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LOS INDEPENDIENTES 
Que no tiene dependencia, que no depende de otro. Autónomo. Dicho de una 
persona: Que sostiene sus derechos u opiniones sin admitir intervención ajena. 
Los  grupos,  ministros  o  personas  que  se  han  separado  de  las  iglesias 
oficiales son tratados de la misma manera que trataba la iglesia católica a 
quiénes  se  escindían  de  ella:  jamás  serán  reconocidos  como  cristianos 
auténticos.  Siempre  serán  calificados  de  rebeldes,  descarriados, 
subversivos  (desde  la  época  de  las  dictaduras  latinoamericanas),  ovejas 
locas, nubes sin agua, tamos que arrebata el viento, sueltos y terminarán 
calificados  teológicamente  como  sectas.  Así  como  nos  calificó 
anecdóticamente  una  hermana  anciana  en  Santo  Domingo  de  los 
Tsáchilas,  Ecuador,  cuando  comencé  a  dirigir  un  pequeño  grupo  de 
escindidos  de  los  tabernáculos  branhamistas.  Según  ella, menos  de  diez 
personas  constituían  una  secta.  Aunque  la  abrumadora  candidez  la 
exculpa, ella refleja exactamente la forma de medir y definir disidentes de 
parte de las iglesias “profesionales”, “establecidas” (¿en qué? ¿sobre qué? 
Nunca se supo) 
Así  fue  calificada  la  iglesia  protestante  por  la  iglesia  católica,  prostituta 
religiosa mayor  y madre  de  todas  las  iglesias,  desde  los  días  de  Lutero 
hasta muy  entrado  el  siglo  XX.  Para  el  augusto  papado  siempre  fue  una 
secta y a partir de Juan XIII, cuando el Vaticano vio temblar sus cimientos 
patrimoniales  religiosos  por  el  paso  sostenido  del  protestantismo,  inició 
un  cambio  de  actitud  y  pronto  consintió  en  empezar  a  llamarlos 
“hermanos separados”. 
Secta  protestante,  porque  la  independencia  luterana  le  dolió  en  lo más 
íntimo,  fue  un  golpe  excepcional,  histórico,  determinante  y 
ejemplarizador.  Jé,  y  vergonzoso,  claro:  sin  hogueras,  sin  leones,  sin 
instrumentos de tortura, sin ejércitos armados fue vencida por sus propios 
prosélitos. 
La  Reforma  nos  puede  servir  de  ejemplo  en  parte  respecto  qué  es  o 
debería ser una  independencia del  ismo corrompido u opuesto a nuestro 
concepto  de  cristianismo,  cuando  de  independencia  religiosa  se  trata. Pues, una cosa es  independizarse de una  iglesia tirana para  levantar otra 
bandera eclesiástica y otra cosa es obedecer al  llamado de “Salid de ella, 
pueblo mío” para enlistarse con el Padre que está en los cielos. 
Lutero tenía claro lo que creía y lo que lo impelía a disentir con el papado 
y  aunque  por  ahí  incentivó  una  revuelta  popular  campesina  que  costó 
cerca de cien mil muertos, no perdió su lucidez en cuanto al propósito de 
la  protesta  que  protagonizó.  Tamaña,  gigantesca,  apoteósica,  épica  e 
histórica su hazaña, pese a todo no significó una gran  independencia que 
realmente pusiera en carriles opuestos del eclesiastismo a sus seguidores. 
En el resumen general y el resultado que muestra el paso de la historia al 
respecto,  a  uno  solo  le  queda  la  convicción  de  que  Lutero  lo  único  que 
hizo  fue  fundar  la  iglesia  protestante,  porque  el  protestantismo  quedó 
encallado  en  su  estructura  eclesiástica,  no  superó  las  demandas  de 
cristianismo  que  obligaba  ese  antológico  rompimiento  con  la  iglesia 
madre;  inmovilidad  dinámica  o  estatismo  religioso,    que  solo  le  ha 
alcanzado para ser calificada con toda propiedad: hija de  la gran ramera. 
No culpo a Lutero, él hizo su parte, los continuadores apagaron la luz. Tal 
vez  tampoco  les  culpe, porque entiendo que así,  como han  sucedido  las 
cosas, es como quiere Dios que funcionen en su presciencia y voluntad. Él 
sabe  lo que hace y cómo es que se debía desarrollar el tema eclesiástico 
sobre el globo y en sus procesos históricos. Pero, si debemos de hablar de 
independencia  religiosa,  el  movimiento  luterano,  reitero  puede  ser  un 
buen ejemplo.  
