lunes, 20 de septiembre de 2010

Hno Rafael Mendoza


 IV

Los jerarcas de la iglesia protestante


Jerarca: 
Persona que tiene elevada categoría en una organización, una empresa, etc.

Porque éstos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como
apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel
de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de
justicia; cuyo fin será conforme a sus obras.  II de Cor. 11:13 al 15.


La  jerarquía  de  la  organización  protestante,  en  una  abismante mayoría,
practica  lo  que  el  mensaje  de  Apocalipsis  al  respecto  califica  de
prostitución,  cuando esta acude a  sentarse  con  los gobiernos de  turno a
negociar privilegios, reconocimientos y respaldo estatal.
Ninguno de estos jerarcas avanza con el poder de la Unción que reclaman
tener,  todos  avanzan  con  poder  político  y  con  un  contundente  poderío
económico.
Nadie sabe cómo se convierten se convierten en grandes  líderes, cuando
aparecen  de  la  noche  a  la  mañana  representando  a  “todas  las  iglesias
evangélicas” de sus países respectivos, frente a  los primeros mandatarios
de  sus  naciones  y  en  presentaciones  públicas  a  través  de  los  grandes
medios televisivos de comunicación.  Yo me quedé con la boca abierta en
Barquisimeto, Venezuela, cuando al mirar el canal de cable que aglutina a
todos  estos  aristocráticos  jerarcas  de  la  última  edad  de  la  iglesia,  veo
aparecer  los dirigentes argentinos de una asociación  llamada Aciera, que
decían representar a todas  las  iglesias evangélicas de  la Argentina. Así no
más,  con  esa  pachorra  inexplicable,  ¿a  todas…?  No  cuesta  nada  darse
cuenta  al mirar  el  amplio  espectro  de  los  componentes  humanos  de  las
iglesias evangélicas en general que  si existe mitomanía expresada en  las
personas,  es  en  las  congregaciones  protestantes  donde  más  expuesto
queda a la vista, pero, evidentemente más notorio es en la clase dirigente. Sin  embargo,  es  una  señal  que  caracterizaría  a  la  iglesia  de  Laodicea,  la
última expresión religiosa organizada de los tiempos.
En todas las organizaciones protestantes, los jerarcas se destacan por una
innegable carencia de espiritualidad y por una alta y peligrosa capacidad
de  enajenación,  ministrada  obviamente  para  enajenar.  Completamente
conscientes de ello o sinceramente errados. 
Todo jerarca que vista el mejor traje y el más caro, y aquél que ostente la
mayor capacidad adquisitiva,  la mayor cantidad de posesiones y el mejor
status: es mirado con más temor, con mucho más respeto que un ministro
pobre y desinteresado y una exagerada muestra de reverencia que no se
prodiga a un ministro austero y modesto, y que ni siquiera es amigo de la
corbata.  Ni  hablemos  si  este  ministro  es  campesino,  albañil,  indígena,
mestizo o afro en el escalafón más bajo de  la  sociedad.   Porque ellos no
solo  no  son  valorizados  o  ponderados  como  los  del  alto  nivel,  sino  que
para  los ministros de  la alta aristocracia protestante ellos  tampoco valen
algo  en  el  espectro  protestante.  Por  una  sencilla  razón:  porque  ser
ministro hoy en día en  la  iglesia protestante es una cuestión de status. Y
para eso, hay que parecer un personaje de las altas esferas, y serlo.
Cierto día, en Sto. Dgo. De Los Tsáchilas, un hermano de mi congregación
me comentó que al ir a pagar lo suyo en los cajeros del Supermercado de
la  ciudad,  lo  antecedían  cinco  o  seis  ministros  protestantes,  de  lo  que
llaman la Iglesia del Mensaje, que habían venido a una Conferencia desde
sus  países  respectivos.  Todos  vestidos  como  esos  altos  personajes
importantes  de  algún  ministerio  gubernamental,  bien  trajeados  y  cada
uno de ellos portando  la clásica maletita de ejecutivo que contiene todas
sus cosillas religiosas, Biblia incluida. Lo que destacaba mi hermano era la
admiración  que  provocaban  en  el  público  que  hacía  sus  compras
cotidianas  allí,  la  gente  les  abría  paso  ensimismada,  como  frente  a
personajes  muy  famosos  y  admirables.  Pero,  eso  no  sucedía  porque
irradiaran  la esencia magistral del cristianismo, o porque se destacase en
ellos el  innegable atractivo de  la espiritualidad de  los ungidos verdaderos
del  cristianismo,  como  ocurría  con  Pablo,  o  con  Pedro,  o  con  el mismo
Señor Jesús. Nada que ver con esas cosas, ellos provocaban esa sensación
de admiración por sus trajes ostentosos, (parecían verdaderos caballeros,
sin  caballo,  claro),  por  esa  facha  de  personajes  aristocráticos,  porque
parecían  lo que  realmente  son  y  que  les  gusta  ser: parecían  señores.  Es
que el traje y la corbata en el ministro protestante, ha venido a ser lo que
es  la  sotana  para  el  cura:  el  elemento  distintivo  de  su  status  religioso.
Lamentablemente para ellos, y quizás no estén enterados, el cristianismo
es una cuestión de servidores. Y no es la humildad, precisamente, el atributo que destaca a la mayoría de
estos  jerarcas. Son, al  fin y al cabo, como  los describen Pedro y Pablo en
sus epístolas: altivos, vanidosos, vanagloriosos, con apariencia de piedad,
avaros,  codiciosos,  infatuados.  O,  dicho  en  lenguaje  popular
contemporáneo:  son  agrandados, nariz parada,  facheros,  fanfarrones,  se
hacen los…, son como puño de bebé, son agárralas todas, caretones, etc.
Y  no  hablemos  sobre  el  señorío  que  ejercen  sobre  las  congregaciones
protestantes  de  Latinoamérica  los ministros  internacionales  del  aparato
protestante  del  primer mundo.  Porque  respecto  a  la  recepción  de  estos
señores  y  mandamases  de  la  religión  extranjera,  la  actitud  nuestra
continúa  siendo  exactamente  la misma  que manifestaban  los originarios
que nos antecedieron, cuando veían llegar por primera vez al continente a
los  primeros  ministros  internacionales  que  venían  respaldados  por  los
ejércitos y los mercenarios de España.
No es mucho  lo que  traen, aparte de  sus  carismáticas y manufacturadas
imágenes televisivas, esos lenguajes declarados como idiomas mayores en
el mundo, y comportamientos de personajes de las películas del cine, con
ese séquito de traductores y asistentes. No tienen nada que no tenga un
ministro  tercer mundista,  ¡y mucho menos  en  la mayoría  de  los  casos!,
que  ignorante  de    mismo,  los  espera  y  los  atienden  como  señores  y
patriarcas, y que en medio ya de sus reuniones de gala, los oyen con toda
la  boca  abierta.  Aunque  al  día  siguiente  olviden  por  completo  la
“enseñanza” del jerarca extranjero.
Cuando estuve de visita en la iglesia de mi tío Daniel Bobadilla, en Ciudad
del Este, Paraguay, coincidí con el arribo de un misionero norteamericano.
