lunes, 20 de septiembre de 2010

Hno Rafael Mendoza


V

EL HOMBRE Y LA MUJER ECLESIÁSTICOS

Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó,
varón y hembra los creó. 
Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, 
y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.
Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; 
le haré ayuda idónea para él.
Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste
dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar.
Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, 
hizo una mujer, y la trajo al hombre.
Génesis.



Meterse con  la Biblia, que es  la única, verdadera e  imperecedera Palabra
del  mismísimo  Dios,  le  costará  carísimo  a  las  organizaciones  seudo
cristianas que la atacaron. 
Pero  la  segunda  culpa,  y  no menos  grave,  es  lo  que  las  organizaciones
seudo  cristianas  le  hacen  a  la más  especial  de  las  obras  de  la mano  de
Dios: el hombre y su mujer.
El  hombre  y  la  mujer  comunes,  al  interior  de  las  organizaciones
protestantes,  padecen  expoliación,  depredación,  enajenación,  tormento
espiritual,  despojo  de  identidad,  desestabilización,  pérdida  del  carácter,
abusos, violaciones a la privacidad, violencia sicológica, incluso violaciones
físicas; y en muchísimos casos, como mi amado primo Gerardo Figueroa,
terminan  con  tratamientos  sicológicos  y  siquiátricos  y  finalmente
cometiendo  suicidio,  totalmente destruidos por  su paso  tortuoso paso  a
través de las organizaciones religiosas. Últimamente,  como  nunca  antes  visto  en  la  historia  de  la  humanidad
desde  los  días  previos  a  la  reforma,  el  individuo  común  que  atesta  las
iglesias  es  objeto  de  un  saqueo  económico  voraz,  por  parte  de  los
aristocráticos líderes de la iglesia universal del fin del mundo.
Víctimas  indefensas  y  crédulas  de  un  mensaje  dirigido  al  poder
adquisitivo,  a  la  cuenta  bancaria,  a  la  prosperidad  económica  y  al
consumismo, el miembro común de estas  iglesias concibe a Dios como el
Gran Patrono Todopoderoso del enriquecimiento personal y es empujado
a una loca carrera de mística enajenación materialista. La única diferencia
entre  un  enajenado  consumista  secular  o  mundano  y  un  enajenado
consumista “cristiano”, es que este último, acude a los grandes centros de
consumo  con  la  “ventaja” de  estar  supuestamente  respaldado, ungido  y
bendecido  por  Dios,  para  la  adquisición  de  cuánto  quiera.  “Todo  es
posible, si puedes creer”.
El  músico  protestante  es  incentivado  a  producir  para  vender  y  para
competir con los grandes músicos del mundo secular, sumiendo a la iglesia
protestante en la alabanza masiva más comercial y competitiva de toda la
historia del cristianismo eclesiástico.
El  “cristiano”  denominacional  es  guiado  a  bailar  en  Cristotecas  e
impulsado a disfrutar alegremente, ¡y con mucha santidad! en los campos
nudistas “solo para cristianos”
El hombre común es convencido de que sus dones naturales son ungidos
por  Dios  para  ser  o  un  exitoso  futbolista  profesional,  o  un  famoso
boxeador  de  categoría mundial,  o  un  famoso  cante  o  actriz  profesional,
etc., etc. Y que ese es el propósito de Dios para él en esta  tierra.  ¿Y  los
dones  y  señales  espirituales que  seguirán  a  todo aquél que  se bautice  y
crea?  Como reza un dicho popular muy corriente en Argentina: No se, no
conozco, no me acuerdo.
Ese individuo y esa mujer común, nunca estará apto para las altas labores
jerárquicas  eclesiásticas:  siempre  serán  pecadores  inmerecidos  de  tales
privilegios.  Y,  ¡ojo!:  tienen  absolutamente  prohibido  disentir  o  pensar
distinto  a  su  “jefe” espiritual,  su obligación  es  la  sumisión  incondicional,
sin  ningún  tipo  de  derecho,  los  derechos  son  todos  pertenencia  y
privilegio exclusivo del individuo que los pastorea.
Los dones y ministerios, los frutos y los oficios que el Espíritu Santo decide
entregar a algún hombre o mujer comunes, al interior de las iglesias, no le
pertenecen  ni  a  Dios  ni  al  hombre  o mujer  elegidos:  la  organización  se
apropia  de  ellos,  los  evalúa,  los  dirige,  los  comisiona  y  los  autoriza.  En
otras palabras: ¿Usted recibió el Espíritu Santo, hermano, hermana? Bien, tiene que someterse al orden de la corporación, ¡porque el Espíritu de Dios
es ordenado, mi hermano!
 El  creyente  común  no  goza  de  una  comunicación  fluida  con  su  “jefe”
espiritual, ni  siquiera puede  aspirar  a  llegar  a  ser un  amigo personal del
“jefe”.  No  tiene  acceso  expedito  a  la  casta  jerárquica.  Conseguir  una
entrevista  con  el pastor  es muchísimo más difícil que hablar  con Dios, e
imposible  en  muchísimos  casos.  Con  Dios  es  más  fácil:  el  hombre  y  la
mujer necesitados de  su Creador, doblan  su  rodilla en privado y ya: Dios
no tarda en estar  junto a ellos y estar en ellos,  lo que es más gratificante
aun  y que  jamás podrá  conseguir el pastor eclesiástico que  los  subyuga,
¡por  la gracia de Dios, porque si no…¡Dios mío, que sería del hombre y  la
mujer entonces!
Como  si  la  incomunicación  con  la  autoridad  eclesiástica  fuera  solo  un
detalle,  el  individuo  común  sufre  una  muy  reducida  y  selectiva
comunicación  entre  sus  iguales.  Es  totalmente  difícil  hallar  una
congregación  en  donde  la  amistad  sea  un  don  fluido,  notorio  e
insoslayable.  Conocí muchísimas  iglesias  en  el  amplio  recorrido  que  he
hecho  por  nueve  países  de  Sudamérica,  en  donde  la  mayoría  de  sus
miembros  ni  siquiera  conoce  el  nombre  del  hermano  o  la  hermana  que
“alaba”  junto  a  ellos.  Todos  son  enseñados  a  ser  hermanos
exclusivamente dentro de  los  límites de  la  iglesia, durante  las  reuniones
semanales o durante  las actividades públicas, o durante  sus “santísimas”
coinonías  públicas,  o  en  los  exasperantes  shows  y  conciertos  de  las
estrellas  rockeras y baladistas del estrellato musical protestante. El  resto
del  tiempo,  cada  uno  a  vivir  la  vida  como mejor  pueda.  El  amor  que  se
predica y se practica en las iglesias no es el amor fraternal que nos enseñó
el Señor Jesús, no: este es un sui géneris amor eclesiástico: Te amo cuando
vienes a la iglesia, los demás días y el resto del tiempo, Dios te ayude y te
bendiga, porque yo estoy muy ocupado.  ¡Nos vemos el próximo domingo
en la iglesia, mi amada hermana!