Mas,  los  independientes contemporáneos, ¿qué tan  independientes son? 
¿Se independizaron porque la organización se interponía entre ellos y Dios 
o  se  independizaron  porque  sus  intereses  personales  o  corporativos 
obligaban  campo  para  desarrollar  sus  propios  emprendimientos 
organizacionales? 
He recorrido el tema protestante desde Argentina a Venezuela, salí un día 
de  Enero  de  2004  desde  Córdoba,  mi  amada  y  entrañable  ciudad 
trasandina,  sin  fecha  de  retorno,  con  el  propósito  de  observar  en  las 
entrañas del protestantismo  la cuestión cristianismo:  lo que escribo es  lo 
que me quedó en la piel y el corazón después de cinco años de recorrido. 
El  cristianismo  no  tiene  arte  ni  parte  en  el  protestantismo.  Si  lo  tuvo 
alguito en  los días de  la Reforma, o en  los días del último avivamiento de 
principios del 1900, ya no queda nada. Y no ocurre como en el adagio que 
se  comenta  de  boca  en  boca  respecto  a  las  historias  de  amor:  “Donde 
fuego  hubo,  cenizas  quedan”.  En  el  petulante  complejo  protestante  de 
estos días apocalípticos, no queda nada. Tal  vez donde más  se ha masificado  el  fenómeno de  las  independencias 
eclesiásticas  puede  ser  Chile,  el  país más  pentecostalizado  del  cono  sur. 
Las  iglesias  independientes  han  florecido  a  destajo  desde  los  días  de  la 
dictadura  pinochetista.  En  el  fondo,  sicológicamente,  es  el  “gen” 
independentista que heredaron de Lutero, pero extendido a una práctica 
descontrolada,  según  se  desprende  de  la  masividad  increíble  de  estos 
desmembramientos  continuos.  Chile  exhibe  toda  una  compleja  red  de 
iglesitas independientes, como un auténtico aparato protestante paralelo. 
Y,  en  realidad,  es  eso  todo  lo  que  es:  más  de  lo  mismo  en  “envases 
chicos”,  nunca  han  dejado  de mirar  hacia  el  aparato  que  abandonaron, 
siguen  tomando  las  doctrinas  y  los  dogmas  del  aparato,  los  modos  y 
costumbres del aparato eclesiástico rechazado. Y  lo que es peor, muchas 
de  esas  iglesitas  independizadas,  están  empeñadas  en  una  lucha  que 
pretende  demostrarle  al  aparato  que  ellos  pueden  crecer  tanto  y 
conseguir  lo  mismo  que  ellos  han  conseguido.  Como  si  arrastrasen  un 
complejo  de  inferioridad  y  como  si  la  cuestión  cristianismo  estribase  en 
competir  con  el  aparato  eclesiástico:  Jesucristo  no  compitió  en  modo 
alguno  con  el  Templo  y  su  jerarquía  eclesiástica.  Ni  siquiera  repartió 
nombramientos  como  los  que  ostentaban  los  sacerdotes  que  lo 
administraban.  Peor  aún:  el  sacerdocio  del  Templo  ni  siquiera  pudo 
competir con el discipulado de Jesucristo.  
Luego, ¿independizarse por qué y para qué? 
Saulo  de  Tarso  es  un  claro  ejemplo  de  independencia:  altamente 
entrenado  en materias,  digamos,  teológicas, miró  todo  aquello  como  el 
estiércol  y  se  quedó  establecido  en  la  gracia  y  su  revelación:  no  tuvo 
competidor. Ni entre el sacerdocio del Templo, ni entre la crema y nata de 
los  filósofos que pululaban en aquellos días. Pese a que  su ministerio no 
apuntaba a competir con religión o sofisma alguno. 
A los independientes de la religión protestante les pasó lo mismo que a los 
independentistas  que  zafaron  del  yugo  de  España,  sobre  lo  cual,  un 
intelectual chileno de  las  letras escribió en el siglo XVIII que  los hombres 
del  pueblo  chileno  que  lucharon  por  la  independencia  “patriótica”, 
obtuvieron  tantos beneficios de  ella,  como  los  caballos que participaron 
de esas batallas históricas. Les ocurre lo mismo que a los creyentes de las 
iglesias de  las cuales se soltaron:  los subyuga un  jerarca dominante, más 
aun que el anterior en muchos casos, porque suele suceder que imbuidos 
de  un  iluminismo  más  exacerbado,  son  peores  cancerberos  que  los 
pastores  desechados  y  son  los  únicos  que  prosperan  económicamente. 