Venía  volando  en  su  avión  particular,  para  empezar,  desde  la  Isla  de
Chipre. Predicó acerca de que el mundo era  redondo, como un balón de
fútbol y que el deporte, ¡oh, gran revelación ultra divina y jamás conocida
entre  los  mortales!  era  el  ejercicio  indicado  para  que  los  jóvenes
quemaran energías y así evitasen tentaciones o pecados relacionados con
la carne. Amén. Encima se llevó toda la plata. Mi tío está signado como el
hombre que evangelizó el Paraguay, por ministros amigos y opositores. Le
pregunté, “¿Qué  tiene este pobre yanqui que no  tengas  tú?” Solo sonrió
comentando: “¿Y qué quieres que haga? Me lo mandaron los jefes.” Y ese
es  el  drama:  ni  siquiera  los  envía  Dios,  los  envían  los mandamases  del
primer mundo. La misma curia norteamericana que pactó la cuestión de la
evangelización  con  su  competencia  europea:  Latinoamérica  para  los
yanquis y el África, Asia y Oceanía para  los europeos. En 1980 había más
de  tres mil ochocientos misioneros  yanquis de  carrera  y más de  seis mil
misioneros  latinos  (americanizados)  de  tiempo  limitado,  re atornillándonos el proceso americanizador con el cual nos  impusieron un
“cristianismo”  de  un  dios  empresario,  patrocinador  de  las  políticas
industriales,  un  dios  organizado  y  jurídico,  un  dios  de  protestantismo
civilizador,  que  fue  mutando  en  un  dios  neoliberal  y  anti  comunista
declarado  con  el  transcurso  del  tiempo,  y  practicando  los  cambios  de
estrategia  del  imperio  y  que  también,  al  igual  que  el  dios  del  imperio
vaticano,  llegó  respaldado por el poder de  la política y del empresariado
yanqui y,  lo que es más grave, muchas, muchísimas veces, como un dios
agente de  la mismísima CIA, que se  infiltró exitosamente en  los procesos
latinoamericanos de lucha y resistencia, para desestabilizar y destruir todo
cuanto fuese posible, asesinatos y desapariciones incluidos, en nombre del
neo cristianismo americanizador que representaba. De ellos aprendimos el
modelo  de  iglesia  empresarial  y  su  administración  de  tipo  piramidal;
aprendimos de ellos un nicolaísmo profesionalizado y como  la cereza del
postre, nos insertaron las broncas, disputas y sectarismos que practicaban
entre  ellos  en  USA  y  con  los  representantes  de  las  organizaciones
protestantes europeas. Como expresó en su discurso, en Tacora, Santiago
de Chile, el obispo Ignacio Fuentes, el domingo de cierre de su Convención
Nacional de 1977: “Los misioneros yanquis no vinieron a evangelizar, ellos
han venido a americanizar”.
Todo  ese  glamour  y  ese  perfil  de  personajes  altamente  prósperos  que
lucían,  y  lucen,  en medio  de  estos  sufridos  creyentes  latinoamericanos,
logró llevar a una confusión total el concepto de la imagen de un ministro
de Dios. Según nos comenta David Stoll en un trabajo de investigación que
hace  este  antropólogo  norteamericano  sobre  las  iglesias  evangélicas  en
Latinoamérica,  cuando  los quechuas de Otavalo, en Ecuador,  conocieron
lo que era una  jerarquía pastoral, todos querían ser pastores, porque eso
era  sinónimo de poder adquisitivo, podían vestir como  señores, dominar
gente  y obtener un  regio automóvil, porque eso era  lo que  veían en  los
misioneros  norteamericanos.  Y  eso  es  lo  que  se  ve  por  todas  partes.
Claudio, mi hijo menor, cuando era pequeño, solía jugar a la iglesia con sus
amiguitos, en Córdoba, Argentina. Tomaba un  cajón  vacío o una  caja de
cartón  más  o  menos  grandes  y  usándola  como  púlpito,  les  predicaba
entusiasmadamente. Cierto día se acercó a mí y me dijo: “Papá, cuando yo
sea grande quiero ser pastor.” Cuando le pregunté por qué, me respondió
instantáneamente: “¡Porque los pastores tienen auto!”
No  solo  tiene  carro,  tienen  un  apetito  de  voracidad  económica  tan
tremendo, que te llegan a dar calambres en la cabeza de pensar en cómo
es posible que exista  tanta codicia  reconcentrada en  la cabecita  religiosa de  estos  jerarcas  que  juran  de  panza  ser  ministros  escogidos  del
cristianismo.
Enseñados  en  los  seminarios  e  institutos  religiosos  que  los
manufacturaron  para  capitanear  este  gigantesco  ejército  místico,
aprendieron  muy  bien  a  dramatizar  (rubro  que  se  enseña  en  los
seminarios),  y  a  influir  sicológicamente  en  las  voluntades  humanas
(sicología que también aprenden en los seminarios), en esa condición y en
esa  muy  ventajosa  posición  hacen  y  deshacen  con  cuanto  mísero  y
desgraciado  ser  humano  cae,  en  busca  de  su  última  esperanza,  en  esos
tugurios del averno. 
Hoy  en  día,  reconocidos  pública  e  internacionalmente,  a  través  de  sus
fastuosos  programas  de  televisión,  no  tienen  ni  la  menor  sombra  de
cohibición  de  practicar  todas  esas  artes  que  conocieron  y  aprendieron
aplicadamente  en  los  Centros  Educacionales  de  la  Religión  organizada.