Cuando  alguno  de  ellos  o  ellas  caen  de  la  gracia  de  la  iglesia,  son
expulsados vergonzosamente y estigmatizados para siempre. El hombre y
la  mujer  que  han  sido  separados  de  la  congregación,  no  dejan  ningún
amigo atrás, ninguna amiga, no  importando cuantos años de convivencia
congregacional compartieron, en el castigo y la expulsión, quedan solos. Si
por  esas  casualidades  son  vistos  en  la  calle  o  en  los  supermercados  u
hospitales,  no  son  saludados  y  si  lo  son,  no  es  alegre  y  amorosa  esa
salutación,  es  rígida,  tensa,  comprometida.  Si  no,  les  vuelven  la  cara,
cuando no cruzan la vereda para esquivarlos, como a cosa bajo maldición
de  la  Inquisición  protestante.  No  hay  peor  cosa  que  un  ex  hermano eclesiástico  para  el  hombre  y  la mujer  comunes  que  experimentaron  la
religión  con  lamentables  resultados.  Si  se  les  ocurre  regresar,  son
humillados,  no  los  reciben;  y  si  los  reciben,  son  aceptados  en  forma
denigrante  y  obligados  a  cumplir  un  tiempo  de  comportamiento
condicionado.  Si  aguantan,  es  porque  son  verdaderos  hermanos  y  es
genuino su arrepentimiento respecto a sus “pecados” contra eclesiásticos.
Si no aguantan, que  revienten:  “Salieron de nosotros, porque no eran de
nosotros” (Nunca fueron de iglesia alguna, jé, todo ser humano pertenece
a Dios, la iglesia no es el Creador de la raza humana).
Como la iglesia denominacional ocupa el lugar de Dios sobre la tierra, todo
expulsado  de  su  seno  es  llamado  y  considerado  un  descarriado.  Esa
conjugación  del  término  concepto  no  aparece más  de  cinco  veces  en  la
Biblia y el Señor Jesús solo lo mencionó una vez, en la parábola de las cien
ovejas, ¡y de manera positiva, excepcional y redentorista! Y no se refería a
quiénes  en  el  futuro  (o  en  su  presente,  si  pensamos  en  los  militantes
judíos  del  Templo)  serían  miembros  de  alguna  iglesia  del  cristianismo
organizado.  Las  veces  que  se  emplea  en  el  lenguaje  de  los  profetas  del
Antiguo Testamento, se refiere a las personas que dejaban a Dios y se iban
a  adorar  a  otras  deidades,  fabricando  altares  en  los  lugares  altos  y
quemando  animales  para  esos  ídolos  del  paganismo  antiguo.  Y  otras
veces,  también  era  empleado  el  concepto  en  forma  misericordiosa  y
esperanzadora:  en  la  Biblia  el  descarriado  es  el  objetivo  a  salvar,  en  la
iglesia organizada y dogmática es el objetivo destruir.  Luego,  si  la  iglesia
organizada no es el ideal de Dios o la “casa” de Dios, como acostumbran a
decir  para  engañar  incautos,  y  si  Dios  nunca  ha  vivido  en  esa  supuesta
“Su” casa, ¿Cómo puede llamarse descarriado a un hombre o a una mujer
y  estigmatizarlo  tanto  y  aun,  perseguirlo  tan  implacablemente?  Todo
hombre y mujer puede abandonar cualquier  iglesia denominacional en el
planeta,  de  la  índole  y  poderío  que  sea  y  ostente,  eso  no  significa
abandonar  a Dios,  descarriarse  o  traicionar  a Dios,  como  declaran  estos
enfermizos líderes eclesiásticos de hoy en día. Dejar a Dios es el problema,
traicionar a Dios es el problema, cambiar de Dios es el drama. Cambiar a
Dios por la iglesia es el problema grave.
Últimamente  han  sido  publicados  numerosos  escritos  que  denuncian  el
estado  deplorable  que  experimentan  las  personas  que  han  sufrido  la
perversa  dominación  de  estas  organizaciones,  e  incluso,  se  han  creado
centros cristianos especializados en la atención de estas víctimas actuales
del  cristianismo  organizado.  Por  casualidad,  en  una  charla  ocasional,  le
pregunté a Elisa, una amiga sicóloga de Argentina, en su casa de Córdoba,
de  donde  provenían  la  mayoría  de  los  pacientes  que  ella  atendía. Instantáneamente me respondió: “La mayoría de mis pacientes provienen
de  iglesias  evangélicas”  Curiosamente  trágico:  el  ser  humano  acude  a  la
iglesia  para  ser  salvado  y  resulta  al  borde  de  la  locura  o  totalmente
enloquecido.  Linda  trampa  ha  creado  Satanás  con  el  rectángulo
arquitectónico que llamamos iglesia.
La  invasión eclesiástica en el  individuo ha sido tal, que aun  las parejas no
disfrutan  sus  relaciones  conyugales  con  la  alegría  y  privacidad  que
demanda el hecho en sí mismo, porque aun en el lecho matrimonial están
acosados  por  la  tiranía  demencial  de  sus  organizaciones  religiosas.  Cada
tanto,  confiesan  sus  intimidades  a  sus  pastores  locales  o  cada  vez  que
aparece  un  ministro  visitante  buscan  consejos  y  hacen  preguntas,  o
nuevas  confesiones  sobre  sus  comportamientos  sexuales  totalmente
inseguros  y  desestabilizados  por  las  “enseñanzas”  respectivas  o  por  las
ordenanzas  respectivas  de  sus  líderes  particulares.  Ningún miembro  de
estas  organizaciones  entra  con  convicción  y  seguridad  al  lecho  de  sus
cónyuges, tienen el resoplido bestial de sus pastores en sus oídos. 
