V
EL HOMBRE Y LA MUJER ECLESIÁSTICOS
Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó,
varón y hembra los creó.
Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra,
y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.
Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo;
le haré ayuda idónea para él.
Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras éste
dormía, tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar.
Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre,
hizo una mujer, y la trajo al hombre.
Génesis.
Meterse con la Biblia, que es la única, verdadera e imperecedera Palabra
del mismísimo Dios, le costará carísimo a las organizaciones seudo
cristianas que la atacaron.
Pero la segunda culpa, y no menos grave, es lo que las organizaciones
seudo cristianas le hacen a la más especial de las obras de la mano de
Dios: el hombre y su mujer.
El hombre y la mujer comunes, al interior de las organizaciones
protestantes, padecen expoliación, depredación, enajenación, tormento
espiritual, despojo de identidad, desestabilización, pérdida del carácter,
abusos, violaciones a la privacidad, violencia sicológica, incluso violaciones
físicas; y en muchísimos casos, como mi amado primo Gerardo Figueroa,
terminan con tratamientos sicológicos y siquiátricos y finalmente
cometiendo suicidio, totalmente destruidos por su paso tortuoso paso a
través de las organizaciones religiosas. Últimamente, como nunca antes visto en la historia de la humanidad
desde los días previos a la reforma, el individuo común que atesta las
iglesias es objeto de un saqueo económico voraz, por parte de los
aristocráticos líderes de la iglesia universal del fin del mundo.
Víctimas indefensas y crédulas de un mensaje dirigido al poder
adquisitivo, a la cuenta bancaria, a la prosperidad económica y al
consumismo, el miembro común de estas iglesias concibe a Dios como el
Gran Patrono Todopoderoso del enriquecimiento personal y es empujado
a una loca carrera de mística enajenación materialista. La única diferencia
entre un enajenado consumista secular o mundano y un enajenado
consumista “cristiano”, es que este último, acude a los grandes centros de
consumo con la “ventaja” de estar supuestamente respaldado, ungido y
bendecido por Dios, para la adquisición de cuánto quiera. “Todo es
posible, si puedes creer”.
El músico protestante es incentivado a producir para vender y para
competir con los grandes músicos del mundo secular, sumiendo a la iglesia
protestante en la alabanza masiva más comercial y competitiva de toda la
historia del cristianismo eclesiástico.
El “cristiano” denominacional es guiado a bailar en Cristotecas e
impulsado a disfrutar alegremente, ¡y con mucha santidad! en los campos
nudistas “solo para cristianos”
El hombre común es convencido de que sus dones naturales son ungidos
por Dios para ser o un exitoso futbolista profesional, o un famoso
boxeador de categoría mundial, o un famoso cante o actriz profesional,
etc., etc. Y que ese es el propósito de Dios para él en esta tierra. ¿Y los
dones y señales espirituales que seguirán a todo aquél que se bautice y
crea? Como reza un dicho popular muy corriente en Argentina: No se, no
conozco, no me acuerdo.
Ese individuo y esa mujer común, nunca estará apto para las altas labores
jerárquicas eclesiásticas: siempre serán pecadores inmerecidos de tales
privilegios. Y, ¡ojo!: tienen absolutamente prohibido disentir o pensar
distinto a su “jefe” espiritual, su obligación es la sumisión incondicional,
sin ningún tipo de derecho, los derechos son todos pertenencia y
privilegio exclusivo del individuo que los pastorea.
Los dones y ministerios, los frutos y los oficios que el Espíritu Santo decide
entregar a algún hombre o mujer comunes, al interior de las iglesias, no le
pertenecen ni a Dios ni al hombre o mujer elegidos: la organización se
apropia de ellos, los evalúa, los dirige, los comisiona y los autoriza. En
otras palabras: ¿Usted recibió el Espíritu Santo, hermano, hermana? Bien, tiene que someterse al orden de la corporación, ¡porque el Espíritu de Dios
es ordenado, mi hermano!
El creyente común no goza de una comunicación fluida con su “jefe”
espiritual, ni siquiera puede aspirar a llegar a ser un amigo personal del
“jefe”. No tiene acceso expedito a la casta jerárquica. Conseguir una
entrevista con el pastor es muchísimo más difícil que hablar con Dios, e
imposible en muchísimos casos. Con Dios es más fácil: el hombre y la
mujer necesitados de su Creador, doblan su rodilla en privado y ya: Dios
no tarda en estar junto a ellos y estar en ellos, lo que es más gratificante
aun y que jamás podrá conseguir el pastor eclesiástico que los subyuga,
¡por la gracia de Dios, porque si no…¡Dios mío, que sería del hombre y la
mujer entonces!
Como si la incomunicación con la autoridad eclesiástica fuera solo un
detalle, el individuo común sufre una muy reducida y selectiva
comunicación entre sus iguales. Es totalmente difícil hallar una
congregación en donde la amistad sea un don fluido, notorio e
insoslayable. Conocí muchísimas iglesias en el amplio recorrido que he
hecho por nueve países de Sudamérica, en donde la mayoría de sus
miembros ni siquiera conoce el nombre del hermano o la hermana que
“alaba” junto a ellos. Todos son enseñados a ser hermanos
exclusivamente dentro de los límites de la iglesia, durante las reuniones
semanales o durante las actividades públicas, o durante sus “santísimas”
coinonías públicas, o en los exasperantes shows y conciertos de las
estrellas rockeras y baladistas del estrellato musical protestante. El resto
del tiempo, cada uno a vivir la vida como mejor pueda. El amor que se
predica y se practica en las iglesias no es el amor fraternal que nos enseñó
el Señor Jesús, no: este es un sui géneris amor eclesiástico: Te amo cuando
vienes a la iglesia, los demás días y el resto del tiempo, Dios te ayude y te
bendiga, porque yo estoy muy ocupado. ¡Nos vemos el próximo domingo
en la iglesia, mi amada hermana!