Saben  aplicar  muy  bien  ese  misticismo  académico  con  esa  mezcla  de
espiritualidad  maléfica  y  sospechosa,  que  los  hace  revolcar  en  el  piso
artístico de sus programas televisivos y revolcar a su vez a  los centenares
de seguidores encandilados y enajenados, que se dejan caer de espaldas,
cuando  estos  ministros,  imitando  patéticamente  a  Cristo,  soplan  sobre
ellos para que “reciban” el Espíritu Santo, no  sin dejar de propinarles un
muy  sacro  empujoncito,  para  que  esta  pobre  gente  entienda  que  es  el
momento  de  desplomarse  dormidos,  o  para  caer  sacudiéndose
enérgicamente y  revolcarse  como un  cerdito en  su  chiquero  fangoso, en
medio de aparatosos sacudones. No se revolcó así Jesucristo cuando vino
el  Espíritu  Santo,  como  una  paloma  sobre  Él,  cuando  fue  bautizado  por
Juan;  tampoco  les  dio  algún  empujoncito  a  los  doce,  después  de  soplar
sobre ellos para que recibiesen el Espíritu Santo. Tampoco ocurrió que los
ciento veinte de Pentecostés salieran al público revolcándose, después de
haber sido llenos, ¡ojo!: llenos de la investidura de poder de lo alto. Pero,
¡qué  sintomático!:  ¡Los endemoniados  sí se  revolcaban ante  la presencia
de  Jesucristo!  Y  no  precisamente  porque  estuviesen  siendo  llenos  del
Espíritu Santo. Eso es un indicativo entre muchos de cuánta ignorancia (lo
ignorarán  realmente o  se harán  los de…) hay  en  la  jerarquía eclesiástica
respecto al conocimiento de la Deidad, quién solo atiende en la iglesia del
Dios  Viviente.  El  Espíritu  Santo  no  es  ninguna  Deidad  independiente  de
Jesucristo,  o  paralela  con  Jesucristo,  o  co-mesías  con  Jesucristo,  cito  un
texto:”Ya no andaré más con vosotros, sino que estaré en vosotros…”
El  Espíritu  Santo  es  Cristo  habitando  en  el  hombre,  “¡Ya  no  vivo  yo  -
exclamó Pablo-, Cristo vive en mí!”. Y el espíritu de Cristo, es decir, Cristo
manifestado  como  el  Espíritu  Santo,  no  vendrá  a  ninguna  persona  para revolcarse como un marrano sobre  los altares o bajo  los altares de estos
falsos  ungidos  de  los  últimos  días.  No,  ¡rotundamente,  no!  Porque
estamos hablando de la Deidad: “¡Toda potestad me es dada en el cielo y
en la tierra!” Hablamos del Dios Creador, del Dios Soberano. El Espíritu de
Cristo  era  Dios  manifestado  en  toda  su  Plenitud  en  el  Galileo  que
derrotaría  la cruz del Calvario. Hablamos de Dios. Pero, claro, los  jerarcas
ministeriales  que  comandan  espectacularmente  el  aparato  religioso más
grande  de  todos  los  tiempos,  manufacturados  según  los  intereses,
necesidades  y  demandas  del  Aparato  que  representan,  nunca  han
conocido a Dios. Y lo que es peor: ¡Nunca los ha conocido Dios! Eso me da
escalofríos  estremecedores,  porque  no  dejo  de  verlos  como  personas,
como seres humanos, pero claramente evidencian que están ungidos para
engañar.  Se  desprende  también  de  hacia  dónde  dirigen  la  gloria  de  sus
hechos “milagrosos”: no es el rostro de Dios el que queda manifestado de
forma dominante  y abrumadora, envolviendo en  temor  reverencial a  las
masas y a sus propios “ungidos ministeriales”. No, solo crece la imagen de
los  jefes  religiosos,  crece  su  poderío  económico,  crecen  sus multitudes,
crece el status del hombre eclesiástico y éste es cada vez más inasequible,
rodeado  de  su  inaccesibilidad  programada,  rigurosa  y  sistemática;  y
rodeado  de  caricaturescos  individuos  de  traje  y  corbata  que,  cual
guardaespaldas de personaje V.I.P., manotean y empujan a los cándidos e
ignorantes seres que quieren tocar al “ungido”. Estos apocalípticos sujetos
han  llegado  ser  más  famosos  y  más  nombrados,  y  más  esperados  que
Jesucristo  y  viven  en  un  limbo  de  ser  superior  tan  inalcanzable  para  un
creyente del montón, que es más  fácil y más  rápido arrodillarse y hablar
con Dios, que tener una entrevista personal con ellos. 
Pablo Portela, un ministro  estelar  y mediático que  empezó  su  carrera  al
estrellato  eclesiástico  en  Pereira,  Colombia,  es  un  exacto  ejemplo  de  lo
que comento. Una mañana, un hermano amigo, de esa ciudad cafetalera,
se encontraba en un supermercado haciendo sus compras, cuando notó el
despliegue  de  unos  hombres  fuertemente  armados  posicionándose  a  la
entrada del lugar, intentó buscar refugio, porque pensó de inmediato que
se trataba de un gran asalto, pero cuando la gente armada estableció una
especie  de  pasillo  o  corredor,  estacionó  un  modernísimo  carro  a  las
puertas  del  supermercado  y  de  el  descendió  el ministro  famoso,  entró
flanqueado por otros dos hombres tan armados como los demás: a hacer
sus  compras  de  mercado.  Protección:  podía  ser  secuestrado  por  algún
grupo paramilitar o alguna  fracción de  las Farc, debido a su condición de
personaje millonario. Jesús no manejaba un solo peso y no se desplazaba
con su gente  fuertemente armada: nadie secuestraría a un  tipo como él, que  encima  jamás  cambiaba  de  traje.  Dirán  por  ahí  que  Jesús  era  una
persona que podía  recurrir  instantáneamente a un milagro portentoso  y
auto  protegerse,  absolutamente  de  acuerdo,  pero  ocurre  que  tampoco
Pablo ostentó  guardia personal  armada; dirán, bueno, Pablo  vivía preso.
De  acuerdo  otra  vez,  pero  Pedro  tampoco  usó  de  una  guardia  personal
armada  hasta  los  dientes,  tampoco  manejaba  un  solo  peso.  O,  si  no,
miente cuando le dice al menesteroso que pedía limosnas a la entrada del
Templo: “No tengo plata ni oro, mas, lo que tengo te doy…”  En Pereira me
hospedé en casa de una hermana que  fue discípula de Portela durante 5
años,  participando  activamente  en  todos  los  eventos  públicos  de  este
“santo”  mediático,  amén  de  cumplir  “religiosamente”  con  todas  las
ofrendas  y  diezmos  y  aportes  extras  que  debía  entregar,  para  la
“bendición” de ella misma y del ministerio. En esos cinco años de actividad
siempre    quiso  entrevistarse  personalmente  con  su  pastor  famoso;  y,
claro,  le asistía  todo el derecho de  forma natural,  toda  vez que  también
era una aplicada “accionista” que ayudaba a engrandecer el ministerio y la
cuenta bancaria del mesías colombiano: nunca pudo hablar con él.
Es  irrefutable,  no  solo  no  representan  al  Dios  Viviente  como  pregonan,
Dios tampoco ha decidido ser representado por ellos. 
Han  dividido  al mundo  entero,  estableciendo  sus  feudos  e  imperios  con
pactos  de  no  agresión mutua  entre  unos  y  otros,  y  se  repartieron  por
jurisdicciones  las ciudades y capitales del planeta. Como auténticos capo
mafias,  compiten  enconadamente  entre  sí,  para  conseguir  el  poder
absoluto sobre los otros, tal como los capo mafias, pero unificados en esas
alianzas ecumenistas e  inter denominacionales, se muestran her-ma-nos.
Y la hipocresía les sienta bien, porque no se les mueve ni en falso un solo
músculo de la cara cuando se presentan en público. Manuel, que pastorea
una  pujante  denominación  plenamente  identificada  en  la  teología  de  la
prosperidad, en Argentina, me describió perfectamente el poder territorial
que alcanzó y practica la jerarquía organizada. Hubo un ministro uruguayo
que llegó a Córdoba. De entrada, todo bien, pero cuando este ministro se
vio  envuelto  en  la  división  de  una  iglesia,  llevándose  con  él,  incluso,  un
puñado de de disidentes, se acarreó  la automática maldición del Aparato
protestante  organizado:  “Lo  declaramos  persona  no  grata  en  toda
Córdoba, nadie volverá a recibirlo.”