Un  amigo  se  casó  en  su  tabernáculo,  de  la  corriente  branhamita,  en
Valparaíso,  Chile.    Y  una  vez  que  el  pastor  finalizó  la  ceremonia  de
matrimonio, se acercó a su oído y  le susurró conminándole severamente
con  los  dientes  apretados:  ¡No  toque  a  la  hermana  todavía!  ¡Yo  le  diré
cuando  tocarla! Demente  o  demonio,  para  ambos  casos  es  lo mismo,  si
habló así ese pastor a mi amigo es porque está  loco, está  loco por que el
diablo  lo enloqueció. Peor aún:  si el diablo  lo ha enloquecido, es porque
Dios autorizó esa condición de locura en el hombre.
Cuando  pasé  por  Lima  en  febrero  del  2006,  conocí  a Mili,  una  hermana
militante de  los tabernáculos branhamistas de  la nación  incásica. Ella  fue
obligada  a  confesar  delante  de  la  congregación  la  aventura  sexual  que
había  protagonizado  con  un  hermano  de  su  congregación.  Le  pregunté
que  cómo  fue que  se prestó ella para ese  juego  tan malvado, desde ese
día  en más  “serás  señalada  por  cualquier  persona  de  tu  congregación  y
cuchichearán solapadamente a  todo miembro nuevo, que “esa hermana”
que  está  sentada  allí,  tuvo  una  aventura  sexual  con  otro  hermano…  Te
estigmatizaron  para  toda  la  vida, Mili”  No  hizo  así  Jesús  con  la  mujer
adúltera que salvó de ser apedreada y si le dijo su vida privada a la mujer
samaritana en el pozo,  fue Él quien se  la dijo, y se  lo dijo en privado. No
obligó  a  estas  mujeres  que  hicieran  confesión  pública  de  sus  pecados
sexuales.
El nivel de  ignorancia que muestran  las  iglesias protestantes  respecto  al
conocimiento del hombre y  la mujer que componen  sus  congregaciones,
es aterradoramente alarmante.   Las organizaciones protestantes vinieron a  este  continente  a  rectificar  el  concepto de  evangelización de  la  Iglesia
Católica,  que  estaba  convirtiendo  en  una  carnicería  y  en  un  loquero
gigantesco  sus  procesos  de  conversión  entre  las  etnias  del  continente,
tanto  por  los  pobres  indios  que  ella  misma  mandaba  a  matar  (caso
Salesianos,  en  Tierra  del  Fuego,  por  ejemplo:  pagaban  recompensas
monetarias a  los sicarios mestizos que  les  trajesen  las orejas de  los Onas
asesinados, para ocupar sus territorios), como por el silencio cómplice y la
bendición  “pía  y  misericordiosa”  de  los  crímenes  que  cometían  en  el
nombre  de  la  “civilización  cristiana”  y  Occidental  los  conquistadores  de
España.
No hay que gastar muchas palabras para referirse a la ceguera criminal de
los  misioneros  de  la  iglesia  católica  romana,  demasiadas  se  gastan
también respecto a  los misioneros del Aparato Protestante. El pecado de
la  Organización  Evangélica  es  más  terrible:  se  suponía  que  el
protestantismo  debía  traer  el  genuino mensaje  de  salvación,  las  buenas
nuevas del evangelio del Reino, que no  trajeron  los heraldos  tenebrosos
de Roma; se suponía que los protestantes debían haber traído el Dios que
los  personeros  del  Vaticano  no  trajeron;  se  suponía  que  la  iglesia
protestante debía de haber traído el Espíritu Santo de Dios, que  los hijos
de la madre romana no conocían y no traían. Pero, no fue así. Y no es así.
Y  no  será  así.  Solo  vinieron  a  disputar  territorio,  poder  político,  áreas
empresariales  y  el  dinero  de  los  eternos  candidatos  al  exterminio
latinoamericano. Nosotros todos hemos  lamentado el Holocausto de seis
millones de judíos en la Alemania de Hitler: nadie lamenta de esa manera
a  las víctimas  latinoamericanas del más grande genocidio que se practica
aun  contra  nuestro  continente  por  mano  de  los  aparatos  “cristianos”
católicos y protestantes.
Por eso califico de peligrosa y alarmante  la  ignorancia de  la Organización
Protestante: no conoce  la procedencia, ni  la condición, ni el motivo, ni al
Dios que tiene habitando el planeta a este ser único en todo el Universo,
que  llamamos Hombre,  ser humano o…hermano. Lo ha basureado,  lo ha
humillado, lo ha castigado, lo ha martirizado sicológica y físicamente, lo ha
desestabilizado,  le  ha  matado  el  carácter,  le  ha  despojado  de  su
personalidad,  le  ha  extraviado  en  su  identidad,  le  ha  negado  todo  el
derecho de pensar por sí mismo, le ha reprimido el derecho de hablar por
  mismo,  le  ha  censurado  el  derecho  de  actuar  por    mismo,  le  ha
castigado  violentamente  cuando  ha  ejercido  el  derecho  de  obrar  por 
mismo  los  dones  recibidos  por  el  Espíritu  Santo  y  ha  estigmatizado  al
Hombre,  lo  ha  enajenado, manipulado,  saqueado  y  cuando  ya  no  le  ha
sido  útil  para  sus  intereses  económicos  y  de  imagen,  lo  ha  expulsado vergonzosamente de sus altares del escarnio y del oprobio. Y, por último,
en muchos casos, demasiados casos, le ha quitado la vida por mano propia
o  induciéndole  al  suicidio,  o  entregándole  en  manos  de  ejecutores
estatales  (caso  Dictaduras), manos  políticas, manos  empresariales  o  en
manos de otras expresiones religiosas. Una cosa es absolutamente cierta,
indiscutible e inevitable: el hombre y la mujer no están a salvo en la iglesia
protestante. 
