Y Dios respecto a su Voluntad de impartir Su revelación
no  discrimina  a  individuo  alguno  por  concepto  étnico,  social  o
educacional. Caso Pedro: no tenía ninguna  instrucción   muy satisfactoria.
Caso Pablo, un hombre altamente entrenado en materia de enseñanza e
instrucción por Gamaliel, uno de los más célebres maestros del judaísmo.
Luego, el ejercicio de  la  revelación de Dios en su Palabra ocurre a  través
del Espíritu Santo, el mismo Espíritu que  inspiró  las Sagradas Escrituras. Y
a eso, no lo conocieron jamás ninguno de los muy altos padres filosóficos
de la teología ni estos pobrecillos y míseros intelectuales que comandan el
teológico clon del cristianismo protestante. 
En 1973, a finales de ese año terrible para la vida de las personas en Chile,
con  una  recientemente  entrenada  dictadura  feroz  y  sangrienta,  -“y
Occidental  y  cristiana”-  fui  enviado  por  el  pastor  Juan  Fernández,  quién
me ministraba  en  la  Iglesia  de  Dios  de  Limache,  a  un  seminario  que  se
realizaba en  la  iglesia Bautista de Valparaíso, en  la calle Pedro Montt. Un
pastor de ascendencia judía nos impartió la primera clase de Homilética -y
la última para mí-, pues cuando llegó al punto de presentarnos un ejemplo
bíblico  de  perfecta  expresión  homilética  en  un  sermón,  se  refirió  a  la
primera  prédica  pública  de  Pedro,  apenas  salido  del  Aposento  Alto.  El
pobre  maestro  hebreo  de  nuestra  clase  sostuvo  allí  que  Pedro  había
hecho  un  perfecto manejo  de  la  homilética  y  se  explayó  explicándonos
todos  los  elementos  al  respecto  que  había  exhibido  Pedro  en  su  primer
discurso.  Remachó  la  clase  recomendándonos  tomar  como  ejemplo  el
modelo  de  la  homilía  de  Pedro  para  construir  las  nuestras.  Lo  que me
colmó fue la absoluta indiferencia que mostró el profesor judío para con la
función  inspiradora  del  Espíritu  Santo.  En  la  exposición  que  dictó  jamás
hubo una referencia a esa Unción que había motivado a hablar a Pedro a
todas a esas personas que  también  se habían  reunido allí, precisamente
por  ese  poderosísimo  impacto  que  significó  la  primera  Investidura  de
Poder de lo Alto que experimentaron los suyos. No, lo ejemplar y digno de
ser usado como elemento técnico de elaborar un sermón era esa perfecta
capacidad homilética de Pedro. El Espíritu Santo no tenía arte ni parte en esa  expresión  suprema  de  intelectualidad  que  derrochó  Pedro.
Extrañamente,  claro,  tomando  en  cuenta  que  éste  era  un  hombre  de
preparación  educacional  escasa  y  tal  vez  nula.  Volví  a  mi  iglesia
decepcionado y resuelto a no volver a ninguna otra clase seminarista. Así
se lo anuncié al pastor Juan, al oír mi queja lanzó su característica sonrisita
irónica diciéndome:  ¡Je,  je,  je…!  ¡Hijo,  la gente de  los seminarios no cree
en  el  Espíritu  Santo!    Siguió  sonriendo  cuando  le  repliqué:  Entonces,  ¿a
qué ir…? 