Y no solo en Córdoba. El internet redujo el mundo entero a una sola aldea:
un solo comentario por la Red y el sujeto en cuestión queda estigmatizado
por  todos  los  rincones  del  planeta.  Si  no me  cree,  pregúnteme  a mí:  la
jerarquía de los tabernáculos de la tendencia Branham, me estigmatizó en
la red cibernética como un sujeto peligroso y con otro espíritu. Les hirió en el  alma  el  que  les  plantease  que  la  Divinidad  de  Jesucristo  era  tan
exclusivista  y  absoluta,  y  tan  todopoderosa  y  autosuficiente  que  no
compartía su gloria con nadie, ni siquiera con William Marrion Branham. Y
eso fue para ellos herejía y blasfemia elevadas al cubo. O, para adecuarnos
a  los efectos  tecnológicos de  la cinematografía moderna: eso  les pareció
una  blasfemia  tridimensional.  Distribuyeron  notas  por  todo  el  internet
alertando a los demás tabernáculos de Latinoamérica de un "hereje" como
yo. Uno de ellos, escrito en  la  red por un pastor branhamita de Santiago
de  Chile,  apodado  "el  gánster",  decía:  "Dice  que  se  congrega,  pero  es
mentira,  no  se  congrega  en  ningún  tabernáculo  y  no  tiene  pastor..."  Yo
escribí una nota respondiendo a esa declaración en la red diciendo que sí,
que  ese  hombre  tenía  toda  la  razón:  "yo  no  me  congrego  en  ningún
tabernáculo de Chile y no tengo pastor de Chile, porque vivo hace más de
veinte  años  en  Argentina,  confirmo  que  dices  la  verdad,  Carlitos."  Otra
circular, también escrita desde otro tabernáculo de Chile, decía que yo era
un  sujeto peligroso y con otro espíritu. Obviamente que eso a mí no me
afecta  un  ápice  (léase,  maní),  ni  me  perturba.  Y  eso  es  porque  mis
defenestradores branhamitas tienen razón: ¡tengo otro espíritu!
La Organización religiosa no solo tiene esclavizados con amedrentamiento
crónico  a  las masas  que  somete,  también  a  sus  jerarcas  y ministros  les
ocurre  lo  mismo,  por  muy  poderosos  y  gigantescos  que  se  vean.  Son
capaces  de  renegar  y  blasfemar  abiertamente  del  Dios  Vivo,  cuando  la
Organización    les  llama  la  atención o  los disciplina  sobre  el particular,  si
por esas cosas de las contingencias religiosas, predican de pasajes bíblicos,
o  proféticos  o  apostólicos,  que  pongan  en  dificultades  al  Aparato
eclesiástico;  o,  a  algunos  de  los  altos  “ungidos”  intocables  de  la
Organización. O, si después recapacitan sobre lo predicado, se dan cuenta
que  la metida de pata bíblica  les puede significar una pérdida  importante
de ingresos.
Mala cosa es tener la vida vendida a la Organización eclesiástica, pero muy
más mala  cosa es  caer en manos de un Dios Vivo. Y  si hay alguien en el
mundo que está más propenso a caer en manos de este Dios Soberano y
Terrible,  para  castigo  y  perdición,  ese  es  precisamente  un  ministro  o
jerarca de la religión organizada. Escrito está: Señor, ¿no profetizamos en
tu  nombre,  y  en  tu  nombre  echamos  fuera  demonios,  y  en  tu  nombre
hicimos milagros? Y entonces  les declararé:  ¡Nunca os  conocí, hacedores
de maldad! Mt. 7:22.
A  la mayoría de  los ministros organizados  les pasa con su organización  lo
que  les  ocurre  a  los  hombres  casados  con  mujeres  dominantes:  estos
maridos  son  terribles  e  implacables  con  sus  subordinados,  si  son  del Ejército; terribles con sus empleados en el trabajo, o re contra tiranos con
sus alumnos, si son profesores y recontra dominantes y opresores con sus
congregaciones,  si  por  esas  cosas  de  la  inclinación  natural  humana  a  la
religión,  son  ministros  eclesiásticos.  Pero  cuando  están  frente  a  la
matriarca que los gritonea y los maltrata en casa, son dóciles y humildotes
hasta  el  ridículo:  así  son  los  ministros  que  componen  las  jerarquías
eclesiásticas:  sumisos  y  serviles  a  sus  superiores  jerárquicos,  dóciles  y
sumisos hasta lo grotesco a los caprichos de la Organización.
Reducidos a una condición de empleados más bajos en el escalafón de las
jefaturas  eclesiásticas,  llegan  a  llorar  dando  gloria  a  Dios,  cuando  son
elevados  de  simples  pastores  a  Presbíteros,  o  Superintendentes,  o
supervisores:  reverendos  y  oscuros  cargos  absolutamente  nicolaítas  por
donde  se  les mire.  O,  si  no,  esperan,  esperan  y  esperan,  como  perrito
domesticado  por  un  amo  malvado,  que  los  destinen  a  iglesias  más
grandes,  para mejorar  sus  ingresos  y  elevar  el  perfil  de  sus ministerios,
como esperan angustiados por un ascenso esos vulgares empleados  lame
botas de oficina.
La  pobreza  espiritual  y  de  valores  humanos  que  exhiben  las
congregaciones  organizadas,  son  exactamente  el  patrón  de  miseria
humana y espiritual que aqueja a quiénes los pastorean: nunca salvarán al
mundo  que  afiebradamente  proclaman  salvar:  ¡Chile  para  Cristo!,
¡Argentina  para  Cristo!  ¡Colombia  para  Cristo!  ¡México  para  Cristo!
Macanas de delirante  iluminado que no  les han alcanzado nunca ni para
rasguñar  siquiera una migaja de  salvación,  sellada en  la Resurrección del
Nazareno martirizado en  la  cruz. Por una  sencilla  razón: Dios  salvó a  los
suyos en Cristo, cuando  Jesús declaró crucificado:  ¡Consumado es! No  se
refería  a  iglesias  organizadas,  no  se  refería  a  naciones,  se  refería  a
individuos, personas, Él. Él es el Salvador y eligió a sus salvados. Esta es la
comisión: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura, el
que  creyere  y  fuere  bautizado,  será  salvo; mas,  el  que  no  creyere  será
condenado.” Cuestión personal, decisión personal. Luego, no dice:  Id por
todo  el  mundo  y  salvadlos  por  naciones,  encerrándolos  en  iglesias  y
condenadlos  si  no  creen.  Jesús  siempre  fue  categórico:  “Todo  lo  que  el
Padre me da, vendrá mí.” No  los que  los pastores elijan,  jamás  los que  la
Organización elija.
500  años de protestantismo,  contando desde  los días de  Lutero, no han
significado nada para el mundo o  las naciones que dicen estar  salvando.
Seis mil millones  y  algo más  de  habitantes  viven  en  el  globo  terráqueo,
aproximadamente  un  mil  millones  se  reconocen  cristianos,  según  las
estadísticas universales. Pero, si hacemos un real y objetivo recuento de lo genuinamente  cristiano,  según  las definiciones bíblicas y  según el patrón
de  los  primeros  cristianos  expresados  desde  el  Aposento  Alto  hasta  el
desarrollo  del  cristianismo  en  los  días  de  la  explosión  cristiana  de  la
llamada iglesia primitiva, cuyo espiritualidad y cuyo Espíritu no ha muerto
ni  en  las  persecuciones,  ni  en  las  cruzadas,  y  si  hablamos  de  cristianos
fidedignamente  cristianos:  esa  cifra  oficial  de  cristianismo  universal  se
reduce  abismantemente:  católicos,  ortodoxos,  protestantes  y  afines  y
parecidos,  no  son  cristianos.  No  tienen  como  probar  lo  contrario,  son
organizaciones  político-metafísicas,  expositores  de  lo  que  yo  llamo  el
materialismo  místico,  filósofo-religiosos  que  ya  no  tienen  tiempo  por
delante  para  programar  un  más  enérgico  y  refinado,  y  aun  más
“cristianizado”, plan de evangelización mundial. 
