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LOS INDEPENDIENTES
Que no tiene dependencia, que no depende de otro. Autónomo. Dicho de una
persona: Que sostiene sus derechos u opiniones sin admitir intervención ajena.
Los grupos, ministros o personas que se han separado de las iglesias
oficiales son tratados de la misma manera que trataba la iglesia católica a
quiénes se escindían de ella: jamás serán reconocidos como cristianos
auténticos. Siempre serán calificados de rebeldes, descarriados,
subversivos (desde la época de las dictaduras latinoamericanas), ovejas
locas, nubes sin agua, tamos que arrebata el viento, sueltos y terminarán
calificados teológicamente como sectas. Así como nos calificó
anecdóticamente una hermana anciana en Santo Domingo de los
Tsáchilas, Ecuador, cuando comencé a dirigir un pequeño grupo de
escindidos de los tabernáculos branhamistas. Según ella, menos de diez
personas constituían una secta. Aunque la abrumadora candidez la
exculpa, ella refleja exactamente la forma de medir y definir disidentes de
parte de las iglesias “profesionales”, “establecidas” (¿en qué? ¿sobre qué?
Nunca se supo)
Así fue calificada la iglesia protestante por la iglesia católica, prostituta
religiosa mayor y madre de todas las iglesias, desde los días de Lutero
hasta muy entrado el siglo XX. Para el augusto papado siempre fue una
secta y a partir de Juan XIII, cuando el Vaticano vio temblar sus cimientos
patrimoniales religiosos por el paso sostenido del protestantismo, inició
un cambio de actitud y pronto consintió en empezar a llamarlos
“hermanos separados”.
Secta protestante, porque la independencia luterana le dolió en lo más
íntimo, fue un golpe excepcional, histórico, determinante y
ejemplarizador. Jé, y vergonzoso, claro: sin hogueras, sin leones, sin
instrumentos de tortura, sin ejércitos armados fue vencida por sus propios
prosélitos.
La Reforma nos puede servir de ejemplo en parte respecto qué es o
debería ser una independencia del ismo corrompido u opuesto a nuestro
concepto de cristianismo, cuando de independencia religiosa se trata. Pues, una cosa es independizarse de una iglesia tirana para levantar otra
bandera eclesiástica y otra cosa es obedecer al llamado de “Salid de ella,
pueblo mío” para enlistarse con el Padre que está en los cielos.
Lutero tenía claro lo que creía y lo que lo impelía a disentir con el papado
y aunque por ahí incentivó una revuelta popular campesina que costó
cerca de cien mil muertos, no perdió su lucidez en cuanto al propósito de
la protesta que protagonizó. Tamaña, gigantesca, apoteósica, épica e
histórica su hazaña, pese a todo no significó una gran independencia que
realmente pusiera en carriles opuestos del eclesiastismo a sus seguidores.
En el resumen general y el resultado que muestra el paso de la historia al
respecto, a uno solo le queda la convicción de que Lutero lo único que
hizo fue fundar la iglesia protestante, porque el protestantismo quedó
encallado en su estructura eclesiástica, no superó las demandas de
cristianismo que obligaba ese antológico rompimiento con la iglesia
madre; inmovilidad dinámica o estatismo religioso, que solo le ha
alcanzado para ser calificada con toda propiedad: hija de la gran ramera.
No culpo a Lutero, él hizo su parte, los continuadores apagaron la luz. Tal
vez tampoco les culpe, porque entiendo que así, como han sucedido las
cosas, es como quiere Dios que funcionen en su presciencia y voluntad. Él
sabe lo que hace y cómo es que se debía desarrollar el tema eclesiástico
sobre el globo y en sus procesos históricos. Pero, si debemos de hablar de
independencia religiosa, el movimiento luterano, reitero puede ser un
buen ejemplo.
Mas, los independientes contemporáneos, ¿qué tan independientes son?
¿Se independizaron porque la organización se interponía entre ellos y Dios
o se independizaron porque sus intereses personales o corporativos
obligaban campo para desarrollar sus propios emprendimientos
organizacionales?
He recorrido el tema protestante desde Argentina a Venezuela, salí un día
de Enero de 2004 desde Córdoba, mi amada y entrañable ciudad
trasandina, sin fecha de retorno, con el propósito de observar en las
entrañas del protestantismo la cuestión cristianismo: lo que escribo es lo
que me quedó en la piel y el corazón después de cinco años de recorrido.