Suelen  convertirse  en  círculos más  cerrados  y más  exclusivistas  que  las 
iglesias  aristocráticas  y  castigan  y  excomulgan  de  la  misma  manera  a cualquiera  de  esos  pobres  “corderos”  que  caen  de  la  gracia  de  sus 
corporaciones marginales. 
Creyentes que consideran que no están representados en su espiritualidad 
por  la  iglesia  oficial  protestante,  tienen  el  legítimo  derecho  de  buscar 
otros  referentes  más  auténticos  y  acordes  con  el  cristianismo,  pero 
separarse  de  una  iglesia  denominacional  para  edificar  otra,  eso  ya  es 
incongruente  y  descabellado.  Una  cosa  es  separarse  para  levantar  otro 
ícono teológico y más próspero y otra muy diferente es ser separado por 
Dios para integrar el movimiento invencible de la Iglesia del Dios Viviente. 
La declaración de Jesús respecto a la propuesta del evangelio de su Reino 
es netamente segregacionista, separatista: “No penséis que he venido para 
traer paz a  la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he 
venido a poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su 
madre, y a la nuera contra su suegra. Y los enemigos del hombre serán los 
de  su  casa.” Mateo 10:34  y 35. Ello, en un momento determinado de  la 
vida,  obliga  a  un  revisionismo  y  obliga  a  una  resolución,  a  tomar  una 
decisión  cuando descubre  estar  en un medio  “cristiano” que  adolece de 
cristianismo. Y ocurre que viene a ser lógico desprenderse de ese entorno, 
pero, ¿a qué? Si no es por causa de Su Nombre, es más de lo mismo. No te 
retiras  de  aquél  entorno  equívoco  para  levantar  una  iglesia  reformada, 
con  estatutos  más  “espirituales”.  No  te  separas  de  esa  iglesia  para 
construir un símil en la vereda de en frente. 
Hay  cosas  que  llegan  a  ser  risibles:  unos  se  separan  porque  danzan  con 
música rockera en la iglesia de la polémica, pero a ellos les encanta danzar 
con  cumbia  “cristiana”.  Ambos  bandos  creen  que  es  más  espiritual  el 
ritmo  de  cada  uno.  Otros  se  separan  porque  quieren  liderar  y  ser 
prósperos hombres religiosos como el pastor que los pastoreó toda la vida 
y nunca los tomó en cuenta para el ministerio. Otros levantan iglesias por 
envidia,  por  viveza,  por  intereses,  por  complejo  de  inferioridad,  por 
mitomanía, que se yo… Pero, el inmenso desmembramiento producido en 
Chile,  por  ejemplo,  no  levantó  la  espiritualidad  de  las  masas  y  no  ha 
rescatado  a  nadie  del  enajenamiento  religioso,  ni  ha  disminuido  la 
voracidad  consumista  de  los  que  van  a  la  iglesia  para  obtener milagros 
financieros  que  les  aumenten  el  poder  adquisitivo:  ha  empeorado.  La 
inmoralidad  ha  proliferado  de  manera  incontenible  en  el  seno  de  las 
iglesias del protestantismo paralelo. (Y digo paralelo solo para distinguirlo 
del oficial en este trabajo, no porque reconozca la legitimidad del aparato 
protestante oficial) 
Las  independencias de Dios son separaciones a  fortalecer el plan de Dios 
para  el  avance  incorruptible  de  Su  Iglesia  encabezada  por  Jesucristo,  no son separaciones para el beneficio personal de hombre alguno. Como no 
separa al hombre y  la mujer para  satisfacer  sus deseos de grandeza,  sus 
mitomanías,  sus  complejos  de  inferioridad,  ni  para  construir  nuevos 
imperios  organizacionales.  No  hay  Biblia  para  respaldar  estos  delirios, 
estos objetivos mesiánicos criollos y folklóricos. 
El hombre y la mujer que cultivan el Espíritu de Dios en sus vidas deben, es 
un  deber  en  y  para  ellos  separarse,  independizarse,  porque  esa  es  la 
Voluntad de Dios para estos días apocalípticos, por eso el mensaje a esta 
edad contemporánea es: “Salid de  en medio de ella, pueblo mío…” Porque 
es  la  obligación  de  quiénes  ha  sido  constituidos  hijos  e  hijas  de  Dios. 