En los años 70’, apareció en Chile una organización internacional trinitaria,
llamada  Alfa  y  Omega,  sus  ingenieros  del  iglecrecimiento  habían
desarrollado el plan de evangelización mundial que sus múltiples ministros
practicaban a un ritmo entusiasta y sostenido: A esa velocidad, trabajando
desde  las  iglesias,  lugares públicos y casa por casa  (también  llegaron a  la
de mis padres), vaticinaban con mucho optimismo que para el año 2000,
alcanzarían la meta de evangelizar a todo el mundo. No solo no ocurrió la
ambicionada  evangelización  total  de  la  Aldea  Global:  Alfa  y  Omega
desapareció  de  la  noche  a  la  mañana,  mucho  antes  que  terminase  la
década del 70’. ¿?
Esta es la verdad: ninguna organización le apuntó ni a la evangelización de
Latinoamérica, ni a  la del mundo entero: ellos apuntaron a  sus  intereses
financieros  y  de  imagen  en  el  concierto  global.  Sus  intereses  nunca
evidenciaron una  vocación de dar para  recibir,  como  reza  la máxima del
cristianismo,  sino que ha  sido y  sigue  siendo  todo al  revés, para ellos es
mejor  recibir que dar. Y, así  les va:  reciben dinero a manos  llenas, están
tan  ricos  en  tesoros  financieros  que  no  tienen  nada  para  dar.  Nunca
tuvieron  nada  para  dar,  por  eso  apuntaron  a  tener  dinero,  porque  si
hubiesen querido ponderar el dar y no el  recibir, como es perfecto en el
sentir de las bienaventuranzas de Jesús, hubieran recurrido de lleno a Dios
y no a sus cuentas bancarias; hubieran hecho alianza con Dios y no con el
Estado agnóstico, que desplaza a Dios como el Padre de la raza humana e
instala a un mono en su lugar.
De Mammón  recibieron ese espíritu  canallesco de  chuparle el dinero de
los  bolsillos  de  sus  esclavos  religiosos:  suena  duro  y  feo  emplear  este
adjetivo para definir esta costumbre malvada, pero la costumbre misma es
más  fea  que  adjetivarla  con  dureza,  pues  hasta  parecen  perros
hambrientos  rondando  hermanas  y  hermanos,  en  sus  propias  casas inclusive.  Y  no  por  amor  a  ellos,  precisamente,  sino  que  “rastreando”
muchas,  demasiadas  veces,  el  diezmo.  Como  cierto  pastor  de  los
tabernáculos branham, en Sto. Dgo., Ecuador, que se mete a  las casas de
sus  tiranizados  hombrecitos  y  mujercitas  de  la  fe  sudaca,  mirando  por
todas partes con su aguda mirada pastoral-catalizadora-de-dinero: si logra
ver algo de algún valor arrinconado por allí, ordena a los dueños de casa:
¡Vendan eso que tienen allí tirado y den ese dinero al Señor! Al señor que
es  él,  claro.  Porque  darle  el  dinero  al  Señor,  en  la  economía  del
cristianismo genuino, es repartir los ingresos en partes iguales con toda la
congregación. Al menos, eso hacían los apóstoles con sus rebaños.
Algo más  detestable  ocurrió  con  Rosita,  una  viuda  de  74  años,  que me
hospedó en Colombia en  los mismos días que escribí esto, con su pastor
local.  El  “celoso” ministro  de Dios  prácticamente  la  empujó  fuera  de  su
iglesia por considerar que no merecía estar allí porque ella no pagaba  los
diezmos  y eran muy escasas  sus ofrendas. Esa pobre  viuda apenas  tenía
para  comer  y  la  gente  del  barrio  era  quién  la  socorría,  pues  cada  día
golpeaban a su humilde puerta trayéndola alguna cosa de comer: azúcar y
pan,  o  arepas  y  panela,  o  verduras,  o  trozo  de  alguna  torta,  o  alguna
moneda. Jamás vi al pastor tener un gesto así con ella. Rosita cabizbaja y
dolida,  dejó  su  iglesia,  como  alma  que  sale  al  destierro.  Nunca  fue  a
visitarla  el  legalista  que  la  pastoreaba.  Total,  que  puede  valer  una  vieja
que no aporta nada para la obra del ¿Señor? Hasta que llegó el momento
en que Rosita decidió vender su casita. El pastor se enteró de esos planes
y apareció ante la puerta de la viuda: no iba a verla para recuperarla para
su  redil,  devolviéndole  el  lugar  que  amaba  Rosita  en  su  congregación:
Venía con un mensaje ministerial claro y directo: “Hermana Rosita, usted
venderá su casa, pero no olvide que su deber es entregar ese diezmo para
el  Señor.” Al momento  de  ese  relato  en  labios  de  la  viuda, me  subió  la
indignación  hasta  la  estratosfera  y  le  dije  a Rosita:  “¿Porque  no  le  diste
vuelta la cara de una bofetada, Rosita, a ese imbécil retobado?”
Aunque otros tiranos no la pasaron muy bien. Hubo un pastor colombiano
que  lo  pagó  caro  en manos  de  las  Farc.  En  el  Bajo  Urabá,  cerca  de  la
frontera con Panamá, por el océano Pacífico, en  la congregación de este
pastor,  había  un  hermano  que  era  muy  querido  por  los  creyentes,  un
muchacho que hacía música, muy famoso en las congregaciones vecinas, y
muy pobre. Tenía su casita en esos barrios afro colombianos del lugar que
estaban bajo  la  tutela de  las  fuerzas  revolucionarias. Planeaba  venderla,
con  el  dinero  de  la  venta, más  otros  dinerillos,  compraría  una  casita  un
poco más digna. Logró venderla, pero el pastor de su  iglesia se pegó a él
como  una  sombra,  no  lo  soltó más  y  nunca  dejó  de  presionarle  con  su enajenado discurso del polémico diezmo. No lo dejó ni a sol ni sombra: el
diez por ciento era del Señor y eso debía cumplirse a  rajatabla. El drama
fue que el muchacho cedió y aun, contra su voluntad y sus planes, entregó
el diezmo al codicioso que lo pastoreaba. El problema fue que al entregar
su diezmo, quedó sin cubrir el monto que necesitaba para comprar la otra
casa y se quedó en la calle. Eso cayó muy mal en la congregación, porque
el muchacho era amado y respetado por su agradable manera de ser y por
su buen testimonio.   Para  la desgracia del san pastor, no solo cayó mal a
sus  creyentes,  también  se  enteraron  los  responsables  de  las  Farc  que
gobierna la zona hasta el día de hoy. Lo ejecutaron públicamente, cerraron
su  iglesia  y  prohibieron  que  el  poblado  recibiesen  pastores  que  no
trabajasen: también serían ejecutados.