Pese  a  lo  cruel  de  este  vía  crucis  del  hombre,  en  realidad,  no  puede  la
Organización hacer otra cosa con el  ser humano, posicionada en el  lugar
del Salvador, no puede salvar a hombre alguno. Por eso el fin de todas sus
acometidas  con,  hacia,  y  en  pro  del  ser  humano,  por  muy  bien
intencionadas  que  sean  estas  empresas  en  su  inicio,  terminan  con  la
destrucción total del hombre y  la mujer que esclavizan con apariencia de
piedad. No conoce al ser que tiraniza y domina con las consecuencias que
describo.  Repito:  la Organización  religiosa  no  creó  al  hombre  y  no  es  la
representante  benemérita  de Dios  entre  los  hombres,  ese  es  un  cuento
bobo  de  ella misma,  por  eso  no  sabe  qué  hacer  con  él.  La  organización
protestante  no  subió  a  la  cruz  y  no  derramó  la  sangre  que  redimiría  al
hombre, por eso no puede salvarlo. La Organización protestante no tiene
un espíritu en sí misma para derramar, investir, sellar y habitar dentro del
hombre:  ¡por eso  ignora qué es,  cómo es, para qué está aquí  y por qué
vino a existencia este espécimen que hemos convenido universalmente en
llamar: el Hombre! La Organización no tenía trono en la Gloria, ni lo tiene,
ni  lo  tendrá,  ni  mucho  menos  gloria;  no  tenía  divinidad  de  la  cuál
despojarse,  para  venir  a  rescatar  al  hombre.  Por  eso  hunde  y  destruye
todo  lo  humano  que  toca,  por  eso  aniquila  a  todas  las  criaturas  que
seduce  con  sus  alabanzas  comerciales  y  sus  patético-espeluznantes
mensajes místico-materialistas de la prosperidad.
Mala  noticia  para  las  megas  organizaciones  protestantes  y  su  séquito
impresionante  de  jerarcas  y ministros mediáticos  y millonarios  que  han
usurpado el Trono, el mensaje, el Nombre y  la Autoridad de Dios sobre y
para  con  el  hombre:  Dios  es  el  creador  del  hombre.  Dios  tiene  el  Copy
Right, los Derechos absolutos de la autoría existencial del hombre.
Y,  ¡atención! No  importa  para  nada  que ustedes  no  acepten  este  hecho
tan  trascendental  e  irrefutable,  pero  observen  bien  cómo  empieza  este
evento  universal:  El  proyecto  comienza  en  las  eternidades,  la  cuestión
Hombre  era  tan  importante  que  fue  preocupación  en  el  seno  de  las
eternidades. Y no había organización protestante allí. Fíjense bien en esto:
Y  dijo  Dios:  Hagamos  al  hombre  a  nuestra  imagen  y  semejanza.  Y  sus
interlocutores  no  eran  jerarcas  protestantes,  miembros  del  papado, presidentes  del  consejo  mundial  de  iglesias,  delegados  del  concilio
ecuménico,  ni  apóstoles  o  profetas millonarios  de  la  televisión  satelital.
Los interlocutores de Dios eran y son más altos que estos insignificantes y
ridículos seres dogmáticos e instituciones de la religión.
Y, ¡atención! No fue designado ningún ángel, ni arcángel, serafín, querubín
o  algunos  de  los  cuatro  seres  vivientes  para  ejecutar  la  construcción  de
esa maravillosa obra de ingeniería genética que sería llamada: el Hombre. 
Y mucho menos, jé: tampoco fueron designados pastores evangélicos para
construir este portento creativo que daría inicio a la Humanidad.
Lo  creó  Dios  con  sus  propias  manos,  con  sus  propias  manos,  con  sus
propias manos. Difícil de creer para  la organización que se apropia de  los
seres  humanos,  pero  no miento,  es  absolutamente  cierto:  Dios  creó  al
hombre. Y Dios lo llamó a existencia, Dios descendió del trono a buscarlo,
Dios lo salvó poniendo su vida en  la cruz. Nadie se  la quita, sino que Él  la
pone y Él la vuelve, y la volvió, a tomar. Dios: Eso que no sabe cómo meter
adentro de sus altares místico-materialistas la iglesia.
Y,  ¡miren  cómo  continúa!  Puso  al  hombre  en  el  huerto  del  Edén,  pero
(lamento  llamarles  la  atención  sobre  esto),  no  puso  ninguna  iglesia,
templo, capilla,  tabernáculo y ninguna cosa parecida en ninguna esquina
del Paraíso. ¡Horror de horrores!  ¿Adán no iba la iglesia? Debo responder
que no. Ningún día de  la  semana. Ni  siquiera  construyó altares a  campo
abierto. ¿Podríamos entonces llamarle a Adán un descarriado de la forma
que apodan a los hermanos en la iglesia contemporánea? No. El no falló al
compromiso con Aparato religioso alguno: le falló a Dios. En ese sentido se
descarrió, no porque dejó de ir a la iglesia.
Pero,  miren,  no  pierdan  su  atención  por  muy  contrariados  que  estén:
Cuando fue preciso traer al escenario de la creación a la mujer: ¡tampoco
fueron designados  seres  celestiales o  seres humanos de  renombre  en  el
cristianismo  universal:  también  ocurrió  por  el  accionar  de  las manos  de
Dios!
Esta es una pregunta clave del  tema en  cuestión: ¿Ha dejado el Hombre
de  ser  pertenencia  de  Dios  alguna  vez  en  toda  la  historia  de  la
Humanidad?
Lugar  para  que  respondan  los  teólogos  de  la  religión
………………………………………………………………
Participantes  afines  al  cristianismo  organizado,  sírvanse  tachar  la
respuesta correcta: SI-NO.
Aun hay lugar para una segunda pregunta importante al respecto: ¿Alguna
vez Dios, el Creador y Autor de la Vida humana y de todo lo que respira le
cedió a  iglesia alguna el Título de Dominio y Propiedad  sobre el hombre que  Él  creó  con  sus  propias  manos  y  redimió  con  su  propia  Sangre?
Responderé yo mismo: Jamás. No hay evidencia histórica o bíblica de una
transacción  semejante.  ¿De  qué  se  trata  entonces?  Usurpación.  En  eso
consiste el ejercicio  institucional de  la  iglesia organizada: han usurpado a
Dios.  Jesucristo  no  emergió  revivido  del  sepulcro  repartiendo  títulos  de
propiedad sobre el hombre a  iglesia alguna. Él compró a Su hombre y Su
mujer  en  el  calvario  y  en  la  derrota  del  sepulcro.  Cordero  del  Sacrificio,
con su propia sangre pagó el rescate de Sus corderos. “Yo soy el camino, la
verdad y la vida; nadie viene al Padre si no es por Mí.” Juan 14:6.
Adán y Eva, los primeros seres humanos, no eclesiásticos, no organizados,
recibieron  muchísimas  instrucciones  de  su  Creador,  en  forma  directa  y
personal. Pero en ninguna de ellas se les ordenaba o se les daba autoridad
para  tomar dominio  y poner  en  sujeción  a  los próximos  seres humanos.