El cristianismo no tiene arte ni parte en el protestantismo. Si lo tuvo
alguito en los días de la Reforma, o en los días del último avivamiento de
principios del 1900, ya no queda nada. Y no ocurre como en el adagio que
se comenta de boca en boca respecto a las historias de amor: “Donde
fuego hubo, cenizas quedan”. En el petulante complejo protestante de
estos días apocalípticos, no queda nada. Tal vez donde más se ha masificado el fenómeno de las independencias
eclesiásticas puede ser Chile, el país más pentecostalizado del cono sur.
Las iglesias independientes han florecido a destajo desde los días de la
dictadura pinochetista. En el fondo, sicológicamente, es el “gen”
independentista que heredaron de Lutero, pero extendido a una práctica
descontrolada, según se desprende de la masividad increíble de estos
desmembramientos continuos. Chile exhibe toda una compleja red de
iglesitas independientes, como un auténtico aparato protestante paralelo.
Y, en realidad, es eso todo lo que es: más de lo mismo en “envases
chicos”, nunca han dejado de mirar hacia el aparato que abandonaron,
siguen tomando las doctrinas y los dogmas del aparato, los modos y
costumbres del aparato eclesiástico rechazado. Y lo que es peor, muchas
de esas iglesitas independizadas, están empeñadas en una lucha que
pretende demostrarle al aparato que ellos pueden crecer tanto y
conseguir lo mismo que ellos han conseguido. Como si arrastrasen un
complejo de inferioridad y como si la cuestión cristianismo estribase en
competir con el aparato eclesiástico: Jesucristo no compitió en modo
alguno con el Templo y su jerarquía eclesiástica. Ni siquiera repartió
nombramientos como los que ostentaban los sacerdotes que lo
administraban. Peor aún: el sacerdocio del Templo ni siquiera pudo
competir con el discipulado de Jesucristo.
Luego, ¿independizarse por qué y para qué?
Saulo de Tarso es un claro ejemplo de independencia: altamente
entrenado en materias, digamos, teológicas, miró todo aquello como el
estiércol y se quedó establecido en la gracia y su revelación: no tuvo
competidor. Ni entre el sacerdocio del Templo, ni entre la crema y nata de
los filósofos que pululaban en aquellos días. Pese a que su ministerio no
apuntaba a competir con religión o sofisma alguno.
A los independientes de la religión protestante les pasó lo mismo que a los
independentistas que zafaron del yugo de España, sobre lo cual, un
intelectual chileno de las letras escribió en el siglo XVIII que los hombres
del pueblo chileno que lucharon por la independencia “patriótica”,
obtuvieron tantos beneficios de ella, como los caballos que participaron
de esas batallas históricas. Les ocurre lo mismo que a los creyentes de las
iglesias de las cuales se soltaron: los subyuga un jerarca dominante, más
aun que el anterior en muchos casos, porque suele suceder que imbuidos
de un iluminismo más exacerbado, son peores cancerberos que los
pastores desechados y son los únicos que prosperan económicamente.
Suelen convertirse en círculos más cerrados y más exclusivistas que las
iglesias aristocráticas y castigan y excomulgan de la misma manera a cualquiera de esos pobres “corderos” que caen de la gracia de sus
corporaciones marginales.
Creyentes que consideran que no están representados en su espiritualidad
por la iglesia oficial protestante, tienen el legítimo derecho de buscar
otros referentes más auténticos y acordes con el cristianismo, pero
separarse de una iglesia denominacional para edificar otra, eso ya es
incongruente y descabellado. Una cosa es separarse para levantar otro
ícono teológico y más próspero y otra muy diferente es ser separado por
Dios para integrar el movimiento invencible de la Iglesia del Dios Viviente.
La declaración de Jesús respecto a la propuesta del evangelio de su Reino
es netamente segregacionista, separatista: “No penséis que he venido para
traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he
venido a poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su
madre, y a la nuera contra su suegra. Y los enemigos del hombre serán los
de su casa.” Mateo 10:34 y 35. Ello, en un momento determinado de la
vida, obliga a un revisionismo y obliga a una resolución, a tomar una
decisión cuando descubre estar en un medio “cristiano” que adolece de
cristianismo. Y ocurre que viene a ser lógico desprenderse de ese entorno,
pero, ¿a qué? Si no es por causa de Su Nombre, es más de lo mismo. No te
retiras de aquél entorno equívoco para levantar una iglesia reformada,
con estatutos más “espirituales”. No te separas de esa iglesia para
construir un símil en la vereda de en frente.