Todo esto parece un castigo demasiado cruel y muchas veces, actos como
éste  levantan el repudio  la opinión mundial contra movimientos armados
como  las  Farc.  Y  aunque  es  un  hecho  absolutamente  condenable,  nadie
alza  la voz a nivel mundial para condenar y  repudiar estas  jerarquías del
cristianismo  organizado  y  sus  viles  actos  de  delincuencia  religiosa.  El
castigo  que  recibió  este  pastor  miserable  es  condenable,  violento  y
cruelmente exagerado: con exigirle que devolviese el diezmo y expulsarlo
de la zona, ya estaba. Pero, el hombre en su ambición, despertó el repudio
de  los demás y debió comprender que se encontraba rodeado de un alto
porcentaje de personas que no  experimentaban  el  cristianismo  genuino,
ese que no predicaba él tampoco. 
Pero, los mortales, vivos o muertos, según palabras de Jesús, somos todos
seres vivientes delante de Dios. Y el día que tenemos a la puerta, daremos
cuenta. Y aunque yo mismo enfrentaré también a ese Juez que pedirá esas
cuentas, me estremezco de pensar en el momento en que deberemos dar
nuestro  informe  de  conducta  ministerial  delante  de  Dios.  No  quiero
pensar  que  la  jerarquía  internacional  del  Aparato  protestante  se
estremecen y creen solamente como los demonios que creen que Dios es
uno y tiemblan, aspiro a que ocurra un arrepentimiento en masa, un gran
revisionismo internacional de comportamientos y procederes ministeriales
y todos nos pongamos a cuenta con Dios, y con todos  los seres humanos
que  son  pastoreados  engañosamente  por  toda  la  tierra,  antes  del  día
grande y terrible, muy más terrible y directamente direccionado a la cueva
de ladrones ministeriales que es la Organización mundial protestante.
En  el  cristianismo,  en  la  iglesia  del  Dios  Viviente,  las  designaciones
ministeriales  son  de  otra  manera.  El  gran  registro  documental  que
tenemos  para  comprobar  esto  es  la  Biblia.  Pero  como  la  Biblia  (como
veremos  en  un  capítulo  posterior)  no  es  el  libro  de  consulta  de  la Organización  protestante,  lo  importante  para  ella  es  el  acuerdo
consensuado  que  surge  de  sus  reuniones,  asambleas  y  convenciones,  y
que  son acuerdos y dogmas que  convienen  rigurosamente  tan  solo a  los
intereses económicos y de imagen que precisa la organización para aspirar
a una presencia prolongada en el seno de las sociedades y culturas que la
albergan;  en  verdad,  la  Biblia  solo  nos  sirve  a  nosotros  como  elemento
ineludible  de  guía  y  consulta,  pues  nosotros,  los  que  creemos  en  Dios
primeramente y que dudamos de  la  infalibilidad de  la  iglesia organizada,
creemos que  la Biblia es sí o sí  la palabra de Dios, y que nunca ha dejado
de serlo, y que nunca dejará de serlo. Entonces, consultando a  la Biblia y
observando  las declaraciones y enseñanzas de Pablo, quién  fue el perito
arquitecto  que  puso  los  fundamentos  de  este  gran  movimiento
compuesto  por  hijos  e  hijas  de Dios,  y  quién  fuera  un ministro,  en  este
caso  un  apóstol,  directamente  escogido  y  vindicado  por  Dios,  y
obviamente  ungido  de  la  investidura  de  Poder  de  lo  Alto;  en  esas
exposiciones  apostólicas  podemos  ver  cuán  diferente  y  opuesto  al
accionar  de  la  iglesia  es  el  método  de  Dios  para  el  ordenamiento
ministerial  que  guiará  a  su  Pueblo,  a  su  Iglesia,  porque  se  trata  de  Su
iglesia,  así  se  lo  dice  enfáticamente  a  Pedro  el mismo  Señor  Jesucristo
antes  de  su  crucifixión:  “Tú  eres  Pedro  y  sobre  esta  roca  edificaré mi…
iglesia”;  y  ya  resucitado  vuelve  a  comisionar  a  Pedro  diciendo:  “Pedro,
¿me amas mas…? Apacienta mis… corderos”. Luego,  si  la  Iglesia del Dios
Viviente  se  compone  de  “mis  corderos”  y  se  trata  de  “mi  iglesia”,  y  si
encima  de  estas  incontrarrestables  declaraciones  del  mismísimo  Señor
Jesucristo,  Él  sentencia  que  “edificaré  mi  iglesia”,  no  queda  lugar  para
pensar que organización alguna tomará este trabajo tan delicado y divino:
edificar  la  iglesia del Dios Viviente. Y para Él edificar Su  iglesia  se cae de
maduro que solamente Él podía designar los ministros de su Pueblo. Y así
lo probó al elegir a sus doce primeramente y así lo corroboró al designar a
Pablo y a Bernabé, como sus ministros en pleno apogeo del accionar del
Espíritu  Santo  en  los  Hechos  de  los  apóstoles.  Pero,  esto  es  solo  el
principio. En  la epístola a  Los Efesios,  capítulo 4,  versículo 11, el apóstol
anuncia  claramente  el  orden  de  los  títulos ministeriales  que  reparte  el
Señor  Jesucristo.  Y,  ¡oh,  cosa  extraña…! No  es precisamente  el  cargo de
pastor quién encabeza el listado de la jerarquía de Dios para Su iglesia. En
Primera  de  Corintios,  capítulo  12,  versículo  28,  volvemos  a  leer  de  la
misma manera: “Y a unos puso Dios  (note, dice: Puso Dios), en  la  iglesia,
primeramente  apóstoles,  luego  profetas,  lo  tercero  (lo  tercero,  está
enumerando), maestros,  luego  los  que  hacen milagros,  después  los  que
sanan,  los  que  ayudan,  los  que  administran,  los  que  tienen  don  de lenguas.”  Bien,  a  la Organización  protestante  le  encanta  el  concepto  de
orden, ellos hacen mucho hincapié en  la  cuestión orden, e  incluso, ellos
ordenan, porque según ellos: “las cosas de Dios son ordenadas”. Bien,  la
pregunta  es:  ¿quién  es  quién  debe  poner  el  orden  a  la  iglesia  del  Dios
Viviente?  Según  las  Escrituras  que  el  Dios  Viviente  inspiró  a  hombres
llenos de su Espíritu, nosotros leemos que es Dios quién ordena. Y ordena
claramente: “¡Apartadme a Saulo y a Bernabé para la obra…!” No es difícil
hacer  un  seguimiento  bíblico  del  funcionamiento  del  cristianismo  tal  y
como  fue  expresado  desde  el  principio,  eso  no  significa  un  gran  trabajo
siquiera  para  estos  elevados  teólogos  de  la  Organización  protestante,
porque esa es su profesión de “fe”, así dicen ellos, no sé.  No termina allí:
la Organización protestante ha hecho del oficio de pastor y de  la persona
del  pastor,  lo  que  jamás  se  hizo  en  el  seno  del  cristianismo  genuino  y
original.  Como  podemos  ver  en  las  lecturas  bíblicas  citadas,  no  es
precisamente  el oficio de pastor  el que  encabeza  el orden prioritario de
Dios  para  la  formación  del  cuerpo  administrativo  de  Su  iglesia.  Lo  que
pone a la Organización en una posición abrumadoramente comprometida.