Cuando alguno de ellos o ellas caen de la gracia de la iglesia, son
expulsados vergonzosamente y estigmatizados para siempre. El hombre y
la mujer que han sido separados de la congregación, no dejan ningún
amigo atrás, ninguna amiga, no importando cuantos años de convivencia
congregacional compartieron, en el castigo y la expulsión, quedan solos. Si
por esas casualidades son vistos en la calle o en los supermercados u
hospitales, no son saludados y si lo son, no es alegre y amorosa esa
salutación, es rígida, tensa, comprometida. Si no, les vuelven la cara,
cuando no cruzan la vereda para esquivarlos, como a cosa bajo maldición
de la Inquisición protestante. No hay peor cosa que un ex hermano eclesiástico para el hombre y la mujer comunes que experimentaron la
religión con lamentables resultados. Si se les ocurre regresar, son
humillados, no los reciben; y si los reciben, son aceptados en forma
denigrante y obligados a cumplir un tiempo de comportamiento
condicionado. Si aguantan, es porque son verdaderos hermanos y es
genuino su arrepentimiento respecto a sus “pecados” contra eclesiásticos.
Si no aguantan, que revienten: “Salieron de nosotros, porque no eran de
nosotros” (Nunca fueron de iglesia alguna, jé, todo ser humano pertenece
a Dios, la iglesia no es el Creador de la raza humana).
Como la iglesia denominacional ocupa el lugar de Dios sobre la tierra, todo
expulsado de su seno es llamado y considerado un descarriado. Esa
conjugación del término concepto no aparece más de cinco veces en la
Biblia y el Señor Jesús solo lo mencionó una vez, en la parábola de las cien
ovejas, ¡y de manera positiva, excepcional y redentorista! Y no se refería a
quiénes en el futuro (o en su presente, si pensamos en los militantes
judíos del Templo) serían miembros de alguna iglesia del cristianismo
organizado. Las veces que se emplea en el lenguaje de los profetas del
Antiguo Testamento, se refiere a las personas que dejaban a Dios y se iban
a adorar a otras deidades, fabricando altares en los lugares altos y
quemando animales para esos ídolos del paganismo antiguo. Y otras
veces, también era empleado el concepto en forma misericordiosa y
esperanzadora: en la Biblia el descarriado es el objetivo a salvar, en la
iglesia organizada y dogmática es el objetivo destruir. Luego, si la iglesia
organizada no es el ideal de Dios o la “casa” de Dios, como acostumbran a
decir para engañar incautos, y si Dios nunca ha vivido en esa supuesta
“Su” casa, ¿Cómo puede llamarse descarriado a un hombre o a una mujer
y estigmatizarlo tanto y aun, perseguirlo tan implacablemente? Todo
hombre y mujer puede abandonar cualquier iglesia denominacional en el
planeta, de la índole y poderío que sea y ostente, eso no significa
abandonar a Dios, descarriarse o traicionar a Dios, como declaran estos
enfermizos líderes eclesiásticos de hoy en día. Dejar a Dios es el problema,
traicionar a Dios es el problema, cambiar de Dios es el drama. Cambiar a
Dios por la iglesia es el problema grave.
Últimamente han sido publicados numerosos escritos que denuncian el
estado deplorable que experimentan las personas que han sufrido la
perversa dominación de estas organizaciones, e incluso, se han creado
centros cristianos especializados en la atención de estas víctimas actuales
del cristianismo organizado. Por casualidad, en una charla ocasional, le
pregunté a Elisa, una amiga sicóloga de Argentina, en su casa de Córdoba,
de donde provenían la mayoría de los pacientes que ella atendía. Instantáneamente me respondió: “La mayoría de mis pacientes provienen
de iglesias evangélicas” Curiosamente trágico: el ser humano acude a la
iglesia para ser salvado y resulta al borde de la locura o totalmente
enloquecido. Linda trampa ha creado Satanás con el rectángulo
arquitectónico que llamamos iglesia.
La invasión eclesiástica en el individuo ha sido tal, que aun las parejas no
disfrutan sus relaciones conyugales con la alegría y privacidad que
demanda el hecho en sí mismo, porque aun en el lecho matrimonial están
acosados por la tiranía demencial de sus organizaciones religiosas. Cada
tanto, confiesan sus intimidades a sus pastores locales o cada vez que
aparece un ministro visitante buscan consejos y hacen preguntas, o
nuevas confesiones sobre sus comportamientos sexuales totalmente
inseguros y desestabilizados por las “enseñanzas” respectivas o por las
ordenanzas respectivas de sus líderes particulares. Ningún miembro de
estas organizaciones entra con convicción y seguridad al lecho de sus
cónyuges, tienen el resoplido bestial de sus pastores en sus oídos.