Los  teólogos  son  audaces  e  intrépidos,  no  se  conformaron  con  enseñar,
cosa que no practican bajo la dirección del Espíritu Santo, evidentemente,
por cuanto teología es producto de la razón y el Espíritu de Dios no precisa
de un representante o un socio, o colega que domine las cuestiones de la
razón y el conocimiento abstracto, obviamente. Ellos establecen las reglas
de interpretación escritural, apartando de un manotazo al Espíritu Santo y
su accionar en los hombres y mujeres escogidos por Dios para revelarse a
ellos  y  en  Su  Palabra.  Ellos  “evalúan”  la  unción  de  los  elegidos  de  Su
Nombre. Já, y ellos “capacitan” a un ministro de Dios. Ellos “aprueban” –o
desaprueban-  el ministerio de los ungidos de Dios. Ellos califican para qué
o  cuál es el ministerio que debe practicar un hombre de Dios. En  suma,
ellos  son  los  nuevos  fariseos  profesionales  que manufacturan  prosélitos
para convertirlos en dos veces más hijos del infierno que ellos mismos.
Tuve una disputa vía internet con un teólogo de Buenos Aires, salí al cruce
de  sus  palabras muy molesto.  Estaba  hablando  despectivamente  de  los
ministros que predicaban en el cono suburbano del gran Buenos Aires, por
medio  de  esa multitud  de  emisoras  F.M.  que  invadieron  el  espacio.  En
esos  programas  predica  gente  que  solo  sabe  expresarse  en  forma
deficiente, por  causa de  su extracción  social y por  culpa de esa  condena
premeditada a la exclusión social de por vida que practica el Sistema en su
modelo económico neo liberal y su muy conocido apelativo de capitalismo
salvaje.  Estaba  ofendido  el  teólogo  por  estos  “tipos”  de  tan  escasa
educación  porque  suponían  una  degradación  del  cristianismo  y
consideraba  que  gentes  así  no  le  hacían  ningún  favor  al  cristianismo.
Gente que ni siquiera sabía hablar bien en español, no ayudaba en nada al
prestigio del cristianismo. Opiné que era una barbaridad haber estudiado
tanto  y  haber  acumulado  tantos  cartones  teológicos  para  terminar
descalificando  la  unción  de  un  creyente  pobre  por  cuestiones  de
gramática  y  dicción.  ¿En  donde  hubiesen  puesto  a  Pedro  y  a  los  otros
discípulos  que  demostraron  una  pésima  educación  y  formación  cultural
frente al ojo  inquisidor de  los fariseos? Me replicó muy suelto de cuerpo
que si ese ministro no era educado como correspondía, “¿Cómo lo vamos a evaluar?”   Le contesté que recién me enteraba que en  los seminarios e
institutos no solo se instruye gente para enseñar de la Biblia, sino que caía
en  cuenta  de  que  también  los  autorizaba  a  “evaluar”  los  dones  que  el
Espíritu  Santo  repartía.  Porque,  claro,  también  sonaba  a  incongruencia,
pues  si  solo  un  hombre  altamente  entrenado  puede  funcionar
públicamente  en  el  ministerio  cristiano,  ¿Qué  hacía  el  Espíritu  Santo
bautizando y ungiendo y repartiendo dones y oficios entre los analfabetos
suburbanos?    Luego,  ¿a  qué  vendría  el  Espíritu  Santo  sobre  estos
altamente  entrenados  teólogos  del  protestantismo  actual  si  lo
aprendieron  todo  y  fueron  altamente  calificados  por  las  autoridades  del
seminario o el instituto que aprobó sus “unciones” ministeriales, y si ellos
ya  escribieron todos los manuales de cómo se construye un cristiano?
Dios  está  lo  suficientemente  claro  para  darse  cuenta  cabal  de  que  fue
reemplazado  y  suplantado  en  sus  funciones  como  Consolador,  Guiador,
Enseñador  y  Comisionador,  puede  tomar  el  descanso  que  quiera,  esas
funciones están bien cubiertas acá abajo por este ejército de teólogos que
invadió todo el planeta. Ellos cerrarán las puertas de las iglesias humildes
y reprimirán el accionar de sus ministros humildes con mano ajena, mano
policial, mano estatal, como la mano que usaron los fariseos para asesinar
a Jesús y sus seguidores campesinos, pescadores y suburbanos. Pero Dios
seguirá  caminando  con  ellos,  estando  en  ellos,  congregándose  en  y  con
ellos. “¡A  los pobres es anunciado el Evangelio…!” Ellos pueden quedarse
con todas  las religiones del mundo, con todos  los gobiernos del mundo y
repartirse todas las metrópolis de mundo e impartirse todas las jerarquías
que ellos quieran y se  les antojen por todo el orbe, eso no molesta en el
cristianismo genuino, eso no molesta ni perturba a  los  componentes del
cristianismo original, porque son extranjeros y advenedizos, no de  forma
semántica,  teológica  o  metafórica,  sino  de  manera  literal  y  real,  pues
pertenecen, comprados al precio de sangre de  la Deidad, a un Reino que
no es de este mundo.