Porque es una  incongruencia esa militancia religiosa, siendo el hombre  la 
institución perfecta y genuina del  cristianismo: ¿Qué hace o qué destino 
tiene esta institución humana de Dios bajo el dominio del aparato falaz del 
cristianismo  denominacional?  Es  incoherente.  ¿Dios  respaldando  su 
hombre y su mujer sujetos y sometidos al aparato organizacional? No se 
comprende y adolece de explicación sensata. 
Pablo no arrastró para  su naciente ministerio ningún dogma, nada de  la 
ortodoxia farisea, nada de las interpretaciones escriturales oficiales de los 
escribas, ninguna práctica  judía, nada de sus doctrinas sectarias, nada de 
la  teología  hebrea,  nada  del  aparato  organizacional  judaico. A  partir  del 
incidente  glorioso  en  el  camino  a Damasco  comenzaba  la  revelación  del 
evangelio del Reino que no es de este mundo, otra Palabra: la palabra del 
Jesús resucitado. Mejor dicho: el reino de  la palabra del gran Yo Soy, por 
sobre  la  palabra  “paralela”  de  las  interpretaciones  apócrifas,  teóricas, 
cabalísticas  de  escribas  y  fariseos.  Instrucciones  humanas,  enseñanzas 
sectarias,  interpretaciones  teológicas,  disciplinas  institucionales,  poderío 
económico,  aliados  políticos,  ecumenismo,  gigantescos  aparatos 
arquitectónicos dedicados a la religión y fastuosos programas de televisión 
“cristiana”  no  vencerán  jamás  al  infierno.  Los ministros  de  Dios  poseen 
herramientas sobrenaturales, están comisionados y  respaldados por Dios 
y no construyen religiones que ponen al servicio de los aparatos estatales, 
como  intermediarios rehabilitadores y contenedores del mal doméstico y 
delincuencial,  o  de  los  vicios  del  hombre.  O,  como  un  gran  centro 
“cristiano”  proveedor  de  gente  de  bien,  horados  en  los  negocios, mano 
obrera  domesticada  y  barata,  empleados  ejemplares  y  responsables, 
secretarias que no tendrán aventuras sexuales con sus  jefes o empleadas 
domésticas  sumisas.  Esto  es  más  alto,  esto  es  el  movimiento  de  los 
peregrinos y peregrinas de Dios que extranjeros y advenedizos, no dignos 
de este mundo, van en pos del  reino de  los cielos donde  reinarán con el 
Rey.  La  independencia motivada  por  Dios,  el  Padre,  desarraiga  del  todo  del 
aparato religioso a una criatura y  la  inserta de  lleno en esta compañía de 
cristianos que  transitan en demanda de  los  lugares celestiales con Cristo 
Jesús. 
Toda independencia de sus dominios es mal mirada y condenable para los 
jerarcas del aparato protestante, aun  los que  intentan alguna  separación 
sufren  sus  dudas  e  inseguridades  debido  a  las  amenazas  de  “eterna 
perdición” que proclama el ente religioso contra todo aquél o aquella que 
ose  rebelarse  a  su  dominio.  Todo  este  pavor  de  separarse  del  aparato 
protestante  oficial  fue  heredado  de  la  iglesia  que  organizó  Constantino, 
después  de  ello,  teólogos  e  historiadores  perturbaron  para  siempre  a 
todas  las  generaciones  herederas  con  el  dogma  del,  digamos 
iglecentrismo, el dogma falaz de la autoridad única de la iglesia, el dogma 
del aparato religioso y su condición de ente exclusivo del lugar del trato de 
Dios  con  los  hombres,  el  lugar  del  orden  cristiano,  la  militancia,  el 
pastoreo de Dios  con  los hombres, el  sitio oficial donde Dios ordena  sus 
ministros y los comisiona, etc. 