Un amigo se casó en su tabernáculo, de la corriente branhamita, en
Valparaíso, Chile. Y una vez que el pastor finalizó la ceremonia de
matrimonio, se acercó a su oído y le susurró conminándole severamente
con los dientes apretados: ¡No toque a la hermana todavía! ¡Yo le diré
cuando tocarla! Demente o demonio, para ambos casos es lo mismo, si
habló así ese pastor a mi amigo es porque está loco, está loco por que el
diablo lo enloqueció. Peor aún: si el diablo lo ha enloquecido, es porque
Dios autorizó esa condición de locura en el hombre.
Cuando pasé por Lima en febrero del 2006, conocí a Mili, una hermana
militante de los tabernáculos branhamistas de la nación incásica. Ella fue
obligada a confesar delante de la congregación la aventura sexual que
había protagonizado con un hermano de su congregación. Le pregunté
que cómo fue que se prestó ella para ese juego tan malvado, desde ese
día en más “serás señalada por cualquier persona de tu congregación y
cuchichearán solapadamente a todo miembro nuevo, que “esa hermana”
que está sentada allí, tuvo una aventura sexual con otro hermano… Te
estigmatizaron para toda la vida, Mili” No hizo así Jesús con la mujer
adúltera que salvó de ser apedreada y si le dijo su vida privada a la mujer
samaritana en el pozo, fue Él quien se la dijo, y se lo dijo en privado. No
obligó a estas mujeres que hicieran confesión pública de sus pecados
sexuales.
El nivel de ignorancia que muestran las iglesias protestantes respecto al
conocimiento del hombre y la mujer que componen sus congregaciones,
es aterradoramente alarmante. Las organizaciones protestantes vinieron a este continente a rectificar el concepto de evangelización de la Iglesia
Católica, que estaba convirtiendo en una carnicería y en un loquero
gigantesco sus procesos de conversión entre las etnias del continente,
tanto por los pobres indios que ella misma mandaba a matar (caso
Salesianos, en Tierra del Fuego, por ejemplo: pagaban recompensas
monetarias a los sicarios mestizos que les trajesen las orejas de los Onas
asesinados, para ocupar sus territorios), como por el silencio cómplice y la
bendición “pía y misericordiosa” de los crímenes que cometían en el
nombre de la “civilización cristiana” y Occidental los conquistadores de
España.
No hay que gastar muchas palabras para referirse a la ceguera criminal de
los misioneros de la iglesia católica romana, demasiadas se gastan
también respecto a los misioneros del Aparato Protestante. El pecado de
la Organización Evangélica es más terrible: se suponía que el
protestantismo debía traer el genuino mensaje de salvación, las buenas
nuevas del evangelio del Reino, que no trajeron los heraldos tenebrosos
de Roma; se suponía que los protestantes debían haber traído el Dios que
los personeros del Vaticano no trajeron; se suponía que la iglesia
protestante debía de haber traído el Espíritu Santo de Dios, que los hijos
de la madre romana no conocían y no traían. Pero, no fue así. Y no es así.
Y no será así. Solo vinieron a disputar territorio, poder político, áreas
empresariales y el dinero de los eternos candidatos al exterminio
latinoamericano. Nosotros todos hemos lamentado el Holocausto de seis
millones de judíos en la Alemania de Hitler: nadie lamenta de esa manera
a las víctimas latinoamericanas del más grande genocidio que se practica
aun contra nuestro continente por mano de los aparatos “cristianos”
católicos y protestantes.
Por eso califico de peligrosa y alarmante la ignorancia de la Organización
Protestante: no conoce la procedencia, ni la condición, ni el motivo, ni al
Dios que tiene habitando el planeta a este ser único en todo el Universo,
que llamamos Hombre, ser humano o…hermano. Lo ha basureado, lo ha
humillado, lo ha castigado, lo ha martirizado sicológica y físicamente, lo ha
desestabilizado, le ha matado el carácter, le ha despojado de su
personalidad, le ha extraviado en su identidad, le ha negado todo el
derecho de pensar por sí mismo, le ha reprimido el derecho de hablar por
sí mismo, le ha censurado el derecho de actuar por sí mismo, le ha
castigado violentamente cuando ha ejercido el derecho de obrar por sí
mismo los dones recibidos por el Espíritu Santo y ha estigmatizado al
Hombre, lo ha enajenado, manipulado, saqueado y cuando ya no le ha
sido útil para sus intereses económicos y de imagen, lo ha expulsado vergonzosamente de sus altares del escarnio y del oprobio. Y, por último,
en muchos casos, demasiados casos, le ha quitado la vida por mano propia
o induciéndole al suicidio, o entregándole en manos de ejecutores
estatales (caso Dictaduras), manos políticas, manos empresariales o en
manos de otras expresiones religiosas. Una cosa es absolutamente cierta,
indiscutible e inevitable: el hombre y la mujer no están a salvo en la iglesia
protestante.
Pese a lo cruel de este vía crucis del hombre, en realidad, no puede la
Organización hacer otra cosa con el ser humano, posicionada en el lugar
del Salvador, no puede salvar a hombre alguno. Por eso el fin de todas sus
acometidas con, hacia, y en pro del ser humano, por muy bien
intencionadas que sean estas empresas en su inicio, terminan con la
destrucción total del hombre y la mujer que esclavizan con apariencia de
piedad. No conoce al ser que tiraniza y domina con las consecuencias que
describo. Repito: la Organización religiosa no creó al hombre y no es la
representante benemérita de Dios entre los hombres, ese es un cuento
bobo de ella misma, por eso no sabe qué hacer con él. La organización
protestante no subió a la cruz y no derramó la sangre que redimiría al
hombre, por eso no puede salvarlo. La Organización protestante no tiene
un espíritu en sí misma para derramar, investir, sellar y habitar dentro del
hombre: ¡por eso ignora qué es, cómo es, para qué está aquí y por qué
vino a existencia este espécimen que hemos convenido universalmente en
llamar: el Hombre! La Organización no tenía trono en la Gloria, ni lo tiene,
ni lo tendrá, ni mucho menos gloria; no tenía divinidad de la cuál
despojarse, para venir a rescatar al hombre. Por eso hunde y destruye
todo lo humano que toca, por eso aniquila a todas las criaturas que
seduce con sus alabanzas comerciales y sus patético-espeluznantes
mensajes místico-materialistas de la prosperidad.