Sintomático,  ¿no? Qué  sugerente.  La  costumbre  popularizada  dentro  de
los mismos muros  religiosos  inclusive es otra  totalmente opuesta: el que
llega  primero  manda  y  somete  al  resto.  Nunca  fueron  ordenados  a
construir  un  templo,  alguna  iglesia,  para  una  enseñanza  futura  hacia  el
cristianismo  que  explotaría  después  de  Jesucristo,  como  tampoco  se  les
ordenó en  jerarquías o en preparar  jerarquías,  sencillamente porque eso
corresponde  netamente  a  lo  que  se  llamó  nicolaísmo  y  que  apareció
dando señales de vida cuando ya fenecía la primera edad de la iglesia.
Pregunta que puede responder otras y evitar peroratas, discursos, debates
y charlatanerías teológicas pro clero, pro organización pro institución, pro
jerarquías  y  pro  toda  clase  de  títulos  beatíficos  de  dominio  del  hombre
sobre el hombre, la formulo: ¿Por qué Adán y Eva no fueron ordenados a
construir y a someter, o someterse a organización, consejo de superiores
y/o iglesia? Lea la respuesta a continuación.
Al  terminar  su obra de  ingeniería  genética denominada  el Hombre, Dios
no  comenzó ningún  cónclave,  coinonía o  santas  convocatorias  (como  les
gusta a los branhams) a todas esas criaturas celestiales de su entorno tan
majestuoso e  inenarrable, para decidir qué  clase de espíritu merecía esa
creación  suya,  pensada  un  poco  menor  que  los  ángeles.  Eso  estaba
decidido  de  antemano:  el  Hombre  llevaría  en  su  interior  el  Espíritu  de
Dios,  su  Creador.  No  podía  llevar  otra  cosa,  era  su  Creación.  Entonces,
cuando  toda  esa  edificación humana  estaba  concluida,  por dentro  y por
fuera, porque la maravilla humana no solo la constituye el cuerpo exterior,
pese a que es el cuerpo el que  le da valor y consideración al hombre y  la
mujer modernos que han perdido totalmente  la capacidad de discernir el
todo de un  ser humano, Dios mismo  se acercó a  su obra y  sopló aliento
(aliento de Dios) de vida (vida de Dios por consecuencia) en el Hombre, y vino a ser un alma viviente, por el Espíritu de Dios que la Deidad sopló en
él. (Y, ¡ojo! no se revolcó en el piso Adán cuando recibió esa potencialidad
inicial  de  vida  pura,  directamente  de  la  Deidad  creadora)  Ningún  otro
espíritu haría funcionar correctamente esa primera creación humana. Por
consecuencia, el hombre solo funciona bien cuando recibe, posee, se llena
del Espíritu de Dios.
No  hacía  falta  un  Aparato  eclesiástico  para  darle  vida  al  hombre  y  a  la
mujer.  Eso  es  claro.  Con  el  tiempo  les  fue  permitido  tener  uno  que  fue
muy admirado por los habitantes de la tierra y que tuvo una particularidad
asombrosa,  como  ningún  otro  templo  a deidades  otras,  distintas  o  semi
cristianas,  o  paralelas,  Vaticano  incluido,  catedrales  evangélicas  o
tabernáculos tuvo: Dios mismo en Gloria habitaba tras la cortina del lugar
más  santo  y  santísimo  de  ese  Templo.  Cosa  que  no  puede  reclamar,
aunque  lo  hace,  ninguna  de  las  iglesias  que  se  identifica  en  lo  que
decidieron  llamar  la  “religión  cristiana  y  Occidental”.  El  drama  de  este
Templo  portentoso  fue  que  no  sirvió  para  nada  al  hombre  y  la  mujer
cuando de  la cuestión  salvación debía  tratarse. Por eso, cuando  Jesús,  la
Deidad  en  pleno  manifestada,    pasaba  por  enfrente  de  este  modelo
excepcional de arquitectura religiosa, y pese a los comentarios entusiastas
de sus discípulos, pretendiendo llamar la atención del Maestro respecto al
Templo de Salomón por sus líneas arquitectónicas y sus ornatos en piedra,
Él  no  dijo  ningún  discurso  importante  acerca  de,    nada  importante  en
relación a, nada positivo, nada halagüeño, ninguna palabra de respeto por
la  historicidad  y  el  significado  trascendental  de  ese  Aparato  eclesiástico
que era el orgullo de la nación, obviando incluso el hecho de que la Gloria
de  Jehová  había  sido  hospedaba  en  ese  lugar,  al  contrario:  Profetizó
enérgicamente su destrucción total: “¡No quedará piedra sobre piedra que
no será destruida!” Hasta el día de la fecha lo único que queda de la única
iglesia que tuvo hospedado a Dios y que fue el único Templo construido en
la tierra por expresas indicaciones del mismísimo gran Yo Soy, es un trozo
de  muro  derruido  donde  se  hamacan  patéticamente,  hacia  adelante  y
hacia  atrás,  murmurando  sus  oraciones  los  descendientes  de  aquellos
funcionarios  rechazados  por  Jesucristo  que  lo  administraban…  no  muy
bien, para  ser exactos. En  los  tiempos de  Jesús, a  los  fariseos, escribas y
saduceos,  les acontecía  lo mismo que a  los  funcionarios protestantes de
esta  era  eclesiástica:  mentían  descaradamente  acerca  de  una  deidad
instalada  entre  sus muros  admirables: Hacía más  de  cuatrocientos  años
que el Arca del Pacto, que contenía  la Gloria de Dios, había desaparecido
del  lugar  santísimo.  Cuando  Pompeyo,  el  general  romano  que  tomó  a
Israel para anexarlo al Imperio Romano, entró a caballo al Templo, 60 años antes  de  la  aparición  de  Jesucristo,  haciendo  ejecutar  a  todos  los
sacerdotes  que  había  allí,  no  encontró  el  Arca.  Mentían  los  fariseos  y
todos  los demás funcionarios afines a  los menesteres del Templo cuando
practicaban todas esas liturgias y rituales ancestrales, haciendo creer a los
judíos  que  la  Gloria  de  Jehová  permanecía  en  el  Lugar  Santísimo.  En
palabras  del  lenguaje  que  se  practica  hoy  a  nivel  eclesiástico:  Dios  no
estaba en  la  iglesia. Entre otras muchas razones, por eso también ocurría
ese  enfrentamiento  entre  la  casta  sacerdotal  judía  y  el  Señor  Jesucristo:
ellos  no  podían  convencer  de  ninguna  manera  que  eran  ungidos  de  la
Gloria de Dios del Arca que había en el lugar santísimo, porque la Gloria de
Jehová era y es el Señor Jesucristo. Y como Él sabía fehacientemente que
mentían, es por eso que  les  llamó hijos del diablo, solamente el diablo es
el padre de  las mentiras  y obviamente  los hijos de Dios no mienten. Así
mienten  a  estos  pobres  miserables  que  creen  en  el  concepto
arquitectónico  y  organizado  de  la  iglesia,  sus  canallescos  ministros
contemporáneos: Dios no está en la iglesia. Repito el dicho que se usa por
ahí cotidianamente:  falso de  falsedad absoluta. Y por cuanto mienten en
esta  cuestión  tan  sensible  y  grave  delante    de  Dios,  bueno,  cae
perfectamente  calzado  en  ellos  el  mismo  calificativo  denunciante  que
Jesús propinaba a la curia pastoral de su tiempo: Son hijos del diablo. 