La  gente  independiente  se  acompleja  de  serlo  y  sufren  esa  cuestión  de 
sentirse  inferiores a una  iglesia organizada. En Colombia, por ejemplo, es 
mal  mirado  y  desaconsejable  ser  independiente.  Los  independientes 
sufren esa mirada despectiva de  la organización, ese ninguneo  les duele, 
olvidan  que  el  aparato  es  usurpador  de  la   Palabra,  del  concepto  Iglesia, 
usurpa  los  poderes  y  direcciones  del  Espíritu  Santo,  es  usurpador  de  la 
Voluntad de Dios para con el hombre, es usurpador, en suma, del lugar de 
Dios. De esa manera se apropió de la expresión bíblica en Primera de Juan 
2:19:  “Salieron  de  nosotros,  porque  no  eran  de  nosotros…”  para 
amedrentar  y  desacreditar  a  los  que  se  independizan  de  lo  eclesiástico. 
Torciendo de manera mágica las palabras del apóstol. Porque Juan, que no 
era  ningún  jerarca  organizado,  estaba  refiriéndose  a  los  que  habían 
abandonado  la  fe  de  la  iglesia  cristiana  primitiva,  anticristos  gnósticos  y 
pre eclesiásticos, que abandonaron la dirección del Espíritu Santo para irse 
tras la dirección de la metafísica y de la organización política del hombre, y 
su  naciente  nicolaísmo  segregacional.  Aquella  Iglesia  independiente  que 
estremecía  al mundo  repleta  de  pequeños  cristos,  al  punto  de  que  esa 
característica  les gana  la designación de ser  llamados cristianos, no había 
salido  de  ninguna  iglesia  organizada.  Históricamente  ocurrió 
absolutamente  al  revés:  la  Iglesia  de  Jesucristo  nació  independiente,  los 
que  salieron  de  ella  salieron  para  organizarse  bajo  los  auspicios  del 
emperador Constantino. Eso dice la historia. Nosotros, los independientes 
de todo aparato organizacional seudo cristiano, no salimos de ellos: ellos salieron  de  nosotros.  Nuestros  hermanos  genuinos,  genuinamente 
sellados con la Investidura de poder de lo Alto, no salieron al encuentro de 
Constantino,  fueron  los  traidores,  los  especuladores,  los  que  estaban 
disfrazados de oveja,  los  racionalistas,  los que estaban vulnerados por  la 
filosofía aristotélica, los que tenían aspiraciones económicas, los barjesús, 
los  delirantes  que  mezclaban  magia  y  hechicería  con  pentecostalismo, 
como  los pentecostales  latinoamericanos de hoy en día: ellos salieron de 
nosotros  y  se organizaron  al  amparo  del  poder  político  del  estado,  para 
construir  este  portentoso  aparato  anticristo  y  blasfemo  católico-
protestante. Después,  con  todas  sus  influencias  y  sus  artísticos  edificios 
religiosos,  y  sus  serias  y  severas  jerarquías  ceremoniosas,  y  ese manejo 
tan  fluido  de  dinero,  y  esos  teólogos  paganos  “cristianizados”,  con  toda 
esa  imagen  que  llegó  a  ser  tan  temible  universalmente,  cambiaron  la 
historia al revés y de ese zarpazo brutal es evidente que la humanidad no 
se  ha  recobrado,  porque  ese  vacío  amnésico  de  la memoria  histórica  lo 
sufren aun  los mismos historiadores que ensayan proyectos de  la historia 
de  la  iglesia,  tanto  desde  las  trincheras  católicas,  como  desde  las 
trincheras  protestantes.  Todos  los  creyentes  del  cristianismo  organizado 
creen que la fe ha salido de la iglesia católica, pero nunca fue así: la iglesia 
católica  se  organizó  con  los  que  abandonaron  la  primera  iglesia.  Lutero 
pudo haber dado en el clavo al salir de ella y regresar a su gente al modelo 
de  iglesia original, pero  todo  terminó en un híbrido aparato protestante, 
tan o peor cancerbero que su madre romana. El cristianismo siempre fue 
libre, no organizado sobre rígidas normas dogmáticas, nunca comandado 
por  teólogos  racionalistas, hombres  llenos del Espíritu Santo ministraban 
los  cristianos  renacidos,  porque  esa  es  la  ley,  digamos,  al  interior  del 
cristianismo:  todo  renacido  o  renacida  del  Espíritu  Santo,  se merece  un 
ministro ungido del Espíritu Santo. Y punto. Olvidan  los historiadores que 
todos  aquellos  que  no  acudieron  a  la  cita  con  Constantino  fueron 
ejecutados,  echados  a  los  leones,  quemados  en  las  hogueras, 
despedazados  en  los  perversos  instrumentos  de  tortura. No,  no,  no:  no 
fueron ellos quienes salieron de. Los que salieron no eran de nosotros los 
independientes  históricos,  ellos  exterminaron  a  nuestros  hermanos  y 
hermanas originales, al rebaño genuino. Nos mataban para prostituirse sin 
objetores  de  conciencia  delante  de  los  gobiernos  de  la  tierra.  Después, 
saciados  de  sangre  cristiana  original,  engañaron  al  mundo 
convenciéndoles que ellos eran los creyentes originales. 