Y  hasta  que  no  replantee  sus  posiciones,  queda  claramente  expuesta
como  un  conjunto  de  hombres  y mujeres  que  se  han marginado  de  las
ordenanzas  de  Dios  y  han  construido  su  propia  expresión  de
“cristianismo”,  desechando  el  orden  de Dios  para  Su  iglesia  y,  lo  que  es
más grave para ella: suplanta temerariamente a Dios eligiendo, formando
y  ordenando  a  su  propio  cuerpo  ministerial,  en  el  orden  que  a  ella  le
parece más conveniente para ( ya lo hemos dicho) sus intereses políticos,
económicos y eclesiásticos. Aun es más grave, no solo  le dio al oficio del
pastor  la  supremacía  que  no  tiene  en  Su  iglesia  (porque  “primero
constituyó  Dios  apóstoles”),  sino  que  ha  engañado  de  tal  forma  a  este
mísero personaje, y al mundo entero, que este individuo eclesiástico se ha
tomado las atribuciones de él designar, ungir (con aceite de oliva muchas
veces), reconocer y comisionar apóstoles, profetas, maestros, evangelistas
y colegas pastores, etc. Debo volver a citar la Biblia: en Los Hechos de los
Apóstoles,  podemos  apreciar  que  tampoco  funcionan  así  las  cosas  en  el
cristianismo genuino, cuando de designaciones se trata. En el capítulo 14,
versículo  23,  nos  encontramos  con  la  “novedad”  de  que  los  apóstoles
designan ancianos en cada  iglesia. Y todo teólogo está de acuerdo que el
anciano, en esos tiempos, era el pastor de  la  iglesia  local. Pero no era así
no más tampoco el nombramiento: había ayunos previos. Bien, nos queda
claramente expuesto que no eran los pastores los que designaba y ungían,
y encomendaban la jerarquía de Dios para Su iglesia. El drama es que para
que  esto  ocurra  en  el  seno  de  la Organización  protestante,  debe  haber, ocurrir, venir en pleno la Investidura de Poder de lo Alto, como sucedió en
el principio de la primera iglesia. No sucederá: porque ellos tienen poder:
el dinero y el poder político. Ese es el posicionamiento de autoridad y el
mecanismo de poder que eligieron ellos, y que más  les acomoda a ellos.
Alcanzar  el  poder  del  Dios  de  la  Biblia  para  sus  emprendimientos
religiosos,  les  significa  reconstruir  todo  de  nuevo,  no  les  conviene:
quedaría expuesta ante el mundo  su pervertida  conducta. Ya  lo hicieron
con la Inquisición los cristianos del “cristianismo” católico, la organización
protestante  en  su  condición  de  hija  del  “cristianismo”  romano,  está
haciendo  lo  mismo:  no  puede  contra  su  naturaleza.  El  primer  y  único
argumento  que  tienen  para  rebatir  a  la  propia  Biblia,  porque  cuando  lo
cuestionan a usted por  su “mala” costumbre de consultar  la Biblia como
guía,  ellos,  lógicamente,  defienden  su  posición  “teológicamente”,  y    no
tienen mejor  discurso  que  este:  “Usted  es  demasiado  fundamentalista”.
Porque es como ya lo dijimos: la Biblia no es la Palabra de Dios para ellos y
lo que se narra y se enseña en  la Biblia, para  la organización es historia y
material  sujeto  a  revisionismo,  correcciones,  re  interpretaciones,
rectificaciones, etc. No solo obvian lo más complejo del caso: que el cielo y
la  tierra pasarán, mas mi Palabra no pasará,  sino que obvian  la historia:
nunca hubo un  libro mas atacado y perseguido en  la historia universal. Y
no  fue atacado y perseguido por ateos y paganos, precisamente:  la  furia
contra  la  Biblia  siempre  ha  sido  religiosa.  Y  si  somos  más  precisos,
debemos  decir  que  el  más  enconado  enemigo  que  ha  tenido  la  Biblia
desde que fue impresa, ha sido exactamente el cristianismo organizado.
No  puedo  dejar  de  comentar  acerca  de  este  cada  vez  más  pujante  y
arrollador paso de  la aparición en masa de ministros  femeninos. No hay
registro  bíblico  que  alguna  mujer  sellada  con  el  Espíritu  de  Dios  fuese
designada para ocupar algún ministerio, como apóstol, profeta, maestro,
evangelista,  etc.  Sin  embargo,  hoy  las  tenemos  en  pleno  y  ampliamente
reconocidas y reverenciadas como tales. Recuerdo una hermana conocida,
hija del pastor Cubillos, que ministra una iglesia en Valparaíso, Chile: todos
los cargos que ocupa una  iglesia  tradicional,  lo ocupan mujeres, desde  la
co pastora hasta  la que cuida  la puerta. Otro caso fue el de  la pastora de
una  organización  chilena  que  se  llamaba  Corporación  Vitacura,  estuve
presente  en  una  de  sus  reuniones,  allí  ella  lanzó  un  descargo, mientras
charlaba  en  el  preámbulo  de  lo  que  sería  su  mensaje,  nos  tiró  a  los
varones  lo  siguiente:  "Algunos  se  asombrarán  de  ver  una  mujer
pastoreando,  pero  Dios  ha  hecho  así  porque  los  hombres  fallaron."  ¿?