Los teólogos protestantes miran mucho en los libros proféticos y les gusta
mucho darse  las  ínfulas manoseando y divagando en el Apocalipsis, pero
de tanto mirar para elucubrar macanas  iluministas que  impresionen   a  la
masa  ingenua, no se han dado cuenta que ellos no aparecen por ninguna
parte  en  el  futuro  hogar  de  la  Novia  de  Dios,  como  los  maestros
inmaculados de  los tontitos analfabetos del Reino. Tampoco se han dado
cuenta que Simón Pedro, el insigne analfabeto que tomó la conducción de
Sus corderos, después de la Ascensión de Jesús, tiene una puerta que lleva
su nombre en  la ciudad de Dios y un  lugar de alto privilegio  junto al Rey,
junto a su Cristo, junto a ese Jesús que el mismo reconoció como el Cristo, hijo  del  Dios  Viviente  sin  tener  noción  alguna  de  escolástica,
hermenéutica, homilética, metafísica,  teología,  cristología, ni primaria, ni
secundaria, ni  terciaria, ni  seminario, ni nada. Pedro  tiene  su nombre en
las  puertas  de  la  Ciudad  de  Dios,  así  también  sus  compañeros  semi
analfabetos.  Ni  Sócrates,  ni  Platón,  ni  Aristóteles,  ni  san  Agustín,  ni
Kieskegaard, ni Hegel, ni aun Nietzsche aparecen privilegiados por  sobre
los demás en los reconocimientos y merecimientos que otorga el Rey en la
eternidad. ¡Qué terrible para las expectativas teológicas de los cabezones
intelectuales  del  Aparato  Protestante!  Es  como  una  premonición  del
inminente: ¡Nunca os conocí!
Pero aun han ido más allá de adjudicarse la autoridad de evaluar y aprobar
a  los  ungidos  de  Dios,  también  le  arrebataron  a  Dios  su  Voluntad  de
cumplir con los designios y terminar las condenas y castigos que impartió
al hombre y la mujer en su absoluta soberanía. No faltaba más, están tan
capacitados  en  las  materias  del  más  allá  de  lo  físico,  vía  teología
“cristiana”, que por ejemplo, han decretado la libertad de la condena de la
mujer  y han decidió declarar  la  igualdad,  incluso ministerial, de  la mujer
con  el  hombre.  Así    fantochaba  uno  de  esos  “profetas mediáticos”  del
canal  de  televisión  por  cable,  en  los  programas  que  difunde  el  canal
Enlace, mientras me encontraba en Colombia:  “¡Cómo profeta de Dios –
peroraba-  declaro  la  igualdad  del  hombre  y  la mujer!  ¡Como  profeta  de
Dios declaro el derecho de ministrar  la palabra en  la mujer!” Ni qué decir
la euforia que desató entre  las damas del auditorio. En esos mismos días
tuve una disputa con otro teólogo bonaerense al respecto. Él declaraba lo
mismo y aseveraba que  todas esas condenas y castigos habían concluido
en la cruz. Le repliqué que desgraciadamente hay cosas que se mantienen
vigentes,  y  una  de  esas  cosas  es  la  situación  de  la mujer.  El  reparto  de
castigos  a  la  salida  del  Edén  continúa  intacto.  Porque  si  la  mujer  fue
liberada en la cruz, le comenté, ¿qué sigue ahora? ¿El cese de sus dolores
en el parto? Porque aun sigue pariendo hijos con dolor, aun sigue sujeto
su deseo  al hombre  y  enseñoreada por  él.  El hombre  sigue  volviendo  al
polvo,  sacrificio de  cruz mediante y ya  consumado hace dos mil años. El
hombre continúa padeciendo  la condena de ganar el pan con el sudor de
su  frente  y  la  serpiente  continúa  arrastrándose  sobre  su  vientre.  El
hombre  sigue  viviendo  fuera  de  su  hábitat  original  que  era  el  Paraíso.