Juan explica bien el tema en el capítulo dos de su primera epístola, define 
bien  las características de  los que  salían, que, como ya dije, no  salían de 
una  iglesia  organizada,  ni  católica  ni  protestante.  Juan  define perfectamente bien las características de los cristianos de la iglesia original 
independiente:  “Pero  vosotros,  tenéis  la   Unción  del  Santo,  y  conocéis 
todas las cosas.” 
Absolutamente  diferente  a  cómo  son  los  jerarcas  y  creyentes  de  las 
iglesias oficiales de hoy en día, mamotretos de los cuáles ha llegado a ser 
un pecado separarse.   A nadie  le  importa  la unción del Santo ni  la gente 
que ungida de Él conozca todas las cosas. Lo que importa es: ¿A qué iglesia 
pertenece usted? ¿Quién es su pastor? ¿Dónde se congrega? ¿Por qué no 
se viste de traje? Lo que  importa en  la  iglesia original sigue siendo  lo que 
importaba a Pablo, por ejemplo: “¡Habéis recibido el Espíritu Santo desde 
que  creísteis?”   Pues, esa  sigue  siendo  la única  forma  legítima de que el 
hombre y la mujer vengan al conocimiento de Dios y de todas las cosas. 
No son los tiempos los que han cambiado a los hombres: ellos cambiaron 
de Dios,  esa  es  la  cuestión.  Cambiaron  a Dios  por  el  poder  político  y  el 
poder  económico  rechazando  la  investidura de poder del  Espíritu  Santo. 
Con ese poder absolutamente ajeno a las investiduras de Dios para con su 
pueblo, amenazan y esclavizan sicológicamente a cuanto infeliz cae en sus 
manos  dogmáticas  sobre  toda  la  tierra.  Con  esa  apariencia  de  piedad  y 
poder  blasfemos  logran  que  los  que  se  han  independizado  de  sus 
embrujos  sientan  ser  seres  inferiores,  bajo  esa  mirada  sobrada  y 
despreciativa con que son mirados desde el día que decidieron separarse, 
liberarse, independizarse de la tiranía organizacional. 
No es mi caso. Como tampoco es el caso de unos cuantos que he conocido 
en  mi  recorrido  latinoamericano.  Ninguna  organización  me  entregó  los 
dones  que  nacieron  conmigo.  Ninguna  iglesia  protestante  me  los  ha 
ungido  con  el  Espíritu  Santo.  No  tengo  relación  de  dependencia  con 
ninguna  organización  protestante,  no  son  ellos  quienes  me  trazan  los 
itinerarios o me dictan las enseñanzas que comparto con quiénes me oyen 
exponer  del  cristianismo  en  mi  función  misionera.  No  me  hicieron 
misionero  ellos. Nadie me  financia.  El  respaldo  de  ellos  no  existe  en mi 
oficio: no venceré  jamás a nadie ni a nada  con  la  cobertura de ellos. No 
protegen a nadie del mundo, no protegen del pecado a nadie, no protegen 
de  satanás  a  ninguno  de  los  suyos,  jerarcas  incluidos,  ¡mucho  menos 
protegerán a alguien de  la  ira de Dios!   No me hacen  falta. Como no son 
aparatos religiosos que contengan a mis hermanos y hermanas, ni siquiera 
los extraño.   No salí de ellos. No preciso de la alianza con ellos: preciso la 
alianza  con  Dios  y  el  verdadero  poder  que  significa  estar  investido  de 
poder de  lo alto. Ningún habitante de  la  tierra necesita una organización 
religiosa para la salvación de su alma. Pablo es certero al respecto, y claro: 
“Estad pues firmes en la libertad con que Cristo os hizo libres…” Y punto. Quién  no  entienda  esto,  no  sé.  Nadie  podrá  hacer  mucho  por  él.  Ni 
siquiera Dios, si rechaza esta propuesta de  libertad gloriosa de hijo e hija 
de Dios.
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