Ahora, ¿Qué hacía Jesús,  la Deidad en pleno, que en cuanto a ese mismo
carácter y condición de Deidad, su ubicación más plausible y coherente, y
natural, debía ser la Gloria misma, paseándose entre los seres humanos y
en una de  las más pequeñas naciones de  la tierra?   Y habría que agregar
soportando tanta oposición y sucias intenciones clericales en su contra.
Bueno,  siento  ser  yo  quién  nuevamente  escriba malas  noticias  acá  para
este  sector  que  llaman  tan  ufanamente  la  Organización  o  la  Institución
oficial  del  cristianismo:  No  estaba  presente  el  Rey  en  esta  tierra  para
entregar  al  hombre  a  organización  alguna.  Eso  es  categórico.  Porque  si
hacemos  un  análisis  serio  y  cabal  al  respecto,  nos  daremos  cuenta,  por
ejemplo,  que  cuando  deja  con  un  palmo  a  sus  discípulos  sobre  sus
comentarios  entusiastas  en  cuanto  al  Templo,  que  Jesús  no  tenía
intenciones de  “restaurar”  ese  Templo  caído  en desgracia  e  invadido de
estos  sátrapas  confabulantes  y  demoníacos,  no  tenía  órdenes  de
reorganizarlo  ni  de  trabajar  en  pro  de  la  recuperación  de  la  credibilidad
del  Templo,  no  le  dio  su  respaldo  considerando  el  hecho  portentoso  de
que alguna vez  la Gloria del Dios Todopoderoso había hospedado allí  (la
pregunta es: si no respaldó a ese Templo que tuvo a Dios de huésped, ¿a
qué  iglesia  seudo  cristiana  respaldaría  hoy?)  Tampoco  vino  a  designar
ministros más  creíbles  para  poner  en  funciones  legítimas  el  servicio  de atención  a  los  creyentes,  como  tampoco  se  le  vio  con  intenciones  de
establecer  una  poderosa,  pudiente  y  aristocrática  jerarquía  que  tomara
bajo su dominio el Templo y a todo el ser humano que se adscribiese a sus
servicios eclesiásticos. Al contrario,  la primera señal de alarma al  interior
del Templo, en pleno evento de  la cruz,  fue  la rasgadura, de arriba hacia
abajo, del Velo del Lugar Santísimo: un destrozo al interior del Templo en
lo más sagrado.
Bueno y etc., etc. Aceptemos el hecho: Dios vino a salvar al hombre, al ser
humano,  su  hombre,  su  mujer,  su  ser  humano.  Y  cuando  se  dirigió  a
Pedro, ya resucitado, respecto a la atención ministerial de su hombre y su
mujer,  le  recalcó  su  posesividad  y  su  derecho  de  pertenencia  sobre  el
hombre: “¡Apacienta Mis… corderos!” Cada vez que  le  repitió el encargo
fue enfático y reiterativo en su tono posesivo: “¡Mis…corderos!”
¿Por  qué  Jesús  no  dejó  instrucciones  para  que  sus  primeros  escogidos
ministeriales construyesen una nueva iglesia, para los nuevos creyentes de
esta nueva versión, digamos, de religión que se estrenaba en el planeta?
Porque el acto de recuperación, esa portentosa empresa de recuperación
que  practicó  Dios  con  el  hombre,  dejando  su  Trono  de  Gloria,  no
escatimando  su  Deidad  y  apropiándose  de  un  cuerpo  semejante  al  del
hombre,  era  un  emprendimiento  de  recuperación  total,  en  serio  y
definitivo.  Por  eso  alineó  frente  a  Él  a  sus  discípulos  y  en  función  de  su
condición  de  Creador,  sopló  sobre  ellos  exclamando:  “¡Tomad,  recibid,
éste  es  mi  Espíritu!”  (¡Ojo!  Noten  que  tampoco  cayeron  al  suelo
revolcándose  y  que  Jesús  tampoco  los  empujó  para  que  lo  hicieran),  tal
como  lo había hecho frente al primer hombre en el  jardín del Edén. Y tal
como a Adán jamás le ordenó levantar cuatro paredes para iglesia alguna,
donde  perfeccionarse,  rectificarse,  hacer  promesas  de  portarse  bien,
someterse,  dejarse  saquear,  denigrar,  manipular,  enajenar  y  humillarse
delante  de  sus  iguales,  porque  Adán  tenía  Su  Espíritu,  así mismo,  estos
hombres elegidos, los primeros hombres elegidos que volvían a llevar en sí
el Espíritu del Creador, como  lo  llevarían a partir de ese momento  todos
cuantos  el  Señor  nuestro  Dios  llamare,  hasta  lo  último  de  la  tierra,  no
necesitaban  el  cubículo  corrompible  de  una  iglesia.  La  única manera  de
que el hombre, esa creación magnífica de Dios,  lo hiciera bien en las cosas
de Dios, el ministerio y el discipulado cristiano sobre la tierra, era esa: con
la investidura de poder de lo Alto, con la recepción en pleno de su Espíritu
Santo. No, es claro, la comisión del Jesús resucitado no deja espacios para
una interpretación extraña y arquitectónica: les mandó a hacer discípulos,
no iglesias, discípulos. Esto es lo que no comprenderá jamás la religión, las