Hay cosas que llegan a ser risibles: unos se separan porque danzan con
música rockera en la iglesia de la polémica, pero a ellos les encanta danzar
con cumbia “cristiana”. Ambos bandos creen que es más espiritual el
ritmo de cada uno. Otros se separan porque quieren liderar y ser
prósperos hombres religiosos como el pastor que los pastoreó toda la vida
y nunca los tomó en cuenta para el ministerio. Otros levantan iglesias por
envidia, por viveza, por intereses, por complejo de inferioridad, por
mitomanía, que se yo… Pero, el inmenso desmembramiento producido en
Chile, por ejemplo, no levantó la espiritualidad de las masas y no ha
rescatado a nadie del enajenamiento religioso, ni ha disminuido la
voracidad consumista de los que van a la iglesia para obtener milagros
financieros que les aumenten el poder adquisitivo: ha empeorado. La
inmoralidad ha proliferado de manera incontenible en el seno de las
iglesias del protestantismo paralelo. (Y digo paralelo solo para distinguirlo
del oficial en este trabajo, no porque reconozca la legitimidad del aparato
protestante oficial)
Las independencias de Dios son separaciones a fortalecer el plan de Dios
para el avance incorruptible de Su Iglesia encabezada por Jesucristo, no son separaciones para el beneficio personal de hombre alguno. Como no
separa al hombre y la mujer para satisfacer sus deseos de grandeza, sus
mitomanías, sus complejos de inferioridad, ni para construir nuevos
imperios organizacionales. No hay Biblia para respaldar estos delirios,
estos objetivos mesiánicos criollos y folklóricos.
El hombre y la mujer que cultivan el Espíritu de Dios en sus vidas deben, es
un deber en y para ellos separarse, independizarse, porque esa es la
Voluntad de Dios para estos días apocalípticos, por eso el mensaje a esta
edad contemporánea es: “Salid de en medio de ella, pueblo mío…” Porque
es la obligación de quiénes ha sido constituidos hijos e hijas de Dios.
Porque es una incongruencia esa militancia religiosa, siendo el hombre la
institución perfecta y genuina del cristianismo: ¿Qué hace o qué destino
tiene esta institución humana de Dios bajo el dominio del aparato falaz del
cristianismo denominacional? Es incoherente. ¿Dios respaldando su
hombre y su mujer sujetos y sometidos al aparato organizacional? No se
comprende y adolece de explicación sensata.
Pablo no arrastró para su naciente ministerio ningún dogma, nada de la
ortodoxia farisea, nada de las interpretaciones escriturales oficiales de los
escribas, ninguna práctica judía, nada de sus doctrinas sectarias, nada de
la teología hebrea, nada del aparato organizacional judaico. A partir del
incidente glorioso en el camino a Damasco comenzaba la revelación del
evangelio del Reino que no es de este mundo, otra Palabra: la palabra del
Jesús resucitado. Mejor dicho: el reino de la palabra del gran Yo Soy, por
sobre la palabra “paralela” de las interpretaciones apócrifas, teóricas,
cabalísticas de escribas y fariseos. Instrucciones humanas, enseñanzas
sectarias, interpretaciones teológicas, disciplinas institucionales, poderío
económico, aliados políticos, ecumenismo, gigantescos aparatos
arquitectónicos dedicados a la religión y fastuosos programas de televisión
“cristiana” no vencerán jamás al infierno. Los ministros de Dios poseen
herramientas sobrenaturales, están comisionados y respaldados por Dios
y no construyen religiones que ponen al servicio de los aparatos estatales,
como intermediarios rehabilitadores y contenedores del mal doméstico y
delincuencial, o de los vicios del hombre. O, como un gran centro
“cristiano” proveedor de gente de bien, horados en los negocios, mano
obrera domesticada y barata, empleados ejemplares y responsables,
secretarias que no tendrán aventuras sexuales con sus jefes o empleadas
domésticas sumisas. Esto es más alto, esto es el movimiento de los
peregrinos y peregrinas de Dios que extranjeros y advenedizos, no dignos
de este mundo, van en pos del reino de los cielos donde reinarán con el
Rey. La independencia motivada por Dios, el Padre, desarraiga del todo del
aparato religioso a una criatura y la inserta de lleno en esta compañía de
cristianos que transitan en demanda de los lugares celestiales con Cristo
Jesús.