¿Cuándo?  Yo  no  estaba  enterado.  Jé.  Eso  ocurría  en  los  inicios  de  la
liberación  femenina  eclesiástica,  por  ahí  a  finales  de  los  70'.  Hoy  es abrumador,  hasta  las  ves  en  la  tele,  en  el  canal  Enlace  precisamente
(demás está decir que en ese canal solo accede quien maneja dinero,  los
demás vemos desde nuestras  casas) Ves mujeres profetas y ves que  son
reverenciadas y reconocidas. Cuando Jesús subió a lo alto y repartió dones
a los hombres, lamentablemente no incluyó a las mujeres en el reparto, es
la  iglesia  organizada  la  que  reparte  esos  chanchullos,  es  la  iglesia
denominacional, que se independizó totalmente de Dios quien ha elevado
a la mujer a la categoría ministerial. He estado en iglesias comandadas por
mujeres  y  he  visto mujeres  bien  inquietantes ministrando,  vestidas  con
ese  coqueteo  natural,  con  sus  ropas  bien  ceñidas  y  sus  atributos  físicos
bien destacados, un hombre común babea espontáneamente frente a ese
espectáculo "cristiano" de mujer ministrando. Hay damas que  suben con
pantalones  ajustadísimos  al  púlpito,  como  decía  Branham:  "da  la
impresión  que  las  hubiesen  vaciado  dentro  del  pantalón…"  Damas  que
suben  escotadas  a  practicar  su  "pastorado";  damas  con  esos  vestidos
tajeados  al  costado.  Cierta  vez,  en  el  2003,  en  Santiago  de  Chile,  fui
enviado por un amigo a hacer música donde uno de sus  ministros amigos,
un hombre elegantemente trajeado y que manejaba una cierta solvencia,
pues  viajaba  a  Estados Unidos  regularmente  a  ejercer  su ministerio.  Esa
noche dirigía su esposa  la primera parte. Cuando  le tocó hablar al pastor,
este se puso a destacar  las bondades  físicas de su mujer,  refieriéndose a
sus nalgas, dijo: "Mi mujer es buena para la cocina, le gusta mucho cocinar
queques y es indudable que tiene buen "queque" (queque se dice en Chile
al trasero)" Eso lo dijo mientras ella  iba bajando del púlpito, ni qué decir,
todos  voltearon  a  mirarle  la  parte  aludida  a  su  mujer  en  medio  de
animadas  sonrisas. No  contento  con  eso,  cuando  ella  vuelve  a  cerrar  la
reunión,  nos  dijo  que  su  esposa  había  sido maratonista  y  que  siempre
había  tenido una buena  "delantera",  refiriéndose a  los abultados pechos
de  la  dama.  La mujer  fue  hecha  para  eso,  para  la  alegría  y  el  goce  del
hombre, no  como un objeto  sexual,  claro, pero  si  la mujer  tiene dramas
para  acceder  al  ministerio  bíblicamente  autorizada  es  porque  Dios
determinó  así  este  juego.  Ella  siempre  será  mirada  como  una  cosa
deseable,  bella,  inquietante.  Ellas  se  quejan  de  que  sea  así  y  hasta
recriminan  al hombre por mirarlas  así, pero  las  cosas  son  así. Conocí  en
Colombia  una  espléndida  dama,  esposa  de  un  pastor,  muy  joven  ella,
apenas llegada a los treinta. Le gustaba vestirse bien femenina y coqueta,
con una fama de excelente predicadora, pero hasta un pastor de su misma
corporación  confesó que de  solo  verla  ir hacia el púlpito  se agitaban  los
machos del  rebaño, él  incluido.  Imaginar en qué estado  "espiritual" y de
"gloria" le oían predicar el… ¿cristianismo? La mujer, lo quiera o no, es un ser  destinado  a  provocar  la  atención  del  género  masculino,  no  es  una
"condena", por cierto, pero  lamentablemente para ellas es así, y no tiene
vuelta. 
No tenemos ni que citar el texto específico, pero Pablo habló bien claro al
respecto, tanto a los corintios como a su amado Timoteo, están ordenadas
a callar en la congregación y no están autorizadas a tomar autoridad sobre
el  hombre.  Muy  a  pesar  de  los  rectificadores  y  actualizadores  de  los
escritos  bíblicos,  está  situación  es  así.  Calvario  consumado,  resurrección
consumada y derramado el espíritu Santo sobre todos  los que  invocan su
Nombre,  en  el  sino  glorioso  de  su  salvación,  las  cuestiones  de  las
sanciones  post  paraíso  continúan  como  está  escrito,  así  también
continúan  las  enseñanzas  de  Pablo,  porque  el  espíritu  de  Dios,  que
escribió la Biblia, no se muda ni se retracta; y Dios no posee esa sabiduría,
digamos, "evolutiva", que va regenerando, mutando y adecuándose a  las
condiciones  del  tiempo  y  de  las  contingencias  humanas  de  cada
generación;  eso  es  mirar  muy  en  poco  a  Dios  en  su  innegable  e
incomparable  divinidad,  propio  de  personas  que  nunca  recibieron  su
Espíritu. La mujer está cansada de su condición de inferioridad en el tema
cristiano, y es comprensible. Siempre he mirado a la mujer como una raza
en  situación  de  algo  parecido  a  un  cautiverio,  con  pesadas  cadenas  o
yugos sobres sus espaldas frágiles y si algo deseo, es precisamente el que
la mujer  recupere  su  condición edénica. Muchos hoy en día  se  creen en
condición de "liberar" a la mujer del castigo edénico, pero no da para una
análisis serio; creo que una dama cabal espera  la  liberación de su Propio
Dios  y  Señor  y  no  una  "libertad"  religiosa  proclamada  por  un  hombre
teologizado  que  sufre  aún  sus  propios  castigos  edénicos,  es  una  cosa
incoherente.  Las damas ministeriales, encarnizadamente nos atacan a los
hombres,  como  culpándonos  a  nosotros  de  su  condición  caída,  pero
ocurre  que  nosotros  no  solo  no  las  rebajamos  de  su  condición  original,
sino que también estamos aun posicionados en la situación de castigo que
Dios  decidió  para  el  hombre  y  la mujer  el  día  del  cierre  del  Edén.  Las
mujeres no solo permanecen aún bajo el señorío del hombre desde aquél
día,  sino  que  aún  paren  sus  hijos  con  dolor.  Nosotros  aún  debemos
ganarnos el pan con el  sudor de  la  frente y ambos, ellas y nosotros, aún
volvemos al polvo. Y  si miramos el paisaje  selvático de Latinoamérica no
más, veremos que todavía la serpiente se arrastra sobre su pecho.
En Ecuador, el año 2007, tuve  la amistad de una corporación agonizante,
cuyo líder hizo esfuerzos realmente notables para levantar su imagen. Una
tarde de charla en Pedernales, sacó el tema de la mujer en el púlpito. Los
otros pastores presentes pusieron  la Biblia en el  lugar donde  siempre  se pone cuando se quiere creer algo que no tiene un claro asidero escritural,
cosa que siempre hacen cuando alguien menciona  la carta de Pablo a  los
corintios,  dijeron  que  eso  era  para  los  corintios,  porque  eran
desordenados.  Les  dije  que  si  las  cosas  se  interpretaban  a    y  creíamos
que  los mensajes  eran  exclusivamente  para  quiénes  estaban  destinados
en la historia bíblica, entonces estábamos  más perdidos que los corintios,
porque  al menos  ellos  tenía  un  par  de  epístolas  apostólicas,  pero  a  los
creyentes de Sudamérica ningún apóstol le escribió jamás. Llamaron a una
hermana anciana y  le preguntaron qué opinaba de que  la mujer no debía
predicar sobre el púlpito, respondió mirándome que si no era legítimo que
las mujeres predicasen, entonces para qué las había llamado Dios; dije que
era una  cuestión que debían  solucionar  con Dios, porque  cada uno  sabe
para  qué  fue  llamado,  aparte  dije  que  debía  creer  lo  que  la Biblia  decía
sobre cómo se salvaba  la mujer, que si no creía eso, bueno, ya no era mi
problema. Como insistieron sobre el tema, terminé diciendo: "Si alguno de
los ministros presentes cree tener una unción como la de Pablo o más alta
que  la  del  apóstol  y  está  en  condiciones  de  rectificar  y  reinterpretar  los
escritos del apóstol que lo haga, pero yo me bajo de la discusión porque no
creo  tener  una  don  superior  o  similar,  o  una  comisión  de  corregir  los
supuestos errores doctrinarios de Pablo".
El  pecado  que  aíra  a  Dios  es  religioso.  Y  no  es  ningún misterio  a  estas
alturas, que  la  ira de Dios  contra el Aparato Protestante va  in  crescendo
aceleradamente.

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