Mala noticia para las megas organizaciones protestantes y su séquito
impresionante de jerarcas y ministros mediáticos y millonarios que han
usurpado el Trono, el mensaje, el Nombre y la Autoridad de Dios sobre y
para con el hombre: Dios es el creador del hombre. Dios tiene el Copy
Right, los Derechos absolutos de la autoría existencial del hombre.
Y, ¡atención! No importa para nada que ustedes no acepten este hecho
tan trascendental e irrefutable, pero observen bien cómo empieza este
evento universal: El proyecto comienza en las eternidades, la cuestión
Hombre era tan importante que fue preocupación en el seno de las
eternidades. Y no había organización protestante allí. Fíjense bien en esto:
Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Y sus
interlocutores no eran jerarcas protestantes, miembros del papado, presidentes del consejo mundial de iglesias, delegados del concilio
ecuménico, ni apóstoles o profetas millonarios de la televisión satelital.
Los interlocutores de Dios eran y son más altos que estos insignificantes y
ridículos seres dogmáticos e instituciones de la religión.
Y, ¡atención! No fue designado ningún ángel, ni arcángel, serafín, querubín
o algunos de los cuatro seres vivientes para ejecutar la construcción de
esa maravillosa obra de ingeniería genética que sería llamada: el Hombre.
Y mucho menos, jé: tampoco fueron designados pastores evangélicos para
construir este portento creativo que daría inicio a la Humanidad.
Lo creó Dios con sus propias manos, con sus propias manos, con sus
propias manos. Difícil de creer para la organización que se apropia de los
seres humanos, pero no miento, es absolutamente cierto: Dios creó al
hombre. Y Dios lo llamó a existencia, Dios descendió del trono a buscarlo,
Dios lo salvó poniendo su vida en la cruz. Nadie se la quita, sino que Él la
pone y Él la vuelve, y la volvió, a tomar. Dios: Eso que no sabe cómo meter
adentro de sus altares místico-materialistas la iglesia.
Y, ¡miren cómo continúa! Puso al hombre en el huerto del Edén, pero
(lamento llamarles la atención sobre esto), no puso ninguna iglesia,
templo, capilla, tabernáculo y ninguna cosa parecida en ninguna esquina
del Paraíso. ¡Horror de horrores! ¿Adán no iba la iglesia? Debo responder
que no. Ningún día de la semana. Ni siquiera construyó altares a campo
abierto. ¿Podríamos entonces llamarle a Adán un descarriado de la forma
que apodan a los hermanos en la iglesia contemporánea? No. El no falló al
compromiso con Aparato religioso alguno: le falló a Dios. En ese sentido se
descarrió, no porque dejó de ir a la iglesia.
Pero, miren, no pierdan su atención por muy contrariados que estén:
Cuando fue preciso traer al escenario de la creación a la mujer: ¡tampoco
fueron designados seres celestiales o seres humanos de renombre en el
cristianismo universal: también ocurrió por el accionar de las manos de
Dios!
Esta es una pregunta clave del tema en cuestión: ¿Ha dejado el Hombre
de ser pertenencia de Dios alguna vez en toda la historia de la
Humanidad?
Lugar para que respondan los teólogos de la religión
………………………………………………………………
Participantes afines al cristianismo organizado, sírvanse tachar la
respuesta correcta: SI-NO.
Aun hay lugar para una segunda pregunta importante al respecto: ¿Alguna
vez Dios, el Creador y Autor de la Vida humana y de todo lo que respira le
cedió a iglesia alguna el Título de Dominio y Propiedad sobre el hombre que Él creó con sus propias manos y redimió con su propia Sangre?
Responderé yo mismo: Jamás. No hay evidencia histórica o bíblica de una
transacción semejante. ¿De qué se trata entonces? Usurpación. En eso
consiste el ejercicio institucional de la iglesia organizada: han usurpado a
Dios. Jesucristo no emergió revivido del sepulcro repartiendo títulos de
propiedad sobre el hombre a iglesia alguna. Él compró a Su hombre y Su
mujer en el calvario y en la derrota del sepulcro. Cordero del Sacrificio,
con su propia sangre pagó el rescate de Sus corderos. “Yo soy el camino, la
verdad y la vida; nadie viene al Padre si no es por Mí.” Juan 14:6.
Adán y Eva, los primeros seres humanos, no eclesiásticos, no organizados,
recibieron muchísimas instrucciones de su Creador, en forma directa y
personal. Pero en ninguna de ellas se les ordenaba o se les daba autoridad
para tomar dominio y poner en sujeción a los próximos seres humanos.