Toda independencia de sus dominios es mal mirada y condenable para los
jerarcas del aparato protestante, aun los que intentan alguna separación
sufren sus dudas e inseguridades debido a las amenazas de “eterna
perdición” que proclama el ente religioso contra todo aquél o aquella que
ose rebelarse a su dominio. Todo este pavor de separarse del aparato
protestante oficial fue heredado de la iglesia que organizó Constantino,
después de ello, teólogos e historiadores perturbaron para siempre a
todas las generaciones herederas con el dogma del, digamos
iglecentrismo, el dogma falaz de la autoridad única de la iglesia, el dogma
del aparato religioso y su condición de ente exclusivo del lugar del trato de
Dios con los hombres, el lugar del orden cristiano, la militancia, el
pastoreo de Dios con los hombres, el sitio oficial donde Dios ordena sus
ministros y los comisiona, etc.
La gente independiente se acompleja de serlo y sufren esa cuestión de
sentirse inferiores a una iglesia organizada. En Colombia, por ejemplo, es
mal mirado y desaconsejable ser independiente. Los independientes
sufren esa mirada despectiva de la organización, ese ninguneo les duele,
olvidan que el aparato es usurpador de la Palabra, del concepto Iglesia,
usurpa los poderes y direcciones del Espíritu Santo, es usurpador de la
Voluntad de Dios para con el hombre, es usurpador, en suma, del lugar de
Dios. De esa manera se apropió de la expresión bíblica en Primera de Juan
2:19: “Salieron de nosotros, porque no eran de nosotros…” para
amedrentar y desacreditar a los que se independizan de lo eclesiástico.
Torciendo de manera mágica las palabras del apóstol. Porque Juan, que no
era ningún jerarca organizado, estaba refiriéndose a los que habían
abandonado la fe de la iglesia cristiana primitiva, anticristos gnósticos y
pre eclesiásticos, que abandonaron la dirección del Espíritu Santo para irse
tras la dirección de la metafísica y de la organización política del hombre, y
su naciente nicolaísmo segregacional. Aquella Iglesia independiente que
estremecía al mundo repleta de pequeños cristos, al punto de que esa
característica les gana la designación de ser llamados cristianos, no había
salido de ninguna iglesia organizada. Históricamente ocurrió
absolutamente al revés: la Iglesia de Jesucristo nació independiente, los
que salieron de ella salieron para organizarse bajo los auspicios del
emperador Constantino. Eso dice la historia. Nosotros, los independientes
de todo aparato organizacional seudo cristiano, no salimos de ellos: ellos salieron de nosotros. Nuestros hermanos genuinos, genuinamente
sellados con la Investidura de poder de lo Alto, no salieron al encuentro de
Constantino, fueron los traidores, los especuladores, los que estaban
disfrazados de oveja, los racionalistas, los que estaban vulnerados por la
filosofía aristotélica, los que tenían aspiraciones económicas, los barjesús,
los delirantes que mezclaban magia y hechicería con pentecostalismo,
como los pentecostales latinoamericanos de hoy en día: ellos salieron de
nosotros y se organizaron al amparo del poder político del estado, para
construir este portentoso aparato anticristo y blasfemo católico-
protestante. Después, con todas sus influencias y sus artísticos edificios
religiosos, y sus serias y severas jerarquías ceremoniosas, y ese manejo
tan fluido de dinero, y esos teólogos paganos “cristianizados”, con toda
esa imagen que llegó a ser tan temible universalmente, cambiaron la
historia al revés y de ese zarpazo brutal es evidente que la humanidad no
se ha recobrado, porque ese vacío amnésico de la memoria histórica lo
sufren aun los mismos historiadores que ensayan proyectos de la historia
de la iglesia, tanto desde las trincheras católicas, como desde las
trincheras protestantes. Todos los creyentes del cristianismo organizado
creen que la fe ha salido de la iglesia católica, pero nunca fue así: la iglesia
católica se organizó con los que abandonaron la primera iglesia. Lutero
pudo haber dado en el clavo al salir de ella y regresar a su gente al modelo
de iglesia original, pero todo terminó en un híbrido aparato protestante,
tan o peor cancerbero que su madre romana. El cristianismo siempre fue
libre, no organizado sobre rígidas normas dogmáticas, nunca comandado
por teólogos racionalistas, hombres llenos del Espíritu Santo ministraban
los cristianos renacidos, porque esa es la ley, digamos, al interior del
cristianismo: todo renacido o renacida del Espíritu Santo, se merece un
ministro ungido del Espíritu Santo. Y punto. Olvidan los historiadores que
todos aquellos que no acudieron a la cita con Constantino fueron
ejecutados, echados a los leones, quemados en las hogueras,
despedazados en los perversos instrumentos de tortura. No, no, no: no
fueron ellos quienes salieron de. Los que salieron no eran de nosotros los
independientes históricos, ellos exterminaron a nuestros hermanos y
hermanas originales, al rebaño genuino. Nos mataban para prostituirse sin
objetores de conciencia delante de los gobiernos de la tierra. Después,
saciados de sangre cristiana original, engañaron al mundo
convenciéndoles que ellos eran los creyentes originales.