Todo eso quedó intacto, porque son cuestiones que debe dirimir Dios, eso
es  atributo  de  Él.  A  ninguno  de  sus  discípulos  les  fue  encomendada  la
misión de dar por terminadas estas sanciones. Pablo mismo es categórico
respecto de  la mujer,  fundadas ya  las primeras  iglesias  cristianas y  caído
ya  varias  veces  el  Bautismo  del  Espíritu  Santo,  bajo  cuyo  accionar  el cristianismo dio vuelta de cabeza al mundo entero: ¡”Porque no permito a
la mujer enseñar ni tomar autoridad sobre el hombre!” Para más remate,
lanza  en  un  versículo  más  abajo  una  acusación  que  debiera  de  haber
quedado en nada bajo el sacrificio de la crucifixión, según argumentan los
teólogos modernos del folklore evangélico latinoamericano: “¡…y Adán no
fue  engañado,  sino  que  la  mujer,  siendo  engañada,  incurrió  en
transgresión!”  1  de  Timoteo  2:12  y  14.  Cosa  rara  y  curiosa,  que  tan  alto
ministro  apostólico,  bajo  cuya  pericia  arquitectónica  se  edificó  el
cristianismo original no tomara decisiones respecto a los castigos edénicos
si  la muerte de  Jesús había anulado  todo aquello.   Estoy seguro que una
auténtica mujer  cristiana,  quién  de manera  legítima  desea  y merece  su
restauración  plena,  quiere  preferencialmente  que  el  mismo  Dios  que
estableció sus posiciones de inferioridad con el hombre sea quién venga y
declare su libertad y restitución absoluta al propósito original del Creador.
Creo,  sin  temor a equivocarme, que una genuina cristiana no necesita  la
“libertad  teológica”  de  su  condición.  Estoy  seguro  que  ella  no  quiere
libertadores teológicos, digo la mujer de Dios, (la mujer eclesiástica agarra
cualquier cosa que  le tiren desde un púlpito), ella quiere algo divino a su
favor.  La  ecuación  es  sencilla,  una  hija  de Dios  se merece  un  don  de  su
propio Padre Celestial. No necesita un teólogo ocupando esa función. Dios
no nos prometió padrastros o padres de la iglesia que le reemplazaran en
sus funciones mientras Él “estaba” ausente de la tierra. 
Sería un  gran  aporte para  la humanidad, que  así  como  los  teólogos han
decretado  la  igualdad ministerial de  la mujer  con  el hombre,  declarasen
ahora la restauración de la serpiente a su condición original, así ella podría
hablarles  y  declararles  la  verdad  acerca  del  eslabón  perdido  a  los
evolucionistas,  ¡cuántos  de  ellos  caerían  de  espaldas  al  oír  las
develaciones  antropológicas  de  la  culebra  legendaria  sobre  las  teorías
darwinistas!