Sintomático, ¿no? Qué sugerente. La costumbre popularizada dentro de
los mismos muros religiosos inclusive es otra totalmente opuesta: el que
llega primero manda y somete al resto. Nunca fueron ordenados a
construir un templo, alguna iglesia, para una enseñanza futura hacia el
cristianismo que explotaría después de Jesucristo, como tampoco se les
ordenó en jerarquías o en preparar jerarquías, sencillamente porque eso
corresponde netamente a lo que se llamó nicolaísmo y que apareció
dando señales de vida cuando ya fenecía la primera edad de la iglesia.
Pregunta que puede responder otras y evitar peroratas, discursos, debates
y charlatanerías teológicas pro clero, pro organización pro institución, pro
jerarquías y pro toda clase de títulos beatíficos de dominio del hombre
sobre el hombre, la formulo: ¿Por qué Adán y Eva no fueron ordenados a
construir y a someter, o someterse a organización, consejo de superiores
y/o iglesia? Lea la respuesta a continuación.
Al terminar su obra de ingeniería genética denominada el Hombre, Dios
no comenzó ningún cónclave, coinonía o santas convocatorias (como les
gusta a los branhams) a todas esas criaturas celestiales de su entorno tan
majestuoso e inenarrable, para decidir qué clase de espíritu merecía esa
creación suya, pensada un poco menor que los ángeles. Eso estaba
decidido de antemano: el Hombre llevaría en su interior el Espíritu de
Dios, su Creador. No podía llevar otra cosa, era su Creación. Entonces,
cuando toda esa edificación humana estaba concluida, por dentro y por
fuera, porque la maravilla humana no solo la constituye el cuerpo exterior,
pese a que es el cuerpo el que le da valor y consideración al hombre y la
mujer modernos que han perdido totalmente la capacidad de discernir el
todo de un ser humano, Dios mismo se acercó a su obra y sopló aliento
(aliento de Dios) de vida (vida de Dios por consecuencia) en el Hombre, y vino a ser un alma viviente, por el Espíritu de Dios que la Deidad sopló en
él. (Y, ¡ojo! no se revolcó en el piso Adán cuando recibió esa potencialidad
inicial de vida pura, directamente de la Deidad creadora) Ningún otro
espíritu haría funcionar correctamente esa primera creación humana. Por
consecuencia, el hombre solo funciona bien cuando recibe, posee, se llena
del Espíritu de Dios.
No hacía falta un Aparato eclesiástico para darle vida al hombre y a la
mujer. Eso es claro. Con el tiempo les fue permitido tener uno que fue
muy admirado por los habitantes de la tierra y que tuvo una particularidad
asombrosa, como ningún otro templo a deidades otras, distintas o semi
cristianas, o paralelas, Vaticano incluido, catedrales evangélicas o
tabernáculos tuvo: Dios mismo en Gloria habitaba tras la cortina del lugar
más santo y santísimo de ese Templo. Cosa que no puede reclamar,
aunque lo hace, ninguna de las iglesias que se identifica en lo que
decidieron llamar la “religión cristiana y Occidental”. El drama de este
Templo portentoso fue que no sirvió para nada al hombre y la mujer
cuando de la cuestión salvación debía tratarse. Por eso, cuando Jesús, la
Deidad en pleno manifestada, pasaba por enfrente de este modelo
excepcional de arquitectura religiosa, y pese a los comentarios entusiastas
de sus discípulos, pretendiendo llamar la atención del Maestro respecto al
Templo de Salomón por sus líneas arquitectónicas y sus ornatos en piedra,
Él no dijo ningún discurso importante acerca de, nada importante en
relación a, nada positivo, nada halagüeño, ninguna palabra de respeto por
la historicidad y el significado trascendental de ese Aparato eclesiástico
que era el orgullo de la nación, obviando incluso el hecho de que la Gloria
de Jehová había sido hospedaba en ese lugar, al contrario: Profetizó
enérgicamente su destrucción total: “¡No quedará piedra sobre piedra que
no será destruida!” Hasta el día de la fecha lo único que queda de la única
iglesia que tuvo hospedado a Dios y que fue el único Templo construido en
la tierra por expresas indicaciones del mismísimo gran Yo Soy, es un trozo
de muro derruido donde se hamacan patéticamente, hacia adelante y
hacia atrás, murmurando sus oraciones los descendientes de aquellos
funcionarios rechazados por Jesucristo que lo administraban… no muy
bien, para ser exactos. En los tiempos de Jesús, a los fariseos, escribas y
saduceos, les acontecía lo mismo que a los funcionarios protestantes de
esta era eclesiástica: mentían descaradamente acerca de una deidad
instalada entre sus muros admirables: Hacía más de cuatrocientos años
que el Arca del Pacto, que contenía la Gloria de Dios, había desaparecido
del lugar santísimo. Cuando Pompeyo, el general romano que tomó a
Israel para anexarlo al Imperio Romano, entró a caballo al Templo, 60 años antes de la aparición de Jesucristo, haciendo ejecutar a todos los
sacerdotes que había allí, no encontró el Arca. Mentían los fariseos y
todos los demás funcionarios afines a los menesteres del Templo cuando
practicaban todas esas liturgias y rituales ancestrales, haciendo creer a los
judíos que la Gloria de Jehová permanecía en el Lugar Santísimo. En
palabras del lenguaje que se practica hoy a nivel eclesiástico: Dios no
estaba en la iglesia. Entre otras muchas razones, por eso también ocurría
ese enfrentamiento entre la casta sacerdotal judía y el Señor Jesucristo:
ellos no podían convencer de ninguna manera que eran ungidos de la
Gloria de Dios del Arca que había en el lugar santísimo, porque la Gloria de
Jehová era y es el Señor Jesucristo. Y como Él sabía fehacientemente que
mentían, es por eso que les llamó hijos del diablo, solamente el diablo es
el padre de las mentiras y obviamente los hijos de Dios no mienten. Así
mienten a estos pobres miserables que creen en el concepto
arquitectónico y organizado de la iglesia, sus canallescos ministros
contemporáneos: Dios no está en la iglesia. Repito el dicho que se usa por
ahí cotidianamente: falso de falsedad absoluta. Y por cuanto mienten en
esta cuestión tan sensible y grave delante de Dios, bueno, cae
perfectamente calzado en ellos el mismo calificativo denunciante que
Jesús propinaba a la curia pastoral de su tiempo: Son hijos del diablo.