Juan explica bien el tema en el capítulo dos de su primera epístola, define
bien las características de los que salían, que, como ya dije, no salían de
una iglesia organizada, ni católica ni protestante. Juan define perfectamente bien las características de los cristianos de la iglesia original
independiente: “Pero vosotros, tenéis la Unción del Santo, y conocéis
todas las cosas.”
Absolutamente diferente a cómo son los jerarcas y creyentes de las
iglesias oficiales de hoy en día, mamotretos de los cuáles ha llegado a ser
un pecado separarse. A nadie le importa la unción del Santo ni la gente
que ungida de Él conozca todas las cosas. Lo que importa es: ¿A qué iglesia
pertenece usted? ¿Quién es su pastor? ¿Dónde se congrega? ¿Por qué no
se viste de traje? Lo que importa en la iglesia original sigue siendo lo que
importaba a Pablo, por ejemplo: “¡Habéis recibido el Espíritu Santo desde
que creísteis?” Pues, esa sigue siendo la única forma legítima de que el
hombre y la mujer vengan al conocimiento de Dios y de todas las cosas.
No son los tiempos los que han cambiado a los hombres: ellos cambiaron
de Dios, esa es la cuestión. Cambiaron a Dios por el poder político y el
poder económico rechazando la investidura de poder del Espíritu Santo.
Con ese poder absolutamente ajeno a las investiduras de Dios para con su
pueblo, amenazan y esclavizan sicológicamente a cuanto infeliz cae en sus
manos dogmáticas sobre toda la tierra. Con esa apariencia de piedad y
poder blasfemos logran que los que se han independizado de sus
embrujos sientan ser seres inferiores, bajo esa mirada sobrada y
despreciativa con que son mirados desde el día que decidieron separarse,
liberarse, independizarse de la tiranía organizacional.
No es mi caso. Como tampoco es el caso de unos cuantos que he conocido
en mi recorrido latinoamericano. Ninguna organización me entregó los
dones que nacieron conmigo. Ninguna iglesia protestante me los ha
ungido con el Espíritu Santo. No tengo relación de dependencia con
ninguna organización protestante, no son ellos quienes me trazan los
itinerarios o me dictan las enseñanzas que comparto con quiénes me oyen
exponer del cristianismo en mi función misionera. No me hicieron
misionero ellos. Nadie me financia. El respaldo de ellos no existe en mi
oficio: no venceré jamás a nadie ni a nada con la cobertura de ellos. No
protegen a nadie del mundo, no protegen del pecado a nadie, no protegen
de satanás a ninguno de los suyos, jerarcas incluidos, ¡mucho menos
protegerán a alguien de la ira de Dios! No me hacen falta. Como no son
aparatos religiosos que contengan a mis hermanos y hermanas, ni siquiera
los extraño. No salí de ellos. No preciso de la alianza con ellos: preciso la
alianza con Dios y el verdadero poder que significa estar investido de
poder de lo alto. Ningún habitante de la tierra necesita una organización
religiosa para la salvación de su alma. Pablo es certero al respecto, y claro:
“Estad pues firmes en la libertad con que Cristo os hizo libres…” Y punto. Quién no entienda esto, no sé. Nadie podrá hacer mucho por él. Ni
siquiera Dios, si rechaza esta propuesta de libertad gloriosa de hijo e hija
de Dios.
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