A mí  no me  parece mal  que  la  iglesia  protestante  esté  repleta  de  estos
sofistas  “cristianos”,  según  su  propio  decir,  tienen  derecho  a  ser  y
comentar y decretar  lo que  sea, pero no vengan ante  los elegidos de Su
Nombre  con  el  chanchullo  de  los  sofismas  aristotélicos  a  explicarnos  el
cristianismo.  Pongámonos  serios.  El  juego  del  encanto  de  la  filosofía  ha
venido a ser para los intelectuales protestantes un vacilón tan rico como el
vacilón  del  rock  en  los  músicos  comerciales  del  aparato  artístico
protestante:  sabiduría  y  mambo  de  este  mundo.  Nunca  imaginó
Aristóteles  que  sus  enseñanzas  y  métodos  filosóficos  llegarían  a
convertirse en la mecánica oficial de la interpretación del cristianismo, sin
haber conocido  jamás manifestación alguna de  la Deidad en él. Y que no solo manipularían  post mortem  un  ismo  “cristiano”  que  nacería más  de
500  años  después  de  su  desaparición,  sino  que  también  sería  la  nueva
mecánica  teológica    del  judaísmo  y  que  también  se  convertiría  en  el
ordenador  racional  del  Islamismo.  Cuando  Aristóteles  se  levante  entre
todos  esos muertos que  acudirán  al Gran  Juicio  Final,  se quedará  con  la
boca  abierta.  No  es  para  menos,  no  cualquiera:  ateo,  muerto  y  todo,
compite con el Espíritu Santo, y  lo desbanca de su condición de oficiante
de la Revelación.
Los  teólogos  deben  comprender  que  la  Biblia  no  necesita  de  ellos:  ellos
necesitan la Biblia. Deben comprender que la Biblia no fue escrita para ser
interpretada por especialistas. Deben comprender y aceptar que  la Biblia
no  es  el  patrimonio  cultural  de  las  minorías  cultas  y  educadas,  y
adineradas.  Deben  comprender  que  la  Biblia  fue  escrita  para  creyentes
pobres,  de  escasa  educación,  que  aunque  escasamente  cultivados  la
puedan entender, porque esa comprensión y revelación les será impartida
por el mismo Espíritu que la inspiró  a ser escrita. Deben comprender que
la  Biblia  es  exclusivamente  un  libro  destinado  al  linaje  de  Dios.  Deben
aceptar,  aunque  les  provoque  desencanto  y  pesar,  que  no  pueden  y  no
deben razonar sobre sus textos de enseñanzas, profecías y su Revelación,
porque, ya  lo dijimos,  la Biblia ha sido  inspirada por el Espíritu de Dios y
solo  gente  con  su  Espíritu  la  comprenderá,  sea  esta  educada,  culta,
adinerada, o no.
Ellos  se  molestan  cuando  alguien  pone  en  tela  de  juicio  su  palabra
profesional o se duda de su palabra personal, Dios no solo se incomoda y
se molesta: se enfurece. Y para evitar todos estos males que trae consigo
el manoseo  teológico de Su Palabra, ha dictado esta conocida  sentencia:
“¡Si  alguno  añadiere  a  estas  cosas,  Dios  traerá  sobre  él  las  plagas  que
están escritas en el libro. Y si alguno quitare las palabras del libro de esta
profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de
las cosas que están escritas en el libro.”! Apocalipsis 22:18 y 19.

Tengo  la certeza de que aún hay tiempo para que  los teólogos devuelvan
lo que quitaron del  libro y corrijan retirando todo  lo que han agregado a
este  libro. No  están  siendo  advertidos  por mí,  están  bajo  la  advertencia
del Dios Viviente, del  cual  cuya  iglesia  está  edificada  sobre  la  roca de  la
Revelación  y ni  las puertas del  infierno, ni  las del  seminario, ni  las de  la
subliminal teología prevalecerán en contra de ella.

Cierro este capítulo reiterando un pasaje que inserté al comenzarlo:  La  teología comenzó entre  los griegos como una disciplina científica, y  la
convergencia de la filosofía griega y la fe bíblica dio lugar al desarrollo de
la  gran  época  de  la  teología  patrística. Aunque  el  teólogo  alemán Adolf
von Harnack lamentó la helenización del evangelio, casi todos los teólogos
coincidieron  con  Tillich  en  que  la  fe  bíblica  tenía  que  responder  al  reto
intelectual de la filosofía griega.