Ahora, ¿Qué hacía Jesús, la Deidad en pleno, que en cuanto a ese mismo
carácter y condición de Deidad, su ubicación más plausible y coherente, y
natural, debía ser la Gloria misma, paseándose entre los seres humanos y
en una de las más pequeñas naciones de la tierra? Y habría que agregar
soportando tanta oposición y sucias intenciones clericales en su contra.
Bueno, siento ser yo quién nuevamente escriba malas noticias acá para
este sector que llaman tan ufanamente la Organización o la Institución
oficial del cristianismo: No estaba presente el Rey en esta tierra para
entregar al hombre a organización alguna. Eso es categórico. Porque si
hacemos un análisis serio y cabal al respecto, nos daremos cuenta, por
ejemplo, que cuando deja con un palmo a sus discípulos sobre sus
comentarios entusiastas en cuanto al Templo, que Jesús no tenía
intenciones de “restaurar” ese Templo caído en desgracia e invadido de
estos sátrapas confabulantes y demoníacos, no tenía órdenes de
reorganizarlo ni de trabajar en pro de la recuperación de la credibilidad
del Templo, no le dio su respaldo considerando el hecho portentoso de
que alguna vez la Gloria del Dios Todopoderoso había hospedado allí (la
pregunta es: si no respaldó a ese Templo que tuvo a Dios de huésped, ¿a
qué iglesia seudo cristiana respaldaría hoy?) Tampoco vino a designar
ministros más creíbles para poner en funciones legítimas el servicio de atención a los creyentes, como tampoco se le vio con intenciones de
establecer una poderosa, pudiente y aristocrática jerarquía que tomara
bajo su dominio el Templo y a todo el ser humano que se adscribiese a sus
servicios eclesiásticos. Al contrario, la primera señal de alarma al interior
del Templo, en pleno evento de la cruz, fue la rasgadura, de arriba hacia
abajo, del Velo del Lugar Santísimo: un destrozo al interior del Templo en
lo más sagrado.
Bueno y etc., etc. Aceptemos el hecho: Dios vino a salvar al hombre, al ser
humano, su hombre, su mujer, su ser humano. Y cuando se dirigió a
Pedro, ya resucitado, respecto a la atención ministerial de su hombre y su
mujer, le recalcó su posesividad y su derecho de pertenencia sobre el
hombre: “¡Apacienta Mis… corderos!” Cada vez que le repitió el encargo
fue enfático y reiterativo en su tono posesivo: “¡Mis…corderos!”
¿Por qué Jesús no dejó instrucciones para que sus primeros escogidos
ministeriales construyesen una nueva iglesia, para los nuevos creyentes de
esta nueva versión, digamos, de religión que se estrenaba en el planeta?
Porque el acto de recuperación, esa portentosa empresa de recuperación
que practicó Dios con el hombre, dejando su Trono de Gloria, no
escatimando su Deidad y apropiándose de un cuerpo semejante al del
hombre, era un emprendimiento de recuperación total, en serio y
definitivo. Por eso alineó frente a Él a sus discípulos y en función de su
condición de Creador, sopló sobre ellos exclamando: “¡Tomad, recibid,
éste es mi Espíritu!” (¡Ojo! Noten que tampoco cayeron al suelo
revolcándose y que Jesús tampoco los empujó para que lo hicieran), tal
como lo había hecho frente al primer hombre en el jardín del Edén. Y tal
como a Adán jamás le ordenó levantar cuatro paredes para iglesia alguna,
donde perfeccionarse, rectificarse, hacer promesas de portarse bien,
someterse, dejarse saquear, denigrar, manipular, enajenar y humillarse
delante de sus iguales, porque Adán tenía Su Espíritu, así mismo, estos
hombres elegidos, los primeros hombres elegidos que volvían a llevar en sí
el Espíritu del Creador, como lo llevarían a partir de ese momento todos
cuantos el Señor nuestro Dios llamare, hasta lo último de la tierra, no
necesitaban el cubículo corrompible de una iglesia. La única manera de
que el hombre, esa creación magnífica de Dios, lo hiciera bien en las cosas
de Dios, el ministerio y el discipulado cristiano sobre la tierra, era esa: con
la investidura de poder de lo Alto, con la recepción en pleno de su Espíritu
Santo. No, es claro, la comisión del Jesús resucitado no deja espacios para
una interpretación extraña y arquitectónica: les mandó a hacer discípulos,
no iglesias, discípulos. Esto es lo que no comprenderá jamás la religión, las