organizaciones,  las  instituciones  del  seudo  cristianismo:  No  tienen  que tiranizar al hombre para que este  sea  salvo, no  tienen que  someterlos a
disciplinas que ni  ellos mismos  soportarían  y que  tampoco practican, no
tiene  que  torturarlo  de  esa  terrible  manera  sicológica,  no  tienen  que
quitarle  su  carácter  para  manipularlo  a  su  antojo,  como  lo  hacen,  no
tienen que quitarle su dinero ni en nombre de  la Biblia, ni en Nombre de
Jesucristo, ni en nombre de  la  iglesia; para que aseguren su salvación ese
hombre y esa mujer, no tienen que encuevarlo en una iglesia. El hombre,
para que sea recuperado, sea salvo, para que vuelva a ser lo que era según
la voluntad de Dios para él en el principio y para que vuelva a posicionarse
seguro de sí mismo, espontáneamente y decidido de por vida en el centro
de esa Voluntad perfecta de Dios, no necesita la organización protestante
de ustedes, no necesita al concilio ecuménico internacional, no precisa del
Concejo mundial  de  iglesias,  no  necesita  de  sus  instituciones  cristianas,
eso es pasto  seco para el  fuego de  la  ira de Dios. El hombre,  la mujer, y
métanse  bien  esto  en  sus  púlpitos  y  altares  del  lucro  personal  y  la
blasfemia  teológica,  y  en  sus  cabecitas  nicolaítas:  ¡No  los  necesita  a
ustedes, el hombre necesita el Espíritu de Dios! ¡Y ese Espíritu no lo tienen
ustedes  almacenado  en  ningún  rincón  apóstata  de  sus moles  religiosas
para  distribuirlo  sobre  los  hombres!  ¡Ese  Espíritu  no  fluye  desde  sus
púlpitos! ¡Esa es la carencia fatal de ustedes! ¡Ese es su faltante! ¡Por eso
no  anda  bien  este  mamotreto  parafernálico  eclesiástico  que  tiene
enajenados a todos esos pobres esclavos de sus dogmas y tradiciones!
Desde  los  tiempos de  Lutero el hombre no anda bien,  tenemos  casi 500
años  de  organización  protestante,  de  evangelización  mundial,  que  han
arrojado  una  estadística  impresionante  del  inmenso  plantío  de
instituciones  protestantes  por  sobre  el  globo  terráqueo  y  un  sinfín  de
anexos  afines:  hospitales,  colegios,  universidades,  orfanatos,  centros  de
rehabilitación,  partidos  políticos,  entes  sociales  y  otros  de  carácter
“cristiano evangélico”, pero el hombre no anda bien. No está a  salvo, ni
del mundo, ni del diablo sometido a cualquiera de esos emprendimientos
denominacionales.  Con  todo  y  organizado  nuestro  hermano,  el  hombre,
sigue corrompiéndose,  tanto como  los  líderes superfluos y  falaces que  lo
mantienen  bajo  ese  régimen  de  intolerancia  y  dominación  dogmática
religiosa.
¡Basta  ya!  ¡Dejen  en  paz  al  hombre  y  la  mujer  que  creó  Dios  para  su
beneplácito y adoración! No  tienen mensaje alguno a  favor de ustedes y
las  supuestas  conveniencias,  privilegios  y  “bienaventuranzas”  dentro  de
sus  cubiles que puedan beneficiar al hombre, que puedan  sustentar  con
esa  Biblia  que  manosean  y  malinterpretan  canallescamente,  bajo  esa
repugnante apariencia de piedad. Éste es el mensaje de  la Deidad en Su Biblia, para los seres humanos del tiempo apocalíptico que vivimos: “¡Salid
de  en  medio  de  ella,  pueblo  mío…!”  (Después  de  todo,  estaremos  de
acuerdo en esto: Salid de en medio de ellos, coincide perfectamente con
el  concepto  iglesia  que  deriva  del  vocablo  griego  Ekklesia,  que  significa
sacados  fuera, ¿no?) Yo quisiera, aspiro, deseo que  todos  los hombres y
mujeres del mundo  comprendan esto: Ustedes están  totalmente a  salvo
afuera de  la  iglesia organizada. Adentro de ella es donde  la  salvación de
ustedes  está  en  grave  peligro.  Cualquiera  que  está  en  Cristo,
automáticamente  está  en  Su  Iglesia.  Jesucristo  es  su  Salvador.  No  hay
otro. Y la iglesia denominacional no lo representa ni lo tiene.
Libre  albedrío  es  libertad  personal  de  decisión,  elección,  conducción  y
administración del ser humano. Pero el hombre pierde todo eso cuando es
atrapado  por  la  organización.  ¿En  qué  nombre?  Por  lo menos,  no  en  el
nombre del Creador. Él no reparte dones y atributos que luego condena a
sujeción en el seno de  las organizaciones  religiosas: Él es el Único Pastor
eficaz  del  hombre,  el  Único  guía  hacia  la  salvación,  el  Único  ser  que
mantiene protegido al ser humano que se ha constituido en su hijo e hija.
Firmes en la libertad con que Cristo los hizo libres, según arenga Pablo en
su epístola a Los Gálatas.