La compañera de diálogos más antigua de  la  teología ha  sido  la  filosofía.
Sucesivas  escuelas  de  filosofía  han  inspirado  el  pensamiento  teológico
innovador,  han  ofrecido  categorías  para  la  aclaración  de  las  ideas
teológicas y han interpretado el cambio de intereses de la sociedad. 

 Y contraponiendo a este pensamiento  filosófico, materialista de hecho y
manufacturación    por  naturaleza,  una  sentencia  bíblica  proveniente  del
apóstol  Pablo,  que  debiera  poner  de  rodillas  a  todos  los  sátrapas
teologistas que manosean a Dios, Su Palabra y Su Revelación santificando
o  “cristianizando”  los  métodos  científicos  racionalistas  de  los  filósofos
ateos  y  paganos,  o,  al menos,  hacerlos  cambiar  de  estrategia  y  que  se
vayan   a  jugar con cualquier otro  ismo que no sea el cristianismo con sus
juguetitos  escolásticos,  porque  insultan  teológicamente  a  Dios  y  la
inteligencia natural de un hijo y una hija de Dios, y les sienta mal, quedan
en  ridículo  aparatosamente.  Podemos  leerlo  en  Primera  epístola  a  Los
Corintios en el capítulo 2, desde el versículo 9 al 16:

Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni
han subido en corazón de hombre, Son las que Dios ha preparado
para los que le aman. 
Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu
todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. 
Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el
espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las
cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. 
Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu
que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha
concedido,  lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas
por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu,
acomodando lo espiritual a lo espiritual. 
Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de
Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se
han de discernir espiritualmente.  En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado
de nadie. 
Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Más
nosotros tenemos la mente de Cristo. 

Repito  la  última  frase  de  Pablo:  “Mas  nosotros  tenemos  la  mente  de
Cristo”. Eso, claro, en el cristianismo. 
Y  agrego,  para  la mala  fortuna  del  gigantesco  ejército  de  teólogos  que
comanda  ufanamente  y muy  aristocráticamente,  y muy  adineradamente 
el  ignominioso  y  engañoso  aparato  protestante,  totalmente  inútil  e
innecesario para la Iglesia del Dios Viviente, que la mente de Cristo no fue,
ni ha sido, ni  será influenciada por personas tan mínimas ante la vastedad
de  Su  Creación  humana,  por  personajes  tales  como  Aristóteles,  santo
Tomas  de  Aquino,  Kieskegaard,  Nietzsche  o  personalidades  religiosas 
tales  como Calvino,  Lutero o algún Papa o  santón  carismático:  y no  será
jamás sometida por Estado alguno, Concejo Mundial de Iglesias o Concilio
Ecuménico alguno, cónclave, coinonía, ejército o espada, en fin. Y de esto
debiera  también  desprenderse  la  inmediata  comprensión  de  que  si  un
cristiano  tiene  la mente  de  Cristo  y  que  esta mente  no  es  una  cuestión
influenciable  por  culturas,  enseñanzas,  religiones  o  ciencia  humanas,
tampoco  lo  es  un  cristiano,  una  cristiana  que  ha  sido  renacida  en  Su
Espíritu. 
Es como dije hace unas líneas atrás: déjense de bobadas intelectualoides y
vayan a teologizar a otra parte. Les conviene. Tomen conciencia de lo que
les  espera  si  no  rebobinan  y  proceden  a  encuadrarse  con Dios  y  con  su
Palabra. No  sean  tan  intrépidos  y dejen  ya de meterse  en  las manos de
nuestro Padre que está en los cielos. No es muy recomendable caer en las
manos  de  un  Dios  Vivo.  Y  a  eso,  ustedes  mismos  lo  han  usado  para
amedrentar  y  someter  en  sus  organizaciones  blasfemas  al  hombre  que
creó Dios con sus propias manos.

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