organizaciones, las instituciones del seudo cristianismo: No tienen que tiranizar al hombre para que este sea salvo, no tienen que someterlos a
disciplinas que ni ellos mismos soportarían y que tampoco practican, no
tiene que torturarlo de esa terrible manera sicológica, no tienen que
quitarle su carácter para manipularlo a su antojo, como lo hacen, no
tienen que quitarle su dinero ni en nombre de la Biblia, ni en Nombre de
Jesucristo, ni en nombre de la iglesia; para que aseguren su salvación ese
hombre y esa mujer, no tienen que encuevarlo en una iglesia. El hombre,
para que sea recuperado, sea salvo, para que vuelva a ser lo que era según
la voluntad de Dios para él en el principio y para que vuelva a posicionarse
seguro de sí mismo, espontáneamente y decidido de por vida en el centro
de esa Voluntad perfecta de Dios, no necesita la organización protestante
de ustedes, no necesita al concilio ecuménico internacional, no precisa del
Concejo mundial de iglesias, no necesita de sus instituciones cristianas,
eso es pasto seco para el fuego de la ira de Dios. El hombre, la mujer, y
métanse bien esto en sus púlpitos y altares del lucro personal y la
blasfemia teológica, y en sus cabecitas nicolaítas: ¡No los necesita a
ustedes, el hombre necesita el Espíritu de Dios! ¡Y ese Espíritu no lo tienen
ustedes almacenado en ningún rincón apóstata de sus moles religiosas
para distribuirlo sobre los hombres! ¡Ese Espíritu no fluye desde sus
púlpitos! ¡Esa es la carencia fatal de ustedes! ¡Ese es su faltante! ¡Por eso
no anda bien este mamotreto parafernálico eclesiástico que tiene
enajenados a todos esos pobres esclavos de sus dogmas y tradiciones!
Desde los tiempos de Lutero el hombre no anda bien, tenemos casi 500
años de organización protestante, de evangelización mundial, que han
arrojado una estadística impresionante del inmenso plantío de
instituciones protestantes por sobre el globo terráqueo y un sinfín de
anexos afines: hospitales, colegios, universidades, orfanatos, centros de
rehabilitación, partidos políticos, entes sociales y otros de carácter
“cristiano evangélico”, pero el hombre no anda bien. No está a salvo, ni
del mundo, ni del diablo sometido a cualquiera de esos emprendimientos
denominacionales. Con todo y organizado nuestro hermano, el hombre,
sigue corrompiéndose, tanto como los líderes superfluos y falaces que lo
mantienen bajo ese régimen de intolerancia y dominación dogmática
religiosa.
¡Basta ya! ¡Dejen en paz al hombre y la mujer que creó Dios para su
beneplácito y adoración! No tienen mensaje alguno a favor de ustedes y
las supuestas conveniencias, privilegios y “bienaventuranzas” dentro de
sus cubiles que puedan beneficiar al hombre, que puedan sustentar con
esa Biblia que manosean y malinterpretan canallescamente, bajo esa
repugnante apariencia de piedad. Éste es el mensaje de la Deidad en Su Biblia, para los seres humanos del tiempo apocalíptico que vivimos: “¡Salid
de en medio de ella, pueblo mío…!” (Después de todo, estaremos de
acuerdo en esto: Salid de en medio de ellos, coincide perfectamente con
el concepto iglesia que deriva del vocablo griego Ekklesia, que significa
sacados fuera, ¿no?) Yo quisiera, aspiro, deseo que todos los hombres y
mujeres del mundo comprendan esto: Ustedes están totalmente a salvo
afuera de la iglesia organizada. Adentro de ella es donde la salvación de
ustedes está en grave peligro. Cualquiera que está en Cristo,
automáticamente está en Su Iglesia. Jesucristo es su Salvador. No hay
otro. Y la iglesia denominacional no lo representa ni lo tiene.
Libre albedrío es libertad personal de decisión, elección, conducción y
administración del ser humano. Pero el hombre pierde todo eso cuando es
atrapado por la organización. ¿En qué nombre? Por lo menos, no en el
nombre del Creador. Él no reparte dones y atributos que luego condena a
sujeción en el seno de las organizaciones religiosas: Él es el Único Pastor
eficaz del hombre, el Único guía hacia la salvación, el Único ser que
mantiene protegido al ser humano que se ha constituido en su hijo e hija.
Firmes en la libertad con que Cristo los hizo libres, según arenga Pablo en
su epístola a Los Gálatas.