Al  interior  de  estos  aparatos  religiosos  hay  una  inmensa  mayoría  de
personas  que  desconoce  totalmente  su  propia  tragedia  personal  y  uno
puede  verlos  alegremente  enajenados,  cuando  no  les  tocas  estos  temas
que van en contra de su  ídolo eclesiástico, ese aterrador  ídolo dogmático
que es  la  iglesia cristiana protestante, porque nadie escapa al miedo y al
espanto  de  las  supuestas  consecuencias  de  renunciar  a  ella,  su  propio
modelo  evangélico  de  santa madre  iglesia,  porque  si  les  tocas  ese  ídolo
tradicional de la familia religiosa, pierden automáticamente esa alegría de
su enajenación y son capaces de sacarte a puñete limpio de sus altares por
tus  atrevimientos  contra  clericales.  Después,  se  sacuden  la  ropa  y  las
manos y acuden a hincarse al altar, para  levantarse auto-perdonados de
sus arrebatos de violencia física y retornan a la alegría de su enajenación,
son alegres esclavos del aparato  sectario y con esa misma alegría  insana
de enajenado crónico,  satisfacen  las más mínimas exigencias caprichosas
del  enajenado  que  los  pastorea.  Son  alegres  y  dóciles  especímenes  del
despojo,  viven  alegremente  con  las  sucias  manos  del  ministro  rapaz
metidas en sus bolsillos. Por sobre  todas  las cosas, si no  te gusta quedar
mal  ni  tener  problemas  en  las  congregaciones  que  visitas,  ¡ojo!  con  la
ropa, cómo vistes, qué vistes; y por si acaso no  lo sabes:  jamás hables en
contra  del  vestir  “cristiano”  denominacional,  porque  la  ropa,  la  buena
ropa,  la  de  marca,  la  que  te  da  nivel  y  facha,  esa,  esa  que  incluye  la corbata, el buen  traje, a esa no  la  toques: es el distintivo “celestial” que
confirma  que    eres  “cristiano.”  Por  sobre  todo,  confirma  que  eres
“cristiano de domingo”,  “cristiano” de  iglesia  seria  y  “cristiano”  serio de
iglesia. No  importa mucho que  vistas de  sport en algunos pasajes de  las
reuniones anuales de coinonías y conferencias, o los días jueves o martes,
pero,  mi  hermano,  vístase  serio  e  incentive  a  vestirse  en  serio  a  su
congregación  para  los  días  domingos.  Obviamente  que  eso  es  riguroso
solo en el tema iglesia, porque estos enanos culturales religiosos: de casa,
calle y trabajo, visten como cualquiera,  las hermanas  incluso se animan a
lucir un poco más sus piernas en trajes y vestidos un poco más corticos, se
animan a escotarse otro poquitico más, porque, claro, hay que ser serio,
pero  no  fanático  ni  extremista.  No  comprenden  eso  de  las  vestiduras
espirituales,  la  investidura de poder de  lo Alto,  los aprestos del evangelio
de la paz, no, nada de eso, porque, la verdad, eso es muy metafórico, cosa
de  parábola  antigua  y muy  difícil  de  lograr,  es más  fácil  comprarse  una
pilcha de marca, después de todo, cualquiera se ve cambiado si viste bien.
Son alegres seres enajenados cuyas  intimidades y vidas privadas padecen
una  descarada  e  implacable  invasión  del  individuo  enajenado  que  los
ministra. Sus más íntimos comportamientos en pareja están bajo rigurosa
y permanente vigilancia y prontos a  la censura del  jefe eclesiástico.   Son
alegres  apóstatas  inducidos,  son  incrédulos  felices,  son  gozosos
renegadores  de  Dios  y  su  Palabra  guiados,  incentivados  e  inspirados
ciegamente  en  la  ceguera  del  ciego  enajenado  que  los  pastorea.  Son
alegres y entusiastas personajes celosos de sus  letreros eclesiásticos, son
más vehementes que  las barras de Boca Juniors y River Plate juntas en  la
defensa  de  sus  colores  eclesiásticos:  nadie  les  toca  sus  iglesitas,  ningún
ofensor  de  sus  iglesias  sale  indemne.  Y  son  muchísimo  más  alegres  y
muchísimo  más  felices  y  requete  recontra  gozosos  cuando  enfilan
directamente, plenos y  rebosantes del espíritu del  consumismo a  invadir
shoppings,  supermercados,  cines  y  tiendas  alabando  a  sus  dioses  y
pastores  del  “cristianismo”  místico-materialista  que  los  congrega.  No
hagan ni tal de sermonearles para que reconsideren y quiten la vista de las
cosas de  la tierra y busquen el Reino de Dios y su Justicia primeramente,
porque te mirarán con una cara de perro  furioso que si no te  ladran una
incoherencia, te gruñirán una blasfemia eclesiástica. Son alegres y gozosos
blasfemos doctrinarios, pues si les contradices la cuestión de la trinidad te
contestan  como  me  contestó  esa  damita  de  Valparaíso,  en  el  cerro
Polanco, en 1986: “¡Aunque sea una doctrina del diablo, yo creo a muerte
en la trinidad!” Y no les pongas en tela de juicio el limitado concepto de la
unidad,  porque  esos  ladran más  "fiero"  (feo)  y mejor.  Já,  y  que  no  los invite  un  trinitario  amable  a  predicar,  porque  le  hacen  añicos  la
congregación creyendo enfervorizados que así le hacen un gran servicio a
Dios.  Y ni hablar del  gozo que  les  embarga  cuando  acuden presurosos  y
ufanos  hacia  el  nuevo  concierto  que  traen  a  la  ciudad  las  estrella
evangélicas  de  la  canción  comercial,  porque  vacilan  vacilones  más
frenéticos  que  los  vacilones  de  los  fanáticos  de  la  música  mundana,  y
altamente entrenados para engañar y ser engañados, te confesarán que el
último  show  evangélico  del  rock  cristiano,  ha  sido  el  más  grande
avivamiento espiritual del año, por la misericordia de Dios ¿?¿? ¿?
En  fin  las  historias  y  recuentos  son  absolutamente  sin  fin.  Para  estos
multitudinarios  rebaños  de  alegres  y  celosos  engañados  y  enajenados  a
escala mundial, típicos personajes de la edad laodiceana de la historia final
de  la  iglesia,  todo  está  bien.  Y  si  vas  a  la  iglesia, mucho mejor.  Y  si  te
sometes  a  esa  iglesia,  ¡gloria  la  Señor!    Y  si  te mueres  en  la  iglesia:  ¡Te
fuiste  con  el  Señor!  Los  sacas  de  la  iglesia  y  no  son  nada.  Les  quitas  la
iglesia y es peor que los mandes a las tinieblas de afuera, donde es el lloro
y crujir de dientes. Si fallece el ministro enajenado que  los pastoreó toda
la vida:  temor y desconcierto  total. Como ocurrió a ese pobre hermanito
de las más prostituta expresión de iglesia evangélica pentecostal, ubicada
en  la  calle  Jotabeche  (Siglas  por  las  cuales  era  conocido  el  escritor  y
periodista chileno José Joaquín Vallejo), en Santiago de Chile. Lo encontré
en la Alameda Bernardo O’Higgins, lamentando el fallecimiento del obispo
que le chupó las medias, las botas y todo lo que pudo al malvado dictador
de  la más cruenta Dictadura que experimentó en su historia ese angosto
país.  “Imagínese,  hermano,  le  decía  a  un  amigo mío  -aferrado  como  un
desvalido a su bicicleta incolora y maltrecha-, con la muerte de mi Obispo,
no queda más que la Venida del Señor. ¡Era un hombre tan santo!” 
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