Al interior de estos aparatos religiosos hay una inmensa mayoría de
personas que desconoce totalmente su propia tragedia personal y uno
puede verlos alegremente enajenados, cuando no les tocas estos temas
que van en contra de su ídolo eclesiástico, ese aterrador ídolo dogmático
que es la iglesia cristiana protestante, porque nadie escapa al miedo y al
espanto de las supuestas consecuencias de renunciar a ella, su propio
modelo evangélico de santa madre iglesia, porque si les tocas ese ídolo
tradicional de la familia religiosa, pierden automáticamente esa alegría de
su enajenación y son capaces de sacarte a puñete limpio de sus altares por
tus atrevimientos contra clericales. Después, se sacuden la ropa y las
manos y acuden a hincarse al altar, para levantarse auto-perdonados de
sus arrebatos de violencia física y retornan a la alegría de su enajenación,
son alegres esclavos del aparato sectario y con esa misma alegría insana
de enajenado crónico, satisfacen las más mínimas exigencias caprichosas
del enajenado que los pastorea. Son alegres y dóciles especímenes del
despojo, viven alegremente con las sucias manos del ministro rapaz
metidas en sus bolsillos. Por sobre todas las cosas, si no te gusta quedar
mal ni tener problemas en las congregaciones que visitas, ¡ojo! con la
ropa, cómo vistes, qué vistes; y por si acaso no lo sabes: jamás hables en
contra del vestir “cristiano” denominacional, porque la ropa, la buena
ropa, la de marca, la que te da nivel y facha, esa, esa que incluye la corbata, el buen traje, a esa no la toques: es el distintivo “celestial” que
confirma que sí eres “cristiano.” Por sobre todo, confirma que eres
“cristiano de domingo”, “cristiano” de iglesia seria y “cristiano” serio de
iglesia. No importa mucho que vistas de sport en algunos pasajes de las
reuniones anuales de coinonías y conferencias, o los días jueves o martes,
pero, mi hermano, vístase serio e incentive a vestirse en serio a su
congregación para los días domingos. Obviamente que eso es riguroso
solo en el tema iglesia, porque estos enanos culturales religiosos: de casa,
calle y trabajo, visten como cualquiera, las hermanas incluso se animan a
lucir un poco más sus piernas en trajes y vestidos un poco más corticos, se
animan a escotarse otro poquitico más, porque, claro, hay que ser serio,
pero no fanático ni extremista. No comprenden eso de las vestiduras
espirituales, la investidura de poder de lo Alto, los aprestos del evangelio
de la paz, no, nada de eso, porque, la verdad, eso es muy metafórico, cosa
de parábola antigua y muy difícil de lograr, es más fácil comprarse una
pilcha de marca, después de todo, cualquiera se ve cambiado si viste bien.
Son alegres seres enajenados cuyas intimidades y vidas privadas padecen
una descarada e implacable invasión del individuo enajenado que los
ministra. Sus más íntimos comportamientos en pareja están bajo rigurosa
y permanente vigilancia y prontos a la censura del jefe eclesiástico. Son
alegres apóstatas inducidos, son incrédulos felices, son gozosos
renegadores de Dios y su Palabra guiados, incentivados e inspirados
ciegamente en la ceguera del ciego enajenado que los pastorea. Son
alegres y entusiastas personajes celosos de sus letreros eclesiásticos, son
más vehementes que las barras de Boca Juniors y River Plate juntas en la
defensa de sus colores eclesiásticos: nadie les toca sus iglesitas, ningún
ofensor de sus iglesias sale indemne. Y son muchísimo más alegres y
muchísimo más felices y requete recontra gozosos cuando enfilan
directamente, plenos y rebosantes del espíritu del consumismo a invadir
shoppings, supermercados, cines y tiendas alabando a sus dioses y
pastores del “cristianismo” místico-materialista que los congrega. No
hagan ni tal de sermonearles para que reconsideren y quiten la vista de las
cosas de la tierra y busquen el Reino de Dios y su Justicia primeramente,
porque te mirarán con una cara de perro furioso que si no te ladran una
incoherencia, te gruñirán una blasfemia eclesiástica. Son alegres y gozosos
blasfemos doctrinarios, pues si les contradices la cuestión de la trinidad te
contestan como me contestó esa damita de Valparaíso, en el cerro
Polanco, en 1986: “¡Aunque sea una doctrina del diablo, yo creo a muerte
en la trinidad!” Y no les pongas en tela de juicio el limitado concepto de la
unidad, porque esos ladran más "fiero" (feo) y mejor. Já, y que no los invite un trinitario amable a predicar, porque le hacen añicos la
congregación creyendo enfervorizados que así le hacen un gran servicio a
Dios. Y ni hablar del gozo que les embarga cuando acuden presurosos y
ufanos hacia el nuevo concierto que traen a la ciudad las estrella
evangélicas de la canción comercial, porque vacilan vacilones más
frenéticos que los vacilones de los fanáticos de la música mundana, y
altamente entrenados para engañar y ser engañados, te confesarán que el
último show evangélico del rock cristiano, ha sido el más grande
avivamiento espiritual del año, por la misericordia de Dios ¿?¿? ¿?
En fin las historias y recuentos son absolutamente sin fin. Para estos
multitudinarios rebaños de alegres y celosos engañados y enajenados a
escala mundial, típicos personajes de la edad laodiceana de la historia final
de la iglesia, todo está bien. Y si vas a la iglesia, mucho mejor. Y si te
sometes a esa iglesia, ¡gloria la Señor! Y si te mueres en la iglesia: ¡Te
fuiste con el Señor! Los sacas de la iglesia y no son nada. Les quitas la
iglesia y es peor que los mandes a las tinieblas de afuera, donde es el lloro
y crujir de dientes. Si fallece el ministro enajenado que los pastoreó toda
la vida: temor y desconcierto total. Como ocurrió a ese pobre hermanito
de las más prostituta expresión de iglesia evangélica pentecostal, ubicada
en la calle Jotabeche (Siglas por las cuales era conocido el escritor y
periodista chileno José Joaquín Vallejo), en Santiago de Chile. Lo encontré
en la Alameda Bernardo O’Higgins, lamentando el fallecimiento del obispo
que le chupó las medias, las botas y todo lo que pudo al malvado dictador
de la más cruenta Dictadura que experimentó en su historia ese angosto
país. “Imagínese, hermano, le decía a un amigo mío -aferrado como un
desvalido a su bicicleta incolora y maltrecha-, con la muerte de mi Obispo,
no queda más que la Venida del Señor. ¡Era un hombre tan santo!”
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